Análisis/ Así es como terminan las pandemias [Gina Kolata]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 15 15:39:58 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

15 de mayo 2020

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Análisis



Así es como terminan las pandemias



Un brote infeccioso puede concluir en más de una forma, dicen los
historiadores. ¿Pero para quién termina y quién lo decide?



Gina Kolata *

The New York Times, 12-5-2020

https://www.nytimes.com/es/



¿Cuándo y cómo terminará la pandemia de la COVID-19? Según los
historiadores, las pandemias tienen dos tipos de final: el médico, que
ocurre cuando las tasas de incidencia y muerte caen en picada, y el social,
cuando disminuye la epidemia de miedo a la enfermedad.



“Cuando las personas preguntan: ‘¿Cuándo se acabará esto?’, preguntan sobre
el final social”, dice Jeremy Greene, historiador de medicina en Johns
Hopkins.



En otras palabras, un final puede ocurrir no porque la enfermedad ha sido
vencida sino porque las personas se cansan de estar en modo pánico y
aprender a vivir con ella. Allan Brandt, historiador de Harvard, dijo que
algo similar está ocurriendo con la COVID-19: “Como hemos visto en el debate
sobre la apertura de la economía, muchas preguntas sobre lo que se llama el
final están determinadas no por los datos médicos y de salud pública, sino
por procesos sociopolíticos”.



Los finales “son muy, muy desordenados”, dice Dora Vargha, historiadora de
la Universidad de Exeter. “Mirando hacia atrás, tenemos una narrativa débil.
¿Para quién termina la epidemia y quién lo puede decidir?”



En el camino del miedo



Una epidemia de miedo puede ocurrir aún sin una epidemia de enfermedad. La
doctora Susan Murray, del Royal College of Surgeons en Dublín, lo vio de
primera mano en 2014, cuando era miembro de un hospital rural en Irlanda.



En los meses anteriores, más de 11.000 personas en África occidental habían
muerto de ébola, una enfermedad viral aterradora que es altamente infecciosa
y a menudo mortal. La epidemia parecía estar disminuyendo, y ningún caso
había ocurrido en Irlanda, pero el miedo público era palpable.



“En las calles y en las salas, la gente está ansiosa”, recordó recientemente
Murray en un artículo en el The New England Journal of Medicine. “Tener el
color de piel errado es suficiente para ganarte una mirada reprobatoria de
tus compañeros de viaje en el bus o en el tren. Tose una vez, y los verás
alejándose de ti”.



Se advirtió a los trabajadores de los hospitales de Dublín que se preparasen
para lo peor. Estaban aterrorizados y preocupados por la falta de equipos de
protección. Cuando un hombre joven llegó a la sala de emergencias desde un
país con pacientes de ébola, nadie se le quería acercar; los enfermeros se
escondieron, y los médicos amenazaron con dejar el hospital.



Solo Murray se atrevió a tratarlo, escribió, pero su cáncer estaba tan
avanzado que todo lo que pudo hacer fue ofrecerle cuidados paliativos. Unos
días después, las pruebas confirmaron que el hombre no tenía ébola; murió
una hora después. Tres días después, la Organización Mundial de la Salud
declaró que la epidemia de ébola había terminado.



Murray escribió: “Si no estamos preparados para luchar contra el miedo y la
ignorancia de manera tan activa y reflexiva del modo en que luchamos contra
cualquier otro virus, es posible que el miedo pueda causar un daño terrible
a la gente vulnerable, incluso en lugares que nunca ven un solo caso de
infección durante un brote. Y una epidemia de miedo puede tener
consecuencias mucho peores cuando se complica por cuestiones de raza,
privilegio e idioma”.



La peste negra y recuerdos oscuros



La peste bubónica ha golpeado varias veces en los últimos 2000 años, matando
a millones de personas y alterando el curso de la historia. Cada epidemia
amplificó el miedo que vino con el siguiente brote.



La enfermedad es causada por una cepa de bacteria, Yersinia pestis, que vive
en las pulgas de las ratas. Pero la peste bubónica, que se conoció como la
peste negra, también puede transmitirse de una persona infectada a otra
persona infectada a través de gotitas respiratorias, por lo que no puede ser
erradicada simplemente matando a las ratas.



