Historia/ Retorno crítico al austromarxismo. [Jaime Pastor]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 27 22:25:00 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

27 de agosto 2021

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Historia



Retorno crítico al austromarxismo



Jaime Pastor*

Viento Sur, 26-8-2021

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Dentro de la historia del movimiento obrero internacional, el austromarxismo
representó una corriente que jugó un papel relevante durante el primer
tercio del siglo XX. Sin embargo, todavía no se puede afirmar que haya sido
objeto de suficiente interés dentro de la nueva ola de publicaciones sobre
Marx y el marxismo [i]. Parece, por tanto, necesario empezar recordando a
qué nos referimos y el por qué la propia singularidad de esta corriente
merece mayor atención.



Partiendo de la vía más directa, la de seguir en esto a su figura más
representativa, Otto Bauer, él mismo reconoció en 1926 que esa denominación
apareció pocos años antes de la Gran Guerra de 1914, empleada por un
socialista norteamericano, si bien hasta1915 no llega a difundirse por
escrito. En aquellos años en los que el capitalismo había entrado ya en su
fase imperialista no se  referían con ese término a la socialdemocracia
austríaca en general (entonces encabezada por Victor Adler), sino a un grupo
de jóvenes, entre ellos Max Adler, Karl Renner, Rudolf Hilferding [ii],
Gustav Eckstein, Friedrich Adler y el mismo Bauer. Éste recordaba que lo que
les unía entonces era menos una línea política determinada que la
originalidad de su trabajo científico, siempre en diálogo con distintas
corrientes y en particular bajo la influencia de pensadores como Kant y Mach
y el excepcional ambiente cultural de aquella época en Viena. Esto explica
que el austromarxismo fuera percibido muy pronto como el ejemplo más claro
de los contactos entre el marxismo y la gran cultura europea que se
extienden y se intensifican a caballo de los dos siglos, y de modo todavía
más acentuado después de la revolución rusa de 1905”(Marramao, 1983: 358).



Ese grupo se fue diferenciando pronto de la dirección de su propio partido y
también en algunas cuestiones de Karl Kautsky, quien, aunque de origen
austriaco, se había convertido en el principal exponente del pensamiento
teórico y estratégico de la socialdemocracia alemana. Buena prueba de todo
esto fue, no solo su oposición al revisionismo de Bernstein, sino el diálogo
que Otto Bauer protagonizó ya en 1909 con Karl Kautsky a propósito de su
obra El camino del poder respecto a la relación que en ella establece entre
la lucha por las reformas parciales y la revolución (Marramao, 1983:
362-363). Posteriormente, se distinguirán por su rechazo a la actitud de la
II Internacional y de la dirección de su propio partido ante la Gran Guerra,
mostrando su oposición a la misma y llegando a adherirse, salvo en el caso
de Karl Renner, a la minoría internacional que se constituye a partir de la
Conferencia de Zimmerwald.



Tras el desenlace del conflicto bélico, con la consiguiente caída del
Imperio austrohúngaro, el triunfo de la Revolución rusa y los procesos
revolucionarios que se dan en países vecinos, se abrirían nuevos debates en
el seno de ese grupo, configurándose distintas sensibilidades: mientras que
Max y Friedrich Adler [iii] representan el ala izquierda, Karl Renner lo
será de la derecha y Bauer, que llegará a contar con el apoyo de la mayoría
de su partido, se autodenominará de centro.



Fueron muchas las cuestiones que abordaron en sus trabajos en el plano
filosófico, económico o histórico más general, pero en este artículo,
apoyándome en mi lectura todavía incompleta del conjunto de sus obras, he
optado por centrarme principalmente en aquellos aspectos que me han parecido
de más interés en el proyecto político que se esforzaron por poner en
práctica.



Entre el bolchevismo y la socialdemocracia



Desde entonces, van configurando un espacio diferenciado en el ámbito no
solo de Austria sino a escala internacional. Esto se refleja en su posición
ante la Revolución rusa de 1917 frente a la de la mayoría de la II
Internacional. Una oposición que se ve confrontada con la de Kautsky y que
se siente más cercana a los mencheviques internacionalistas, como Martov,
con quien Bauer había trabado amistad tras su liberación de la cárcel en
Rusia en julio de 1917.



El saludo inicial a la revolución de octubre como una revolución por la
paz”, una victoria del proletariado ruso”y una repetición por primera vez de
la gesta de la Comuna de París de 1871 (Löw, 1977: 199) no mostró ambigüedad
alguna. Luego, irá marcando sus distancias ante la disolución de la Asamblea
Constituyente y definirá el nuevo régimen, con palabras de Bauer, como un
socialismo despótico”, pero a su vez considerándolo como una fase
inevitable: El socialismo despótico es de hecho el producto necesario de un
desarrollo que ha provocado una revolución social en un estadio en que el
campesinado ruso no está maduro para la democracia política, ni el obrero
ruso para la democracia industrial”(cit. por Getzler, 1983: 81) [iv].



