Estados Unidos/ Perspectivas socialistas. El coronavirus y la presente crisis [Sam Gindin]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 19 00:53:25 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

19 de abril 2020

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redacción y suscripciones

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Estados Unidos

 

El coronavirus y la presente actual

 

Sam Gindin *

A l´encontre, 13-4-2020 

https://alencontre.org/  <https://alencontre.org/> 

Traducción de Viento Sur

https://www.vientosur.info/

 

“...eran tantas las cosas desacostumbradas que le habían sucedido a Alicia
últimamente que había empezado a pensar que eran pocas las realmente
imposibles”. Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas.

 

Las crisis, no las recesiones regulares sino las crisis importantes, se
caracterizan por la incertidumbre que las acompaña. Interrumpen el curso
normal de las cosas y exigen reacciones anormales, aún por descubrir, para
que podamos avanzar. En medio de estas calamidades periódicas, no sabemos
cómo, ni siquiera si saldremos de ellas, o qué nos espera si terminan. Las
crisis son, por lo tanto, momentos de agitación con posibilidades de nuevos
desarrollos políticos, buenos y/o malos.

 

Como cada una de estas crisis modifica la trayectoria de la historia, esta
nueva crisis se da en un contexto modificado y, por tanto, presenta sus
propias características. Por ejemplo, la crisis de los años 1970 implicó una
clase obrera militante, un desafío al dólar estadounidense y una aceleración
cualitativa del papel de las finanzas y de la globalización. Por el
contrario, la crisis de 2008-2009 involucró a una clase obrera muy
derrotada, confirmó el papel central del dólar a nivel mundial e hizo
emerger nuevas formas de gestionar una economía dependiente en gran medida
de las finanzas. Al igual que la crisis anterior, la crisis de 2008-2009 dio
lugar a una financiarización aún más neoliberal, pero esta vez también abrió
las puertas al populismo de derecha, paralelamente a una desorientación
aguda de los partidos políticos tradicionales

 

La crisis esta vez: la salud contra la economía

 

Esta vez, la crisis es única en su tipo, y esto de una manera
particularmente transpuesta. El mundo, como diría Alice, se vuelve “¡Cada
vez más extrañísimo!”. Durante las crisis pasadas capitalistas, el Estado
intervino para tratar de relanzar la economía. Esta vez, el objetivo
inmediato de los Estados no es relanzar de inmediato la economía, sino
restringirla aún más. Obviamente, esto se debe al hecho de que la economía
no se puso de rodillas por factores económicos o por luchas desde abajo,
sino por un virus misterioso. Poner fin a su control sobre nosotros es la
primera prioridad. Al introducir los términos “distanciamiento social” y
“auto-cuarentena” (confinamiento) para hacer frente a la emergencia, los
gobiernos han suspendido las interacciones sociales que constituyen gran
parte del mundo del trabajo, del consumo y del “mundo de la economía”.

 

El acento puesto sobre la salud, mientras se pone a la economía en un
segundo plano, ha dado lugar a un giro bastante notable del discurso
político. Hace apenas unos meses, el líder de Francia era el ídolo de las
empresas de todo el mundo por haber liderado la ofensiva para debilitar
decisivamente el Estado del bienestar. Francia se convertiría, anunció, en
una nación amiga de los negocios que “piensa y actúa como una empresa
emergente”. Hoy, Emmanuel Macron proclama gravemente que “la atención
médica... y nuestro Estado de bienestar son recursos preciosos, ventajas
indispensables cuando el destino golpea”.

 

Macron no ha sido el único en hacer esfuerzos para dar marcha atrás. A los
políticos de todas las tendencias se les ha ocurrido la idea de limitar la
producción de las fábricas a los productos socialmente necesarios, como
ventiladores, camas de hospital para reanimación, mascarillas y guantes
protectores. Se ha vuelto frecuente decir a las empresas lo que deberían
producir. El primer ministro conservador del Reino Unido, Boris Johnson,
pidió a las compañías automotrices que “pasen de construir automóviles a la
fabricación de ventiladores”. El presidente Trump, yendo sorprendentemente
más allá, “ordenó” a GM [General Motors] fabricar ventiladores en el marco
de la Defense Production Act [Ley de Producción de la Defensa, fechada en
septiembre de 1950, en el contexto de la Guerra de Corea]. En este nuevo
mundo, es difícil recordar que durante el año pasado, cualquier sugerencia
de hacer lo que los propios líderes políticos exigen ahora era ignorada o
rechazada con desdén; y no solo por ellos y por las empresas, sino incluso
por ciertos líderes sindicales importantes.

