Socialismo/ Coyoacán, en la medianoche del siglo. 80 años del asesinato de León Trotsky [Dossier]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Ago 20 00:38:37 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

20 de agosto 2020

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Socialismo



Coyoacán, en la medianoche del siglo



80 años después de que se echaran siete llaves sobre su sepulcro, odiado por
igual por el estalinismo como por la reacción (su nombre es al mismo tiempo
uno de los blancos de la intelectualidad neoliberal y de la que rodea a
Putin), Trotsky sigue siendo uno de nuestros enlaces en el tiempo.



Pepe Gutiérrez Álvarez *

Viento Sur, 15-8-2020

https://vientosur.info/



El momento de su asesinato fue pródigo en noticias. Después de anexionarse
Austria (13/03/1938) y de invadir Checoslovaquia (15-03-1939), se firma el
pacto nazi-soviético (22/08/1939),  le toca el turno a la ocupación de
Polonia (1/08/1939), comienza la II Guerra Mundial, en junio de 1940 los
nazis ocupan París, y días antes de que Mercader cumpla su mandato, estamos
al principios de los bombardeos sistemáticos de la Luftwaffe sobre Gran
Bretaña.



A los militantes del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), la
noticia de su muerte les llega en los campos de concentración o en la
clandestinidad francesa. No se trata, claro está, de una coyuntura con mucho
espacio para que provocara la “indignación y el dolor” entre la “clase
trabajadora”, tal como declaraba Joseph Hansen, el joven secretario y
militante del Socialist Worker’s Party (SWP, sección estadounidense de la
Cuarta Internacional), que fue quien arrebató el piolet a Ramón Mercader.
Aunque el  impacto que causó entre mucha gente de izquierdas es
incuestionable.



Su sepelio –que en un principio estaba previsto en Nueva York pero el
gobierno del New Deal no se atrevió a dar un visado ni a su cadáver- fue
acompañado por unas trescientas mil personas, en su inmensa mayoría pobres
que, de alguna manera, sentían que la víctima podía ser algo propio. Por las
calles resonaba el “Gran Corrido de León Trotsky”, compuesto por un bardo
anónimo, y en el que destacan estrofas como la siguiente: “Murió León
Trotsky asesinado/de la noche a la mañana/porque habían premeditado/
venganza tarde o temprana. Fue un día martes por la tarde/esa tragedia
fatal/ que ha conmovido el país/y a toda la capital”.



Por su parte, tampoco la prensa diaria profundizó especialmente sobre la
cuestión. En líneas generales enfocó el drama como un “ajuste de cuentas”
entre comunistas, cuando no comentó favorablemente el asesinato reclamado no
solamente por los periódicos comunistas oficiales sino también por sectores
de la derecha, como por ejemplo los de la cadena Hearts. En la URSS, Pravda
tituló la noticia como “La muerte de un espía internacional”, de un “hombre
cuyo nombre pronuncian con desprecio y maldiciones los trabajadores del
mundo entero”. En un artículo aparecido en diciembre de 1987, el historiador
y general Dimitri Volkogonov detallaba la reacción de Stalin, contando que
“leyó con atención el artículo e hizo una mueca… Resulta que todo ha quedado
en un caso de espionaje y yo he luchado todos estos años contra un espía.
¿Por qué tanto lujo de detalles? ¡Parece como si el asesinato hubiera
ocurrido en Moscú¡”.



Parecía evidente que la “actualidad de la revolución” proclamada desde la
III Internacional, había desaparecido. Manuel Fernández Grandizo (G. Munis),
que había embarcado hacia México a fines de 1939, estableció por entonces
una relación personal con Trotsky y su compañera, Natalia Sedova, y Trotsky
le pidió que se hiciera responsable de la sección mexicana, muy desorientada
tras el abandono de Diego Rivera. Fue Munis el que  tomó la palabra en el
sepelio de Trotsky en el Panteón Moderno e “intervino repetidamente en el
proceso incoado contra el asesino como representante de la parte acusadora.
Se enfrentó decididamente a los parlamentarios estalinistas, también a la
campaña de la prensa estalinista mexicana, que acusaba a Munis, Víctor
Serge, Julián Gorkin (todavía en el POUM) y Marceau Pivert de agentes de la
Gestapo. Pese a la amenaza de muerte realizada por los estalinistas, Munis
retó a los diputados mexicanos que le calumniaban a renunciar a la inmunidad
parlamentaria para enfrentarse a ellos ante un tribunal” [1].



