Estados Unidos/ El pernicioso legado militar de Trump. De las guerras eternas a las guerras cataclísmicas [Michael T. Klare]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 12 00:14:55 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

12 de diciembre 2020

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Estados Unidos



El pernicioso legado militar de Trump



De las guerras eternas a las guerras cataclísmicas



Michael T. Klare *

A l´encontre, 9-12-202

http://alencontre.org/ameriques/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

https://vientosur.info/



En el tema militar lo más probable es que se recuerde a Donald Trump por su
insistencia en poner fin a la participación de Estados Unidos en las
«guerras eternas» del siglo XXI: las infructuosas, implacables y
devastadoras campañas militares emprendidas por los presidentes Bush y Obama
en Afganistán, Irak, Siria y Somalia.



Después de todo, como candidato, Trump se comprometió a traer las tropas
estadounidenses a casa desde esas temidas zonas de guerra y, en sus últimos
días en el cargo, ha prometido hacer al menos la mayor parte del camino
hacia ese objetivo. La obsesión del presidente por este tema (y la oposición
de sus propios generales y otros funcionarios sobre el tema) ha generado una
gran cantidad de cobertura mediática y le ha hecho ser querido por sus
partidarios aislacionistas. Sin embargo, por muy interesante que sea, esta
focalización en las retiradas tardías de tropas de Trump oscurece un aspecto
mucho más significativo de su legado militar: la conversión del ejército
estadounidense de una fuerza antiterrorista global en una diseñada para
luchar en una guerra total, cataclísmica y potencialmente nuclear con China
y / o Rusia.



La gente rara vez se da cuenta de que el enfoque de Trump hacia la política
militar siempre ha sido de dos caras. Incluso cuando denunció repetidamente
el fracaso de sus predecesores en abandonar esas interminables guerras de
contrainsurgencia, lamentó su presunto descuido de las fuerzas armadas
regulares de Estados Unidos y prometió gastar lo que fuera necesario para
«restaurar» su fuerza de combate. «En una administración Trump», declaró en
un discurso de campaña de septiembre de 2016 sobre seguridad nacional, las
prioridades militares de Estados Unidos se revertirían, con una retirada de
las «guerras interminables en las que estamos atrapados ahora» y la
restauración de «nuestra incuestionable fuerza militar».



Una vez en el cargo, actuó para llevar a cabo esa misma agenda, dando
instrucciones a sus representantes, una sucesión de asesores de seguridad
nacional y secretarios de defensa, para que comenzaran las retiradas de
tropas estadounidenses de Irak y Afganistán (aunque acordó por un tiempo
aumentar los niveles de tropas en Afganistán), presentando a la vez
presupuestos de defensa cada vez mayores. Los gastos anuales del Pentágono
aumentaron cada año entre 2016 y 2020, pasando de 580 mil millones de
dólares al comienzo de su administración a 713 mil millones al final, con
gran parte de ese incremento dirigido a la adquisición de armamento
avanzado. Se incorporaron miles de millones adicionales al presupuesto del
Departamento de Energía para la adquisición de nuevas armas nucleares y la
«modernización» a gran escala del arsenal nuclear del país.



Sin embargo, mucho más importante que ese aumento en el gasto en armas fue
el cambio de estrategia que lo acompañó. La postura militar que el
presidente Trump heredó de la administración Obama se centró en luchar la
Guerra Global contra el Terrorismo (Global War on Terror-GWOT), una lucha
agotadora e interminable para identificar, rastrear y destruir a los
fanáticos antioccidentales en áreas remotas de Asia, África y Medio Oriente.
La postura que está legando a Joe Biden se centra casi por completo en
derrotar a China y Rusia en futuros conflictos de «alto nivel» librados
directamente contra esos dos países, combates que sin duda involucrarían
armas convencionales de alta tecnología a una escala asombrosa y que
fácilmente podrían desencadenar una guerra nuclear.



De la GWOT a la GPC (Great Power Competition)



Es imposible exagerar la importancia del cambio del Pentágono de una
estrategia dirigida a luchar contra bandas relativamente pequeñas de
militantes a una dirigida a luchar contra las fuerzas militares de China y
Rusia en las periferias de Eurasia.



