Imperialismo/ El ascenso de China a potencia mundial [Au Loong Yu - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Mar 18 19:21:17 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

18 de marzo 2019

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Imperialismo



Entrevista a Au Loong Yu



El ascenso de China a potencia mundial



Ashley Smith

International Socialist Review, febrero 2019

https://isreview.org/

Traducción de Viento Sur

https://www.vientosur.info/



El rápido ascenso de China como nuevo centro de acumulación de capital le ha
llevado a entrar en conflicto creciente con EE UU. Ashley Smith, de
International Socialist Review, ha entrevistado al activista y estudioso Au
Loong Yu sobre la naturaleza de la transformación de China en una nueva
potencia imperial y su impacto en el sistema mundial.



-Uno de los fenómenos más importantes ocurridos en el sistema mundial en las
últimas décadas ha sido el ascenso de China como nueva potencia global.
¿Cómo ha sucedido esto?



El ascenso de China es el resultado de una combinación de factores desde que
optó por producir dentro del capitalismo mundial en los años ochenta. En
primer lugar, en contraste con el bloque soviético, China encontró una
manera de sacar provecho –en un irónico giro de la historia– de su legado
colonial. Gran Bretaña controlaba Hong Kong hasta 1997, Portugal controlaba
Macao hasta 1999 y EE UU sigue usando a Taiwán como protectorado.



Estas colonias y protectorados conectaron a China con la economía mundial
incluso antes de su pleno ingreso en el sistema mundial. En la era de Mao,
Hong Kong proporcionaba aproximadamente un tercio de las divisas extranjeras
de China. Sin Hong Kong, China no habría podido importar tanta tecnología.
Después del final de la guerra fría, durante el gobierno de Deng Xiaoping,
Hong Kong fue muy importante para la modernización de China. Deng utilizó
Hong Kong para obtener aún más acceso a divisas extranjeras a fin de
importar todo tipo de cosas, incluida la alta tecnología, y aprovechar su
mano de obra cualificada, como los profesionales de la gestión empresarial.



China utilizó Macao por primera vez como un lugar ideal para el contrabando
de mercancías hacia China continental, aprovechando la notoria relación laxa
de la isla con la legalidad. Y luego China usó la Casino City como una
plataforma ideal para la importación y exportación de capitales. Taiwán fue
muy importante no solo en términos de inversiones de capital, sino que lo
más importante a largo plazo fue su transferencia de tecnología, en primer
lugar en la industria de semiconductores. Los inversionistas de Hong Kong y
Taiwán también fueron una de las razones fundamentales del rápido
crecimiento de las provincias chinas de Jiangsu, Fujian y Guangdong.



En segundo lugar, China poseía lo que el revolucionario ruso León Trotsky
llamó el “privilegio del atraso histórico”. El Partido Comunista de Mao se
aprovechó del pasado precapitalista del país. Heredó un Estado absolutista
fuerte que él actualizaría y usaría para su proyecto de desarrollo económico
nacional. También se aprovechó de un campesinado precapitalista atomizado,
que se había acostumbrado al absolutismo durante dos mil años, para exprimir
su trabajo en aras a la llamada acumulación primitiva desde 1949 hasta la
década de 1970.



Más tarde, a partir de la década de 1980, el Estado chino reclutó esta
fuerza de trabajo del campo y la trasladó a las grandes ciudades para
trabajar como mano de obra barata en las zonas de producción para la
exportación. Hicieron que casi 300 millones de migrantes rurales trabajaran
como esclavos en fábricas en pésimas condiciones. Por lo tanto, el atraso
del Estado absolutista de China y las relaciones de clase ofrecieron a la
clase dirigente china ventajas para desarrollar tanto el capitalismo estatal
como el privado.



El atraso de China también le permitió saltar etapas de desarrollo al
reemplazar los medios y métodos de desarrollo arcaicos por otros
capitalistas más avanzados. Un buen ejemplo de esto es la adopción por parte
de China de alta tecnología en las telecomunicaciones. En lugar de seguir
cada paso de las sociedades capitalistas más avanzadas, comenzando primero
con el uso de líneas telefónicas para la comunicación en línea, instaló
cables de fibra óptica en todo el país casi de una tacada.



