Argentina/ ¿Hacia un kirchnerismo herbívoro? [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jun 12 17:18:26 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

12 de junio 2019

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Argentina



¿Hacia un kirchnerismo herbívoro?



¿Cómo leer la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de ocupar la
candidatura vicepresidencial y colocar a la cabeza de la fórmula a un
«dialoguista»?. El gobierno de Mauricio Macri estaba mejor preparado para
combatir a una Cristina «carnívora» que a su nueva versión «herbívora». Y,
al mismo tiempo, un sector importante del kirchnerismo también prefería la
versión jacobina de la ex-presidenta, rodeada de más mística
nacional-popular.



Pablo Stefanoni *

Nueva Sociedad, junio 2019

https://nuso.org/articulo/



Cristina Fernández de Kirchner volvió a patear el tablero político: el
sábado 18 de mayo, en un cuidado video distribuido en Twitter, anunció que
competirá en las elecciones de este año como candidata…a la Vicepresidencia.
Pero la sorpresa no quedó ahí: no eligió como cabeza de fórmula a un
incondicional sino a una figura moderada, «dialoguista» y más cercana al
poder económico, con quien estuvo incluso distanciada durante una década. Se
trata de Alberto Fernández, el jefe de gabinete de la primera etapa del
kirchnerismo. Con esto, la ex-presidenta volvió a ocupar la centralidad del
tablero y obligó a sus adversarios a redefinir sus estrategias, se mostró
«humilde» al renunciar a la candidatura y «abierta» al elegir a alguien que
no dudó en criticarla públicamente.



***



La Argentina de hoy es muy diferente de la que imaginó Mauricio Macri cuando
a fines de 2015 asumió el poder como líder de un partido de centroderecha
particularmente exitoso para romper el bipartidismo y hacerse con el poder.
Propuesta Republicana (PRO) hace alarde de sus visiones pospolíticas, exalta
el emprendedorismo y tiene un discurso que parece estar a tono con las
nuevas sensibilidades sociales en la era de la autoayuda y el capitalismo
new age.



Hasta ahora, en Argentina la derecha había llegado al poder por la vía de
los golpes de Estado o, en los años 90, subida al carro del peronismo
neoliberal de Carlos Menem, que incorporó al gobierno a figuras emblemáticas
del liberalismo conservador argentino antiperonista. Pero esta vez, a través
de la alianza Cambiemos con la antigua Unión Cívica Radical (UCR), Macri,
ex-jefe de Gobierno de Buenos Aires y ex-presidente del club Boca Juniors,
puso en pie una derecha capaz de ganar elecciones en el marco del juego
democrático, e incluso de conquistar bastiones electorales peronistas. Su
discurso se centró en la «pesada herencia» del kirchnerismo –que en sus
últimos años tuvo sus peores resultados económicos– y en un clivaje
república versus populismo que resultó muy eficaz en la campaña electoral
dirigida por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba.



Macri intentó una vía económica gradualista que evitara el ajuste liberal
ortodoxo. Pero el fracaso de esa estrategia arrojó el país a las manos del
Fondo Monetario Internacional (FMI) y de las políticas de «déficit cero». La
paradoja fue, en todo caso, que el fracaso macrista no fue causado por la
movilización popular sino por el dictamen negativo de los «mercados». Así,
lo que parecía una reelección segura de Macri en 2019, sobre todo luego de
la victoria oficialista en las elecciones de mitad de término de 2017, se
transformó en pura incertidumbre.



Aunque en la campaña el actual presidente había considerado que bajar la
inflación era lo más fácil del mundo (sic), el país terminó en 2018 con una
inflación superior a 40% y el valor del dólar pasó de 10 a 46 pesos entre
2015 y 2019, en un contexto crecientemente recesivo y de aumento de la
pobreza. La promesa de un «país normal» finalmente alejado del populismo
–tanto en sus dimensiones económicas y políticas como culturales– e
integrado al mundo de los países respetables se derritió en un contexto de
crisis, caída de la imagen presidencial y pesimismo sobre el presente y
sobre el futuro. Si bien llama la atención el clima de calma social en un
país en el que las crisis económicas suelen activar rápidamente la protesta
social, lo cierto es que las penurias económicas comenzaron a tener efectos
en las encuestas, y Cristina Fernández de Kirchner volvió a ocupar una
posición expectante.



