Venezuela/ Análisis. El apoyo a Maduro es claramente muy minoritario [Marc Saint-Upéry - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mar 13 12:49:43 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

13 de marzo 2019

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Venezuela

 

Entrevista a Marc Saint-Upéry 

 

Hoy en día, el apoyo a Maduro es claramente muy minoritario 

 

Marc Saint-Upéry es un periodista y escritor de origen francés residenciado
desde hace varios años en la ciudad de Quito, Ecuador; cuenta con un libro
titulado El sueño de Bolívar. Los desafíos de las izquierdas sudamericanas
(Paidos, 2008), y en conversación exclusiva con Revista Florencia (*)
pudimos hablar con él de temas de interés para el país y la región. En esta
entrevista, Saint-Upéry no duda en calificar al gobierno venezolano como un
régimen dictatorial, además, logramos hablar francamente sobre el “empate
catastrófico” venezolano, la posibilidad de una intervención armada en el
país, el futuro político del gobierno y la oposición, y por supuesto, el
devenir de los sectores populares en este escenario.

 

Guido Revete

Revista Florencia, 8-3-2019

https://revistaflorencia.com/

Nueva Sociedad, marzo 2019

http://nuso.org/

 

-Usted fue uno de los primeros intelectuales en denunciar, de manera
crítica, lo ocurrido durante el golpe de Estado en Venezuela en el año 2002
¿El «empate catastrófico» venezolano de la actualidad se puede comparar con
lo sucedido en aquellos años?

 

No estoy seguro de que haya sido «uno de los primeros», pero imagino que se
refieren a un texto publicado en el 2002 en el desaparecido sitio La
Insignia (La mascarada de Caracas:
(https://www.lainsignia.org/2002/abril/ibe_059.htm)
<https://www.lainsignia.org/2002/abril/ibe_059.htm>  Sintomáticamente, fue
el primer texto que publiqué sobre Venezuela en mi vida, y cuando hace poco
un sociólogo trotskista francés me reprochó la radicalidad supuestamente
unilateral de mi postura antichavista y me acusó de nunca haber denunciado
el golpe de Carmona, pude demostrarle la falsedad de su afirmación. Sin
embargo, al mismo tiempo que rechazaba en modo muy contundente esta movida
antidemocrática, avanzaba varias críticas a la gestión de Chávez. Señalaba
que «la revolución bolivariana» era «más vigorosa en las palabras que en los
hechos», que había «descuidado casi totalmente la necesidad de democratizar,
descentralizar y transparentar las políticas públicas y de fomentar la
iniciativa independiente y la participación activa de los varios sectores
sociales» y que sus políticas padecían de una «mezcla confusa de pragmatismo
moderado, promesas de asistencialismo generalizado y retórica incendiaria
sin sustento real», acompañada por «rasgos crecientes de oportunismo y
corrupción» y «un cierto caos administrativo debido a una mezcla de
inexperiencia y burocratismo». Destacaba también que Hugo Chávez había
apostado «exclusivamente al verticalismo plebiscitario y a una burda y
agresiva contrapropaganda de Estado, que lo volvieron insoportable incluso a
una parte de sus mismos aliados progresistas». Me parece que era bastante
acertado por un texto escrito hace 17 años. Como sabemos, todas las
tendencias negativas que describía entonces se agudizaron hasta volverse
catastróficas, con un régimen que propone como única solución una escalada
autoritaria y, desde el 2016, claramente dictatorial. Eso es una de las
razones por la que no se puede comparar ambas situaciones. 

 

Por un lado, pese a las derivas caudillistas ya explícitas del régimen
bolivariano, las tentaciones dictatoriales estaban entonces del lado de la
oposición (aunque estaban lejos de lograr un consenso dentro de ella), pero
no existía un aparato militar y policial unánimemente dispuesto a
sustentarlas. Por otro lado, la sociedad estaba más o menos dividida a mitad
–aunque el chavismo logró consolidar su ventaja electoral alrededor de 60% a
40% en los años siguientes–. Hoy en día, el apoyo a Maduro es claramente muy
minoritario, en parte conseguido por la pura coerción (funcionarios) o por
el chantaje «biopolítico» (acceso a alimentos y recursos, carné de la
patria, etc.). Se sustenta en un aparato militar y policial implicado en
ingentes redes de negocios lícitos e ilícitos en contubernio con el poder,
así como en unos dispositivos de represión muy desarrollados tanto desde lo
judicial como desde la logística del terror armado. Y por supuesto, la
sociedad venezolana y sus infraestructuras materiales e institucionales
están ahora en ruinas, con todas las consecuencias que conocemos, incluso la
sangría migratoria.

