Cultura/ Modales. Revolucionarios y burgueses [Samuel Farber]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Sep 12 12:24:49 UYT 2019


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Correspondencia de Prensa

12 de setiembre 2019

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Cultura

 

Modales, revolucionarios y burgueses

 

Samuel Farber *

Jacobin, 8-9-2019

https://jacobinmag.com/

Traducción de Alonso Ribera – Permiso

http://www.sinpermiso.info/

 

En su análisis sobre la cooperación en el Volumen 1 de El Capital, Marx hace
la siguiente distinción analítica: “Del mismo modo que la fuerza productiva
social del trabajo que se desarrolla mediante la cooperación parece ser la
fuerza productiva del capital, la cooperación en sí, en contraste con el
proceso de producción llevado a cabo por los trabajadores independientes
aislados, o incluso los pequeños empresarios, parece ser una forma
específica del proceso de producción capitalista”.

 

La misma distinción se aplica en el caso de los modales: los modales
implican reglas de comportamiento cuyo contenido está determinado por la
naturaleza de clase y la cultura de las sociedades específicas pero, al
igual que la cooperación, también desempeñan una función indispensable en la
sociedad contemporánea.

 

Esto fue claramente entendido por nadie menos que León Trotsky, quien
describió acertadamente los modales como un “lubricante necesario en las
relaciones diarias” en una sociedad humana y civil. Escribió largo y tendido
sobre el tema en las páginas de Pravda, el principal y ampliamente leído
diario del Partido Comunista. El argumento de que los modales eran una parte
esencial de un proyecto ilustrado más amplio con que él, junto con
dirigentes soviéticos como Vladimir Lenin, Krupskaia (la esposa de Lenin ),
y Anatoly Lunacharsky (Comisario del Pueblo para la Educación), se había
comprometido para transformar la cultura de la Rusia prerrevolucionaria,
enraizada en la servidumbre campesina y los privilegios aristocráticos, en
una dirección racional y humanista.

 

Para la izquierda de EE.UU. de hoy, los modales deben ser vistos como un
elemento de una visión más amplia de la interacción social humana, así como
una consideración inmediata en la organización política. Debido a que los
modales son el aceite lubricante de las relaciones dentro de las
organizaciones y que desempeñan un papel importante en el funcionamiento
democrático de la izquierda, fomentan el respeto mutuo y la consideración
que los miembros se deben mutuamente, y que los líderes deben a los
militantes de base.

 

Los modales “burgueses”

 

Los modales “burgueses”, como se ilustra en los libros de “etiqueta”
americanos, consisten en una combinación peculiar.  Impregnados de un
espíritu elitista y de clase, incluyen reglas carentes de contenido
sustantivo que son, no obstante, importantes marcadores de distinción y
reglas sociales con un contenido humanista y cuya función es lubricar la
interacción social.

 

En su edición de 1934 Etiqueta: El Libro Azul de los usos sociales, Emily
Post, la decana de la etiqueta americana, presenta sus reglas como diseñadas
para la “mejor sociedad”, que según ella no se refiere a la confraternidad
de los ricos, sino “a los que no son ricos, sino gentes con buenas formas en
el habla, encanto, modales y consideración instintiva de los sentimiento de
los demás”. Sin embargo, su manual dedica un espacio considerable a la
etiqueta prescrita para las personas en posiciones sociales altas -
presidentes, reyes , cardenales - y refuerza la noción de que la gente debe
conocer su lugar en la jerarquía social, por ejemplo, desaconsejando la
presentación de “una persona de posición [alta] a alguien que no le interesa
conocer.”

 

El mismo énfasis impregna “La etiqueta de Emily Post”, una versión revisada
de 1995 editada por Elizabeth L. Post, la nieta de Emily Post. Las personas
de posición social más baja deben esperar a ser presentadas a una persona en
una posición más alta y no al revés, y no pueden dirigirse a las personas de
mayor rango por su nombre, al menos de que esté expresamente permitido. Del
mismo modo, los buenos modales exigen que los huéspedes invitados a una cena
estén sentados en función de su posición social; que los restaurantes o los
clientes se dirigen a las camareras como “miss” (señora), pero no a los
camareros como “sir” (señor) -al parecer, “sir” connota una posición más
alta en la jerarquía social que “miss” y por lo tanto es “inapropiado” para
los camareros).