***



En 2015 Fernández de Kirchner dejó el poder con la Plaza de Mayo llena de
simpatizantes que la despidieron con la consigna «Vamos a volver». Había
gobernado, junto con Néstor Kirchner, durante 12 años después de la profunda
crisis política y económica de 2001. A diferencia de otros gobiernos de la
«marea rosada», que surgieron de nuevos partidos, el kirchnerismo emergió
del peronismo, el movimiento creado por Juan D. Perón en los años 40,
caracterizado por su ideología gelatinosa pero al mismo tiempo capaz de
construir una identidad popular perdurable. Si bajo Carlos Menem en los años
90 el peronismo abandonó la tradición keynesiana y abrazó las políticas
neoliberales, con Néstor Kirchner y Cristina Fernández recuperó un discurso
que mezcló peronismo tradicional con la «transversalidad» hacia el
progresismo no peronista y atrajo incluso a ex-adherentes de la izquierda
socialista y comunista. Pero sobre todo recuperó de manera sentimental y
moderada la tradición del peronismo de izquierda de los 70 –finalmente
desautorizado y combatido por el propio Perón–, que incluyó a grupos armados
que buscaban radicalizar el peronismo en una dirección socialista.



El kirchnerismo tuvo varios momentos. Néstor Kirchner ganó en 2003
prometiendo un «país normal», y su gestión económica logró crecimiento y
superávit fiscal y promovió una política de desendeudamiento (pagó incluso
la deuda con el FMI). Ya durante la presidencia de Cristina Fernández de
Kirchner, el conflicto con las patronales agrarias, que rechazaron la
reforma impositiva promovida por el gobierno, fue un punto de inflexión.
Aunque el gobierno perdió esa batalla, construyó sobre esa derrota una
victoria moral y alentó una épica política sostenida sobre el viejo clivaje
«pueblo versus oligarquía», con un notable apoyo en el mundo de la cultura.
Y finalmente, la muerte de Néstor Kirchner en 2010 insufló una dosis de
mística que proyectó al cristinismo en una clave más cercana a la «marea
rosada» latinoamericana. Fue entonces cuando Fernández de Kirchner se rodeó
de figuras como la del economista Axel Kicillof, y de jóvenes de La Cámpora,
la agrupación creada por su hijo Máximo.



***



Pero pese a haber abandonado la Presidencia con un elevado apoyo social,
Fernández de Kirchner vio cómo en los primeros años de macrismo, el espacio
kirchnerista se debilitaba, golpeado sobre todo por las denuncias de
corrupción contra ella y su entorno. Varios de sus ministros terminaron
encarcelados y sus segundas líneas casi desaparecieron del juego político.
Le quedaba, no obstante, una adhesión popular que no bajó de 30% –lo que el
periodista José Natanson denominó una «minoría intensa»–, algunos alcaldes
de la provincia de Buenos Aires y el bloque parlamentario de su sector,
Unidad Ciudadana. Con ese capital y desde la adversidad, se dedicó a rearmar
su espacio político. Entretanto, el peronismo profundizó su división entre
kirchneristas y antikirchneristas.



Fernández de Kirchner y sus asesores descubrieron rápidamente que el
silencio era un arma más potente que sus discursos. Y desde las oficinas del
Instituto Patria, ubicadas en el centro de Buenos Aires y transformadas en
su búnker político, hizo de la «política del silencio», con intervenciones
muy espaciadas y precisas, su principal estrategia; un contraste con las
numerosas cadenas nacionales de radio y TV de su última gestión. Pero nada
hubiera funcionado sin el fracaso macrista.