 

-¿Cómo se debería abordar desde las fuerzas progresistas, no solo
intelectual sino políticamente, la abierta intervención estadounidense sin
caer en el «falso dilema» del apoyo irrestricto al gobierno de Nicolás
Maduro?

 

Si bien el protagonismo de personajes siniestros de los peores momentos de
los gobiernos de Ronald Reagan o de George Bush, o de abanderados de la
fracción más reaccionaria del lobby cubano-estadounidense como el senador
Marco Rubio, puede suscitar espanto, hay que analizar todo esto con cabeza
fría. Por un lado, resurge la fracción «neoconservadora» intervencionista de
los años 2000 encabezada por John Bolton, que no tiene mucho interés en
Venezuela ya que su sueño húmedo es más bien bombardear Teherán, pero no
puede resistir a un efecto de oportunidad tan fantástico como el que le
ofrece el desastre venezolano (y nicaragüense) en el marco de un reflujo
continental de los gobiernos del llamado ciclo «progresistas». 

 

Se observa una alianza de esta fracción «neocon» con halcones más
especializados en política hemisférica, como Elliot Abrams o el mismo Rubio.
Por otro lado, hay un contexto de extraordinario vacío de poder en la Casa
Blanca, como nunca se ha conocido desde que EE.UU. es una potencia mundial.
De hecho, Trump no tiene mucho que ver en este asunto, aunque probablemente
se dejó convencer momentáneamente por Rubio de que el electorado cubano de
Florida era clave en su posible reelección, y por Bolton que no se podía
descuidar el susodicho efecto de oportunidad, que permite a Washington
reafirmar al menos parte de su hegemonía hemisférica. Aunque en realidad, no
hay ninguna posiblidad de revertir tendencias «pesadas», como la influencia
económica y comercial de China. 

 

La pantomima grosera de la agenda de Bolton expuesta «por error» a las
cámaras con la nota de «cinco mil tropas en Colombia» demuestra bien el
carácter de bluff de todo esto. Lo que sucedió como tragedia en la fase
2001-2003 de toma del poder de Cheney-Rumsfeld y su gente (ver la notable
película Vice, de Adam McKay, sobre la trayectoria de Dick Cheney) y de
preparación de la guerra en Afganistán e Irak, se repite en parte hoy como
farsa. Ahora, los «neocons» no solo carecen del consenso «patriótico» del
Congreso o de la opinión publica (más bien la hostilidad hacia una agenda
belicista es muy fuerte), sino que ni siquiera tienen el apoyo del Pentágono
o del aparato de seguridad.

 

En este momento mismo, Washington está negociando una paz vergonzante con
los talibanes que equivale a una caída de Saigón en cámara lenta: 17 años de
guerra, la más larga de la historia de EE.UU., por nada. Y pese al freno que
le puso Bolton, Trump no ha renunciado a sacar las tropas estadounidenses de
Siria en modo acelerado, y en su reciente discurso del estado de la Unión,
denunció otra vez las «foolish wars» (guerras absurdas) de Washington. 

 

En cuanto al establishment militar estadounidense, si bien está de acuerdo
que el régimen de Maduro es un desastre y un peligro –no militar, sino en
términos de narcotráfico y de «seguridad humana» de sus aliados regionales,
debido a la explosión migratoria– y que hay que ejercer toda la presión
político-económica posible para hacerlo caer, no tiene ningún entusiasmo
para una intervención armada. Y seguramente no quiere pelear bajo Trump como
«comandante en jefe». No solo porque Venezuela no es Granada ni Panamá, sino
porque el estado-mayor estadounidense mide perfectamente los riesgos enormes
de empatanamiento letal en un conflicto cívico-militar que no verá
enfrentarse dos campos bien delimitados –supuestos chavistas contra
supuestos antichavistas–. Más bien se parecerá a una guerra de milicias de
tipo libanesa o yugoslava, con al menos media docena de facciones y de
frentes e interacciones muy complejas y perversas entre actores
político-militares autónomos, grupos delincuenciales y lógicas balcanizadas
de depredación del territorio y de sus recursos (fenómenos cuyos signos
precursores ya se observan desde hace uno años). 

