América Latina/Debates/ Algunas lecciones críticas sobre los gobiernos progresistas [Franck Gaudichaud - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 20 13:03:10 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

20 de noviembre 2020

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América Latina/Debates



Entrevista con Franck Gaudichaud



Algunas lecciones críticas sobre los gobiernos progresistas



Viento Sur, 4-11-2020

https://vientosur.info/

Traducción de Viento Sur



Tras el hundimiento de la URSS no tardó en anunciarse el fin de la Historia.
Cuando nada parecía poder contener el empuje neoliberal mundial, surgió en
1994 el levantamiento zapatista en México. Cinco años más tarde, Chávez tomó
el poder en Venezuela: fue el comienzo de un largo proceso de ruptura, por
medio de las urnas, en el continente latino-americano — Lula en Brasil,
Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en Uruguay… Una parte de la
izquierda radical occidental volvió a mirar entonces, no sin esperanzas,
hacia el otro lado del Atlántico Sur. Dos décadas después, ¿cuál es el
balance?: Éxitos y límites, contradicciones y especificidades. Los tres
autores del libro Los gobiernos progresistas latinoamericanos del siglo XXI.
Ensayos de interpretación histórica invitan a una lectura crítica,
resueltamente arraigado en la izquierda. Conversamos con uno de ellos,
Franck Gaudichaud, profesor de Historia contemporánea de las Américas
latinas en la universidad de Toulouse (Francia) y presidente de la
Asociación Francia América Latina.



-¿Qué tipo de anteojos hay que ponerse para comprender correctamente la
América latina de las últimas décadas?



Hay que evitar abordar de manera uniforme el sub-continente: estamos ante
una grandísima diversidad de experiencias históricas, culturales,
lingüísticas… Eso es una evidencia. Un análisis global puede ocultar estas
especificidades dentro de un conjunto de más de 600 millones de habitantes y
20 países. En este ensayo, hemos intentado navegar entre ambos: ofrecer una
visión bastante generalista y apoyarnos en algunos ejemplos específicos más
detallados. Hemos puesto el foco en los movimientos populares, sus
movilizaciones y los conflictos de clases en la región. Desde este punto de
vista sociopolítico crítico, se pueden señalar tres períodos. El primero
comenzó a finales de los años 1990 con la emergencia plebeya de un
cuestionamiento de la agenda de Washington, del neoliberalismo, de las
oligarquías existentes: un importante momento destituyente con grandes
explosiones sociales. El segundo, de 2002–2003 a 2011, fue el ascenso de los
llamados gobiernos progresistas. Con la elección de Chávez, de Lula, se
abrió un ciclo político, y no sólo desde el punto de vista electoral,
desembocando en aspectos institucionales, nuevos partidos, profundas
reformas sociales y constitucionales —aunque procedentes de movilizaciones
anteriores. Por decirlo en pocas palabras, fue la edad de oro de los
progresismos.



El tercer período, el (mal)denominado fin de ciclo, se abrió en 2012-2013 y
todavía no está acabado: es la fase regresiva, caracterizada por tensiones
cada vez más fuertes entre los progresismos y las clases populares, así como
con una parte de la izquierda intelectual y crítica. Fue también el momento
de la crisis económica y de los golpes de Estado parlamentarios (Honduras
desde 2009, Paraguay, Brasil) o militares (Venezuela, Bolivia), con apoyo
más o menos directo de Estados Unidos. En esta coyuntura en tensión,
derechas y extremas derechas avanzan cada vez más. Aparecen todos los
límites de un modelo progresista neodesarrollista y/o neoextractivista,
basado en alianzas de clases inestables —el politólogo Jeffery Webber habla
de capitalismo de Estado. Bolsonaro en Brasil sería el punto último de esta
regresión “arriba a la derecha”.



-¿Qué recubre exactamente la expresión «experiencias progresistas» en el
contexto latino-americano de final del siglo XX y comienzo del XXI?