Esta estrategia fue afinada en 2019. Primero, envió a su hija Florencia a
Cuba, con una justificación médica, para evitar una posible detención que la
habría golpeado políticamente. Luego anunció, sorpresivamente, la
publicación de un libro de memorias titulado Sinceramente, que en pocas
horas se transformó en un suceso editorial, con más de 300.000 ejemplares
vendidos, y lo presentó en un masivo acto, cuidadosamente organizado, en la
Feria del Libro de Buenos Aires. Y si bien había signos de moderación
previa, fue en ese escenario donde se preanunció el desplazamiento hacia el
centro del kirchnerismo. Llamó a un nuevo contrato social, dijo que Macri
debería copiar la política económica de Donald Trump y hasta ironizó,
citando al escritor Jorge Luis Borges, conocido antiperonista, diciendo que
los peronistas «son incorregibles».



Pero la sorpresa mayor fue elegir a Alberto Fernández como candidato
presidencial. Absolutamente nadie lo había anticipado, ni siquiera como
posibilidad, y ningún encuestador se había ocupado de él. Hasta hace poco,
era considerado por los kirchneristas un «traidor». Había abandonado el
gobierno precisamente después del conflicto con el campo en 2008 y muchos le
recordaron haber formado parte en los 90 del partido de Domingo Cavallo, el
arquitecto de las políticas neoliberales de esos años. Y lo acusaron
públicamente de ser lobbista de Repsol y operador del grupo Clarín, el
multimedio embarcado en una guerra periodística sin tregua contra Fernández
de Kirchner.



***



Si bien la polarización política, en la línea de Ernesto Laclau, le dio
resultados políticos al kirchnerismo, en el terreno electoral también le
propició varias derrotas, como las de 2013 y 2017, cuando la propia Cristina
Fernández de Kirchner perdió ante el macrismo y entró al Senado por la
minoría. El antikirchnerismo se transformó casi en una identidad política
(superpuesta, pero no exactamente idéntica a la vieja identidad
antiperonista). Y Fernández de Kirchner entendió que, pese al debilitamiento
de Macri, la famosa «grieta» que divide a los argentinos podría jugar en su
contra.



Aunque para sus adherentes más románticos el kirchnerismo fue una especie de
«primavera popular» en la que los humildes fueron felices, mientras que el
macrismo es un gobierno de los ricos que busca vengarse de los pobres, la
realidad parece menos lineal. La memoria sobre el kirchnerismo está cargada
de diversas imágenes: medidas progresistas como el matrimonio igualitario,
mejoras del salario real, mejoras en el consumo popular, reactivación de los
juicios contra militares de la dictadura, pero también
desistitucionalización de los organismos encargados de las estadísticas
nacionales y manipulación de las cifras de inflación, discursos a menudo
autoritarios (aunque en verdad las prácticas gubernamentales rara vez lo
fueron, a diferencia de Venezuela), y sobre todo, diversas denuncias de
corrupción vinculadas sobre todo a la obra pública. El crecimiento del
patrimonio de Néstor Kirchner y Cristina Fernández siempre resultó difícil
de explicar.



Si el silencio había sido un arma, una candidatura presidencial habría
expuesto a Fernández de Kirchner a una sobreexposición que reactivaría el
antikirchnerismo, como ocurrió en las elecciones de mitad de término de
2017. Y, más aún, eso ocurriría en el marco del juicio oral por una de las
causas judiciales contra la ex-presidenta, que comenzó el 22 de mayo en el
contexto de una competencia mediática por su mejor foto en el banquillo de
los acusados.



Pero además de las dificultades locales, la actual coyuntura política
muestra que el progresismo retrocede en la región, ofrece su peor cara en
Venezuela y, donde se mantiene en el poder, también hizo su giro moderado
(por ejemplo, en pocos meses Evo Morales entregó al gobierno de extrema
derecha italiano al ex-guerrillero Cesare Battisti y se acercó al secretario
general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, enemigo
número 1 de Nicolás Maduro, para garantizar el aval a su reelección).