La dirección china estaba muy interesada en modernizar su economía. Por un
lado, por razones defensivas, quería asegurarse de que el país no fuera
invadido y colonizado como lo había sido cien años antes. Por otro lado, por
razones ofensivas, el Partido Comunista quiere recuperar su condición de
gran potencia, reanudando su llamada dinastía celestial. A resultas de todos
estos factores, China ha logrado una modernización capitalista que en otros
países llevó todo un siglo.



-China es ahora la segunda economía más grande del mundo. Pero es un proceso
contradictorio: por un lado, muchas multinacionales son responsables de su
crecimiento, ya sea directamente o a través de la subcontratación de
empresas taiwanesas y chinas, y por otro, China está desarrollando
rápidamente sus propias industrias como campeonas nacionales en el sector
estatal y privado. ¿Cuáles son sus fortalezas y debilidades?



En mi libro China’s Rise (El ascenso de China) sostengo que China tiene dos
dimensiones de desarrollo capitalista. Uno es lo que llamo acumulación
dependiente. El capital extranjero avanzado ha invertido enormes sumas de
dinero en los últimos treinta años, inicialmente en industrias que requieren
mucha mano de obra y, más recientemente, en industrias intensivas en
capital. Esto impulsó el desarrollo de China, pero la mantuvo en la parte
inferior de la cadena de valor global, incluso en alta tecnología, como la
fábrica del mundo. El capital chino recauda la parte más pequeña del
beneficio, la mayor parte del cual se va a EE UU, Europa, Japón y otras
potencias capitalistas avanzadas y sus multinacionales. El mejor ejemplo de
esto es el teléfono móvil de Apple. China simplemente ensambla todos los
componentes, que en su mayoría se diseñan y fabrican fuera del país.



Pero hay una segunda dimensión, la acumulación autónoma. Desde el principio,
el Estado ha dirigido muy conscientemente la economía, financiando la
investigación y desarrollo y manteniendo un control indirecto sobre el
sector privado, que ahora representa más del 50 % del PIB. En las cúpulas
dirigentes de la economía, el Estado mantiene el control a través de
empresas estatales. Y recurre sistemáticamente a la ingeniería inversa para
copiar la tecnología occidental a fin de desarrollar sus propias industrias.



China tiene otras ventajas que otros países no tienen; es enorme, no solo
por la extensión de su territorio, sino también por su población. Desde la
década de 1990, ha podido practicar la división del trabajo en tres partes
del país. Guangdong tiene una zona de producción para la exportación,
intensiva en mano de obra. El delta de Zhejiang también está orientado a la
exportación, pero es mucho más intensivo en capital. Alrededor de Pekín se
ha desarrollado una industria de alta tecnología, comunicaciones y
aeronáutica. Esta diversificación forma parte de la estrategia consciente
del Estado para desarrollarse como potencia económica.



Al mismo tiempo, China también tiene sus puntos débiles. Si nos fijamos en
su PIB, es la segunda economía más grande del mundo. Pero si se mide el PIB
per cápita, sigue siendo un país de renta media. Incluso vemos debilidades
en sectores en los que está alcanzando a las potencias capitalistas
avanzadas. Por ejemplo, el teléfono móvil Huawei, que ahora es una marca
mundial, no lo desarrollaron únicamente los propios científicos chinos,
sino, sobre todo, 400 científicos japoneses contratados por la empresa. Esto
demuestra que China dependía y sigue dependiendo en gran medida de los
recursos humanos extranjeros para la investigación y desarrollo.



Otro ejemplo de debilidad se reveló cuando la empresa china de
telecomunicaciones ZTE fue acusada por el gobierno de Trump de violar sus
sanciones comerciales contra Irán y Corea del Norte. Trump impuso una
prohibición comercial a la compañía, negándole el acceso a programas y
componentes de alta tecnología diseñados en EE UU, amenazando a la compañía
con el colapso de la noche a la mañana. Xi y Trump llegaron finalmente a un
acuerdo para salvar la empresa, pero la crisis que sufrió ZTE demuestra que
el desarrollo dependiente de China sigue siendo un problema real.



Este es el problema que China está tratando de superar. Pero incluso en alta
tecnología, donde su intención es ponerse al día, su tecnología de
semiconductores se halla dos o tres generaciones por detrás de la de EE UU.
Está tratando de superar este retraso con un aumento espectacular de la
inversión en investigación y desarrollo, pero si observamos detenidamente el
gran número de patentes chinas, en su mayoría aún no corresponden a la alta
tecnología, sino a otros sectores. Por lo tanto, China todavía sufre de
debilidad tecnológica indígena. Donde está reduciendo distancias muy
rápidamente es en inteligencia artificial, y esta es un área que a EE UU le
preocupa mucho, no solo en términos de competencia económica, sino también
militar, donde la inteligencia artificial desempeña un papel cada vez más
central.



