Cultura/ Todas las vidas de Pessoa. [Antonio Muñoz Molina]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 27 14:37:01 UYT 2021


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27 de agosto 2021

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Cultura



Todas las vidas de Pessoa



‘Pessoa. An Experimental Life’ es el relato en más de 1.000 páginas de una
existencia de solo 47 años en la que exteriormente pasaron muy pocas cosas,
y de una imaginación que desbordaba su conciencia individual



Antonio Muñoz Molina

Babelia, 27-8-2021

https://elpais.com/



Fernando Pessoa tenía una gran afición a los sellos de caucho, a los objetos
diversos de papelería, a las máquinas de escribir, a los papeles de calco, a
las tarjetas de visita, a las hojas con membrete de los negocios y las
oficinas donde se ganaba la vida, nunca como empleado fijo, sino como
colaborador eventual. Fernando Pessoa iba atareadamente de un lado a otro
por las calles de la Baixa de Lisboa, y las que suben al Chiado o al Campo
de Ourique, las que se extienden paralelas al río y a los muelles, el Cais
do Sodré, el de Alcântara, ensimismado siempre, incluso cuando lo acompañaba
algún amigo, llevando bajo el brazo su cartera muy gastada de cuero, en la
que podía guardar de todo: cartas de negocios recién traducidas o borradores
de poemas o de horóscopos, o de cartas al director para algún periódico de
Lisboa o de Londres o Glasgow, que rara vez se publicaban, y que muchas
veces él no enviaba, y ni siquiera llegaba a terminar.



En la cartera, bajo el brazo, sobre todo en los últimos años, Pessoa solía
llevar también una botella mediana, y cada noche, antes de subir a su casa,
pasaba por el ultramarino de la esquina y el tendero, que lo conocía bien,
se la llenaba de coñac barato a granel, y sin que él lo pidiera le daba
también un paquete de cigarrillos y un envoltorio con algo de queso y de
pan. Unas veces el señor Pessoa, tan educado y amable, pagaba de inmediato,
y otras veces dejaba a deber la cuenta, que por temporadas se acumulaba sin
que el tendero llegara a inquietarse mucho, y menos todavía dejara de
atenderlo. Tampoco le negaba nunca sus servicios, aunque se retrasara mucho
en los pagos, el peluquero de la misma calle, que le cortaba el pelo y le
afeitaba todas las mañanas.



En la casa que compartía con la familia de su hermana, y en la que vivió los
últimos 15 años de su vida, Pessoa ocupaba un cuarto mínimo, oscuro, sin
ventana, con una cama estrecha y un baúl enorme en el que iba guardando
todas las cosas que escribía. En su cuartillo Pessoa escribía con letra
diminuta y tenue, fumaba, bebía coñac. No permitía que nadie entrara a
limpiar ni a poner algo de orden, lo cual a su hermana Teca la sacaba de
quicio. Cualquier día iba a incendiar la cama y los papeles del baúl y la
casa entera. Los papeles, los ceniceros, las colillas, los libros, las
botellas, escapaban del cuarto y se expandían por la casa. Pero también era
un hermano muy afectuoso y tenía un gran talento para divertir a sus
sobrinos. Salía a la calle, y los niños se asomaban al balcón para decirle
adiós. Entonces él hacía como que se chocaba contra una farola y se caía al
suelo, con su silueta y sus gestos de cómico de cine mudo, y los niños se
morían de risa.



Pessoa estaba escribiendo siempre. Escribía a mano en su cuarto a la luz de
una lámpara y también en las oficinas donde pasaba unas horas traduciendo
cartas comerciales al inglés o al francés, a veces redactando anuncios para
una agencia de publicidad. El primer anuncio de Coca-Cola en Portugal lo
inventó Fernando Pessoa en 1929. Le gustaba quedarse en una oficina cuando
todo el mundo se había marchado ya y escribir a máquina en la soledad y el
silencio, convirtiéndose en alguno de sus personajes heterónimos, como un
actor a solas sobre un escenario. Era el ingeniero naval Álvaro de Campos, o
el poeta campesino Alberto Caeiro, que murió tan joven, o el riguroso
latinista Ricardo Reis, o el ayudante de contabilidad Bernardo Soares,
quizás el que llevaba una vida más semejante a la suya y escribía y escribía
fragmentos destinados a un libro que ni se acercaba a su fin ni llegaba a
tomar forma.



Pessoa no terminaba nada y no dejaba nunca de escribir, pero la literatura
no era su dedicación exclusiva. También escribía las reglas de juegos de
mesa que había inventado él, o las de un sistema de taquigrafía al que
dedicó mucho tiempo sin llegar a nada, o consagraba centenares de páginas
minuciosas a la elaboración de horóscopos y a la transcripción embarullada
de mensajes del más allá recibidos durante sesiones de espiritismo. Todo
acababa en el baúl. En una foto de poco después de su muerte se ve el baúl
abierto y rebosando de papeles, más de 30.000 hojas escritas en una
caligrafía críptica que los estudiosos llevan más de 80 años explorando,
como egiptólogos en una tumba inagotable.



El más constante, que yo sepa, es el profesor Richard Zenith, autor de la
edición más completa, dentro de lo conjetural, del Libro del desasosiego.
Ahora Zenith ha completado su tarea de editor con la de biógrafo. Su Pessoa.
An Experimental Life es el relato en más de 1.000 páginas de una vida de
solo 47 años en la que exteriormente pasaron muy pocas cosas, y de una
imaginación que desbordaba su conciencia individual y se multiplicaba en un
dédalo de personajes y de voces, en el reparto de un drama em gente que
tenía como escenario la ciudad entera de Lisboa pero que existía sobre todo
en las ensoñaciones muchas veces desatinadas de su autor. La erudición de
Richard Zenith es casi tan asombrosa como su paciencia: no hay dato de la
vida exterior de Pessoa que no haya registrado; no hay testimonio tan
ocasional o dudoso que no merezca su atención; no hay borrador, hoja suelta,
poema adolescente, organigrama empresarial o editorial destinado al fracaso
que Richard Zenith no estudie tan meditadamente como el manuscrito de una
obra maestra. Ninguna pseudociencia era lo bastante disparatada como para no
merecer el respetuoso estudio y hasta la adhesión de Fernando Pessoa: la
cábala, el rosacrucismo, la alquimia, la quiromancia, la metempsicosis, la
mística de los templarios, la astrología, los viajes astrales. El hombre de
traje oscuro y gafas redondas con la cartera bajo el brazo que era tan
parecido a todos los que se cruzaban con él era también el más raro de
todos. La obsesión de Richard Zenith por abarcarlo todo pone a prueba de vez
en cuando la paciencia del lector, pero está siempre animada por un alto
sentido narrativo y una extrema sensibilidad, literaria y humana: quizás no
sea posible un retrato más aproximado de un personaje tan huidizo y tan
plural como Fernando Pessoa, de todas las vidas que pueden caber en una
sola.

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