Bolivia/ Lecturas de las elecciones ¿Por qué volvió a ganar el MAS? [Nueva Sociedad]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Oct 21 12:25:30 UYT 2020


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Correspondencia de Prensa

21 de octubre 2020

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Bolivia



Lecturas de las elecciones bolivianas



¿Por qué volvió a ganar el MAS?



Contra todos los pronósticos, el Movimiento al Socialismo (MAS) se impuso en
las elecciones bolivianas con más del 50% según todos los conteos rápidos.
¿Qué explica este resultado a solo un año de la caída de Evo Morales?



Nueva Sociedad, octubre 2020

https://nuso.org/



El triunfo del binomio Luis Arce-David Choquehuanca en primera vuelta, con
más de 50% de los votos, acabó abruptamente con muchos de los análisis
vertidos durante toda la campaña y le permite al Movimiento al Socialismo
(MAS) volver al poder a solo un año de haber sido ejecutado por unas
movilizaciones combinadas con un motín policial y, finalmente, el aval de
las Fuerzas Armadas.



¿Qué explica está victoria y el fracaso de la candidatura de centroderecha
de Carlos Mesa? ¿Qué nos dice este proceso electoral, que logró
desarrollarse en orden y con un rápido reconocimiento de los resultados, aún
preliminares, por parte de todas las fuerzas políticas? Para responder a
estas preguntas, Nueva Sociedad pidió la opinión de analistas e
investigadores sociales, que proyectan sus miradas más allá y más acá de las
elecciones del pasado 18 de octubre. (*)



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Pablo Ortiz (periodista) *



Un año después de su caída, el MAS vuelve a ser el partido hegemónico de la
política boliviana. Es el único realmente estructurado, con una militancia y
un voto fidelizado, que resiste incluso la salida del escenario político de
su máximo líder y fundador: Evo Morales.



La elección general de 2020 es la primera elección sin Evo Morales desde
1997 y es la primera votación que cumple con el referendo del 21 de febrero
de 2016, que le dijo a Morales que no podía aspirar a una nueva reelección.
Durante toda la campaña se había hablado del siguiente quinquenio
presidencial como un ejercicio de transición antes de llegar al posmasismo,
pero las urnas decidieron contradecir a los pronosticadores de la política y
dictaron sentencia: no era el proyecto del MAS el que estaba agotado, sino
el mando único, la repetición sin fin de la figura de Morales como
presidente.



Luis Arce Catacora concluirá primero cuando se termine de contar los votos y
habrá logrado entre seis y diez puntos más que Morales en las elecciones
fallidas de 2019. Para eso necesitó algunas herramientas que lo llevaron a
un triunfo con una ventaja insospechada.



La primera fue la estrategia correcta. Mientras que Carlos Mesa, Luis
Fernando Camacho y otras fuerzas menores apostaron al clivaje MAS/anti-MAS
(todos se presentaban como la mejor opción para que el anterior partido de
gobierno jamás volviera), el MAS puso el acento en la crisis económica y la
estabilidad como ejes de discurso y apostó a consolidar su voto duro como
objetivo público número uno. El MAS desarrolló una campaña en los márgenes
de las ciudades, con caminatas y concentraciones pequeñas, mezclando
reuniones sindicales con conferencias académicas para alejarse de la imagen
que predominó en la última campaña de Morales.



Arce y sus estrategas apostaron por las barrios alejados, por los pobres y
los empobrecidos del coronavirus; por quienes pasaron de la pobreza a la
clase media durante los 14 años de gobierno de Morales y volvieron a caer en
la pobreza por el coronavirus; por la nostalgia que el agravamiento de la
crisis (a principios de mayo, 3,2 millones de bolivianos no tenían lo
suficiente para comprar alimentos, por culpa de la pandemia y la cuarentena)
creó de los años de bonanza del MAS.



Para eso tuvo aliados involuntarios, ambos llegados desde el Oriente
boliviano, las regiones del país que siempre se le resistieron a Morales. La
primera «ayuda» fue la del gobierno de transición. El gobierno de Jeanine
Áñez era leído como la continuación de la llamada «revolución de las
pititas», la revuelta ciudadana que precedió al motín policial y la
«sugerencia» de renuncia de la Fuerzas Armadas a Evo Morales. La presidenta,
surfeando sobre los 100 días de luna de miel, se animó a lanzar su
candidatura en enero pasado para unas elecciones que debían ser en mayo, y
con ello destruyó las bases de su gobierno: un pacto no escrito entre todas
las figuras del antievismo para asegurar una transición que finalizara con
un partido distinto del MAS en el poder, y la colaboración de los dos
tercios de diputados y senadores del MAS en la Asamblea Legislativa, que
entendían que colaborando con Áñez llegarían antes a unas elecciones que los
devolverían al poder.