La insistencia en la especificidad de la revolución y del nuevo Estado ruso
será a partir de entonces un rasgo que caracterizará a este grupo y que le
servirá para criticar la falta de solidaridad de la mayoría de la II
Internacional, pero al mismo tiempo para rechazar, frente a la III
Internacional, la conversión de Octubre de 1917 como modelo”a seguir. Por
eso optarán por promover la Unión Obrera Internacional de los Partidos
Socialistas (conocida, según la fórmula empleada por Radek, como la
Internacional dos y media”); una iniciativa que sin embargo, acabaría
fracasando para reintegrarse finalmente a la “nueva”II Internacional en
1923.



Paralelamente, el contexto de posguerra sometió pronto a la prueba de la
práctica el pensamiento estratégico del austromarxismo ante el nuevo
escenario que se abrió en Rusia y Alemania pero también en Hungría y Baviera
(con la proclamación de Repúblicas soviéticas en marzo y abril de 1919
respectivamente) [v], y en concreto a los retos que esos procesos planteaban
en  la “residual”Austria alemana. Es entonces cuando se empezó a comprobar
las contradicciones de una orientación que sufriría las críticas del nuevo y
muy minoritario Partido Comunista austriaco: su negativa a impulsar un salto
adelante del movimiento de consejos de obreros y soldados que se daba en ese
país en 1919 —y que ya tuvo su primer ensayo en enero de 1918 (Rosdolsky,
1976)—, solo apoyado por el ala izquierda del partido, se basaba ya en el
argumento, no exento de razones a tener en cuenta, de que el verdadero
problema no era conquistar el poder sino conservarlo(Merhav, 1983:317). Así
se lo explicó en una carta a Bela Kun, dirigente de la breve República
soviética húngara (Czerwinska-Schupp, 2017: 185-189). Frente a la
posibilidad de extender el proceso revolucionario, Bauer había optado en
noviembre de 1918, tras la proclamación de la Primera República y ya como
dirigente del partido, por participar en un gobierno de coalición con la
derecha social-cristiana, empezando así a poner en práctica una estrategia
basada en una teoría del equilibrio de fuerzas de clase que extendería hasta
1922 y que le llevaba a considerar que en ese periodo el Estado adquiría un
carácter neutral.



Pese a dejar pasar esas oportunidades, su reformismo militante(Merhav, 1983:
312) se reflejó en algunas conquistas parciales logradas desde el gobierno
—como el seguro público de desempleo y la jornada de 8 horas— y  en buenos
réditos electorales [vi]; pero también tropezó muy pronto con el rechazo al
plan de socialización del entonces ministro de Asuntos Exteriores Bauer
[vii].



Se trataba de una propuesta que había empezado a desarrollar en 1919 con el
fin de emprender la socialización de la gran industria, de la tierra, del
suelo y de la banca, precisando las tareas de los comités de fábrica y las
condiciones para adoptar ese plan, entre ellas la no menos importante para
Bauer de la Anschluss con la nueva República alemana, por considerar que
Austria sola no podría sobrevivir (Bauer, 1968 a). Un proyecto que en el
plano socioeconómico formaría parte del debate más general sobre la
socialización vivido durante los primeros años veinte (Weissel, 1983) y en
el que, como recuerdan Moreno Pestaña y Prieto Serrano (2020), destacó el
papel del también marxista austriaco Otto Neurath [viii], quien se convirtió
en el centro de una disputa con Ludwig von Mises, Max Weber y Friedrich
Hayek, sobre si era factible un cálculo socialista que prescindiese del
dinero —lo cual lo enfrentó también con Karl Kautsky y Otto Bauer,
partidarios de un “socialismo de mercado”.



Bauer seguirá apostando por  una “vía austriaca al socialismo”,  que
desarrollará como una teoría de la revolución lenta, política y social, en
la que, a diferencia de la socialdemocracia alemana, no excluía el recurso a
la violencia defensiva frente a la contrarrevolución burguesa. Así se
manifestaba, por ejemplo, en una argumentación expuesta en 1924:



“No podemos servirnos de las armas de nuestros soldados para tomar el poder.
Tenemos que conquistar el poder mediante la papeleta de voto. Pero las armas
de nuestros soldados tienen que protegernos de una contrarrevolución que nos
arrancara la papeleta de voto de las manos en el momento preciso pueda
llegar a darnos el poder (…). Pero los obreros mismos tienen que estar
preparados a defenderse cuando los fascistas y los monárquicos se levanten
contra la libertad republicana. Preparar a los obreros a la lucha defensiva
y mantenerlos dispuestos a ella es la tarea de nuestra Republikanischer
Schutzbund (Liga de protección republicana)”. (Bauer, 1968b): 157-158) [ix]



