Rusia/ La lucha social: experiencia de vida y crítica proletaria [Carine Clément]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mayo 16 10:07:52 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

16 de mayo 2019

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redacción y suscripciones

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Rusia

 

La lucha social: experiencia de vida y crítica proletaria

 

Carine Clément *

 

la vie des idées, 26-4-2019

https://laviedesidees.fr/

Traducción de Viento Sur

https://www.vientosur.info/

 

En un contexto global de ascenso general de los populismos, de las
desigualdades, de los autoritarismos y de las políticas económicas
neoliberales, Rusia puede considerarse un caso extremo. La rapidez y
amplitud de los cambios políticos, geoestratégicos, económicos y sociales
que han sacudido el país desde la caída de la Unión Soviética han convertido
este país excomunista en uno de los más desiguales del mundo y uno de los
que llevan a cabo con mayor brutalidad el desmantelamiento de su sistema de
protección social. Esta brutalidad y este ritmo acelerado de las reformas
neoliberales han obstaculizado en gran parte las resistencias sociales
frente a lo que cabe denominar, de acuerdo con Michael Burawoy en su
interpretación de Karl Polanyi, la mercantilización forzada y socialmente
devastadora.  1/

 

Al son de los coros que cantaban las loas a la democracia de mercado,
marcando el tono de la década de 1990, las solidaridades se disolvieron en
la lucha por la supervivencia y la desconfianza generalizada. El desencanto
se instaló rápidamente, permitiendo la instauración del régimen putiniano,
2/ que perdura hasta hoy. Esto no quiere decir que la población se haya
mantenido completamente pasiva. Ha habido y sigue habiendo numerosas luchas
sociales, pero están fragmentadas, son de dimensiones reducidas y se centran
en problemas sociales concretos y limitados.  3/

 

Por todas estas razones, la aparición de una crítica social en el seno de
los sectores populares empobrecidos, descalificados e invisibilizados llama
particularmente la atención. Aquí los llamaremos proletarios desclasados;
desclasados debido tanto a la retrogradación social brutal como al
descrédito en que ha caído el discurso de clase. Si en un país que ha dado
tan radicalmente la espalda del socialismo renace la crítica social, urge
interesarse por las manifestaciones de esta crítica y por las vías que ha
emprendido para abrirse paso. En efecto, si la desigualdad y la dominación
experimentadas por los proletarios de Rusia tienen sus especificidades
asociadas a una historia, una cultura y un contexto político concretos, la
experiencia que vive la gente de abajo de esta desigualdad en su vida
cotidiana no está tan alejada de la que viven otras capas populares en otras
sociedades, Francia incluida. Rusia no es una excepción y algunos
investigadores han tomado incluso la pluma para demostrar su normalidad;  4/
muestra con una gran visibilidad lo que ocurre con el conjunto social en un
país en que se mezcla la democracia autoritaria con el neoliberalismo
postsocialista.

 

En la Rusia contemporánea, el conjunto social está constituido en gran
medida por sectores depauperados y precarios que no son minoría, sino que
abarcan a la mayoría de la población. Las estadísticas oficiales de pobreza
subestiman el fenómeno, ya que rebajan artificialmente el umbral de pobreza.
Según una encuesta reciente, de hecho, más de la mitad de la población vive
en la pobreza o en riesgo de caer en la pobreza, con una gran proporción de
personas asalariadas pobres. Tras la mejora del nivel de vida que se produjo
en la década de 2000, la tendencia fue agravándose con la crisis financiera
mundial de 2008 y posteriormente con la crisis derivada de la anexión de
Crimea en 2014. La caída del rublo, las sanciones económicas de Occidente y
las contrasanciones rusas, así como el descenso del precio del petróleo,
hicieron que los salarios y los ingresos reales disminuyeran regularmente;
los atrasos salariales empiezan a acumularse de nuevo; las formas atípicas e
informales de trabajo vuelven a florecer, como ya ocurrió durante la
catástrofe social y económica que marcó la década de 1990 a raíz del colapso
brutal del sistema soviético.