La primera implica el despliegue de tropas dispersas de infantería y
unidades de las Fuerzas de Operaciones Especiales respaldadas por aviones de
patrulla y drones armados con misiles; la otra prevé la implicación de
múltiples portaaviones, escuadrones de combate, bombarderos con capacidad
nuclear y divisiones blindadas. De manera similar, en los años de GWOT,
generalmente se asumió que las tropas estadounidenses se enfrentarían a
adversarios en gran parte armados con armas de infantería ligera y bombas
caseras, y no, como en cualquier guerra futura con China o Rusia, a un
enemigo equipado con tanques, aviones, misiles avanzados, barcos y una gama
completa de municiones nucleares.



Este cambio de perspectiva del contraterrorismo a lo que, en estos años, se
conoce en Washington como «Great Power Competition -Competición de grandes
potencias» o GPC, se articuló oficialmente por primera vez en la Estrategia
de Seguridad Nacional del Pentágono de febrero de 2018. «El desafío central
para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos», insistió,»es el
resurgimiento de una competencia estratégica a largo plazo contra lo
clasificado por la Estrategia de Seguridad Nacional como potencias
revisionistas», una fórmula para designar a China y a Rusia. (El documento
utilizó unas raras cursivas para subrayar la importancia de esta
terminología).



Para el Departamento de Defensa y los servicios militares, esto significó
solo una cosa: a partir de ese momento, gran parte de lo que hicieran
estaría dirigido a prepararse para luchar y derrotar a China y / o Rusia en
un conflicto de alta intensidad. Como dijo el secretario de Defensa Jim
Mattis al Comité de Servicios Armados del Senado en abril, «la Estrategia de
Defensa Nacional 2018 proporciona una dirección estratégica clara para que
el ejército de Estados Unidos recupere una era de objetivos estratégicos …
Aunque el Departamento continúa prosiguiendo la campaña contra los
terroristas , la competencia estratégica a largo plazo, no el terrorismo, es
ahora el enfoque principal de la seguridad nacional de Estados Unidos».



Siendo este el caso, agregó Mattis, las fuerzas armadas de Estados Unidos
tendrían que ser completamente reequipadas con nuevas armas destinadas al
combate de alta intensidad contra adversarios bien armados. «Nuestras
fuerzas armadas siguen siendo competentes, pero nuestra ventaja competitiva
se ha erosionado en todos los dominios de la guerra», señaló. «La
combinación de la evolución rápida de la tecnología [y] el impacto negativo
en la preparación militar resultante del período de combate continuo más
largo en la historia de nuestra nación [ha] creado un ejército sobrecargado
y con recursos insuficientes». En respuesta, debemos «acelerar los programas
de modernización en un esfuerzo sostenido para consolidar nuestra ventaja
competitiva».



En ese mismo testimonio, Mattis expuso las prioridades de adquisiciones que
desde entonces han regido la planificación mientras el ejército busca
«consolidar» su ventaja competitiva. Primero viene la «modernización» de las
capacidades de armas nucleares de la nación, incluidos sus sistemas de
mando, control y comunicaciones nucleares; luego, la expansión de la Marina
a través de la adquisición de un número asombroso de buques de superficie y
submarinos adicionales, junto con la modernización de la Fuerza Aérea,
mediante la adquisición acelerada de aviones de combate avanzados;
finalmente, para garantizar la superioridad militar del país en las próximas
décadas, se incrementó enormemente la inversión en tecnologías emergentes
como inteligencia artificial , robótica , hipersónica y ciberguerra.



Estas prioridades ya han sido integradas en el presupuesto militar y rigen
la planificación del Pentágono. En febrero pasado, al presentar su proyecto
de presupuesto para el año fiscal (AF) 2021, por ejemplo, el Departamento de
Defensa afirmó : «El presupuesto del AF 2021 apoya la implementación
irreversible de la Estrategia de Defensa Nacional (NDS), que orienta la toma
de decisiones del Departamento en la redefinición de las prioridades de los
recursos y el desplazamiento de las inversiones a fin de preparar un futuro
combate potencial de alto nivel”. Esta visión de pesadilla, en otras
palabras, es el futuro militar que el presidente Trump dejará a la
administración Biden.



