Haití/ Crisis y rebelión. "Tomar este país en serio" [Sabine Manigat - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 10 10:12:26 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

10 de marzo 2019

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Haití

 

Entrevista a Sabine Manigat

 

Tomar en serio a Haití 

 

Otra vez, la imagen de Haití es la de protestas, vandalismo y barricadas en
las calles. Haití es retratada a menudo desde enfoques que resaltan su
«singularidad», su «mala suerte», sus catástrofes naturales y sociales, y
terminan por folklorizar al país que hoy vive una nueva crisis asociada en
gran medida al rechazo a la corrupción. La socióloga y politóloga Sabine
Manigat, de la Universidad Quisqueya, repasa la coyuntura de la nación
caribeña.

 

Pablo Stefanoni

Nueva Sociedad, marzo 2019 

http://nuso.org/

 

-¿Qué fue lo que desencadenó la actual rebelión social en Haití?

 

Podemos hablar de una coincidencia en el tiempo entre el empeoramiento
acelerado de la situación socioeconómica de las mayorías –incluido un sector
importante de clases medias empobrecidas– y el evidente fracaso de la
fórmula de gobierno que resultó de los comicios de 2016 que llevaron al
poder a Jovenel Moïse, un súbdito de Michel Martelly. 

 

Un indicio premonitorio de lo primero fueron los disturbios de principios de
julio de 2018 en contra del alza del precio de los hidrocarburos pero
también del alto costo de la vida. Mientras la inflación registraba nuevos
récords entre abril y junio, la moneda nacional se devaluaba aceleradamente.
Una pista de lo segundo la dio la política cada vez más cerrada del gobierno
dirigido por Moïse, incapaz tras dos años en el poder de viabilizar siquiera
algunas de sus promesas electorales, en particular las referidas a servicios
básicos (electricidad) y nivel de vida (aumento del empleo y de la
producción agrícola). 

 

Todo esto ocurre dentro de un ambiente de corrupción cada vez más descarado
que involucra además al Parlamento. Jean Henri Ceant, el primer ministro
nombrado después de los disturbios de julio, salido de la tendencia Lavalas
(del ex presidente Jean Bertrand Aristide) no pudo operar el necesario
acercamiento entre la oposición (a la que pertenece) y el partido gobernante
(el Partido Haitiano Tèt Kale). El empecinamiento de la presidencia, que se
niega a una real apertura, combinado con la impotencia de un primer
ministro, que no ha podido abordar ninguno de los problemas más candentes,
provocaron la ampliación del descontento con la histórica manifestación del
17 de octubre y la también masiva del 18 de noviembre, ambas seguidas de
días de incertidumbre y, sobre todo, del ensordecedor silencio de las
autoridades.

 

La actual rebelión social abarca amplias capas del cuerpo social y concierne
a diversos actores, incluido el sector privado. Por ello se puede calificar
de cuestionamiento de todo un sistema, la resultante del agotamiento del
mismo y de la sordera de sus dirigentes.

 

-Haití pasó por la decepción con el gobierno de Jean Bertrand Aristide, un
terremoto que destruyó gran parte de la capital, la llegada al poder de un
músico extravagante (Michel Martelly), una misión militar multinacional (la
Minustah), ¿Por dónde podría pensarse una recomposición estatal?

 

Indudablemente, estos eventos han impactado y construido cierta imagen de
Haití, su «singularidad”, su «mala suerte», un «caso desesperado». Pero más
allá de esas etiquetas –que dicen algo pero distorsionan y «folklorizan» la
historia y los problemas de Haití– habría que retener, y enfocar la
reflexión alrededor de la débil gobernabilidad del país, particularmente
tras la descomposición del orden dictatorial duvalierista.

 

La desaparición en 1986 del control político y social de la dictadura dejó
al desnudo la amplitud de la exclusión que constituye la base de un sistema
injusto, patrimonial y clientelista. Este sistema está agotado, y las
experiencias de Aristide o de Martelly han sido expresiones de los fallidas
intentos de cambio y de la resistencia que oponen las clases dominantes. Las
sublevaciones actuales han sido precedidas de otros signos premonitorios,
como la difícil transición del 2015-2016. 