Conseguir caracterizar esta expresión es un verdadero problema: no sólo
académico, sino político. En sus comienzos, todos los gobiernos de
experiencias progresistas reivindican un post-neoliberalismo. Como decía
Rafael Correa, “la región no vive una época de cambios sino un cambio de
época”. Serían, por un parte, gobiernos de tipo nacional-popular, una gran
tradición latinoamericana 1/: Chávez (Venezuela), Morales (Bolivia), Correa
(Ecuador) son el signo de una vuelta a esta forma nacional-popular radical,
acompañada de la reivindicación anti-imperialista. Pero los progresismos
recubren también experiencias más social-liberales o de centro izquierda,
entre las que se puede incluir al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula o
el Frente Amplio de Uruguay; el kirchenismo en Argentina está más próximo a
los primeros por su historia y a los segundos por su orientación económica.
Estos nuevos gobiernos tienen como rasgo común haber surgido sobre la base
de movimientos sociales de los años 1990–2000 (para los más radicales), o al
menos se reclaman de la experiencia sindical, de la resistencia a las
dictaduras y de parte de las reivindicaciones de los movimientos populares
(para los regímenes de centro-izquierda). Muy a menudo, en el centro del
mecanismo progresista se encuentra también una figura carismática,
hiper-presidencial, lo que a largo plazo plantea un verdadero problema
político y democrático. Por otra parte, suele haber un enfoque
neodesarrollista, de regreso del Estado social (más o menos marcado según
las configuraciones), y una utilización de la renta extractiva (petrolera,
minera o agroindustrial por ejemplo) para redistribuirla a través de
programas sociales, haciendo descender la pobreza y las desigualdades. Su
pretensión era romper con el neoliberalismo y el consenso de Washington,
invertir en educación, alfabetización, infraestructuras, etc., pero sin
romper con el capitalismo. Los progresismos, en este sentido, no son parte
de la filiación de las izquierdas revolucionarias y anticapitalistas
latinoamericanas de los años 1960 y 70.



-Tenéis una mirada crítica sobre estos progresismos. Pasado el entusiasmo de
los primeros tiempos, una buena parte de la izquierda radical parece mirar
para otro lado a la hora de hacer balance: ¿por qué?



Está muy claro: no hay ganas de profundizar la visión crítica y de hacer
balance de estos 20 años en los gobiernos. En los años 2000, en Francia y en
Europa, en la izquierda social y política, hubo entusiasmo por América
latina. La apertura de este gran ciclo, que a veces se ha llamado el giro a
la izquierda, elevó los corazones y coloreó las mejillas, y no sólo en
América latina. Comenzó en realidad en 1994 con el levantamiento zapatista
en Chiapas. A diferencia del TINA 2/ de Thatcher y Reagan, parecían haber
alternativas, e incluso de tipo gubernamental a partir de 1999 (con Chávez);
a partir del 2005 se volvía a hablar de “socialismo” (del “siglo XXI” o
“comunitario”) y se instaló el concepto clave del “buen vivir”. Toda una
parte de la izquierda de miras institucionales se abalanzó ahí dentro.
Algunos dirigentes (como J.L. Mélenchon) vieron la posibilidad de trasladar
a Francia algunas ideas y repertorios de acción de lo que pasaba allí. Ante
la dinámica popular, también las izquierdas radicales siguieron al
movimiento, aunque con más distancia crítica y autonomía. En una parte de
las organizaciones se siente ahora una especie de mala conciencia, como si
no hubiera que remover el cuchillo en la herida, como si hubiera que evitar
debatir colectivamente sobre lo que no ha funcionado. Sin embargo, es
necesario hacerlo. No para dar lecciones a los pueblos latinoamericanos, ¡en
absoluto!, sino porque son las discusiones que precisamente se están
llevando hoy en el ámbito del pensamiento crítico latinoamericano y de los
espacios políticos de izquierda 3/.



Desviar la mirada equivaldría a decir: “Cuando hacéis lo que nos gusta,
somos solidarios, pero cuando comienza a ir mal nos interesamos por otras
cosas”. Esto es un verdadero problema. Hoy en día estaría bien hacer una
lectura y balances críticos, incluso dentro de La France insoumise, por
ejemplo: sería hasta indispensable. Se nos suele reprochar haber acompañado
nosotros mismos durante demasiado tiempo estos procesos. Personalmente,
asumo y continúo pensando que los primeros tiempos de la experiencia
chavista, o incluso la experiencia boliviana, se caracterizaron por un
impulso popular masivo para salir del neoliberalismo, una voluntad
democrática de reconstruir la soberanía (nacional y popular) frente a los
imperialismos, de enfrentarse a los dominantes internos y externos, y que
era legítimo apoyar “abajo, a la izquierda” 4/. Esto no impide ver, tras 20
años de experiencias, los obstáculos, los límites, las involuciones y los
puntos muertos estratégicos, y todo lo que por dentro ha sido un freno a la
autoorganización y a la democratización real.



-Entre estos límites, escribís que “el gran capital en general ha sabido
beneficiarse de la edad de oro progresista“: ¿de qué manera?



