Nicaragua/ 40 años. De la revolución sandinista a la dictadura orteguista [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 19 14:26:39 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

19 de julio 2019

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redacción y suscripciones

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Nicaragua

 

¿Pudo haber sido de otra manera?

 

Luis Carrión Cruz, uno de los nueve Comandantes de la Dirección Nacional del
FSLN, Viceministro del Interior y Ministro de Economía durante los años 80,
y desde 2005 en la dirección del Movimiento Renovador Sandinista (MRS),
compartió en una charla con Envío, este balance de la Revolución y esta
mirada personal de su participación en ella, al cumplirse 40 años del
derrocamiento de la dictadura somocista y en momentos en que la dictadura de
Daniel Ortega mantiene a Nicaragua atrapada en una crisis de difícil salida
por su decisión de permanecer a toda costa en el poder. 

 

Revista Envío N° 448, julio 2019

http://www.envio.org.ni/

 

Voy a hacer el mayor esfuerzo posible para hacer un balance de la
Revolución. Me resistía a hacerlo. En primer lugar, porque yo estuve ahí,
soy protagonista y comparto responsabilidades, por lo bueno y por lo malo de
aquella etapa. Y un acontecimiento de hace 40 años tiene actualidad hoy
todavía. En segundo lugar, porque hablo desde mis recuerdos, y la memoria
siempre es falible y selectiva. Por último, la Revolución fue un fenómeno
tan enorme, tan complejo y tan multidimensional, que es muy difícil resumir
todo lo que representó. 

 

La revolución fue un gigantesco movimiento popular 

 

Una revolución no es la toma del poder político de un partido por la vía de
unas elecciones o por un golpe de Estado. La revolución fue un gran
movimiento político y social, un gigantesco movimiento popular que derrocó a
la dictadura somocista y después siguió empujando cambios profundos en la
realidad social de nuestro país. En el derrocamiento de la dictadura
participaron todos, de todos los sectores, de todas las clases sociales, de
diferentes posiciones políticas, en diferentes momentos y de diferentes
maneras, pero el FSLN fue su catalizador y protagonista principal. Fue el
referente ético y político de esa lucha histórica. 

 

Pero la Revolución no sólo fue un fenómeno político y social. También
movilizó los espíritus de quienes participamos en ella. Y no me refiero sólo
a los dirigentes, sino a muchísimos más. Por la Revolución fuimos muchos los
que apartamos todos nuestros proyectos de vida personales para sustituirlos
por el gran proyecto colectivo de la Revolución. Esta experiencia vital
explica también por qué decenas, centenares y miles de personas estuvieron
dispuestas a enfrentar por la Revolución enormes dificultades y sacrificios,
hasta a poner en juego su vida, dando muestras de un heroísmo
extraordinario, que quedarán ahí, en una historia que no se puede borrar.
Sin eso no se puede explicar cómo en 1990 casi un 40% de los electores votó
por el FSLN después de una década de terribles dificultades, escasez y
dolor. 

 

El FSLN adquirió un poder que nuca había tenido antes 

 

La Revolución desató energías y pasiones, que se mezclaron con toda clase de
emociones, orientadas todas a construir “la tierra prometida”. Las emociones
y las acciones iban desde las más básicas -como las de quienes buscaban
desquitarse de daños percibidos o reales de representantes o afines al
somocismo- hasta las de quienes queríamos transformar la realidad social y
política a favor de las grandes mayorías. 

 

La caída de la dictadura somocista eliminó el tapón que aplastaba la
participación política de la mayoría de la gente y abrió las puertas a una
multifacética, y en un primer momento desordenada, acción popular. El fin
del somocismo permitió que despertaran todos los sueños y todas las
reivindicaciones de todos los sectores, diversas y a menudo contradictorias
y que se manifestaron a menudo en forma caótica. 

 

La Revolución barrió absolutamente con el Estado capitalista somocista. No
quedó piedra sobre piedra de lo que había sido el Estado anterior y un nuevo
Estado se construyó prácticamente desde cero. Al barrer con el viejo Estado
y surgir el FSLN como la fuerza política que capitalizó los réditos del
derrocamiento del somocismo, después de una larga historia de lucha, el FSLN
adquirió un poder como nunca antes nadie en la historia de Nicaragua lo
había tenido. Con un poder total, emprendimos la construcción del nuevo
Estado poniéndole el sello sandinista a todas las instituciones públicas,
incluso a varias organizaciones de la sociedad civil. 

 

Pronto se confirmaron las sospechas mutuas 

 

La Revolución no ocurrió en una Nicaragua aislada. Ocurrió en un contexto
internacional, marcado por la Guerra Fría entre el Este y el Oeste, entre
Estados Unidos y la Unión Soviética. El gobierno de Ronald Reagan
(1981-1989), con el que más nos tocó convivir y al que más tuvimos que
enfrentar, veía la Revolución de Nicaragua como una avanzada de la Unión
Soviética en el continente americano, que además amenazaba con
desestabilizar toda la región. Desde antes de llegar al gobierno Reagan, un
famoso texto programático de su equipo, el Documento de Santa Fe, planteaba
como objetivo el derrocamiento del gobierno sandinista. Ya en el gobierno,
Reagan lanzó contra la Revolución y durante años una agresión a gran escala
y multidimensional con acciones políticas, diplomáticas, económicas y
militares. Involucró a los países de la región en sus acciones contra el
gobierno sandinista, apoyó a los remanentes de la Guardia Nacional,
desarrolló acciones de sabotaje ejecutadas directamente por la CIA y, por
último, brindó financiamiento, asesoría militar y equipos a la Contra. 

 

Nosotros, por razones históricas teníamos una profunda desconfianza de los
gobiernos norteamericanos que habían intervenido militarmente en todo el
mundo, habían derrocado gobiernos y apoyado a regímenes sanguinarios.
Nicaragua había sido intervenida militarmente por los Estados Unidos y
Washington había apoyado a Somoza hasta el último momento. Estábamos
convencidos de que los Estados Unidos siempre tratarían de destruir la
Revolución, que eso estaba en su naturaleza imperialista.

 

Muy pronto nos sentimos en la necesidad de desarrollar una estrategia
defensiva que tenía tres patas. Una, apoyar las guerrillas de Centroamérica,
ya no sólo por motivos de solidaridad sino también defensivos. Otra,
establecer una alianza con la Unión Soviética, porque necesitábamos algún
paraguas que nos protegiera del “monstruo”. Y la tercera, crear un Ejército
fuerte. 

 

Las actuaciones de Estados Unidos y las nuestras confirmaron las peores
sospechas mutuas y asentaron el escenario de la más sangrienta guerra de las
muchas que hemos hecho los nicaragüenses entre nosotros mismos.

 

Sentíamos que luchábamos por nuestra sobrevivencia 

 

La agresión norteamericana se encontró con una desafección creciente del
campesinado nicaragüense, causada por factores de nuestra propia factura. 

 

Los campesinos de todo el centro del país se alzaron contra la Revolución y
contra el gobierno sandinista, y se sumaron a las filas de la Contra, lo que
dio lugar a una suerte de guerra civil organizada, financiada y administrada
por los Estados Unidos, pero sostenida fundamentalmente por la población
campesina. 

 

Digo “una suerte de guerra civil” porque del lado de la Contra no había un
proyecto político coherente y desarrollado, a diferencia del proyecto que
tenía la Revolución. Este contraste incidió en el momento de las
negociaciones de Sapoá, que no produjeron cambios institucionales
importantes, a diferencia de lo que ocurrió al terminar la guerra de El
Salvador. 

 

La Revolución vivió buena parte del tiempo en guerra, cercada, luchando por
sobrevivir, bajo la amenaza constante de una intervención militar directa.
Recordemos que en los años 80 hubo en nuestro alrededor dos intervenciones
militares de Estados Unidos: en la isla caribeña de Grenada y en Panamá. No
era, pues, ninguna exageración pensar que también aquí podíamos ser
intervenidos militarmente. Nos sentíamos acosados, asediados, amenazados,
convencidos de que luchábamos por nuestra propia sobrevivencia. 

 

A fines de los 80 la situación mundial cambió radicalmente. El campo
socialista se derrumbó y los Estados Unidos emergieron triunfantes de la
Guerra Fría. Así se terminó abruptamente el apoyo financiero y militar que
nos brindaba la URSS. 

 

Y la oposición en el Congreso de Estados Unidos y la sustitución del
gobierno de Reagan por el de Bush implicaron también la suspensión del apoyo
a la Contra y el abandono de la política de guerra contra el gobierno
sandinista.

 

Para entonces, el desgaste humano y económico acumulado en Nicaragua ya era
brutal. Los reclutamientos para el servicio militar eran cada vez menos, más
difíciles y más conflictivos. Ambas partes estábamos completamente
des¬gastadas y la negociación se impuso como la única salida. 

 

Luego de las negociaciones entre los países de la región, se iniciaron
negociaciones con la Contra, que culminaron con el acuerdo de Sapoá. Estas
negociaciones abrieron la puerta a las elecciones de 1990, a la derrota
electoral del FSLN y al fin de la Revolución. 

 

1979: La ruptura del consenso nacional 

 

Empecemos ahora por el principio… La Revolución llegó al gobierno con un
programa, el de la Junta de Reconstrucción Nacional. Sobre la democracia
decía aquel programa: “Se promulgará la legislación necesaria para la
organización de un régimen de democracia efectiva, de justicia y progreso
social, que garantice plenamente el derecho de todos los nicaragüenses a la
participación política y al sufragio universal, así como la organización y
funcionamiento de los partidos políticos, sin discriminaciones ideológicas,
con excepción de los partidos y organizaciones que pretendan el retorno al
somocismo”. 

 

El párrafo equivalente, sobre este tema, en el programa histórico del Frente
Sandinista, decía: “El Frente Sandinista es una organización
político-militar, cuyo objetivo estratégico es la toma del poder político
mediante la destrucción del aparato militar y burocrático de la dictadura y
el establecimiento de un gobierno revolucionario basado en la alianza
obrero-campesina y el concurso de todas las fuerzas patrióticas
anti-imperialistas y anti-oligárquicas del país”. 

 

Se pueden notar claramente las enormes diferencias en el tono y en el
contenido, en la propuesta de estos dos documentos. Uno pone el énfasis en
la democracia institucional y el otro en construir un Estado con otro
contenido de clase. ¿Qué sucedió? Que como el triunfo de la Revolución
barrió con el Estado capitalista somocista, y dejó un enorme poder en manos
del Frente Sandinista, prevaleció la visión sandinista. 

