Chile/ Aire fresco para el progresismo latinoamericano. [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Dic 23 10:26:34 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

23 de diciembre 2021

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Chile



Aire fresco para el progresismo latinoamericano



La contundente victoria de Gabriel Boric frena a la derecha en Chile y en la
región. Ahora, el presidente más joven y con más votos de la historia
democrática tendrá el desafío de poner en marcha un proyecto progresista que
articule el cambio social y la defensa de los derechos humanos.



Pablo Stefanoni *

Nueva Sociedad, diciembre 2021

https://www.nuso.org/



La contundente victoria de Gabriel Boric sobre José Antonio Kast (extrema
derecha) confirma en las urnas —una vez más— la potencia del «reventón
chileno» que atravesó transversalmente a toda la sociedad. Y, también hay
que decirlo, revela un sistema electoral que lució impecable. Alrededor de
las ocho de la noche (hora local) se conocían los resultados y el perdedor
aceptaba su derrota.



Chile pareció volver a su «normalidad»: la de las victorias electorales de
fuerzas partidarias de transformaciones sociales en un sentido progresista.
Sin equivocarse, los medios definen la elección como histórica. Y lo es. El
triunfo de Apruebo Dignidad, nombre nacido de la anterior batalla política
(la que logró poner en pie la Convención Constitucional), lleva inscripta la
promesa de cambio.



Los partidos que dirigieron la transición democrática post-Pinochet quedaron
fuera de la contienda presidencial (si bien resistieron en las elecciones
para diputados y senadores). Boric, el candidato de izquierda, arrasó con
60% en la Región Metropolitana y, de la mano de Izkia Siches, la joven
ex-presidenta del Colegio Médico, uno de sus mejores fichajes para la
campaña de la segunda vuelta, logró mejorar sus resultados en las regiones y
consiguió casi 56% en la elección nacional.



En la primera vuelta, la centroizquierda fue desbordada desde la izquierda
por Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista) y la centroderecha
naufragó electoralmente tras un segundo gobierno de Sebastián Piñera que
nunca encontró un rumbo y terminó apoyando, casi sin condiciones, a un
candidato que reivindicaba a Augusto Pinochet (con excepción de su política
de derechos humanos —sic—). Pero esto no significa que, como titularon
muchos medios internacionales, las elecciones chilenas enfrentaran «dos
extremos». En el flanco derecho, en efecto, se puede hablar de un extremo.
Fue la paradoja de esta elección: el «pinochetismo» de Kast —junto con sus
posiciones conservadoras en el terreno de los derechos sexuales, las
demandas LGBTI o el feminismo— apareció como más «transgresor» que el
programa de Boric. Por eso convocaba al voto con la consigna «Atrévete»:
porque hoy votar por él implicaba ir contra la corriente. Significaba, de
hecho, manifestarse contra el nuevo sentido común que fue emergiendo al
calor de las movilizaciones y de las olas feministas, de los movimientos
contra las administradoras de fondos de pensiones (AFP), por el
reconocimiento de los pueblos indígenas y en favor de la lucha contra el
cambio climático y las «zonas de sacrificio».



En el caso de Boric, pese a ser el candidato de una alianza a la izquierda
de la Concertación, su programa está lejos de ser radical. Es, más bien, la
expresión de un proyecto de justicia social de tipo socialdemócrata en un
país donde, pese a los avances en términos de lucha contra la pobreza,
perviven formas de desigualdad social —y jerarquías étnicas y de clase—
inaceptables junto a la mercantilización de la vida social. Por otro lado,
pese a que Kast se presentaba como un candidato de «orden», todos sabían que
el postulante de la derecha habría sido un presidente potencialmente
desestabilizador, por su seguro enfrentamiento con la Convención
Constitucional en funciones, pero también por la previsible resistencia en
las calles. El «orden» en un país que, como se vio en la campaña y en la
elevada participación electoral, sigue profundamente movilizado, rima con el
cambio y no con los retrocesos conservadores que prometía Kast.



Más que a un radical, muchos en la izquierda consideran a Boric, de 35 años,
como demasiado «amarillo», la forma clásica para referirse a las izquierdas
reformistas. Y gran parte de su éxito en la segunda vuelta fue haber podido
captar el apoyo de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista,
incluido el de la ex-presidenta Michelle Bachelet, hoy Alta Comisionada de
las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que viajó a Santiago a votar
y llamó, mediante un video, a votar por Boric. Como ocurrió con Podemos en
España, el Frente Amplio (surgido de las movilizaciones estudiantiles)
criticó duramente la transición post-dictadura, pero no podía ganar sin el
apoyo de las fuerzas que la dirigieron (solo que, a diferencia de España, sí
logró dar el sorpasso frente a la vieja centroizquierda, al menos en la
Presidencia, no así en el Congreso). Y menos aún podría gobernar, una tarea
cada vez más difícil en una América Latina revuelta.