Los historiadores describen tres grandes olas de plaga, dice Mary Fissell,
historiadora en Johns Hopkins: la Plaga de Justiniano, en el siglo VI; la
epidemia medieval, en el siglo XIV; y una pandemia que golpeó a finales del
siglo XIX e inicios del siglo XX.



La pandemia medieval comenzó en 1331 en China. La enfermedad, junto con una
guerra civil que estaba en su apogeo en ese momento, mató a la mitad de la
población de China. A partir de ahí, la plaga se trasladó a lo largo de las
rutas comerciales a Europa, África del Norte y el Oriente Medio. Entre 1347
y 1351, mató al menos a un tercio de la población europea. Murió la mitad de
la población de Siena, Italia.



“Es imposible para la lengua humana contar la horrible verdad”, escribió el
cronista del siglo XIV Agnolo di Tura. “De hecho, alguien que no vio tal
horror puede ser llamado bendito”. Los infectados, escribió, “se hinchan
debajo de las axilas y en las ingles, y se caen mientras hablan”. Los
muertos fueron enterrados en fosas, en pilas.



En Florencia, escribió Giovanni Boccaccio, “No se le dio más respeto a la
gente muerta que el que hoy en día se les daría a las cabras muertas”.
Algunos se escondieron en sus casas. Otros se rehusaron a aceptar la
amenaza. Boccaccio escribió que su forma de afrontarlo era “beber mucho,
disfrutar la vida al máximo, cantar y divertirse, y satisfacer todos los
antojos cuando surgiera la oportunidad, y descartar todo como si fuera una
gran broma”.



Esa pandemia terminó, pero la plaga volvió. Uno de los peores brotes comenzó
en China en 1855 y se extendió por todo el mundo, matando a más de 12
millones de personas solo en India. Las autoridades de salud de Bombay
incendiaron barrios enteros intentando librarlos de la peste. “Nadie sabía
si servía de algo”, dijo Frank Snowden, historiador de Yale.



No está claro qué hizo que la peste bubónica desapareciera. Algunos
estudiosos han argumentado que el clima frío mató a las pulgas portadoras de
enfermedades, pero eso no habría interrumpido la transmisión por las vías
respiratorias, señaló Snowden.



O tal vez fue un cambio en las ratas. En el siglo XIX, la plaga no era
llevada por ratas negras sino por ratas marrones, que son más fuertes y
agresivas y tienen más probabilidades de vivir alejadas de los humanos.



“Ciertamente no querrías una de mascota”, dijo Snowden.



Otra hipótesis es que la bacteria evolucionó para ser menos mortal. O tal
vez las acciones de los humanos, como incendiar las aldeas, ayudaron a
calmar la epidemia.



La peste nunca se fue realmente. En Estados Unidos, las infecciones son
endémicas entre los perros de las praderas en el suroeste y pueden
transmitirse a las personas. Snowden dijo que uno de sus amigos se infectó
después de una estadía en un hotel en Nuevo México. El anterior ocupante de
la habitación tenía un perro, que tenía pulgas que transportaban el
microbio.



Tales casos son raros, y ahora se pueden tratar con éxito con antibióticos,
pero cualquier informe sobre un caso de peste despierta el miedo.



Una enfermedad que realmente terminó



Entre las enfermedades que han llegado a un fin médico está la viruela. Pero
es excepcional por varias razones: hay una vacuna efectiva, que protege de
por vida; el virus, Variola major, no tiene huésped animal, por lo que
eliminar la enfermedad en humanos significó la eliminación total; y sus
síntomas son tan inusuales que la infección es obvia, permitiendo
cuarentenas eficaces y rastreo de contactos.



Pero mientras todavía arrasaba, la viruela era horrible. Epidemia tras
epidemia barrió el mundo, por al menos 3000 años. Las personas infectadas
por el virus tenían fiebre, después una erupción que se convertía en manchas
llenas de pus, que se incrustaban y se caían, dejando cicatrices. La
enfermedad mató a tres de cada 10 víctimas, a menudo después de un inmenso
sufrimiento.



En 1633, una epidemia entre los nativos americanos “irrumpió en todas las
comunidades nativas en el noreste y, ciertamente, facilitó el asentamiento
de los ingleses en Massachusetts”, dijo David S. Jones, historiador de
Harvard. William Bradford, líder de la colonia Plymouth, escribió un relato
sobre la enfermedad en nativos americanos, diciendo que las pústulas rotas
pegaban la piel de un paciente a la estera en la que yacía, solo para ser
arrancada. Bradford escribió: “Cuando los giran, todo un lado se desollará,
por así decir, y quedarán ensangrentados, muy temibles para ser
contemplados”.