Frente a la indiferencia o a la maldición se erigen unas pocas voces
ilustradas que denuncian el asesinato y que acusan sin ambages a los
responsables. Fue el caso del compañero de viaje del SWP,  James T. Farrell
(1904-1979), célebre autor de la novela Studs Ludigan, que  recordaba en su
particular “tributo al gran viejo” cómo al final de su vida, al declarar
ante la Comisión Dewey, Trotsky, evocando un momento de su adolescencia,
resumió así toda su trayectoria y su fe: “Señoras y señores de la Comisión:
la experiencia de mi vida, en la que no faltaron los éxitos y los fracasos,
lejos de destruir mi fe en el futuro brillante y claro de la humanidad, me
ha dado por el contrario, un temple indestructible. Esta fe en la razón, en
la verdad, en la solidaridad humana que a los 18 años me llevó al barrio
obrero de la provinciana ciudad rusa de Nikolaief, la he conservado total y
enteramente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente. En la
formación misma de esta Comisión…veo un nuevo y magnífico refuerzo del
optimismo revolucionario que constituye el elemento fundamental de mi vida”.
Farrell destaca cómo aquel “escolar que sale en busca de los obreros (“sin
esperar ni preguntar a nadie”) hasta el revolucionario veterano, grande en
su destierro, persiste confesando su “fe en la razón, en la verdad y en la
solidaridad humana”.



Igualmente aparecen voces potentes en América Latina, en parte por la
proximidad del evento, en parte por la lejanía de la guerra, y en parte
también por la pasión que todavía suscitaba el “proceso de la revolución
rusa (que) continúa abierto y lo estará todavía durante mucho tiempo”, decía
Ciro Alegría [2], quien declara: “Esta revolución del año 17 libra aún su
batalla, que será más dura en el momento en que decida campar por el mundo o
cuando sus adversarios se le abalancen en un intento de ahogarla”. Desde
esta perspectiva, contempla  “con tristeza y angustia” la muerte de León
Trotsky, al que define como “un hombre de pensamiento y un hombre de acción
y, sobre todo, en la acepción más amplia del término, un revolucionario”.
Esto por más que sus enemigos hayan llevado una “campaña mundial de
desprestigio”, lo que no era “más que la enésima repetición de cómo la
“historia nuestra que la humanidad llama sueños a las realidades distantes”.



En opinión de Ciro, Trotsky no fue un simple  idealista; lo había demostrado
“manejando el método marxista y una vez conseguida la victoria inicial
dentro de Rusia, arquitecturó un plan revolucionario factible y cuya
eficacia, en todo caso, es imposible negar a menos que se asuma, el papel de
augur gitano”. No cabe hablar pues de “falta de realismo”, esta es -dentro
del lenguaje revolucionario- “una palabra peligrosa”. El “realismo” de
Trotsky es el de Lenin” que supo conjugar la NEP con el “espíritu
revolucionario”. Trotsky combatió  “por hacer triunfar su concepto, ha
vivido una existencia heroica de cuyo mérito está llamado a atestiguar el
tiempo”. Destaca  “de modo especial su labor de escritor, pues en Trotsky,
escribir era también una manera de actuar (…)  Dueño de un estilo brillante,
con una claridad expositiva y una habilidad polémica realmente
extraordinarias, escribir le significaba combatir, atacar, defender,
sembrar. En una palabra, actuar. Su pensamiento trabajaba por hacerse acción
cada día y es como un símbolo el hecho de que Trotsky haya muerto con el
cráneo hendido por un golpe de pica”.



Ciro concluirá diciendo que “se acalle la vocinglería, Trotsky surgirá en la
historia como un hombre que intervino con decisión y lucidez, en una gran
parte de la jornada del mundo”, por otro lado, Ciro entiende que en relación
a “la contienda entre Trotsky y Stalin se han dicho muchas palabras inútiles
y será muy rara la voz que haya hablado por encima de las necesidades
subalternas de una u otra facción. De todos modos, el hecho de que Stalin
ganara la partida a Trotsky prueba ya que es un luchador hábil. Con esto no
aludo a las cruentas purgas moscovitas que hirieron de mala manera el
corazón de los revolucionarios del mundo. Me refiero al tiempo en que ambos
se enfrentaron dentro de la misma Rusia y Stalin venció. Pero la prueba de
quién tuvo la razón no ha llegado todavía…”.



Por su parte,  Ernesto Montenegro titula su trabajo Trotsky, maestro de
conciencias [3], en el que comienza recreando una escena de la miseria de un
extranjero en EE UU para asegurar que de “haber presenciado esa simple
escena, que a muchos parecería grotesca o cuando más divertida, el gran
corazón de Trotsky se hubiese emocionado. Habría sonreído y estrechado la
mano del viejo, con efusión de camarada”. Luego se refiere al “heroísmo
moral de un padre La Casas”, para establecer una comparación de una actitud
que “presupone no sólo el riesgo de la vida, sino también el sacrificio
cotidiano de amigos, familia, comodidades corporales resignación al
malentendido del vulgo y a la calumnia de los grupos interesados, y la
renuncia a eso que los teólogos llaman el respeto humano”.