Encima de estas debilidades económicas, China tiene puntos débiles
políticos. China no tiene un sistema de gobierno que garantice la sucesión
pacífica del poder de un gobernante a otro. Deng Xiaoping había establecido
un sistema de limitación de mandatos de la dirección colectiva que comenzó a
resolver este problema sucesorio. Xi ha abolido este sistema y ha
restablecido la regla de la autocracia sin limitación de mandatos. Esto
podría dar pie a más luchas entre facciones por la sucesión,
desestabilizando el régimen y comprometiendo potencialmente su ascenso
económico.



-Xi ha cambiado radicalmente de estrategia de China dentro del sistema
mundial, prescindiendo del enfoque prudente defendido por Deng Xiaoping y
sus sucesores. ¿Por qué procede Xi de esta manera y cuál es su programa para
afirmar a China como gran potencia?



Lo primero que hay que entender es la tensión existente en el seno del
Partido Comunista Chino (PCC) en torno a su proyecto en el mundo. El PCC es
una gran contradicción. Por un lado, es una fuerza favorable a la
modernización económica. Por otro lado, ha heredado un componente muy fuerte
de la cultura política premoderna. Esto ha sentado las bases de los
conflictos entre camarillas dentro del régimen.



A principios de la década de 1990 hubo un debate en la cúpula de la
burocracia sobre qué camarilla de gobernantes debería tener el poder. Una de
ellas es la que llaman los de sangre azul, los hijos de los burócratas que
gobernaron el Estado después de 1949: la segunda generación roja de
burócratas. Son fundamentalmente reaccionarios. Desde que Xi llegó al poder,
la prensa habla del regreso a “nuestra sangre”, lo que significa que la
sangre de la antigua dirección se ha reencarnado en la segunda generación.



La otra camarilla es la de los nuevos mandarines. Sus padres y madres no
fueron dirigentes revolucionarios. Eran intelectuales o personas que
culminaron una buena educación y que ascendieron en la jerarquía. Por lo
general, su ascenso pasa a través de la Liga de Jóvenes Comunistas. No es
casual que el liderazgo del partido de Xi haya humillado repetida y
públicamente a la Liga en los últimos años. El conflicto entre los nobles de
sangre azul y los mandarines es una nueva versión de un viejo patrón; estas
dos camarillas han estado en tensión durante dos mil años de absolutismo y
gobierno burocrático.



Entre los mandarines hay algunos que provienen de orígenes más humildes
–como Wen Jiabao, que gobernó China de 2003 a 2013– y que son un poco más
liberales. Al final de su mandato, Wen dijo que China debería aprender de la
democracia representativa de Occidente, argumentando que ideas occidentales
como los derechos humanos encerraban algún tipo de universalidad. Por
supuesto, esto tenía sobre todo un carácter retórico, pero es muy diferente
de Xi, que trata la democracia y los llamados valores occidentales con
desprecio. Acabó ganando en esta lucha contra los mandarines, consolidó su
poder y ahora promete que los nobles de sangre azul gobernarán para siempre.
Su programa es fortalecer la naturaleza autocrática del Estado en el país,
convertir China en una gran potencia en el extranjero y afirmar su poder en
el mundo, a veces desafiando a EE UU.



Sin embargo, después de la crisis de ZTE, Xi llevó a cabo cierta retirada
táctica porque esa crisis expuso las debilidades persistentes de China y el
peligro de presentarse demasiado pronto como una gran potencia. De hecho,
hubo un alud de críticas a uno de los asesores de Xi, un economista llamado
Hu Angang, que había argumentado que China ya era un rival económico y
militar de EE UU y que, por lo tanto, podía desafiar a Washington por el
liderazgo en el mundo. ZTE demostró que simplemente no es cierto que China
esté al mismo nivel que EE UU. Desde entonces, muchos liberales salieron a
criticar a Hu. A otro erudito liberal conocido, Zhang Weiying, cuyos
escritos fueron vetados el año pasado, se le permitió publicar oficialmente
su discurso en línea.