 

Eso explica que pese a su tradicional «unilateralismo», Bolton y sus
colaboradores hayan adoptado una táctica «multilateral» que no solo implica
el Grupo de Lima –países conservadores pero que tampoco quieren un conflicto
bélico regional muy peligroso–, la Unión Europea, y ahora hasta Uruguay,
bajo un entendimiento de hecho entre Macri y Tabaré Vázquez. Y toda la
operación con Juan Guaidó se preparó con activa intermediación política de
Ottawa y Bogotá, que tienen sus propias razones, muy diferentes –de
principio para los canadienses, de realismo y experiencia para los
colombianos– de no querer una guerra. 

 

Ahora cuando hablo de «farsa», eso no excluye que las cosas se salgan de
control y tengan un nuevo giro trágico. Pero quienes se oponen a cualquier
injerencia exterior por principio y nos advierten que la interacción
compleja entre todos estos actores y sus agendas es peligrosa, que eso
equivale a «jugar con fuego», olvidan dos cosas: injerencias ya las hay de
todos lados, no solo por supuesto de cubanos (factor fundamental en el
control coercitivo totalitario de la lealtad de las fuerzas armadas), rusos
y chinos, sino incluso injerencias groseras y manipuladoras de los servicios
venezolanos en la dinámica de la diáspora en los países vecinos o en el
conflicto colombiano, a través del Ejército de Liberación Nacional (ELN),
entre otros actores. No solo hay mucha gente que «juega con fuego» en
Venezuela sino que el mismo régimen madurista prendió el incendio ya desde
hace tiempo. 

 

-En el caso de la oposición venezolana, ¿qué se puede inferir de una elite
impotente por sí misma de cualquier acción política, que se ha tenido que
refugiar directamente en el tutelaje de Washington?

 

Primero habría que entender bien de qué se habla cuando se habla de «elite»
o de «derecha» en Venezuela. Me molesta un poco ver que hasta algunos
exponentes de la izquierda no chavista retoman acríticamente la matriz de
opinión del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) o del
aparato de propaganda oficialista cuando se trata de definir quién, en la
oposición, es «radical» o «moderado», quién es supuestamente de «extrema
derecha», etc. Estas etiquetas nunca me han parecido muy esclarecedoras, y
además no creo que haya mucha «extrema derecha» en Venezuela hoy, al menos
no en el sentido de un Jair Bolsonaro, por ejemplo. Lo que veo es que hay
sectores antichavistas históricos que vienen de la IV República, y también
sectores conservadores y/o liberales emergentes que conocieron solo el
chavismo, algunos incluso con cierto arraigo juvenil y plebeyo, como el
mismo Guaidó y otros dirigentes de Voluntad Popular (VP). Y en lo de ser
«radical» o «moderado», nunca se define si uno habla de táctica o de
ideología. Todo esto, además, en el contexto de una sociedad donde las
nociones de derecha e izquierda se tienen que matizar por el análisis de los
comportamientos concretos en el contexto de la gestión de la renta, que
pueden ser muy parecidos entre supuestos chavistas y supuestos
antichavistas. No conozco muy bien la oposición venezolana, que siempre me
ha parecido de lejos más bien compuesta por un personal político muy
mediocre, pero tampoco he visto circular análisis finos y convincentes sobre
el tema por parte de las izquierdas.

 

Si me fio a lo que me dicen ciertas fuentes, parecería más bien que la
movida de Guaidó y VP es un Plan B preparado de antemano en previsión del
fracaso de nuevas rondas de negociaciones secretas –a finales del 2018 y/o
primeras semanas del 2019– saboteadas otra vez por el gobierno, que solo
busca ganar tiempo. Por eso Diosdado Cabello insiste tanto que habría visto
a Guaidó justo antes del 23 de enero. Puede ser cierto, pero es también
bastante irónico: el régimen es tan consciente de su propia abyección moral
a los ojos de la población que piensa que basta decir de un político de
oposición que se ha reunido con representantes oficiales para
desprestigiarlo. 