 

En septiembre de 1979 el Frente Sandinista convocó a sus miembros más
destacados a una reunión que después fue conocida como la Asamblea de las 72
horas. El objetivo de la reunión era elaborar el “gran programa” del Frente
para la Revolución. Pero, ¿por qué un programa si ya había uno? Y esto fue
lo que dijimos “porque las circunstancias han cambiado”. ¿Y en que habían
cambiado las circunstancias? En que ya para esas fechas no había un balance
de poder entre los diferentes sectores y grupos que habían hecho la
Revolución, sino que el Frente Sandinista había conquistado todo el poder.
Así las cosas, las circunstancias que habían dado lugar a la elaboración del
programa de la Junta y a las alianzas con los sectores que se reflejaban en
aquel programa, lo hacían innecesario. 

 

En el programa que salió de la Asamblea de las 72 horas hay un punto que es
más que suficiente para apreciar el curso que tomaría la Revolución desde
entonces. Se definió allí que el objetivo número uno era “aislar a la
burguesía vendepatria”, “organizar las fuerzas motrices de la revolución”,
que eran los obreros y los campesinos, y “colocar a todas las fuerzas bajo
la conducción del FSLN”. 

 

Ésta fue la guía sobre la cual comenzamos a actuar y sobre la que estuvimos
actuando a partir de entonces. El primer resultado de esta decisión fue la
ruptura del consenso nacional. El programa de la Junta reflejaba ese
consenso, pero a partir de entonces todo era distinto: era “aquí nosotros
mandamos y podemos hacer lo que queramos y no tenemos que hacerles
concesiones a nadie más...” 

 

Se impuso la lógica del partido único 

 

Esta decisión implicó la liquidación efectiva de la Junta de Reconstrucción
Nacional. Aunque desde el inicio la integraron Alfonso Robelo y doña Violeta
Chamorro, ya desde un inicio las decisiones que tomaba el Frente Sandinista
eran las que la Junta implementaba y ejecutaba. Por eso, a los pocos meses,
renunciaron los dos. Y aunque los repusimos con algunas personalidades, fue
algo formal, porque siempre se mantuvo la hegemonía total del Frente
Sandinista. 

 

De hecho, se impuso la lógica del partido único. Y aunque subsistieron otros
partidos, debilitados, controlados, permitidos, la lógica era la de partido
único. Bajo esa lógica empezamos la construcción no de un Estado nacional,
sino de un Estado sandinista. Todas las instituciones se sandinizaron. El
Ejército fue sandinista, la Policía fue sandinista, todas las instituciones
estaban bajo la égida, la influencia y el control del Frente Sandinista. Y
se suponía que todas adoptaran, siguieran y actuaran en función de los
objetivos y las políticas del Frente Sandinista. 

 

Consolidado el poder político, otro de los objetivos que planteó el programa
de la Asamblea de las 72 horas implicaba, bajo esta lógica, neutralizar
cualquier fuerza política que pudiera cuestionar la hegemonía del Frente
Sandinista. En marzo de 1980, Alfonso Robelo, líder del partido Movimiento
Democrático Nicaragüense, quien ya había salido de la Junta, intentó
reorganizar su partido y convocó a una manifestación en Nandaime. Pero ante
la posible movilización masiva, nosotros decretamos “Nandaime no va” e
impedimos por todos los medios esa manifestación. 

 

Ese hecho marcó un rumbo: impediríamos la acción política de cualquiera que
pudiera cuestionar la Revolución en cualquier forma efectiva. Dentro de esta
lógica se impuso la censura de prensa y la represión de cualquier intento de
oposición. Rápidamente se fue cerrando el espacio político para todos los
que se oponían. El Frente Sandinista era la “vanguardia iluminada” que tenía
que dirigir todo en Nicaragua, como un derecho nacido de la Revolución. Esa
fue la mentalidad prevaleciente desde el inicio. 

 

La democracia política no fue un objetivo de la revolución 

 

Esta lógica condujo a acosar a los sectores empresariales, a los que
llamábamos “burguesía vendepatria”. ¿Quiénes eran? Eran fundamentalmente la
oligarquía financiera, pero el concepto se fue extendiendo a todos aquellos
que se oponían a la Revolución o hacían cosas que no nos gustaban. Y se
fueron ejecutando confiscaciones como arma política. Tan políticas eran las
confiscaciones que se anunciaban en plaza pública en grandes concentraciones
donde todo el mundo las aplaudía. 

 

También se desarrolló ampliamente, sobre todo en los primeros años de la
Revolución, un lenguaje clasista y confrontativo: los obreros contra la
burguesía. Toda la burguesía era vendepatria y no había mucha distinción
entre los que lo eran y los que no lo eran. Incluso, en algunos lugares,
sobre todo en zonas rurales, donde era difícil encontrar “burguesía” y lo
que se encontraba era pequeña burguesía, agricultores y comerciantes que
tenían algún negocio, eran también hostilizados con ese lenguaje clasista y
recibían acusaciones y amenazas. Todo esto muestra que la democracia
política institucionalizada no fue un objetivo explícito de la Revolución. Y
sin embargo, hablábamos de “pluralismo político”. ¿Cómo lo entendíamos? En
primer lugar, como no declararnos como partido único. Y en segundo lugar,
permitiendo que subsistieran otros partidos políticos, aunque no tuvieran
ninguna posibilidad de incidencia real en la vida política del país. 

 

La organización que se necesita para luchar contra una dictadura tiene que
ser clandestina, muy disciplinada, compartimenta la información, es muy
centralizada y hay poco debate porque las condiciones no lo permiten. Todo
esto genera comportamientos y valores no democráticos cuando se trasladan al
sistema político de un país. 

 

A diferencia del modelo cubano, que tanta influencia tuvo en la Revolución,
nunca nos declaramos socialistas, no declaramos el partido único y hubo
partidos políticos con tremendas limitaciones para actuar, la prensa estaba
censurada pero existieron medios de comunicación críticos… Realmente, hubo
influencia cubana, pero no hubo una copia exacta.

 

Nosotros partíamos del concepto de que la Revolución era... era eterna, que
sería para siempre. Porque lo que se había conquistado con tanta sangre y
sacrificio no podía rifarse en unas elecciones. Pensábamos que si el poder
lo habíamos conquistado arriesgando la vida y dejando una gran cuota de
sangre en el camino, ¿cómo unos votos iban a cambiar eso? 

 

Las contradicciones no reflexionadas de las elecciones de 1984

 

La Revolución era eterna y no íbamos a rifar el poder… Sin embargo, fuimos a
elecciones en 1984. Esas elecciones fueron una decisión táctica: queríamos
darle al gobierno sandinista una legitimidad aceptada por el mundo
occidental y así debilitar la estrategia agresiva de Reagan, que luchaba
abiertamente por derrocarlo. 

 

Las elecciones de 1984 fueron semidemocráticas. Y lo digo así porque, aunque
los votos se contaron bien, toda la campaña y toda la maquinaria del Estado
se puso al servicio del triunfo del Frente Sandinista, que controlaba todas
las instituciones.

 

El efecto político que buscábamos con esas elecciones fue importante, pero
limitado, principalmente porque la Coordinadora Democrática, en aquel
momento la principal oposición, no participó. Empezaron, lanzaron su
candidato, pero poco antes de la fecha se retiraron. Dijeron que era
imposible hacer campaña bajo tanto acoso y hostigamiento, aunque en su
decisión también pesó mucho la presión del gobierno de Estados Unidos, ya
que la participación de la Coordinadora hubiera restado justificación a su
política de agresión.

 

Lo más importante que quiero decir sobre aquellas elecciones es que
representaron una contradicción fundamental con la lógica que había
prevalecido hasta entonces: que la Revolución era eterna, que su legitimidad
se la daba la lucha y el sacrificio, y que las elecciones representan la
rifa del poder… 

 

Al hacer elecciones estábamos admitiendo, sin reconocerlo, que la Revolución
puede perder y estábamos arriesgándonos a demostrar que la Revolución no es
eterna… Con elecciones, la legitimidad de la Revolución ya no se anclaría en
la lucha, en el sacrificio, en los mártires... Debía anclarse en la voluntad
popular, en ganar los votos de la mayoría de la gente. 

 

Las elecciones de 1984 contradecían claramente la lógica con la que veníamos
actuando. A pesar de eso, y a mi modo de ver, nosotros no asimilamos, no
asumimos, no comprendimos las enormes consecuencias que tuvieron aquellas
elecciones. Y nos quedamos sólo en la perspectiva táctica de que las
elecciones eran sólo una formalidad y en la creencia de que siempre
podríamos asegurarnos el triunfo en cualquier elección. En consecuencia, no
nos preparamos para lo que iba a venir seis años después: la derrota
electoral de 1990.

 

Gentes que no habían sido nada se empoderaron 

 

A pesar de todo, la revolución impulsó la democracia social.

 

Cuando la Revolución hizo saltar el tapón de la dictadura, se produjo una
explosión de demandas y una masiva participación popular. Un montón de
sectores que habían estado aplastados durante el somocismo, que no habían
podido manifestarse ni expresarse, comenzaron a presentar demandas: unos
pedían tierras, los miskitos soberanía, otros el derecho a ser tomados en
cuenta… 

 

Se produjo una movilización de todas las formas y maneras, que se
manifestaba en las calles, en el campo, por todas partes… Algunas
organizaciones que ya existían desde antes crecieron rápidamente: la ATC y
los sindicatos. Y otras nuevas surgieron en ese contexto: la UNAG, los CDS y
otras. Unas nacieron por su propia dinámica y otras, impulsadas por el
propio FSLN, que en su visión tenía crear una red de organizaciones
sociales, de organizaciones de masas, coordinadas y subordinadas de alguna
manera al Frente. 

 

Sólo un dato para ver lo que significó la explosión organizativa: en 1978
existían en Nicaragua 138 sindicatos con 20 mil afiliados y en 1982 los
sindicatos habían crecido diez veces y tenían 90 mil afiliados. 