Por entonces ya había un encendido debate entre los expertos en diplomacia.
Los partidarios de la línea dura abogaban por una posición más dura en
relación con EE UU. Los liberales, sin embargo, argumentaron que el orden
internacional es un templo y que mientras pueda acomodar el ascenso de
China, Pekín debería ayudar a construir este templo en lugar de demolerlo y
construir uno nuevo. Esta ala diplomática fue marginada cuando Xi optó por
apoyar la línea dura, pero recientemente vuelve a escucharse su voz. Desde
el conflicto en torno a ZTE y la guerra comercial, Xi ha hecho algunos
ajustes tácticos y se ha distanciado un poco de su anterior declaración
descarada sobre la condición de gran potencia de China.



-¿Hasta qué punto se trata de una retirada temporal? Asimismo, ¿cómo encajan
los proyectos China 2025 y Nueva Ruta de la Seda en la perspectiva a más
largo plazo de Xi de alcanzar la condición de gran potencia?



Permíteme decir claramente que Xi es un sangre azul reaccionario. Él y el
resto de su camarilla están decididos a restaurar la hegemonía del pasado
imperial de China y reconstruir la llamada dinastía celestial. El Estado de
Xi, la academia china y los medios de comunicación han producido una gran
cantidad de ensayos, disertaciones y artículos que glorifican este pasado
imperial para justificar su proyecto de convertirse en una gran potencia. No
renunciarán fácilmente a su estrategia a largo plazo.



La camarilla de Xi también es consciente de que, antes de que China pueda
alcanzar su ambición imperial, tiene que eliminar su legado colonial, es
decir, apoderarse de Taiwán y cumplir primero la tarea histórica del PCC de
la unificación nacional. Pero esto le enfrentará necesariamente a EE UU,
tarde o temprano. Por lo tanto, el problema de Taiwán contiene al mismo
tiempo la dimensión de autodefensa de China (incluso EE UU reconoce que
Taiwán es parte de China) y una rivalidad interimperialista. Para unificarse
con Taiwán, por no hablar de una ambición global, Pekín tiene que superar
primero las debilidades persistentes de China, especialmente en su
tecnología, su economía y su falta de aliados internacionales.



Ahí es donde entran en juego los proyectos China 2025 y Nueva Ruta de la
Seda. A través de China 2025 pretenden desarrollar su capacidad tecnológica
independiente y ascender en la cadena de valor global. Quieren usar la Nueva
Ruta de la Seda para construir infraestructuras en toda Eurasia en línea con
los intereses chinos. Al mismo tiempo, debemos dejar claro que la Nueva Ruta
de la Seda también es un síntoma de los problemas de sobreproducción y
sobrecapacidad de China. Están utilizándola para absorber todo este
excedente de capacidad. Pero de todos modos, ambos proyectos son centrales
en el proyecto imperialista chino.



-Ha habido un gran debate en la izquierda internacional sobre cómo entender
el ascenso de China. Algunos han argumentado que es un modelo y un aliado
para el desarrollo del tercer mundo. Otros ven a China como un Estado
subordinado dentro de un imperio informal estadounidense que gobierna el
capitalismo neoliberal mundial. Otros lo ven como un poder imperial en
ascenso. ¿Cuál es tu punto de vista?



China no puede ser un modelo para los países en desarrollo. Su ascenso es el
resultado de factores muy singulares que he mencionado antes y que otros
países del tercer mundo no poseen. No creo que sea incorrecto decir que
China forma parte del neoliberalismo mundial, especialmente cuando vemos que
da un paso al frente y dice que está dispuesta a reemplazar a EE UU como
guardiana de la globalización del libre comercio.



Pero decir que China forma parte del capitalismo neoliberal no refleja el
cuadro completo. China es una potencia singular de capitalismo de Estado y
expansionista que no está dispuesta a ser un socio de segunda clase de EE
UU. Forma parte, por lo tanto, del neoliberalismo global y es también una
potencia capitalista de Estado que ocupa un lugar propio. Esta combinación
peculiar significa que se beneficia del orden neoliberal y al mismo tiempo
representa un desafío para él y para el Estado norteamericano que lo
supervisa.



Irónicamente, el capital occidental es responsable de esta situación. Sus
Estados y sus capitales entendieron demasiado tarde el desafío que suponía
China. Afluyeron masivamente para invertir en el sector privado o en
empresas conjuntas con las empresas estatales chinas. Pero no se dieron
cuenta del todo de que el Estado chino siempre está detrás de empresas
aparentemente privadas. En China, incluso si una empresa es realmente
privada, debe rendirse a las exigencias que le impone el Estado.



