Marxismo/ Hay que soñar: la anticipación y la esperanza como categorías del materialismo histórico [Ernest Mandel]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Dom Sep 27 23:40:51 UYT 2020
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Correspondencia de Prensa
27 de septiembre 2020
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Marxismo
Hay que soñar: la anticipación y la esperanza como categorías del
materialismo histórico
Ernest Mandel
Viento Sur, 25-9-2020
https://vientosur.info/
Este texto fue la contribución de Ernest Mandel a un coloquio celebrado en
1978 en homenaje al filósofo marxista Ernst Bloch (1885-1977) y se publicó
por primera vez en 1980 1/. En este artículo, Mandel utiliza categorías
desarrolladas por Bloch, como las de todavía no y realmente posible, para
examinar la necesidad de incorporar las nociones de futuro en el pensamiento
socialista. (Redacción Viento Sur)
Desde el punto de vista marxista, el trabajo y la capacidad de comunicación
avanzada son los dos aspectos más importantes del ser humano como ser
social. El trabajo social es imposible sin una comunicación humana avanzada,
interpersonal, que incluya la capacidad de utilizar herramientas
lingüísticas estructuradas, de formar conceptos y de desarrollar la
conciencia. Como materialistas, sabemos que la capacidad de comunicarnos de
forma más que rudimentaria –la que también tienen los animales–, se basa en
la necesidad de la producción social para ganarse la vida. La conexión
inextricable entre el trabajo y la comunicación lleva, entre otras cosas, a
que “simplemente no podemos eludir el hecho de que todo lo que hace actuar a
los hombres debe encontrar su camino a través de sus cerebros, incluso comer
y beber, que comienza como consecuencia de la sensación de hambre o sed
transmitida por el cerebro, y termina como resultado de la sensación de
saciedad igualmente transmitida por el cerebro” 2/.
A este respecto, Marx se expresa muy claramente en el capítulo 7 del primer
volumen de El Capital: el trabajo es una actividad específica de la
humanidad, es una actividad consciente en un doble sentido. Marx no sólo
presupone relaciones articuladas conscientemente entre las personas: la
producción social y el intercambio de valores de uso, de bienes materiales
necesarios para el mantenimiento y la reproducción de la vida material, van
de la mano de la producción e intercambio de sonidos, palabras y conceptos
socialmente entendidos. Además, el trabajo humano tiene la característica de
requerir proyectos mentales anticipados en la conciencia de los productores
como condición para su realización:
Concebimos el trabajo de una forma que lo califica de exclusivamente humano.
Una araña realiza operaciones que se asemejan a las de un tejedor, y una
abeja avergüenza a muchos arquitectos con la construcción de sus celdas.
Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es esto,
que el arquitecto levanta su estructura en la imaginación antes de erigirla
en la realidad. Al final de cada proceso de trabajo, obtenemos un resultado
que ya existía al principio en la imaginación del obrero 3/.
La capacidad de imaginar
El producto del trabajo como proyecto de trabajo, como realidad material que
aún no se ha realizado, es por lo tanto un prerrequisito para su propia
realización. La capacidad de la humanidad para anticiparse, imaginar, está
indisolublemente ligada a su capacidad de hacer trabajo social. El homo
faber puede ser homo faber solo porque el ser humano es al mismo tiempo homo
imaginosus.
La capacidad humana de formar conceptos, de abstraer, de imaginar y de
elaborar proyectos, es decir, la capacidad de anticipar, está a su vez
estrechamente vinculada a las condiciones de vida materiales y sociales.
Incluso los conceptos e ideas humanas más elementales, y ciertamente las más
complejas, no son productos puros de la imaginación y del trabajo mental,
totalmente independientes y ajenos a la producción material. Surgen en
última instancia como procesado mental –a cargo del cerebro humano– de
elementos de las experiencias de la vida material. Por lo tanto, son
inseparables de la participación del individuo en la naturaleza y la
sociedad.
El metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, que es el fundamento de
esta participación, la necesidad material de producir y reproducir la vida
de la que surge ese metabolismo, cumple un propósito humano en el trabajo,
como dice Marx. O en la explicación más amplia de Engels:
Las influencias del mundo exterior en el ser humano se expresan en su
cerebro, se reflejan en él en forma de sentimientos, impulsos, voliciones,
en resumen, como “tendencias ideales”4/.