La última persona en contraer la viruela de forma natural fue Ali Maow
Maalin, un cocinero de hospital en Somalia, en 1997. Se recuperó, solo para
morir de malaria en 2013.



Influenzas olvidadas



La gripe de 1918 se presenta hoy como el ejemplo de los estragos de una
pandemia y el valor de las cuarentenas y la distancia social. Antes de que
acabase, la gripe mató entre 50 y 100 millones de personas alrededor del
mundo. Fueron presa de ella jóvenes y adultos de mediana edad, dejó niños
huérfanos, privó a las familias de quienes ganaban el sustento, y mató
tropas en medio de la Primera Guerra Mundial.



En el otoño de 1918, William Vaughan, un prominente médico, fue enviado a
Camp Devens cerca de Boston para informar sobre una gripe que estaba
arrasando allá. Él vio “cientos de jóvenes robustos con el uniforme de su
país, que ingresaban a las salas del hospital en grupos de diez o más”,
escribió. “Los colocan en los catres hasta que cada cama está llena, pero
otros se apiñan. Sus rostros pronto cambian a un tono azulado, una tos
angustiosa produce expectoración manchada de sangre. En la mañana los
cadáveres se apilan en la morgue como tablones de madera”.



El virus, escribió, “demostró la inferioridad de los inventos humanos para
la destrucción de la vida humana”.



Después de arrasar en el mundo, esa gripe se desvaneció, evolucionando hacia
una variante de la gripe más benigna que llega cada año.



“Quizás fue como un fuego que, tras quemar la leña disponible y de fácil
acceso, se consume”, dijo Snowden.



También terminó socialmente. La Primera Guerra Mundial había acabado; la
gente estaba lista para un nuevo comienzo, una nueva era, y deseosa de dejar
atrás la pesadilla de la enfermedad y la guerra. Hasta hace poco, la gripe
de 1918 había sido en gran medida olvidada.



Otras pandemias de gripe siguieron, ninguna tan grave pero todas, sin
embargo, fueron aleccionadoras. En la gripe de Hong Kong de 1968, murió un
millón de personas en todo el mundo, incluyendo 100.000 en Estados Unidos,
en su mayoría personas mayores de 65 años. Ese virus aún circula como gripe
estacional, y su camino inicial de destrucción, y el miedo que la
acompañaba, rara vez se recuerda.



¿Cómo terminará la COVID-19?



¿Eso pasará con la COVID-19? Una posibilidad, dicen los historiadores, es
que la pandemia del coronavirus pueda terminar socialmente antes de que
termine médicamente. Las personas pueden cansarse tanto de las restricciones
y declarar que la pandemia terminó, aunque el virus continúe ardiendo entre
la población y no se haya encontrado una vacuna o tratamiento efectivo.



“Creo que existe este tipo de problema psicológico social de agotamiento y
frustración”, dijo Naomi Rogers, historiadora de Yale. “Podemos estar en un
momento en que la gente solo dice: ‘Suficiente. Merezco poder volver a mi
vida normal’”.



Ya está sucediendo; en algunos estados, los gobernadores han levantado las
restricciones, al permitir la reapertura de salones de belleza, salones de
uñas y gimnasios, desafiando las advertencias de los funcionarios de salud
pública de que tales pasos son prematuros. A medida que crece la catástrofe
económica causada por los confinamientos, más y más personas pueden estar
listas para decir “basta”.



“Hay este tipo de conflicto ahora”, dijo Rogers. Los funcionarios de salud
pública tienen un final médico a la vista, pero algunos miembros del público
ven un final social.



“¿Quién puede reclamar el final?”, dijo Rogers. “Si te resistes a la noción
de su final, ¿contra qué lo haces? ¿Qué alegas cuando dices ‘No, no está
terminando’?”.



El desafío, dijo Brandt, es que no habrá una victoria repentina. Tratar de
definir el final de la epidemia “será un proceso largo y difícil”. 



* Gina Kolata escribe sobre ciencia y medicina. Ha sido dos veces finalista
del premio Pulitzer y es autora de seis libros, incluyendo Mercies in
Disguise: A Story of Hope, a Family’s Genetic Destiny, and The Science That
Saved Them.

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