El Estado chino ha utilizado esta inversión privada para desarrollar su
propia capacidad estatal y privada y comenzar a desafiar al capital
estadounidense, japonés y europeo. Por lo tanto, es ingenuo acusar al Estado
chino y al capital privado de robar propiedad intelectual. Eso es lo que
planeaban hacer desde el principio. De este modo, los Estados capitalistas
avanzados y las empresas multinacionales facilitaron la aparición de China
como una potencia imperial en ascenso. Su peculiar naturaleza capitalista de
Estado hace que sea particularmente agresiva y trate de reducir distancias y
desafiar a las potencias que invirtieron en ella.



-En EE UU, ambos partidos capitalistas están cada vez más de acuerdo en que
China es una amenaza para el poder imperial estadounidense. Y tanto EE UU
como China están agitando el nacionalismo contra el adversario. ¿Cómo
caracterizarías la rivalidad entre EE UU y China?



Hace algunos años, muchos comentaristas dijeron que había un debate entre
dos bandos sobre si colaborar con China o enfrentarse a ella. Lo llamaron
una lucha entre “acariciadores de pandas contra cazadores de dragones”. Hoy,
los cazadores de dragones ocupan el sillón del piloto de la diplomacia
estadounidense. Es cierto que existe un consenso creciente entre Demócratas
y Republicanos en contra de China. Incluso destacados liberales
estadounidenses atacan a China en estos días. Pero antes que nada, muchos de
estos políticos liberales tienen la culpa de que se haya llegado a esta
situación. Recuerda que después de la masacre de Tiananmen en 1989,
políticos liberales como Bill Clinton en EE UU y Tony Blair en Gran Bretaña
perdonaron al Partido Comunista Chino, restablecieron las relaciones
comerciales y alentaron inversiones masivas en el país.



Por supuesto, se trataba de llenar los libros de contabilidad de las
multinacionales occidentales, que obtuvieron grandes beneficios gracias a la
explotación de la mano de obra barata en las fábricas chinas. Pero también
creyeron de veras, aunque ingenuamente, que una mayor inversión llevaría a
China a aceptar la condición de Estado subordinado dentro del capitalismo
neoliberal mundial, y que se democratizaría a imagen de Occidente. Esta
estrategia ha fracasado, permitiendo el ascenso de China como rival.



Los dos bandos de acariciadores de pandas y cazadores de dragones también
cuentan con sus teóricos en la academia. Hay tres escuelas principales en el
ámbitgo de la política exterior. Además, las tres escuelas tienen sus
propios acariciadores de pandas y cazadores de dragones, que también podrían
llamarse optimistas y pesimistas. Dentro del campo optimista, diferentes
escuelas argumentan diferentes perspectivas. Mientras que los
internacionalistas liberales pensaban que el comercio democratizaría a
China, en cambio, los realistas creían que por mucho que China tuviera sus
propias ambiciones estatales para desafiar a EE UU, todavía era demasiado
débil para hacerlo. La tercera escuela es el constructivismo social; creen
que las relaciones internacionales son el resultado de ideas y valores y de
la interacción social, y al igual que los liberales, opinan que la
participación económica y social transformaría a China.



En el pasado, la mayoría de la clase política estadounidense profesaba la
visión de los liberales optimistas. Los liberales estaban cegados por su
creencia de que el comercio podría convertir a China en un país democrático.
El ascenso de China ha hecho que todas las visiones optimistas entraran en
crisis debido a que sus predicciones han resultado ser erróneas. China se ha
convertido en una potencia creciente que ha comenzado a reducir distancias y
desafiar a EE UU.



Ahora es el bando pesimista de estas tres escuelas el que está ganando
terreno. Los liberales pesimistas creen ahora que el nacionalismo chino es
mucho más fuerte que la influencia positiva del comercio y la inversión. Los
realistas pesimistas creen que China se está fortaleciendo rápidamente y que
nunca aceptará un compromiso con respecto a Taiwán. Los constructivistas
sociales pesimistas creen que China es inflexible con sus propios valores y
se negará a cambiar.