 

Si queremos «tomar este país en serio» –como gustaba decir el político y
académico Leslie Manigat– y analizar Haití con las herramientas y los
conceptos científicos y políticos de uso corriente, habrá que considerar el
histórico fracaso de las oligarquías sucesivas en implementar un proyecto
capaz de incorporar el interés general a sus intereses de grupo. La
irrupción de los excluidos, es decir, de la inmensa mayoría de los 11
millones de haitianos, sobre el escenario político y sus exigencias de ser
tomados en cuenta, han sido ignorados durante más de treinta años. Hoy, el
lema ya no es «changer l’Etat» [cambiar el Estado], sino radicalmente
«changer le systeme» [cambiar el sistema]. 

 

La analista no tiene motivos para ser optimista ya que lo que se rastrea son
siglos de total ignorancia y de sistemático desprecio del interés general
más básico por parte de las elites del país, y la falta de preparación para
encarar un cambio, ahora que se ha tornado una apremiante necesidad .
Empero, la creciente madurez demostrada por una opinión pública hoy más
educada e informada, más consciente de sus derechos y más madura en sus
demandas, nos da una mayor esperanza.

 

-¿Qué papel tuvo la corrupción en el uso de los recursos de Petrocaribe en
el desencadenamiento de la crisis? ¿Cuáles fueron los beneficios de la
asociación con Venezuela?

 

El tema de la corrupción desempeñó sin duda un papel de detonador en el
estallido de la crisis. Al respecto, se soslaya a menudo un precedente
importante. El sector «democrático radical», referenciado en la voz del
abogado y militante André Michel, ya había iniciado hace más de un año una
demanda pública contra el Estado acerca del uso de los fondos Petrocaribe. 

 

La iniciativa, de índole legal, tenía un alcance más bien simbólico pero
atestigua las preocupaciones por la amplitud que ha cobrado el fenómeno de
la corrupción. De hecho, a partir de los años 2010, entre despilfarro de los
fondos recibidos por Haití tras el terremoto y del maná del programa
Petrocaribe, transitaron por el país centenas de millones de dólares. Se han
evaluado en alrededor de 3.000 millones los fondos procedentes del programa
Petrocaribe. Pero es sin duda la movilización de jóvenes a partir de las
redes sociales lo que condensó las frustraciones y las demandas de
diferentes sectores, algunos hasta entonces pasivos o expectantes. La
manifestación del 17 de octubre pasado fue convocada para pedir rendición de
cuentas sobre los fondos Petrocaribe y reunió cientos de miles de personas
de diferentes grupos sociales. Fue una demostración ciudadana esencialmente
pacífica, como lo fue la del 18 de noviembre. La absoluta ausencia de
respuesta del gobierno contribuyó por mucho en la ampliación de las demandas
y la radicalización de sus expresiones.

 

Sobre la relación con Venezuela, ha sido una de ayuda fraterna por parte de
un país que por razones históricas ha manifestado una solidaridad especial
con Haití. El régimen chavista no solo se negó a participar militarmente en
la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) sino
que contribuyó en varios proyectos de desarrollo social y propuso el
programa Petrocaribe. Acerca del uso de esos fondos falta información. El
informe de la Corte Superior de Cuentas lista obras nunca realizadas o
incompletas, como los diez complejos deportivos no funcionales, el mercado
de pescados en la capital cuya construcción se interrumpió, un viaducto
apenas esbozado… Esas estafas y malas prácticas involucran a personalidades
e instituciones pertenecientes al más alto nivel del aparato estatal,
incluido el Presidente.

 

-¿Qué tipo de organizaciones pusieron en marcha las protestas?