Mostramos que este período ha estado sobredeterminado por el elevado precio
de las materias primas: sus curvas de precios están muy ligadas al ascenso
de los progresismos. El capital extranjero e internacional ha ganado cuotas
de mercado: se habla de sojatización de Argentina con Kirchner, de la
consolidación del imperio de Monsanto en Brasil con Lula y Rousseff, de la
extensión de las concesiones petroleras en la franja del Orinoco con Maduro
5/, etc. Se ha reproducido la inserción periférica (desigual y combinada) de
estos países en la economía mundial en el seno de la división internacional
del trabajo, con una dependencia neocolonial ligada al precio de las
materias primas. La idea de los gobiernos era que, ante la inmensidad de la
urgencia social, había que utilizar todos los recursos para poder financiar
nuevas políticas públicas y transferencias condicionadas de dinero,
siguiendo los principios del mercado y en general con un carácter
asistencialista 6/. Pero en ausencia de transformación estructural o de
punción directa sobre las rentas altas, la mejora real y muy rápida (aunque
por desgracia a veces sólo temporal) de la suerte de los más pobres ha ido
en paralelo con un extractivismo descontrolado, la apertura a los capitales
extranjeros y, paradójicamente, la consolidación de algunas fracciones de
las clases dominantes. Estos gobiernos no han practicado ninguna política
fiscal un poco audaz (cuando los impuestos sobre la renta y el patrimonio
son ridículamente bajos en América latina); ¡incluso la izquierda
social-demócrata tiene, por lo habitual, un proyecto de impuesto progresista
sobre el capital! Correa ha sido el único en haber intentado algo, pero
retrocedió ante la movilización de la patronal y de las clases medias. De
forma más global, no ha habido transformación de las relaciones sociales de
producción: los salarios mínimos han aumentado mucho en varios países pero
los derechos de los trabajadores se han extendido poco y, sobre todo, las
relaciones salariales no han sido modificadas. A falta de transformaciones
estructurales, en cuanto llega la crisis se hunden estos equilibrios entre
clases que han instalado los progresismos; sólo los dominantes sacan
provecho del juego.



Petróleo, minerales, madera, biocarburantes: muchos de estos países tienen
un modelo económico basado en el extractivismo, la explotación de tierras.
Has citado la gran dependencia económica de la exportación y de los precios
mundiales, pero se plantean también preocupaciones ecológicas y ha supuesto
conflictos con pueblos indígenas…



Tienes razón: el megaextractivismo 7/ está en la base de la cristalización
de tensiones entre los progresistas, los movimientos socio-ambientales y
algunas comunidades indígenas. Cuando todavía había grandes capacidades
económicas (Bolivia llegó a ser alabada por el Banco Mundial por sus
resultados), este modelo “neoextractivista progresista” 8/ multiplicó las
zonas de sacrificios, los conflictos ecosociales y el rechazo de comunidades
que defendían sus territorios. La extensión de la frontera extractiva,
agro-industrial, petrolera, se tragó millones de kilómetros cuadrados
durante esos años.



-¿Dónde, por ejemplo?



Te voy a dar dos ejemplos. En Bolivia, durante el conflicto Tipnis, una
parte del movimiento indígena se opuso a la construcción de una gran
carretera que debía atravesar la Amazonía boliviana desde Brasil; Evo
Morales se encontró con la oposición de una parte de su base indígena 9/. En
Ecuador, el proyecto Yasuní era de alguna manera la gran vitrina
internacional ecologista de Correa 10/. Se echó para atrás y hoy día una
parte del parque Yasuni, una de las zonas más biodiversificada del mundo,
está explotada con extracción petrolífera. Las relaciones entre Correa y la
Confederación de nacionalidades indígenas de Ecuador (CONAIE) fueron
virulentas: a través de los medios de comunicación les trató de “ecologistas
infantiles”, incluso de terroristas ecologistas, y los movimientos indígenas
le respondieron diciendo que era autoritario y un destructor de la Madre
Tierra… El vicepresidente García Linera acusó también a los ecologistas y
las ONG del Norte de querer transformar a las y los bolivianos en
“guardaparques” de los países del Sur. Su postura era: “¿Queréis continuar
siendo pobres sin explotar nuestras riquezas?”



Por su puesto, hay que entender esta argumentación, porque son –y de lejos-
los países del Norte los principales responsables de la crisis ecológica
mundial. Pero para el poder boliviano era también una forma hábil de reducir
al silencio a los movimientos y colectivos de su país que reclamaban una
reflexión sobre otro modelo de desarrollo. El extractivismo está hoy en el
centro de los grandes enfrentamientos sociales y ambientales en toda América
latina. En el último capítulo de nuestro libro, el historiador y sociólogo
Massimo Modonesi se pregunta: ¿cuáles son las alternativas? Uno de los
dramas del período progresista es no haber respondido a esta cuestión. Pero
aunque las diversas componentes de las izquierdas sociales y políticas
anticapitalistas, autonomistas, libertarias, antiextractivistas, indígenas,
feministas, descoloniales, etc., han podido lograr construir aquí y allí
experiencias locales muy ricas, fundamentales para el futuro, no siempre han
demostrado que podían desembocar en una escala más amplia, en parte a causa
de los palos que han puesto en sus ruedas los gobiernos progresistas. Aunque
no sólo: a veces, su carácter ultra-minoritario, dogmático o alejado de
otros sectores de las clases populares, sigue siendo un freno para pensar en
proyectos democráticos ecosociales radicales, del buen vivir (tanto como
alternativa a los progresismos en crisis, como a las derechas a la ofensiva
o a la crisis ecológica global).



