Honduras/ La victoria de Xiomara Castro en la "democracia oligárquica". [Daniel Vásquez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Dic 3 13:28:47 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

3 de diciembre 2021

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Honduras



La victoria de Xiomara Castro en la Honduras de la «democracia oligárquica»



El triunfo de Xiomara Castro cambia el panorama político hondureño y abre un
«giro a la izquierda» en la nación centroamericana. ¿Logrará Honduras
quitarse de encima el peso del autoritarismo y la corrupción sobre los que
descansaba el gobierno de Juan Orlando Hernández?



Daniel Vásquez *

Nueva Sociedad, noviembre 2021

https://nuso.org/



El domingo 28 de noviembre, los hondureños salieron a votar masivamente
contra la continuidad del prolongado régimen autoritario de Juan Orlando
Hernández. Los resultados preliminares de las elecciones generales perfilan
a Xiomara Castro como la próxima presidenta de Honduras, con una ventaja de
20 puntos (53,61%) sobre el candidato oficialista Nasry Asfura (33,87%). La
coalición de partidos que la acompaña tiene ante sí el desafío de cumplir
con las expectativas de una ciudadanía esperanzada en encontrar soluciones a
las crisis sociales y políticas que viene enfrentando el país. A la espera
de la declaratoria final de los resultados, conviene examinar el proceso
electoral y las principales fuerzas que lo condicionan, con el objetivo de
discernir las características del sistema político y la situación social en
que tendrá lugar la investidura de la candidata que reivindica el
«socialismo democrático» en el corazón de Centroamérica.



Un país políticamente inestable



Honduras, uno de los países más pobres y desiguales de América Latina, se ha
definido por una permanente inestabilidad política. Durante la segunda mitad
del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, la sucesión gubernamental se
dirimió primordialmente a través de la guerra civil y, de tanto en tanto,
por elecciones amañadas en las que se obstaculizaba el voto opositor. Luego
de la dictadura de Tiburcio Carías Andino (1933-1949), el golpe de Estado
fue la técnica de cambio de gobierno por excelencia, hasta que en 1981 —y
por presiones externas— comenzó un periodo de alternancia democrática
dominado por los partidos Liberal y Nacional. Esta forma de bipartidismo se
vio bruscamente interrumpida por el golpe de Estado de 2009 contra Manuel
Zelaya, lo que creó las condiciones para un reacomodamiento del tablero
político a partir de 2012. Sin embargo, el Partido Nacional ganó las
elecciones de 2009 y los comicios generales de 2013 y de 2017 que llevaron
al Poder Ejecutivo al nacionalista Hernández, volviendo a poner en escena
las «elecciones estilo Honduras». Diputado entre 1998 y 2014 y presidente
del Congreso Nacional entre 2010 y 2014, Hernández fue el primer mandatario
hondureño en lograr la reelección. Su padrino político fue el ex-presidente
Porfirio Lobo (2010-2014), ahora relegado a una posición marginal y
adversario suyo.



El régimen de Hernández, émulo confeso del viejo dictador Tiburcio Carías,
ha significado un profundo retroceso para el país. Ha minado las bases del
Estado de derecho y de la mutua vigilancia de los poderes. Se considera a
sus titulares como hombres leales al presidente que, junto con el alto mando
militar, forman parte del Consejo Nacional de Defensa y Seguridad que lo
sostiene. Su gobierno ha enriquecido a sus aliados de la banca privada al
otorgarles la administración de fondos públicos en forma de fideicomisos y
les ha cedido el control de la Comisión Nacional de Bancos y Seguros.
Además, ha debilitado severamente la capacidad de maniobra de las empresas
de servicios públicos, así como los sistemas de salud y educación. La
pandemia también mostró claramente cómo se maneja el régimen del todavía
presidente. Y es que las posibilidades de sobrevivir al covid-19 han estado
ligadas a la capacidad de pagar los altos precios requeridos por el
tratamiento, en un contexto en que el Partido Nacional ha puesto en cuestión
los derechos laborales consagrados por el Código de Trabajo, al emitir una
ley de trabajo por hora. Las cosas no terminan ahí. Bajo el gobierno de
Hernández se ha aplicado una política de neto corte extractivista, con sus
consabidas depredaciones de bosques, minería a cielo abierto y entrega de
los bienes comunes como el agua. Con el aparato estatal bajo su control,
Hernández ganó las elecciones de 2013 y de 2017, pero contaminado por una
fuerte impopularidad.



