Brasil/ La "trumpización" de Jair Bolsonaro, [gnacio Pirotta]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Ago 25 12:14:59 UYT 2021


  _____

Correspondencia de Prensa

25 de agosto 2021

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

  _____



Brasil



La «trumpización» de Jair Bolsonaro



Ante una posible derrota electoral, Bolsonaro está dirigiendo sus ataques al
voto electrónico y denunciando futuros fraudes en 2022. Mientras aviva a sus
seguidores, algunos imaginan la posibilidad de que se produzcan eventos
similares a los de Estados Unidos durante el final del mandato de Trump.
Aunque un asalto al Capitolio a la brasileña parezca poco probable, habrá
que seguir de cerca a las fuerzas de seguridad, que constituyen hoy un pilar
fundamental del gobierno bolsonarista.



Ignacio Pirotta *

Nueva Sociedad, agosto 2021

https://nuso.org/



Faltaban solo algunos días para las elecciones presidenciales
estadounidenses y Jair Bolsonaro aseguraba que quería ser el primer
gobernante del mundo en felicitar a Donald Trump por su triunfo. Hacía meses
que el ocupante de la Casa Blanca venía sembrando las dudas sobre el proceso
electoral y anticipaba que los demócratas pretendían quedarse con la
elección mediante fraude. El desenlace fue la invasión al Capitolio, el
pasado 6 de enero. En tanto, Bolsonaro fue el último presidente en
«reconocer» públicamente a Joe Biden como el ganador de las elecciones.
Ahora, a poco más de un año de las elecciones brasileñas, Bolsonaro recurre
a la misma estrategia de sembrar dudas sobre el proceso electoral y
anticipar la denuncia de fraude en 2022. «Si no hay elecciones limpias, no
habrá elecciones», amenazó.



Se trata de una estrategia idéntica, a pesar de que sean sistemas
completamente diferentes, ya que en Brasil la urna es 100% electrónica desde
2000, mientras que en Estados Unidos el voto es mediante papeleta y el
problema de Trump era con los votos por correo con los que se habría
consumado el fraude electoral. Pero, en definitiva, esa diferencia del
sistema de votación no es importante para la derecha radical, ya que lo
central es la deslegitimación del proceso en sí mismo. Tanto en el caso de
Bolsonaro como en el de Trump, lo determinante es la línea de
cuestionamiento a las instituciones, la apelación a supuestas conspiraciones
y el estilo siempre provocador, propio de la alt-right que impregna ambos
liderazgos, estilo que logra que se hable permanentemente de ellos. No
obstante, y sobre todo en el caso de Bolsonaro, la estrategia resultó más
efectiva a la hora de llegar a la presidencia –permitiéndole instalarse y
mantenerse en el debate público– que para gestionar y construir poder una
vez en el gobierno.



El caso de Trump es ilustrativo: para el consultor político Frank Luntz, al
persistir en la denuncia de fraude en las presidenciales, los republicanos
terminaron desincentivando la concurrencia a votar en las posteriores
elecciones para senadores del estado de Georgia, elección que terminó
alterando el equilibrio de poder dentro del Congreso en favor de los
demócratas. O bien algo más de fondo: los estados del Cinturón de Óxido –el
pujante polo industrial hasta comienzos de la década de 1980– que habían
sido claves en la victoria de Trump en 2016, cuatro años después quedaron
mayoritariamente en manos de los demócratas. De poco sirve encarnar el enojo
y la desesperanza de los trabajadores de cuello azul si lo que se establece
como política (el enfrentamiento comercial contra China) termina produciendo
más daños en la propia producción.



Resulta evidente que Bolsonaro sigue la misma estrategia antidemocrática de
Trump, pero también es innegable que, tanto entre sus liderazgos como entre
sus países, hay diferencias importantes. Para empezar, el liderazgo de Jair
Bolsonaro siempre fue más débil en términos de apoyo ciudadano que el de
Trump, con índices de aprobación más bajos. El trumpismo tiene una fuerza
mayor en la sociedad estadounidense que el bolsonarismo en Brasil. Da cuenta
de ello las dificultades del establishment del Partido Republicano primero
para evitar el triunfo de Trump en las primarias de 2016 y ahora para
quitárselo de encima. Una segunda diferencia relevante se vincula
precisamente con el sistema de partidos (bipartidismo versus multipartidismo
fragmentado) y con el hecho de que Trump contó con una estructura de apoyo
importante, algo de lo que su émulo latinoamericano carece. Hoy Bolsonaro no
está afiliado a ningún partido, después de abandonar el Partido Social
Liberal (PSL) —por el que fue electo— y de fracasar en su intento de crear
un partido propio.