 

Las organizaciones llegaron a tener importantes cuotas de poder. Recuerdo
que los sindicatos, incluso en las empresas estatales, tenían muchas
reivindicaciones e influían hasta en las decisiones administrativas. A
menudo cuestionaban al administrador o al gerente de la empresa. Las
organizaciones populares tenían un poder real. Los CDS lo tenían. A los CDS
les pedían avales para que alguien pudiera trabajar en el gobierno, los CDS
se encargaban de administrar las tarjetas AFA para la distribución de los
cinco productos básicos. Las organizaciones populares tuvieron poder. 

 

Hubo un enorme salto de organización popular. Y la organización cambia a las
personas. Gentes que no habían sido nada durante la dictadura, que habían
sido absolutamente ignoradas o marginadas, de repente se sintieron personas
con dignidad, con derechos y con fuerza para hacer cosas y para exigir
cosas. Se empoderaron. 

 

Las organizaciones fueron correas de transmisión 

 

El salto de la organización popular fue enorme, pero esa conquista se
debilitó gradualmente. Básicamente, porque el Frente Sandinista, que tenía
una concepción de estas organizaciones como sus “correas de transmisión”,
fue trabajando para ponerlas totalmente bajo su dirección y para
convertirlas en organizaciones sandinistas, más que de afiliados a la propia
organización. Siempre existieron tensiones entre su rol de representantes de
intereses sectoriales y el de vehículos de las políticas gubernamentales. Al
final, la hegemonía del Frente Sandinista terminó siendo dominante. 

 

Los no sandinistas, los opositores, los que no estaban de acuerdo, se fueron
quedando al margen de las organizaciones o tenían poca capacidad de
incidencia al interior de éstas. Y quedaron desempoderados. Se los
consideraba contras, enemigos de la revolución… Hubo, sí, algunos sindicatos
que no eran del Frente, pero eran completamente marginales, no tenían
ninguna significación. 

 

AMPRONAC (Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional), que había
nacido en 1977 para luchar contra la dictadura, fue de las primeras
organizaciones que pasó bajo el control del Frente Sandinista. Fue disuelta,
tomada por el FSLN casi “manu militari”. Funcionarios y administradores
sustituyeron rápidamente a las fundadoras y dirigentes y la organización fue
liquidada y sustituida por AMNLAE (Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa
Amanda Espinoza), un ala femenina del Frente Sandinista, que enseguida se
convirtió en otra correa de transmisión. 

 

Con la disolución de AMPRONAC se perdió para el conocimiento de todo el país
la experiencia riquísima que había acumulado este primer gran movimiento de
masas de mujeres que hubo en Nicaragua, organizado, autónomo, democrático,
pluripartidista y pluriclasista, formado por mujeres de base y de todas las
clases sociales. 

 

No sabíamos absolutamente nada de la Costa Caribe 

 

Nosotros no sabíamos nada de la Costa Caribe nicaragüense. No conocíamos
nada. El programa de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional sólo
decía: “Se integrará al desarrollo del país la población de la Costa
Atlántica”. Eso era todo. Una ignorancia absoluta. Ni siquiera se reconocía
en el programa la existencia de pueblos indígenas autóctonos en esa región. 

 

Pero la Revolución también desató expectativas entre la población miskita.
Para la época de la Revolución tenía ya la Costa una nueva generación de
líderes jóvenes y educados. Con la Revolución surgieron también nuevas
organizaciones. Surgió, por ejemplo, MISURASATA, que significa Miskitos,
Sumos, Ramas, aliados con los Sandinistas, aunque después de los conflictos
le quitaron el SA, porque rompieron con los sandinistas y se llamó MISURA. 

 

La avalancha de demandas y de reclamos que nos llegaban de la Costa fue
realmente enorme. Pero como nosotros no entendíamos nada, eso causó
enseguida desconfianza, desconcierto y de parte nuestra, sospechas y
acusaciones de separatismo. 

 

Además, tanto al Caribe Norte como al Caribe Sur la Revolución enviaba a
funcionarios, a dirigentes del partido y de las instituciones
gubernamentales provenientes del Pacífico. Los ponía al frente de todas las
áreas del gobierno, pero esa gente tampoco sabía nada del Caribe. 

 

Y esa gente quiso traspolar mecánicamente a una realidad absolutamente
distinta todo lo que se estaba haciendo en el Pacífico: las mismas
organizaciones, los mismos enfoques, los mismos discursos. Yo no recuerdo a
un solo funcionario o dirigente político que haya al menos intentado
aprender a hablar miskito. A lo mejor hubo alguno, pero de los principales
yo no conocí a ninguno que al me¬nos hiciera el intento. 

 

En la Costa hubo un choque cultural 

 

El choque cultural que hubo en la Costa provocó insatisfacción e irritación
en la población. Ellos sintieron la Revolución como una invasión de los
“españoles”, porque para ellos todos nosotros, los del Pacífico, somos
españoles. Se sentían invadidos. Y nosotros y la gente nuestra veíamos a los
costeños como “indios mentirosos y matreros”. No entendíamos que tenían que
mentir para defenderse, que tenían que simular para protegerse. Entre los
“españoles” que llegaron allá se desarrolló un importante grado de racismo. 

 

Fue positivo que la Revolución hiciera un programa de alfabetización en
lenguas para la población costeña. Algunos dicen que les impusimos la
alfabetización en español. No es cierto. En la Costa la alfabetización fue
posterior a la campaña nacional, porque había que hacer textos diferentes,
pero se alfabetizó en sus lenguas. Desgraciadamente, el contenido de los
materiales para alfabetizar fue similar a los de todo el país, no tuvo en
cuenta su cultura. Y los contenidos fueron, como en la campaña nacional,
altamente politizados… y sandinistas.

 

En este contexto de incomunicación, en la Costa se fueron ampliando las
protestas y se generalizó la resistencia, en respuesta y en reacción a todo
lo que venía de la Revolución. Hubo conflictos, después represión, después
entró el apoyo norteamericano… y empezó la guerra. Una guerra que fue
diferente a la guerra de los Contras en el resto del país. Porque las
demandas costeñas, especialmente las de los miskitos, eran totalmente
específicas. Y tenían que ver con su identidad como pueblo. 

 

Proclamamos que Nicaragua es una nación multiétinica 

 

A partir de cierto momento nosotros entendimos la realidad diferente que
había en la Costa y le dimos a la guerra en la Costa un tratamiento
distinto. En el año 1984 el gobierno emprendió negociaciones con YATAMA y
con Brooklyn Rivera, el líder de los miskitos, buscando un cese al fuego y
una discusión de sus demandas políticas. 

 

En ese contexto, el gobierno revolucionario reconoció y publicó un decálogo
de los derechos específicos de los pueblos indígenas. Fue un avance enorme
respecto de lo que había habido hasta entonces en la historia de Nicaragua.
Y lo que había habido en el resto del país era un benigno desentendimiento
de los pueblos indígenas, y a menudo una explotación brutal de las empresas,
principalmente extranjeras.

 

El reconocimiento de la cultura autóctona de la Costa Caribe fue un
resultado de mucho trabajo, de diálogo, de reuniones. Siempre mantuvimos
comunicación con algunos líderes miskitos. Finalmente, todo esto desembocó
en 1987 en el Estatuto de Autonomía y en el reconocimiento, en la
Constitución de ese mismo año, de que “el pueblo de Nicaragua es de
naturaleza multiétnica”. Hasta entonces, nos habíamos visto como un pueblo
únicamente mestizo. 

 

La autonomía no fue perfecta y posiblemente ya está agotada en la manera
como se concibió y cómo se construyó. Hoy, la realidad en la Costa es mucho
más compleja, porque ahora hay mayoría de mestizos en la Costa y vemos cómo
el gobierno actual no defiende a las comunidades indígenas ante el avance
agresivo, a veces armado, de los colonos del Pacífico. 

 

Creo que la autonomía de la Costa Caribe y el reconocimiento de los pueblos
autóctonos fueron aportes muy importantes que hizo la Revolución y que
llevaron a un cambio en la manera como nos veíamos como país. Pero, ¿fueron
un mérito del gobierno revolucionario? No sólo. Fueron también fruto del
esfuerzo y el sacrifico de los miskitos, que lucharon y resistieron y
pusieron sobre el tapete lo que nosotros ignorábamos. 

 

Las confiscaciones atentaban contra los valores campesinos 

 

La agresión multifacética que desarrolló el gobierno de Estados Unidos
contra la Revolución en Nicaragua no hubiera alcanzado la dimensión que
alcanzó si no se hubiera producido un alzamiento masivo contra la Revolución
de los campesinos del centro del país, desde el norte hasta el sur. Y esto,
a pesar de que la Revolución consideraba como sus “fuerzas motrices” a la
“alianza obrero-campesina”.

 

¿Por qué se alzó contra la Revolución una de esas “fuerzas”, por qué se
alzaron los campesinos si había reforma agraria? Voy a dar algunas posibles
razones. En primer lugar, las confiscaciones. Las confiscaciones de tierras
empezaron a afectar primero a los somocistas, después a “los allegados al
somocismo”, cuando era menos claro quién era o no allegado. Después, se
siguió confiscando por razones políticas para castigar a la gente que
colaboraba con la Contra o era un opositor activo. Estas actuaciones fueron
percibidas como arbitrariedades o abusos en una sociedad donde la propiedad
privada y el trabajo eran valores muy importantes. 

 

Además, muchos de los confiscados tenían parientes y amigos que resentían lo
que hacíamos. Recuerdo lo que me dijo una señora de Boaco en 1979, después
que le confiscaron la finca a alguien que ella conocía, con el argumento de
que había sido somocista. “¿Y por qué le confiscaron la tierra a él? -me
reclamó-. Él era somocista, sí que lo era, pero esa finca que le quitaron la
hizo con su trabajo, no se la robó a nadie ni nadie se la regaló”. Esta
mentalidad de que si uno había hecho honestamente su propiedad, tuviera una
u otra filiación política, tenía derecho a ella y era injusto quitársela,
era generalizada en las zonas rurales. Nuestras confiscaciones golpearon los
valores tradicionales de la sociedad agraria del centro del país. 

 

También influyó que las confiscaciones las ejecutaron funcionarios y
dirigentes políticos que venían de las ciudades con una visión ideológica
del campo, sin conocer la identidad de la sociedad campesina. Eso creó más
contradicciones y una incomunicación, una incapacidad de relacionarse con el
campesinado, que hablaba otro idioma, distinto al de quienes llegaron al
campo representando a la Revolución. 