Aunque algunos avances económicos y sociales han permitido un alza del nivel
de vida de las clases populares, algunos señalan que eso no siempre ha
beneficiado electoralmente a los dirigentes progresistas. La periodista
Maëlle Mariette se ha preguntado: “¿La izquierda boliviana ha engendrado sus
enterradores?” ¿Era evitable esta dinámica que empuja a las clases populares
a separarse de los políticos que les han favorecido?



Desde 2010 hay una discusión dentro del pensamiento crítico latino-americano
entre quienes se alineaban tras los gobiernos progresistas y quienes
señalaban las contradicciones internas de estos procesos. García Linera, que
tiene un papel de intelectual orgánico 11/ de los progresismos (es un
brillante sociólogo y ha sido vicepresidente de Bolivia durante 13 años),
desarrollaba el siguiente argumentario: Bolivia está en una fase
revolucionaria, hecha de avances y retrocesos. Este sinuoso proceso, “por
olas”, ha permitido a clases populares, mestizas e indígenas, emerger,
convertirse en “clases medias”, tener acceso a un nuevo modo de consumo,
insertarse en el nuevo modelo económico y político plurinacional, y una
parte de ellas se vuelve “contra nosotros”. El escrito de Maëlle Mariette
reproduce una parte de esta argumentación —a tener en cuenta. Pero, hay que
preguntarse, y ésta es la crítica que se les puede hacer, qué tipo de
“inserción” han propuesto los progresistas a las clases populares. Porque
esta “emergencia” ha sido, en gran parte, a través del consumo y de los
programas de asistencia siguiendo los mecanismos del mercado.



Quiero precisar: desde luego, era urgente y necesario multiplicar —¡al fin!—
las políticas públicas para combatir la pobreza después de décadas de ajuste
estructural del FMI. Pero muchas veces estas políticas han quedado
encerradas en lógicas cercanas a las propuestas del Banco Mundial en el
combate contra la pobreza. Y en términos de participación política, de
capacidad de actuar sobre el gobierno y de sus orientaciones, se ha
instalado una forma de transformismo, de desmovilización y de cooptación
“por arriba”, como subraya Massimo Modonesi partiendo de categorías de
Gramsci. Ha habido incorporación de las organizaciones populares y de sus
dirigentes al aparato de Estado, como una forma de pasivización de estas
organizaciones y de las grandes centrales sindicales, en lugar de favorecer
la autoorganización. Esto ha ocurrido con el PT y la Central única de
trabajadores (CUT) en Brasil. En Bolivia y en Argentina, algunos líderes
sociales de peso pasaron a los gabinetes ministeriales. Una parte de las
organizaciones populares quería efectivamente ver a sus líderes influyendo
sobre esas instituciones, pero el precio ha sido el desarme de la autonomía
popular. En cuanto aparecían formas de auto-organización críticas un poco
visibles, eran acusadas de hacer el trabajo del enemigo, incluso de estar al
servicio del imperialismo …



-¿Ha habido pues una domesticación de algunas clases al darles más acceso al
sector mercantil, sin por ello integrarlas en un proceso democrático, en
sentido amplio, incluyendo el ámbito productivo y laboral?



Las cuestiones del trabajo y de los asalariados son centrales en un proceso
de transformación social: es decir de la relación capital-trabajo 12/. No es
desde luego un pequeño asunto que pueda resolverse con una varita mágica, ni
siquiera controlando el ejecutivo; sobre todo cuando los medios de
comunicación, los actores económicos y una parte del aparato de Estado son
hostiles. Pero en todo caso me parece un núcleo central. Todas las
experiencias de control obrero o de cogestión han sido aniquiladas por la
burocracia, por ejemplo, en Venezuela. Había un gran movimiento
cooperativista en ese país, con decenas de miles de cooperativas, pero se ha
utilizado sobre todo de manera clientelista. Lo mismo con los consejos
comunales, uno de los aspectos más vivos del proceso bolivariano, sepultados
bajo la crisis y la corrupción masiva. Los intentos han sido ahogados e,
incluso reprimidos. En Argentina había un movimiento de ocupación de
empresas 13/, pero Kirchner y Fernández no lo apoyaron: todo lo contrario.
Sin la capacidad de intervenir en los medios de producción, de hacer entrar
la democracia en el ámbito económico, falta todo un aspecto central de la
transformación social.



En octubre de 2019, la Organización de Estados americanos (OEA) consideró
que la elección de Evo Morales en Bolivia se basaba en un fraude, y se vio
echado del poder. Más tarde se supo que no hubo verosímilmente ningún
fraude: la elección era reglamentaria, por lo que Morales fue víctima de un
golpe de Estado. ¿Lo confirmas?