Pese a todo, el clan de Hernández ha sabido beneficiarse y hegemonizar el
sistema de negociaciones cupulares imperante en Honduras, respetando las
«reglas del juego» al responder cuidadosamente «a los intereses de todas las
elites prominentes», que son esencialmente las facciones mayoritarias de los
sectores empresariales, de las Fuerzas Armadas y de las iglesias. La
embajada estadounidense ha jugado un papel tutelar en ese sistema. El
prolongado régimen de Hernández se ha desenvuelto en medio de una cultura
política de acuerdos entre pares, en la cual juegan un rol fundamental los
grandes pactos entre quienes se consideran caciques de los partidos
políticos.



La seducción populista



Las elecciones del domingo marcan un cambio de rumbo de la política
hondureña. Con los resultados de los que se dispone hasta este momento,
Xiomara Castro ha triunfado en la contienda electoral. Perteneciente a una
familia de hacendados y empresarios de la madera, vinculada históricamente
al liberalismo, Castro lidera una coalición que ha sido la revelación de la
campaña electoral. Sus críticas al gobierno de Hernández le granjearon parte
del apoyo popular y la ubicaron en la primera línea política.
Autoidentificada como una persona de izquierda, Castro afirmó que su lucha
es por desarrollar en Honduras un modelo basado en el «socialismo
democrático».



Xiomara Castro es esposa de Manuel Zelaya, el presidente depuesto por un
golpe de Estado de 2009. Anteriormente miembro del Partido Liberal, Zelaya
fue víctima de un golpe tras evidenciar un giro al estilo del «populismo
refundador» sudamericano. Las críticas a los tratados de libre comercio con
Estados Unidos, el acercamiento a Venezuela y al llamado bloque de la
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y la
tentativa de modificar la Constitución le atrajeron la enemistad de una
parte de la elite tradicional. Cuando el golpe se consumó, su esposa saltó a
la palestra y se ganó la simpatía de un sector de la ciudadanía hondureña.
Cuando Zelaya fundó el partido Libertad y Refundación (LIBRE), Castro se
convirtió en la primera figura de la organización. En 2012, apenas un año
después, Castro se lanzó como candidata presidencial, pero en 2013 quedó en
segundo lugar, con 28,8% de los votos. Quiso volver a intentarlo en 2016,
pero acabó abandonando la carrera en favor de Salvador Nasralla, líder de la
Alianza de Oposición contra la Dictadura y entonces el candidato mejor
posicionado para enfrentar a Hernández. Nasralla perdió la elección por un
escasísimo margen y denunció un «descomunal fraude electoral».



Castro volvió a lanzarse como candidata en enero de 2020. Con la venia de su
marido, derrotó a sus tres oponentes internos dentro de LIBRE con el apoyo
de seis sobre las nueve corrientes internas del partido, e inició el camino
hacia la Presidencia. Su campaña estuvo centrada en la crítica de las leyes
destinadas a sostener al juan-orlandismo, en la promesa de convocar a una
Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva Carta Magna, en la
crítica de las Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (ZEDES) —a las que
calificó como una entrega de la soberanía popular a empresas
internacionales—, en el rechazo al «modelo neoliberal» y a la corrupción.
Además de su promesa de vender el avión presidencial —al que consideró un
lujo que el país no puede permitirse cuando buena parte de la población
atraviesa severos problemas sociales—, afirmó que Honduras buscará
relaciones con China, marcando así una agenda alejada del histórico
«norteamericanismo» de la dirigencia política local. Castro prometió además
terminar con el régimen de «narcodictadura» que, según su perspectiva,
encarna Juan Orlando Hernández.