 

Los tranques a los productos rurales: otra política negativa

 

Con la guerra fue agudizándose la escasez y los precios de los alimentos
fueron subiendo en las ciudades. El gobierno quiso entonces proteger a sus
bases, principalmente urbanas. Se estableció entonces una política de
precios oficiales de los productos alimenticios, producidos por los
campesinos. Se pusieron tranques en los caminos y cuando venía algún
productor con su producción para venderla en la ciudad se le quitaba el
producto, se le pagaba el precio oficial, y ese producto se vendía en las
ciudades a precios más bajos. Esta política lesionó de manera fundamental el
modo de ser, de vivir y de entender las cosas los campesinos, que rechazan
las imposiciones. 

 

Fue una política muy negativa. Se protegió a las ciudades con alimentos a
precios más bajos y eso fue positivo, pero a costa de un enorme sacrificio
para los campesinos. La producción se cayó, porque los campesinos vieron que
no les pagaban lo que valía su esfuerzo. Y al caerse la producción se agravó
el desabastecimiento. 

 

También se provocó un deterioro dramático en el nivel de vida del
campesinado, agravado por el hecho de que mientras los precios de sus
productos se mantenían bajos, los productos industriales subían de precio.
Sólo un dato del empobrecimiento que esta política provocó en las zonas
rurales: en 1978 un pantalón lo compraba un campesino con 49 libras de maíz
y una camisa con 22 libras. En 1985 un pantalón se compraba con 230 libras
de maíz y la camisa con 140.

 

Otros factores que incidieron en el alzamiento campesino fueron la presión
para formar cooperativas, el enfrentamiento con la jerarquía de la iglesia
católica, la destrucción de las redes comerciales tradicionales y el
continuo acoso en las zonas rurales. 

 

También la represión provocó la guerra 

 

Éstas son algunas de las razones del alzamiento campesino. Pero no son
todas. Estuve hace unas semanas en la Universidad de Brown, en Estados
Unidos, en un evento convocado para hacer un balance de la Revolución a 40
años de aquel acontecimiento. Y ahí un dirigente de la Contra explicó por
qué razón se había integrado él a la Contra. Y no mencionó ninguna de las
razones que he mencionado. Dijo que él se alzó con la Contra por temor. Por
temor a la represión, por temor a que lo echaran preso y lo despojaran de
sus propiedades.

 

En un contexto de guerra, la represión y los abusos tienden a multiplicarse
y si a esto agregamos el imperativo de defendernos de la agresividad y
permanente amenaza del gobierno norteamericano, que colocaba al gobierno
revolucionario en una situación de lucha a muerte por su sobrevivencia, la
vigilancia sobre el respeto a los derechos humanos se debilitó y los abusos
crecieron y sólo unos pocos de estos abusos fueron investigados y
sancionados. 

 

La sublevación campesina se encontró con la agresión de los Estados Unidos y
el resultado fue una guerra a gran escala. La guerra de los años 80 partió
al país, y llevó a centenares de miles de jóvenes, y de no tan jóvenes, a
integrarse en las unidades del Ejército Popular Sandinista o a las filas de
la Contra. 

 

Las consecuencias de aquella guerra no tienen parangón en la historia de
nuestro país. No creo que ninguna de las muchas guerras entre liberales y
conservadores que llenan nuestra historia haya producido ni la décima parte
de lo que causó la guerra de los 80: muertos, huérfanos, lisiados, gente
desquiciada de la cabeza, destrucción material en gran escala, divisiones y
odios, resentimientos… Secuelas enormes, divisiones profundas, heridas que
aún no se han cerrado y que en el contexto de la realidad actual se han
abierto nuevamente. 

 

Los cambios para corregir el rumbo llegaron demasiado tarde 

 

La guerra de los 80 no admite una interpretación maniquea, la guerra no fue
en blanco y negro. Hubo miles de gentes, tanto de la Contra como del lado
del sandinismo, que fueron a luchar convencidas de que era lo único justo y
decente que debían hacer. Unos y otros tenemos ejemplos de heroísmo
desinteresado cuya memoria honramos. En el servicio militar hubo muchísimos
jóvenes que fueron voluntariamente y jóvenes que antes de cumplir la edad se
ofrecieron para ir al campo de batalla. De un lado y de otro luchaban todos
por una Nicaragua mejor, convencidos de la justeza de su causa.

 

A partir de 1985 la Revolución hizo el intento de corregir el rumbo. Y en
base a una evaluación de la situación, el gobierno decidió implementar una
serie de cambios en las políticas que más impacto tenían en el campo. Se
ordenó suspender las confiscaciones. Se liberaron los precios de los
productos agrícolas. Se intentó desarrollar un comportamiento más político y
respetuoso de las fuerzas armadas y de las autoridades del FSLN. Y
resaltamos que esta guerra no podía verse meramente como un enfrentamiento
bélico, sino principalmente como una lucha política para conquistar el apoyo
del campesinado.

 

Fue muy difícil implementar cabalmente todos esos cambios en las dimensiones
necesarias. Y ya era muy tarde. Ya la desconfianza del campesinado con la
Revolución estaba bien clavada en la conciencia campesina. En mi opinión, ya
no había nada que pudiera superarla. 

 

Economía mixta: no definía nada 

 

Durante la Revolución hablamos de economía mixta, pero no había un modelo
coherente de económica mixta. Básicamente, entendíamos por economía mixta la
coexistencia en el país de distintos tipos de propiedad, que es lo que
ocurre en todas partes del mundo, porque en todas partes hay propiedad
pública, propiedad cooperativa y propiedad privada. 

 

Decir economía mixta era una definición de nada. No había un modelo que
explicara cómo se interrelacionaban los sectores, aunque sí se dijo que la
propiedad estatal era el corazón de la economía nacional. Eso era lo único
que estaba claro: que la prioridad de los recursos se concentraría en el
área estatal. El comercio exterior se nacionalizó, también se nacionalizó la
banca y toda la industria extractiva. También estatizamos el comercio de los
granos básicos. No había espacio en todas estas áreas para la empresa
privada. 

 

En las áreas productivas y comerciales se crearon grandes empresas
estatales: agrarias, agroindustriales, industriales y comerciales. La
empresa privada vio grandemente reducidos sus espacios y se vio obligada a
competir desventajosamente con las empresas públicas por los escasos
recursos existentes. La inversión privada casi se paralizó y la inversión en
empresas públicas, a pesar de las grandes cantidades de recursos que se le
asignaban, no pudo sustituir la pérdida de la inversión privada. 

 

El modelo económico falló por sus propias contradicciones 

 

Los gastos de la guerra iban creciendo y creciendo, eran enormes,
manteníamos grandes programas sociales y grandes proyectos económicos… y ya
no daba la cobija. No había recursos suficientes y se empezó a imprimir
dinero. Y esto generó una hiperinflación, que en su momento más alto, en
1987, llegó a ser de 56 mil por ciento en un año. 

 

A partir de 1988 hubo un cambio en la política económica. Se hizo un
esfuerzo muy grande para reducir el gasto estatal. Se liberaron los precios
de la mayoría de los productos. Se dejó que las empresas que exportaban y
producían divisas se quedaran con las divisas para que pudieran reinvertir.
Se suspendió la distribución controlada de los productos básicos. Los
cambios trataban de darle al mercado un mayor rol en la asignación de los
recursos. Todo este esfuerzo tuvo algunos efectos positivos, pero los gastos
estatales siguieron siendo demasiado grandes y muy escasos los recursos
disponibles y la inflación rápidamente volvió a agarrar fuerza. 

 

El modelo de economía mixta fue fallido por sus propias contradicciones y
por la imposición de la guerra, que gravitó en todo lo que hacíamos. La
corrección que hicimos fue insuficiente y tardía, porque ya no había
recursos para hacerla. 

 

La revolución hizo importantes transformaciones en la educación 

 

En tiempos de Somoza la educación cubría a una pequeñísima parte de los
jóvenes en edad escolar. Al triunfo de la Revolución había en Nicaragua más
de un 40% de personas analfabetas, que no sabían leer ni escribir. La
Revolución cambió eso radicalmente. 

 

Se convirtió en un eje central del gobierno impulsar la cobertura educativa,
masificar la educación, hacerla llegar a todos los que quisieran estudiar,
facilitar el acceso de la gente a la educación. Sólo un dato: en 1978 había
2,696 maestros y maestras. Y en 1988, diez años después, ya eran 19,289. Un
crecimiento tan acelerado tuvo consecuencias que afectaron la calidad de la
educación. Tantos nuevos maestros no tenían la preparación suficiente. Y
aunque se construyeron nuevas escuelas, no eran suficientes para el aumento
de alumnos. 

 

Mención aparte merece la campaña de alfabetización, un esfuerzo de toda la
sociedad, especialmente de la juventud. Más de 100 mil jóvenes se
incorporaron a la campaña de alfabetización. Muchos, de las ciudades del
Pacífico, conocieron las zonas rurales enseñando a leer a familias enteras. 

 

Fue una gesta heroica y creo que su gran impacto, además del evidente, que
tanta gente campesina aprendiera a leer y a escribir, fue el que se produjo
en la conciencia de estos jóvenes. Por primera vez muchachos y muchachas de
las ciudades conocieron de primera mano la pobreza en la que vivían los
campe¬si-nos, con los que en muchos casos establecieron lazos emocionales
que todavía a estas alturas persisten. La alfabetización tuvo impactos en el
desarrollo educativo del país y en el desarrollo de la sensibilidad y la
solidaridad de la juventud que alfabetizó. 

 

Recuerdo que en 1985 visitando una finca de café en Matagalpa me encontré
con una muchacha que estaba dando clases a un grupo de chavalos. Me dijo que
había aprendido a leer en la campaña de alfabetización y que eso le había
permitido hacerse maestra y que ésa era su vocación, lo que ella quería
hacer en la vida. Y estaba ahí, dando clases a un grupo de chavalos de tres
diferentes niveles, un multigrado. No sé si lo estaba haciendo bien, regular
o mal, pero a ella la alfabetización le cambió la vida, le dio la
posibilidad de lograr un sueño y también de hacer una contribución a la
sociedad. Es el tipo de cosas que la alfabetización dejó y que no reflejan
las estadísticas. 