La Marina a la cabeza



Desde el principio, Donald Trump ha puesto el acento en la expansión de la
Marina como un objetivo primordial. «Cuando Ronald Reagan dejó el cargo,
nuestra Armada tenía 592 navíos … Hoy, la Armada tiene solo 276 navíos»,
lamentó en ese discurso de campaña de 2016. Una de sus primeras prioridades
como presidente, afirmó, sería recuperar su fuerza. «Construiremos una
Marina de 350 buques de superficie y submarinos», prometió. Una vez en el
cargo, la «Marina de 350 buques» (luego aumentada a 355 buques) se convirtió
en un mantra.



Al poner el acento en una gran flota, Trump ha sido influenciado hasta
cierto punto por el puro espectáculo de los grandes buques de guerra
modernos, especialmente los portaaviones con sus decenas de aviones de
combate. «Nuestros portaaviones son la pieza central del poderío militar
estadounidense en el extranjero», insistió mientras visitaba el portaaviones
casi terminado, el USS Gerald R. Ford, en marzo de 2017. «Hoy estamos aquí
en un terreno de cuatro acres y medio de poder de combate y territorio
soberano de Estados Unidos, como no hay otro … no hay competencia frente a
este navío «.



Como era de esperar, los altos funcionarios del Pentágono abrazaron la
visión de la gran Marina del presidente con un entusiasmo manifiesto. La
razón: ven a China como su adversario número uno y creen que cualquier
conflicto futuro con ese país se librará en gran medida desde el Océano
Pacífico y los mares cercanos, siendo esa la única forma práctica de
concentrar el poder de fuego de Estados Unidos contra las cada vez más
reforzadas defensas costeras de China. .



El entonces secretario de Defensa Mark T. Esper expresó bien esta
perspectiva cuando, en septiembre, consideró a Pekín el «principal
competidor estratégico» del Pentágono y la región del Indo-Pacífico su
«teatro prioritario» en la planificación de guerras futuras. Las aguas de
esa región, sugirió, representan «el epicentro de la competencia de las
grandes potencias con China» y, por lo tanto, fueron testigos de un
comportamiento cada vez más provocador por parte de las unidades aéreas y
navales chinas. Ante tal actividad desestabilizadora, «los Estados Unidos
deben estar listos para disuadir los conflictos y, si es necesario, luchar y
ganar en el mar».



En ese discurso, Esper dejó claro que la Marina de los Estados Unidos sigue
siendo muy superior a su contraparte china. No obstante, afirmó, «Debemos
mantenernos a la vanguardia; debemos mantener nuestra superioridad; y
seguiremos construyendo barcos modernos para asegurarnos de seguir siendo la
mejor marina del mundo».



Aunque Trump despidió a Esper el 9 de noviembre por, entre otras cosas,
resistirse a las demandas de la Casa Blanca de acelerar la retirada de las
tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, el enfoque del exsecretario de
Defensa de luchar contra China desde el Pacífico y los mares adyacentes
sigue estando profundamente arraigado en el pensamiento estratégico del
Pentágono y será un legado de los años de Trump. En apoyo de tal política,
ya se han comprometido miles de millones de dólares para la construcción de
nuevos barcos de superficie y submarinos, lo que garantiza que ese legado
persistirá durante años, incluso decenios.



Haz como Patton: golpea profundo, golpea fuerte



Trump dijo poco sobre lo que se debería hacer respecto a las fuerzas
terrestres estadounidenses durante la campaña de 2016, excepto para indicar
que las quería aún más grandes y mejor equipadas. Lo que sí hizo, sin
embargo, fue hablar de su admiración por los generales del Ejército de la
Segunda Guerra Mundial conocidos por sus tácticas de batalla agresivas. «Era
fanático de Douglas MacArthur. Era fanático de George Patton», le dijo a
Maggie Haberman y David Sanger del New York Times en marzo. «Si tuviéramos a
Douglas MacArthur hoy o si tuviéramos a George Patton hoy y si tuviéramos un
presidente que les permitiera hacer lo suyo, no tendrías a ISIS (el Estado
Islámico), ¿okay?»