 

Al mismo tiempo, para quienes previamente habían cerrado los ojos, la crisis
ha puesto de manifiesto la extrema fragilidad de los ingresos de las clases
trabajadoras. Con tantas personas enfrentando dificultades severas y la
amenaza del caos social, todos los niveles de gobierno se han visto
obligados a responder a las necesidades básicas de salud y de supervivencia
de las personas. En Estados Unidos, los Republicanos ahora se unen a los
Demócratas para proponer una legislación que difiera los pagos hipotecarios,
refuerce el control de los alquileres y cancele el pago de los intereses
sobre la deuda de las y los estudiantes. Generalmente, sus desacuerdos no
tratan sobre la cuestión de si hay que dar más dinero a los trabajadores y
trabajadoras obligados a quedarse en casa y mejorar radicalmente los
beneficios por enfermedad y el seguro de desempleo, sino sobre el alcance de
este apoyo. Durante la Gran Depresión de la década de 1930, un cambio
político similar legitimó los programas sociales y los derechos laborales.
Sin embargo, este desarrollo fue una concesión a la movilización popular.
Esta vez, es una respuesta a la amplitud de la pandemia sanitaria y a la
necesidad de mantener a las personas alejadas del trabajo.

 

Esto no significa que se ignore lo económico, sino que en lo inmediato su
prioridad tradicional se sitúa después de lo social, es decir, de la amenaza
para la salud. Sigue habiendo un esfuerzo profundo y concertado para
preservar suficientes infraestructuras económicas (producción, servicios,
comercio, finanzas) a fin de facilitar después la vuelta a una aparente
normalidad. Esto lleva a rescates masivos y, esta vez, a diferencia de la
crisis de 2008-2009, el dinero no solo se destina a los bancos, sino también
a sectores como el transporte aéreo, a los hoteles, restaurantes y, en
particular, las pequeñas y medianas empresas.

 

La economía estuvo en el primer plano de la mente de Trump durante su
primera reacción espontánea a la crisis sanitaria, lo que llevó a un blogger
exasperado a decir que “si los marcianos invadieran la tierra, nuestra
primera reacción sería bajar las tasas de interés”. Después de que Donald
Trump fuese convencido por sus asesores de que esta respuesta no sería
suficiente, apareció un Donald Trump mucho más sombrío en nuestras
pantallas, ganando elogios por su apariencia y su tono propiamente
presidencial y decisivo, lo que no excluye un giro. El establishment
demócrata, que hasta entonces se había centrado en garantizar la derrota de
Bernie Sanders, en parte porque temía que Trump explotara el radicalismo de
Sanders en la arena electoral, en parte porque temía por las implicaciones
de una victoria de Sanders para su control sobre el partido, ahora está en
suspenso por otro escenario: ¿qué pasa si las medidas de emergencia de Trump
sobrepasan a los Demócratas por su izquierda? “Lo alto está abajo, el norte
está al sur”, comentó una fuente del Partido Demócrata.

 

Fiel a su incoherencia, una vez más Trump decidió ganar dinero, una opción
que proviene de sus propios negocios y de sus instintos populistas, y que se
ve reforzada por el mercado de valores, la Fox News y los jefes
empresariales que le escuchan. El confinamiento, dijo, se completará en
“unos días, no semanas o meses”. Esta estúpida declaración no se pudo
mantener a medida que aumentaba el número de muertos y los hospitales
estaban abrumados [530.830 infectados; 20.646 muertos hasta el 12 de abril,
según un informe de la Universidad Johns Hopkins; 706.779 y 37.079
respectivamente hasta el 18 de abril, ndt]. Y nos recuerda -y no por última
vez-, que debido al lugar de Estados Unidos en el mundo, Trump no solo es el
más poderoso de los líderes mundiales, sino también el más peligroso.

 

Contradicciones derivadas de la impresión de dinero

 

Los gobiernos de todo el mundo han encontrado mágicamente una forma de
financiar todo tipo de programas y ayudas que antes se consideraban
imposibles. El cielo, al parecer, es el límite. Pero dejando a un lado la
cuestión crucial de si, después de años de recortar presupuestos y gastos de
formación en numerosos sectores, los Estados tienen la capacidad
administrativa para implementar plenamente dichos programas, ¿se puede pagar
todo eso simplemente imprimiendo dinero?

 

La crítica común es que en las economías próximas a alcanzar el pleno
empleo, tales inyecciones masivas de fondos serán inflacionistas. Incluso
aunque haya cuellos de botella y posible inflación en ciertos sectores, en
la realidad actual de sobrecapacidad de producción, se puede ignorar la
preocupación inflacionista. Y dado que todos los países están obligados a
tomar la misma acción ante la pandemia, la disciplina habitual sobre las
fugas de capital es ineficaz: no hay adonde ir. Sin embargo, existen
contradicciones, incluso si en las circunstancias actuales toman una forma
diferente.

 

En primer lugar, no hay comida gratis. Una vez finalice la crisis, se
deberán pagar los gastos de emergencia. Esto se hará en un contexto en el
que, habiendo experimentado la posibilidad de programas anteriormente
calificados como poco prácticos, las expectativas de las personas se habrán
elevado. Como dijo Vijay Prashad, “No volveremos a lo normal, porque el
problema era la normalidad” (Tricontinental, 26 de marzo).