 

¿Qué no estuvo bien en todo el esfuerzo educativo de la Revolución? La
politización de la enseñanza. Porque la educación fue también un instrumento
de socialización del sandinismo, donde a la par de valores muy importantes,
se promovía al FSLN como el conductor de la sociedad. Y ése fue su pecado
capital.

 

Hubo grandes avances en la salud 

 

La Revolución logró que por primera vez nuestro país tuviera un sistema
nacional público de salud. En el somocismo no había existido. Los hospitales
estaban a cargo de unas Juntas Locales de Asistencia Social. La salud
pública se veía casi como una caridad del gobierno con la gente que llegaba
a los hospitales. Esto cambió radicalmente con la Revolución, que invirtió
mucho en recursos y en capacidades. 

 

Se le dio un peso muy importante a la salud preventiva y se movilizó a la
población para que participara en diferentes actividades. La salud no fue
vista como responsabilidad exclusiva del gobierno. Miles de personas
participaban en las jornadas de salud que se hacían en diferentes períodos
del año vacunando y brindando información sanitaria. 

 

Hubo importantes resultados. Se cuadruplicó el número de profesionales
sanitarios respecto a los que había antes de la Revolución. Y las campañas
de vacunación redujeron muchas enfermedades transmisibles. Nicaragua, que
era territorio endémico de poliomielitis erradicó en 1982 la polio y desde
entonces hasta hoy no se presentaron más casos. Desde 1983 no aparecieron
epidemias nacionales de difteria y sarampión, aunque después del 90 hubo
alguna epidemia en la Costa Caribe. Y en los años de la Revolución la
mortalidad infantil fue reducida en un 50%. 

 

Las conquistas en salud y educación quedaron instaladas después de 1990 y
todos los gobiernos siguieron impulsando lo que iniciamos en los años de la
Revolución. Unos lo han hecho mejor, otros peor, pero la salud y la
educación quedaron establecidas definitivamente como derechos de todos los
nicaragüenses. 

 

Se democratizó el acceso a la tierra 

 

En el acceso a la tierra, a pesar de todas las contradicciones y
limitaciones de la reforma agraria, hubo una amplia redistribución de la
tierra, tanto en forma individual como en forma colectiva. 

 

¿Qué queda hoy de la democratización de la propiedad? Lo único que tenemos a
mano son los datos del Censo Agropecuario de 2011. El Censo dice que los
propietarios de menos de 10 manzanas poseían antes de la Revolución el 2% de
la propiedad de la tierra cultivable y en 2011 tenían el 6%. Que los dueños
de propiedades de entre 10 y menos de 50 manzanas poseían antes de la
Revolución el 11.2% y en 2011 tenían el 20%. Que los medianos propietarios
de entre 50 y 200 manzanas tenían antes de la Revolución el 30% de la tierra
y en 2011 eran dueños del 36%. Y que los propietarios de más de 500
manzanas, que tenían antes de la Revolución el 41% de la tierra, en 2011
tenían menos: el 22%. 

 

Les dejo estas ideas, un poco deshilachadas, que confío con¬¬¬tribuyan a un
necesario y postergado debate sobre la Revolución, con sus luces y sus
sombras, y con sus consecuencias para el país. 

 

Tengo la esperanza de que mis palabras hayan contribuido a entender que no
hay respuestas fáciles ni interpretaciones en blanco y negro, que las
explicaciones simplistas solamente alientan el extremismo y no nos permiten
aprender de nuestros errores para no volver a cometerlos. 

 

El Frente Sandinista es hoy una banda mafiosa 

 

Trataré de responder también a algunas preguntas sobre lo que sucede hoy en
la actualidad. ¿En qué quedó el Frente Sandinista después de 1990? 

 

El proceso de destrucción del Frente Sandinista fue gradual. Con la derrota
electoral hubo una crisis y una lucha entre dos sectores. 

 

Unos queríamos hacer la transición hacia un partido verdaderamente
democrático, que jugara con las reglas del juego electoral y que renunciara
a la violencia como arma política. Y el otro grupo, encabezado por Daniel
Ortega, plan¬tea¬ba mantener el mismo modelo, los mismos esquemas y el mismo
discurso. En el Congreso del Frente Sandinista de 1994, que yo diría fue el
más abierto y democrático que tuvimos, ganó Daniel Ortega. 

 

Su victoria reflejó que nuestra postura era minoritaria dentro del Frente
Sandinista. Los que perdimos, perdimos porque éramos minoría. Y porque
Daniel Ortega entendió la sicología de las bases sandinistas mejor que los
que queríamos un cambio. 

 

Las bases sandinistas no querían ningún cambio. Para las bases el cambio del
que hablábamos nosotros representaba más temor y más inseguridad de la que
ya sentían. La derrota electoral había representado un cambio tan traumático
para la inmensa mayoría de las bases sandinistas, que lo que buscaban era la
reafirmación de que la derrota había sido sólo un accidente histórico, pero
que el Frente Sandinista tenía la razón. 

 

Y eso lo captó muy bien Daniel Ortega y eso fue lo que hizo: responder a la
necesidad sicológica que tenía la mayoría de la gente y no a la necesidad
política que tenía el Frente Sandinista si quería evolucionar. 

 

A partir de entonces Daniel Ortega se fue adueñando del Frente Sandinista.
Hoy no es ni siquiera un partido político, porque no tiene una dirección ni
espacios de debate. Lo que queda hoy es sólo una banda mafiosa al servicio
de una familia que mantiene alianzas con otros individuos y grupos de poder
para imponerse en el poder político.

 

Daniel Ortega se consideró la representación de la revolución  

 

En los años de la Revolución, la Dirección Nacional funcionaba como un
cuerpo colegiado y entre nosotros había debates. La Dirección era también
expresión de un equilibrio de fuerzas en el que también había alianzas
internas, como sucede en todos los organismos de poder. 

 

La dirección colegiada se fue debilitando a partir de 1985, porque al ser
electo Presidente Daniel Ortega en 1984 su legitimidad de origen ya no
derivaba de que en 1979 la Dirección Nacional lo había puesto al frente de
la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. A partir de entonces su
legitimidad derivaba de que había sido electo por el pueblo, derivaba de
otra fuente de respaldo político. 

 

En 1984 nadie lo impuso como candidato, tampoco en 1990. Todos coincidimos
en que lo mejor era evitar cambios que pudieran crear conflictos o
divisiones internas. 

 

Daniel Ortega fue la figura más mesiánica de todas. Se consideraba la
representación personal de la Revolución. Esta idea fue creciendo en él y se
fue agudizando después del 90. Con esta idea, sus concepciones y sus
decisiones, cualesquiera que fueran, las veía él como las verdaderamente
revolucionarias. Y, por lo tanto, cada vez fue considerando menos importante
tener el consenso de los otros miembros de la Dirección Nacional. 

 

Yo renuncié en 1995 a la Dirección Nacional y a la militancia del Frente
Sandinista. Por diferencias que consideré insalvables. Hay algunos que
rompimos, otros se fueron desligando y al final con él quedaron Tomás Borge
y Bayardo Arce. Por cierto, Tomás Borge y Bayardo Arce eran de la tendencia
Guerra Popular Prolongada y Daniel Ortega de la corriente Insurreccional
Tercerista, de la cual ninguna figura importante lo acompaña ahora. La
mayoría de las figuras de cierta relevancia que están con él ahora vienen de
la tendencia Guerra Popular Prolongada. 

 

Los vicios de nuestra cultura política siguen presentes 

 

Daniel Ortega no ha sido el primer dictador de Nicaragua. Veníamos de una
dictadura de cincuenta años, la de los Somoza. Y antes fue Zelaya, y el otro
y el otro... La matriz autoritaria está enraizada en nuestro país. Las
tendencias autoritarias del Frente Sandinista no vienen sólo de factores
ideológicos, vienen de nuestra historia. Y si no conocemos la historia, la
volveremos a repetir. 

 

Después de la rebelión de Abril existe un riesgo si no se reconoce que el
problema de fondo que hoy enfrentamos no es sandinismo versus
antisandinismo. Muchos de los presos y de los muertos vienen del sandinismo
y entre los azul y blanco hay quienes reproducen las conductas y valores que
nos llevaron a Daniel Ortega. Hoy, el enfrentamiento es entre dictadura y
democracia, pero el autoritarismo se repetirá si no aceptamos que todos
somos portadores de antivalores, de actitudes autoritarias, poco tolerantes
a las ideas diferentes y a la crítica. Hay algunos jóvenes que creen que
porque son menores de 30 años ya están exentos de los males de nuestra
cultura política... Se equivocan. 

 

¿Cómo superar esto? Tenemos que mantener un debate permanente, es la única
forma. Tenemos que mantener la información y la reflexión. 

 Lamentablemente, los tiempos después de Abril han sido tiempos de acción y
de vísceras. Mucho activismo y reacciones muy viscerales en las que “el
malo” siempre es “el otro” y la “única verdad” es “la mía”. Y eso impide una
auténtica reflexión política, de autocrítica y de diálogo. Eso nos lleva a
la exclusión y a repetir el ciclo. 

 

Hoy es indispensable una reflexión sobre la etapa de la revolución 

 

Uno de los grandes problemas de nuestra historia es que después de una gran
crisis no sólo hacemos borrón y cuenta nueva, sino que además tapamos,
enterramos, ponemos un velo sobre todo lo que pasó antes. 

 

Después de la derrota electoral del Frente Sandinista surgieron dos
narrativas sobre la Revolución y sobre la Contrarrevolución, sobre la guerra
de los 80. Dos narrativas que nunca dialogaron entre sí. Hoy vemos el costo
de esa falta de diálogo. Y si hoy no dialogamos, si no ponemos la verdad
sobre el tapete, el riesgo de la repetición quedará vigente. No se trata ni
de venganza ni de desquite, porque tampoco eso garantiza la no repetición,
sólo profundiza los odios. 

 

Es indispensable la verdad y la justicia para poder reconstruir lo que se
perdió en Abril. Y si todos los involucrados en los crímenes contra el
movimiento azul y blanco quedan sin sanción de ningún tipo, ¿por qué razón
otros no van a repetir acciones similares sabiendo que no serán sancionados?
Si repetidas veces en la historia de Nicaragua ha habido amnistías, hasta 52
leyes de amnistía antes de la última de este año, tal cantidad es la mejor
prueba de que las leyes de amnistía no resuelven la necesidad de
reconciliación y de justicia entre los nicaragüenses. 