 

Más que «refugiarse en el tutelaje de Washington», me parece que hubo una
especie de bluff cruzado, de apuesta un poco teatral y arriesgada, entre VP
y los «neocons» estadounidenses, cada uno tratando de instrumentalizar al
otro al servicio de sus propios objetivos inmediatos, con la intermediación
compleja de varios actores que hacen de «policías malos» (Almagro, el Grupo
de Lima) o «policías buenos» (Uruguay, la Unión Europea). Tanto la supuesta
«amenaza de intervención militar» estadounidense como la «presidencia» de
Guaidó son ficciones productivas que desbloquearon una situación totalmente
bloqueada por el poder, pero pueden entrar en un espiral destructiva en
función de la extrema volatilidad del escenario. Así que, en todo rigor, la
pregunta no debería ser si hay un Plan B, pero si hay un Plan C.

 

Sin embargo, estoy totalmente de acuerdo con los análisis que sugieren que
la racionalidad «malandra» de la dirigencia chavista no es la de una
dirigencia política o militar convencional, ni siquiera de una dictadura a
lo Pinochet. Hablando de «negociación» y «salida pacífica», uno «queda bien
para la foto», como señala Jeudiel Martínez, pero para que haya tal
negociación, tiene que haber algún tipo de ruptura primero. La otra cosa es
que tiene siempre más acogida incluso en los sectores populares un
sentimiento alimentado por el hartazgo y la desesperación: «no nos importa
la acusación de ‘injerencia’, que vengan los gringos y que se lleven esta
sarta de delincuentes». Esa es la realidad terrible a la que nos llevó el
engendro monstruoso del bolivarianismo y la complicidad con éste de la
mayoría de las izquierdas continentales y mundiales. 

 

-¿La administración errática de Trump está preparada para manejar las
consecuencias geopolíticas de una posible intervención militar en Venezuela?

 

Claramente no. Y que lo diga yo no importa mucho, lo que importa es que es
también la opinión mayoritaria del Pentágono y del aparato de inteligencia
estadounidense, ya lo mencioné. Pero ahí hay una paradoja: en caso de
destitución Trump, con su sucesor Mike Pence tendríamos un alineamiento
mucho más orgánico entre la presidencia y los halcones neoconservadores, en
base a una sinergia de fundamentalismo ideológico y hubris geopolítica. O
sea que curiosamente, la izquierda debería no desear el impeachment de
Trump. Pero aun un gobierno Pence tendría que enfrentar una fortísima
oposición del Congreso y de la opinión pública, y mucha reticencia en contra
de una agenda intervencionista del propio aparato de seguridad. Sin embargo,
se trataría de una configuración mucho más peligrosa para la paz en la
región y en el mundo en general.

 

-Ahora, en una hipotética transición efectiva del poder, ¿qué podríamos
esperar de un gobierno dirigido por estas facciones?

 

Bueno, pero ¿de qué facciones se habla? Por un lado se menciona un gobierno
de reconciliación nacional que debería tener una amplia base de apoyo,
incluyendo sectores chavistas en ruptura con Maduro. Por otro lado, si VP
gana su apuesta, se podría entender que esté tentada de imponer su hegemonía
dentro de la oposición, sobre todo frente a los que se mostraron reticentes
ante la estrategia de forcejeo «constitucional» de la presidencia de la
Asamblea Nacional. 