En comparación con Trump, si algo tiene a su favor Bolsonaro son las
debilidades de las instituciones brasileñas. Concretamente, lo que atañe a
las fuerzas de seguridad y más específicamente a las policías militares que
dependen de los gobiernos estaduales. Tanto en Estados Unidos como en Brasil
se puede observar que los miembros de las policías son proclives a los
liderazgos de cada momento. Pero en Brasil existe una historia de
dificultades de control sobre las policías por parte de los gobernadores.
Los motines, como el último ocurrido en el estado de Ceará en 2020, tienen
cierta recurrencia en diferentes estados. En lo que respecta a las Fuerzas
Armadas, la actual militarización del gobierno comenzó paulatinamente con
Michel Temer, luego del impeachment de Dilma Rousseff. Pero además, como
escribió el politólogo Juan Negri, la raíz de la influencia del poder
militar en la política brasileña se encuentra en gran medida en el diseño de
la transición democrática, en la que los militares conservaron algunas
prerrogativas. Hoy no se puede analizar el gobierno de Bolsonaro y sus
posibles desenlaces sin considerar la imbricación con el poder militar.



No obstante la opacidad del universo militar y el permanente corporativismo
que se puede observar, desde hace un tiempo comenzaron a hacerse visibles
los contornos de las divisiones a su interior, fundamentalmente promovidas
por los distintos posicionamientos sobre Bolsonaro y sus intentos de
inmiscuir a las Fuerzas Armadas de manera más directa en la política y en el
enfrentamiento con los otros poderes. El hecho más significativo y que da
cuenta de las fisuras es la remoción de los comandantes de las tres fuerzas
este año; en los tres casos dejando en claro expresamente que el motivo de
la remoción fue su oposición a la utilización de las Fuerzas como
instrumento de presión hacia gobernadores. Es evidente que una parte de los
altos mandos no apoya la politización de las fuerzas y menos su utilización
para una ruptura democrática. La última de esas utilizaciones, y que también
dejó entrever las fracturas, fue el desfile de tanques y vehículos militares
de la Marina en la Plaza de los Tres Poderes el pasado 10 de agosto. La
intención era intimidar a la Corte Suprema, situada justo en frente al
Palacio del Planalto, y no tanto al Congreso, donde la votación sobre el
voto impreso estaba perdida desde el comienzo.



El proyecto de enmienda constitucional mediante el cual el gobierno
pretendía instaurar el voto impreso (y no solo electrónico), y cuya votación
coincidió con el desfile militar, fue enviado al Congreso en el contexto de
embates contra la urna electrónica y al Tribunal Superior Electoral. Ese
proyecto es una demostración de cómo mantener un estilo de radicalización
permanente termina siendo para Bolsonaro más importante que las políticas en
sí mismas. Se trató, desde un comienzo, de una votación perdida y, sin
embargo, Bolsonaro hizo de ella el principal caballito de batalla durante
semanas.



El Ejecutivo brasileño bajo las órdenes de Bolsonaro ha mostrado que tiene
serias deficiencias para formular políticas públicas en varios de los
ministerios. En buena medida, este es el resultado de la inexperiencia de
los nuevos funcionarios y de la persecución política a las burocracias
existentes y la política de vaciamiento estatal. El caso más grave es el del
Ministerio de Economía. Todas las reformas de peso, desde la reforma
previsional en 2019 hasta la tributaria –que hoy se tramita en el Congreso–,
o bien las privatizaciones, dejan sabor a poco y exhiben déficits técnicos
importantes en su formulación.



A esta altura, el gobierno de Bolsonaro tampoco tiene una política pública
de peso que se haya constituido en la marca de su gestión. Lo más parecido a
eso ha sido el auxilio de emergencia pagado a los sectores más vulnerables
durante 2020, y vigente hasta hoy aunque con un monto y alcance menores que
en sus inicios. La historia del auxilio ilustra la falta de coherencia al
menos en lo que a políticas sociales se refiere. El gobierno primero se
opuso a la medida –impulsada por la oposición en el Congreso–, pero una vez
consumada la derrota aprovechó y capitalizó políticamente el beneficio. Hoy
la intención es crear el Auxilio Brasil, para sustituir al Bolsa Familia
creado por Lula da Silva en 2003, con un aumento de 50% del valor pago en
promedio. Así, quedaría como una continuidad del auxilio de emergencia
(percibido mayoritariamente como un beneficio otorgado por Bolsonaro) y se
intentaría borrar al programa que es legado de Luiz Inácio Lula Da Silva. No
obstante, hasta la aprobación del auxilio por el Congreso, Bolsonaro y los
suyos nunca habían tenido en el horizonte de su gestión fortalecer las
políticas sociales. Al contrario, la trayectoria del presidente es la de
desprecio hacia los programas sociales, e incluso hacia sus sus
beneficiarios.



En consecuencia, se produce un cambio drástico en la narrativa del gobierno,
que pasa de tener como uno de sus ejes la ética y la antipolítica, para
luego eyectar al afamado Sergio Moro (para muchos emblema de la
anticorrupción) del gobierno y aliarse a las fuerzas políticas más
comprometidas en investigaciones por corrupción. El perfil de sensibilidad
social tampoco termina de asentarse, ya que Bolsonaro comenzó a construir
ese nuevo perfil con el auxilio de emergencia pero luego fue errático,
oscilando en sus declaraciones entre no comprometer más gastos, siguiendo la
agenda de su ministro de Economía, el ultraliberal Paulo Guedes, o bien
continuar y ampliar la asistencia.



