Brasil/ La tragedia económica y social que se impone a los trabajadores [Esquerda Online - Editorial]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Jul 6 17:21:27 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

6 de julio 2020

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Brasil



La tragedia económica y social que se impone a los trabajadores



Esquerda Online, editorial, 3-7-2020

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Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa



Brasil ya ha superado las 60.000 muertes por Covid-19, según datos
oficiales. En términos absolutos, es la mayor tragedia humanitaria de la
historia nacional. En sólo cuatro meses, hemos superado la cifra estimada de
50.000 a 60.000 muertos en la Guerra de Paraguay (1864-1870) y casi
duplicado los 35.000 muertos en la pandemia de gripe española (1918-1920).
En comparación con las tragedias contemporáneas, el número de muertes en
estos cuatro meses supera al de muertes anuales por delitos violentos, así
como por accidentes de tráfico en el país (alrededor de 40.000 por año en
cada caso). El número diario de muertes por Covid-19, desde mayo, ha
superado el promedio de muertes en el país por enfermedades cardiovasculares
(alrededor de mil por día) y cáncer (más de 600 por día). Y la pandemia está
lejos de ser controlada por aquí, y siendo trágicamente posible predecir que
decenas de miles de vidas más se perderán antes de que eso ocurra.



El impacto de estas pérdidas en la imaginación colectiva es imposible de
medir en el curso de la tragedia, especialmente cuando el gobierno federal
ha adoptado una postura negacionista y genocida, operando desde marzo para
boicotear las políticas de aislamiento social que podrían controlar la
propagación del virus. Con el paso de los meses, los gobernadores y alcaldes
se fueron adhiriendo cada vez más a un discurso de minimizar el desastre
sanitario en curso, maquillando los datos y elaborando, quién sabe dónde,
los llamados indicadores "científicos" para justificar la apertura prematura
de las actividades económicas. Sin embargo, tarde o temprano, esa
responsabilidad política por las muertes, deberá ser cobrada.



Crisis sanitarias y económico-sociales golpean con más fuerza a la clase
trabajadora



La enfermedad puede afectar a cualquiera, pero, las desigualdades que
estructuran la sociedad brasileña generan tasas de incidencia y mortalidad
que no están distribuidas equitativamente. Investigaciones recientes del
LabCidade de la USP (Universidad de San Pablo) demuestran con datos que, en
San Paulo, la población que más viaja por la ciudad a través del transporte
público es la que más sufre los efectos de la pandemia, es decir, los que
salen de casa para trabajar son los más afectados por la enfermedad.



Sufriendo severamente la crisis sanitaria, la clase trabajadora también está
siendo brutalmente afectada por la mayor y más rápida crisis económica y
social de la historia reciente del país. En el primer trimestre de 2020,
sobre el cual la crisis sanitaria apenas tuvo repercusiones en los últimos
15 días de marzo, los datos que mostraban una caída del PIB de alrededor del
1,5% ya indicaban el comienzo de una recesión en el país. La previsión es
que en la segunda mitad del año la caída del PIB alcanzará el 10% e, incluso
en las evaluaciones más optimistas sobre la posibilidad de una rápida
recuperación económica, se estima que estamos en el comienzo de la peor
crisis económica en al menos en 40 años.



Los trabajadores, sin embargo, saben que la crisis no afecta a todos de la
misma manera. Como en anteriores crisis capitalistas, la factura llega a la
parte más débil y la clase trabajadora ya la está pagando, con una
intensidad dramática, sin precedentes. Los datos del IBGE (Instituto
Brasilero de Geografía y Estadística) para el trimestre que terminó en mayo,
indican que el desempleo alcanzó la tasa de 12,9% (12,7 millones de
personas). Aunque la tasa ha crecido, no revela el tamaño de la crisis. Ello
se debe a que estuvo acompañado de un crecimiento récord de otros
indicadores, como la tasa de desánimo (personas desempleadas que no buscaron
trabajo durante el período) y la población subutilizada (que trabaja menos
horas de las que desearía). Los desalentados y subutilizados suman unos 36
millones de personas. Así, la población ocupada de 85,9 millones de personas
en el trimestre cerrado en mayo, representa una pérdida de 7,8 millones de
puestos de trabajo en comparación con el trimestre anterior y el nivel de
ocupación (porcentaje ocupado del total de personas en edad de trabajar) por
la primera vez desde que se empezó a calcular es inferior al 50%. La caída
del empleo afectó a los trabajadores formales (menos 2,5)



El impacto de esta situación en los ingresos del trabajo es devastador. La
masa de los ingresos laborales (derivados de los salarios, sin contar las
ayudas, las jubilaciones y las pensiones) cayó un 5% en el trimestre que
cerró en mayo. En ese mes, 13,5 millones de personas estaban alejadas del
trabajo, mientras que 8,9 millones hacían trabajos a distancia. El 36,4% de
las personas empleadas (más de 30 millones de personas) tenían unos ingresos
inferiores a los que normalmente percibían en mayo. Esto es el resultado de
la legislación aprobada en el congreso nacional desde marzo, que permite la
reducción de la jornada laboral con reducción de salario, despidos
temporales con remuneración parcial (a través del fondo público), entre
otros ataques a los derechos de la clase trabajadora.



Mujeres, negras/negros y LGBTI pagan la cuenta más cara



Si la clase trabajadora es la gran penalizada por la conjunción de las
crisis, existen parcelas en su interior que pagan una factura aún más cara.
A partir de los datos de mediados de mayo, publicados por el Ministerio de
Salud, fue posible, por ejemplo, calcular que la tasa de mortalidad entre
los individuos internados de la población negra era del 55%, mientras que
entre los individuos blancos era del 38%. Por otra parte, las mujeres y las
personas LGBTI, en medio del escenario de aislamiento social, se han
enfrentado a tasas crecientes de violencia doméstica y delitos de odio.



