Cuba/ Como un déjà vu. Vientos de crisis económica [Amaury Valdivia]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mayo 1 12:18:04 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

1 de mayo 2019

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Cuba

 

Vientos de crisis 

 

Como un déjà vu

 

Desde hace meses los cubanos lidian con largas colas para adquirir artículos
de primera necesidad, mientras las autoridades realizan nuevos recortes y
adelantan proyectos de urgencia en el frente económico. La Habana llama a
prepararse para lo peor.

 

Amaury Valdivia, desde La HabanBrecha, 27-4-2019 

https://brecha.com.uy/

 

A mediados de la década del 90, todos los domingos bien temprano, mi padre y
yo salíamos en bicicleta rumbo a la “tumba” que cultivábamos a las afueras
de mi ciudad natal. Eran casi treinta quilómetros sumando los viajes de ida
y de vuelta, primero por carretera y luego siguiendo un terraplén
eternamente enlodado del que partían senderos que se internaban en el monte
firme de marabú.

 

Uno de ellos conducía a nuestra parcela (o “tumba”, en el lenguaje local).
Eran sólo unas cuantas decenas de metros cuadrados arrancados a los zarzales
a fuerza de hacha y machete, en los que mi padre sembraba calabazas, yuca e
incluso algo de arroz; yo, desde las contadas fuerzas de mis 13 o 14 años,
hacía como que lo ayudaba.

 

Cuba sufría la crisis económica provocada por la caída del “socialismo real”
y la desaparición de la Unión Soviética. “Período Especial en Tiempo de Paz”
era el nombre formal de esa etapa de carencias extremas, en la que los
cortes de electricidad superaban las 20 horas diarias, el transporte
funcionaba en su mínima expresión y conseguir el alimento cotidiano
resultaba una odisea.

 

Aún no sé cómo mi familia consiguió salir adelante. Que lo lograra dependió
en buena medida de aquel huerto en donde mi padre exprimía las fuerzas que
le quedaban luego de trabajar durante la semana como constructor
improvisado. Entre continuar enseñando topografía en un instituto
politécnico y marcharse a una microbrigada con la esperanza de levantar su
casa al cabo de cinco o diez años, él había tenido clara su elección. Pero
mientras se convertía en realidad ese sueño, era necesario superar el día
inmediato; muchas veces lo hicimos gracias a lo cosechado en nuestra
“tumba”.

 

Tiempos difíciles

 

El “período especial” nunca tuvo una proclamación oficial. Lo más parecido a
tal acto fue un discurso pronunciado por Fidel Castro en enero de 1990
durante la clausura de un congreso sindical. En la ocasión, admitió la
posibilidad de “que los problemas fueran tan serios en el orden económico
(…) que nuestro país tuviera que enfrentar una situación de abastecimiento
sumamente difícil”.

 

Meses más tarde, el 29 de agosto, una nota publicada en los principales
diarios anunciaba severas restricciones en el consumo de combustible,
alimentos y otros productos, y la paralización de todas las inversiones no
relacionadas con el turismo o la defensa.

 

El desplome de la economía tuvo dramáticas consecuencias sociales, sobre
todo a partir de 1993, cuando la “despenalización” del dólar abrió las
puertas a la desigualdad. No por casualidad, las tiendas en divisas (N de E:
que aceptan moneda extranjera) fueron el blanco predilecto de la ira popular
durante el llamado Maleconazo, la inédita manifestación de habaneros a la
que debió enfrentarse Fidel en agosto de 1994.

 

Por entonces, calor y escasez demostraron ser una combinación extremadamente
peligrosa, a tal punto que por años el gobierno ha hecho lo indecible para
evitar los apagones en los meses más tórridos, a la par que ha incrementado
las actividades recreativas y ha estabilizado el abasto de bienes de
consumo. En esas circunstancias, sólo una urgencia muy perentoria justifica
decisiones como las anunciadas a comienzos de este mes por el presidente
Miguel Díaz-Canel y el general de Ejército Raúl Castro, quien en su
condición de primer secretario del partido sigue siendo la primera figura
del poder en la isla. Aunque en sus intervenciones ante la Asamblea Nacional
del Poder Popular ambos resaltaron que el país se “halla en muchas mejores
condiciones para superar cualquier dificultad”, entre la ciudadanía el
optimismo no alcanza cotas tan elevadas.

 

Desde hace meses los cubanos han vuelto a lidiar con largas colas para
adquirir diversos artículos. Las mayores aglomeraciones tienen lugar ante
las tiendas donde se vende el pollo congelado, principal fuente de proteína
de que disponen los isleños. Pese a su elevado precio (el valor de un
quilogramo supera los ingresos diarios de quienes perciben el salario
estatal promedio), decenas y hasta cientos de personas pasan horas a las
afueras de los establecimientos, no siempre con éxito.