 

Creo que una Comisión de la Verdad, o varias Comisiones, son indispensables.
También creo indispensable una reflexión sobre el período de la Revolución,
sobre las conductas y los comportamientos de quienes la dirigimos, porque
veo a algunos sectores de la oposición azul y blanco repitiendo las mismas
conductas que nosotros tuvimos.

 

Creen que basta con rechazar a Ortega y con descalificar a los que pasamos
por el sandinismo. No entienden que, por razones culturales e históricas,
todos somos portadores del vicio del sectarismo. En mi partido, el MRS,
hemos hecho una permanente y profunda reflexión sobre muchas de las
características de la cultura política que nos llevaron a Somoza, que nos
llevaron al Frente Sandinista y que nos han llevado a Daniel Ortega.

 

No puedo negar que yo estuve ahí...

 

Finalmente, la reflexión y el balance sobre la Revolución es siempre también
un balance personal. Porque yo no puedo negar que yo estuve ahí, aunque en
1995 me separé y desde 2005 hasta el día de hoy he estado activo en contra
de esta dictadura. 

 

Yo soy el de antes del 79, el joven idealista comprometido con dar la vida
por la Revolución? ¿O soy el de los 80… y en qué momento de los 80 soy? ¿O
soy el de los 90 o el de 2005? ¿O soy el de ahora? Soy todos, con mis
contradicciones, con mis motivos de orgullo y también con la responsabilidad
por las cosas que hice o dejé de hacer. 

 

Para mí la revolución fue un sueño. Yo me metí a luchar por la Revolución
sin ninguna certeza de que la iba a ver. Muchos murieron en el camino y casi
como una sorpresa me tocó a mí el ver la culminación de nuestra lucha… El
triunfo fue una sensación embriagadora después de años en la clandestinidad,
sufriendo tremendas restricciones, dificultades, peligros… Fue una
borrachera, que aumentaba cuando uno veía a miles y miles y miles de
personas movilizadas con el mismo sueño. 

 

Y ya logrado el sueño, si bien había cosas malas, sentía que esas cosas
malas no negaban la esencia de lo que era la Revolución, porque en todas las
sociedades hay cosas malas, en todas hay corrupción. También las había en el
gobierno y en el Frente Sandinista, pero esas cosas malas no justificaban
romper con la Revolución o pasarse al bando de la contrarrevolución. 

 

¿Pudo haber sido de otra manera? 

 

Pensábamos que la Revolución era perfectible, que podía mejorarse, que podía
perfeccionarse. Y entendíamos también, y esto ya por razones de visión
ideológica y política, que toda revolución genera una contrarrevolución, que
la revolución tiene que pararse firme para no ser arrastrada por las fuerzas
contrarrevolucionarias… Todo eso era el modelo ideológico y político que
teníamos en nuestras cabezas. 

 

Era en ese contexto que veíamos el cierre de los espacios políticos, la
censura de prensa y la represión como armas en una lucha a muerte y en
desventaja... No me estoy justificando. Hoy pienso que no todo tenía que
haber sido como fue, que hay cosas importantes que pudieron haber sido
diferentes. Pero así lo veíamos en aquel momento. 

 

En mi caso personal, antes ya de las elecciones del 90, yo venía acumulando
una cierta frustración. Veía lo que se había logrado hacer en diez años y se
me quedaba muy por debajo de lo que había sido el sueño y el ideal que
teníamos. Y me preguntaba si podía haber sido de otra manera, si eso era
posible, si lo que habíamos vivido no era una circunstancia particular, sino
más bien una ley de la historia, el costo a pagar por una revolución como la
nuestra, en un contexto mundial totalmente adverso, con el triunfo de
Estados Unidos en un mundo unipolar. 

 

En 1990 yo sentí que se habrá una posibilidad distinta 

 

Con la derrota de 1990 yo me percaté de que los cambios en los
comportamientos de las personas no se pueden hacer por la fuerza. Que las
transformaciones sociales que se hacen por la fuerza son también
reversibles. Porque no están asentadas en la conciencia de la gente. Y me
decía que en un contexto democrático es diferente: primero hay que cambiar
la conciencia de la gente para después poder lograr los resultados
políticos. Había sido distinto con la Revolución: primero se produjo el
cambio político y después aspiramos a que la gente moldeara su conciencia a
esos cambios que estábamos haciendo desde el poder. 

 

Cuando se produce la derrota electoral del Frente en 1990 yo sentí
personalmente que se abría una posibilidad distinta: que si la Revolución
por sus caminos no había logrado lo que alguna vez soñamos, se abría otro
camino por el que había que transitar para seguir tratando de lograr lo
mismo de otra manera. 

 

Surgieron entonces determinados valores que vienen de mi formación personal,
de mi familia, de mi militancia por un tiempo en las filas de la iglesia
popular, valores que habían pasado a un segundo plano y que fueron
soterrados o disminuidos por el tsunami de la Revolución y por la idea de
que la Revolución era tan grande que todo lo justificaba. 

 

Eso me llevó a entrar en conflicto, primero conmigo mismo y luego dentro del
Frente Sandinista, y después a romper en el año 1995 con la organización de
la que formé parte casi por 25 años. Y hoy me siento a gusto, a pesar de que
entonces estaba en el poder y hoy estoy en la llanura.

  _____  

 

"Esta dictadura desgraciada es la antítesis más horrible"

 

Dora María Téllez y Henry Ruiz analizan para Infobae los 40 años de la
revolución sandinista en Nicaragua y cómo se llegó a la dictadura de Daniel
Ortega.  

 

Fabián Medina Sánchez, desde Managua

Infobae, 10-7-2019

https://www.infobae.com/

 

Hace 40 años Dora María Téllez era una muchacha de 23 años. No era la
muchacha común que sale con su novio, va a discotecas o se reúne para
estudiar con sus compañeros de universidad. Téllez era a esa edad una
comandante guerrillera del Frente Sandinista, jefa militar de unos 3000
hombres y mujeres, dirigía el Frente Occidental y el 19 de julio de 1979
avanzaba con parte de su tropa hacia Managua donde al día siguiente
celebrarían el triunfo de la revolución sandinista.

 

El 19 de julio de 1979 una insurrección popular, encabezada por el
movimiento guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN),
derrocó la dictadura de Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua, e instaló
durante diez años un gobierno revolucionario que llevó al país a otra guerra
civil.

 

"Lo que queda de esa revolución es la conciencia ciudadana. Todo el resto ha
sido desmantelado por la dictadura de los Ortega Murillo", dice ahora Téllez
desde el lugar donde se esconde por temor a las represalias de sus antiguos
compañeros de armas.

 

Henry Ruiz es otra leyenda del sandinismo. Se le conoció como "Comandante
Modesto", fue uno de los nueve todopoderosos comandantes de la Direcciona
Nacional del Frente Sandinista y un guerrillero considerado mítico por los
muchos años que pasó enmontañado.

 

Para Ruiz, lo de ellos fue una revolución que se quedó en el intento.
"Nosotros no derrotamos al somocismo. La doctrina no la derrotamos", dice
retirado ya de la vida política. "La revolución era para acabar con el
somocismo. (Pero) Fuimos condescendientes con la corrupción que se daba en
el gobierno, con el culto a la personalidad. Sobre el somocismo se montó el
orteguismo. Daniel Ortega es un producto de lo que no fue la revolución".

 

Ambos ex guerrilleros señalan sin embargo lo que llaman "logros de la
revolución". Para Dora María Téllez, quien fue ministra de salud en los años
80, un sistema de salud que abrió las puertas a todos y una Constitución
Política "amplia en derechos políticos y sociales"; para Ruiz, la
universidad pública y la Cruzada de Alfabetización que redujo drásticamente
el analfabetismo en Nicaragua.

 

La democracia no estaba entre esos logros. "Curioso que no se usara esa
palabra porque estábamos muy influidos por unas ciertas ideas políticas que
miraban la democracia como pecaminosa a pesar que en los fundadores de la
teoría revolucionaria es una palabra abundante", dice Ruiz.

 

Para Téllez, quien además tiene una maestría en Historia, es muy temprano
para valorar si la revolución le hizo mal o bien a Nicaragua. "No es si hizo
mejor o peor, es que la dictadura de los Somoza no dejó ninguna opción,
ninguna posibilidad de resolver el problema de la dictadura de otra manera.
Si hubiese habido esa posibilidad seguramente la hubiera tomado el pueblo
nicaragüense, los jóvenes de aquella época la hubiésemos tomado. La lección
más importante, y lástima que haya gente que simplemente no la aprendió, es
que eso sucede si la puertas se cierran para una generación cuya tradición
es que los problema de esa naturaleza se resuelven por la vía armada".

 

La ex guerrillera ve una conexión entre el espíritu que animó a la
generación que derrocó a Somoza hace 40 años, con los jóvenes que iniciaron
una rebelión cívica contra el régimen de Ortega desde abril del año pasado.
"Lo que está planteando la inmensa mayoría de jóvenes que han participado en
esta rebelión no es que haya un simple cambio de gobierno. Están demandando
una sociedad con inclusión, una sociedad con oportunidades, con derechos
ciudadanos, donde no sean los grupos pequeños de poder los que decidan todo
lo que sucede en Nicaragua, al margen de los derechos del resto".

 

A Téllez no le extraña que el régimen de Daniel Ortega, uno de los
principales líderes de aquella revolución se parezca tanto a la dictadura de
Somoza. "No es inusual que líderes revolucionarios se conviertan en lo que
era su oponente", dice. "Es el mismo fenómeno que sucede con hijos de padres
violentos. Hay gente que se queja de que su papá lo mal mataba y termina mal
matando a su hijos. Es el fenómeno de la reproducción de modelos. Daniel
Ortega escogió el camino de reproducir el modelo de la dictadura de los
Somoza, que es un modelo de pactos, de prebendas, de clientelismo político,
de corrupción, de alineamiento institucional y un modelo de subordinación
del Ejército y la Policía".

 

Henry Ruiz reconoce que la revolución que impulsaron "hizo aguas". La prueba
del fracaso, dice, es la derrota electoral que sufrió el sandinismo en
febrero de 1990 cuando doña Violenta Barrios de Chamorro derrotó a Daniel
Ortega. Y lo demuestra, agrega, "esta dictadura desgraciada (la de Ortega)"
que a su criterio es "la antítesis más horrible" de aquella revolución que
quisieron impulsar en los años 80.