 

En cuanto al contenido programático, hay que entender que estamos en una
configuración equivalente a una reconstrucción posguerra. Hasta un
economista marxista-leninista como Manuel Sutherland considera que es
necesario una apertura económica, o sea una liberalización, para
reconstituir un mínimo de tejido productivo viable y un umbral de
productividad aceptable. Así que no sirve ningún griterío simplón contra la
«privatización» ya que la privatización mafiosa y neopatrimonial del aparato
productivo (y su destrucción sucesiva) y de los recursos del subsuelo ya
tuvo lugar, en el modo más salvaje posible, bajo el gigantesco desfalco
chavista-madurista. Al mismo tiempo, hasta la derecha más recalcitrante sabe
que será imposible imponer unilateralmente a una población tan radicalmente
empobrecida aumentos de tarifas de los servicios públicos y de las
necesidades básicas. La gente simplemente no tiene para esto. Y como dice el
ya citado Jeudiel Martínez, hablar de privatizar la salud sería una locura
en un país para el que se solicita ayuda humanitaria. Habrá probablemente
muchos conflictos alrededor del presupuesto, de los salarios y de los
servicios. Lo que queda de núcleos sindicales sanos –aunque me imagino que
están muy golpeados por estos 20 años, y especialmente por la última década–
tendrá un papel importante que jugar en esta transición para formular y
negociar soluciones viables y equitativas. 

 

-En el caso que esta transición no ocurra, ¿qué tendríamos que esperar del
gobierno de Nicolás Maduro? ¿Por cuánto tiempo se puede prolongar este
conflicto?

 

No tengo bola de cristal, pero estoy de acuerdo con Alberto Barrera Tyszka
que el gobierno tiene un talento especial para «convertir la crisis en una
rutina» y eso es muy preocupante: ¿hasta que umbral de destrucción del país
y de las condiciones de vida mínimas de población puede resistir un sistema
tan perverso y cínico? Además, el carácter de poliarquía con características
mafiosas del régimen vuelve bastante ilegibles e impredecibles las movidas
internas; parecería que no hay una verdadera unidad de comando sino más bien
poder de obstrucción mutua de ciertos grupos y clanes.

 

-A estas alturas es innegable que el gobierno de Nicolás Maduro ha perdido
el apoyo de su base popular, la cual se encuentra evidentemente descontenta
ante la desaparición de sus condiciones materiales de existencia, pero este
descontento no significa un apoyo efectivo al proyecto político opositor
¿Qué ocurre con las grandes mayorías depauperadas en este escenario? 

 

Por el momento, el único «proyecto político opositores la salida de Maduro y
elecciones limpias, y con esto las grandes mayorías pueden estar de acuerdo.
Probablemente quedan sectores populares que, más que apoyar a Maduro, tienen
miedo a las consecuencias reales o imaginarias de un «regreso de la
derecha», pero creo efectivamente que ahora son minoritarios. Existe más
bien el problema de lo que se define en epistemología social como el common
knowledge: puede ser que, individualmente –o dentro de los límites de su
círculo familiar– la mayoría de las personas en los sectores populares sean
hostiles al régimen madurista e incluso desilusionados del chavismo en
general, pero nadie puede tener la certidumbre de que esta opinión
prevalezca en su comunidad de referencia. Con su mezcla de propaganda,
chantaje biopolítico y terror puro, el gobierno sabe muy bien cómo
instrumentalizar el efecto desmovilizador del hecho de no saber si la
opinión de uno es la opinión de todos. Por otro lado, entre las exigencias
agotadoras de la lucha diaria por la supervivencia material, la ausencia de
actores locales lo suficiente duchos en las tecnologías de movilización
tradicionales de la izquierda y de los movimientos sociales –sea porque
fueron cooptados o neutralizados–, y la incertidumbre sobre el grado de
violencia que es capaz de desatar el régimen, no hay mucho margen de
maniobra para los sectores populares. Notemos que probablemente solo la
presión internacional impide que haya más muertos, así que el
posicionamiento abstracto de ser «anti-injerencia» por principio resulta ser
un poco hipócrita. 

 

* Revista Florencia es un medio digital venezolano fundado en Caracas en el
año 2017. Este espacio se ha constituido con el objetivo principal de
comprender la venezolanidad y sus distintas expresiones en las áreas de las
ciencias sociales, económicas, humanísticas y políticas. La misión de
Revista Florencia es fomentar espacios académicos de discusión y debate
entre los actores que estén enfocados en comprender la venezolanidad y sus
distintas expresiones en lo económico, político, social y cultural, con el
fin de generar propuestas y alternativas en la construcción del país.

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