 

Los mismos manuales establecen otras reglas que no son explícitamente
jerárquicas pero que también carecen completamente de sentido, como las que
orientan a los lectores a nunca dar la hora “como 'las nueve y treinta' sino
como 'las nueve y media' o, mejor aún, como “la media después de las nueve”;
o que los invitados en una cena formal esperen a que la anfitriona se ponga
la servilleta en su regazo primero; o también responder la correspondencia a
una pareja casada con diferentes nombres en la misma línea, y en líneas
separadas si la pareja no está casada.

 

La falta de propósito es pura apariencia, sin embargo, porque la adquisición
y uso de este conocimiento arcano cumple una función jerárquica de clase:
diferencia al “superior” de “la gente común”.  Estas reglas son
especialmente pertinentes para la búsqueda de estatus, para las personas con
movilidad ascendente, sobre todo en la clase media alta, que utilizan este
conocimiento como palanca para impulsar su posición social en la sociedad.
También juegan un papel importante para los miembros de la clase alta, sobre
todo el “viejo rico”, que puede construir un muro de comportamiento,
protegiéndolos de las incursiones de los “nuevos ricos” y de clase media
alta.

 

Curiosamente, sin embargo, estos manuales también contienen reglas
“neutrales” que, aunque no particularmente igualitarias, funcionan como
“lubricante necesario en las relaciones diarias”, como apunta Trotsky, entre
las personas en una sociedad urbana contemporánea caracterizada por
relaciones interpersonales impersonales y anómicas (en contraste con las
sociedades tradicionales, donde esas relaciones son más propensas a ser
familiares entre personas de rango social equivalente). La joven Post
informa que es de mala educación avergonzar intencionalmente a otra persona;
la maledicencia, imponerse, o hacer preguntas personales;  pararse a mirar y
señalar con el dedo a alguien; o hablar sólo de uno mismo, mientras se está
en compañía de otros. Post cree que es de buena educación ser consciente de
la seguridad de los demás y que, por lo tanto, es importante no dar
información sobre otros a llamadas telefónicas de desconocidos.

 

Sin duda, todas estas reglas comparten un elemento de rigidez en cuanto no
tienen en cuenta las diferencias circunstanciales a las que se aplican. A
veces, esta rigidez es llevada al extremo: Amy Vanderbilt, otra autoridad
bien conocida en la etiqueta, considera a los niños “bárbaros” cuando llaman
a los padres por sus nombres en vez de llamarlos “papá” o “mamá”. El motivo
por el que los niños llaman a sus padres por sus nombres puede diferir
radicalmente y, por lo tanto, no puede ser condenado, como lo hace
Vanderbilt, como una cuestión de principio general.

 

En ciertos puntos, la joven Post afirma que algunas reglas son “tan viejas
como el tiempo” y que “durarán para siempre.” Pero su libro pone en
evidencia un grado de flexibilidad que muestra cómo las costumbres se ven
inevitablemente afectadas por la historia y el cambio social y cómo las
clases altas, cuyos puntos de vista son reflejados por los autores de los
manuales, han tratado de adaptarse a estos cambios, preservando la jerarquía
social establecida.

 

Suavizando un poco el elitismo y conservadurismo social de la abuela Post,
la joven Post amplía su análisis a las costumbres étnicas y las “relaciones
raciales”, criticando de manera progresista conductas ofensivas cuando hay
insultos étnicos o racistas, y aconseja una respuesta crítica a los
insultos, incluyendo alejarse del ofensor. Aceptando la realidad de las
parejas heterosexuales no casadas que viven juntas, señala que cuando uno o
una presenta a su pareja, por lo general es innecesario ir más allá de
mencionar su nombre, y basta acompañarlo diciendo que es con “el hombre (o
la mujer) con la que vivo”. Las personas LGBT no se mencionan en el manual,
una indicación de su falta de aceptación entre la ‘alta sociedad’ en ese
momento. Sin embargo, posiblemente influenciado por los efectos devastadores
de la epidemia del SIDA, la misma versión asiente como perfectamente formal
la petición de la mujer de que su pareja masculina se ponga un condón y la
iniciativa masculina de ponerse uno. 

 

La Ilustración cultural revolucionaria de Trotsky

 

León Trotsky es bien conocido como el principal organizador del Ejército
Rojo, teórico e historiador de la Revolución Rusa, el principal oponente al
régimen totalitario de Stalin, y crítico literario brillante. Mucho menos
conocido es su papel como defensor tenaz de una ilustración cultural. El
objetivo de Trotsky era una sociedad soviética rusa no sólo socialista e
igualitaria, pero también moderna, que para él significaba, entre otras
cosas, la alfabetización, la apertura a una visión del mundo racional,
científica (por ejemplo, la medicina moderna), e igualitaria entre géneros.
Sus discursos y escritos de la década de 1920, reunidos en “Problemas de la
vida cotidiana”, lo muestran abordando estas cuestiones con detenimiento.