 

Cuando la economía regrese a su capacidad máxima ya no será posible cumplir
con las nuevas expectativas de la clase trabajadora haciendo girar las
prensas para imprimir billetes. No hay suficiente mano de obra y recursos
naturales y habrá que tomar decisiones sobre quién recibe qué. Dada la
historia de antes y durante la crisis, los problemas de desigualdad y de
redistribución estarán en el centro de tensiones importantes.

 

Después, cuando la crisis comience a atenuarse, lo hará de manera desigual.
Por tanto, el flujo de capital puede reiniciarse, y si sale de países que
aún sufren, se plantearán grandes preguntas sobre la moralidad de los flujos
de capital [de ahí el problema de su control]. E incluso cuando todos los
países hayan escapado de la pandemia sanitaria, tendrán prisa por seguir
adelante. A medida que vuelva la disciplina financiera, puede que a la gente
no le agrade que la recuperación y el desarrollo sean socavados por flujos
de capital egoístas que huyen. Y aún más después de un segundo rescate en
una docena de años (2008), que finalmente fue financiado por la mayoría de
la población. Ya no se tiene en pie la suposición de que los mercados
financieros son intocables. La gente podría llegar a pensar, como Alice, que
“era pocas [las cosas] realmente imposibles”. A la rebelión contra la
amplitud de las desigualdades se podría agregar una reacción en cadena
exigiendo el control de capitales.

 

Es cierto que el estatuto mundial del dólar permite cierto grado de
excepcionalismo estadounidense. En tiempos de incertidumbre, e incluso
cuando, como en el caso de la crisis hipotecaria estadounidense de
2007-2009, los acontecimientos en Estados Unidos fueron la fuente de esa
incertidumbre, la demanda de dólares es generalmente mayor. Pero, ahí
también, hay un límite.

 

En primer lugar, el aumento del tipo de cambio del dólar puede hacer que los
productos estadounidenses sean menos competitivos y ahoguen aún más a la
industria manufacturera. Pero sobre todo, la confianza internacional en el
dólar se basa no solo en la fortaleza de los mercados financieros
estadounidenses, sino también en el hecho de que Estados Unidos es un
refugio seguro por tener una clase obrera dócil económica y políticamente.
Si esta clase obrera se rebelara, el dólar como refugio seguro sería menos
evidente. La magnitud y la dirección de los flujos de capital podrían
volverse más problemáticos, incluso para Estados Unidos (aunque no diera
lugar al reemplazo del dólar por otra moneda, podría contribuir a un gran
caos financiero nacional e internacional).

 

¿Aperturas a la izquierda?

 

No sabemos cuánto tiempo durará esta crisis; está claro que mucho depende de
esta eventualidad. Tampoco podemos decir con certeza cómo este momento
imprevisible y fluido afectará a la sociedad e influirá en nuestras nociones
de lo que una vez fue normal. En estos tiempos de incertidumbre y ansiedad,
lo que la mayoría de las personas anhelan es un rápido retorno a la
normalidad, incluso si lo que antes era normal no carecía de grandes
frustraciones. Tales inclinaciones pueden ir acompañadas de deferencia a la
autoridad por habernos permitido superar la calamidad, lo que preocupa a
algunos con respecto a una nueva ola de autoritarismo estatal.

 

Por supuesto, nunca debemos subestimar los peligros que vienen de la
derecha. Y quién sabe qué puede aportar la dinámica de una crisis que se
extienda más allá del verano. Pero los contornos de esta crisis sugieren,
más bien, otra posibilidad: una predisposición a mayores aperturas y
oportunidades para la izquierda política. Los ejemplos citados anteriormente
muestran que, al menos por ahora, los mercados han quedado marginados. La
urgencia del reparto del trabajo, de los recursos y de los equipamientos, ha
dejado de lado las consideraciones sobre la competitividad y la maximización
de los beneficios privados para reorientar las prioridades hacia lo que es
socialmente esencial.

 

Además, a medida que el sistema financiero se dirige nuevamente a un
territorio inexplorado y planea un nuevo rescate ilimitado por parte de los
bancos centrales y el Estado, la gente que mira con exasperación la historia
que se repite, podría, como hemos evocado anteriormente, no ser tan pasiva
como hace una docena de años. Sin duda, la gente aceptará una vez más,
aunque de mala gana, su dependencia inmediata del rescate de los bancos,
pero los políticos no pueden evitar temer una reacción popular si en esta
ocasión no se impone una contraparte efectiva a los banqueros.

 

Además, en el horizonte puede haber un cambio cultural, aún demasiado
difícil de evaluar. La naturaleza de la crisis y las restricciones sociales
esenciales para superarla han puesto en el orden del día la mutualización y
la solidaridad frente al individualismo y la avaricia neoliberal. En esta
ocasión, la crisis muestra una imagen indeleble de italianos, españoles y
portugueses confinados pero ingeniosos saliendo a sus balcones para cantar,
aclamar y aplaudir colectivamente y rendir homenaje al coraje de los
trabajadores y trabajadoras de la salud, a menudo mal pagados, que realizan
un trabajo fundamental en la primera línea de frente en la llamada guerra
mundial contra el coronavirus.