Con el inicio de la campaña, cayó el coronavirus. Al tiempo que familiares y
ministros de Áñez comenzaban a disfrutar de las ventajas del poder (aviones,
fiestas), sus aliados de retiraban dejando un reguero de hechos de
corrupción que destruyeron uno de los primeros mitos fundacionales del
antievismo: ellos eran capaces de cometer los mismos actos de corrupción y
abuso de poder que el MAS. El tiro de gracia a la popularidad de Áñez llegó
en plena cuarentena: se compraron más de 100 respiradores de origen español
que no solo se pagaron cuatro veces más de su precio de lista, sino que no
servían para terapia intensiva. Así, los reemplazantes de los supuestos
corruptos y fraudulentos no solo eran corruptos, sino también altamente
ineficientes. En pocos meses, y en medio de la pandemia, cayó un ministro de
Salud tras otro.



Pero hubo una «ayuda» más. De las calles surgió un liderazgo potente y que
prometía victoria: Luis Fernando Camacho, el hombre que había liderado la
«revolución de las pititas» e incluso había forzado a Morales a abandonar
Bolivia (tras la renuncia del presidente, él mismo anunció que estaban
buscándolo para arrestarlo, lo cual precipitó la evacuación hacia México),
se postuló para presidente aprovechando su gran popularidad en Santa Cruz.



El MAS y Arce aún eran hegemónicos en La Paz y Cochabamba, pero necesitaban
que la renuente Santa Cruz, la segunda región con mayor cantidad de votantes
de Bolivia e históricamente antimasista, no se inclinara por Mesa, el
candidato que más cerca estaba de Arce. En 2019 se había dado un escenario
parecido. Morales lideraba las encuestas y Santa Cruz estaba controlada por
Óscar Ortiz, candidato local que aspiraba a ser presidente, pero en la
última semana la estrategia de «voto útil» de Mesa le dio 47% de los votos
cruceños y lo acercó lo suficiente a Morales como para discutir si había
ganado en primera vuelta o no.



Esta vez, Camacho no sufrió el mismo efecto de desgaste. Surgido de las
calles, religioso y con un discurso que exuda testosterona, tiene una
impronta más emocional que propositiva y se planteó a sí mismo como el
garante de que Morales no volvería al país. Pero esa no fue la clave para
que se impusiera ante la estrategia del voto útil de Mesa, sino que logró
exacerbar el orgullo identitario del cruceño y convertirlo en voto. A
diferencia de Ortiz, Camacho no trató de «nacionalizarse» para conquistar
votos, sino que apostó por convertir al resto de los bolivianos en cruceños.
Eso, sumado a la juventud del votante cruceño, convirtieron a Camacho en una
fuerza local e irreductible que cerró el territorio de Santa Cruz a Mesa y
polarizó el voto con Arce, lo que le permitió a este una victoria más
holgada.



Eso sí, nadie se esperaba que Arce, que no es caudillo sino tecnócrata,
superara el 50% de los votos. Para ello tuvo que hacer algunas jugadas
finales, que lo acercan a priori a ser el primer presidente del posevismo
antes que la continuidad de Morales. Lo primero fue tener la capacidad de
criticar la gestión de Morales y cuestionar el entorno con el que gobernó el
«primer presidente indígena». Arce ha prometido un gobierno de jóvenes, de
nuevas figuras. Lo segundo fue alejar del votante boliviano esa idea de que
el MAS viene a eternizarse en el poder. Arce ha prometido gobernar solo
cinco años y «reencaminar el proceso de cambio». Y la tercera promesa fue
desterrar la idea de que con el MAS volverían las persecuciones políticas y
el revanchismo. Arce ha prometido también que no perseguirá a policías ni a
militares involucrados en la renuncia de Morales.