Sin embargo, esa estrategia —que, buscando legítimamente una alianza con el
campesinado y las clases medias, seguía primando la centralidad de la
democracia parlamentaria y a su vez mantenía la cláusula de una “violencia
defensiva”, aprobada después en el Congreso de Linz en 1926— se vería pronto
confrontada a acontecimientos como los de 1927 [x] y, sobre todo, las
jornadas de febrero de 1934. Estas habían sido precedidas por el apoyo
socialdemócrata a una enmienda constitucional promovida por el primer
ministro Dollfus en 1933 (que le otorgaba plenos poderes para disolver el
parlamento), mostrando así una subestimación de la fascistización en marcha
y confundiendo a la clase trabajadora austriaca. Esta, pese a la resistencia
armada que opuso la Schutzbund al golpe reaccionario de Dollfus (que
disolvió el parlamento y la asumió plenos poderes para poner en pie un
Estado corporativo), no secundó el tardío llamamiento a la huelga general,
sufriendo luego la ilegalización y la represión consiguientes de sus
organizaciones [xi]. Se abría así el camino definitivo al ascenso del
fascismo y, luego, a la ocupación del país por Hitler en marzo de 1938.



Concluía tras todo este recorrido una trayectoria que no era ajena a la
concepción de la política que había desarrollado Bauer, sobre la cual
llamaría posteriormente la atención Ernest Mandel a propósito de un artículo
dedicado a Ernst Bloch:



Las perspectivas significan una relación con el futuro, es decir, la
anticipación, la esperanza y el miedo son aspectos decisivos de cualquier
actividad política, ya sea proletaria, pequeñoburguesa o burguesa. Después
de haber perdido su carácter revolucionario, la burguesía definió la
política como el arte de lo posible. El austromarxista Otto Bauer cambió
este lema al definir la política como el arte de la previsión. Esto va sin
duda más allá del ciudadano de mente estrecha, que por el conservadurismo
social teme todo cambio importante y desea limitar la política a pasos
pequeños y sin importancia.



Pero el lema de Bauer también revela la dimensión pasiva y fatalista del
austromarxismo: en el arte de la previsión, el elemento activo y
transformador de la política está totalmente ausente. Para el marxismo, la
política es el arte de ensanchar al máximo los límites de lo posible en
beneficio de los intereses de la clase obrera (y del progreso de toda la
humanidad), sobre la base de una perspectiva científica de lo que es
objetiva y subjetivamente posible, si se amplían al máximo la movilización y
la iniciativa de las masas y la práctica del partido revolucionario
permanece plenamente integrada en esa perspectiva como elemento constitutivo
de la realidad cambiante. (Mandel, 2020)



Tras la derrota sufrida, Bauer cambió de orientación y propuso un rumbo muy
distinto, considerando que la democracia burguesa ya no era viable y que la
lucha contra el fascismo debía tener objetivo la construcción del socialismo
(Czerwinska-Schupp, 2017: 336 y ss.). Asimismo, acabaría reconociendo las
limitaciones de la práctica política anterior, como se puede comprobar en su
primera obra escrita en el exilio en 1936: ¿Entre dos guerras mundiales? En
ella encontramos, junto a reflexiones y aportaciones de interés sobre la
crisis del capitalismo [xii], la democracia y el fascismo, una
reconsideración de su práctica política pasada cuando afirma por ejemplo:
“Confesamos haber compartido si no todos, al menos muchos de los errores de
la socialdemocracia (…). Esta confesión solo puede molestar a quienes se
honran en no sacar ninguna lección de las experiencias históricas más
importantes”(cit. Bourdet, 1968: 57). Una autocrítica que en realidad debía
haberle conducir a una revisión de las ilusiones en el papel autónomo del
Estado que habían podido influir en sus propias filas, sobre todo durante el
periodo 1919-1922, con caracterizaciones ambiguas, como la  de una época de
“equilibrio de fuerzas de clase”, que, como alertaría Max Adler, se prestaba
a ser utilizadas para justificar una política de reconciliación de clases,
como en realidad defendió Karl Renner.



En esa última obra Bauer se reafirmaba, sin embargo, en lo que había sido
una idea fuerte de su corriente: la necesidad de mantener un partido unido
en Austria y la aspiración a reunificar a socialdemócratas y comunistas,
ahora con mayores razones para la defensa contra el fascismo y en la apuesta
por un socialismo integral en el que ambas corrientes se reconocieran
(Bauer, 1968c): 267-283; Merhav, 1983: 336-337). Una propuesta que irá
asociada a una actitud más comprensiva ante la evolución política interna en
Rusia y sus avances en la industrialización y la colectivización a partir de
1929, llegando a considerar, pese a su desacuerdo con los juicios a la vieja
guardia bolchevique, que el estalinismo había demostrado ser un “sistema
necesario”, e incluso a creer posible la construcción del socialismo en un
solo país(Bauer, 1968d: 174); una deriva que no fue apoyada por la mayoría
de sus camaradas, salvo Max Adler, y que provocaría una dura crítica de
Trotsky [xiii].