 

Se debe considerar una constelación de organizaciones y de sectores. El
elemento desencadenante, el alza de los precios de los hidrocarburos, trajo
naturalmente a colación el tema de los fondos Petrocaribe. De allí la
formación en las redes sociales del movimiento «petrochallengers» (una red
de jóvenes internautas) que convocó a la marcha de octubre pasado. La
oposición radical, acusada de aprovecharse del movimiento para obtener
réditos políticos política, tiene sin embargo cierta capacidad propia de
convocatoria. Las organizaciones de derechos humanos y cívicas desempeñaron
igualmente un papel. Se trata realmente de un movimiento policlasista poco
organizado, enraizado esencialmente en el descontento popular. La débil
tradición organizativa en Haití aunada a la falta de credibilidad de los
partidos políticos confiere a esas protestas una (falsa) imagen de
«espontaneidad de las bases». En realidad hay actores detrás de la cortina,
lo que no se sabe es el peso de cada uno.

 

Por su carácter espectacular y el uso que de sus imágenes en la prensa, hay
que mencionar las barricadas y los bloqueos de calles y carreteras
asociadas. Son por cierto una expresión popular, barrial, de las protestas.
Pero suelen ser también organizados por una fuerza disponible de
desempleados, pagada muchas veces por políticos o empresarios. Cumplen una
función de desacreditación de las manifestaciones, las cuales son anunciadas
y luego relatadas bajo el sólo ángulo de la violencia. Pero no son ni las
expresiones más importantes ni las más numerosas.

 

-¿Cómo es la situación actual?

 

Se avecina una nueva ola de protestas para este mes de marzo –cuyas formas
exactas no se pueden anticipar– debido a la falta de una respuesta mínima de
parte del gobierno. Hay una multitud de consultas, reagrupamientos y
propuestas, formuladas tanto desde la ciudadanía como de las organizaciones
políticas. Y esos grupos han empezado a dialogar. Sin embargo aún predominan
las divisiones, en todos los niveles:

 

-Divisiones dentro del sistema político: en el seno del Poder Ejecutivo (los
desacuerdos entre el presidente y el primer ministro son públicos) y dentro
del aparato estatal (el Ejecutivo ignora al Parlamento que, a su vez
amonesta el Ejecutivo y amenaza el Presidente con un juicio por alta
traición); el aparato de justicia está dividido entre un sector politizado
(allegados del gobierno) y otro impotente. La policía a su vez recibe
órdenes de proteger los bienes y reprimir a los revoltosos que no siempre
acata (ahí está la sospechosa pasividad de la policía durante los disturbios
de julio de 2018).

 

-Divisiones entre las oposiciones y entre los grupos sociales (incluida la
oligarquía dominante). La llamada «oposición radical» ya no tiene el
monopolio de las convocatorias, pero los llamados a manifestar, tanto en
noviembre como en febrero, fueron paralelos más que concertados. Hoy se
suman las voces que reclaman la salida de Moïse: la oposición «moderada»
socialdemócrata y de centro derecha, elementos del sector privado se están
expresando en este sentido mientras que las alternativas a esa opción
(diálogo, con o sin condiciones) están lejos de producir consenso. 

 

El propio empresariado, a través del Foro del sector privado, habla de cómo
una sola voz para pedir la preservación de sus intereses de «proveedores de
empleos» pero está dividido sobre la mejor fórmula para salvar el sistema:
¿Conceder medidas de alivio socioeconómico para mantener el equipo
gobernante?, ¿sacrificar a Moïse para salvaguardar el sistema? ¿Proponer un
nuevo modelo modernizador sacrificando la economía patrimonialista? Ahora
bien, lo nuevo es el carácter público de esos posicionamientos políticos de
la burguesía. Uno de sus representantes, Reginald Boulos, incluso anunció la
formación de una organización acorde con su visión.

 

De todo ello resulta la ausencia de una fórmula de salida de la crisis. Más
aún, las negociaciones y consultas que día a día se desarrollan en los
círculos de poder ocurren en un contexto de total opacidad. Esta incapacidad
de las fuerzas nacionales para elaborar una solución endógena pone a Haití
ante el riesgo de tener que aceptar (una vez más) un parcheo impuesto por
sus «amigos» de la «comunidad internacional».

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