Así, el tecnócrata logró resetear el proceso de cambio y podrá gobernar con
mayoría absoluta en ambas cámaras de la Asamblea Legislativa. Sin embargo,
para saber si de verdad el MAS entró en la era posevista, habrá que ver cuál
será el rol de Morales cuando regrese a Bolivia. De ello no solo dependerá
la autoridad que podrá ejercer Arce sobre su bancada y sobre el país, sino
también su estabilidad política. Para ganar, para cerrar el territorio
cruceño a Mesa, el MAS hizo crecer a golpes a Camacho. Ahora, con todo el
poder territorial conseguido en el Oriente, este será el único opositor con
capacidad de movilización con el que tendrán que lidiar.



* Periodista de reportajes especiales en el diario El Deber de Santa Cruz de
la Sierra, Bolivia.



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Julio Córdova Villazón (sociólogo) *



Según los conteos rápidos no oficiales, el MAS obtuvo una contundente
victoria en primera vuelta con 52% de los votos. ¿Por qué el desempeño
electoral del MAS fue tan exitoso, excediendo las expectativas, incluso de
los más optimistas? Por tres razones principales.



Primero, por la emergencia de un «voto de resistencia» de sectores
urbano-populares y campesinos. Estos sectores fueron objeto de varias
violencias en los últimos meses: a) la violencia electoral: su voto por el
MAS en 2019 fue escamoteado a raíz de una falsa denuncia de fraude avalada
por la Organización de Estados Americanos (OEA); b) la violencia simbólica:
hubo constantes descalificaciones desde el Estado y en las redes sociales
pobladas por sectores conservadores de clases medias, se difundió la imagen
de «hordas de violentos e ignorantes» en referencia a estos sectores
populares, y en noviembre de 2019 algunos policías quemaron la wiphala
(bandera indígena reconocida constitucionalmente); c) la violencia
militar-policial, concretada principalmente en las masacres de Sacaba (en
los valles) y de Senkata (en el Altiplano); d) la violencia económica: las
medidas de cuarentena frente al covid-19 fueron tomadas en desmedro del
sector informal de la economía.



Segundo, por la rearticulación de las organizaciones sindicales y
campesinas. En los últimos años estas organizaciones resultaron debilitadas
por su propia relación clientelar con el gobierno de Evo Morales. Después de
la renuncia del presidente en noviembre de 2019, estas organizaciones
lograron rearticularse rápidamente, en un tejido social vigoroso, que mostró
su musculatura paralizando Bolivia a principios de agosto de este año para
impedir el prorroguismo del gobierno de transición. Este tejido
organizacional fue la base de un renovado apoyo electoral al MAS.



Tercero, por la propia debilidad política y electoral de los competidores de
derecha del MAS, fragmentados y enfrentados entre sí. El candidato de
centroderecha Carlos Mesa no logró articular un proyecto de país ni un
discurso electoral capaz de seducir a los indecisos del Occidente boliviano.
El candidato de la derecha empresarial, Fernando Camacho, tampoco logró
convencer a los indecisos del Oriente del país. Hasta una semana antes de
las elecciones, en el bastión electoral de Camacho, en el departamento de
Santa Cruz, había 28% de indecisos, que representan 7,5% del padrón
electoral total. Son personas de sectores pobres que fueron excluidos por
los empresarios a los que representa el líder cruceño, y que fueron
violentadas en las movilizaciones que lideró este empresario contra Evo
Morales hace un año. En la elección del 18 de octubre, estos indecisos de
tierras bajas optaron por el MAS, en rechazo a una elite empresarial incapaz
de incluirlos en su «modelo de desarrollo». Por eso el MAS obtuvo 35% de los
votos en esa región.



El próximo gobierno del MAS, con Arce a la cabeza, estará signado por la
crisis económica, el conflicto social y la emergencia sanitaria por el
covid-19. El apoyo de 52% del electorado no significa una sólida base social
necesariamente. El MAS no logrará controlar los dos tercios de la Asamblea
Legislativa como lo hizo en los últimos años. La coyuntura política requiere
de una cultura democrática de construcción de acuerdos con otros actores
políticos. Y tal cultura es muy débil, casi inexistente, en un MAS
acostumbrado a un tipo de hegemonía política que ya no existe en Bolivia.