Ex-dirigente estudiantil y actualmente diputado, Boric llegó a la
candidatura presidencial tras un periodo de crisis del Frente Amplio, luego
de ganarle las primarias a Daniel Jadue, del Partido Comunista (el sistema
electoral chileno favorece la conformación de coaliciones para participar
juntas de las primarias y aprovechar los espacios publicitarios y la
visibilidad que generan). En la campaña, el ahora presidente electo planteó
un choque entre una nueva cultura de izquierda —con eje en los derechos
humanos— y la vieja cultura comunista propia de la Guerra Fría, por ejemplo
en temas como la crisis en Venezuela o Nicaragua. En uno de los debates con
Jadue señaló: «El PC se va a arrepentir de su apoyo a Venezuela como Neruda
se arrepintió de su Oda a Stalin». Ahí, Boric puede hacer la diferencia
respecto de unas izquierdas latinoamericanas demasiado «campistas»
(expresión para señalar a quienes ven el mundo como dos campos geopolíticos
opuestos), que terminan mirando con desconfianza los discursos sobre
derechos humanos en lugar de transformarlos en un instrumento de la batalla
por un mundo más igualitario.



La candidatura de Boric sella una serie de victorias electorales de la idea
de «cambio»: el masivo «Apruebo» a la necesidad de una Convención
Constitucional en octubre de 2020, la elección de alcaldes y alcaldesas
apenas treintañeros en varias ciudades del país y la propia composición de
la Convención. Estos liderazgos reflejan un fuerte cambio generacional del
cual es expresión el Frente Amplio, pero también las nuevas caras del PC
como Irací Hassler, que hoy gobierna la comuna de Santiago Centro. Estos
nuevos liderazgos son sociológicamente cercanos al Frente Amplio y plasman
también el ascenso de nuevas camadas de mujeres feministas. De hecho, el PC
chileno es uno de los pocos casos de un partido comunista en Occidente que,
sin renunciar a su identidad, logró renovarse en términos generacionales,
pero también de género.



Es posible que el posicionamiento del Frente Amplio en la Convención
Constitucional, donde trabaja en coordinación con el PS y más que con el PC,
anticipe algo de lo que viene: su lugar como pivote entre la izquierda del
PC y la centroizquierda. En su campaña, Boric debió parecerse más a Bachelet
que a Salvador Allende. Al final, el «reventón» no significó un giro hacia
la izquierda tradicional ni añoranza hacia el pasado, y por eso el desafío
del nuevo presidente será poder llevar adelante las banderas de
transformación social, sobre todo la de un país más justo, pero sin
sobreactuación. Boric captó en su campaña —que en la segunda vuelta penetró
en el electorado moderado— que hay en las demandas de cambio más de
«frustración relativa» que de añoranzas de la época allendista, aunque sin
duda el ex-presidente brutalmente derrocado en 1973 constituyó para muchos
una suerte de faro moral de las protestas.



Con un gobierno de Jair Bolsonaro cada vez más impopular, la derrota de
Kast, aliado de Vox y otras fuerzas reaccionarias globales, constituye
también un freno a la extrema derecha en la región. Con Boric en Chile, la
izquierda latinoamericana suma un nuevo presidente —y hay quienes ya colocan
a Brasil y hasta a Colombia en esta estela para 2022—. Pero esta «segunda
ola» es mucho más heterogénea que la primera y, en general, de menor
intensidad programática. Frente a una izquierda latinoamericana desgastada
después de la primera «marea rosa», desde un país como Chile —más
institucionalizado que otros en la región—, quizás Boric pueda mostrar una
vía democrática radical e igualitaria capaz de construir instituciones de
bienestar más sólidas (una agenda que tomó una nueva dimensión en la
pandemia). Pero también puede significar aire fresco en términos de
principios: el «populismo de izquierda» en la región terminó por quedar
pegado a la decadencia política y moral del proyecto bolivariano. Y Boric
tiene el desafío de mostrar que se puede avanzar en el campo social sin
deteriorar la cultura cívica. Aunque eso no solo depende de él, sino también
de la futura oposición (tanto política como social). El récord de votos que
lo aupó a la Moneda sin duda le da un poder que nadie esperaba días antes de
esta elección.



«Esperamos hacerlo mejor», le dijo a Sebastián Piñera, de manera educada
pero contundente, al aceptar un desayuno de transición. Poco después, ante
una multitud, dio inicio a lo que sin duda es un nuevo ciclo. Posiblemente
el fin de la transición tal como la conocíamos.



* Pablo Stefanoni, jefe de redacción de Nueva Sociedad. Coautor, con Martín
Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución rusa (Paidós, 2017)
y autor de ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Siglo Veintiuno, 2021).

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