 

Asimismo, el conjunto social está en gran medida por recomponer o unir de
nuevo, ya que el traumatismo social, nacional y cultural  5/ de la década de
1990 desintegró las coordenadas sociales de la mayoría de la población rusa,
disolviendo las identidades y cortando los lazos sociales. La terapia de
choque neoliberal dejó abatida a la sociedad, eliminando las referencias
sociales existentes y obligando a la gente a replegarse sobre sí misma o
sobre sus microespacios de supervivencia. Numerosos sociólogos dudaban
incluso de hablar de sociedad con respecto a Rusia, prefiriendo términos
como camarillas  6/ o pequeña sociedad.  7/

 

¿Cómo llega la gente, incluidos sobre todo los y las más desfavorecidas, a
desarrollar una crítica social, componer un espacio común y a veces incluso
movilizarse en condiciones de depauperación generalizada y en un régimen
autoritario y oligárquico? Una observación atenta permite ver que se está
construyendo un espacio social en medio de ese “magma de significados
imaginarios” del que habla Cornelius Castoriadis,  8/ en un proceso de
articulación improbable entre tendencias que podrían parecer
contradictorias: el descubrimiento del espacio nacional, la apertura del
imaginario social a un vasto nosotros enraizado en experiencias de
dominación y de explotación vividas como comunes y la crítica social
centrada en la contestación de las desigualdades sociales. Las reacciones a
la política de austeridad presupuestaria y de reformas liberales de la
protección social y de las pensiones aplicada por el gobierno son
incomparablemente más críticas y socialmente más comprometidas que en la
década de 1990. Hoy en día, la mayoría de las personas han recuperado sus
referencias y restablecido lazos sociales; se abren unas a otras y tienen
capacidad de crítica social y de imaginario social.  9/

 

La reconciliación con la experiencia cotidiana

 

La propaganda patriótica orquestada por el Kremlin, que exalta una Rusia que
ha recuperado su grandeza, una Rusia magnificada, rica en recursos y dotada
de la fuerza de un pueblo unido, es el primer proceso que alimenta la
crítica social. Este discurso funciona, pero no genera un apoyo consensual a
la visión de una nación una y unida, propagada por el Kremlin. Por un lado,
la mayoría de rusos y rusas redescubren que forman parte de una nación y que
pueden sentirse orgullosas de ella. Por otro, si Rusia es rica y si el
pueblo ruso es valioso, “¿cómo es posible que la gente viva tan pobre?”:
esta es la pregunta que se escucha a menudo en boca de personas de ambientes
populares.

 

La pregunta va más allá de la simple comparación entre los hechos y los
discursos. Para suscitar la crítica social, los hechos deben vivirse,
sentirse en la experiencia de personas que no viven su cotidianeidad con
vergüenza o desespero; también deben vivirse como algo compartido. Este es
el segundo proceso que alimenta la crítica social: la reconciliación de los
proletarios desclasados con su experiencia cotidiana, a diferencia del
sentimiento de extrañeza o desconcierto provocado por el desclasamiento y la
depauperación que acompañaron a las reformas brutales de la década de 1990.
10/Favorecida, sin duda, por el repunte económico de la década de 2000, de
la estabilización de una situación social, aunque fuera precaria, y
favorecida también por un discurso nacionalista qua adula al pueblo. La
socialidad popular, durante mucho tiempo quebrada por las lógicas de
supervivencia, del sálvese quien pueda, la desconfianza y la competencia,
aflora de nuevo. Estudios recientes sobre las ciudades obreras rusas  11/
reflejan de este modo cómo se restablecen prácticas de socialidad gratuitas
(que no sirven exclusivamente para la supervivencia).

 

Mis propias investigaciones indican que la gente aspira a reencontrarse, en
abierta connivencia, para hablar y experimentar la libertad de hablar,
incluso abundando en la crítica, la incorrección y la irreverencia. En los
garajes de pequeñas ciudades de provincia, los hombres se dedican al
bricolaje o a sus pequeños tráficos, y también hablan, se confiesan a veces,
a menudo ironizan, en un espíritu de compañerismo y de desprecio por las
figuras de la jerarquía. En los patios de los bloques de pisos, las mujeres
se juntan, discuten, comparten impresiones, a veces participan en trabajos
de acondicionamiento del lugar o se indignan por la mala gestión de los
servicios municipales.