* Sociólogo. Realizó varios estudios sobre movimiento evangélico, cultura,
política y derechos sexuales y reproductivos en Bolivia. Dirige la
consultora Diagnosis, dedicada a la investigación sobre desarrollo social y
opinión pública;



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Verónica Rocha Fuentes (comunicadora social) *



Durante toda la campaña para las elecciones del 18 de octubre se evidenció
la existencia de una categoría de voto que había tenido poca relevancia en
otras elecciones anteriores, aquella que se denominó «voto oculto». Esa
categoría de votos, junto con la de «voto indeciso», fue determinante para
establecer una diferencia que, según todas las proyecciones, es de más de 20
puntos en favor de Luis Arce Catacora. Los múltiples estudios de opinión que
se presentaron durante el periodo de campaña electoral habían logrado
detectar la existencia de ese voto con una prevalencia mucho mayor a los
datos históricos. Lo que no lograron las instituciones de estudios de
opinión fue detectar a dónde se iba a dirigir esa votación. En las primeras
horas de conocerse esta tendencia, todo parece indicar que fueron esas
categorías de voto las que terminaron definiendo la amplia victoria del MAS
en primera vuelta.



Un voto que se llamó oculto durante el periodo de campaña y que, tras la
jornada electoral, bien podría apellidarse «paciente» podría ser útil para
graficar no solo el inesperado virtual resultado, sino además el proceso
electoral más largo y difícil de la reciente historia democrática de
Bolivia. El voto oculto y paciente no habría sido otro fenómeno distinto de
aquel que durante el periodo de la democracia pactada y neoliberal se
conocía como el de la «Bolivia profunda». La misma que, habiendo «salido a
la superficie» en los últimos años –proceso constituyente de por medio– casi
desapareció por completo durante el año de gobierno transitorio en el que se
desarrolló el proceso electoral de 2020, y cuya presencia se extinguió en la
maquinaria simbólica, institucional, mediática y empresarial que suele
establecer las narrativas en pugna política. Tras un año de cotidiana y
sistemática estigmatización del «masismo» (o cualquiera que «pareciera»
pertenecer o adherir al MAS), todo apunta a que sus partidarios optaron por
ocultarse y esperar las urnas. Ocultarse por miedo, ocultarse por vergüenza
o quizá hasta ocultarse por estrategia.



Voto oculto sí, pero también inusitadamente paciente. Ese voto que terminó
definiendo una virtual pero amplia e indiscutible victoria en primera vuelta
tuvo que atravesar una crisis institucional, un gobierno transitorio, una
pandemia, un inicio de crisis económica, cuatro cambios de fecha de
votación, una jornada electoral bajo amenazas del gobierno, cambios en los
planes del Tribunal Supremo Electoral de ultimísima hora, votar bajo un país
militarizado y no contar con ningún resultado durante la jornada electoral
para, finalmente, con una paciencia que varias veces rozó el límite pero no
cedió, aferrarse a lo último que le quedaba a Bolivia antes del precipicio:
las urnas.



Así, en menos de un año, bajo la narrativa de un fraude electoral, Bolivia
ha transitado abruptos, forzados y violentos reacomodos de su tejido
político, institucional y mediático; todo esto a la sombra de un complejo
tejido social que, aunque dañado, pareciera haber mantenido sus estructuras
en pie. Y que, oculta y pacientemente solo, parecía esperar la oportunidad
legítima para volver a dejarse ver. Al menos, ese pareciera, por ahora, el
principal resultado de las recientes elecciones que, sin duda, van mucho más
allá de una virtual victoria del MAS, pues establecen los mínimos sobre los
cuales tocará establecer un urgente proceso de reconciliación nacional.



* Comunicadora social. Fue directora de Información Gubernamental del
Ministerio de Comunicación (2011). Fue consultora del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2009 y 2010) y de IDEA Internacional
(2011);



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Fernando Molina (periodista y escritor) *



No cabe duda de que los adversarios del MAS subestimaron el potencial
electoral de este partido y de su candidato Luis Arce. Por un lado, las
encuestas –que no detectaron la verdadera intención de quienes se
presentaban como indecisos– los despistaron. Por el otro lado, esta
subestimación se debió a la incapacidad de estos grupos políticos, que
representan a las elites tradicionales, de reconocer al MAS como una
expresión genuina de los sectores sociales menos pudientes y más indígenas
del país. En cambio, normalmente han visto al MAS como «marioneta del
chavismo», «organización delincuencial», «grupo de narcoterroristas» y han
considerado la adhesión que despierta como un fenómeno puramente clientelar.