El escritor cree que en el revolucionario asesinado  “todo es claro, firme y
rotundo. Sus sesenta años corren rectos tras su misión, sin un
desfallecimiento Su enemigo Stalin le salvó de ver emporcarse su ideal en
las componendas y claudicaciones de que, sin embargo, debía de ser acusado
un día y en las cuales su rival había de caer realmente años más tarde. La
orgullosa vida de Trotsky, ha dicho alguien. Magnífico orgullo ese que
sostiene a un hombre por más de veinte años de destierro, y que en la agonía
le impulsa a confirmar su fe en el porvenir de la humanidad. Ante su
ejemplo, uno no puede dejar de decirse: puede que el comunismo de Trotsky no
sea “toda” la verdad, puede que su doctrina llegue a ser superada por una
fórmula más flexible, que abrace toda la complejidad  de la naturaleza
humana y los anhelos inefables del espíritu, una sociedad en que el luchador
halle ocasión de emplearse en la lucha, el soñador en su sueños y hasta el
místico en recogimiento ultraterreno Pero la vida de Trotsky, su
pensamiento, su conciencia, alumbrarán el porvenir como una antorcha
encendida y chispeante, en que un héroe genial fundió sus experiencias y sus
angustias, el fracaso político, sus hijos muertos en rehenes, su errancia
por el mundo ante el acoso de sus enemigos, vaciando su pensamiento en
palabras recias y bruñidas de artista, de apóstol y de pensador”.



En su obituario El último combatiente [4], el escritor chileno Manuel Rojas
(1896-1973) escribirá que su muerte ponía “punto final a la historia del
partido bolchevique ruso. Un gran partido muere con el gran hombre que era
su último combatiente. Con el partido y con el hombre termina, de una vez  y
para siempre, en todos sus aspectos vitales inmediatos, el movimiento social
y político que ese partido y los hombres que  los forman promovieron en
Rusia y que tanto alcance  y trascendencia ha tenido en el mundo. Empezó a
declinar con la muerte de Lenin, que trajo como consecuencia el aislamiento
y la persecución de Trotsky; muere definitivamente con éste.
Definitivamente, porque lo que queda, aquello que en el terreno social y
político fue realizado por ese partido y  por esos hombres es un organismo
que está muy lejos de esos hombres y de ese partido: un Estado obrero
degenerado, como el mismo Trotsky decía”.



De hecho, esta definición pertenecía a Vladimir Ilich Lenin, que al decir de
Rojas “murió a tiempo, o sea, cuando la revolución rusa parecía ser todavía
una revolución, el solitario de Coyoacán debió contemplar, durante todos los
años de persecución y de destierro, cómo su obra, a la que dedicó muchos o
todos sus años de juventud y madurez, iba siendo —como él mismo lo denunció—
traicionada. Esto, sin embargo, doloroso para él, lo agrandó en sí mismo y
ante los demás”. Pero la grandeza de Trotsky no radicaba en ser un hombre de
partido, o de haber hecho la revolución, sino, en primer lugar, porque creó
partido y acontecimientos o contribuyó a crearlos, y en “segundo lugar,
porque mientras el uno, una vez salido de sus  manos, degeneró, y el otro se
apagó con él mismo, él, en cambio no hizo sino crecer y afirmar, de modo que
podemos estimar eterna, su personalidad. Podrá el Estado obrero degenerado
de hoy descender hasta llegar a ser no más que una aldea burocrática idiota
y podrá mañana el partido bolchevique, después de frío examen, ser declarado
un organismo más bien pernicioso que beneficioso para la causa de la
revolución socialista; todo eso podrá suceder. A pesar de eso, y a pesar de
muchas cosas más, Trotsky permanecerá. Este hombre no pertenece solo a la
clase obrera, a los partidos revolucionarios o al socialismo. Pertenece a la
humanidad, así como pertenecen ya Lenin, Engels y Karl Marx”.



Rojas admiraba al revolucionario pero también al escritor, a su “entidad
humana”. Su figura –dice- “no tiene, dentro de las filas de los militantes
del socialismo, semejante alguno ni lo tendrá en muchos años. Tal vez no lo
tendrá nunca ya. Tampoco lo tiene en otros campos. Su profundidad de visión,
su certeza de predicción, la honradez de su conducta, su valor moral, mental
y físico, su hondo sentido de lo que es el hombre y de lo que debe ser, son
cualidades que se dan difícilmente en un solo ser humano. En él se dio todo
junto y con una generosidad ejemplar”. Y concluye diciendo: “El hombre que
lo mató y los hombres que mandaron matarlo no supieron lo que hacían. Al
asesinar  a Lev Davidovich eliminaron al único hombre que podía haberles
dicho cómo podrían ellos sobrevivir”.