Estuve convencido de ello desde el comienzo: no había ninguna duda de que
era un golpe de Estado. Recordemos que la historia boliviana ha estado
marcada por golpes de Estado cívico-militares a todo lo largo del siglo XX.
La intervención y comunicados de las fuerzas armadas y de la policía fue
determinante en la caída de Morales. Hubo una confusión, alimentada por la
OEA, con un informe completamente manipulador e inexacto sobre el
escrutinio. Ahora se sabe que no hubo fraude masivo, y que Evo Morales fue
elegido al límite, prueba de una popularidad en caída, pero elegido
democráticamente. Bolivia era hasta entonces la experiencia nacional-popular
radical más estabilizada, consolidada en el plano económico. Con Evo,
Bolivia más que triplicó la riqueza nacional, ¡algo histórico! Disponía de
una gran legitimidad personal, lo mismo que el Movimiento al socialismo 14/
(MAS); mantuvo fuertes lazos con organizaciones populares, indígenas y
campesinas. A pesar de ello, hubo una desafección cada vez mayor de los
apoyos de la base popular del MAS (y no sólo las famosas clases medias).
Cuando llegó el golpe de Estado, no hubo gran movilización del pueblo en
apoyo a Morales: la movilización popular que hubo entonces más bien denunció
lo que los medios de comunicación presentaban como fraude, y fue
inmediatamente canalizada por los sectores de la derecha más dura,
evangélica, racista, en torno al Comité cívico de Santa Cruz, aunque también
el de Potosí.



-Esta falta de movilización demuestra que el apoyo popular a Morales se
había erosionado, ya no había entusiasmo después de 14 años en el poder…



Es cierto que con Evo Morales ha habido una mejora concreta y material de
las condiciones de vida de las grandes masas indígenas y mestizas, las
cifras están ahí. Consiguió incluso construir una imagen internacional,
sobre todo entre la izquierda europea, donde él casi aparecía como la
encarnación de la Pachamama, de la “revolución comunitaria e indígena”, casi
se convirtió en el buen revolucionario visto por los europeos. Pero hay que
mirar lo que pasa en el país, comprender las tensiones sociales, entender
las críticas ante el caudillismo, el clientelismo y la voluntad de
mantenerse costase lo que costase como candidato presidencial (incluso
después de la derrota del referendo del 2016). Cuando esta izquierda
boliviana llega al poder, la propia gestión del Estado
capitalista-oligárquico boliviano, aunque parcialmente reformado por una
audaz Asamblea constituyente, tiene tal coste que esa izquierda se
transforma, se institucionaliza, se burocratiza; pierde esa capacidad
crítica y de arraigo en las luchas. Es una gran lección que vuelve a poner
de actualidad la discusión que hubo a comienzos de los años 2000 en torno a
la experiencia zapatista: transformar el mundo sin tomar el poder de Estado.
La llegada de los gobiernos progresistas desplazó esta cuestión, porque se
propusieron transformar la sociedad tomando la dirección del ejecutivo y
desde una posición estatocentrada. El debate entre autonomismo/zapatismo,
estrategias anticapitalistas e izquierda institucional/estatista, se ha
relanzado hoy día. Sobre esta cuestión, pensamos que hay que reintroducir la
posibilidad de mantener autonomías críticas, populares, pero sin perder de
vista la cuestión del Estado y su transformación de raíz (aunque abandonemos
al Estado, él no nos abandona, decía Daniel Bensaïd). Ojalá que el MAS de
Luis Arce y David Choquehuanca que acaba de ganar con una victoria electoral
popular aplastante las elecciones presidenciales haya sacado lecciones
críticas de sus 14 años de gobierno…



Hablemos de Venezuela: para esquematizar, predominan dos interpretaciones a
la hora de explicar la crisis que perdura. Por un lado, las franjas
liberales y reaccionarias consideran que se trata del abrumador fracaso de
los años Chávez, y de su heredero Nicolás Maduro, por tanto del socialismo;
por otro, los apoyos de Maduro afirman que el poder es víctima de un complot
de la patronal y de la derecha, apoyados por potencia extranjeras
(Washington en cabeza) que se dedican a desestabilizar el país. ¿Es posible
otra lectura?



Es justamente el objeto de este ensayo: ¿se puede discutir de manera
crítica, en la izquierda, de lo que ocurre en América latina sin ser
calificado inmediatamente como pro-imperialista por una parte de la
izquierda bienpensante? No debatimos aquí con la derecha, sino con los
sectores de la izquierda que rechazan un análisis (auto)crítico. Lo que
tenemos delante, es más urgente y dramático: incluso los defensores más
dogmáticos de Maduro tienen cada vez más difícil defender una visión
unilateral, campista /15. Hay, en efecto, una agresión imperial contra
Venezuela que es, una vez más, totalmente repudiable y de hecho
completamente ilegal: la propia ONU la denuncia. El bloqueo criminal por
parte de Estados Unidos, las acciones desestabilizadoras de la CIA, Guaidó
autoproclamado presidente con la bendición imperial…, todo eso es detestable
y tiene efectos devastadores. Un think tank progresista estadounidense ha
calculado que el bloqueo (que afecta también a los medicamentos) habría
causado varias decenas de miles de muertos en el sistema sanitario
venezolano… No estamos diciendo que no ocurra nada de eso. Pero resumir esta
crisis solo a esos factores externos sería burlarse del pueblo venezolano y
de sus sufrimientos; ante todo porque está haciendo su propia historia y
porque la experiencia bolivariana también ha sido completamente destruida
desde el interior.