 

Todo esto abre la perspectiva -pero solo la perspectiva- de una
reorientación de las perspectivas sociales a medida que se desarrolla la
crisis y las respuestas del Estado a la misma. Lo que antes se consideraba
natural ahora puede estar sujeto a cuestiones más amplias sobre la forma en
que deberíamos vivir y comportarnos.

 

Para las élites económicas y políticas, esto presenta claramente peligros.
El truco para ellos es asegurarse de que las acciones que actualmente son
inevitables y cuya salida final es impredecible tengan un alcance y un
tiempo limitados. Una vez que la crisis haya pasado confortablemente, las
ideas incómodas y las medidas arriesgadas deben volver a los cajones y ser
encerrados bajo llave. Por el contrario, para las fuerzas populares el
desafío es impedirlo aprovechando las perspectivas ideológicas prometedoras
que han surgido, basándose en algunas de las medidas políticas positivas
-incluso radicales- introducidas, así como explorando las diversas acciones
creativas que se han puesto en pie localmente en tantos lugares.

 

De cada cual según su capacidad de pago, a cual según sus necesidades

 

El cambio ideológico más obvio provocado por la crisis ha sido la actitud
hacia la atención médica. En Estados Unidos, la oposición a la atención
médica de un solo pagador ahora parece muy distante de la realidad vivida.
En otras partes, quienes aceptan la atención médica para todas y todos
tienen el problema de que, simultáneamente, están decididos a imponer
recortes presupuestarios que han dejado al sistema de salud en una situación
de incapacidad de hacer frente a las necesidades. Lo mismo ocurre con
quienes ven la atención sanitaria como otro producto a administrar imitando
las prácticas comerciales basadas en la rentabilidad privada. Su concepción
ha sido desmentida por los hechos, porque ha conducido a la peligrosa falta
de previsión a la que estábamos expuestos cuando era necesario enfrentar
situaciones de emergencia.

 

A medida que buscamos consolidar este nuevo estado de ánimo, no debemos
conformarnos con jugar a la defensiva. Ahora es el momento de pensar de
manera más ambiciosa e insistir en una noción mucho más completa de lo que
abarca el término cuidados sanitarios. Éstos van desde reivindicaciones muy
antiguas de programas dentales, de acceso a los medicamentos y el cuidado de
la vista, hasta el estatuto y el carácter de los centros de atención de
larga duración, especialmente de aquellos que son privados, pero también de
aquellos que están en manos del sector público. Por tanto, la pregunta es:
¿por qué los trabajadores y trabajadoras de cuidados personales que atienden
a enfermos y enfermas, a personas discapacitadas y mayores, no forman parte
del sistema de la sanidad pública y no están sindicalizadas y tratadas en
consecuencia? Y, teniendo en cuenta especialmente de las penurias de
equipamientos fundamentales a las que estamos confrontados, también se
plantea la cuestión de saber si toda la cadena de prestación de cuidados
sanitarios, incluida la fabricación de equipamientos sanitarios, no debería
estar incluida en el sector público, en el que las necesidades presentes y
futuras podrían estar correctamente planificadas.

 

Esta idea se extiende a: los vínculos entre la alimentación y la salud; la
política de vivienda y la contradicción entre la insistencia en el
distanciamiento social y la persistencia de refugios superpoblados para las
personas sin hogar; el cuidado de niñas y niños; y la durabilidad de los
días de enfermedad, que actualmente se ofrecen de forma temporal. También
tiene en cuenta una universalidad que es lo suficientemente importante como
para tener que extenderla a las personas inmigrantes [sin papeles] que
trabajan en nuestros campos y a las refugiadas que se han visto obligadas a
abandonar sus comunidades (a menudo debido a las políticas internacionales
adoptadas por nuestros gobiernos). En términos más generales, si ganamos y
consolidamos el principio de cuidados sanitarios “de cada cual de acuerdo
con su capacidad de pago, a cada cual según sus necesidades” (estando
determinada la capacidad de pago por una estructura fiscal progresiva), esta
victoria sería una fuente de inspiración y un impulso estratégico para
extender el principio fundamental de la medicina socializada al conjunto de
la economía.

 

La necesidad existencial de antídotos para evitar pandemias coloca una
responsabilidad particular en las compañías farmacéuticas mundiales. Nos han
dejado caer. Bill Gates, el cofundador de Microsoft, que conoce bien las
decisiones financieras, explicó este fracaso por el hecho de que las
condiciones financieras específicas para la producción de medicamentos y
productos capaces de enfrentar pandemias se refieren a “inversiones de
riesgo extraordinariamente elevado” (una manera educada de decir que las
empresas no tratarán adecuadamente las inversiones en cuestión sin una
financiación pública masiva). El historiador Adam Tooze lo dijo más
directamente: cuando se trate de compañías farmacéuticas que priorizan lo
social sobre lo rentable, “los oscuros coronavirus no recibirán la misma
atención que las disfunciones eréctiles” (es decir, la atención dedicada a
los múltiples medicamentos tipo viagra que han dado lugar a gastos y sobre
todo a beneficios desde hace más de 25 años).