 

Trotsky escribía en el momento de la Nueva Política Económica (NPE), que
desde la primavera de 1921 había liberalizado la economía, permitiendo la
inversión extranjera, el comercio privado, y la producción campesina. El
apoyo de Trotsky a la NPE, que ya había anticipado con sus propuestas
anteriores que el partido rechazara en 1920, representó una inversión
parcial de sus anteriores políticas de la Guerra Civil, durante las cuales
había sido uno de los principales defensores de la centralización, la
militarización, y una dictadura industrial virtual. Fue durante la NPE que
Trotsky se preocuparía por la creciente burocratización de la revolución
(aunque todavía apoyaba la dictadura de un solo partido). A su juicio, no
sólo era importante abordar este problema, sino también el terreno en el que
se asentaban, es decir la pobreza y los males sociales del pasado zarista:
el analfabetismo, el alcoholismo y el soborno sistémico. Fundamental para
este proyecto era abordar las relaciones interpersonales, en particular los
modales.

 

Lejos de defender la noción romántica de que los oprimidos, como “buenos
salvajes”, no eran parte de (o podrían superar automáticamente después de la
revolución) la cultura de brutalidad diaria heredada de los tiempos
zaristas, Trotsky arremetió contra la grosería, la vulgaridad, y la crudeza
que todavía marcaba la sociedad soviética. Para él, una revolución cultural
y la autotransformación eran un requisito previo para una sociedad racional
poblada por individuos civilizados. En esto se hizo eco de Karl Marx, el
cual anuncio en un discurso pronunciado el 15 de septiembre de 1850: “Le
decimos a los trabajadores: Tienen por delante quince, veinte, cincuenta
años de guerras civiles y luchas populares, no sólo para cambiar la
condiciones existentes, sino para cambiarse a sí mismos y hacerse aptos para
el poder político'”.

 

La discusión multifacética de Trotsky sobre los modales se centraba en
aquellos en los que veía símbolos particularmente problemáticos de un pasado
brutal. En su artículo “La cortesía y la educación como lubricante necesario
para las relaciones cotidianas”, publicado en 1923 en el famoso periódico
Pravda, criticó fuertemente lo que él veía como la rudeza generalizada que
caracterizaba las interacciones personales y contrastó las diferentes formas
que adoptó entre las diferentes clases y grupos sociales. La “simple”
grosería campesina era poco atractiva, pero libre de la degradante y
descorazonada formalidad con la que muchos de los burócratas aristocráticos
– a quienes la revolución se vio obligada a incorporar en su primer sistema
administrativo – trataban a las clases “inferiores”. Trotsky sostuvo que a
pesar de que existían medidas organizativas que podrían adoptarse contra
este problema - así como contra las expresiones diversas de los trámites
burocráticos, en particular contra los peores funcionarios que las
perpetuaban – lo que más contribuía a su persistencia eran la vieja cultura
de sumisión y el analfabetismo de las zonas rurales rusas.

 

En su artículo “La lucha por la expresión cultivada”, también publicado en
Pravda en 1923, Trotsky se centra en un fenómeno generalizado: el uso de los
insultos. Entre “los bajos fondos de la sociedad rusa”, escribía, maldecir
era el resultado de la desesperación, la amargura, y sobre todo, la
imposibilidad de escape de la servidumbre; para las clases altas, eran la
expresión de la dominación de clase, el orgullo del propietario de esclavos,
y la sensación de poder inquebrantable. Exaltando la necesidad de un
lenguaje digno entre compañeros, escribió favorablemente sobre los
trabajadores de la fábrica de zapatos “Comuna de París”, en la que llegaron
a un acuerdo en una junta general de prohibir los insultos e impusieron
multas por violar la regla.