 

En Astraján, contemplando a las habitantes de su inmueble ocupadas en
plantar árboles en el patio, una anciana exclama que es “como si me
despertara de 20 años de hibernación”. Esta socialidad puede remitirnos a
las imágenes de discusiones interminables en las cocinas de los apartamentos
comunitarios durante el periodo soviético, pero tiene lugar menos de una
manera oculta o informal que en modo de formación de espacios, inclusive
durante las manifestaciones públicas, abiertas a la experiencia de una
fraternidad liberada de juicios morales o descalificaciones políticas. Se
trata de espacios en los que el hablante se siente seguro de ser comprendido
entre líneas por interlocutores de los que sabe que comparten la misma
experiencia de vida y en los que la connivencia se expresa menos con
palabras que con gestos de la cabeza, exclamaciones o golpecitos en la
espalda.

 

En estos espacios de lo cotidiano emerge la crítica social en modo a menudo
irónico. Así, en Perm, con motivo de la conmemoración tradicional del final
de la segunda guerra mundial, el 9 de mayo de 2017, las autoridades
municipales organizaron un encuentro en un barrio obrero de la ciudad. Los
asistentes, en su mayoría obreros o antiguos obreros, formaban pequeños
corros, se saludaban unos a otros, bebían a escondidas (el consumo público
de alcohol está prohibido) y, sobre todo, rivalizaban en la crítica irónica
de las desigualdades y de las falsas apariencias.

 

Durante la fiesta se produce una conversación entre dos compañeros obreros.
Uno exclama: “Puede que Putin sea bueno en política exterior, pero ¡se ha
olvidado de Rusia! […] ¿Cómo puede decir que el salario medio en Rusia es de
39.000 rublos? [cifra oficial] Aquí ganamos entre 15.000 y 20.000 rublos
nada más […] ¿Cómo se puede alimentar a una familia con 15.000 rublos?” Su
compañero insiste: “Es cierto, si nuestro gobernador gana, por ejemplo,
medio millón, y la niñera 7.000, la media da justamente esto. Pienso que
habría que igualar el salario medio al de los obreros. O bien, igualar el
salario de los gobernadores, los alcaldes, los altos cargos, de Putin,
igualar todos estos con el salario de la niñera. O que vayan a trabajar de
niñeras. Limpiar el culo de los niños por 7.000 rublos, ¿lo harían? No. ¿Por
qué, con medio millón, iban a limpiar culos?”

 

Esta conversación pone de manifiesto la contestación de las cifras oficiales
desconectadas de la vida real, de las carencias de la vida a que se
enfrentan el nosotros de los obreros y trabajadores mal pagados. Muestra
asimismo la manera en que estos obreros retrotraen a los hombres que viven
más allá de las contingencias de la vida cotidiana al ámbito prosaico y
vulgar. Las conversaciones se caracterizan por su lenguaje simple,
irreverente y directo, a menudo exageradamente grosero o políticamente
incorrecto, utilizado sobre todo para oponer la realidad a ras de suelo al
discurso abstracto, que resulta ficticio, santurrón o aleccionador.

 

Las conversaciones cotidianas se politizan a menudo por medio de una ironía
irreverente y grosera que podría recordar las resistencias subterráneas de
la época soviética, pero que también entra en resonancia con los modos de
resistencia de los dominados y de las clases populares en muchas partes del
mundo.  12/ Entre personas que se comprenden no solo se discute sobre las
dificultades de la vida cotidiana, sino que también se hace burla de los
dirigentes, se destaca el hecho de que la gente no se llama a engaño, de que
no hay que dar crédito, sobre todo, a los bonitos discursos (“nos dan la
tabarra con su patriotismo, pero todo su dinero y sus hijos están en
Occidente”). La crítica social, por tanto, no es un movimiento de elevación
hacia una mayor abstracción, sino una inserción de la abstracción en lo
concreto, lo corporal y lo emocional de las experiencias de vida.