Otro sudamericano ilustre, el abogado nicaragüense Adolfo Zamora, compañero
de Sandino [5] , autor del prólogo de una edición popular mexicana de
algunos de los últimos escritos de Trotsky relacionados con la conspiración
que culminaría con su asesinato y que, con el título de Los gángsters de
Stalin (Ed. América, México, 1940, pp., 11-12; reedición en Ed.
Renacimiento, Sevilla, 2020) apareció a finales de septiembre de 1940, y en
el que escribió: “Ciertamente, el asesinato de Trotsky es un triunfo que se
apunta el Kremlin. Con Trotsky ha sido totalmente liquidado el grupo
directivo de la revolución de octubre. El `inmenso error´ de 1928 –desterrar
a Trotsky- ha sido `corregido´. La muerte ha privado a la clase obrera del
guía certero de los aciagos decenios del fascismo ascendente, de la
descomposición estalinista, de la segunda guerra general imperialista.
Triunfante hasta hoy en todos lo frentes, la reacción –por el brazo de
Stalin- ha triunfado una vez más…La muerte de Trotsky marca el momento más
profundo de las tinieblas del mundo capitalista. Al mismo tiempo denuncia
por su encarnizado apresuramiento las angustias en que se debate el régimen
burocrático de la Unión Soviética. Y por ahí marca el nacimiento de una
nueva aurora roja.  Stalin razona ahora: sin Trotsky, la Cuarta
Internacional no podrá emprender nada. Como buen burócrata antes y como buen
déspota ahora, Stalin se equivoca. Trotsky, en los días de su destierro,
solo, perseguido, poseía todo el poder de la idea revolucionaria, era el
principio de un nuevo impulso de la clase obrera. Stalin, con su inmenso
aparato, su poderío momentáneo y su GPU, sólo representaba el reflujo
histórico de efímera existencia. La nueva Internacional, creada por el genio
de Trotsky, ha alcanzado ya una etapa de desarrollo que la capacidad para
hacer frente a las grandes tareas revolucionarias que le reserva el próximo
futuro de la humanidad. La Komintern, en cambio, con toda su vasta
arquitectura de esbirros, de soplones, de Pedros (Geröe) y Carlos (Vidali),
misteriosos y perversos, se desmoronará como un castillo de naipes al primer
enérgico soplo de la revolución”. Una revolución que fue detenida durante
las jornadas de junio del 36 en Francia, pero sobre todo en la España
republicana.



En el que fue quizás el primer artículo a la altura del personaje,
publicado, si no en España, sí para España, escrito por Francisco Fernández
Santos  para la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico (nº 2, agosto-septiembre,
1965), con el título “Trotsky, nuestro contemporáneo”, el autor recuerda:
“En este mes de agosto, exactamente el día 22, se cumple el vigesimoquinto
aniversario del asesinato de una de las personalidades más poderosas y
fascinantes, al mismo tiempo que más trágicas, del siglo XX: León Davidovich
Trotsky. El 22 de agosto de 1940, moría uno de los fundadores de la Unión
Soviética, revolucionario hasta el heroísmo, pensador marxista de gran clase
y escritor de exuberantes dotes y fecundidad: una de las principales figuras
de esa extraordinaria galería de revolucionarios-filósofos que marcaron al
mundo para siempre con la garra de la Revolución de Octubre, hecho
fundamental del siglo XX. Con el asesinato de Coyoacán se cerraba el ciclo
de una de las tragedias más representativas de nuestra época: la de los
bolcheviques del año 17; se rompía el arco de acero de una vida tendida
constantemente hacia el objetivo de la revolución socialista mundial; se
extinguía un europeo universal que había defendido hasta el último aliento
la herencia del marxismo clásico y el espíritu de la Revolución de Octubre.
Significativamente, en el mismo momento de su muerte el mundo se hundía en
un periodo de barbarie y de criminalidad como no había conocido nunca. Los
lobos nazis aullaban triunfalmente por las llanuras de Europa, el mundo
carcomido de la democracia burguesa parecía derrumbarse estrepitosamente, y
en la Unión Soviética, después de los sangrientos procesos de Moscú que
liquidaron a toda una generación de revolucionarios, el estalinismo se
estabilizaba como estructura al parecer insustituible del primer país
socialista. La revolución socialista mundial parecía un sueño más utópico
que nunca”.



