Reportaje/ Las madres latinoamericanas de la marihuana. Cannabis terapéutico: legal pero inasequible [Guillermo Garat]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 3 16:21:38 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

3 de octubre 2020

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Reportaje



Cannabis terapéutico: legal pero inasequible



Las madres latinoamericanas de la marihuana



Guillermo Garat

Revista Lento, octubre 20202

https://ladiaria.com.uy/lento/



Desde Ciudad de México hasta Buenos Aires, las dificultades para acceder al
cannabis medicinal empujaron a muchas familias a unirse para cultivar
marihuana y producir su propio aceite terapéutico. Guillermo Garat conversó
con especialistas e integrantes de organizaciones de madres que trabajan, en
distintos países, para que sus hijos reciban el tratamiento que necesitan.



Diamella Vázquez pensó en contactar a un abogado. Tenía miedo de drogar a
sus dos niños, que tienen un trastorno del espectro autista. Una doctora le
recomendó importar desde Estados Unidos aceite de cannabis, que vuela a
Uruguay como medicamento de uso compasivo y sale de origen como suplemento
dietario.



Para entonces, setiembre de 2017, ni Rodrigo ni Matías, los hijos
preadolescentes de Vázquez, decían una palabra. Su madre tenía que
empujarlos para subir al ómnibus. A uno le daban pánico los árboles que se
balanceaban por el viento y no quería salir a la calle. El otro se ponía
agresivo y mordía.



La familia todavía paga los préstamos que pidió entre setiembre y noviembre
de 2017 para importar el aceite de cannabis: costaba casi 700 dólares por
mes.



Vázquez levanta los hombros resignada en una de las dos sillas plásticas del
living de su apartamento de 40 metros cuadrados donde vive con seis
familiares. En junio de 2018 se enteró de que una herborista lo vendía diez
veces más barato y no dudó. Ahora Matías, de 11 años, se viste para ir a la
escuela. Está “más atento” y “sociable”. Dejó de caminar en puntas de pie y
de perder el equilibrio. Ya no precisa ir de la mano de su madre en la
calle. Rodrigo, de 13, sube al ómnibus solo. Dice “mamá”, “papá” y es menos
agresivo con la familia.



Los resultados del aceite casero fueron superiores a los del importado. Pero
la psiquiatra les negó su uso. Vázquez le preguntó si podía usar el que
prepara la herborista. Pero la especialista le dijo que no, que no estaban
estandarizados según los cánones de la industria farmacéutica, recuerda.
“Pero yo se los daba y veía que les hacía bien”, confiesa la mujer en su
casa, en Malvín Norte. En vez de discutir con la psiquiatra, decidió seguir
usándolo sin decirle nada.



Reino Unido es el mayor exportador internacional de cannabis, seguido por
Estados Unidos. Pero importar estos aceites de marihuana es casi un lujo
para cualquier familia latinoamericana media. Debido a que los países con
reglamentaciones no han garantizado mecanismos de acceso efectivos, las
familias que los necesitan plantan marihuana en su jardín o se asocian con
otras o con cultivadores solidarios para producir el aceite regularmente.



Una extracción poco accesible



En el continente, cinco millones de personas tienen epilepsia y la mitad no
recibe tratamiento, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Dos
tercios de ellas ni siquiera acceden a programas de salud, sobre todo en
América Latina y el Caribe. Quizás por ello el extracto casero de cannabis
tiene tanta repercusión.



La epilepsia refractaria no responde a la medicación tradicional. Pero el
cannabis de calidad farmacéutica “mejora notablemente a menos de un tercio”
de las personas, “a otro tercio le mejora la calidad de vida, y a otro grupo
no le hace nada”, explica la neuropediatra Andrea Rey. Desde hace cuatro
años Rey receta el único fármaco estandarizado por los cánones de la
industria farmacéutica, que Uruguay, el primer país en regular el cannabis,
importa de Suiza. Un recipiente de 30 mililitros de cannabidiol (CBD) a 5%
cuesta 180 dólares, casi la mitad de un salario mínimo uruguayo. El producto
sólo se compra en farmacias y con receta especial.



El CBD, uno de los 100 principios activos del cannabis, frena algunos
síntomas epilépticos y otros síndromes. Como no es psicoactivo, se
administra a niños. La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el
Delito pidió no confundir el THC, componente



psicoactivo del cannabis, con el CBD. “Sería útil que las políticas, la
legislación y el debate público trataran con mayor claridad estas cuestiones
tan diferentes”, sugiere el Informe Mundial sobre las Drogas 2019.