Otto Bauer y la cuestión nacional



La singularidad de este grupo aparece también reflejada en el creciente
interés que mostró por estudiar la realidad plurinacional y compleja del
Imperio austrohúngaro. Si bien Karl Renner fue relevante en este campo,
siempre dentro de su aspiración a mantener unidos a los distintos pueblos
que formaban parte del Imperio austohúngaro, prestaremos principal atención
a la contribución de Otto Bauer, quien ya en 1907 había publicado La
cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia[xiv].



Esta obra constituye una aportación original dentro del marxismo, ya que se
diferencia de las visiones economicistas y nacional-estatalistas dominantes,
pero también  de la más jurídica de su colega Karl Renner. En ese sentido se
puede sostener que introduce una ruptura epistemológica (Munk, 2010: 48)
dentro del marxismo, bajo el impacto del conflicto entre socialdemócratas
alemanes y checos que se había producido entonces. Porque, en efecto, se
trata de un enfoque no solo novedoso en su tiempo sino que está siendo
revalorizado hoy a la luz del cuestionamiento del paradigma del Estado
nacional y de los debates sobre la plurinacionalidad y la multiculturalidad
que se siguen dando entre diferentes corrientes procedentes tanto del
liberalismo como del marxismo [xv].



Como el mismo autor explica en el prefacio a la segunda edición de esa obra
en 1924, su aspiración era “comprender a las naciones modernas (…) como
comunidades de carácter nacidas de comunidades de destino”; una definición
que es ampliamente desarrollada en esa obra, evitando una visión
esencialista del carácter nacional (ya que lo considera como un constructo
histórico) y precisando que comunidad de destino no significa sometimiento a
un mismo destino sino vivencia común del mismo destino, en permanente
comunicación y continua interacción recíprocas”(Bauer, 1979: 7-11).
Aplicando esas categorías al “Estado de las nacionalidades”de Austria, Bauer
se apoya en la crítica de Rudolph Springer (pseudónimo de Karl Renner) en
1902 (Renner, 1978) a la concepción —y a la práctica— centralista atomística
del Estado liberal, para oponer a la misma la alternativa de la autonomía
nacional, entendiendo ésta  como la autodeterminación de las naciones, como
el programa constitucional de la clase trabajadora de todas las naciones
dentro del Estado de las nacionalidades.



Bauer es consciente también de la complejidad de la realidad multinacional
de ese Estado y por eso propone combinar el principio territorial y el
principio de la personalidad para el reconocimiento de derechos de grupos
diferentes dentro de un mismo territorio. Por esa vía, sostiene, se podría
tener en cuenta también la existencia de minorías nacionales dentro de las
regiones nacionales que pudieran constituirse en el futuro y así evitar
conflictos en cuestiones como la educación y la lengua.



Pero no por ello separa el socialdemócrata austriaco la cuestión nacional de
la relacionada con la lucha de clases y la política obrera. Por eso
considera que el Programa del Congreso de Brünn de la socialdemocracia
austrohúngara, aprobado en 1899 [xvi], debe situarse en un contexto más
amplio, buscando formular la política socialista de la clase obrera como su
verdadera política nacional, que sirve como simple medio a su política
administrativa y constitucional en Austria. Propone incluso una
reformulación de aquel programa, destacando que la clase obrera de todas
ellas (las naciones) reclame una organización que ponga fin a las luchas de
las naciones por el poder asignándole a cada nación una esfera de poder
jurídicamente asegurada, una organización, que conceda a cada una la
posibilidad de seguir desarrollando libremente su cultura y posibilite a los
obreros de todas ellas participar en su cultura nacional(Bauer, 1979:
513-516).



Bauer expresa también un punto de vista distinto del defendido por Marx y
Engels y por la mayoría de sus seguidores, convencidos de una futura fusión
de las naciones en una sociedad socialista. En cambio, él considera que el
socialismo crearía las mejores condiciones para el desarrollo de la
diversidad nacional, debido precisamente a que se habrán eliminado todas las
trabas existentes bajo la sociedad capitalista. Una tesis que refuerza en el
prefacio ya mencionado de 1924 cuando afirma:



“El capitalismo moderno ha nivelado los contenidos culturales materiales de
las diferentes culturas nacionales. Pero, sin embargo, las singularidades
nacionales todavía siguen teniendo efecto en el modo de apropiarse,
representar, vincular, aprovechar y continuar desarrollando esos mismos
contenidos culturales materiales.