En esta miopía existe una fuerte carga de racismo. Desde siempre, los
sectores tradicionalmente dominantes del país han concebido la politización
de los subalternos –que socava los pilares meritocráticos y hereditarios de
su poder– como una irrupción de la irracionalidad y la codicia. Esto viene
desde el siglo XIX, cuando los representantes de la oligarquía de la época,
los septembristas, se quejaban por «tener que descender» a la actividad
política a causa de la invasión de esta por el «cholaje belzista» (por los
seguidores de Isidoro Belzu), que era tanto como decir la «barbarie».



La subestimación de la que hablamos estuvo presente en el candidato Carlos
Mesa, que fue incapaz de construir un partido con incidencia en el mundo
indígena. También estuvo presente en el gobierno interino de Jeanine Áñez,
que gobernó con la mente puesta en las clases sociales más elevadas, las
cuales querían vengarse del MAS y estaban acostumbradas a ver a los
indígenas exclusivamente como empleados o incordios sociales.



Las elites se han revelado incapaces de analizar por qué Evo Morales les
ganó en 2005, las razones del predominio político de este durante tantos
años y las causas por las que el MAS no se hizo trizas después de su caída
en noviembre de 2019. Bolivia no es censitaria desde 1952, pero la
mentalidad de sus elites tradicionales sigue siéndolo.



De este modo, pese a que estas triunfaron sobre Morales el año pasado y
tenían posibilidades de construir una hegemonía –contaban con el apoyo de la
parte más educada y económicamente acomodada de la población, así como con
un respaldo «intenso» de las Fuerzas Armadas y la Policía–, perdieron el
poder que tanto anhelaban solo un año después de haberse hecho de él.



Unas elites oligárquicas y racistas gobernaron el país de 1825, fecha de su
nacimiento, hasta 1952, año de la Revolución Nacional. Lo hicieron sobre la
base de la imposición ciega y violenta de su voluntad sobre una mayoría
ignorante y a menudo silenciosa. Las condiciones de este dominio fueron
desapareciendo en el último medio siglo, pero la elite misma solo cambió
superficialmente. Hasta hoy sigue siendo «tradicional» y con tendencias a
oligarquizarse. Esta es la «paradoja señorial» de la que hablaba René
Zavaleta.



La transformación más importante en las condiciones de dominio se dio cuando
los sectores subalternos encontraron la forma de crear su propia expresión
político-electoral: el MAS. Desde ese momento, la acción electoral ha
resultado manifiestamente adversa a los partidos de las elites
tradicionales. Teóricamente hablando, la forma en que estas podrían
recuperar el poder de una manera algo más durable sería por medio de la
fuerza bruta, como en los años 60 y 70, pero esta vía es imposible hoy por
las características «epocales».



Por otra parte, una reforma de las elites tradicionales parece imposible. Si
no aprendieron la lección después de que Morales se aprovechara de sus
errores, abusos y excesos durante el neoliberalismo para derrotarlas, es
difícil pensar que aprenderán alguna vez. En efecto, apenas tuvieron una
oportunidad de prevalecer nuevamente, desnudaron los mismos vicios y la
misma miopía que tenían en los años 90, o unos vicios y una miopía peores
aún, porque en este tiempo no impera el neoliberalismo sino una forma
particularmente perversa del conservadurismo, el populismo de derecha.



Al mismo tiempo, el MAS haría mal si también menospreciara a sus adversarios
en el futuro. Aunque esta no parece capaz de generar un proyecto sostenible
de poder en un país insumiso y mayoritariamente indígena como Bolivia, de
todas formas está furiosa, resentida, acumula gran parte del capital
económico y casi todo el capital cultural y, como demostró en el último año,
tiene fuerza suficiente, en alianza con las clases medias militares y
policiales, para destrozar las bases de sustentación del proyecto
antagónico. Puede salirse del marco democrático cuando esto le sea posible.



Las elites tradicionales pueden aprovechar las deficiencias y fallas del
bloque popular (como hizo con el narcisismo de Morales y la corrupción de su
gobierno) y atacar justo cuando este pierda pie, se equivoque, se confunda y
entonces deje de ser 50% más uno del pueblo boliviano.



* Periodista y escritor. Es autor, entre otros libros, de El pensamiento
boliviano sobre los recursos naturales (Pulso, La Paz, 2009) e Historia
contemporánea de Bolivia (Gente de Blanco, Santa Cruz de la Sierra, 2016).
Es colaborador del diario español El País.

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