Por lo tanto, los proyectos de trabajo, que surgen en la mente humana antes
de realizarse materialmente, son, en última instancia, productos de la
realidad material, incluso cuando todavía no se han realizado materialmente.
Ni siquiera la producción de conceptos y del pensamiento humano se puede
separar completamente de los procesos materiales que le preceden y acompañan
en la naturaleza y la sociedad, aunque no sean imágenes especulares
puramente mecánicas de esos procesos. Más bien se trata de elementos que
corresponden a procesos materiales, pero que la mente humana combina y
reprocesa creativamente, pero siguen estando objetivamente determinados por
esos procesos.
La base material de la capacidad humana para anticipar, imaginar y elaborar
proyectos que aún no se han realizado se basa en el instinto de
conservación, es decir, en el correlato instintivo e inconsciente de la
compulsión de producir y reproducir la vida material a la que los humanos
están sometidos. Las principales manifestaciones de esta anticipación son el
miedo y la esperanza.
Sin embargo, mientras que el miedo puede ser puramente instintivo –no
siempre y no necesariamente es así, pero puede ser, y por lo tanto es uno de
los instintos más importantes en los animales–, la esperanza puramente
instintiva es imposible. Por ello, Ernst Bloch subrayó con razón que incluso
en sus expresiones instintivas más elementales, la esperanza ya es más que
puro instinto, es la capacidad de imaginación, de anticipación ideal. La
esperanza es, por lo tanto, el instinto humano por excelencia. Junto con el
trabajo social y la capacidad de formar conceptos y conciencia, pertenece al
núcleo duro e inmutable de nuestra especificidad antropológica. El homo
faber como homo imaginosus es humano porque la especie humana es homo
sperans.
Esperanza realmente posible
El proyecto de trabajo como fruto de las necesidades y deseos materiales
está sujeto a las condiciones materiales para su realización. No todos los
productos ideales de nuestro cerebro conducen a la producción material real.
No todos los proyectos mentales se realizan realmente. No toda esperanza
anticipada se hace realidad. Solo se realizan aquellos proyectos laborales
que cumplen las condiciones objetivas y subjetivas para su realización. No
toda esperanza es una esperanza realmente posible. Bloch establece una clara
distinción entre la esperanza realmente posible y el sueño ilusorio. Es
precisamente la capacidad del trabajo mental para combinar conceptos, que
solo en última instancia corresponden o surgen de las experiencias de la
vida, en las direcciones más divergentes. Estas combinaciones no reflejan
necesariamente una realidad material ya existente. Esto lleva a la
distinción entre la anticipación de lo realmente posible y el sueño
ilusorio.
Pero lo realmente posible, a su vez, solo está parcialmente predeterminado.
Esto se debe a que los humanos producen sus propias vidas de la misma manera
que hacen su propia historia. La dimensión activa de nuestra especificidad
antropológica define, por lo tanto, un campo intermedio, una zona de
transición entre lo que es material, social e históricamente imposible y lo
que es material, social e históricamente posible. Este campo intermedio
incluye todos los cambios de la naturaleza y la sociedad que ya son
materialmente posibles, pero cuya realización depende de una cierta práctica
humana concreta. Esta práctica no emerge ni automática ni simultáneamente de
la existencia de esa posibilidad material.
Por otra parte, los límites de lo que es materialmente posible no están
definidos de antemano con precisión en todas las direcciones. El marco
general es en cualquier caso una condición que viene dada, pero dentro de
ese marco existen innumerables variantes y posibilidades.
Una vez que el método de producción capitalista pasó a ser dominante, tanto
el surgimiento de la lucha de clases proletaria como, a largo plazo, el
desarrollo del movimiento obrero moderno, eran inevitables. Pero la forma
concreta y específica en que ese modo de producción capitalista se
desarrolló, por ejemplo, en Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados
Unidos, sus antecedentes históricos concretos, es decir, su pasado
político-social y la historia de esos cuatro países, las peculiaridades
nacionales en el surgimiento y desarrollo del propio proletariado en cada
uno de esos países, las peculiaridades del movimiento ideológico y político
que precedieron, acompañaron y sucedieron a la conquista del poder político
por la burguesía en esos países: todo ello influyó profundamente en el
desarrollo concreto de la lucha de clases proletaria y del movimiento
socialista en los cincuenta años siguientes. En consecuencia, los
movimientos obreros de esos cuatro países adoptaron formas muy diferentes en
un largo período de la historia. Sin embargo, lo realmente posible se
inscribía en el marco general del “auge, desarrollo, apogeo y declive del
modo de producción capitalista y la consiguiente profundización de sus
contradicciones internas”.