Por eso insiste en que La tarea de la Internacional puede, y debe ser, no la
nivelación de las singularidades nacionales sino el engendramiento de la
unidad internacional en la multiplicidad nacional”(Bauer, 1979: 10-21).



Karl Kaustky (que pretende limitar las naciones a meras “comunidades
lingüísticas”) es también objeto de sus críticas, sosteniendo frente a aquél
en marzo de 1908: “no niego que la nación sea una comunidad de lengua sino
que busco detrás de la lengua lo que la genera, produce sus mutaciones y
determina los límites de su vigencia”(Bauer, 1978: 176). Asimismo, mantiene
intensos debates con el internacionalismo intransigente de Josef Strasser y
con Anton Pannekoek, ya que tanto uno como otro rechazan su definición de la
nación como comunidad de destino y consideran las naciones como meros
“episodios”en la historia. Es quizás con el consejista holandés con quien
muestra sus mayores desacuerdo, considerando que expresa un fatalismo
optimista mayor cuando defiende en un artículo publicado en 1912 la
tendencia histórica a la desaparición de las naciones a medida que la lucha
de clases se vaya exacerbando y, con ella, llegue el socialismo y la
humanidad futura se convierta en una única comunidad de destino(Pannekoek,
1978: 286).



Con todo, las tesis de Bauer sobre la cuestión nacional sufrieron también
los efectos de la experiencia de la Revolución Rusa y de la descomposición
del Imperio austrohúngaro, en particular respecto al derecho a la
autodeterminación, pasando de la defensa de la autonomía
nacional-territorial al apoyo al derecho a la separación… o a la unión con
otro Estado. Así, en enero de 1918 es autor del programa nacional de la
izquierda”(del Partido Socialdemócrata austriaco), en el que sostiene: La
socialdemocracia debe (…) reconocer el derecho de los pueblos a la
autodeterminación. “Debe reconocer a cada nación, y a cada parte importante
de cada nación, el derecho de decidir por sí su organización estatal”(cit.
Aricó, 1978:171). Un cambio que sin duda tiene que ver con la irrupción de
nuevos Estados tras el hundimiento del Imperio y con la consideración de que
el nuevo Estado residual austriaco no era viable y había que apostar, según
Bauer, por la construcción plural de una gran república democrática con
Alemania; una opción que, por cierto, no fue bien vista por la dirección de
la socialdemocracia alemana.



Max Adler y la democracia socialista



También tienen mucho interés los debates que atraviesan a este grupo en
torno a la democracia, el socialismo a construir o el concepto de dictadura
del proletariado. En estas y otras cuestiones afines es obligado destacar la
notable contribución de Max Adler en varias de sus conferencias, artículos y
obras. En ellas, desde una posición diferente de la de los bolcheviques o
los socialdemócratas alemanes, entra también en polémica con las tesis de
Hans Kelsen y con las de su compañero de partido Karl Renner.



Ya en 1919, Adler es autor de Democracia y consejos obreros, una obra en la
que se muestra partidario de la búsqueda de un modelo híbrido entre el
parlamento y los consejos obreros, la nueva forma de poder que se ha ido
extendiendo, no solo en Rusia sino en otros países, como Hungría y Baviera y
la misma Austria, pese a su corta vida.



Una propuesta que considera incompatible con el Estado capitalista,
caracterizado como un Estado de clase. Una concepción que desarrolla en 1922
en La concepción del Estado en el marxismo, insistiendo en la necesidad de
su destrucción frente a toda idea gradualista, como la que considera que
defiende Karl Renner (Adler, 1982: 330). En esa obra se opone al “formalismo
jurídico” de Kelsen y  propone distinguir  entre “democracia
política”—criticable al darse en el marco de una sociedad de clases— y
“democracia social”, horizonte al que aspirar en el camino hacia un Estado
sin clases.



Partiendo de esa distinción, Adler considera que los bolcheviques cometen un
error al oponer dictadura y democracia, ya que de este modo se sitúan en el
marco discursivo que caracteriza a los enemigos de la Revolución rusa,
quienes presentan como única democracia posible la existente en una sociedad
de clases. Frente a esa posición, argumenta a favor de la dictadura del
proletariado, si bien rechaza una concepción minoritaria de la misma —que
achaca a los bolcheviques—, ya que aquella solo se puede ver justificada si
se configura como un nuevo poder constituyente que tiene como misión sentar
las bases de una democracia social (Adler, 1982: 187-188 y 250-256) [xvii].