 

En contraste con el espíritu jerárquico de Emily Post, Trotsky pensaba que
los modales podían democratizar y dignificar las relaciones interpersonales,
incluso en situaciones muy estratificadas. En su artículo “ 'Tú' y 'Usted'
en el Ejército Rojo”, publicado en Izvestia en 1922, criticó la costumbre de
mandos y oficiales del ejército de tratar a sus subordinados con la forma
familiar ( “ty”, tú) mientras que sus subordinados respondían con la forma
formal y educada ( “vy”, usted). Que los subordinados en el ejército deban
obedecer las órdenes, Trotsky argumentó, no significa que no puedan ser
tratados personalmente como iguales. (De hecho, la práctica que Trotsky
denunció ya había sido prohibido oficialmente por la nueva Duma y el Soviet
de Petrogrado después de la Revolución de febrero de 1917.)

 

Trotsky escribió también sobre los modales no verbales. En su artículo “La
atención a las minucias”, también publicado en Pravda en 1921, insistió en
la importancia de prestar atención a la limpieza, así como las normas contra
el escupir y tirar las colillas de cigarrillos en lugares públicos. En la
misma línea, criticó a soldados del ejército soviético, incluyendo a
comandantes y comisarios por su falta de atención en su apariencia y en el
mantenimiento de sus botas y armas. Como respuesta a las críticas que
recibió por sus “regañinas burocráticas”, Trotsky argumentó que los modales
eran la expresión de una falta de respeto por los demás, y que en
instituciones en las que la vida en común era la norma, era imperativo que
cada miembro dedicase toda su atención al orden y la limpieza.

 

La transformación cultural más allá de modales

 

La preocupación de Trotsky por una transformación cultural revolucionaria,
de amplia base, en la joven Unión Soviética le llevó a abordar también
cuestiones más allá de los modales. Uno de ellas fue el correcto uso del
lenguaje, que él creía indispensable para un pensamiento preciso. El teórico
de la literatura era muy crítico con la tendencia general (probablemente de
las escuelas) de evitar la corrección de las faltas de ortografía de la
clase trabajadora y el uso erróneo o pobre del lenguaje. Argumentó que la
clase obrera en Rusia necesitaba un lenguaje preciso y correcto más que las
demás clases porque “por primera vez en la historia había comenzado a pensar
de manera independiente sobre la naturaleza, la vida, y sus fundamentos - y
para pensar necesitaba como instrumento un lenguaje claro e incisivo”.

 

La misma preocupación por la transformación cultural subyace también en sus
reflexiones sobre el tiempo, la exactitud y la precisión en la vida
cotidiana, como por ejemplo en “¡Ay!, no somos lo suficientemente precisos”,
publicado en Izvestia en diciembre de 1921. Durante la guerra civil, relata
Trotsky, se encontró con una actitud descuidada y peligrosa en relación con
la distancia y el tiempo por parte de los campesinos locales que servían
como guías, y con frecuencia por parte de los comisarios y los comandantes
del propio Ejército Rojo. Aunque su análisis deja fuera algunas de las bases
materiales de ello, tales como los diferentes ritmos de la vida rural y
agrícola, Trotsky señala otros factores materiales importantes, como el
clima tan inhóspito y el sistema salvaje de esclavitud señorial que animó la
pasividad, la paciencia y la indiferencia al tiempo. (Era la costumbre de
los campesinos esperar durante horas en silencio, con paciencia, y
pasivamente cuando recibía a un superior, una costumbre que también
expresaba el desprecio de la nobleza por el tiempo del campesino). Trotsky
rechazó enérgicamente esta dilación heredado del pasado zarista, señalando
que una economía moderna era impensable si no había precisión y exactitud.

 

Trotsky dio prioridad a la participación de las mujeres en su proyecto
civilizador, en especial luchando contra el alcoholismo y la embriaguez.
Pero fue mucho más allá, argumentando que, si bien había sido relativamente
fácil establecer la igualdad política de las mujeres después de la
revolución, era mucho más difícil establecer su igualdad económica en la
producción, en los sindicatos, y más aún en la familia. La participación
casi exclusiva de las mujeres en las tareas domésticas, señaló, reducía
drásticamente la capacidad de las mujeres para participar en la vida social
y política, y esas condiciones, insistió, tenían que cambiar radicalmente.
Con el fin de lograr un cambio eficaz, argumentó que era crucial entender
las condiciones de las mujeres, “a través de los ojos de las mujeres.”

 

Es importante tener en cuenta que Trotsky no veía su proyecto de
transformación cultural como una empresa exclusiva del estado y del Partido
Comunista. Dio la bienvenida y apoyo la creación de una amplia variedad de
asociaciones voluntarias, como la “Sociedad de Amigos del Cine Rojo” y la
organización de escritores proletarios y campesinos.