Anticipación
Por lo tanto, la realidad histórico-material es siempre una totalidad
abierta y, por lo tanto, una totalidad incompleta, que incluye al menos
numerosos desarrollos posibles diferentes. Algunas de estas posibilidades se
realizarán, otras no. Nada es más ajeno al marxismo que el fatalismo
histórico o el determinismo mecánico y economicista.
En cualquier modo de producción, la lucha de clases puede comportar la
victoria de la clase revolucionaria o la ruina mutua de las clases
contendientes: Marx y Engels lo repetían a menudo. El capitalismo no conduce
a la victoria inevitable del socialismo, sino al dilema: o la victoria del
socialismo o la regresión a la barbarie. Puesto que la materia no es
estática e inmóvil, sino que está en constante movimiento; puesto que la
sociedad humana está a su vez en constante cambio; puesto que el objeto del
pensamiento y de la práctica humana responde a procesos de la naturaleza y
de la sociedad en constante desarrollo y cambio; puesto que la propia
práctica humana interviene activamente en esos procesos, solo podemos
acercarnos a una comprensión completa de esta totalidad. En nuestro análisis
hay que incluir el “todavía no se ha hecho” pero que es realmente posible,
así como lo que ya existe y lo que potencialmente podría desaparecer.
Reconocer la realidad como una totalidad contradictoria, como una totalidad
en desarrollo, impulsada por todas sus contradicciones internas, significa
incorporar en ese conocimiento todos los desarrollos posibles de esta
totalidad. La anticipación no es, por tanto, solo una categoría
antropológica, sino también epistemológica, científica, es una categoría del
materialismo histórico, escribe Ernst Bloch:
Precisamente los extremos que anteriormente se han mantenido tan separados
como ha sido posible: futuro y naturaleza, anticipación y materia, se unen
en el fundamento del materialismo histórico-dialéctico. Sin materia no hay
base de anticipación (real), sin anticipación (real) ningún horizonte de la
materia es determinable […] Lo realmente posible comienza con la semilla que
lleva dentro lo que viene5/.
Ahora podemos describir con mayor precisión la función productiva del factor
subjetivo junto con su fuerza impulsora instintiva, la esperanza.
Si quiero realizar un proyecto de trabajo, debo subordinar mi voluntad a
este objetivo, dice Marx en el capítulo 7 del primer volumen de El Capital.
Esta subordinación, por supuesto, viene estimulada por una actitud subjetiva
hacia el proyecto, que no es neutral, sino que consiste en el deseo y la
esperanza de conseguirlo. Los incentivos pueden ser muy diversos. Pueden
variar desde el miedo hasta el castigo y el deseo de recompensa, desde el
deseo individual, la necesidad consciente, hasta la adhesión al grupo social
o a la comunidad que consume el producto del trabajo, o incluso ser puro
altruismo. Pero la producción siempre viene estimulada por el deseo y la
esperanza de su realización efectiva. Cuando no existe tal deseo y
esperanza, o cuando incluso lo contrario es cierto, la realización del
proyecto se hace considerablemente más difícil, es decir, el productor se
comportará de manera indiferente o incluso hostil hacia la producción. Los
productores pueden incluso sabotearla continuamente (considérese la actitud
de los esclavos o de los trabajadores forzados en determinadas
circunstancias). Los productores que están totalmente desprovistos de toda
esperanza son malos, es decir, productores improductivos. Esta ley se ha
confirmado a lo largo de la historia de la sociedad humana.
Guillermo el Taciturno
Lo que se aplica a la praxis humana elemental se aplica aún más a la praxis
social totalizadora que tiene como objetivo la transformación de la sociedad
misma. Una figura histórica y transitoria como el líder semifeudal de la
gran revolución burguesa holandesa, Guillermo el Taciturno, fue capaz de
acuñar el hermoso y estoico lema característico de las pequeñas minorías
conscientemente revolucionarias: “Point n’est besoin d’espérer pour
entreprendre, ni de réussir pour persévérer” [No hace falta tener esperanza
para actuar, ni éxito para perseverar]. Sin embargo, con tal motivación no
es posible conseguir que entren en acción las grandes masas de personas, y
menos aún las clases sociales en su conjunto. Su actividad está siempre
orientada de forma inmediata y directa al presente. Una praxis de clase, que
quiere cambiar la sociedad, viene determinada en última instancia por los
intereses de la clase, pero crece en alcance y eficacia cuando está
acompañada de deseos y expectativas que transmiten estos intereses de una
forma inmediatamente comprensible y accesible para las masas.