Esas tesis aparecen de forma más sistemática en  Democracia política y
democracia social, publicada en 1926. En esta obra, tras hacer un largo
recorrido histórico y seguir valorando positivamente El Estado y la
revolución de Lenin, argumenta a favor de entender la democracia como
soberanía del pueblo y como  2socialización solidaria”, se reafirma en el
carácter transitorio que ha de tener la dictadura del proletariado y en la
necesidad de una educación socialista que permita avanzar hacia una
democracia social. No faltan tampoco observaciones polémicas con posiciones
dentro de su partido respecto al Estado, frente a las cuales se reafirma en
que el interés democrático primordial no reside en participar en el poder
del estado, sino en apoderarse de este poder contra el Estado, es decir,
contra la sociedad de clases(Adler, 1975).



Cuestiones todas ellas que aparecen en el debate sobre la elaboración del
programa que se llegó a aprobar en el ya citado Congreso de Linz en 1926. En
éste, si bien las posiciones más conciliadoras de Renner no fueron
aceptadas, tampoco lo fueron la de Adler, pese a que finalmente se recogió
la fórmula “dictadura de los trabajadores”, entendida como un periodo de
transición eventualmente inevitable en el caso de una guerra civil “impuesta
a la clase proletaria”“(Merhav, 1983: 329) [xviii].



Max Adler también destacó por prestar más atención a la dimensión ética del
socialismo, como demostró en su trabajo de 1924 El hombre nuevo, en diálogo
con el neokantismo, insistiendo en la educación en el socialismocomo tarea
cultural central de su partido, en lo que coincidía con Bauer. Propuesta que
le llevó a elaborar una guía educativa que sirviera de instrumento de lucha
por la hegemonía cultural a la que debía aspirar la clase trabajadora
(Czerwinska-Schupp, 2017: 178-179).



La “Viena roja” como legado



Finalmente, es obligado destacar la centralidad que en toda la trayectoria
del austromarxismo tuvo la larga experiencia de gobierno autónomo
socialdemócrata que se vivió en Viena en el marco de un Estado federal.
Porque, en efecto, la “Viena roja”quedará siempre como el laboratorio de
referencia de la tercera vía” ensayada por el austromarxismo.



Recordemos con Michael R. Krätke (2021) que desde mayo de 1919, cuando ganó
las elecciones con más del 54% de los votos, hasta 1934, la socialdemocracia
gobernó la ciudad, en la que vivía un tercio de la población austriaca,
logrando en 1922 constituirse como estado federado con autonomía financiera
y fiscal. Esto le permitió emprender un proyecto que, a partir de la
aprobación de una ley de protección de los alquileres que provocó la
indignación de la burguesía, fue complementándose con un conjunto de
políticas urbanísticas, educativas, de previsión social, sanitarias,
culturales, deportivas…, que trató de extender a toda la ciudad.



Un proceso que se apoyó en el protagonismo de una diversidad de
instituciones de representación popular, con las que se articulaba a su vez
la estructura organizativa reticular del propio partido socialdemócrata,
como relataba Otto Neurath con detalle en un reportaje que publicó en julio
de1926 (1993). Viena aparecía en esos años como destinada a convertirse en
la prefiguración del socialismo que había que construir a escala de todo el
país, si bien Neurath no ocultaba los obstáculos que se iban a encontrar en
ese camino [xix].



Karl Polanyi mostró también en 1944, en La gran transformación, su
admiración por la “Viena roja”, reconociendo que 1918 fue el punto de
partida para una recuperación moral e intelectual, también sin precedentes,
de las condiciones de una clase obrera muy desarrollada que, bajo la
protección del sistema vienés, resistió los efectos degradantes de una grave
dislocación económica y consiguió alcanzar un nivel que no ha sido superado
por las masas populares de ninguna otra sociedad industrial(1989: 436-437).



Ese legado fue retomado por el mismo partido a partir de 1945 volviendo a
gobernar la ciudad, pero ya en un contexto político internacional muy
distinto y con un notable distanciamiento de sus propios orígenes, sobre
todo desde que empezó a gobernar en coalición en  1996. Con todo, pese a la
amenaza de distintos procesos en marcha —entre ellos la gentrificación, como
denuncia Krätke—, la ciudad no deja de distinguirse por conquistas como el
hecho de que en la actualidad un tercio de la población siga habitando
viviendas municipales.



Algunos apuntes para concluir



Del retorno a los orígenes, evolución y aportaciones del austromarxismo,
sucinta e incompletamente expuestas en este artículo, se puede entender el
porqué de su singularidad.



En primer lugar, porque se caracterizaron, desde su propia diversidad
interna, por elaborar un pensamiento marxista propio, basado en  un programa
de investigación abierto, como sostiene Krätke (2016: 122), en diálogo con
las principales corrientes científicas y filosóficas de su tiempo, presentes
muchas de ellas en la capital vienesa. Esta tarea se reflejó en una larga
relación de obras y trabajos en el plano teórico e intelectual que
demostraron esa hibridez intelectual y tuvieron su reflejo en el ámbito
político cuando trataban temas como el estado, el imperialismo, la cuestión
nacional, la democracia, la lucha contra el fascismo, o el socialismo a
construir.



