Mujeres/ 8 de marzo. La rabia más poderosa [Alma Guillermoprieto]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 8 00:36:01 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

8 de marzo 2020

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Mujeres



La rabia poderosa

Este 8 de marzo saldrán a marchar y a gritar por las calles mujeres del
mundo entero, a llamar por su nombre a los políticos, los manoseadores, los
asesinos y los que hacen que no ven frente a tanto feminicidio.



Alma Guillermoprieto *

El País, 8-3-2020

https://elpais.com/elpais/



No es solo que en México, hace un mes, el novio de Ingrid Escamilla la haya
asesinado de la manera más brutal; es que a los directores de dos medios
mexicanos les pareció conveniente publicar las fotos de su cuerpo desollado
y descuartizado. Es también que lo mejor que se le ocurrió decir al
presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a raíz del grotesco
asesinato fue que se ha manipulado mucho sobre este asunto en los medios.



No es solo que un hombre diga que las mujeres denuncian el acoso nada más si
viene de una persona fea. Es que eso lo dijo hace un mes el presidente de
Ecuador. El que afirmó que cualquier famoso puede manosearle sin problema
los genitales a cualquier mujer (Grab’em by the pussy) es el presidente
todavía impune de Estados Unidos. Y nosotras, que somos las recipientes de
tanta ofensa, nos retorcemos una vez más de rabia impotente.



Hoy, 8 de marzo, que celebramos a las mujeres, alabemos en cambio la rabia
poderosa. Hoy saldrán a marchar y a gritar por las calles mujeres del mundo
entero, a llamar por su nombre a los políticos, los manoseadores, los
asesinos, los manoseadores solapadores de los asesinos, y a los que se hacen
los que no ven frente a tanto crimen horrendo. Seguramente habrá entre las
manifestantes de esta jornada quienes griten improperios, pinten grafitis en
los muros sagrados de alguna institución y, peor todavía, rompan algunos
vidrios y pintarrajeen de rojo las puertas de los fortines del poder. Y
entonces los mismos dirigentes y poderosos que se mofan de las mujeres
violadas diciendo que tendrían que haberse tapado más, se persignarán ante
el espectáculo de las mujeres en rebelión, menearán la cabeza afligidos, les
llamaran violentas y les advertirán que está bien que protesten, pero que no
se pasen.



Ante falta tan contundente de ideas, a cualquiera le pueden dar ganas de
pasarse y lanzarse de cuerpo entero contra las puertas del castillo. Aún no
puedo escribir sobre el asesinato de Ingrid Escamilla o la niña Fátima en mi
país, México, sin que cada palabra me salte mal tecleada a la pantalla,
tanto se me descompone el cerebro. Y sin embargo México no es, ni con mucho,
el país con mayor número de asesinatos de mujeres. Vean si no las cifras
para El Salvador, Bolivia y todo el Caribe. Lo que ocurre es que las jóvenes
mexicanas, solidarias, enfurecidas, violentas (sí, es de risa) han
emprendido una campaña rabiosa de protesta y escándalo. Y han logrado que
López Obrador haga algún intento por modificar su discurso a favor de las
mujeres asesinadas, y que los medios que publicaron las fotos de Ingrid
Escamilla pidan perdón.



Aun así, todavía son muchas (¿la mayoría?) las mujeres adultas que
desconfían de estas jóvenes, y sobre todo del feminismo. (Uso la palabra
como una especie de morral en el que caben todas las variantes del activismo
a favor de conseguir la igualdad para las mujeres). Tienen profundamente
arraigada la convicción de que una mujer pierde femineidad si no es dulce,
conciliadora, leal con su hombre. Ser femenina es un don preciado, y temen
que adoptar el feminismo las vuelva agresivas o —de nuevo la palabra—
violentas.



Será por eso que a tantas mujeres les resulta imposible tomar en cuenta sus
propios derechos y su propio cuerpo a la hora de votar. En los últimos años
han sido electos por mayoría abrumadora —y habrán tenido gestiones abismales
o más o menos buenas en otros aspectos— gobernantes como Trump, López
Obrador, Jair Bolsonaro en Brasil, Evo Morales (el ahora expresidente de
Bolivia, que pudo decir tranquilamente que cuando viaja a los pueblos quedan
las mujeres embarazadas y en sus barrigas dice Evo cumple) o Silvio
Berlusconi, procesado por prostitución de menores.



En realidad, si se le pregunta a un espectro de mujeres si están a favor de
que se pague igual salario por igual trabajo, que haya una reforma laboral
que tome en cuenta los requerimientos específicos de la maternidad, que se
comparta el trabajo del hogar, que se combata la violencia contra las
mujeres, etcétera, la mayoría estará a favor. Salvo el aborto, que resulta
un tema difícil para absolutamente todas las mujeres, las otras demandas
promulgadas por los movimientos feministas son tan razonables que hasta los
hombres dicen que están de acuerdo, y la legislación de un buen número de
países ya garantiza estos derechos. Y sin embargo, aquí estamos, con los
feminicidios en aumento en casi toda América Latina, la brecha salarial en
España por ahí del 30%, y la trata de mujeres pobres de los países del sur
surtiendo los burdeles de los países del norte. En cuanto el apoyo al
feminismo; serán muchos los que saldrán hoy a marchar con las mujeres, y
otros que no lo harán pero que apoyan. Sin embargo, son muchos más los que
piensan lo que me dijo un hombre siempre amable y generoso conmigo:
¿feminismo?, eso depende de hasta dónde quieran llegar.



En la toma de conciencia de las mujeres siempre se comienza, o se termina,
hablando de una misma; parece que para aceptar que las mujeres tienen que
pelear por sus derechos, hace falta reconocer un daño propio. En mi caso,
siempre consideré que mi vida, tan libre e independiente, concordaba
perfectamente con los postulados del feminismo, y que no hacía falta más.
Podría enumerar la veintena de momentos en que medio vislumbré que no era
así, pero pongamos uno: el día que me di cuenta de que en la calle no alzaba
nunca la mirada, por miedo a que enganchara con la mirada de otro,
provocando así que inevitablemente me siguiera cuadras enteras algún macho,
enfurecida e impotente yo, mientras él murmuraba galanteos inocentes, frases
soeces, insultos, invitaciones, cuando no algún toqueteo que me obligaba a
salir corriendo mientras él soltaba la carcajada. (A los 16 años, en Italia,
padecí exactamente el mismo acoso). Mucho más tarde aprendí a plantarme y a
retar a los tipos, pero a los 13, 14 años una no cuenta con esa fuerza.



A ese descubrimiento le fueron siguiendo muchos más: la lenta inhibición de
la libertad del cuerpo que se encarga de imponer la familia; el desprecio
que se le inculca a las jovencitas —en este caso, mis amigas— por la
inteligencia y la ambición intelectual; el prestigio de la deseabilidad. En
fin, fui entendiendo todo el daño que se le puede hacer a una mujer sin
tocarla siquiera con el pétalo de una rosa, y me enojé.



Del enojo fui pasando al recuento de mis días, y de ahí, a lo que llevaba
percolando desde hacía décadas, que fue burbujeando y brotando por todos
lados y se llamó furia. Algunas mujeres que han pasado por el mismo proceso
habrán salido a votar por primera vez en su vida. Yo escribí un libro. Otras
saldrán a la calle hoy, alborotadas y felices, un gran carnaval de mujeres
que por fin se han concedido el permiso de sentir su propia rabia y
gritarla. Celebremos, pues, ese logro.



* Alma Guillermoprieto es premio Princesa de Asturias de Comunicación y
Humanidades 2018.

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