En Argentina, pese a la gravedad de la crisis, y el rechazo al FMI, no
existe una «demanda de radicalidad» del electorado. Y esto se suma al hecho
de que los momentos «radicales» del kirchnerismo se leen más como abusos de
poder que como posibles caminos de cambio social. Fernández de Kirchner
entendió que lo que existe hoy es una disputa por el voto moderado, que su
plataforma debe ser vista como ordenadora y no como fuente de división del
país.



Muchos adherentes del kirchnerismo que no habían tenido experiencias
políticas previas en el peronismo –y que provienen sobre todo de la
izquierda– hicieron ahora su propio «descubrimiento» del peronismo y de su
eficaz pragmatismo ideológico. No hay que olvidar que en la conferencia del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) realizada en 2018,
frente a un público mayoritariamente feminista, fogueado en la reciente
lucha por la legalización del aborto, Fernández de Kirchner señaló que las
elecciones no se ganan solo con los «verdes» (movimientos en favor de la
legalización), sino también con los «celestes» (movimientos provida). Y
ahora, dando un paso más, colocó a la cabeza de la oferta electoral a un
candidato que había calificado su segundo mandato como «deplorable».



En los últimos meses, Fernández de Kirchner ya había «amnistiado» a los
«traidores» y Alberto Fernández se transformó entonces en su principal
operador político después de diez años de haber cortado relaciones políticas
y personales con la ex-presidenta. Además de ser más «dialoguista» y de
tener mejores vasos comunicantes con el peronismo no kirchnerista, Alberto
Fernández reenvía al gobierno de Néstor Kirchner en una doble dimensión: una
más sentimental, sobre el ex-líder muerto en 2010, y una más pragmática,
vinculada a un gobierno con muy buenos resultados económicos. Ganaron así
espacio quienes buscan construir un kirchnerismo que dé un mensaje de orden
–frente a un Macri que «desordena» la vida de la gente, como denunció
Fernández de Kirchner–. Y, al mismo tiempo, se debilitaron las versiones más
movimientistas, como la encarnada por Juan Grabois, un joven líder social
amigo del papa Francisco. Pese a la presencia de Cristina Fernández en la
fórmula presidencial, Alberto Fernández cierra claramente la puerta a
cualquier idea de «venezuelización» de Argentina si gana el kirchnerismo, el
gran fantasma levantado por la derecha. Y su misión es unir lo más posible
al peronismo, especialmente atraer a los gobernadores, que controlan fuertes
maquinarias políticas territoriales.



El analista de opinión pública Rosendo Fraga lo dijo con claridad: «Esta no
era la Cristina que quería el gobierno como candidata». El periodista Diego
Genoud refleja así el desplazamiento: muchos kirchneristas parecen ver el
cristinismo pre-2015 como una suerte de infancia política de autocelebración
nacional-popular y de una radicalidad algo adolescente. El momento actual
sería, por el contrario, el de la adultez. El propio Kicillof –considerado
por algunos una especie de kirchnero-marxista– es uno de los economistas que
viajó a Estados Unidos para dar confianza de que un virtual gobierno
peronista no buscará el default ni alterará las reglas del juego.



Mientras tanto, el macrismo busca salir de su propio dilema: mantener a un
Macri debilitado pero no aún derrotado como candidato o cambiarlo por la
popular gobernadora bonaerese María Eugenia Vidal. (1) El gobierno
claramente estaba mejor preparado para combatir a una Cristina «carnívora»
que a su nueva versión «herbívora». Pero la batalla recién comienza y son
muchas las sorpresas que augura el año electoral.



* Jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín Baña, de Todo lo
que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017)



Nota



1) Este artículo fue escrito antes de la designación de Miguel Angel
Pichetto como candidato a vicepresidente de Mauricio Macri, ver:
https://correspondenciadeprensa.com/2019/06/12/argentina-festejan-los-mercad
os-pichetto-candidato-menemista-kirchnerista-macrista-la-izquierda-diario-ul
ises-valdez/ (Redacción Correspondencia de Prensa)

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