 

Lejos de hacer un fetiche de la planificación central, argumentó que el
proyecto no era:

 

“un a priori, que todo lo ve, un plan preconcebido en todos los detalles. .
. sino un plan que. . .debe ser verificado y mejorado en su desarrollo,
haciéndose más vital y concreto en la forma en que la iniciativa pública
influye en su evolución y elaborando [y abriendo] un vasto campo para las
actividades de las asociaciones de voluntarios y las unidades cooperativas”.

 

El proyecto de la Ilustración de Trotsky y el comunismo

 

Trotsky dejó claro que el objetivo de su proyecto era emancipar al pueblo
soviético de la brutalidad cultural de la Rusia prerrevolucionaria - no
crear, en un instante, la nueva sociedad comunista. Se opuso a la
descripción de la lucha contra el alcoholismo, la grosería y el soborno como
parte de una “ética comunista” o una “cultura comunista” en lugar de lo que
en realidad era: un intento de eliminar el legado de la barbarie
pre-burguesa en Rusia. Como él mismo dijo, los comunistas no necesitan
engañarse a sí mismos “adornando nuestro trabajo preliminar con etiquetas
falsas.”

 

Esto era consistente con la opinión de Trotsky de que era prematuro hablar
de una literatura y de una cultura proletaria en Rusia, cuando el país
seguía siendo terriblemente subdesarrollado.

 

Su enfoque difiere radicalmente de las corrientes de pensamiento
“voluntaristas” (en contraposición a las materialistas), que pensaban que el
ejercicio de la voluntad política pura era suficiente para superar las
condiciones económicas adversas, sin importar su envergadura, tras la
revolución. A los ojos del Che Guevara, por ejemplo, era posible construir
el socialismo y el comunismo en Cuba (y en la temprana Unión Soviética).
Sólo dependía de fomentar el tipo de moral y de conciencia revolucionaria
que pudiera compensar las condiciones de escasez. Este argumento, articulado
en El socialismo y el hombre en Cuba, la obra teórica más completa de
Guevara, explica la crítica y la oposición a la NPE de Lenin que más tarde
articula en sus diarios sobre la base de su argumento de que en la Unión
Soviética de la década de 1920 no había límites materiales a la construcción
del socialismo y el comunismo.

 

Para Guevara, el nuevo hombre forjado por el comunismo cubano tenía que ser
ascético e idealista, impregnado de los valores y las prácticas del
heroísmo, dedicado al bien de la sociedad, y contrario a la expresión o
autorrealización individual. La pobreza voluntaria sería su suerte, a
expensas de la libertad personal y su estrecha relación con el bien
colectivo que Marx había explorado a fondo, sobre todo en sus primeros
escritos. También es relevante que, aunque el folleto de Guevara era sobre
El socialismo y el hombre en Cuba, era muy abstracto, con muy poca discusión
y ejemplos, a diferencia de los artículos de Trotsky, de los problemas
sociales y culturales concretos implicados en la transición
postrevolucionaria cubana, específicamente en cómo las condiciones sociales
y culturales de Cuba a principios de los años sesenta pudieron haber
contribuido o dificultado el desarrollo del socialismo.

 

Modales y la izquierda americana de hoy

 

En 1965, junto con un grupo de otros estudiantes blancos radicales de la
Universidad de California en Berkeley, asistí a un discurso de Fannie Lou
Hamer, el destacado líder negro del Partido de la Libertad Democrática de
Mississippi, en una modesta iglesia negra en el lado oeste de la ciudad.
Mientras que los feligreses y activistas negros se presentaron en ropa
formal, la mayoría de los estudiantes radicales blancos de Berkeley estaban
vestidos con la misma ropa muy informal que normalmente habrían usado para
una manifestación política al aire libre, sin tener en cuenta los usos y
costumbres de sus anfitriones. Para su inmenso crédito, los feligreses
negros y activistas ignoraron la desconsiderada conducta de los estudiantes
radicales blancos. Pero como activistas políticos que trataban de construir
puentes y expresar su solidaridad con los afroamericanos, el comportamiento
de estos radicales blancos era de una gran falta de respeto.

