Análisis/ Covid-19: apartheid sanitario en la "aldea global". [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Dic 28 12:06:01 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

28 de diciembre 2021

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Análisis



Covid-19: apartheid sanitario en la "aldea global"



Alain Bihr

Contretemps, 27-12-2021

https://www.contretemps.eu/

Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa



Publicamos un fragmento del último libro de Alain Bihr: Face au Covid-19:
nos exigences, leurs incohérences (Syllepse, 2021). En él, Bihr analiza la
doble crisis revelada por la pandemia de Covid-19, la del sistema
capitalista pero también la de las fuerzas de la alternativa, y plantea
algunas vías para salir del letargo. [1]



Cizaña y apartheid en la aldea global



La metáfora de la aldea global, puesta en circulación por primera vez por
Marshall Mc Luhan en los años 60, no ha dejado de utilizarse para designar
los efectos de la contracción del espacio-tiempo en el que nos hace vivir la
"globalización" capitalista. Una contracción que la pandemia del Covid-19
ilustra de forma espectacular: aparecida en el centro de China (Wuhan) en
las últimas semanas de 2019, el coronavirus responsable de la misma tardó
sólo unas pocas semanas en extenderse (aunque de manera desigual) por todos
los continentes, a la escala y velocidad de la circulación contemporánea de
mercancías, capitales y personas. Pero esta pandemia reveló mucho más
profundamente ciertos límites, fracturas y, en última instancia,
contradicciones dentro de esta "globalización" que, ayer, algunos
periodistas anunciaban como feliz y luminosa. Tanto es así que, bajo el
régimen del capital, el planeta no tiene nada en común con una comunidad
aldeana unificada y pacífica.



Cuando los Estados se comportan como traperos



Para empezar, y contrariamente a lo que la vulgata neoliberal, reforzada por
numerosos estudios académicos, viene sugiriendo desde hace décadas, la
"globalización" no convirtió en absoluto a los Estados en algo obsoleto e
inútil, ni siquiera en su forma y dimensión nacional (los Estados-nación).
Es cierto que el proceso inmediato de reproducción del capital, la unidad de
su proceso de producción y de su proceso de circulación, se ha
"globalizado": Esto se manifiesta en la "globalización" de la circulación de
mercancías y capitales, así como en la "globalización" de las "cadenas de
valor" (la segmentación de los procesos de producción entre lugares
dispersos, en este caso situados en diferentes Estados, que recurren a
fuerzas de trabajo desigualmente calificadas y productivas y desigualmente
remuneradas), dando así una dimensión planetaria a la "fábrica fluida,
flexible, difusa y nómada" auspiciada por las empresas transnacionales.



Pero no es así, o lo es a un nivel muy inferior, en lo que tiene que ver con
la producción y reproducción de todas las condiciones sociales generales del
proceso inmediato de reproducción del capital, del que los Estados siguen
siendo los que dictan las normas e incluso, en gran medida, los principales
ejecutores. Por ejemplo, a través del aparato familiar (la familia nuclear,
su división desigual del trabajo entre los sexos y su tutela estatal), el
aparato escolar, el aparato sanitario, el aparato policial y judicial, etc.,
la reproducción de la fuerza de trabajo social (la que, como hemos visto es
indispensable para la valorización del capital) sigue siendo una competencia
de los Estados-nación, tanto en sus instancias centrales como en las
descentralizadas (regiones, metrópolis, municipios, etc.). Esto es lo que
justifica que no se deba hablar de "globalización" sino, más precisamente,
de transnacionalización del capitalismo.