 

Uno de los aspectos sorprendentes de esta incursión en lo cercano  13/ o de
este proceso de rehabitar el espacio de vida  14/ es la reconciliación con
el trabajo de cada uno, sobre todo el trabajo obrero, el trabajo con las
manos, que vuelve a ser fuente de orgullo y de dignidad. Por ejemplo, esto
es lo que dice de su experiencia un joven obrero altamente cualificado de
San Petersburgo: “Me gusta mi trabajo. Me gusta lo que hago. Quiero poder
vivir de ello. Pero ocurre que eso no vale nada. Con mis colegas tratamos de
defendernos, pero la dirección nos ningunea. […] El trabajo humano no se
valora […]. Y ese gran gilipollas, con perdón, que está sentado en su sillón
y cobra medio millón, ¿es más útil que yo? […] ¿Y nuestros pensionistas?
¡Han trabajado toda la vida por el bien del país! Y siguen teniendo que
trabajar para sobrevivir, en vez de viajar y gozar de la vida, como los
pensionistas en Occidente.” Aparece aquí un imaginario social que va más
allá de lo cercano: el nosotros está enraizado en la experiencia del
trabajo, incluye a los colegas, pero también se amplía a los demás
trabajadores e incluso a los pensionistas del país en su conjunto.

 

La emergencia de un nosotros popular

 

Este nosotros se inscribe en los espacios de lo cercano rehabitados, en las
interacciones y conversaciones de la vida cotidiana, donde las críticas de
las desigualdades sociales, de la política y del gobierno son legión. Son
estas conversaciones entre nosotros las que construyen un espacio común, un
espacio que está abierto a los demás que, aunque ausentes, aparecen como
colegas que comparten la misma experiencia de vida y la misma opinión.

 

Una empleada de correos, jefa de equipo en una ciudad de Altai: “Tengo la
sensación de que nuestra dirección solo piensa en ella misma y en llenarse
los bolsillos […]. Y la población no es más que una fuente de
enriquecimiento para ellos […]. Somos como esclavos. Precisamente hemos
hablado con mis colegas. Stráshnov (el director general de Correos) ha
desaparecido […]. ¿Cómo es posible que, con nuestros salarios de miseria, él
haya recibido una prima de 95 millones […]? ¡Ahorran a costa de nosotros! La
gente que trabaja, trabajamos por dos, por tres. Los pobres carteros no
reciben más que unos céntimos.” La mujer habla con una pareja de amigos, que
aprueban lo que dice con aclamaciones, del espacio de libre discusión
crítica que existe en su centro de trabajo y muestra la manera en que el
nosotros de los proletarios desclasados se amplía de los compañeros de
trabajo a todos y todas quienes trabajan, incluidas las que tienen peor
suerte que ella. Este nosotros se afirma igualmente contra los dirigentes
político-económicos que se enriquecen sobre la espalda de los trabajadores.

 

Las manifestaciones sociológicas de este nosotros, captadas en forma de
autoidentificación social, son diversas: el nosotros obreros, el nosotros
pequeños empresarios (que trabajan duramente para sobrevivir) y el nosotros
pobres habitantes de provincias. Este nosotros plural en proceso de
formación lo traduzco por clases populares, gente común o proletarios, y
permite hablar de la gestación de un imaginario popular.

 

La crítica que alimenta este imaginario popular se expresa a veces
públicamente en acciones de protesta. Así, en una manifestación contra el
retraso de la edad de jubilación, en septiembre de 2018, una pareja
moscovita dice que participa para que “el poder no crea que la población
está de acuerdo”. En este caso también, el hombre, aunque resida en la
capital, se transporta con la imaginación a la provincia al declararse
convencido de que las reformas están destinadas a hacer pagar a la “gente
sencilla”, “sobre todo de provincias”. Jóvenes estudiantes venidos de la
provincia para asistir a una manifestación contra la corrupción, organizada
en San Petersburgo en 2017 por el activista de oposición Alexei Navalny,
dicen que sobre todo les motiva la lucha contra las desigualdades sociales y
territoriales, indignados como están por la diferencia manifiesta que
constatan entre el estado de su ciudad de procedencia y el de las grandes
ciudades del centro.

 

El nosotros vehiculizado por el imaginario nacional

 

El ímpetu del imaginario nacional que se está gestando, o la capacidad de la
gente de construir en la imaginación una entidad colectiva de pertenencia,
ya documentada ampliamente por Benedict Anderson,  15/ participa igualmente
en esta crítica social. En la Rusia popular, se traduce en el sentimiento de
una comunidad de experiencia compartida entre personas que habitan en los
cuatro extremos del país. Una pensionista que vive en un piso renovado del
centro de Moscú puede declarar así que empatiza con la babushka de una
pequeña aldea perdida en los Urales que vende setas en el mercado para poder
sobrevivir y con la que ha conversado largamente durante un viaje en coche
por el interior de Rusia. Obreros de Rubtsovsk, en Altai, que luchan contra
el cierre de su fábrica, pueden sentirse solidarios (los trabajadores son
“nuestros hermanos”) con toda la “gente del trabajo”, sobre todo en
respuesta a la falta de reconocimiento material del trabajo y al desprecio
por parte de los hijos de los nuevos ricos, sentido como algo colectivamente
humillante (“no somos nada para ellos”).

 

Este nosotros adquiere las dimensiones de la nación imaginada, una nación
dividida, contrariamente a la visión de una nación una y unida que difunde
la propaganda patriótica. Este nosotros alimenta y al mismo tiempo se
alimenta de la configuración de un ellos, que abarca sobre todo a los
oligarcas que confiscan las riquezas del país y controlan el Estado, son los
explotadores contra los explotados, los aprovechados contra los
trabajadores, el centro contra las regiones.

 

La crítica se convierte entonces en reivindicación o por lo menos en
aspiración, en todo caso no se queda en mero sentimiento o simple
lamentación. La mayoría de las reivindicaciones se refieren a la
redistribución social y económica entre las regiones, los ricos y los
pobres, los que tienen el poder y los ciudadanos comunes. Si se dirigen al
Estado, exigen sobre todo un Estado liberado de los oligarcas, ya que el
Estado, tal como existe actualmente, se percibe como un Estado oligárquico.
Finalmente, gran parte de las reivindicaciones se centran en la
participación política: “¡Tienen que escucharnos, la gente corriente ha de
participar! Porque allí ni siquiera saben cómo vivimos, ellos viven en otro
mundo” (joven niñera de una aldea de Altai).

 

Imaginario popular y crítica social

 

Para pensar los procesos entrelazados del imaginario popular y la crítica
social, los marcos teóricos han de ser flexibles y adaptables. Si nos
inspiramos en las concepciones de Cornelius Castoriadis, el imaginario
social puede pensarse como la participación en significados vividos como
compartidos colectivamente y que figuran un mundo común que, para acoplarse
a significados ya existentes (la nación, el pueblo, los rusos, los obreros,
etc.), se diferencia de ellos encerrando un potencial de transformación
social. Este imaginario social no solo forma parte de las representaciones,
sino también de los sentidos, los afectos y los deseos.

 

La variante popular de este imaginario puede leerse como un elemento que
opera líneas de partición del mundo social entre nosotros, los
desfavorecidos, los que trabajan para ganar poco, los de provincias, y
ellos, los ricos, los aprovechados, los privilegiados. Esta partición gana
cuando se piensa en los términos de Jacques Rancière  16/ como “partición de
lo sensible”, ya que el mundo compartido es un mundo sensible, basado en la
experiencia de la vida cotidiana. La partición se lleva a cabo por los
sentidos y por el pensamiento, y la llevan a cabo quienes –según los
dominantes– son incapaces de producir un mundo común y de tener un discurso
común. Apoyándose en su experiencia sensible, en su mundo cercano, que se
han puesto a habitar plenamente tras el caos postsoviético, los proletarios
desclasados participan en la creación de un mundo común que no se deja
encerrar en categorías prefijadas porque está en proceso de creación y abre
un horizonte de lo pensable, lo decible y lo factible.

 

En resumen, el impulso crítico que se inscribe en esta apertura del
imaginario popular se basa en una experiencia, vivida como común, de
dominación e injusticia. Se inserta en la experiencia íntima, física y
emocional que cada uno hace personalmente de su cotidianeidad y del entorno
próximo que le rodea. La construcción de lo común se lleva a cabo, por
tanto, a partir de la intervención en el entorno próximo, mediante la
partición de lo sensible, en un ímpetu imaginario hecho de emociones, de
imágenes y de juicios. Puede que este imaginario no sea creador en el
sentido de que podría no dar a luz a un movimiento popular, pero reúne a lo
que podríamos llamar, a falta de algo mejor, las clases populares (o el
pueblo llano) en una experiencia común imaginada.

 

El marco es nacional porque se contemplan las divisiones sociales internas a
la nación y asociadas a una determinada configuración del Estado. Sin
embargo, el contenido es social y da pie a una crítica social normal que
descansa sobre experiencia vividas, sobre lo que Luc Boltanski denomina las
“pruebas existenciales” que “extraen del mundo o, si se prefiere, del flujo
de la vida, elementos susceptibles de poner en cuestión (el orden
establecido)”. 17/ En estas críticas y estos reordenamientos sociales se
inventa una política distinta, una política de pies en la tierra,  18/ una
política que mana de convicciones arraigadas, que mana de los libros, que se
mancha con la vida cotidiana, con lo prosaico y la rudeza.

 

Imaginario popular, crítica social, reivindicaciones de un Estado liberado
de la oligarquía, de una política que tenga de nuevo los pies en la tierra:
estos rasgos hacen entrar en resonancia el mundo de los proletarios
desclasados de Rusia y el de los chalecos amarillos de Francia, que también
redescubren la fraternidad al reconciliarse con su experiencia del día a
día, compartiéndola y haciendo de ella la base de su crítica social. Los
análisis fundamentados en una labor etnográfica sobre el terreno ponen de
relieve, en el caso de los chalecos amarillos, el refuerzo de un nosotros
popular solidario y cívico  19/ y mencionan el surgimiento de una política
experiencial.  20/Sin duda la experiencia de la subordinación y de la
invisibilización es similar en muchas partes del mundo.

 

Lo que he tratado de demostrar, al centrar este artículo en los proletarios
desclasados de Rusia, es que incluso en un país que ha sufrido cambios
traumáticos que han sumido a la mayoría de la clase trabajadora en un
proceso de depauperación, desclasamiento y desubjetivización, los invisibles
vuelven a levantar cabeza. Lo hacen, como en Francia, a partir de una
reconstrucción de los espacios de convivencia y de fraternidad, de una
reconciliación con su experiencia de vida cotidiana, así como a partir de un
imaginario popular que los une en un mismo sentimiento de ser objeto de
explotación y desprecio.

 

Una gran diferencia es la fuerte propensión a la protesta pública de los
chalecos amarillos. Lo que contrarresta la capacidad de movilización de los
proletarios rusos es la sensación profundamente arraigada de impotencia para
cambiar el orden de cosas. Esta sensación radica en la certeza de vivir en
un régimen oligárquico. En cambio, los sectores populares de los chalecos
amarillos, socializados en la idea de vivir en una gran democracia, patria
de los derechos humanos, descubren sorprendidos el carácter oligárquico del
Estado (algunos incluso han explicado que han tenido que buscar el
significado de la palabra oligarquía en un diccionario). Esta habituación a
la oligarquía es una razón, para las clases populares rusas, de bajar los
brazos; la sorpresa compartida es un motivo, para los chalecos amarillos, de
rebelarse. 

 

* Karine Clément es investigadora asociada al CERCEC/EHESS de Francia y al
centro Andrew Gagarin de estudio de la sociedad civil y de los derechos del
hombre de San Petersburgo, Rusia. Especialista en movilizaciones colectivas,
trabajó sobre la clase obrera, las desigualdades sociales y, más
recientemente, sobre el nacionalismo ordinario. Ha publicado en ruso obras
sobre los movimientos sociales y prepara una publicación en francés sobre el
nacionalismo y la crítica social. 

 

Notas

 

1/  Polanyi, K., La gran transformación, Madrid, Fondo de Cultura Económica
de España, 2011; Burawoy, M., “Manufacturing Consent revisité”, La nouvelle
revue du travail, n.º 1, 2012.

2/  Clément, K., “Poutinisme, patriotisme et apathie politique”, La Vie des
idées, 2015.

3/  Clément, K., “Mobilisations citoyennes en Russie. Le quotidien au cœur
des protestations”. La vie des idées, 2012; Thévenot, L., Rousselet, K.,
Daucé, D. (dir.), “Critiquer et agir en Russie”, Revue d’études comparatives
Est-Ouest, 48/3-4, 2017.

4/  Shleifer, A., Treisman, D., “A normal country: Russia after communism”,
Journal of Economic Perspectives, 19/1, 2005, 151-174.

5/  Stompka, P., “Cultural trauma: The other face of social change”,
European Journal of Social Theory, 3(4), 2000.

6/  Jlopin, A., “La société civile ou le socium de cliques : le dilemme
russe”, Politiya, 3, 1997.

7/  Olejnik, A., “La ‘petite’ société : modèle théorique et illustration
empiriques”, Mir Rossii, 13(1), 2004.

8/  Castoriadis, C., La institución imaginaria de la sociedad, Barcelona,
Tusquets, 2013.

9/  La mayor parte de los datos empíricos aportados en este articulo
provienen de un estudio sobre el “Nacionalismo ordinario en Rusia”
(2016-2018), financiado por la Fundación para el Apoyo a la Educación
Liberal y por la Escuela de Altos Estudios de Economía de San Petersburgo.
Se efectuaron 237 entrevistas centradas en la vida cotidiana de las persona
en un total de seis regiones rusas.

10/ Clément, K., Les ouvriers russes dans la tempête du marché (1989-1999),
París, Syllepse, 2000.

11/  Morris, J., Everyday Post-Socialism: Working-Class Communities in the
Russian Margins, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2016.

12/  Pudal, R., “La politique à la caserne”, Revue française de science
politique, 61(5), 2011; Wacquant, L., Body & Soul: Notebooks of an
Apprentice Boxer, Nueva York y Oxford, Oxford University Press, 2006; Scott,
J. C., Domination and the arts of resistance: Hidden transcripts, New Haven
y Londres, Yale University Press, 1990.

13/  Sobre la incursión en lo cercano, véase Thévenot, L., L’action au
pluriel: sociologie des régimes d’engagement, París, La Découverte, 2006.

14/  Sobre el concepto fuerte de habitar en relación con los obreros
postsoviéticos, véase Morris, J., Everyday Post-Socialism: Working-Class
Communities in the Russian Margins, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2016.

15/  Anderson, B., L’imaginaire national : réflexions sur l’origine et
l’essor du nationalisme, París, La Découverte, 1996.

16/  Rancière, J., Le partage du sensible : esthétique et politique, París,
La Fabrique, 2000.

17/  Boltanski, L., De la crítica, Madrid, Akal, 2014.

18/  Clément, K., “Mobilisations Sociales à Astrakhan : Une Politisation
Terre à Terre”, Revue d’études comparatives Est-Ouest, 48 (3), 125-158,
2017.

19/  Challier, R. “Rencontres aux ronds-points. La mobilisation des gilets
jaunes dans un bourg rural de Lorraine”, La Vie des idées, 19 de febrero de
2019.

20/  Lianos, M. “Une politique expérientielle – les Gilets jaunes en tant
que ‘peuple’”, Lundimatin, 19 de diciembre de 2018.

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