 

El hecho es que el suministro de medicamentos y vacunas es demasiado
importante para dejarlo en manos de empresas privadas con sus prioridades de
beneficios privatizados. Si las grandes compañías farmacéuticas (Big Pharma)
no se encargan de la investigación sobre las futuras vacunas arriesgadas
salvo si los gobiernos asumen este riesgo, financiando la investigación y
las capacidades de fabricación correspondientes, así como coordinando la
distribución de estos medicamentos y vacunas para quienes los necesitan,
surge una pregunta obvia: ¿Por qué no eliminar a este intermediario (Big
Pharma) interesado en obtener beneficios? ¿Por qué no poner todo esto
directamente en manos del público en el marco de un sistema sanitario
integrado?

 

La próxima pandemia

 

La falta de preparación para el coronavirus envía la advertencia más clara y
aterradora no solo de la próxima pandemia posible, sino también de la que ya
nos está afectando. La inminente crisis medioambiental no se resolverá
mediante el distanciamiento social o una nueva vacuna. Al igual que con el
coronavirus, cuanto más esperemos para tratarla con decisión, más
catastrófica será. Pero a diferencia del coronavirus, la crisis ambiental no
solo apunta a poner fin a una crisis de salud temporal sino también a
reparar los daños ya causados. Como tal, requiere cambiar la forma en que
vivimos, trabajamos, viajamos, jugamos y nos comportamos entre nosotros y
nosotras. Esto requiere mantener y desarrollar las capacidades de producción
necesarias para realizar los cambios necesarios en nuestra infraestructura,
nuestros hogares, nuestras fábricas y nuestras oficinas.

 

Por convencional que sea, como lo es hoy, la idea del reciclaje, de hecho es
una idea radical. El lema bien intencionado de transición justa parece
tranquilizador, pero está lejos de ser suficiente. A quienes se intenta
convencer se preguntan con toda razón ¿quién se encargará de esa garantía?.
El hecho es que la reestructuración de la economía y la prioridad dada al
medio ambiente no pueden lograrse sin una planificación de conjunto. Y la
planificación implica cuestionar los derechos de propiedad privada del que
disfrutan las empresas en la actualidad.

 

Como mínimo, se debe crear una agencia nacional de reconversión, con el
mandato de prohibir el cierre de las instalaciones que puedan reconvertirse
para satisfacer las necesidades ambientales (y sanitarias) y supervisar esta
reconversión. Los trabajadores y trabajadoras podrían usar esta agencia como
denunciantes si creen que su empresa va a plantear despidos. La existencia
de una institución así alentaría a los trabajadores y trabajadoras a ocupar
centros de trabajo cerrados, lo que sería más que un acto de protesta; en
lugar de recurrir a una empresa que ya no está interesada en utilizar la
capacidad productiva existente, su actividad podría centrarse en la agencia
de reciclaje y presionarla para que cumpla su mandato.

 

Dicha agencia nacional debería combinarse con una comisión nacional de
trabajo encargada de coordinar la formación y la reasignación de la mano de
obra. También se complementaría con centros regionales de reconversión
tecnológica que emplearían a cientos, incluso miles de jóvenes ingenieros e
ingenieras, que están entusiasmados con la idea de usar sus habilidades para
hacer frente al desafío existencial de la crisis medioambiental. Los
consejos ambientales elegidos localmente vigilarían las condiciones de vida
de la colectividad, mientras que los consejos de desarrollo del empleo
elegidos localmente vincularían las necesidades de la colectividad y las
ambientales y de la comunidad, así como de los empleos, de la reconversión
de las empresas y el desarrollo de las capacidades de las asalariados/as y
de las fábricas, todos ellos financiados a nivel federal y todos igualmente
enraizados en los comités de barrio y de los comités de asalariados/as
activos.

 

Bancos: una vez escaldados temen el agua fría

 

Todo lo que esperamos hacer hacia un cambio significativo tendrá que
enfrentar la dominación de las instituciones financieras privadas sobre
nuestras vidas. El sistema financiero tiene todas las características de un
servicio público: lubrica las ruedas de la economía, tanto en términos de
producción como de consumo; sirve de mediador para las políticas
gubernamentales y se considera esencial cuando él mismo está en
dificultades. Sin embargo, no tenemos ni el poder político ni la capacidad
técnica para asumir las finanzas hoy y utilizarlas para fines diferentes.

 

Por lo tanto, la cuestión es doble: primero, la cuestión debe incluirse en
la agenda pública; si no se discute ahora, nunca llegará el momento de
plantearla; en segundo lugar, debemos reservar espacios específicos dentro
del sistema financiero, tanto para lograr prioridades específicas como para
desarrollar el conocimiento y las habilidades que finalmente nos permitirán
administrar el sistema financiero en nuestro propio interés.

 

Un punto de partida lógico es el de crear dos bancos públicos específicos:
uno para financiar las necesidades de infraestructura que se han descuidado
tan seriamente, el otro para financiar el Green New Deal y la reconversión.
Pocas cosas cambiarán si estos bancos van a competir por los fondos y los
rendimientos necesarios para pagar esos préstamos. La decisión política de
establecer estos bancos debe incluir, como argumenta Scott Aquanno en un
documento de próxima publicación, infusiones de liquidez determinadas
políticamente para hacer lo que los bancos privados han hecho de manera
inapropiada: invertir en proyectos que tienen un rendimiento social elevado,
aunque arriesgado, y bajos beneficios según las medidas convencionales. Esta
financiación inicial podría provenir de un gravamen sobre todas las
instituciones financieras; de hecho, un reembolso por los rescates masivos
que recibieron del Estado. (Con una base financiera sólida, estos bancos
podrían igualmente pedir préstamos en los mercados financieros sin serles
deudores.)

 

Planificación democrática: ¿un oxímoron?

 

Cuando la izquierda habla de planificación democrática, se refiere a un
nuevo tipo de Estado: un Estado que expresa la voluntad de la población,
fomenta la participación popular más amplia posible y desarrolla activamente
la capacidad popular de participar en oposición a la reducción de la gente a
asalariados/as reducidos a la condición de fuerza de trabajo mercancía, a
cifras, a una ciudadanía pasiva. Los escépticos se burlarán, pero la notable
experiencia que acabamos de vivir -que muestra cómo lo que ayer fue
“evidentemente” imposible, puede ser “evidentemente” muy evidente hoy-,
sugiere razones para no dejar pasar ello como pérdidas y beneficios de forma
tan caballeresca.

 

No es tanto la planificación en sí lo que asusta a la gente. Después de
todo, los hogares planifican, las empresas planifican e incluso los Estados
neoliberales planifican. Lo que da lugar a las dudas, miedos y antagonismos
habituales es el tipo de planificación extensiva de la que estamos hablando
aquí. El malestar que causa este tipo de planificación no se puede descartar
simplemente culpando a los prejuicios de las empresas y de los medios de
comunicación y al legado de la propaganda de la Guerra Fría. Las sospechas
respecto a los Estados poderosos tienen una base material no solo en
experiencias fallidas en otros lugares, sino también en las interacciones
populares con los Estados que de hecho son instituciones burocráticas,
arbitrarias, a menudo derrochadoras y distantes.

 

La adición del adjetivo democrático no resuelve este dilema. Y aunque los
ejemplos internacionales pueden incluir políticas y estructuras evocadoras,
la verdad es que no hay modelos totalmente convincentes. Esto nos lleva a
repetir incansablemente nuestras críticas al capitalismo; sin embargo, por
fundamental que ello sea, no es suficiente. Los escépticos aún pueden
responder de una manera fatalista que todos los sistemas son inevitablemente
injustos, insensibles al ser humano común y dirigidos por y para las élites.
Entonces, ¿por qué arriesgarse en caminos inciertos que, en el mejor de los
casos, podrían dejarnos aproximadamente en el mismo lugar?

 

Lo que podemos hacer es comenzar por comprometernos sin ambigüedad en
asegurar que no abogamos por un Estado todopoderoso y que apreciamos las
libertades liberales ganadas históricamente: la extensión del derecho al
voto a los trabajadores y trabajadoras, la libertad de expresión, el derecho
de reunión (incluida la sindicalización), la protección contra las
detenciones arbitrarias y la transparencia del Estado. Y debemos insistir en
que tomar estos principios en serio requiere una amplia redistribución de
los ingresos y la riqueza para que todos, en sustancia y no solo
formalmente, tengan las mismas oportunidades de participar.

 

También deberíamos recordar a las personas lo lejos que estamos de
caracterizar al capitalismo como un mundo de pequeños productores. Amazon,
por poner solo un ejemplo, ya era -fiel a las condiciones de éxito bajo el
capitalismo- experta en la sumisión de decenas de miles de pequeñas empresas
antes de la crisis, buscando maximizar sus beneficios y controlar y
mercantilizar el vida cotidiana. A raíz de la crisis y el colapso de los
pequeños minoristas, esta monopolización está a punto de convertirse en un
tsunami. Este resultado se verá reforzado por la reciente decisión del
gobierno canadiense de confiar a Amazon el papel de distribuidor principal
de equipos de protección personal frente al Covid-19 en todo el país,
ignorando fríamente la falta de atención de Amazon para suministrar a su
propia mano de obra una protección adecuada contra el virus.

 

La alternativa a esta gigantesca empresa que solo responde a sí misma es,
como ha sugerido Mike Davis, asumir su control y convertirla en un servicio
público, una parte de la infraestructura social de cómo los productos van de
aquí para allá, una extensión, por ejemplo, de la oficina de correos. El
hecho de que nos perteneciera, más que al hombre más rico del universo (Jeff
Bezos), ofrecería la posibilidad de que sus actividades se planificasen
democráticamente en beneficio de la colectividad.