Una reciente revisión comprueba que el CBD reduce la frecuencia convulsiva,
junto con los antiepilépticos. Aunque desde hace tres años el hallazgo es
considerado evidencia tipo I (el nivel más alto que admiten los estándares
farmacéuticos), quienes sufren epilepsia y sus familias lo saben desde hace
más tiempo.



En toda América Latina existen asociaciones de madres y pacientes que
elaboran el complejo botánico para sobrellevar dolores y síndromes. Estos
aceites caseros son criticados por médicos especialistas. Pero se demostró
que eliminaron los síntomas de 27 entre 272 pacientes epilépticos en Estados
Unidos. Además, uno de cada tres redujo los ataques entre 76% y 99%.



La acción combinada de todos sus principios activos (cannabinoides, terpenos
y flavonoides) es conocida como efecto séquito. Aunque los compuestos
aislados del cannabis tengan resultados en varias patologías, como el CBD
para la epilepsia, la acción conjunta de todos sus principios activos puede
tener mayor efectividad. Existen indicios firmes de ello para dolor crónico,
inflamación y en el combate a células tumorales.



De los cuatro medicamentos derivados del cannabis que tienen reconocimiento
científico y se comercializan en varios países, tres son compuestos aislados
o sintéticos con CBD, THC o alguna combinación entre ambas moléculas, y sólo
uno es extracto de la planta completa.



Pedro Wong, químico farmacéutico peruano que hace seguimiento a usuarios de
extractos caseros, advierte que “la sinergia de cada metabolito consigue
mayor biodisponibilidad”. Es decir, los metabolitos estarán presentes en
mayor grado y a mayor velocidad cuando actúan juntos que si lo hacen por
separado. A mayor biodisponibilidad, el cannabis como fármaco “estará más
presente y será mejor asimilado por el organismo”, afirma el químico
farmacéutico.



El máximo potencial del cannabis como fármaco “está en su extracción
completa, funciona mejor que los monocompuestos”, acota. Quien lo precise
“va a preferir un extracto completo”, agrega con base en su experiencia
terapéutica.



A veces, la información recorre el mundo más rápido que la capacidad
científica para testear las mejoras que describen los pacientes. El campo de
estudios sobre cannabinoides menores, terpenos y flavonoides todavía está en
pañales. Pero las madres comprueban muchos de sus beneficios a diario
elaborando aceites caseros.



“Hacía años que no tenía esa mirada”, dice Valeria Salech, fundadora de Mamá
Cultiva Argentina. A las 20 horas de nacer, su niño estaba medicado. Pero
los anticonvulsivos no paraban los ataques que lo ahogaban. “Me despedí de
él muchas veces”, explica en el living de la sede de esa organización. Allí,
una treintena de voluntarios (psicólogos, médicos y trabajadores sociales)
reciben familias para hacer de soporte emocional y enseñar a elaborar el
aceite.



A los ocho años Emiliano tomó cannabis, redujo los remedios y dejó los
pañales. “Le mejoró la calidad de vida, disfruta de bañarse, comer, entrar a
una pileta o escuchar música”, dice Salech, que renunció a su trabajo de
secretaria ejecutiva para cuidar al niño y sostener la organización que hace
dos talleres por mes en distintas ciudades argentinas.



En abril de 2017 el Congreso de ese país aprobó el acceso al cannabis
medicinal mediante laboratorios estatales. El gobierno tenía 90 días para
reglamentar la ley y todavía no lo ha hecho. En julio el gobierno de Alberto
Fernández convocó a organizaciones sociales y especialistas para hacerlo.



Por ahora extraer aceite de la planta de cannabis es una actividad ilegal
penada con de cuatro a 15 años de prisión por las leyes argentinas. Y la
situación es similar en los demás países de la región.



Madres contra las rejas



El 11 de mayo del año pasado la Policía ecuatoriana confiscó aceite para
pacientes y detuvo a un cultivador por varios días. En febrero de 2017 la
Policía peruana allanó la casa de Aída Farfán, una madre que almacenaba
cinco kilos de marihuana para extraer aceite. Cuando el entonces presidente
Pedro Pablo Kuczynski se enteró, decretó el uso medicinal del cannabis. Pero
al momento no se ha podido llegar a una reglamentación, a pesar del
creciente interés y la demanda continua del uso del aceite de cannabis.