Esta arquitectura de la reproducción del capital, que parece funcional y que
lo es en el transcurso ordinario de la reproducción, manifiesta, en las
condiciones actuales, la contradicción potencial sobre la que se basa: la
que existe entre un espacio de reproducción inmediata del capital a escala
planetaria mientras que los aparatos que aseguran la (re)producción de sus
condiciones sociales generales siguen dimensionados y regulados a escala
nacional. Si un virus aparecido en el centro de China fue capaz de provocar
una pandemia planetaria en pocas semanas, se debe obviamente a la extensión
e intensificación de la circulación de mercancías y personas, inherente a la
"globalización" del proceso de reproducción inmediata del capital. Pero, al
mismo tiempo, se supone que este fenómeno patológico global debe ser frenado
por los Estados-nación que actúan de forma dispersa y cada uno por su propia
cuenta, erigiendo como prioritaria la defensa de la salud de sus respectivas
poblaciones. Esto lleva a la transformación de un mundo que hasta ayer
estaba abierto a los cuatro vientos de la "globalización" (siempre que no se
trate de acoger a un "migrante económico", un solicitante de asilo o un
"refugiado climático") en un mosaico de Estados que se cierran unos a otros,
levantando de nuevo barreras en sus fronteras y reafirmando, a veces con
manu militari, el principio de su soberanía territorial.



En estas condiciones, los sistemas nacionales de salud no sólo se vieron
privados de cooperar entre sí, sino que la Organización Mundial de la Salud
(OMS) se limitó a emitir en repetidas ocasiones alertas y recomendaciones de
prácticas correctas. Los Estados entraron rápidamente en competencia cuando
todos se dirigieron al mismo tiempo a las únicas industrias capaces de
suministrarles medicamentos y material sanitario para luchar contra el
Covid-19. Así, al principio de la pandemia, los Estados miembros de la muy
civilizada Unión Europea se disputaron lotes de mascarillas como vulgares
ropavejeros. Su competencia era tanto más aguda y feroz cuanto que, además,
la "globalización" del capital había intervenido también dentro de estas
industrias, llevando a su deslocalización y concentración en ciertos
"Estados emergentes" (China e India, en particular), por lo que muchos
Estados centrales (incluso en Europa) se vieron privados de todos los
recursos de este tipo en su propio territorio. Entonces se dieron de cómo
este proceso - fomentado también por las políticas neoliberales de
restricción presupuestaria- los había hecho dependientes y había precarizado
también la seguridad sanitaria de sus poblaciones.



Burlarse del ex tercer mundo, así como del cuarto



Además, y en rigor, la lucha contra la pandemia actual presupone la
consecución de una inmunidad colectiva a la misma escala que la pandemia.
Esto implica que la mayor parte de la humanidad debería poder beneficiarse
de la vacunación, a menos que contemos, también cínicamente, con los efectos
de la propia pandemia. Si toleramos que sólo una parte del mundo acceda a la
vacunación, o incluso si toleramos que el avance de la vacunación a nivel
mundial sea lento, corremos un doble riesgo. El menor de ellos sería perder
parte del beneficio de la vacunación: como el virus se perpetúa en las
poblaciones no vacunadas y no respeta las fronteras, sobre todo porque las
fronteras deben seguir siendo porosas para que el negocio continúe, la
pandemia retomaría periódicamente su curso entre las poblaciones que se
vacunan; en definitiva, sería una repetición del escenario de las "olas"
sucesivas, pero a nivel global. Peor aún, el hecho de perpetuar la
circulación del virus de esta manera multiplicaría las diversas cepas del
virus y, con ellas, la probabilidad de que aparezcan cepas aún más
contagiosas o más virulentas que las que ya han aparecido, algunas de las
cuales podrían llegar a desactivar por completo el efecto protector de las
vacunas. En resumen, sería jugar a la ruleta rusa.



Y, sin embargo, los gobiernos de los Estados centrales del mundo se han
lanzado en este juego mortal. Estos Estados financiaron en gran medida el
desarrollo de las vacunas, fueron también los primeros en poder
suministrarlas a sus poblaciones si éstas lo deseaban. Fueron los primeros,
y por el momento los únicos. En efecto, a pesar de sus compromisos
regularmente renovados, su contribución a la puesta a disposición de las
vacunas para las poblaciones de la periferia mundial a través del sistema
Covax, creado por la OMS en colaboración con la ONG Gavi, ha sido hasta
ahora claramente insuficiente, hasta el punto de que la vacunación sigue
siendo casi inexistente en la periferia: "Al ritmo actual de vacunación, los
países de bajos ingresos necesitarían 57 años para alcanzar el mismo nivel
de protección que el de los países del G7", según la ONG Oxfam.