La esperanza de abolir la explotación y la opresión, la desigualdad y la
falta de libertad, es decir, la esperanza de una sociedad sin clases, ha
acompañado a la lucha de liberación del proletariado moderno en todas las
etapas del ascenso tempestuoso del movimiento obrero. Le ha dado una energía
y una fuerza motriz que no puede surgir exclusivamente de la defensa de los
intereses materiales cotidianos. En todas las épocas y países en que el
movimiento obrero se limitó a esa defensa, esa fuerza motriz fue limitada o
incluso inexistente, a pesar del hecho innegable de que en la sociedad
burguesa esa esperanza sigue siendo inseparable de la defensa de los
intereses materiales cotidianos de la clase obrera, sin los cuales la lucha
por la emancipación se evapora en la mera fantasía.
Pero en estrecha relación con la esperanza, propia del proletariado moderno,
en el fin de la explotación capitalista mediante la emancipación socialista
de la clase obrera como vehículo de la emancipación de la sociedad en su
conjunto, existe una anticipación histórica más antigua.
Como seres socialmente productores y comunicadores, los humanos son por
naturaleza cooperativos. El salto de una sociedad sin clases a otra dividida
en clases sociales antagónicas, que comenzó hace unos 10.000 años, causó un
tremendo trauma en el sentimiento y el pensamiento humanos, precisamente
porque correspondía muy poco a nuestra naturaleza cooperativa. Por eso la
historia de la humanidad no es solo una historia de luchas de clases, sino
también una historia de innumerables expectativas, proyectos,
anticipaciones, lamentos, poemas, cuentos, discursos filosóficos, planes y
batallas políticas, que giran en torno a las siguientes cuestiones: ¿Cómo
podemos volver a la edad de oro de la sociedad sin clases? ¿Cuál es el
origen de la desigualdad social? ¿Cómo se puede eliminar esta desigualdad
social?
Profetas judíos
Los filósofos griegos y los políticos revolucionarios romanos; los profetas
judíos y los primeros padres de la iglesia cristiana; los impetuosos
precursores y representantes de la Reforma; los primeros socialistas
utópicos y los representantes de los movimientos más radicales dentro de las
grandes revoluciones burguesas han planteado este problema, cada uno de
ellos de la forma particular que correspondía a su época, su sociedad y su
clase. Sin embargo, no se puede exagerar el tremendo potencial que se deriva
de la continuidad de este problema y el inmanente desarrollo autocrítico de
la respuesta al mismo. El poeta austriaco Nikolaus Lenau resumió esta
continuidad sintética y simbólicamente en el último cuarteto de su poema
épico Die Albigenser: “A los albigenses les siguen los husitas, que pagan
con sangre lo que aquellos sufrieron; después de Hus y Ziska vienen Lutero,
Hutten, los Treinta Años, los guerreros de las Cevenas, los asaltantes de la
Bastilla, y así sucesivamente.”
No hay duda de que la mayoría de los defensores de una sociedad sin clases
que acaban de mencionarse eran utópicos en el sentido de que no tenían una
idea precisa de las condiciones materiales y sociales necesarias para la
realización de su proyecto lleno de esperanza. Indudablemente, por otra
parte, todos los intentos prácticos y políticos del pasado para construir
una sociedad sin clases fracasaron, ya que las condiciones materiales y
sociales para ello no habían madurado todavía. Pero eso no significa en modo
alguno que todos los esfuerzos realizados por esos pensadores y luchadores
hayan sido inútiles o incluso perjudiciales. Al contrario.