El respeto de Trump por el general Patton ha demostrado ser especialmente
sugerente en una nueva era de competencia entre grandes potencias, mientras
las fuerzas estadounidenses y de la OTAN se preparan nuevamente para
enfrentarse a ejércitos terrestres bien equipados en el continente europeo,
tal como lo hicieron durante la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces,
fue al cuerpo de tanques de la Alemania nazi al que los propios tanques de
Patton se enfrentaron en el frente occidental. Hoy, las fuerzas de Estados
Unidos y la OTAN se enfrentan a los ejércitos mejor equipados de Rusia en
Europa del Este a lo largo de una línea que se extiende desde las repúblicas
bálticas y Polonia en el norte hasta Rumania en el sur. Si estallara una
guerra con Rusia, es probable que gran parte de los combates ocurrieran a lo
largo de esta línea, con unidades de la fuerza principal de ambos lados
involucrados en combates frontales de alta intensidad.



Desde que terminó la Guerra Fría en 1991 con la implosión de la Unión
Soviética, los estrategas estadounidenses habían dedicado poca atención al
combate terrestre de alta intensidad contra un adversario bien equipado en
Europa. Ahora, con el aumento de las tensiones Este-Oeste y las fuerzas
estadounidenses confrontadas nuevamente a enemigos potenciales bien armados
en lo que parece cada vez más una versión militar de la Guerra Fría, ese
problema está recibiendo mucha más atención.



Esta vez, sin embargo, las fuerzas estadounidenses se enfrentan a un entorno
de combate muy diferente. En los años de la Guerra Fría, los estrategas
occidentales generalmente imaginaron una competencia de fuerza bruta en la
que nuestros tanques y artillería lucharían contra los suyos a lo largo de
cientos de kilómetros de líneas del frente hasta que un bando u otro se
agotara por completo y no tuviera más remedio que pedir la paz (o provocar
una catástrofe nuclear global).



Los estrategas de hoy, sin embargo, imaginan una guerra mucho más
multidimensional (o «multidominio») que se extiende al aire y también a las
zonas de retaguardia, así como al espacio y al ciberespacio. En un entorno
así, han llegado a creer que el vencedor tendrá que actuar con rapidez,
dando golpes paralizantes a lo que llaman las capacidades C3I del enemigo
(comando, control, comunicaciones e inteligencia) en cuestión de días, o
incluso horas. Solo entonces las poderosas unidades blindadas podrían atacar
profundamente el territorio enemigo y, al estilo de Patton, asegurar una
derrota rusa.



El ejército de Estados Unidos ha etiquetado esta estrategia como «all-domain
warfare -guerra de todos los dominios» y supone que Estados Unidos de hecho
dominarán el espacio, el ciberespacio, el espacio aéreo y el espectro
electromagnético. En una futura confrontación con las fuerzas rusas en
Europa, según establece la doctrina, el poder aéreo estadounidense buscaría
el control del espacio aéreo sobre el campo de batalla, mientras usa misiles
guiados para destruir los sistemas de radar rusos, las baterías de misiles y
sus instalaciones C3I. El Ejército de tierra llevaría a cabo ataques
similares utilizando una nueva generación de sistemas de artillería de largo
alcance y misiles balísticos. Solo cuando las capacidades defensivas de
Rusia se degradaran por completo, ese Ejército continuaría con un asalto
terrestre, al estilo de Patton.



Esté preparado para luchar con armas nucleares



Como imaginan los estrategas de alto nivel del Pentágono, es probable que
cualquier conflicto futuro con China o Rusia implique un combate intenso y
total en tierra, mar y aire destinado a destruir la infraestructura militar
crítica de un enemigo en las primeras horas o, como mucho, días de batalla,
abriendo el camino para una rápida invasión estadounidense del territorio
enemigo. Esto parece una estrategia ganadora, pero solo si posee todas las
ventajas en armamento y tecnología. Si no, ¿entonces qué? Este es el dilema
que enfrentan los estrategas chinos y rusos cuyas fuerzas no están a la
altura de las estadounidenses. Si bien su propia planificación de guerra
sigue siendo, hasta la fecha, un misterio, es difícil no imaginar que los
equivalentes chinos y rusos del alto mando del Pentágono reflexionen sobre
la posibilidad de una respuesta nuclear a cualquier asalto estadounidense
contra sus ejércitos y sus territorios.