Su campaña también tuvo un eje de especial importancia: el que se refiere al
rol de las mujeres. Castro se manifestó contra la violencia de género y el
acoso sexual, pero ha sido ambivalente en relación con el aborto. Ha hecho
declaraciones favorables cuando se trata de ciertas causales, pero también
ha sostenido posiciones más ambiguas. La virtual presidenta electa ha sido
duramente criticada por sus pasadas manifestaciones en favor del chavismo.
Sus detractores la han acusado de querer implantar el comunismo en el país y
de generar un clima de desconfianza en el mundo empresarial. Ella ha
respondido que es una «socialista democrática» que busca una política que
tenga a los seres humanos en el centro de las preocupaciones. Tras conocerse
los resultados preliminares, que dejaron a Castro 20 puntos por encima de
Nasry Asfura —quien obtuvo 33% de los votos— y de Yani Rosenthal, del
Partido Liberal —quien consiguió 9%—, la futura presidenta del país sostuvo
la importancia llamar a un diálogo con todos los sectores para la puesta en
marcha de una democracia directa y participativa. El Ejecutivo adquiere, sin
lugar a dudas, una nueva dirección.



Los partidos políticos y sus perspectivas



Las elecciones del domingo despertaron gran afluencia e interés gracias a
los efectos que supone la salida de Hernández, en un país en que las tasas
de abstención tradicionalmente se ubican en la mitad del censo electoral. El
partidizado Consejo Nacional Electoral (CNE) registró una participación
histórica de 68,09%, aun cuando las novedades son escasas: los actores en
contienda cuentan con décadas de experiencia en el sistema político de
negociaciones cupulares, colaborando en la construcción de una cultura de la
ineficiencia y de la corrupción en la que la carrera política aparece ante
todo como un medio para el enriquecimiento. El lenguaje político de los
competidores se inscribe en la tradición personalista de las lealtades y
vínculos partidarios en beneficio de prebendas y favoritismos clientelares.



Esta figura del Estado como «botín de los triunfadores» quedó nítidamente
evidenciada en el trabajo de las instituciones judiciales estadounidenses.
Frente a la debilidad de la justicia en Honduras, Estados Unidos ha
extraditado y arrestado en su territorio a reconocidos políticos y gánsteres
hondureños que violaron las leyes estadounidenses. En este contexto, la
justicia de Estados Unidos sentenció a cadena perpetua en Nueva York el
hermano del presidente y ex-diputado Antonio Hernández, a causa de su
implicación en el tráfico de cocaína hacia ese país, en complicidad con el
cártel de Los Cachiros, liderado por Devis Maradiaga, cuyas declaraciones
fueron pieza clave en varios juicios. Maradiaga afirma haber colaborado con
conocidos profesionales de la política local, lo que lo ha vuelto uno de los
narcotraficantes más célebres del país. En marzo de 2021, reveló haber
pagado sobornos por varios cientos de miles de dólares al presidente
Hernández, a su vicepresidente Ricardo Álvarez y a los ex-presidentes Zelaya
y Lobo.





El candidato del Partido Liberal, el banquero Yani Rosenthal, guardó prisión
por tres años en una cárcel estadounidense por lavado de activos para Los
Cachiros. Es hijo del banquero Jaime Rosenthal, quien fuera vicepresidente
(1986-1990) y diputado  por el departamento industrial de Cortés
(2002-2006). En su dilatada carrera política, Yani ocupó cargos de dirección
en el Partido Liberal, fue ministro de la Presidencia (2006-2008) en el
gobierno de Zelaya, diputado en el Congreso Nacional entre 2010 y 2014, y
precandidato a la Presidencia en 2012. Ganó las primarias en 2021 pero no
funge como dueño de partido. Los Rosenthal fueron propietarios del diario
Tiempo, del Banco Continental y de Canal 11, un medio privilegiado para su
campaña. Su emporio comenzó a decaer tras el escándalo internacional que lo
vinculó con la banda de Maradiaga. La condición de ex-convicto le restó
credibilidad a su intento de presentarse como «el centro» frente a una
«derecha corrupta y una izquierda radical», tal como declaró en su campaña.