En segundo lugar, porque se esforzaron por desarrollar un proyecto político
y estratégico innovador, diferenciado tanto del bolchevismo como de la
mayoría de la socialdemocracia europea, tratando de establecer una relación
distinta entre la lucha por las conquistas parciales y la revolución, entre
la democracia y la lucha por socialismo. Es cierto que esa vía austriaca al
socialismo no logró pasar la prueba de la práctica cuando llegaron los
acontecimientos decisivos a los que tuvieron que enfrentarse y en los que
pudo comprobarse las limitaciones de la tendencia a esperar al mejor
momento, a subordinar el voluntarismo al determinismo, que caracterizó a la
política como “arte de la previsión”en Bauer.



Con todo, no por ello deja de tener interés (re)conocer, aprender y
contrastar sus posiciones con las defendidas por otras corrientes, así como
con las reconsideraciones autocríticas que los mismos protagonistas,
especialmente Otto Bauer, hicieron después. En tercer lugar, porque fueron
una corriente que, además de no ser homogénea, asumió siempre una concepción
pluralista del partido y de la búsqueda del consenso interno, con las
ventajas y los inconvenientes que pudo suponer esto último para la toma de
decisiones colectivas en los momentos críticos que vivieron. Una tendencia a
la “mediación”(Czerwinska-Schupp, 2017: XIV) que trataron de extender a
escala europea, buscando en sucesivas ocasiones la reunificación de
bolcheviques y socialdemócratas dentro de una misma organización
internacional.



Por último, quizás lo más controvertido de este retorno al austromarxismo
esté en haber observado cómo, al final de su recorrido político, la
centralidad que a la lucha por un socialismo democrático daba esta corriente
acaba, paradójicamente, siendo compatible con la aceptación de la Rusia
estalinista por su principal responsable como una etapa necesaria”en el
camino hacia su propia democratización…  Una muestra de fatalismo optimista
que, como sabemos, no se cumplió, ya que la historia transcurrió después por
un camino muy distinto.



* Jaime Pastor,  politólogo y editor de viento sur. Ha publicado obras sobre
marxismo y cuestión nacional, militarismo y pacifismo, geopolítica y
movimientos sociales. Recientemente ha coordinado, junto con Miguel Urbán,
¡Abajo el rey! Repúblicas (Sylone y viento sur, 2020)



Notas



[i] Mencionemos, más allá del ámbito germanófono, la edición por Mark E.
Blum y William Smaldone de una selección de trabajos de miembros de esta
corriente en dos volúmenes en  Austromarxism. The ideology of unity (Brill,
2016), así como la obra de Ewa Czerwinska-Schupp (2017).  Recientemente, en
mayo de este año, Transform! Europe ha organizado una conferencia
internacional sobre el socialismo en Europa central y oriental y el
austromarxismo. Accesible en
https://www.transform-network.net/calendar/event/socialism-in-central-and-ea
stern-europe-and-austro-marxism/

[ii] Hilferding fue, como se sabe, autor de El capital financiero, obra
publicada en 1910, de amplia repercusión en los debates que transcurrieron
en el ámbito del marxismo y de la economía política (Krätke, 2017). No
abordaremos su trayectoria política en este artículo porque ya en 1906 se
trasladó a Alemania y se incorporó al partido socialdemócrata, llegando a
ser en 1923 y 1928 ministro de Finanzas bajo la República de Weimar. También
Eckstein se desplazó pronto a Alemania para trabajar en la prensa del
partido socialdemócrata. Krätke (2016) menciona a Tatjiana Grigorivi, Helene
Bauer y Natalie Morzkovska como miembros activos del grupo, a las que Baier
(2019) añade Käthe Lechter y Marie Jahoda.

[iii] Este último, hijo de Victor Adler, fue autor de un atentado mortal en
1916 contra el presidente del Consejo del Imperio de los Habsburgo, que
había sido responsable de la política represiva emprendida desde julio de
1914. Luego, tras su defensa política en el juicio abierto contra él, se
convirtió en símbolo de la oposición austriaca a la Gran Guerra, hasta ser
finalmente puesto en libertad en noviembre de 1918.

[iv] Para un análisis más detallado de la posición mantenida por Bauer y la
prensa socialdemócrata austriaca ante la Revolución rusa: Löw (1977).

[v] Ambas tuvieron corta vida: la primera fue derrocada  en agosto y la
segunda en mayo de 1919.