 

Los malos modales de comportamiento se superponen con la discriminación
racial y de género que son más sistémicas (y mucho más dañinas), en el
sentido de que refuerzan, tal vez sin quererlo, un  patrón existente de
exclusión. La falta de reconocimiento y de agradecimiento del trabajo de los
militantes de base, la falta de voluntad para escuchar y hacer frente a lo
que otros miembros del grupo tienen que decir, el control de la discusión
por personalidades extrovertidas y fuertes, la intimidación de los
compañeros que pueden tener una opinión diferente respecto a la materia en
discusión, la insensibilidad y la falta de respeto a las preguntas y dudas
expresadas por los participantes menos experimentados y con menos
conocimiento, la sistémica falta de puntualidad en llevar acabo las tareas
prometidas que afectan al trabajo de otros camaradas y que expresan una
consciente o inconsciente falta de respeto hacia los demás – todos estos son
problemas que han afectado a muchos movimientos progresistas y de
izquierdas.

 

Algunos de estos problemas son especialmente pronunciados en los grupos que
evitan debates estructurados y organizados en nombre de la informalidad y la
espontaneidad. Como Jo Freeman ilustra en su clásico ensayo “La tiranía de
la falta de estructura,” el rechazo de plazos formales para los ponentes
conduce inevitablemente a la monopolización del debate por las figuras
dominantes, mientras que la informalidad y la falta de estructura fomentan
la manipulación de las bases y producen una dirección que no responde y no
rinde cuentas a sus miembros.

 

El proyecto ilustrado de Trotsky ofrece una visión alternativa de los
modales y su papel central en la interacción humana, civilizada. Su enfoque,
al igual que de otros revolucionarios “ilustrados”, era extender al ámbito
de la conducta personal una visión racionalista de la cultura. Los
“ilustrados” creían que era parte de su deber seleccionar e incorporar al
crisol cultural de la revolución los anteriores logros culturales de la
humanidad. “El estado revolucionario”, Trotsky escribió, “que representa a
una nueva clase, es una especie de heredero del legado (a partir del
principio jurídico romano que prevé que los herederos tengan el derecho de
elegir lo que quieren del legado del fallecido) en relación con la cultura
acumulada”.

 

Y al contrario de los que asocian el enfoque ilustrado de los
revolucionarios rusos con el conservadurismo cultural, estaban guiados por
las ultimas ideas y conceptos de la cultura occidental más progresista, así
como de las tradiciones socialistas y marxistas. De este modo, las ideas
marxistas clásicas sobre la educación politécnica, destinadas a reducir la
brecha entre el trabajo intelectual y manual, se combinaron con los
conceptos clave del pedagogo norteamericano John Dewey, como la noción de
que la educación debía estar sobre todo destinada a fomentar la creatividad
individual del niño. Visualizar a los niños y jóvenes como sujetos, en lugar
de objetos, de la educación, hacía que esta visión “ilustrada” y cultural
autotransformadora difiriese radicalmente de la condescendencia, y el
esfuerzo filantrópico y paternalista alentado por las clases “altas” para
mejorar la educación y la moralidad de los pobres.

 

El enfoque de los ilustrados de la libre transformación cultural también
contrasta con las opiniones de algunos intelectuales y académicos de la
izquierda contemporánea, que rechazan como elitista los esfuerzos para
fomentar la educación de las clases trabajadoras en todos los aspectos de la
cultura humana, modales incluidos. Estos puntos de vista implican que el
nivel actual de conocimiento y la cultura popular existente es suficiente
para las necesidades de los sin-poder, e ignoran o descartan las formas en
las que la división jerárquica del trabajo en las sociedades de clase priva
sistemáticamente a la mayoría de la gente de bienes culturales vitales.

 

De hecho, son estos argumentos los profundamente elitistas. Perpetúan la
fisura existente entre los educados y los menos educados, entre los que
participan en el trabajo de gestión y los que participan en el trabajo
manual, todo lo contrario de lo que se requiere para abolir la distinción
entre la gente y la élite, por no decir nada de las herramientas
intelectuales que los trabajadores necesitan para adquirir y mantener el
poder. 

 

* Samuel Farber, nació y creció en Cuba, país al que ha dedicado gran parte
de su trabajo de investigación en EEUU. Fue uno de los activistas del
movimiento por la libertad de expresión en la Universidad de Berkeley,
California, en los años 60 y un reconocido activista de la izquierda
socialista de EEUU. Su libro más reciente es 'The Politics of Che Guevara:
Theory and Practice' (Haymarket Books, Estados Unidos, 2016), en francés:
Che Guevara. Ombres et Luminières D´ Un Révolutionnaire, Editions Syllepse
(Francia), M Editeur (Québec, 2017).

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