-¿En qué piensas en particular?



Todas las expresiones críticas que existían desde hace tiempo dentro del
chavismo popular, con interesantes formas en los barrios, los consejos
comunales, algunas comunas rurales, etc., han sido sistemáticamente
orilladas, incluso reprimidas. El PSUV en el poder sigue siendo un partido
inmenso, con varios millones de miembros —tener carnet suele ser necesario
para encontrar trabajo—, pero nunca ha sido un espacio de elaboración
democrática. Todo lo contrario. Con Chávez, hubo corrientes socialistas,
marxistas, anticapitalistas, que intentaron existir dentro del proceso
bolivariano, junto al pueblo chavista. Pero la manera cívico-militar de
gobernar, las tendencias cesaristas y verticales, la colosal corrupción, el
autoritarismo ahogaron estas voces y primaron sobre la participación a todos
los niveles y las experiencias democráticas por abajo. Nuestro análisis no
opone de manera binaria un heroico momento chavista a un pragmatismo
madurista. No, pensamos que ha habido altibajos, al ritmo de la lucha de
clases y de los enfrentamientos con Washington y la oposición, y un fenómeno
de descomposición de 15 años respecto a lo que fue el impulso inicial
post-neoliberal y popular. El madurismo es la conclusión de esta
degeneración bonapartista. En el último período, asistimos a la explosión de
la violencia de Estado, a una militarización de los barrios populares y a
una criminalización de las disidencias, incluso las de izquierda o
sindicales. Ha habido también prácticas institucionales autoritarias en
cascada: si hoy día, en cualquier país europeo, un presidente anulase el
poder del parlamento (en manos de la oposición) y autonombrase una Asamblea
constituyente fantoche sin respetar siquiera la Constitución (chavista) en
lugar del poder legislativo, toda la izquierda aullaría (con razón). Pero
eso es lo que ocurre en Venezuela, y una parte de ésta se calla…



Es verdad que el poder tiene que enfrentarse a un sector de la oposición
putschista, desestabilizador, alimentado por la CIA, y éste es un dato
importante de la relación de fuerzas. Pero desde el punto de vista de la
emancipación, y de este famoso socialismo del siglo XXI, hay que denunciar a
la nueva casta en el poder, la boliburguesía que ha captado miles de
millones de dólares, y ese impulso autoritario. Lo mismo con el tema de la
petrodependencia: ¡en la franja del Orinoco el poder ha desarrollado zonas
económicas especiales que legalizan —a escala de un territorio tan grande
como Bélgica— la desregulación del derecho laboral, de la protección de la
biodiversidad y de los derechos de los pueblos! Se trata de una extensión de
la extracción petrolera que afecta a comunidades indígenas históricas y a
zonas protegidas de la biosfera, en base a una alianza entre los militares
bolivarianos y China, Rusia, o incluso compañías como Total…



-La lista es larga…



Se podrían multiplicar los ejemplos. Lo más dramático hoy en día es la
crisis humanitaria en curso, en contexto de pandemia, con unos cinco
millones de personas que han salido de Venezuela (la mayor migración de
América latina en un plazo tan corto); el hundimiento del PIB, que se ha
reducido a la mitad desde 2013; el salario mínimo minado por la
hiperinflación y que es equivalente a tres dólares: con eso se puede vivir
menos de cinco días en Venezuela… Este gran país petrolero debe importar
bruto. Hay que continuar la solidaridad con el pueblo venezolano, eso es
cierto y urgente: una solidaridad internacional que continúa denunciando
alto y claro el bloqueo de Estados Unidos y la posición de la Unión Europea.
Estas grandes potencias que denuncian hipócritamente los atentados a los
derechos humanos en Venezuela, pero hacen como si nada cuando se trata de la
multiplicación de las masacres en Colombia o de la atroz situación en Haití,
sin contar con lo que pasa en su propio país. Sin eludir el hecho de que el
régimen de Maduro forma parte del problema más que de la solución. En todo
caso, al pueblo venezolano corresponde decidir, sin injerencias exteriores,
soberanamente.



-¿Hay pistas sobre cómo dar una salida democrática y socialista a este caos?