 

De aquel Frente Sandinista que impulsó la revolución "solo queda el
esqueleto", dice Dora María Téllez. "Fue totalmente parasitado por el
orteguismo y prácticamente despareció como partido político. Se transformó
en un instrumento de la familia Ortega Murillo. Ya no existe".

 

Téllez cree que el Frente Sandinista deberá responder en algún momento por
su participación como institución en la represión contra la rebelión de
abril de 2018, que hasta ahora deja más de 300 muertos, según datos de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

 

"Las casas del FSLN fueron usadas como sede de paramilitares, como cárceles
clandestinas y como centros de torturas. Hay fotografías, evidencias,
testimonios abundantes. Hay un involucramiento del Frente Sandinista como
institución en la represión paramilitar", dice.

  _____  

 

Entre la revolución y la dictadura 

 

Mónica Baltodano *

Brecha, 19-7-2019

https://brecha.com.uy/

 

Al cumplirse 40 años del triunfo de la revolución popular sandinista, no
puedo obviar los sentimientos encontrados que me embargan como protagonista
e historiadora de aquella gesta que puso fin a la dictadura de Somoza. Por
estas fechas siempre vienen a nuestra mente los miles de héroes populares y
mártires de los años setenta, algunos de ellos entrañables, como mi hermana
Zulema, asesinada a sus 16 años. Estos sentimientos se entrelazan con las
ceremonias y los actos religiosos con los que en estos días honramos a los
cientos de asesinados hace apenas un año, esta vez por la dictadura
orteguista, encabezada por quien fue uno de los protagonistas de aquella
gesta contra el somocismo.

 

Mientras la dictadura de Ortega aparenta alegría en sus celebraciones de los
40 años y se adueña impositivamente de los símbolos de aquella heroica
hazaña, la inmensa mayoría de sus participantes, comandantes de la
revolución, guerrilleros, combatientes populares y gente del pueblo que se
incorporó masivamente a la insurrección final, repudia el orteguismo, sus
atrocidades y la represión desatada, que incluye –según las conclusiones de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos– crímenes de lesa humanidad
contra el pueblo nicaragüense.

 

El baño sangriento que sufrió la población, que se agrandó aún más con la
operación Limpieza, entre junio y julio de 2018, se perpetró enarbolando
cínicamente a los cuatro vientos la bandera rojinegra; con gritos de
“¡patria libre o morir!”; con el argumento de que se defendía la segunda
etapa de la revolución y vistiendo, los criminales, camisetas de Sandino y
el Che. Ex combatientes de los años setenta, hasta entonces resentidos por
el abandono del dictador y del partido, fueron urgentemente llamados al
“combate”, con los consabidos ofrecimientos. Mezclados con policías y con
militares retirados, antiguos revolucionarios realizaron su labor mortífera
disparando a matar contra jóvenes osados que lanzaban piedras y morteros de
feria desde las barricadas de las ciudades, contra estudiantes atrincherados
en las universidades, y contra los tranques de campesinos y pobladores
rurales, casi en su totalidad ciudadanos desarmados.

 

El levantamiento de abril del año pasado no era una insurrección armada,
como lo fue el de hace 40 años. En ambos casos, sin embargo, fue evidente la
masiva participación popular. La de aquel entonces derivó en el triunfo del
19 de julio. La sublevación pacífica del presente, reprimida a muerte,
aguarda por una segura victoria sobre el nuevo tirano.

 

La masacre emprendida por Ortega incrementó el repudio a la dictadura, que
en una parte de la población se ha expresado como rechazo a todo lo que
huele a sandinismo. Como cucarachas oportunistas, aparecieron incluso
antiguos somocistas para sentenciar: “Nosotros teníamos razón, y por eso
queríamos exterminar a los sandinistas”.

 

Como si fuera poco, en Estados Unidos, los viejos halcones que ahora
asumieron importantes cargos en la administración de Trump se han encargado
de crear más confusión al incluir el régimen como parte de los países
comunistas, de la “tríada del mal”. Y algunos lo creen, desde la ingenuidad
o desde el oportunismo. Ortega nunca ha sido ideológicamente un comunista y
su gestión desde que volvió al gobierno en enero de 2007 ha sido la de un
paladín del capitalismo y del libre mercado, de las facilidades a las
trasnacionales, del brutal extractivismo, de la explotación de los recursos
naturales y de la privatización de toda la riqueza pública.

 

Tanto así que sus principales aliados durante los últimos 11 años, y hasta
el estallido social de abril, eran los banqueros, los principales
empresarios del país y las dirigencias del Consejo Superior de la Empresa
Privada. Juntos venían gobernando, incluso dándole rango constitucional a su
“modelo de alianzas”. Ortega al frente del Estado garantizaba estabilidad
social y oportunidades para hacer negocios y enriquecerse como nunca, tanto
él como sus socios del gran capital. Ortega como caudillo armonizaba su
proceder neoliberal con paliativos sociales de corte clientelar y
sostenimiento de su base electoral. Algunos intelectuales de derecha
llegaron a calificar esos manejos como “populismo responsable”.

 

Ciertos sectores de la izquierda institucional en Europa y América Latina, y
algunos nostálgicos, quisieron creer el cuento de que Ortega sigue siendo un
revolucionario, y que su retorno al poder era el regreso del proyecto
enarbolado en 1979. Estos sectores asumieron irresponsablemente el cínico
relato del orteguismo que argumenta que la sublevación popular es un
tenebroso “plan del imperialismo”. En desprecio a la ética de los verdaderos
revolucionarios, hay quienes mantienen esa posición aun después de la
matanza que dejó cientos de muertos, miles de heridos y mutilados, así como
más de 70 mil refugiados políticos. Se siguen asumiendo estas posturas a
pesar de que fue demostrado el uso generalizado de la tortura, la violación
sexual a hombres y mujeres, y tratos crueles a los miles que fueron
capturados. Por lo menos 800 de ellos fueron mantenidos en prisión largos
meses en régimen de máxima seguridad y totalmente aislados, sin derecho a la
defensa, acusados de terrorismo y de cualquier tipo de delitos, sin
sustentación alguna.

 

Ingenuidad, desconocimiento, oportunismo, desfachatez son algunos de los
términos que se pueden aplicar a quienes califican la sublevación popular
como un plan de la Cia. Todos sabemos que las grandes sublevaciones de las
multitudes –como las que se vivieron en Nicaragua durante meses– no se
pueden inventar, y cualquier persona medianamente informada sabe
perfectamente que, hasta el 18 de abril, las relaciones de Ortega con
Estados Unidos eran de lo mejor. No podía ser de otra manera, pues
privilegió todas las políticas de libre mercado: los tratados de libre
comercio, las facilidades para las maquilas y las concesiones sin
condiciones al capital extranjero. Además, aplicó con mano dura las
políticas migratorias gringas, y por la frontera sur de Nicaragua no se
colaba nadie que pudiera tener planes de emigrar a Estados Unidos. Ortega
convirtió los límites nicaragüenses en el deseado muro de Trump. Igualmente,
el orteguismo autorizó la presencia militar estadounidense y la acción de la
Dea en nuestro país con el pretexto del combate a la narcoactividad. Por
todo ello llevó a Nicaragua a obtener las mejores notas del Fmi, el Banco
Mundial y el Bid. Las relaciones de los últimos 11 años con Estados Unidos
fueron de las más cordiales, basadas en el principio de que lo que importaba
era lo que el gobierno nicaragüense verdaderamente hacía, no lo que
aparentaba hacer, y menos lo que ocasionalmente decía.

 

Así las cosas, de izquierda a Ortega sólo le quedaba la palabrería
ocasional; la manipulación retórica de la historia; su inscripción en el
Alba y sus oportunistas relaciones con el gobierno venezolano, con el que
firmó un jugoso negocio con evidente rentabilidad para su patrimonio
familiar. Sin olvidar, desde luego, sus vínculos personales con una parte de
la vieja guardia de la revolución cubana. Al tiempo que esto ocurría, para
una parte importante de los nicaragüenses, en particular para las nuevas
generaciones, el gobierno de nuestro país se convirtió en una criminal
dictadura “de izquierda”, una “dictadura sandinista”.

 

¿Cómo pudo ser que una revolución que despertó tanta admiración y esperanzas
terminara desfigurada, repudiada por la mayoría del pueblo? ¿Cómo mutó el
rostro de aquella lucha hasta adquirir las facciones monstruosas de una
dictadura personalista, sangrienta y criminal? Para responder a esta
pregunta es necesario discriminar distintas valoraciones. Para un sector de
la derecha, los sandinistas y la gente de izquierda son criminales per se.
Se trata mayoritariamente de los somocistas vencidos en 1979. Muchos se
integraron después a la contrarrevolución. Pero a 40 años, una parte de
ellos terminó aceptando al Ortega del presente y sus miembros se
convirtieron en socios en múltiples negocios, en diputados del frente
sandinista, en embajadores y hasta uno de ellos en vicepresidente del propio
Ortega. Aunque cueste creerlo. Ahí están los hechos irrefutables. Somocismo
y orteguismo terminaron abrazándose.

 

La revolución de 1979 fue posible porque después de 20 años de combate el
Frente Sandinista de Liberación Nacional (Fsln), de Carlos Fonseca, logró
sumar a la mayoría del pueblo a una estrategia de lucha político-militar.
Después de respaldar durante más de cuarenta años al régimen de Somoza, la
administración estadounidense se sumó a regañadientes a las presiones de la
comunidad internacional, que, escandalizada con los crímenes de lesa
humanidad del somocismo, apoyó la heroica resistencia del pueblo. Somoza
salió a la desbandada por una insurrección popular tras evadir
reiteradamente las salidas negociadas que le propusieron desde la Oea.

 

Los detractores de las revoluciones y las sublevaciones populares olvidan
que estas no son el resultado de actos voluntariosos, maquiavélicos o
morales. Las revoluciones son posibles porque son necesarias. En el caso de
Nicaragua, la situación para el pueblo era ya insostenible, no sólo por la
represión, sino porque urgían transformaciones inaplazables. En primer
lugar, era necesario restaurar el derecho a la vida y la libertad, los
derechos civiles básicos, como la libre organización y la libertad de
pensamiento, pues el poder, las organizaciones somocistas y el sindicalismo
blanco tenían asfixiada a la sociedad. También urgía la democracia, pues
había sido reducida a elecciones fraudulentas y pactos entre políticos
corruptos.