 

Para realizar el aspecto democrático de la planificación es crucial
considerar los mecanismos e instituciones específicos que puedan facilitar
nuevos modos y niveles de participación popular. En el caso del medio
ambiente, en el que es particularmente evidente que la planificación de toda
la sociedad debe ser fundamental para hacer frente al peligro evidente y
presente, un nuevo tipo de Estado debe incluir no solo nuevas capacidades
centrales, sino también una serie de capacidades de planificación
descentralizadas, como las que hemos mencionado anteriormente: centros
regionales de investigación, consejos sectoriales en las industrias y los
servicios, consejos elegidos localmente para el medio ambiente y el
desarrollo del empleo, y comités sobre el lugar de trabajo y de vecindad.

 

La crisis sanitaria en particular ha puesto de manifiesto la necesidad y el
potencial del control del centro de trabajo por parte de quienes realizan el
trabajo. Esto es particularmente evidente cuando se trata de maximizar su
protección contra los riesgos y sacrificios que hacen en nuestro nombre.
Ello se extiende a los trabajadores y trabajadoras, quienes, a través de su
conocimiento directo, también actúan como guardianes del interés público,
utilizando la protección de sus sindicatos para denunciar los atajos y las
economías que afectan a la seguridad y la calidad de los productos y los
servicios. Los sindicatos han llegado a apreciar más ampliamente la
prioridad de obtener apoyo público para ganar sus batallas en las
negociaciones colectivas.

 

Pero hay que ir más lejos, estableciendo un vínculo más formal con la
población como parte de demandas políticas más amplias (como hacen los y las
enseñantes y los trabajadores y trabajadoras de la salud en cierta medida de
manera informal). Esto podría, por ejemplo, significar una lucha en el seno
del Estado para establecer consejos mixtos de trabajadores y trabajadoras y
la comunidad para controlar y modificar los programas de manera continua. En
el sector privado podría significar comités de reconversión en el lugar de
trabajo y consejos sectoriales sobre los lugares de trabajo, que actúen para
presentar sus propios planes o que se opongan a los planes nacionales que se
ocupan de la reestructuración económica prevista y de la reconversión frente
a la nueva realidad ambiental.

 

Tres puntos son esenciales a este respecto. Primero, la participación
generalizada de los trabajadores y trabajadoras requiere la expansión de la
sindicalización para proporcionar a los trabajadores un instrumento
institucional para contrarrestar el poder de los empleadores. En segundo
lugar, dicha participación local y sectorial no puede desarrollarse y
mantenerse sin involucrar y transformar a los Estados para vincular la
planificación nacional con la planificación local. Tercero, no solo los
Estados deben ser transformados, sino también las organizaciones de la clase
obrera.

 

El fracaso de los sindicatos en las últimas décadas, tanto en términos de
organización como de satisfacción de las necesidades de sus miembros, es
inseparable de su firme compromiso con un sindicalismo fragmentado y
defensivo en la sociedad tal como actualmente existe, en oposición al
sindicalismo de lucha de clases basado en solidaridades más amplias y
visiones radicales más ambiciosas. Esto requiere no solo “mejores”
sindicatos, sino también sindicatos diferentes y más politizados.

 

Conclusión: la organización de la clase

 

Un avance particularmente importante durante la última década ha sido el
paso de la protesta a la política: el reconocimiento por parte de los
movimientos populares de los límites de la protesta y la consiguiente
necesidad de dirigirse al poder electoral y al Estado. Sin embargo, todavía
nos preguntamos qué tipo de política puede transformar, de hecho, la
sociedad. A pesar del impresionante espacio creado por el corbynismo y
Bernie Sanders a través de los partidos establecidos, ambos se han
enfrentado a los límites de estos partidos: Corbyn ha desaparecido y la
insurgencia de Sanders parece estar perdiendo fuerza. El gran peligro
político es que después de llegar a este punto y estar decepcionado, además
sin domicilio político claro, la combinación del agotamiento individual, de
la desmoralización colectiva y de las divisiones sobre la vía a seguir puede
conducir al despilfarro de lo que se desarrollaba de forma tan positiva.

 

Las declaraciones jactanciosas sobre el inminente colapso del capitalismo no
nos llevarán muy lejos. Pueden ser populares en algunos círculos, pero al
exagerar la inevitabilidad del inminente colapso del capitalismo, también
ocultan lo que se debe hacer para participar en una batalla larga, dura e
indefinida para cambiar el mundo. Una cosa es sacar esperanza de la profunda
crisis que atraviesa el capitalismo y de su locura permanente, pero otra
cosa reside en el seno de la crisis reveladora, en la que debemos
centrarnos: es decir la crisis interna, a la que está confrontada la misma
izquierda. En este preciso momento, los siguientes cuatro elementos parecen
fundamentales para apoyar y construir una política de izquierda pertinente.