Éste es el gran problema que describen muchas y muchos militantes in situ:
la situación está en un impasse catastrófico que parece no tener fondo,
porque hoy día la alternativa realmente existente es la derecha neoliberal
y/o pro-imperial. Su llegada al poder por las urnas, y más aún por la
fuerza, significaría hundirse aún más en el atolladero. La única vía posible
es volver hacia formas de organizaciones populares, reconstruir un tejido
social y político que permita pensar una alternativa a ese binomio mortal.
Pero la izquierda alternativa está en una posición ultra minoritaria y de
extrema fragilidad. Por ejemplo, el grupo Marea Socialista 16/ (salido ahora
del chavismo crítico y popular en el que durante mucho tiempo estuvo metido)
se levanta contra el autoritarismo y el militarismo chavistas, pero sin
capacidad real de pesar en el paisaje político. Mientras, el estado de
deterioro de la economía hace que la gente sólo tenga tiempo para pensar en
eso: cuando se habla con amigos de ahí abajo, nos dicen: “Tengo que comer,
encontrar qué comer durante la semana”. Es totalmente imposible crear una
alternativa democrática estable en este contexto. Hay que esperar una
reactivación económica (pero con la pandemia, difícil…), que se dé el
proceso de negociación pacífica y concertado entre las fuerzas en presencia
y que en este espacio puedan emerger poco a poco fuerzas populares y
autónomas. Todo ello más allá del plazo electoral legislativo del 6 de
diciembre de 2020, que ya se anuncia polarizado entre una parte de la
oposición guaidista, otra vez más dispuesta a la violencia con apoyo de
Trump, y el madurismo, favorito en los sondeos, pretendiendo rehacerse una
legitimidad, aunque sin reconocer sus responsabilidades en la crisis.



-A pesar del fin de ciclo caracterizado por el reflujo de poderes de derecha
reaccionaria y conservadora, el movimiento feminista en Chile ha dado
muestras de su vigor. ¿La renovación de los movimientos sociales
latino-americanos pasará por este tipo de movilización?



Soy muy prudente sobre la idea de fin de ciclo. Me parece demasiado mecánico
como argumento. Prefiero decir que desde 2012 hemos entrado en una zona de
fuertes turbulencias, con una fase regresiva-conservadora inestable, más o
menos avanzada, en que las derechas y extremas derechas recuperan la
situación —aunque parcialmente (si se piensa en México o en Argentina, donde
el centro izquierda peronista está en el poder 17/, y ahora en Bolivia con
la gran victoria del MAS). En el marco de la crisis capitalista mundial, las
burguesías locales han querido poner fin a las coaliciones de clases de la
era progresista para volver al neoliberalismo duro, austeritario, incluso a
regímenes fascistoides como en Brasil. En esta zona de turbulencias, la
buena noticia es que los movimientos populares antagónicos continúan sus
resistencias, y hasta las reactivan con la aparición de nuevos y numerosos
actores sociales. ¿Y quién está a la ofensiva hoy día? El movimiento
feminista en primer lugar, uno de los actores centrales de la lucha de
clases en Chile, en Argentina, en México. ¿Quién ha sido capaz de sacar a la
calle a dos millones de personas en el último período en América latina? ¡El
movimiento feminista chileno, argentino, no la izquierda revolucionaria!
Quienes tienen una visión estrictamente obrerista del cambio social no
pueden comprender América latina. La izquierda trotskista argentina, que es
una de las más activas en la izquierda revolucionaria del Cono Sur, puede
sacar a 100 000 personas a la calle, pero no a un millón.



Recordemos también la multiplicación de revueltas colectivas frente a la
austeridad, el autoritarismo, el neoliberalismo, en el segundo semestre de
2019: Haití, Chile, Colombia, Guatemala, Brasil. Siguen los debates en
cuanto al tipo de proyección política: partido o no, autonomismo vs
organización, qué frentes unitarios, etc. Por no hablar del impacto de la
pandemia de Covid en todos los ámbitos sociales, cuando el subcontinente es
una de las zonas más afectadas del mundo, con casi 300.000 muertos. La
Comisión económica para América latina y Caribes (CEPAL) calcula que el PIB
de la región va a caer un 8 o 9 % de media en 2020 y que más de 45 millones
de personas volverán a ser pobres, alcanzando la pobreza a 220 millones de
personas. Esto sin contar la explosión de despidos y el trabajo informal (ya
omnipresente). Es terrible. En paralelo, el Estado de excepción, la
militarización del espacio público, los asesinatos de líderes sociales ganan
terreno en toda la región (comenzando por Colombia). Pese a todo, las
feministas, las comunidades indígenas, la juventud precarizada, los
sindicatos y trabajadores combativos, los intelectuales y estudiantes
críticos, el campesinado de Vía Campesina, etc., reactivan luchas múltiples
y la posibilidad misma de pensar las alternativas al modelo capitalista
extractivista y dependiente, al neoliberalismo, al militarismo, al
patriarcado y a la catástrofe climática. Los movimientos de Sin-tierra, de
Sin-techo, de afro-descendientes, de LGBQTI+, están también activos, a pesar
de las dificultades, el narcotráfico y la violencia cotidiana. Lo que
permite continuar esperando, incluso frente a Bolsonaro, Piñera, Añez y su
mundo. La reciente victoria en Bolivia o el los inmensos avances del pueblo
chileno para derrocar la Constitución de Pinochet y el neoliberalismo
neoliberal abren nuevas esperanzas y caminos, aunque sean llenos de
limitaciones y dificultades, en un momento en que necesitamos más que nunca
no perder la brújula de la emancipación humana frente a un mundo caótico,
incierto y violento. El «fin de la Historia» no es para mañana, sobre todo
en América latina…(Entrevista publicada en la Revista Ballast, 7-10-2020:
https://www.revue-ballast.fr/amerique-latine-les-gauches-dans-limpasse/)