Sin embargo, si bien la escuela pesimista ha demostrado que tenía razón,
también adolece de una gran debilidad: asume que la hegemonía de EE UU está
justificada y es correcta, no se da cuenta del hecho de que EE UU es en
realidad cómplice del gobierno autoritario de China y su régimen de
explotación y, por supuesto, nunca analiza cómo la colaboración y rivalidad
entre EE UU y China ocurren dentro de una forma profundamente contradictoria
y volátil del capitalismo mundial y, en relación con esto, dentro de todo un
conjunto de relaciones de clase globales. Esto no debería sorprendernos; los
pesimistas son ideólogos de la clase dominante estadounidense y su
imperialismo.



China está siguiendo una trayectoria imperialista. Estoy en contra de la
dictadura del PCC, de su aspiración a convertirse en una gran potencia y sus
demandas en el mar del Sur de China. Pero no creo que sea correcto pensar
que China y EE UU se hallan en el mismo plano. China es un caso especial en
este momento; su ascenso tiene dos caras. Una es lo que tienen en común
ambos países: son capitalistas e imperialistas.



La otra cara es que China es el primer país imperialista que previamente
había sido un país semicolonial. Eso es muy diferente de EE UU o cualquier
otro país imperialista. Conviene tener esto en cuenta en nuestro análisis
para comprender cómo funciona China en el mundo. Para China siempre existen
dos niveles de cuestiones. Uno de ellos es la legítima defensa de un antiguo
país colonial según el Derecho internacional. No debemos olvidar que en los
años noventa unos aviones de combate estadounidenses sobrevolaron la
frontera meridional del país y se estrellaron contra un avión chino, matando
a su piloto. Este tipo de sucesos recuerdan lógicamente a los chinos su
doloroso pasado colonial.



Hasta hace poco, el Reino Unido controlaba Hong Kong, y el capital
internacional todavía ejerce una enorme influencia allí. Recientemente salió
a la luz un ejemplo de la influencia imperialista occidental: un informe
reveló que justo antes de que el Reino Unido se retirara de Hong Kong,
disolvieron su policía secreta y reasignaron a sus miembros a la Comisión
Independiente contra la Corrupción (ICAC). La ICAC goza de gran popularidad
aquí, ya que hace de Hong Kong un lugar menos corrupto. Pero es el jefe del
gobierno de Hong Kong, anteriormente nombrado desde Londres y ahora elegido
desde Pekín, quien nombra al comisionado, mientras que la gente no tiene
absolutamente ninguna influencia sobre él.



Pekín estaba muy preocupada de que la ICAC también pudiera servir para
disciplinar al Estado chino y sus capitales. Por ejemplo, en 2005 el ICAC
procesó a Liu Jinbao, el jefe del Banco de China en Hong Kong. Parece que
Beijing está tratando de tomar el control de la ICAC, pero esta lucha de
poder no trasciende al público. Por supuesto, deberíamos estar contentos de
que la ICAC persiga a personas como Liu Jinbao, pero también debemos
reconocer que el imperialismo occidental puede utilizarlo para implementar
sus planes. Al mismo tiempo, la consolidación del control de Pekín
beneficiará al Estado y a los capitalistas chinos, pero no servirá a los
intereses de las masas trabajadoras chinas.



Existen otros remanentes del pasado colonial. EE UU básicamente mantiene a
Taiwán como un protectorado. Por supuesto, deberíamos oponernos a la amenaza
de China de invadir Taiwán; debemos defender el derecho de autodeterminación
de Taiwán. Pero también debemos ver que EE UU usará Taiwán como herramienta
para promover sus intereses. Esta es la desventaja del legado colonial que
hace que el PCC se comporte a la defensiva ante el imperialismo
estadounidense.



China es un país imperialista emergente, pero tiene debilidades
fundamentales. Diría que el PCC tiene que superar obstáculos fundamentales
antes de que China pueda convertirse en un país imperialista estable y
sostenible. Es muy importante ver no solo los puntos en común entre EE UU y
China como países imperialistas, sino también las particularidades de esta
última.



-Está claro que para los socialistas estadounidenses, nuestro principal
deber es oponernos al imperialismo de EE UU y construir solidaridad con los
trabajadores chinos. Eso significa que debemos oponernos a la implacable
represión del Estado chino, no solo contra la derecha, sino también contra
los progresistas e incluso el movimiento obrero. No debemos caer en la
trampa campista de dar apoyo político al régimen chino, sino a los
trabajadores del país. ¿Cómo contemplas esta situación?