Luego, Francisco Fernández Santos extraía de su propia memoria, ligada a la
izquierda socialista, “la impresión que me produjo la noticia del asesinato
de Trotsky. Tenía yo por entonces once años. Algún tiempo antes, registrando
en los cajones de libros peligrosos ocultos en algún rincón de mi casa,
había descubierto dos libros de Trotsky: Cómo hicimos la Revolución de
Octubre [reeditada por Renacimiento, Sevilla, 2020] y Mis peripecias en
España [este último traducido por Andreu Nin y con un prólogo de Julio
Álvarez del Vayo en que éste mostraba sus simpatías por la figura del
autor]. Ambos libros fueron mi primer contacto consciente con la Revolución
rusa y con Trotsky, que en mi espíritu quedaron desde entonces profundamente
unidos. Mi admiración por una y por otro se fundían en una misma admiración.
De ahí que el asesinato de Trotsky fuera para mí como si hubiesen asesinado
a la Revolución de Octubre”. Y proclamaba: “Han pasado veinticinco años. Mi
admiración de los once años por Trotsky se ha mantenido intacta: es más, se
ha profundizado y enriquecido, a medida que iba conociendo su obra de
revolucionario y de escritor. Admiración, naturalmente, crítica, no
dogmática ni beata”.



Sin embargo, no fue así. Tuvieron que llegar los años sesenta para que
Trotsky fuese nuevamente reconocido, y que obras como la trilogía que le
dedicó Isaac Deutscher [6], impactaran en las nuevas generaciones y
señalaran el inicio de una revalorización creciente. Esta trilogía es muy
criticada por Broué, y antes que por Broué por Jean Van Heijenoort, entre
otros, pero obtuvo una resonancia impresionante en su momento aunque pierde
fuerza en el tercer volumen. Éste se cierra así: “Trotsky en algunas
ocasiones comparó el progreso de la humanidad con la marcha de los
peregrinos descalzos que avanzan hacia el santuario dando sólo unos cuantos
pasos hacia delante cada vez y después retrocediendo o saltando a un lado
para volver a avanzar y desviarse o retroceder; así, zigzagueando todo el
tiempo, se acercan penosamente a su meta. Trotsky pensó que su misión era la
de incitar a los peregrinos a seguir avanzando. La humanidad sin embargo,
cuando al cabo de cierto progreso sucumbe a una desbandada, permite que
aquellos que le instan a continuar su avance, sean injuriados, difamados y
atropellados hasta morir. Sólo cuando ha reanudado su marcha hacia delante
rinde un triste homenaje a las víctimas, atesora su memoria y recoge
devotamente sus reliquias; entonces les agradece cada gota de la sangre que
entregaron, pues sabe que con esa sangre nutrieron la semilla del futuro”.



Este texto fue leído y releído por muchos jóvenes antifranquistas de una
época en la que comenzaba la crisis de la izquierda tradicional que había
ocupado el escenario de la guerra fría. Enterrado como un apestado o como un
héroe magnífico, pero casi tan lejano como Aníbal, Trotsky aparecerá en el
centro de una recuperación de la memoria plural del movimiento obrero
clásico. Sus obras comenzarán a ser reeditadas. En el Estado español, esa
tarea será comenzada por Ruedo Ibérico, luego será ampliada por editoriales
militantes como  Akal, Fontamara (especialmente) o Júcar…Así fue en el
periodo que va desde mitad de los años sesenta hasta principios de los años
ochenta. Y, después del largo socavón causado por la descomposición del
socialismo real, y por la victoria casi total del neoliberalismo que se
impone en la antigua Rusia y en China, su aporte personal, intelectual y
moral emerge ocupando nuevamente el lugar de Sísifo, quien después de caer
al abismo, volvió a levantar de nuevo la piedra para llevar la llama de los
dioses a los humanos.



Trotsky puede ser reconocido por una suma de aportes. Siendo el más joven de
la izquierda socialdemócrata fue un crítico del lado autoritario de cierto
bolchevismo, el líder más reconocido de la revolución de 1905,  esbozó una
puesta al día de la teoría de la revolución permanente ya expresada por Karl
Marx en 1848 cuando quedó claro que la burguesía temía su propia revolución,
amén del autor del Manifiesto de Zimmerwald;  en su fase bolchevique su
actuación en el proceso revolucionario de 1917 fue legendaria, sobre todo
cuando lideró la toma del Palacio Invierno, pero ante todo y sobre todo como
el personaje que fue capaz de crear y de llevar hasta la victoria a un
Ejército Rojo que casi se sacó de la manga, y también fue uno de los
principales artífices y teóricos de los cuatro primeros Congresos de la III
Internacional…



Se trayectoria ulterior en oposición a la burocracia ascendente la tuvo que
liderar casi en solitario, y aportó los primeros y más depurados análisis
del desarrollo de la burocracia que unía la “de siempre” (heredada del
zarismo que se tiñó de rojo), y la nueva surgida de los “peligros
profesionales del poder” (Christian Rakovsky). Desde su tercer exilio pasó a
ser una pesadilla para Stalin mientras trató de crear una nueva
Internacional contra el reloj, consciente de que solamente la revolución
podía evitar el estallido de una nueva Guerra Mundial que convertiría la
anterior en un mero ensayo. Asesinado hace 80 años, su legado y sus
aportaciones fueron recuperadas por una parte de las nuevas generaciones
contestatarias; no como el final de una tradición marxista sino como el nexo
más potente entre el pasado y un presente en el que el dilema entre el
socialismo –reinventado- y la barbarie, resulta más tenebroso que nunca.



* Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de Viento
Sur. Este texto es una adaptación del último capítulo del libro del autor,
El fantasma de Trotsky (España 1916-1940), publicado en Espuela de Plata,
Renacimiento, Sevilla, 2012.



Notas



[1] Documentos sobre el trotsquismo español (Ed. De la Torre, Madrid, 1996;
27-28). El discurso de Munis está reproducido en su apartado 3.32. Personaje
singular, Munis participó en la creación de la IV Internacional y coincidió
con Trotsky y Natalia Sedova en México. Al final de los años cuarenta rompió
con la Internacional y se exigió como el autor de un Nuevo Manifiesto
Comunista desde el que trató de liderar, sin éxito, una nueva corriente
marxista internacional.

[2] Escritor peruano (1897-1967), Ciro consiguió un prestigio mundial con su
novela El mundo es ancho y ajeno. Alegría, como José Maria Arguedas, mostró
en algún momento una viva simpatía por Trotsky. Ciro fue alumno de César
Vallejo, quien dijo que Trotsky era “la parte más roja de la bandera
proletaria”. Desde muy joven intervino en actividades políticas y en defensa
de los indígenas y de las clases sociales más explotadas. Fue uno de los más
importantes representantes de la literatura indigenista americana. En 1931
estuvo un año en la cárcel y posteriormente fue deportado a Chile, en 1934.
En esta etapa se dedicó de lleno a la literatura y escribió páginas
significativas de su literatura, obtuvo varios premios por sus novelas,
otorgados por editoriales chilenas, por la editorial Farrar & Rinehart
Company de EEUU y otros. Vivió durante varios años en EE UU, Puerto Rico y
Cuba; y  regresó en 1957 al Perú. Después de su novela premiada, El mundo es
ancho y ajeno (1941), no tuvo una gran producción, salvo algunos cuentos y
relatos. Este trabajo –Perfil de un revolucionario– lo publicó en 1940 en
Chile durante su exilio. Ciro Alegría nació en la hacienda Quilca,
Provincia de Sánchez Carrión, Departamento de La Libertad, Perú el 4 de
noviembre de 1909  y realizó sus primeros estudios en Cajamarca y en la
Universidad nacional de  la ciudad de Trujillo, cerca de la costa. Hizo
incursiones en el periodismo, en los diarios El Norte y La Industria de
Trujillo.

[3] Escritor chileno (1885-1967), destacó como periodista en Chile y en EE
UU, donde vivió largos años y fundó una revista. Fue fundador, profesor y
director de la primera Escuela de Periodismo en Chile, autor de Puritania y
de Mi tío Ventura. Algunos escritores modernos de Estados Unidos (1937),
semblanzas y crítica. Póstumamente aparecieron Mis contemporáneos (1968),
Viento norte, viento sur (1968) y Memorias de un desmemoriado (1970). Su
crónica sobre la muerte de Trotsky está fechada en Nueva York, el 12 de
octubre de 1940.

[4] Escritor nacido en Buenos Aires e incorporado a la literatura chilena,
tras radicar en Chile desde 1924. Su obra principal es narrativa y se
caracteriza por una observación de medios y caracteres propia del realismo,
pero que supera las recetas tradicionales de esta tendencia. Abundan en sus
novelas los desheredados de la fortuna, los pequeños delincuentes y demás
habitantes de los barrios pobres y marginales, retratados sin truculencia ni
compasión. De 1932 data su inicial Lanchas en la bahía, a la que siguen
cuatro novelas protagonizadas por una suerte de heterónimo del autor,
Aniceto Hevia: Hijo de ladrón (considerada su trabajo más típico y logrado,
1951), Mejor que el vino (1958), Sombras contra el muro (1964) y La oscura
vida radiante (1971). Ha publicado, asimismo, recopilaciones de cuentos como
Hombres del sur (1926) y El bonete maulino (1968, en su forma definitiva),
un libro de poemas Tonada del transeúnte (1927) y un tomo de memorias,
Imágenes de infancia (1955).

[5] Adolfo Zamora Padilla, estudió derecho en París y México, y fue
profesor, abogado y amigo de Trotsky, verdadero tutor de su nieto Esteban
Volkow. Su hermano Francisco Zamora Padilla, periodista y reconocido
marxista,  fue el único miembro mexicano de la Comisión Dewey

[6] [Nota de la redacción. La trilogía está compuesta por: “El profeta
armado: Trotsky, 1879-1921” (1054), “El profeta desarmado: Trotsky,
1921-1929” (1959) y “El profeta desterrado: Trotsky, 1929-1940” (1963).
Edición de la trilogía el año 2015  en LOM Ediciones, Santiago de Chile,
2015].



***



80 años del asesinato de León Trotsky



Gustavo Buster/Daniel Raventós *

Sin Permiso, 16-8-2020

https://www.sinpermiso.info/



El conde Czernin fue un reaccionario sin fisuras. Entre su hoja de servicios
cabe destacar que fue el representante austríaco en las negociaciones de
Brest-Litovsk en 1918. La otra parte era la delegación de la reciente
revolución rusa. Este conde tan harto quedó de la inteligencia e
inflexibilidad de Trotsky como comisario del pueblo de asuntos exteriores y
jefe de la delegación soviética, que expresó más de una vez su deseo
ardiente de que apareciera una Charlotte Corday que eliminara al jefe
revolucionario. El 20 de agosto se cumple el 80 aniversario del asesinato
del fundador del Ejército Rojo y “su” Charlotte Corday fue el militante del
PSUC Ramón Mercader, cumpliendo el plan de asesinarlo que Stalin empezó a
concebir solamente 13 años después de las negociaciones de Brest-Litovsk y
que se empezó a preparar concienzudamente desde 1934.



El asesino de Trotsky, Ramón Mercader, murió en La Habana el 18 de octubre
de 1978, después de recibir en 1961 en Moscú la medalla que suponía la mayor
distinción en la URSS desde 1934 a 1991: la estrella de Héroe de la Unión
Soviética.



Sobre la vida y la obra del revolucionario ruso se ha escrito tanto que
cualquier pretensión de decir algo nuevo es precisamente una pretensión. Un
buen resumen de los distintos aspectos de su obra puede leerse en el libro
de Ernest Mandel
(https://www.sinpermiso.info/sites/default/files/sp-monografico-trotsky_por_
mandel.pdf) que publicó Sin Permiso hace cinco años. Allá se recogen las
principales aportaciones teóricas y los momentos más importantes de la vida
del revolucionario. Son muchas las distintas aportaciones teóricas de
Trotsky que han sido debidamente reconocidas, y no únicamente por
trotskistas. Por citar dos de especialmente destacadas: la teoría de la
revolución permanente que fue la que aportó las mejores herramientas
analíticas y que más precisamente previó la Revolución de Octubre, fue
formulada en 1905-06, cuando Trotsky solamente tenía 26 años; y el posterior
análisis del ascenso de la burocracia soviética surgida por distintos
factores, pero destacadamente por la gran pérdida de cuadros bolcheviques
durante la guerra civil posterior a la revolución, por la derrota de las
revoluciones europeas y por la consolidación en el poder de los más directos
representantes de esta burocracia cuya cabeza visible fue Stalin.



¿Qué había ocurrido en la URSS entre 1918, cuando el conde Czernin anhelaba
un asesino para Trotsky, y 1940, cuando Mercader logra asesinar al veterano
revolucionario? De forma directamente relacionada con lo que nos interesa:
1) la derrota de las revoluciones europeas, especialmente la alemana, 2) el
mencionado ascenso de la burocracia en la URSS sobre los hombros de una
clase obrera diezmada por la Guerra Civil, 3) el aniquilamiento de la vieja
guardia bolchevique, 4) la victoria del fascismo en Italia en 1922, del
nazismo en Alemania en 1933 y de la dictadura franquista en 1939, 5) el
inicio de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939.



Sobre el ascenso de la burocracia en la URSS, solamente dos datos. El
primero: en 1923 el partido bolchevique tiene 370.000 afiliados de los
cuales solamente 35.000 son obreros, las dos terceras partes de la
afiliación son asalariados del partido, del ejército (aunque Trotsky es el
jefe formal del mismo aún en 1923 y goza de gran prestigio entre los
veteranos de la guerra civil, Stalin ya ha colocado a sus fieles en los
puestos clave para minar su autoridad), de los sindicatos, de los organismos
estatales. El segundo: ya a finales de 1926, un militante a sueldo del
partido del nivel más bajo gana entre 5 y 6 veces más que el salario medio
obrero.