 

Pero también formaban parte de los móviles de la revolución y de su programa
la concentración brutal de la tierra en pocas manos –urgía una verdadera
reforma agraria–, las inequidades sociales, la extrema pobreza, el
obscurantismo. El país se había convertido en una hacienda de los Somoza. La
recuperación de la soberanía era esencial, pues había sido entregada a
Estados Unidos. El programa histórico del Frente Sandinista buscaba también
la integración económica y social de todos los habitantes del país, en
particular de las poblaciones originarias y afrodescendientes del Caribe
nicaragüense, y la abolición de la “odiosa discriminación que ha sufrido la
mujer con respecto al hombre”. En esas direcciones se comenzó a trabajar.

 

Ya se sabe que la presidencia de Reagan (1981-1989) inauguró una escalada de
agresiones de Estados Unidos contra la revolución, a la que consideró de
manera oficial como un peligro para la seguridad nacional de su país. Así,
la Nicaragua revolucionaria, extremadamente frágil en lo económico, tuvo que
resistir durante casi una década la guerra “de baja intensidad” de los
halcones de la revolución conservadora que en el plano global encabezarían
el mismo Reagan y Margaret Thatcher.

 

La revolución fue derrotada políticamente en 1990 como resultado de la
combinación de un conjunto de factores. Aquí sólo enunciamos los más
relevantes: la guerra de agresión imperialista que organizó la
contrarrevolución, con el resultado de miles de muertos; los actos brutales
y criminales de ambos bandos, y el servicio militar obligatorio, que sembró
el descontento en las familias. Bloqueada y asfixiada, la revolución se
volvió inviable económica y socialmente. La dirigencia revolucionaria, por
soberbia o por inexperiencia, no fue capaz de definir colectivamente su
rumbo. Se recurrió, entonces, a medidas de excepción, afectando la libertad
de expresión, persiguiendo opositores y confiscando sus bienes. También
operaron el atraso cultural del pueblo y el poco desarrollo ideológico de la
dirección y la militancia sandinistas, las silenciosas disputas por el
liderazgo personal en la dirección colegiada y la coyuntura internacional
marcada por el colapso del campo socialista, al que Nicaragua terminó
alineada.

 

Con la derrota, renació y rebrotó el pasado. Para muchos dirigentes la
utopía había llegado a su fin y, por tanto, sólo quedaba la realpolitik y el
ajuste pragmático a los nuevos tiempos. El Frente Sandinista comenzó a
desfallecer, a diluirse en repartos de poder, en los grandes negocios de la
cúpula orteguista, en los pactos con políticos corruptos, en la sumisión
fanática a la economía del capital, en la obediencia ciega al caudillo y su
mujer, únicos en decidir sobre puestos, prebendas y salarios. Ortega
privatizó al Fsln hasta convertirlo únicamente en la casilla electoral del
orteguismo.

 

Pero los ideales de la revolución popular de 1979 no han sido derrotados
para siempre. Sandino, Fonseca y las nuevas ideas libertarias resurgen ya en
lo mejor y más combativo de las nuevas generaciones, porque, hoy como ayer,
se vuelve necesaria para toda la nación la derrota de esta nueva dictadura. 

 

* Comandante guerrillera sandinista, ex ministra de Asuntos Regionales de
Nicaragua y ex integrante de la Dirección Nacional del Fsln.

  _____  

 

Las herramientas políticas del régimen

 

Oscar-René Vargas

San José, Costa Rica, 16-7-2019

 

1. Ante nuestros propios ojos, la democracia imperfecta de los años
1990-2006 fue suplantada, a partir de 2007, por la autocracia de
Ortega-Murillo que hizo añicos a todos los partidos políticos tradicionales
y las leyes. Hoy la burguesía tradicional y la vieja oligarquía no gobiernan
directamente; están sometidos a Ortega-Murillo y a sus bandas armadas.

 

2. No obstante, la clase dominante tradicional permanece intacta, ya que ha
mantenido y fortalecido todas las condiciones de su hegemonía económica. Al
expropiar políticamente a la clase dominante tradicional, de manera parcial,
Ortega construyó su régimen dictatorial.

 

3. La clase dominante tradicional aguantó al régimen dictatorial porque lo
necesitaba para obtener ganancias extraordinarias. La hegemonía de la clase
dominante tradicional está en peligro, pero no ha desaparecido. Ahora
presionada, trata de recuperar la estabilidad económica para recobrar su
tasa de ganancia.

 

4. Los privilegios materiales de la nomenclatura gubernamental han crecido
como la espuma. La nueva oligarquía devora, derrocha y roba una porción
considerable de la renta nacional. Ocupa en la sociedad una posición
privilegiada, no sólo porque goza de prerrogativas políticas y
administrativas, sino, además, de enormes ventajas materiales y económicas.
Su administración le cuesta muy cara al país.

 

5. Para decirlo de manera sencilla, en la medida en que la nueva oligarquía
le roba al pueblo y lo hacen de distintos modos, estamos frente al
parasitismo social a gran escala. Por sus rasgos de parasitismo, la nueva
oligarquía se asemeja al lumpen social que impide el desarrollo de la
nación.

 

6. El ulterior crecimiento desenfrenado del parasitismo de la nueva
oligarquía condujo, inevitablemente, a la detención del crecimiento social,
político y cultural, a una crisis social y al hundimiento de toda la
sociedad.

 

7. La nueva oligarquía parasitaria, para mantenerse en el poder, ha
permitido el surgimiento de un sector social: la mara paramilitar y policial
que roba, reprime y asesina con impunidad.

 

8. La camarilla parasitaria de la nomenclatura gubernamental tiene todos los
vicios de la clase dominante tradicional, sin tener ninguna de sus
“virtudes”: estabilidad orgánica, ciertas normas morales, leyes que
funcionan, etcétera.

 

9. Como sabemos, las raíces sociales de la nueva oligarquía parasitaria
están implantadas en sectores populares, como herencia de la revolución
social de los años ochenta; por lo tanto, goza de su apoyo activo, o por lo
menos de su tolerancia.

 

10. En el futuro inmediato, el régimen enfrentará conflictos internos con el
incremento de la contracción económica y sus negativos efectos sociales, y,
de esta contradicción, se descompondrán también sus propias filas. Es decir,
la organización política del régimen se desarreglará más y más, a medida que
la recesión se profundice, y, en la misma medida, el régimen recurrirá a las
herramientas políticas que tiene a mano: los partidos comparsas y las bandas
armadas.

 

11. La crisis sociopolítica revela con notable claridad que el régimen
Ortega-Murillo utiliza diferentes herramientas políticas. Los partidos
comparsas es una de sus herramientas, los paramilitares es otra. Los ponen
en movimiento de acuerdo a sus necesidades, algunas veces contraponiéndolos
unos a otros; otras veces combinándolos. Luchar contra la dictadura
aliándose a los partidos comparsas, es lo mismo que hacerle el juego a la
dictadura.

 

12. Para Ortega-Murillo la política interna está relacionada con la política
internacional. Para ellos, la lucha por la preservación del poder pasa por
la derrota de las fuerzas sociopolíticas internas, con el objetivo de
disminuir la presión internacional.

 

13. Por lo tanto, los problemas políticos internos los quieren resolver con
el accionar de las bandas armadas y con la neutralización de la Alianza
Cívica en las negociaciones. Por eso trabajan, de manera ininterrumpida e
infatigable, en ambas direcciones.

 

14. El ejército es la quintaesencia de un régimen, no porque exprese las
“mejores cualidades”, sino porque refleja más sus tendencias positivas y
negativas con respecto a la sociedad. Cuando las contradicciones y el
antagonismo del régimen llegan a agudizarse de un modo determinado, éstos
comienzan a minar al ejército —el órgano más disciplinado del régimen— y a
fisurarlo por las contradicciones internas, siendo esto un claro indicio de
la intolerable crisis de la sociedad misma.

 

15. Desde el momento en que el régimen logró aplastar toda manifestación
pública de los ciudadanos por el accionar de los paramilitares,
parapoliciales y las bandas armadas con la “neutralidad” cómplice del
ejército, Ortega logró transformar al ejército en un instrumento de su
propio dominio. El ejército ha sido transformado en un instrumento de
defensa de los privilegios de la nomenclatura.

 

16. Sin embargo, las cosas no se detuvieron ahí. La lucha entre la estrecha
camarilla militar pro-Ortega y los militares con mayor independencia,
autoridad y talento, dedicados a los intereses genuinos de la institución
castrense y el respeto de las leyes, condujo a la decapitación de los
militares democráticos y no incondicionales a Ortega. Es decir, el régimen,
por mantenerse en el poder, subordinó a la policía y degradó al ejército.

 

17. La nomenclatura en el poder, comenzando por Ortega, se ha depravado a
través de la impunidad, la falta de control, la corrupción y la represión.
En sus discursos encontramos, a cada paso, no solamente contradicciones
políticas sino también deformaciones de los hechos, por no hablar de las
mentiras, de la superficialidad y de las repeticiones. El régimen entró,
definitivamente, en una etapa de descomposición y decadencia.

 

18. En el curso de los últimos años, Ortega ha llegado a ser, en el sentido
absoluto, el “capo supremo” de la nomenclatura parasitaria gubernamental. No
permite el más ligero disenso interno porque no es capaz de defender su
política con un solo argumento convincente. Está obligado a estrangular
desde su nacimiento cualquier desacuerdo dirigido contra su despotismo, su
nepotismo y sus privilegios, y a proclamar que cualquier desacuerdo es
traición y falsedad.

 

19. La agudización de la recesión económica y la presión internacional
pueden crear las condiciones para que el régimen y los poderes fácticos
lleguen a un arreglo de cualquier tipo entre ellos; aprobando leyes
especiales, más toda clase de medidas y toda clase de censuras
“democráticas” para asegurar el pacto.

 

20. La actual estructura política del régimen dictatorial no va a entregar
el poder, hay que quitárselo. Para evitar la catástrofe social y económica
hay que estrangular políticamente al régimen. Cualquier otro método será una
ficción, una ilusión, una mentira.

 

21. No se puede escapar de las trágicas situaciones históricas por medio de
triquiñuelas, frases huecas o piadosas mentiras.

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