Estas desigualdades también son evidentes en el mercado laboral brasileño,
que está atravesado por desigualdades de género y de raza. Históricamente,
la proporción de negros, mujeres y LGBTI en la fuerza de trabajo experimenta
tasas de desempleo más altas, salarios más bajos, condiciones de trabajo más
precarias y un acoso más frecuente. Las tasas más altas de desempleo también
entre los jóvenes y las desigualdades regionales completan el cuadro. Con la
pandemia, todo esto se agrava, especialmente entre las mujeres, a quienes el
capitalismo atribuye, actualizando la opresión patriarcal, la
responsabilidad del trabajo doméstico y el cuidado no remunerado. Con la
pandemia y el aislamiento social, aunque sea parcial, se habla
internacionalmente de una recesión femenina. Un único indicador disponible
ya permite medir esta cara de la crisis social: el empleo doméstico, que
concentra a las mujeres, sobre todo a las negras, disminuyó en mayo un 19%
con respecto al período anterior (1 millón de empleos menos).



En relación con la población LGBTI, es difícil obtener datos, debido a la
política estatal de ocultar la existencia misma de este sector de la
población. Sin embargo, las redes de recepción y asistencia informan de que
ha habido un aumento significativo del número de personas LGBTI que buscan
ayuda después de haber sido expulsadas de sus hogares, agredidas o de haber
perdido sus trabajos. La mayoría de las travestis, debido a la violencia en
la familia, en la escuela y en el mercado laboral, acaban teniendo la
prostitución como única alternativa de supervivencia y, por lo tanto, son
mucho más susceptibles a la pandemia que el resto de la población. Por si
fuera poco, muchos reaccionarios culpan de la pandemia a estos trabajadores
sexuales, un discurso de odio que aumenta aún más la violencia transfóbica.



Este precipicio social explica por qué el gobierno de Bolsonaro, el más
reaccionario desde la redemocratización, con el ministro de economía más
neoliberal desde los años 90, se ha visto obligado a ejecutar el mayor
programa social de la historia del país, a través de la ayuda de emergencia,
que se está pagando a más de 60 millones de personas, estando presente hoy
en más del 38% de los hogares brasileños. Su valor de R$600,00 (unos 110
dólares, mientras que Guedes y Bolsonaro originalmente querían pagar sólo
R$200,00), y la prórroga ahora por otros dos meses (además de los tres ya
pagados), resultado de mucha presión social, son absolutamente insuficientes
para garantizar condiciones de vida decentes para los millones de
trabajadores afectados por la crisis. Sin embargo, para tomar un término de
comparación, vale mencionar que el valor promedio del Bolsa Familia es de
alrededor de R$ 190,00 y el programa llega a 13,5 millones de familias (en
su apogeo, durante los gobiernos del PT, atendió a alrededor de 20 millones
de familias).



Movilizaciones de los trabajadores avanzan



Es fundamental reagrupar las fuerzas del trabajo y actuar colectivamente
para que la cuenta de esta crisis, de dimensiones sin precedentes, no siga
cayendo sobre las espaldas de la clase trabajadora y especialmente de sus
capas más precarias y empobrecidas, en las que predominan los negros y las
negras, con un impacto aún mayor entre las mujeres. Desde el comienzo de la
pandemia, numerosas iniciativas de solidaridad de clase han asegurado que
una parte significativa de la clase trabajadora tenga acceso a alimentos y
artículos de higiene. Son auxilios de las comunidades de favelas, donaciones
de cooperativas de productores rurales, como del MST (Movimiento de los Sin
Tierra), y colectas organizadas por movimientos de lucha por la vivienda,
como el MTST (Movimiento de los Trabajadores Sin Techo).



En las últimas semanas, este proceso de movilización de la clase trabajadora
se ha expresado también como un enfrentamiento directo con los gobiernos y
el empresariado. Numerosas entidades, movimientos y colectivos han
organizado actos en varias ciudades del país contra la política genocida de
Bolsonaro y el racismo estructural que caracteriza a nuestra sociedad. Las
huelgas contra el corte de derechos, como la de los trabajadores del metro
de Minas Gerais (y posiblemente de San Paulo la próxima semana), o por los
derechos mínimos, como en el movimiento nacional de los repartidores por
aplicación el pasado 1 de julio, constituyen otro paso hacia el
fortalecimiento de los subalternos.



Para que el camino abierto por estas luchas conduzca a conquistas cada vez
más expresivas y a la movilización de más sectores, es fundamental elaborar
un amplio programa de reivindicaciones que apunte a una salida de las crisis
sanitaria y económico-social guiada por las necesidades de la clase
trabajadora. Las siguientes banderas son parte de este programa:



- garantizar la ayuda de emergencia hasta, por lo menos, el final del año,
con el valor de un salario mínimo;



- revertir las leyes que recortaron derechos laborales y sociales;



- revocar la Enmienda Constitucional del Techo de Gastos, suspender el pago
de los intereses y cargas de la deuda pública e instituir un impuesto sobre
las grandes fortunas para aumentar el monto de recursos destinados a las
políticas sociales;



- crear las condiciones para que la clase trabajadora en actividades no
esenciales permanezca en su casa, para permitir un nivel de aislamiento
social que permita controlar la propagación de la enfermedad;



- garantizar EPIs (equipos de protección individual) para todas las
trabajadoras y todos los trabajadores en actividades esenciales.

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