 

1 ° Defender a las y los trabajadores a través de la crisis actual

 

Responder directamente a las necesidades inmediatas de los trabajadores y
trabajadoras (en sentido amplio) es un punto de partida fundamental,
especialmente en la actual situación de emergencia. En Estados Unidos, la
“Respuesta de urgencia a la pandemia de coronavirus” de Bernie Sanders es un
recurso valioso a este respecto, a pesar de que no va en una dirección
socialista.

 

2 ° Fortalecer/mantener capacidades institucionales

 

En ausencia de un partido político de izquierda en Estados Unidos, y con el
debilitamiento de las posibilidades electorales de Bernie Sanders, la
pregunta para la izquierda que operaba dentro del Partido Demócrata es cómo
mantener una cierta independencia institucional en relación con el
establishment del Partido Demócrata.

 

La única forma previsible para que la izquierda pueda conseguirlo es que
elija estratégicamente dos o tres campañas nacionales. El medio ambiente
podría ser una y la lucha por la universalidad de los cuidados de salud
parece ser una segunda opción lógica. La tercera podría ser la reforma de la
legislación laboral, que no solo es importante en sí misma tras la ola de
despidos, sino que también es crucial para cambiar el equilibrio de los
poderes de clase en los Estados Unidos.

 

3 ° Formar socialistas

 

La campaña de Bernie Sanders ha demostrado un sorprendente potencial para
recaudar fondos y reclutar a decenas de miles de militantes comprometidos.
Después de la derrota de Sanders en 2016, Jane McAlevey argumentó que era
hora de poner este entusiasmo al servicio de la creación de escuelas de
organizaciones regionales a través de Estados Unidos.

 

Sobre esta base, debemos establecer escuelas que creen un marco socialista
capaz de vincular el pensamiento analítico y estratégico con aprender a
hablar con trabajadores y trabajadoras poco convencidos, organizarlos y
jugar un papel, como hicieron los socialistas en la década de 1930, no solo
en la defensa de los sindicatos sino también en su transformación. Las
campañas, las escuelas, los grupos de estudio, los foros públicos y las
revistas y diarios de noticias (como Jacobin y Catalyst) serían los
elementos de base de un posible futuro partido de izquierda.

 

4 ° Organizar la clase

 

Andrew Murray, jefe de gabinete del sindicato británico e irlandés Unite,
destacó la diferencia entre una izquierda centrada en la clase trabajadora y
una izquierda arraigada en esta clase (ver Socialist Register, 2014). La
mayor debilidad de la izquierda socialista es su débil enraizamiento en los
sindicatos y las comunidades obreras. Solo si la izquierda logra superar
esta brecha, que es cultural y política, es posible presenciar el desarrollo
de una clase obrera coherente, confiada e independiente, capaz de desafiar
al capitalismo de forma fundamental.

 

Cuando se produjo la crisis financiera de 2008-09, muchos de nosotros y
nosotras vimos esto como un descrédito definitivo del sector financiero,
incluso del propio capitalismo. Estábamos equivocados. El Estado intervino
para salvar al sistema financiero y las instituciones financieras surgieron
más fuertes que nunca. El capitalismo en su forma neoliberal ha seguido
desarrollándose. Esta vez, la crisis fue provocada por una pandemia
sanitaria. El desafío a la autoridad del capitalismo proviene de la forma en
que los Estados han reaccionado. Mientras que los principios arbitrarios de
los capitalistas han sido barridos uno tras otro -la limitación de los
déficits fiscales, la falta de fondos para mejorar el seguro de desempleo,
la imposibilidad de reconvertir las fábricas que están cerrando, la
glorificación por encima de todo de la búsqueda de beneficios por parte de
las empresas, la desvalorización de los y las asalariados que limpian
nuestros hospitales y se ocupan de la personas de más edad- podremos estar
seguramente más preparados para un cambio radical.

 

Puede ser. Pero nunca ha sido útil para la izquierda imaginar que un cambio
sustancial depende solo de las condiciones objetivas, sin establecer las
fuerzas que necesitamos para aprovechar esas condiciones. El cambio se basa
en el desarrollo de la comprensión colectiva, las capacidades, las
prácticas, el conocimiento estratégico y, sobre todo, de las instituciones
organizativas democráticas para lograrlo. Debemos convencer a todos las y
los que deberían estar con nosotros pero que no lo están, elevar las
expectativas y las ambiciones populares, y enfrentarnos con confianza a los
que se nos opondrán. 

 

* Sam Gindin fue director de investigación de Canadian Auto Workers de 1974
a 2000. Es coautor (con Leo Panitch) de The Making of Global Capitalism
(Verso) y coautor con Leo Panitch y Steve Maher de The Socialist Challenge
Hoy, edición norteamericana ampliada y actualizada (Ed. Haymarket). Artículo
originalmente publicado por Socialist Project el 10-4-2020:
https://socialistproject.ca/author/sam-gindin/
<https://socialistproject.ca/author/sam-gindin/> 

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