 

Similares tensiones se registran en todo el ámbito comercial. Luego de haber
iniciado 2019 con marcadas reducciones presupuestarias, a finales de marzo
el Ministerio de Economía y Planificación anunció nuevos recortes en las
partidas de divisas para compras en el exterior (casi dos tercios de las
cuales se destinan a alimentos y combustible). Ya durante las sesiones
extraordinarias de la Asamblea Nacional, el presidente Díaz-Canel detalló la
difícil coyuntura enfrentada por las finanzas nacionales y llamó a lograr el
“autoabastecimiento territorial”, una suerte de autarquía criolla en la que
los municipios deberían ser capaces de producir la mayoría de los alimentos
que consumen. Además, convocó a elevar la eficiencia en el turismo y los
servicios profesionales, y a fomentar nuevas exportaciones dentro de un
programa concebido en tres etapas que se extenderán hasta 2030.

 

Sobre el papel, parecen respuestas lógicas a un escenario complejo y lleno
de variables que escapan al control de La Habana; mas el asunto es que, casi
treinta años atrás, propuestas muy similares conformaron la estrategia de
los máximos dirigentes, con éxito limitado, como dan fe las circunstancias
actuales.

 

Bajo asedio

 

En 1989, cerca del 85 por ciento del comercio exterior cubano tenía como
contrapartes a la Unión Soviética y a las naciones de Europa oriental.
Durante la década siguiente, los esfuerzos se concentraron en diversificar
los intercambios, tanto con gobiernos como con corporaciones extranjeras.
Sin embargo, a comienzos de los años dos mil, luego del ascenso al poder de
Hugo Chávez y otros mandatarios progresistas de América Latina, esos
impulsos renovadores perdieron fuelle. En sus últimos años al frente del
aparato estatal, Fidel Castro volvería a apostar por una alianza estratégica
con un socio preferencial (Venezuela) y vínculos especialmente estrechos con
un corto número de estados afines (China y Rusia, los más importantes).
Hacia 2008, Caracas y Beijing concentraban más de la mitad del comercio
exterior de la isla, con la república bolivariana como principal cliente
para su catálogo exportador de servicios profesionales y la nación asiática
asumiendo el rol protagónico en la provisión de equipamientos y materias
primas.

 

Consciente de la fragilidad de tal esquema de desarrollo, a partir de 2011
Raúl Castro se embarcó en una campaña de reformas agrupadas bajo el genérico
nombre de “actualización”. La ampliación de los alcances del sector privado,
la promulgación de una ley más liberal para la inversión extranjera y la
derogación de prohibiciones arcaicas dieron un segundo aire a la economía,
que tras el comienzo del “deshielo” pudo por fin renegociar su abultada
deuda exterior y retomar la senda de discretos crecimientos del Pbi (con el
añadido de lograrlo sin depender de nuevos créditos).

 

Para la especulación queda la duda de qué derroteros hubiera seguido Cuba de
no haber ascendido al poder Donald Trump, firme defensor de la política de
sanciones contra La Habana. Con ella retribuye el apoyo que le
proporcionaron las principales fortunas de la comunidad cubanoamericana
durante las presidenciales de 2016 (cuando “maniobraron” para inclinar a su
favor el colegio electoral del estado de Florida, el cuarto con mayor número
de compromisarios). A más largo plazo, el magnate neoyorquino busca asegurar
un compromiso similar durante los comicios de 2020.

 

Sólo desde este punto de vista puede comprenderse la decisión de activar el
problemático título III de la ley Helms-Burton (véase Brecha, 5-IV-19), al
amparo del cual los tribunales norteamericanos quedarían facultados para
sancionar a empresas de otros países que “trafiquen con propiedades de
ciudadanos estadounidenses”, y las limitaciones impuestas al envío de
remesas hacia la isla. La primera medida intenta cortar el flujo de
inversión extranjera que necesita el país (al menos 2 mil millones de
dólares al año, según cálculos oficiales); la segunda, hacer otro tanto con
una fuente de recursos que recientemente un think tank norteamericano cifró
en alrededor de 57 mil millones de dólares, de 2008 a la fecha.

 

Luego de perder los cientos de millones de dólares que reportaba la
participación de sus especialistas en el programa Más Médicos para Brasil,
con la colaboración en Venezuela operando en números rojos (los vitales
pagos en combustible han llegado a interrumpirse en ocasiones, lo que ha
obligado a realizar compras en Argelia y Rusia a precios de mercado) y sin
conseguir que el turismo reporte los ingresos que urgen las arcas estatales,
tanto Díaz-Canel como Raúl Castro son conscientes de la necesidad de “estar
preparados para la peor variante (porque) la situación podría agravarse en
los próximos meses”.

 

Tal coyuntura causa desvelos en los despachos del Palacio de la Revolución y
en los del Centro Internacional de Negocios de la exclusiva barriada de
Miramar, pero mucho más entre los ciudadanos comunes. Cuando días atrás un
periódico provincial alertó que “si en determinado horario del día se
agotara el combustible establecido para la jornada, habría que comenzar a
quitar la corriente en algún circuito”, no pocos tragaron en seco. Un cuarto
de siglo después, los recuerdos de la etapa más difícil del “período
especial” laten con incómoda vigencia en la memoria colectiva; mi padre,
incluso, sigue empleando la vieja bicicleta con la que cada domingo iba a su
“tumba”.

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