Las embestidas antidemocráticas que generan convulsión política permanente,
la ineficacia de las políticas públicas y las reformas y la ambigüedad
respecto del rumbo económico liberal ya hicieron perder importantes apoyos
dentro del establishment económico. El 5 de agosto, más de 200 empresarios,
intelectuales y políticos publicaron una carta en la que manifiestan que no
permitirán ninguna «aventura autoritaria». La «carta del PIB», como la apodó
la prensa, tuvo la particularidad de reunir a algunos nombres de peso del
mundo empresarial, desde industriales a banqueros. En definitiva, parte del
«círculo rojo» brasileño pasó a manifestarse abiertamente contra Bolsonaro.
Ya desde hace un tiempo son frecuentes los comentarios provenientes del
empresariado en el sentido de que las permanentes crisis institucionales
afectan al mundo de los negocios y la tan imprescindible previsibilidad. El
daño a la imagen internacional del país es otro de los tópicos frecuentes.
Medio ambiente, gestión de la pandemia, pueblos indígenas: todos temas que
confluyen en un deterioro de la imagen internacional de Brasil durante la
presidencia de Bolsonaro.



El mejor momento para Bolsonaro en términos de imagen llegó con el auxilio
de emergencia a mediados de 2020, cuando llegó a superar el 40% de
aprobación. Esa mejora coincidió con los breves meses en que Bolsonaro
moderó su estilo, redujo sus apariciones públicas y estableció algunos
pactos de convivencia con los poderes judicial y legislativo.
Posteriormente, el mandatario abandonó ese estilo pero aún así llegó a
febrero de este año con una gran articulación política en el Congreso que le
permitió colocar dos nombres alineados (inicialmente) con el gobierno tanto
en la presidencia de la Cámara de Diputados como en la del Senado.



Sin dudas, ese fue su momento de mayor poder en el plano institucional. Sin
embargo, poco tiempo después esos mismos socios, Arthur Lira en Diputados y
Rodrigo Pacheco en el Senado, ya han tenido sus desencuentros con el
presidente, centralmente por el negacionismo ante la pandemia y los ataques
a las instituciones. Recientemente, el presidente de la Corte Suprema
rechazó realizar una reunión entre Bolsonaro y todos los jueces de la Corte
con la que desde el Ejecutivo se pretendía restablecer la pacificación
después los sucesivos ataques contra el Tribunal Superior Electoral, al que
acusó de estar coaligado con Lula Da Silva, y contra la propia Corte, en una
ya habitual lógica de tensión y distensión permanente. Aquella quimera del
«Bolsonaro moderado» es mucho más difícil para los 15 meses que restan hasta
las elecciones y él mismo se ha encargado de concretizar los temores con que
algunos le dieron su voto en 2018. Mantener la identidad radicalizada mina
las posibilidades de construcción de poder, en el caso de Bolsonaro mucho
más que en el de Trump. Sobre todo si no se exhiben suficientes resultados
positivos en la gestión.



De momento no hay «incendio del Reichstag» que justifique una avanzada
autoritaria. Incluso la amenaza «comunista» era más creíble con el Partido
de los Trabajadores sin Lula como alternativa a Bolsonaro, que con la
aparición de este luego de la anulación de las sentencias en marzo de este
año. Lula Da Silva es un interrogante. Su regreso, ¿sería más parecido a
cuál de todos los gobiernos del PT? El «primer Lula» es el preferido del
establishment, aunque ya ha pasado mucho agua bajo el puente para que aquel
modelo conciliador del «Lula paz y amor» pueda replicarse. Pero en cualquier
caso ninguno de sus gobiernos fue de izquierda radical. Bolsonaro se las ha
ingeniado para que cuatro años más de un gobierno suyo suenen como un
fantasma incluso más amenazante que el regreso de el ex obrero metalúrgico.
De allí la foto de hace algunos meses del expresidente Fernando Henrique
Cardoso junto a Lula Da Silva y su declaración de que votaría por este en
una hipotética segunda vuelta contra Bolsonaro.



Si lo que está haciendo Bolsonaro con sus ataques a la urna electrónica es
preparar el terreno para un asalto al Capitolio a la brasileña, entonces
habrá que ver qué sucede con las fuerzas de seguridad, las divisiones
internas existentes en su interior y hasta dónde están dispuestas a
apoyarlo. Aunque hoy parezca poco probable que un intento de ruptura pueda
tener éxito, entre otras cosas por la baja legitimidad que tendría, no se
puede dejar de lado que la coerción es un elemento constitutivo del poder.
Por ahora, el estilo alt-right y el déficit en las políticas conspiran
contra las posibilidades de que Bolsonaro continúe en el poder más allá de
2022.



* Ignacio Pirotta, es licenciado en Ciencia Política por la Universidad de
Buenos Aires (UBA). Vive en Recife y analiza la situación política brasileña
en diversos medios de comunicación.

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20210825/dccb3f37/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa