Brasil/ Desafío de la izquierda es superar la tentación populista [Hamilton Octavio de Souza]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 5 10:50:54 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

5 de octubre 2019

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Brasil

 

Desafío de la izquierda es superar la tentación populista 

 

Hamilton Octavio de Souza *

Correio da Cidadania, 4-10-2019

http://www.correiocidadania.com.br/

Traducción de Ernesto Herrera - Correspondencia de Prensa

 

El sistema capitalista ha logrado preservar y mantener el control político
de Brasil -un país periférico, dependiente y fuertemente marcado por la
desigualdad económica y social- gracias a las fuerzas auxiliares que
constituyen las diversas corrientes del populismo, tanto de izquierda como
de derecha. La gran virtud del populismo ha sido cautivar a una gran mayoría
de la sociedad con promesas fantasiosas e impedir el avance real de
proyectos políticos serios y consecuentes para la transformación social y
económica. Durante mucho tiempo, el país ha sido rehén del populismo, que
alimenta repetidamente las expectativas de cambio, pero no puede ni pretende
superar viejos y graves problemas.

 

Basta con verificar lo que ha sucedido en Brasil desde finales de los años
setenta y a lo largo de los ochenta, cuando el auténtico y combativo
movimiento social proporcionó avances organizativos en el campo de la
izquierda, en la construcción de herramientas partidistas, sindicales y
populares capaces de amenazar la dominación del capitalismo. Todo indicaba
que la gran convergencia de las fuerzas populares en el campo de la
izquierda, daría al país el inicio de una nueva era con la vigencia de las
libertades democráticas incorporadas a la Constitución de 1988, y con las
elecciones directas a la Presidencia de la República en 1989, que se
produjeron con una amplia diversidad de candidatos y de siglas partidarias.

 

Sin embargo, desde la victoria de Collor de Mello para aquí, con la fuerte
aglutinación del bloque liberal-conservador en los años 90, lo que tuvimos
fue un desastroso proceso de corrosión de las organizaciones de la izquierda
(partidos, sindicatos y movimientos sociales), y su domesticación y
adaptación al sistema dominante. Toda la acumulación de fuerzas conquistadas
en la lucha contra la dictadura militar (1964-1985), por las libertades
democráticas y en la defensa de la transformación verdadera y real, poco a
poco, perdió la energía revolucionaria y la audacia a cambio de los
discursos demagógicos de los líderes populistas, tanto en los momentos
electorales como en los gobiernos de rendición programática y conciliación
de clases.

 

El populismo a menudo encanta a los trabajadores y a los segmentos populares
con discursos de fácil comunicación, con liderazgos carismáticos y
mesiánicos, con promesas atractivas y milagrosas, como si toda la injusticia
y la explotación fueran a desaparecer de una manera mágica. El populismo no
tiene proyecto de Nación, no organiza, no sensibiliza y no moviliza al
pueblo para la lucha, generalmente depende de algún "salvador de la patria"
y crea todo el tiempo supuestos enemigos (renovados con cada elección) para
desviar la atención sobre los temas estructurales de la sociedad. El
populismo no actúa contra los males del capitalismo y no ataca los
privilegios de las clases dominantes. Sólo se encarga de la gestión del
sistema.

 

Diferentes propuestas

 

La izquierda, a diferencia de las diversas corrientes del populismo, propone
actuar siempre como una fuerza antagónica al sistema capitalista, tiene un
proyecto para construir una democracia socialista con igualdad de
oportunidades y derechos para todos, justicia social y la eliminación de la
concentración económica. A lo sumo, el populismo utiliza "políticas
compensatorias" para dar a los pobres algún beneficio de la riqueza
producida, pero sin eliminar los factores que generan desigualdad. 

 

La izquierda, por su parte, siempre denuncia la fragilidad del
asistencialismo y la falsa inclusión subordinada y dependiente, generada por
las políticas asistenciales. La inclusión a través del consumo no crea una
sociedad auténtica y solidaria.

 

Si no recurrieran al populismo, las clases dominantes (sector financiero,
empresas, productores rurales, rentistas, grandes terratenientes y altos
funcionarios del Estado), difícilmente reivindicarían la realización de
elecciones libres y democráticas, ya que la mayoría de la población
explotada y oprimida tendería a apoyar a partidos y candidatos comprometidos
con transformaciones reales y profundas. El populismo, de izquierda y de
derecha, suele conquistar al electorado porque crea la poderosa ilusión de
que todos los cambios soñados por el pueblo se lograrán sólo con el
resultado del pleito electoral, sin necesidad de movilización y posterior
lucha, sin confrontación con los dueños del poder, sin sacrificios en el
proceso de transformación. El populismo se mueve con cambios, pero mantiene
el mismo sistema de poder.