Por su parte, el candidato nacionalista Nasry Asfura era percibido como la
continuación del régimen de Hernández. De haber ganado, se habría visto en
la incómoda situación de tener que proteger al actual mandatario, quien es
acusado en la Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York de haber recibido del
Chapo Guzmán un aporte de un millón de dólares para financiar su candidatura
en 2013. Para ese mismo propósito, los nacionalistas saquearon los fondos
del Seguro Social y de la Secretaría de Agricultura. La candidatura de
Asfura, quien ha sido incondicional al presidente, heredó el legado de un
gobierno que es altamente corrupto y que está políticamente desgastado. Su
principal activo fueron los recursos públicos y de la cooperación
internacional que se manejan a través de la más importante estructura
clientelar del Partido Nacional: el programa Vida Mejor. El Partido Nacional
también dispone de abundantes recursos financieros obtenidos por el robo de
fondos públicos durante la pandemia y de los onerosos préstamos aprobados
por la mayoría mecánica con que disponen en el Congreso.



Castro tuvo, por su parte, otros condimentos que se agregan a los explicados
anteriormente. En primer lugar, fue promovida por su marido, Manuel Zelaya,
quien busca recuperar las riendas del Estado desde que fue expulsado por un
golpe en 2009. La familia Zelaya formó parte de un grupo de ricos
hacendados, históricos empresarios de la depredación del bosque, y es parte
de la clase política que maneja el Estado desde la década de 1980. Por eso
fue sorprendente su giro a la izquierda como presidente. Su larga
trayectoria de militancia en el Partido Liberal y una década de
«coordinación general» de LIBRE le permitió al matrimonio Castro-Zelaya
acumular un capital político considerable, con el que juegan un papel
decisivo en los vaivenes del sistema. Zelaya fue expulsado momentáneamente
del juego político debido a sus proclamadas simpatías con el castrismo y el
chavismo y a la tentativa de amañar a su favor la elección de los miembros
de la Corte Suprema de Justicia y convocar a una «Consulta Popular de la
Cuarta Urna» con pretensión hegemónica. Pero la forma de la asonada,
mediante un golpe de Estado, marcó la política hondureña durante estos 12
años de autoritarismo.



Zelaya se reintegró el tablero gracias a los Acuerdos de Cartagena firmados
en 2011 con el gobierno de Lobo. Frente a la aún inhabilitada figura de la
reelección, decidió promover la candidatura de Castro en 2013 con el partido
LIBRE, que es básicamente un desprendimiento del otrora poderoso Partido
Liberal y que dispone de una pequeña ala de izquierda organizada. LIBRE le
arrebató al liberalismo alrededor de la mitad de sus adherentes. El perfil
carismático de Castro ha sido exitoso entre su militancia, aun cuando su
presencia parece limitarse al periodo electoral y pese a que sus apariciones
mediáticas son escasas. Ha sabido aprovechar la herencia simbólica y
material de su esposo, evitando esta vez vociferar como en campañas
anteriores que «votar por Xiomara es votar por Mel». Aunque todavía en 2016
Zelaya apostaba abiertamente por su retorno a la Presidencia, el malestar
general que el Partido Nacional le imprimió a esta perspectiva lo ha
convencido de que la mejor estrategia es evitarlo, reduciendo además las
apariciones públicas con Castro.



Una campaña desesperada



El proceso electoral adquirió un giro inesperado el pasado 13 de octubre
cuando, tras una reunión con el ex-presidente Zelaya, Salvador Nasralla
anunció su afiliación a la fórmula presidencial de LIBRE en calidad de
vicepresidente. Nasralla es el presentador de televisión más conocido del
país y ha atraído la simpatía de los electores más jóvenes por su lucha
abierta contra la corrupción del régimen actual. Obtuvo el segundo lugar en
las elecciones de 2017 como candidato de LIBRE, luego de ser expulsado del
Partido Anticorrupción con el que participó por primera vez en 2013. Desde
el 12 de noviembre, la coalición la compone adicionalmente el ex-candidato
del movimiento Honduras Humana, Milton Benítez, conductor del programa El
perro amarillo, que ha ganado reputación por sus denuncias contra la
corrupción y la banca.