Evidentemente, hay razones de peso para este apartheid sanitario mundial. La
primera es la financiera. Las vacunas son caras y las finanzas públicas de
los Estados centrales, ya minadas por las políticas presupuestarias
neoliberales aplicadas durante cuatro décadas, se degradaron aún más por las
medidas de apoyo a la "economía" (es decir, al capital) necesarias por la
pandemia. Se podría manejar, desde luego, la posibilidad de obligar a los
grupos farmacéuticos que producen las vacunas a entregarlas a su precio de
costo, que es mucho más bajo que el precio actual en el mercado. No
faltarían argumentos a favor: además del estado de necesidad en que se
encuentra la población mundial, los Estados centrales podrían argumentar que
financiaron en gran medida el desarrollo de estas vacunas, para suspender o
anular así las patentes que actualmente permiten que estos grupos obtengan
suntuosos beneficios. Pero las pocas voces (incluido el reclamo hipócrita de
Joe Biden) que se han alzado al respecto han provocado una respuesta unánime
de indignación por parte de Boris Johnson, Emmanuel Macron, Angela Merkel,
Ursula von der Leyen [presidenta de la Comisión Europea] y otros: ¡los
contratos deben cumplirse y se cumplirán! Es una forma de reafirmar su apego
al sacrosanto principio de que, si bien se socializan los costos, los
beneficios deben ser privatizados.



Además, hoy más que nunca, en la periferia global (es decir, los suburbios,
o incluso los confines, de la aldea global) se concentra la "superpoblación
relativa", que sirve de "ejército de reserva" del capital (Marx). Por
cierto, la última fase de la "globalización" capitalista consiste, a través
de la liberalización de la circulación internacional del capital, lo que
implica en particular la deslocalización de segmentos de los procesos de
producción de las formaciones centrales a las formaciones periféricas, en
ampliar considerablemente las dimensiones de este "ejército de reserva",
mediante la expropiación de cientos de millones de campesinos en el campo
asiático, africano y latinoamericano, para someter al proletariado de las
formaciones centrales a su competencia y obligarlo a aceptar el
estancamiento o incluso la caída de sus salarios y la degradación de sus
condiciones de empleo y trabajo.



Esta operación ha tenido tanto éxito que las direcciones capitalistas
centrales pueden hoy ser aún más indiferentes que antes a la suerte del
grueso de estos neoproletarios, así como a la de sus hermanos de clase que
ya pertenecían al proletariado, dada la sobreabundancia de los mismos. De
este modo, pueden dar rienda suelta a su desprecio de clase hacia ellos y el
cinismo puede unirse a los tintes racistas heredados de la época colonial.
Si un Macron puede pensar y decir que "una estación de trenes [en París] es
un lugar en el que se cruzan personas que tienen éxito en la vida con gente
que no es nada", ¿qué idea puede tener de los migrantes internos chinos que
trabajan en los "sweatshops" [fábricas y talleres de sobreexplotación]
abiertos en las zonas especiales de Guangdong [Cantón] o Fujian, o de las
trabajadoras que sólo sirven para generar beneficios en las maquiladoras del
norte de México? El hecho de que, al decir esto, cree las condiciones para
un futuro efecto boomerang de la pandemia a nivel planetario, que echará por
tierra una vez más su escenario de "salida de la crisis", ilustra hasta qué
punto sigue siendo prisionero, al igual que sus homólogos extranjeros, de
las contradicciones inherentes a las relaciones de producción de las que
todos quieren ser fervientes gestores.



Nota de Correspondencia de Prensa



1] Véase el artículo del mismo autor, Debates – La pandemia de Covid-19:
"Sus incoherencias y las nuestras":
https://correspondenciadeprensa.com/?p=19941

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