 

En la década de 1980, el juego político intentó escapar del bipartidismo
(Arena y MDB) creado por la dictadura militar. En la gradual "apertura" del
mercado -y con la reforma de partidos para las restringidas elecciones de
1982-, surgieron opciones por la derecha, centro, centro-izquierda e
izquierda: el PDS, PMDB, PTB, PDT y PT. Posteriormente se amplió la gama con
el PFL, PP, PSDB, PSB, PCB, PCdoB y decenas de lemas de alquiler. El país
surfeó en el ensayo de siglas vinculadas al conservadurismo, el liberalismo,
el laborismo, la socialdemocracia y el socialismo.

 

Pero lo que prevaleció en el juego político-electoral en toda la Nueva
República, fueron las polarizaciones colocadas por el lulismo: primero
contra el malufismo (1), contra el tucanato (2) -Fernando Henrique Cardoso,
José Serra, Aécio Neves, José Alckmin-, hasta la actual polarización contra
el bolonarismo, que es otro aspecto del populismo marcado por el culto a la
personalidad.

 

Tratamientos desiguales

 

Si no controlaran gobiernos populistas, difícilmente las clases dominantes y
las viejas oligarquías podrían convivir con el llamado Estado de Derecho
democrático, que es siempre un conjunto de normas supuestamente vigentes
para toda la sociedad, con derechos y obligaciones que se presumen iguales
para todos, pero que de hecho contempla castigar sólo a las clases populares
más vulnerables y desprotegidas ante el rigor de las leyes. Rara vez se
aplican las mismas leyes para castigar a las élites, los ricos, los
poderosos y los privilegiados. Lo que garantiza la continuidad de esta
situación desigual son los gobiernos de las distintas corrientes del
populismo, que se turnan en la máquina pública y en la gestión del Estado.

 

Basta con comprobar que la gran mayoría de las sanciones administrativas,
civiles y penales (multas, restricciones, encarcelamientos, etc.) son
válidas para las personas sin ciudadanía, los ciudadanos de a pie,
especialmente para los que no disponen de redes de protección en el aparato
público y en los sistemas privados de salud, educación, seguros, asistencia
social y apoyo jurídico (abogados).

 

Por el contrario, las penas rara vez golpean a los privilegiados, que
cuentan con las mejores redes de protección en los esquemas privados y en
los más altos niveles de la esfera pública y estatal, y especialmente a los
abogados bien remunerados. Los trabajadores y los más pobres pagan sus
impuestos regularmente, en el sueldo y en los precios de los bienes,
mientras que los empresarios, banqueros y terratenientes son recompensados
con exoneraciones tributarias y amnistías impositivas.

 

Desastre nacional

 

El auge del populismo bolsonarista, en gran medida debido a los equívocos
políticos del populismo lulista, ha inaugurado nuevas actividades por parte
del bajo clero y de segmentos de la población que antes estaban desatendidos
por los núcleos operativos de la política tradicional. La derecha, a
diferencia de la izquierda, supo aprovechar la rebelión generalizada de
junio de 2013, continuó la movilización de los estratos medios en el proceso
de destitución de Dilma Rousseff, ganó fuerza reaccionaria en la huelga de
camioneros (nostálgica de la dictadura) y terminó en las urnas de 2018 con
enorme radicalidad, en las regiones más ricas. (sur-sudeste) y en la cuna
originaria del lulismo, en el gran San Pablo.

 

La comprensión del bolsonarismo, exige un análisis crítico de los errores
cometidos por los gobiernos lulistas entre 2003 y 2016. Es necesario
analizar por qué hemos llegado a la barbarie actual y por qué no debemos
repetir el mismo camino en la situación actual. Lo que tenemos hoy es el
resultado de decisiones equivocadas que han contribuido a sentar las bases
del conservadurismo de derecha en varios aspectos, entre los que cabe
destacar los siguientes

 

1 - La alianza firmada desde 2003 con el capital monopólico, el rentismo, el
agronegocio y las oligarquías regionales proporcionó el enorme desvío de
recursos públicos del BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y
Social), hacia obras faraónicas (Copa del Mundo) y grandes grupos
empresariales, lo que generó la pérdida de la capacidad de inversión pública
en programas sociales y en los segmentos medios de la sociedad.

 

2 - La ilusión de una amplia prosperidad creada por las medidas precarias
para aumentar los ingresos y la inclusión a través del consumo, alimentó la
esperanza de muchas personas, pero la ausencia de programas sólidos y
sostenibles ha generado un aumento generalizado del endeudamiento, la
explosión de la morosidad y la enorme frustración con el empeoramiento de la
crisis económica y el aumento del desempleo.

 

3 - El debilitamiento deliberado de las organizaciones de trabajadores, de
los movimientos populares y de los instrumentos de lucha de la mayoría de la
población permitió al lulismo ofrecer a las clases dominantes, especialmente
a los empresarios urbanos y rurales, la "pacificación" de las luchas
sociales y la "tranquilidad" de los mercados, hasta que se rompió el control
con la rebelión social de 2013.

 

4 - El fortalecimiento de los sectores conservadores en las articulaciones
con los políticos y partidos de derecha y fisiológicos (3), permitió dio al
gobierno una amplia base en el Congreso Nacional y, al mismo tiempo, la
calificación de los cuadros de derecha en cargos públicos, en detrimento del
campo progresista y de la izquierda. Las campañas 2014 y 2018 eligieron a
los diputados y senadores más reaccionarios de la historia.

 

La izquierda se convirtió en rehén del populismo porque retrocedió en el
proyecto de construcción del socialismo y porque veía el populismo como un
atajo para alcanzar el control estatal, principalmente para adoptar medidas
populares y de interés para los más pobres, pero no se dio cuenta de que el
populismo no cambia la estructura económica y social del país (las clases
explotadas continúan en el mismo estrato social aun cuando logran alguna
mejora en el poder adquisitivo y logran consumir más). El proyecto populista
siempre proporciona más beneficios reales para las clases dominantes que
para los pobres y oprimidos.

 

Nuestra concepción de la izquierda no puede albergar hipocresía; no podemos
ignorar el hecho de que las diversas corrientes del populismo engañan
constantemente al pueblo brasileño. Quienes realmente creen en la
construcción de una sociedad libre de capitalismo saben muy bien que no
basta con luchar contra el esquema de Bolsonaro y la horda autoritaria que
él representa y que quiere imponer al país; también es necesario denunciar
el populismo lulista, que se ha asociado a los esquemas más corruptos de
Brasil: las empresas constructoras, los frigoríficos, los fabricantes de
automóviles, el agronegocio y el capital financiero e industrial, desde los
grandes grupos paulistas hasta las viejas oligarquías regionales del
nordeste.

 

En un país verdaderamente democrático, los que han sustraído de las arcas
públicas lo que siempre les falta a los pobres, tienen el deber de asumir la
responsabilidad de los errores políticos y las desviaciones éticas. Nadie
tiene derecho a recurrir a todo tipo de trucos para ganar la impunidad. Las
leyes deben cumplirse y ser válidas para todos los ciudadanos,
independientemente del género, la educación, los recursos financieros, las
relaciones familiares y el poder político.

 

Entre los innumerables abusos de autoridad verificados en Brasil, el robo y
el dejar robar siempre han estado entre los más impunes. Aquellos que
desempeñan un papel de liderazgo en la corrupción, al igual que otros actos
de violencia contra el pueblo, no pueden esconderse cobardemente en el papel
de víctimas. La izquierda debe luchar duramente contra el desgobierno de
Bolsonaro y crear una alternativa que no tiene nada que ver con la ilusión
del populismo.

 

Siempre debemos renovar la perspectiva de una sociedad justa, igualitaria,
democrática, libre, soberana y socialista. 

 

* Hamilton Octavio de Souza es periodista.

 

Notas 

 

1) Alude a Paulo Maluf, político derechista del PP (Partido Progresista),
fue dos veces alcalde de San Pablo.  

2) Refiere a los miembros y al grupo dirigente del PSDB, (Partido de la
Social Democracia Brasileira) cuyo símbolo es el ave Tucán.

3) Con la expresión "partido fisiológico" se designa a los partidos que se
estructuran y sobreviven a cambio de cargos y dineros públicos, (Redacción
Correspondencia de Prensa)

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