Notas



1/ Nota del entrevistado: pensemos en el peronismo en Argentina, en Vargas
en Brasil o en Cárdenas en México en los años 1930–1940.

2/ There is no alternative, idea de que no había alternativa al
neoliberalismo, al mercado y a la mundialización capitalista.

3/ Nota del entrevistado: este libro ha sido publicado en español por la
UNAM (Universidad nacional de México) y en francés por ediciones Syllepse.
Una edición en inglés está en preparación con Duke University Press.

4/ Nota del entrevistado: se puede encontrar este entusiasmo por ejemplo en
Le volcan latino-américain, publicado en Francia en 2008 (Textuel, Paris).
También publicado en castellano, ahora disponible en abierto:
http://www.rebelion.org/docs/115701.pdf .

5/ Río que atraviesa Colombia y Venezuela, con una fauna y flora de gran
riqueza.

6/ Sobre estas cuestiones, ver « Néolibéralisme et politiques de réduction
de la pauvreté en Amérique latine » de Hugo Goeury :
https://www.contretemps.eu/neoliberalisme-gauche-pauvrete-amerique-latine .

7/ Extracción de bienes comunes naturales destinados sobre todo a la
exportación, en su mayor parte en alianza con capitales extranjeros.

8/ La expresión es del investigador Eduardo Gudynas.

9/ Para saber más : « Le conflit du Tipnis et la Bolivie d’Evo Morales face
à ses contradictions : analyse d’un conflit socio-environnemental »,
Laetitia Perrier-Bruslé, ÉchoGéo, 2012 :
https://journals.openedition.org/echogeo/12972.

10/ En 2007, Rafael Correa propuso que Ecuador renunciase a explotar
yacimientos petroleros en el corazón del parque nacional Yasuní, a cambio de
un fondo financiero entregado por la comunidad internacional para compensar
la pérdida de ganancias. No habiendo conseguido recaudar más del 1 % del
fondo, Correa autorizó en 2013 la explotación de una parte de los
yacimientos.

11/ Concepto desarrollado por Gramsci, que Razmig Keucheyan resume así: “Un
intelectual orgánico está orgánicamente ligado a una clase social dominante
o ascendente: surge de sus filas, tiene por función sistematizar la
conciencia que tiene de sí misma y tomar parte en la organización de la
producción”, en Guerre de mouvement et guerre de position, Antonio Gramsci –
Textos escogidos y presentados por Razmig Keucheyan, p. 133, La Fabrique,
2011.

12/ Nota del entrevistado: Y esta cuestión representa además un ángulo
muerto del análisis de los balances del progresismo latino-americano.
Patrick Guillaudat volvió a tratar recientemente el tema para  Contretemps,
señalando que en los tres países mucho tiempo considerados como más
«radicales» (Bolivia, Venezuela, Ecuador), y a pesar de los cambios del
código de trabajo o las asambleas constituyentes: “la empresa y su
organización piramidal, pilar de la economía capitalista, ha sido
ampliamente exceptuada en esos países. Ciertamente, ha habido intentos de
encuadramiento de empresas por el Estado en el tema de las inversiones, las
tomas de participación, etc., incluso de elusión del sector privado
estimulando el desarrollo de cooperativas, pero nunca ha sido modificado el
núcleo mismo de la explotación” en
https://www.contretemps.eu/venezuela-bolivie-equateur-progressisme-salariat.

13/ Ver el documental The Take de Naomi Klein sobre este tema.

14/ Partido político fundado y dirigido por Evo Morales.

15/ El campismo es un reduccionismo de toda situación política a un
enfrentamiento entre dos campos, forzando así el alineamiento con una de las
partes.

16/ Organización política de izquierda fundada en 2007, que se reconoce en
“el internacionalismo, el socialismo, el anticapitalismo, el feminismo y el
ecosocialismo“, « Quiénes somos », Marea Socialista,
http://mareasocialista.org/quienes-somos .

17/ A finales de 2018, Andrés Manuel López Obrador fue elegido presidente de
México, y en Argentina Alberto Fernández sucedió al muy derechista Mauricio
Macri en diciembre de 2019.

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