El examen de la literatura militar rusa disponible ha llevado a algunos
analistas occidentales a concluir que Rusia de hecho está aumentando su
dependencia de las armas nucleares «tácticas» para aniquilar a las fuerzas
superiores de Estados Unidos / OTAN antes de que se pueda montar una
invasión de su país (como en el siglo precedente, las fuerzas
estadounidenses se basaron en ese armamento para evitar una posible invasión
soviética de Europa occidental). De hecho, analistas militares rusos han
publicado artículos que exploran esa opción, a veces descrita con la
expresión «escalar para desescalar» (un nombre inapropiado si alguna vez
hubo uno), aunque oficiales militares rusos nunca han discutido abiertamente
tales tácticas. Aún así, la administración Trump ha citado esa literatura no
oficial como evidencia de los planes rusos de emplear armas nucleares
tácticas en una futura confrontación Este-Oeste y la ha utilizado para
justificar la adquisición de nuevas armas estadounidenses de este tipo.



«La estrategia y doctrina rusas… evalúan erróneamente que la amenaza de una
escalada nuclear o el primer uso real de armas nucleares serviría para
‘desescalar’ un conflicto en términos favorables para Rusia», afirma la
Nuclear Posture Review (Revisión de la Postura Nuclear) de 2018 de la
administración . «Para corregir cualquier percepción errónea rusa de la
ventaja … el presidente debe tener una gama de opciones [nucleares]
limitadas y graduadas, incluida una variedad de medios de lanzamiento y
fuerza explosiva equivalente». En apoyo de tal política, esa revisión pidió
la introducción de dos nuevos tipos de municiones nucleares: una ojiva de
«bajo rendimiento» (lo que significa que podría, por ejemplo, pulverizar el
Bajo Manhattan sin destruir toda la ciudad de Nueva York) para un misil
balístico Trident lanzado desde un submarino y un nuevo misil de crucero con
armas nucleares lanzado desde el mar .



Como en muchos de los desarrollos descritos anteriormente, esta iniciativa
de Trump resultará difícil de revertir en los años de Biden. Después de
todo, las primeras ojivas de bajo rendimiento W76-2 ya salieron de las
líneas de montaje, se instalaron en misiles y ahora están desplegadas en los
submarinos Trident en el mar. Es de suponer que éstos podrían ser retirados
del servicio y desmantelados, pero esto rara vez ha ocurrido en la historia
militar reciente y, para hacerlo, un nuevo presidente tendría que ir en
contra de su propio alto mando militar. Aún más difícil sería negar el
fundamento estratégico detrás de su despliegue. Durante los años de Trump,
la idea de que las armas nucleares podrían usarse como armas de guerra
ordinarias en futuros conflictos entre grandes potencias se ha arraigado
profundamente en el pensamiento del Pentágono y borrarla no será una tarea
fácil.



En medio de las discusiones sobre la retirada de las fuerzas estadounidenses
de Afganistán, Irak, Siria y Somalia, en medio de los despidos y reemplazos
repentinos de líderes civiles en el Pentágono, el legado más significativo
de Donald Trump, el que podría conducir no a más guerras eternas, sino a un
desastre eterno — ha pasado casi desapercibido en los medios de comunicación
y en los círculos políticos de Washington.



Las y los partidarios de la nueva administración e incluso las y los
miembros del círculo inmediato de Biden (aunque no se trate de sus
nombramientos reales para los puestos de seguridad nacional) han presentado
algunas ideas conmovedoras sobre la transformación de la política militar
estadounidense, incluida la reducción del papel que juega la fuerza militar
en las relaciones exteriores de Estados Unidos y la redistribución de
algunos fondos militares para otros fines, como luchar contra Covid-19.



Tales ideas son bienvenidas, pero la principal prioridad del presidente
Biden en el área militar debe ser centrarse en el verdadero legado militar
de Trump, el que nos ha puesto en dirección a una guerra con China y Rusia,
y hacer todo lo que esté a su alcance para guiarnos en una dirección más
segura y prudente. De lo contrario, la expresión «guerra eterna» podría
adquirir un significado nuevo y mucho más sombrío.



* Michael T. Klare es profesor sobre estudios de paz y seguridad mundial en
el Hampshire College en Amherst, Massachusetts. Su libro más reciente es
«The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last
Resources (La carrera por lo que queda: la lucha mundial por los últimos
recursos del mundo) » (2012). (Artículo publicado en Common Drears,
7-12-202: https://www.commondreams.org/

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