Cynthia Farina es fundadora de Mamá Cultiva Paraguay, que agrupa a 250
familias. Analista de sistemas, dejó su profesión para cuidar a su hija.
Verónica, de nueve años, no podía estar de pie por la medicación. Tenía
varios ataques por día y resistió más de 70 internaciones, incluidos 12
paros respiratorios, hasta 2016, cuando tomó el aceite de cannabis. Ahora
Verónica corre y socializa en la escuela que hasta hace poco no conocía por
los síntomas de su enfermedad. “Nosotros somos criminales según la ley”,
dice Farina. Tampoco Paraguay reglamentó sus normas al respecto, en este
caso una ley votada en diciembre de 2017.



En Brasil, después de varias audiencias con la Agencia Nacional de
Vigilancia Sanitaria, algunas familias consiguieron importar aceite de
cannabis. En 2016 se consiguió un primer permiso y hoy son casi 20.000 las
personas que tienen la posibilidad de importarlo.



Es un acceso elitista por el alto costo del producto extranjero. Por eso la
mayoría de las familias optan por plantar y hacer la extracción casera del
aceite de cannabis. “Las reglamentaciones causan más problemas. Las personas
saben que el cannabis puede ser un remedio, y eso aumenta la demanda”, opina
la abogada carioca Margarete Brito, que abandonó los tribunales para cuidar
a su hija con epilepsia. La niña redujo las convulsiones a la mitad, y su
familia fue la primera de 35 autorizadas a plantar por la Justicia estatal
de Brasil. Brito preside Apoio á Pesquisa e Pacientes de Cannabis Medicinal,
una asociación de familias que también cultivan, de forma legal o no.



José Manuel García tiene 41 años y epilepsia. A los 22 vivió su primer
ataque. En 2013 empezó a controlarlos con CBD vaporizado que contrabandeó de
Estados Unidos. Pero el “chisporroteo” volvía a dominarlo. Leyó y vio videos
en internet, y así entendió que también necesitaba THC, el principio activo
celado por aduanas y leyes internacionales. También lo cargó escondido a
Ciudad de México. Aprendió a dosificar y calcular cuándo necesitaba más uno
que otro y a cambiar de variedades de cannabis. Hace dos años que no tiene
crisis.



“Era riesgoso, pero me da salud”, cuenta García, que ahora destila su
marihuana. En México las únicas medicinas cannábicas habilitadas son
importadas. Sólo tienen CBD y son bastante más caras que el cultivo casero.
“O la echas en la maleta y cultivas en casa o compras en la calle. Son las
únicas vías de acceso”, explica. En 2016 fundó Autocultivo Medicinal en
México, una asociación en la que 200 usuarios comparten técnicas para llegar
a la mejor extracción posible y litigan ante la Suprema Corte de Justicia
para obtener un amparo que les permita hacerlo legalmente.



En 2017 un decreto reguló el uso de cannabis como medicina. Pero la
normativa “crea barreras para el acceso a personas de bajos recursos porque
sólo permite la importación”, opina Zara Snapp, responsable del Instituto
Ría de México y consultora en políticas de drogas.



En búsqueda del estándar



Paulina Bobadilla, cara visible de Mamá Cultiva Chile, combina dos cepas de
marihuana que planta ella misma según cómo esté Javiera, su hija de 13 años
que usa cannabis desde hace nueve. El aceite casero es “la única forma
democrática de acceso”, opina. Y lo dice con propiedad.



En Chile un medicamento de estándares internacionales se comercializa para
espasticidad por la esclerosis múltiple desde noviembre de 2018. Un año
después muchas de las 250 unidades que llegaron seguían en las farmacias sin
ser compradas. Hubo otro producto que se autorizó provisionalmente. Llegaron
600 unidades y se devolvió la mitad.



Ambos productos tienen un precio que supera los 400 dólares. “No duran ni un
mes, y hay niños que necesitan dos frascos mensuales”, dijo Bobadilla, que
con ese dinero hace aceite para siete meses para Javiera. Mamá Cultiva
Chile, además de hacer lobby político y mediático, programar entrevistas de
pacientes con doctores y ayudar a las familias a extraer el aceite, preparó
su propia fórmula estandarizada y está haciendo ensayos clínicos con el
laboratorio Knop.



Durante 2016 sus integrantes plantaron casi 6.500 plantas de cannabis para
extraer aceite. Dos años después consiguieron que las autoridades sanitarias
aprobaran la comercialización de 7.200 frascos de 30 miligramos. Se vendía a
40 dólares, sobre todo en ciertos municipios donde hicieron acuerdos, y los
pacientes accedían gratis al extracto de elaboración chilena.

Pero desde el año pasado no han conseguido autorización para elaborar otras
partidas. Al mismo tiempo, la detención de familias que cultivan marihuana
ha crecido. “Las chilenas somos las más perseguidas”, dice Bobadilla. “Hemos
tenido familias en la cárcel por cultivo”, cuenta.