Sobre el aniquilamiento de la vieja guardia bolchevique, solamente un dato:
a finales de los treinta, el 90 por ciento de los miembros que formaban
parte del Comité Central bolchevique que protagonizó la revolución de 1917
fue exterminado por Stalin. Pero faltaba liquidar al principal responsable
de todos los crímenes habidos y por haber según el régimen estalinista, este
no era otro que Trotsky.



Muy poco antes del inicio de la gran carnicería bélica mundial, el 25 de
agosto de 1939, el embajador francés en Berlín, Robert Coulondre, intenta
disuadir a Hitler de que invada Polonia. La guerra, como fue el caso de la
de 1914, puede ser el preámbulo de la revolución y ello encoge algunos
espíritus. La forma de expresarlo del embajador francés ante Hitler es:
“Temo que al término de una guerra no haya más que un vencedor: el señor
Trotsky.” ¿Cómo era posible que el viejo revolucionario ruso, recluido en un
barrio de la ciudad de México, calumniado por el mayor aparato de propaganda
de un Estado que jamás haya existido y odiado por casi todos los gobernantes
del mundo, despertara estos temores entre los poderosos del momento? Se
recordaba que la Primera Guerra Mundial trajo el triunfo de la Revolución
Rusa y que un puñado de internacionalistas revolucionarios, todos en el
exilio, fueron los que la encabezaron. Y Trotsky fue ante el mundo la cabeza
visible, junto a Lenin, de aquella revolución. Lenin había muerto en 1924,
pero Trotsky aún vivía en 1939. De ahí las aprensiones de Coulondre.



Para analizar la aportación de Trotsky en su evaluación teórica del
estalinismo puede ser útil la distinción entre dictadura soberana y
dictadura comisaria. Y de paso nos servirá para apreciar una de las
aportaciones de Marx que más incomprensiones ha tenido: la dictadura del
proletariado. Incomprensiones tanto por parte de críticos acérrimos de Marx,
como de dogmáticos seguidores suyos. Años de crítica filológica de sus
escritos políticos hacen hoy incuestionable que Marx y Engels identificaban
el concepto de dictadura del proletariado no con una forma de gobierno, sino
con la hegemonía social y política de la clase trabajadora. Y recordaban que
las clases no gobiernan, sino los partidos y los aparatos del estado. Para
sus herederos teóricos, como Kautsky y como Lenin, la forma más propicia de
ejercer esa dictadura de clase no era otra que la república democrática,
parlamentaria o soviética, dependiendo como todo gobierno de la correlación
de fuerzas política y los mecanismos de representación históricamente
existentes.



Como nos recordaba Antoni Domènech, la noción de dictadura comisaria viene
de la república romana. Cuando se llegaba a una situación muy extrema de
guerra civil, el Senado podía nombrar por seis meses a un dictator. Éste se
hacía cargo de esta situación crítica. El dictador comisario era un mero
agente de quien le ha dado el cargo. Transcurridos los seis meses, el
dictador comisario debía responder y dar cuenta ante el Senado de todos los
actos políticos que había emprendido. La diferencia entre la dictadura
comisaria y la dictadura soberana es decisiva. El dictador soberano “tiene
majestas y gobierna pro arbitrio suo”, como Antoni Domènech escribió en El
eclipse de la fraternidad. El dictador comisario clásico es un “mero
comisario del pueblo”.



El estalinismo es un ejemplo de dictadura soberana, como lo fue el caso del
nazismo en Alemania desde 1933 hasta su caída y también el de Franco (este
no tuvo caída y parte de los males del régimen actual del 78 son producto de
este hecho, sea dicho aquí solamente de pasada). Marx y Engels, como buenos
conocedores de los clásicos, entendían la dictadura del proletariado dentro
de la tradición republicana de la dictadura comisaria y democrática. Trotsky
analizó el estalinismo con otro instrumental analítico, pero creemos que
puede adaptarse a lo apuntado: se trató de una contrarrevolución que fue
imponiendo una dictadura soberana. De ahí que utilizara el término Thermidor
para referirse a esta contrarrevolución. Efectivamente, Thermidor significó
una contrarrevolución, pero mantuvo en gran parte las conquistas
socioeconómicas de la revolución francesa. El estalinismo fue la
contrarrevolución de la revolución soviética, pero no supuso una
restauración de las relaciones de propiedad y producción
prerrevolucionarias. Como Thermidor, la dictadura soberana estalinista no
pudo acabar con todas las conquistas de la revolución de octubre de 1917.



El 20 de agosto de 1940 Trotsky era herido de muerte por Ramón Mercader, un
día después moría. Ahora se cumplen 80 años.



* Editores de Sin Permiso.

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