La súbita suspensión de la enemistad que perduraba desde el comienzo de la
«crisis poselectoral» de 2017 entre Nasralla y los Zelaya permitió que
nasrallistas, indecisos e independientes se sumasen progresivamente a LIBRE,
optando por el voto de castigo contra el régimen de Hernández. La coalición
despierta expectativas al prometer desmontar el proyecto gubernamental
desarrollado por el Partido Nacional, criticando sin ambages a su «pandilla
de ladrones». Pese a la multiplicidad de identidades políticas que componen
la coalición, su estrategia «populista» fue exitosa. En una muestra de
desesperación, el Partido Nacional aceleró la entrega del «Bono de Vida
Mejor del Bicentenario» decretado hace un mes, equivalente a 7.000 lempiras
en efectivo por beneficiario (289 dólares), acudiendo descaradamente al
mecanismo de compra de votos. En un país con un pasado anticomunista
visceral, el Partido Nacional se ha servido de los elogios de Zelaya hacia
el régimen cubano, al igual que hacia el venezolano y el nicaragüense, para
intensificar una campaña anticomunista contra Xiomara Castro. Buscando
afianzar su posición con las iglesias, los nacionalistas concentraron su
campaña en buscar provecho de la postura un tanto ambigua de los Zelaya
sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto. Asfura llegó
a firmar un acuerdo «pro-vida» con la Confraternidad Evangélica de Honduras,
orientando su discurso en la defensa de valores tradicionales.



A pesar de las querellas de orden ideológico, Hernández mantuvo buenas
relaciones con su vecino Daniel Ortega, y los principales líderes de la
oposición nunca dejaron de acudir a las reuniones a puerta cerrada con el
Partido Nacional. Poco después de una reciente reunión con Ortega en
Managua, las autoridades hondureñas encarcelaron al candidato independiente
y ex-capitán de las Fuerzas Armadas Santos Orellana, quien ganó notoriedad
por denunciar el involucramiento de los militares en el narcotráfico. Si
bien los niveles de represión política de Honduras no igualan los de
Nicaragua, la situación es preocupante, con un aproximado de 26 militantes
asesinados entre el 23 de diciembre de 2020 y el 25 de octubre de este año.



Lamentablemente, las elecciones no se focalizaron en contrastar alternativas
para resolver estas y otras problemáticas urgentes que enfrenta el país. Por
el contrario, buena parte de las campañas se basaron en la solicitud del
«voto en plancha», en desprestigiar a las adversarias y los adversarios o,
en el mejor de los casos, en proponer soluciones mágicas sustentadas en el
cortoplacismo electoral. Para los grandes jefes de los partidos, sus clanes
internos, sus fieles lugartenientes y quienes participan en sus redes
clientelares —en particular, para los familiares y amigos de los
candidatos—, lo esencial es ocupar un lugar en el sistema de negociaciones
cupulares. Honduras es una suerte de democracia oligárquica.



Con todo, gran parte de la ciudadanía decidió ejercer su derecho al voto de
manera pacífica. Aunque los caudillos tradicionales de los partidos
políticos declararon ganadores a sus candidatos antes de tiempo, los
competidores han respetado tácitamente los resultados. No se registraron
mayores disturbios, protestas o conflictividad social similares a las
conocidas en 2017. La calidad del espinoso avance democrático alcanzado está
por verse en este país de tradiciones políticas autoritarias. ¿Los
vencedores contemplarán reconstruir el Estado de derecho y la
interdependencia de los poderes del Estado? Honduras requiere establecer una
política social incluyente, que restaure los equilibrios sociales básicos
que animaron la ola reformista que vivió el país desde la huelga de 1954
hasta el reformismo militar.



* Daniel Vásquez, es profesor de Teoría Política en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) - Honduras. Su tema de estudio
son las tensiones políticas del «sistema de competidores por el poder» en
Honduras. Ha escrito en Envío, Le Grand Continent y Problèmes d'Amérique
latine.

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