Debemos combatir la mentira utilizada por la derecha estadounidense de que
los trabajadores chinos han robado los puestos de trabajo a los trabajadores
de EE UU. Esto no es verdad. Las personas que realmente tienen el poder de
decidir no son los trabajadores chinos, sino los capitalistas
estadounidenses, como Apple, que hace que sus teléfonos se ensamblen en
China. Los trabajadores chinos no tienen absolutamente nada que decir sobre
tales decisiones. En realidad, son víctimas, no personas a las que se deba
culpar por la pérdida de empleos en EE UU.



Y como ya he dicho, Clinton, no los gobernantes ni los trabajadores chinos,
fue el culpable de la exportación de esos puestos de trabajo. Fue el
gobierno de Clinton el que colaboró con el régimen asesino de China después
de los sucesos de la plaza de Tiananmen para permitir que las grandes
empresas estadounidenses invirtieran en China a escala masiva. Y cuando se
perdieron los empleos en EE UU, los que surgieron en China en realidad no
eran en absoluto el mismo tipo de empleos. Los puestos de trabajo
estadounidenses que se perdieron en el sector del automóvil y el acero
estaban sindicados y tenían buenos salarios y prestaciones, mientras que los
creados en China no son más que trabajos duros y mal pagados.
Independientemente de sus conflictos actuales, los principales líderes de EE
UU y China, no los trabajadores de ninguno de los dos países, pusieron en
práctica el miserable orden mundial neoliberal.



-Una cosa que hemos hecho aquí en EE UU es ayudar a organizar visitas a los
trabajadores chinos en huelga para que podamos construir solidaridad entre
los trabajadores estadounidenses y chinos. ¿Hay otras ideas e iniciativas
que podamos tomar? Existe un peligro real de que el nacionalismo sirva en
ambos países para enfrentar a los trabajadores de uno y otro país. Parece
que evitar esto es muy importante. ¿Qué piensas?



Es importante que la izquierda en el resto del mundo reconozca que el
capitalismo chino tiene un legado colonial que todavía existe en la
actualidad. Entonces, cuando analizamos las relaciones entre China y EE UU,
debemos distinguir aquellas partes legítimas del patriotismo de las que
agita el PCC. Hay un elemento de patriotismo de sentido común entre la gente
que es fruto del último siglo de intervención imperial por parte de Japón,
las potencias europeas y EEUU.



Esto no significa que nos acomodemos a este patriotismo, sino que debemos
distinguirlo del nacionalismo reaccionario del PCC. Y, sin duda, Xi está
tratando de alentar el nacionalismo en apoyo de sus aspiraciones de gran
potencia, al igual que los gobernantes estadounidenses están haciendo lo
mismo para cultivar el apoyo popular al objetivo de su régimen de contener a
China.



Entre la gente corriente, el nacionalismo ha estado declinando en lugar de
aumentar, porque la gente desprecia al PCC, y son más quienes ahora no
confían en su nacionalismo y odian su gobierno autocrático. Un ejemplo
divertido de esto es un reciente sondeo de opinión que preguntó si la gente
apoyaría a China en una guerra con EE UU. La respuesta de los internautas en
línea fue muy interesante. Uno de ellos dijo: “Sí, apoyo la guerra de China
contra EE UU, pero primero apoyamos que se envíe a luchar a los miembros del
Buró Político, luego a los del Comité Central y después a todo el PCC. Y
cuando ganen o pierdan, al menos seremos libres.” Los censores, por
supuesto, eliminaron inmediatamente estos comentarios, pero es una
indicación de la profunda insatisfacción con el régimen.



Eso significa que existe una base entre los trabajadores chinos para
construir la solidaridad internacional con los trabajadores estadounidenses.
Pero eso requiere que los trabajadores estadounidenses se opongan al
imperialismo de su propio gobierno. Solo esa posición creará confianza entre
los trabajadores chinos.



Las amenazas del imperialismo estadounidense son reales y conocidas en
China. La marina de EE UU acaba de enviar dos buques de guerra a través del
Estrecho de Taiwán en una clara provocación a China. La izquierda
estadounidense debe oponerse a este militarismo para que el pueblo chino
entienda que os oponéis al proyecto imperialista de EE UU con respecto a
Taiwán, aunque también se debe reconocer el derecho de Taiwán a comprar
armas a EE UU. Si el pueblo chino percibe una sólida posición
antiimperialista de la izquierda estadounidense, podrá comprender nuestros
intereses internacionales comunes contra el imperialismo estadounidense y
chino.

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