[vi] En las elecciones de febrero de 1919 obtiene la mayoría de votos; en
las de octubre de 1920 pasa al segundo puesto pero en 1923 consigue el 23%
de votos y llegará al 42 % en las elecciones de abril de 1927. Con todo,
seguirá habiendo una distancia enorme entre el apoyo mayoritario urbano,
principalmente en Viena, y el muy minoritario apoyo rural, bajo la
influencia del partido social-cristiano y de la Iglesia católica. Sobre
estas cuestiones: Domènech (2003: 371-396).

[vii] Marramao (1983: 376-379) recuerda el debate que suscitó en el seno del
gobierno (frente a, entre otros, Joseph Schumpeter como ministro de
finanzas) y el rechazo final a la nacionalización de la principal empresa
minera, de la industria del carbón y de la construcción, quedando así sin
aplicar la ley de expropiación de empresas.

[viii] Responsable de la Oficina de Planificación Económica de la efímera
República de Baviera, uno de los promotores de “la Viena roja” y  miembro
fundador del Círculo de Viena. La figura y la obra de Otto Neurath siguen
siendo poco (re)conocidas a escala internacional, si bien en el caso español
Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey jugaron un papel pionero en la
reivindicación de sus aportaciones, al igual que Joan  Martínez Alier, quien
en el monográfico dedicado a Neurath que coordinan Moreno y Prieto (2020) -y
que recomendamos encarecidamente- nos recuerda que fue “un predecesor de la
economía ecológica”.

[ix] Esta era una particularidad de la socialdemocracia austriaca: mantenía
una organización paramilitar que, como recuerda Bourdet, “podía movilizar de
120 a 150.000 hombres armados. El reclutamiento se hacía por medio de los
‘gimnastas obreros’ y de la organización juvenil, ‘Los halcones rojos”
(ibid.).

[x] El 15 de julio de ese año se produjo una revuelta popular frente a la
absolución de los fascistas responsables del asesinato de varios
trabajadores que exigió la movilización de la Liga Republicana de Defensa y
el armamento de la clase trabajadora, a lo que Bauer se opuso (Merhav, 1983:
318-320; Bourdet, 1968: 46-51).

[xi] Bauer se autocriticaría luego por haber apoyado la ley de emergencia.
Para un balance de aquellas jornadas: Bourdet (1968: 50-57), Frank (1979:
699-703), Wilno (2014) y Czerwinska-Schupp (2017: 327-332)

[xii] Bauer, bajo la influencia sobre todo de Hilferding, fue también un
activo participante en el debate sobre el “capitalismo organizado” durante
los años 20 del siglo pasado. Para esta cuestión: Altvater (1983); sobre su
análisis del imperialismo y de la crisis de 1929: Krätke (2017); sobre su
oposición al colonialismo y su elaboración de una teoría subconsumista de la
crisis capitalistas:  Czerwinska-Schupp (2017: 96-117).

[xiii] “Si Otto Bauer censura suavemente la justicia de Vichinsky, es para
sostener, con tanta mayor ‘imparcialidad’, la política de Stalin. El destino
del socialismo –según reciente declaración de Bauer- parece estar ligado a
la suerte de la Unión Soviética. ‘Y el destino de la Unión Soviética
–continúa diciendo- es el del stalinismo, mientras el desenvolvimiento de la
Unión Soviética misma no haya superado la fase stalinista’. ¡Todo Bauer,
todo el austromarxismo , toda la mentira y toda la podredumbre de la
socialdemocracia están en esa frase magnífica!” (Su moral y la nuestra,
https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/febrero/moral.htm )

[xiv] En este apartado me apoyo en lo que ya expuse en Pastor (2014: 51-54).

[xv] Este es uno de los temas que aborda  en su interesante obra Nimni
(1991).

[xvi] Se puede consultar el debate y la resolución adoptada en “La
Socialdemocracia internacional y la disputa entre las nacionalidades en
Austria, Brünn, septiembre de 1899)”, en Leopoldo Mármora, ed. (1978:
183-217).

[xvii] Sobre la particular posición de Max Adler dentro del austromarxismo y
su ubicación a la izquierda de lo que luego representaría el eurocomunismo:
Bensaïd (1977).

[xviii] Para un balance crítico del desarrollo del Congreso de Linz:
Marramao (1983: 406-419).

[xix] En el citado artículo precisaba: Esta breve panorámica muestra lo que
puede conseguir el proletariado en el orden actual, dentro del ámbito de una
gran ciudad. Sin embargo, vemos también que todas estas medidas encuentran
su límite en los poderes dominantes. Mientras no se rompa su dominio no se
eliminará la miseria proletaria”(1993: 106). Con todo, el espléndido
aislamiento”que se dará con la nueva Viena roja”estimulará, según Marramao
(1983: 407-408) esa especie de “ilusión óptica” que induce a Bauer y a la
dirección del partido a creer en la posibilidad de un progresivo e
inexorable asalto al sistema social a partir del único punto de apoyo de las
“rocas vienesas”“.



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