Los socialistas utópicos prepararon, promovieron y aceleraron el
pensamiento, la teoría, la ciencia y la práctica del movimiento obrero
moderno, ampliando enormemente los horizontes de lo que se creía posible. Al
hacerlo, también ampliaron el conocimiento de la propia realidad social, ya
que dicho conocimiento requiere una actitud rigurosamente crítica hacia todo
lo que existe, todo lo cual debe considerarse transitorio. Y es precisamente
la integración en el análisis social de lo que aún no existe, en el punto en
que este pasa de ser un deseo a una posibilidad real de futuro, lo que da a
la crítica social un alcance mucho más amplio.
No solo el socialismo científico, sino también la economía política clásica
inglesa, la filosofía clásica alemana y la historiografía sociológica
clásica francesa aprendieron mucho más de los socialistas utópicos de lo que
uno podría suponer en un principio. Incluso sin el trabajo previo de los
socialistas utópicos, lo más probable es que hubieran logrado sus
resultados, pero más lentamente, con más dificultad y con más
contradicciones. Si desde el punto de vista histórico el socialismo
científico aparece como la superación del socialismo utópico, se trata de
una superación en el sentido hegeliano de la palabra, es decir, que conserva
y reproduce sus elementos fértiles. Y esto presupone en todo caso la
existencia previa del socialismo utópico, de esa anhelada esperanza de una
sociedad sin clases, como fase necesaria y fecunda en la lucha de
emancipación de la humanidad trabajadora.
Cuando Ernst Bloch escribe: “La ciencia dialéctico-histórica del marxismo
es, por lo tanto, la ciencia mediatizada del futuro de la realidad más la
posibilidad objetivamente real que encierra; todo esto con la finalidad de
la acción […] es el horizonte del futuro, tal como lo entiende el marxismo,
con el pasado como antesala, que otorga a la realidad su dimensión real”,
expresa una doble verdad6/.
Esperanza de realización
El conocimiento de la realidad es siempre el conocimiento de sus leyes de
movimiento, de sus leyes de desarrollo. La grandeza del Capital de Marx
radica precisamente en el descubrimiento de las leyes del desarrollo a largo
plazo del modo de producción capitalista, leyes que solo se desplegaron
plenamente después de la muerte de Karl Marx. El propio Capital,
contrariamente a una crítica común (y vulgar) a menudo repetida, es mucho
más una obra del siglo XX que del siglo XIX.
Por otra parte, la modificación de la realidad –la realización del programa
de la undécima Tesis sobre Feuerbach, la verdadera acta de nacimiento del
marxismo– supone no solo una orientación al futuro, no solo la comprensión
de lo que todavía no es una posibilidad real, sino también la esperanza de
realización de lo realmente posible. Requiere el esfuerzo de todas las
fuerzas mentales, de la voluntad y de los sentimientos en pos del objetivo
de realizar lo realmente posible, pero todavía no alcanzado, y el mayor
esfuerzo del individuo revolucionario entre la realidad existente y la
posibilidad, imbuida de esperanza, que hay que hacer realidad.
Alguien que ya no está con los dos pies en el suelo de la realidad y ha
perdido la comprensión de las condiciones materiales-sociales, objetivas y
subjetivas para la realización del proyecto revolucionario, no es el único
tipo de revolucionario malo. Los malos revolucionarios son también aquellos
que se han convertido en prisioneros de la realidad existente, que están tan
absortos en la rutina diaria que pierden la comprensión, la premonición y la
sensibilidad para dar un giro repentino, inesperado y radical a la relación
de fuerzas y a la actividad de la clase revolucionaria. Esas personas han
sacrificado la atenta mirada al futuro en aras al limitado ajetreo cotidiano
acostumbrado, o lo que se llamó en el idioma del movimiento obrero alemán:
“die alte bewährte Taktik” [la vieja táctica probada], y por lo tanto se
verán irremediablemente sorprendidos, superados y paralizados por las
repentinas erupciones volcánicas de la lucha revolucionaria de masas.
También en este sentido, el pleno conocimiento de la realidad no es posible
si no se amplía el horizonte del futuro.
Después de agosto de 1914, Vladímir Lenin, Rosa Luxemburg y un puñado de sus
amigos internacionalistas no solo expresaron su aversión moral por la
capitulación de la socialdemocracia oficial a la guerra imperialista.
También juzgaron esta capitulación a la luz de la perspectiva, todavía no
materializada, pero basada en un análisis científico (y no en un mero deseo)
de una inevitable intensificación de la lucha de clases revolucionaria a
raíz de aquella guerra mundial. Esta lucha vendría provocada por la
inevitable intensificación de las contradicciones económicas, sociales,
políticas e ideológicas del modo de producción capitalista, contradicciones
de las que la guerra era a la vez la expresión y la fuerza motriz. Los
acontecimientos del período 1917-1919 demostraron que tenían razón. Pero los
acontecimientos que acompañaron el final de la guerra mundial añaden una
dimensión adicional a la lucha de tendencias de 1914-1915 en el seno del
movimiento obrero internacional. Sin la anticipación de esos
acontecimientos, sin esa perspectiva, la capitulación de 1914 no se puede
comprender, explicar y juzgar en su totalidad.
El arte de la predicción
Sin perspectivas revolucionarias no es posible ninguna política
revolucionaria genuina, y por lo tanto ninguna práctica revolucionaria real,
al menos en el marco del socialismo científico. En cualquier caso, estas
perspectivas deben basarse en un análisis correcto de la realidad y no en
fantasías, deben partir de un análisis de las contradicciones
socioeconómicas reales y revelar su dinámica, deben examinar si y por qué
estas contradicciones disminuyen o, por el contrario, se intensifican, y no
partir de un desarrollo abstracto y deseado.
Las perspectivas significan una relación con el futuro, es decir, la
anticipación, la esperanza y el miedo son aspectos decisivos de cualquier
actividad política, ya sea proletaria, pequeñoburguesa o burguesa. Después
de haber perdido su carácter revolucionario, la burguesía definió la
política como el arte de lo posible. El austromarxista Otto Bauer cambió
este lema al definir la política como el arte de la previsión. Esto va sin
duda más allá del ciudadano de mente estrecha, que por el conservadurismo
social teme todo cambio importante y desea limitar la política a pasos
pequeños y sin importancia.
Pero el lema de Bauer también revela la dimensión pasiva y fatalista del
austromarxismo: en el arte de la previsión, el elemento activo y
transformador de la política está totalmente ausente. Para el marxismo, la
política es el arte de ensanchar al máximo los límites de lo posible en
beneficio de los intereses de la clase obrera (y del progreso de toda la
humanidad), sobre la base de una perspectiva científica de lo que es
objetiva y subjetivamente posible, si se amplían al máximo la movilización y
la iniciativa de las masas y la práctica del partido revolucionario
permanece plenamente integrada en esa perspectiva como elemento constitutivo
de la realidad cambiante.
La esperanza y el miedo a la revolución desempeñaron un papel decisivo en
las divisiones dentro del movimiento obrero internacional después de agosto
de 1914. Inicialmente, los socialdemócratas de derecha justificaron su
capitulación ante la guerra imperialista argumentando que no debía perderse
el contacto con las masas y que estas, después de todo, estaban
entusiasmadas con la guerra. Sin embargo, unos años más tarde, cuando en
países como Rusia, Alemania, Austria, Hungría e Italia esas mismas masas se
volvieron con tanto entusiasmo en contra de la guerra y a favor de la
revolución, el argumento cambió repentinamente.
Ahora se descubrió de repente la necesidad de “defender incondicionalmente
los principios”, así como “el sentido de la responsabilidad” y “el coraje de
ser impopular”. La conclusión que se puede sacar de esto es que la
adaptación automática al “movimiento de masas” no fue el verdadero motivo de
la capitulación de agosto de 1914. Y sin duda en los años 1917-1920 el miedo
a la revolución, el miedo al riesgo de perder las conquistas duramente
conseguidas, el miedo a saltar a lo desconocido, el miedo a romper con la
rutina diaria, desempeñó un papel psicológicamente decisivo. Como marxistas,
debemos vincular este miedo con los intereses sociales y materiales de un
estrato conservador del movimiento obrero.
En sentido contrario, la esperanza de la revolución animó al ala radical de
la clase obrera y del movimiento obrero con la misma rapidez con que
comenzaron a tomar forma y a hacerse realidad los cambios revolucionarios.
La anticipación se convirtió en una experiencia, el proyecto político se
convirtió en el objetivo de la acción política de masas.
Estamos viendo algo similar con el llamado eurocomunismo. En este fenómeno
se cruzan muchas tendencias. Para explicar el eurocomunismo hay que tener en
cuenta numerosos procesos históricos, sociales, económicos, políticos,
ideológicos (entre otras cosas, la lógica interna del revisionismo teórico)
e incluso psicológicos personales, como por ejemplo el trauma de la
experiencia personal de algunos de los excesos del estalinismo. (Véase en
este contexto el libro de 1978 de un antiguo dirigente del Partido Comunista
de España, Jorge Semprún, Autobiografía de Federico Sánchez.) Pero nos
parece evidente que la evolución de muchos partidos comunistas hacia
posiciones eurocomunistas estuvo (y está) determinada en parte por la
convicción de que en los países occidentales la revolución no estará en el
orden del día durante mucho tiempo, lo que significa que es imposible, y la
mayoría llega a la conclusión adicional de que la revolución también es
indeseable, porque en cualquier caso daría lugar a una derrota catastrófica.
Desde esta perspectiva, las conclusiones estratégicas siguen su lógica; algo
parecido ocurrió con la socialdemocracia clásica antes y después de la
primera guerra mundial.
Espejo
La transformación socialista de la sociedad significa el primer intento en
la historia de la humanidad de conducirla conscientemente por caminos
previamente elegidos, empezando por una transformación consciente de la
economía y del Estado, con el objetivo de lograr una sociedad sin clases y
la abolición del Estado. Al mismo tiempo, el hecho de que la realización de
este proyecto dependa en gran medida de la capacidad de los explotados y
oprimidos para organizarse y liberarse, hace que sea aún más audaz y que las
dificultades para llevarlo a cabo sean aún más evidentes. Este proyecto
liberador y anticipatorio es la culminación de los resultados asimilados
críticamente de todas las ciencias sociales, así como de las conclusiones
teóricas y prácticas de los pensadores utópicos-revolucionarios y de las
revueltas de masas precedentes.
El carácter anticipatorio de este proyecto, a su vez, se ve apoyado y
estimulado afectivamente por la esperanza de su realización, una esperanza y
un impulso que fecundan la actividad revolucionaria de los individuos,
grupos y clases sociales, en la medida en que responde al mismo tiempo a una
convicción racional sobre la necesidad y la posibilidad histórico-material
de realizar el proyecto. La interacción entre la tendencia objetiva y su
correlato en el campo de la esperanza humana se expresa agudamente en el
comentario de Trotsky sobre el papel útil de la literatura:
Si uno no puede arreglárselas sin un espejo ni siquiera para afeitarse,
¿cómo puede uno reconvertirse a sí mismo o su vida sin verse en el “espejo”
de la literatura? Por supuesto que nadie habla de un espejo exacto. A nadie
se le ocurre pedir a la nueva literatura que tenga la misma impasibilidad
que un espejo. Cuanto más profunda sea la literatura, y cuanto más imbuida
esté del deseo de dar forma a la vida, más significativa y dinámicamente
será capaz de “imaginar” la vida7/.
La teoría de la sociedad socialista, de su economía, de su orden político,
de la necesaria desaparición de la producción de mercancías y del Estado, de
su permanente transformación cultural, de su internacionalismo y de su
dinámica emancipadora global ha sido ampliamente desarrollada, pero aún no
está completa. Además de un fuerte elemento de procesado crítico (y
autocrítico) de todas las experiencias históricas de las revoluciones
proletarias del pasado, hay también un elemento creciente de anticipación
todavía no confirmado empíricamente. Tal anticipación se ha vuelto
indispensable para la coherencia interna de la teoría y a los ojos de las
masas para la persuasión de la política que informa. Después de la
catástrofe histórica del estalinismo, los marxistas ya no pueden permitirse
el lujo de limitarse a proclamaciones del tipo: “Derroquemos primero el
capitalismo. En cuanto al tipo de sociedad que se construirá entonces y cómo
será el socialismo en términos concretos, eso dejémoslo al devenir histórico
(o a las generaciones futuras)”. Hoy en día, omitir la anticipación
socialista del proyecto revolucionario concreto significa hacerlo
inverosímil a los ojos de las amplias masas.
Una visión concreta del futuro
Una visión concreta del futuro socialista –preferimos esta formulación a la
de la utopía concreta, porque estamos convencidos de que la realización de
este modelo de socialismo es realmente posible– se ha convertido hoy en día
en un requisito imprescindible para la práctica política revolucionaria en
los países desarrollados de Occidente. En estos países industrializados, el
proletariado no derrocará el capitalismo si no está convencido de que existe
una alternativa concreta al mismo. Necesita estar convencido de una
alternativa que sea profundamente diferente y superior en comparación tanto
con el capitalismo como con el llamado socialismo realmente existente de los
países del bloque del Este, ¡que no es en absoluto socialismo!
Cientos de miles de revolucionarios de todo el mundo ya esperan la
realización de este proyecto. Por lo tanto, son capaces de evitar la
resignación ante las catástrofes a las que se dirige el mundo burgués, así
como la desesperación autodestructiva. Esta misma esperanza terminará por
inspirar a las masas en una escala cada vez mayor y contribuirá de manera
decisiva al avance hacia el socialismo mundial.
Hace setenta y cinco años, un entonces poco conocido joven revolucionario
escribió un tratado práctico sobre la necesidad de un periódico
revolucionario como organizador colectivo de la vanguardia de la clase
obrera. Escribía en beneficio de un pequeño grupo de socialistas ilegales
que, bajo una sangrienta dictadura, habían dado los primeros pasos hacia el
desarrollo de un movimiento obrero moderno. Este tratado contiene una oda
peculiar al sueño (o esperanza), en la que muy rara vez se han fijado los
innumerables lectores de aquel escrito. Este es el pasaje:
“¡Hay que soñar!” He escrito estas palabras y me he asustado. Me he
imaginado sentado en el “Congreso de unificación” frente a los redactores y
colaboradores de Rabócheie Dielo. Y he aquí que se pone en pie el camarada
Martínov y se encara a mí con tono amenazador: “Permítame que les pregunte:
¿tiene aún la redacción autónoma derecho a soñar sin consultar antes a los
comités del partido?” Tras él se yergue el camarada Krichevski
(profundizando filosóficamente al camarada Martínov, quien hace mucho tiempo
había profundizado ya al camarada Pejánov) y prosigue en tono más amenazador
aún: “Yo voy más lejos, si no olvida que, según Marx, la humanidad siempre
se plantea tareas realizables, que la táctica es un proceso de crecimiento
de las tareas, las cuales crecen con el partido”.
Solo de pensar en estas preguntas amenazadoras me dan escalofríos y miro
dónde podría esconderme. Intentaré hacerlo tras Písarev.
“Hay disparidades y disparidades, escribía Písarev a propósito de la
existente entre los sueños y la realidad. Mis sueños pueden adelantarse al
curso natural de los acontecimientos o bien desviarse hacia donde el curso
natural de los acontecimientos no puede llegar jamás. En el primer caso, los
sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las
energías del trabajador… En sueños de esta índole no hay nada que deforme o
paralice la fuerza de trabajo. Todo lo contrario. Si el ser humano estuviese
privado por completo de la capacidad de soñar así, si no pudiese adelantarse
alguna que otra vez y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente
acabado de la obra que empieza a perfilarse por su mano, no podría figurarme
de ningún modo qué móviles le obligarían a emprender y llevar a cabo vastas
y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida
práctica… La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño
alguno, siempre que el soñador crea seriamente en un sueño, se fije
atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el
aire y, en general, trabaje a conciencia por que se cumplan sus fantasías.
Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien.
Este joven revolucionario se llamaba V.I. Lenin y la cita es de ¿Qué
hacer?8// Lenin pasa por ser la encarnación de la realpolitik
revolucionaria. Como podemos ver, la anticipación, la esperanza y los sueños
no son solo categorías del materialismo histórico, sino también categorías
de la realpolitik revolucionaria.
Fuente original: https://www.iire.org/index.php/es/node/941
Notas
1/ H. van den Enden (ed.), Marxisme van de hoop – hoop van het marxisme?
Essays over de filosofie van Ernst Bloch (Bussum, 1980). Esta traducción es
una versión revisada de la publicada en castellano en
https://www.iire.org/index.php/es/node/941 El original en neerlandés se
publicó en De Internationale, n.º 48, invierno de 1994, volumen 38:
https://www.marxists.org/nederlands/mandel/1980/1980hoopbloch.htm
2/ Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica
alemana (1886).
3/ Karl Marx, El Capital, vol. I (1867).
4/ Engels, op. cit.
5/ Bloch, El principio esperanza.
6/ Bloch, op. cit.
7/ León Trotsky, Literatura y revolución (1924).
8/ https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/qh5.htm
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