Desde 1986, Colombia permite 20 plantas de marihuana por hogar. Su uso
terapéutico también estaba consagrado en la ley. Pero ninguna de las dos
posibilidades estaba reglamentada hasta que el gobierno de Juan Manuel
Santos lo hizo en 2015.



Paola Pineda es médica cirujana especializada en derecho médico y tiene un
máster en VIH sida. Atendiendo a un paciente con VIH comprobó que el dolor
que no se aliviaba con analgésicos desaparecía con cannabis. Hoy ha atendido
a más de 3.500 pacientes.



Hace cinco años trató por primera vez a una niña epiléptica. La madre de la
niña y otras en la misma situación iban a endeudarse y empeñar objetos para
conseguir en Estados Unidos algo que en ese entonces era imposible en
Colombia. “¿Si no lo hacía yo quién más iba a hacerlo?”, se preguntó Pineda,
que lidera un grupo de investigación para extraer cannabinoides y llevarlos
al gotero. Ahora sus pacientes cuentan con un abanico de productos seguros y
accesibles que diseña en alianza con laboratorios, cultivadores y
universidades. Cuestan entre 25 y 60 dólares.



“Nuestra misión como médicos va más allá de lo legal. Es una misión ética,
humana y de compasión. Si una herramienta funciona es mi obligación moral
que los pacientes accedan a ella”, opina.



Después de sortear miedos, dilemas profesionales y vacíos legales, obtuvo 16
fórmulas magistrales sublinguales (y otras seis en prueba), tres extractos
para vaporizadores, y dos formulaciones para supositorios y cremas tópicas.
Los principios activos se miden con cromatografía de gases. Así sabe qué
dispensa en sus consultorios de Bogotá y Medellín.



Pineda trata el dolor de enfermedades autoinmunes, como el lupus. También
trastornos del sueño, ansiedad, parálisis y esclerosis lateral amiotrófica.
En un congreso, a principios de junio del año pasado, presentó estudios con
óvulos vaginales para patologías ginecológicas. El cannabis “tiene
aplicaciones para distintos pacientes con distintas condiciones clínicas”,
asegura. “Los cannabinoides son un diamante en bruto que falta pulir”,
aventura.



Epistemología y economía del cannabis



Varias investigaciones científicas encontraron en la década de 1990 que los
vertebrados tienen un sistema endocannabinoide.



El cuerpo humano segrega cannabinoides, los más conocidos son la anandamida
y el 2-araquidonilglicerol. Forman parte de un sistema de neurotransmisión y
comunicación intracelular en varios órganos del cuerpo. Sus primeras
descripciones muestran esto como una compleja trama de ligandos en el
cerebro, los pulmones, el sistema vascular, los músculos, el tracto
gastrointestinal, el bazo, los huesos, la piel, el hígado, la médula ósea y
el páncreas.



Al momento se conocen dos tipos de receptores en los órganos: el CB1 y el
CB2. Además, se encontraron receptores cannabinoides en las células del
sistema inmune y en glóbulos blancos. También se sigue acumulando evidencia
de su importancia en el control de la actividad motora por su presencia en
el cerebelo, los ganglios basales y la corteza cerebral, entre otras líneas
de investigación abiertas en el mundo entero.



Los endocannabinoides regulan diversas funciones de los órganos e
intervienen en la homeostasis, el equilibrio corporal, por ejemplo, el de la
temperatura. Los fitocannabinoides obtenidos de la planta imitan muchas de
las funciones de los cannabinoides endógenos. Por eso su eficacia para
tratar tantas patologías.



El cannabis no es mágico. Algunas personas lo aprovechan, otras no. Su
eficacia terapéutica es imbatible en la literatura científica y en la
práctica para náuseas y vómitos por quimioterapia, espasticidad y dolor
crónico, según los estándares científicos. Pero su implicación fisiológica y
patológica sigue siendo un misterio en gran medida.



“La ciencia no tiene instrumentos para medir todas sus propiedades. No
puedes medir qué tan feliz está una familia porque su hijo no convulsiona
100 veces, sino una vez al mes. O medir que el niño esté conectado, que
hable, sonría, coma solo o que no llore”, opina Wong.



Detrás del cannabis medicinal hay muchas más preguntas que respuestas para
consagrados especialistas. Pero implicó respuestas sustanciales a preguntas
que la farmacopea tradicional no podía solucionar. Incluso en condiciones
adversas, como las latinoamericanas.

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