Estados Unidos/ Los disturbios del Capitolio revelan la amenaza de un enemigo interno [Eric Foner]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Ene 18 00:56:54 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

18 de enero 2021

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Estados Unidos



Los disturbios del Capitolio revelan la amenaza de un enemigo interno



La creencia de que Estados Unidos tenía una democracia que funcionaba bien
es una ilusión.



Eric Foner

CTXT, 11-1-2021

https://ctxt.es/es/



El 6 de enero de 2021 será recordado como el día en que dos corrientes de la
realidad estadounidense chocaron, ambas profundamente arraigadas en la
historia de nuestro país. Una de ellas se reflejó en la elección de
senadores de origen afroamericano y judío en Georgia, un estado que ha sido
testigo del linchamiento de Leo Frank, director judío de una fábrica, en
1915; de la transformación de Tom Watson, un populista que buscaba la unión
entre agricultores pobres blancos y negros, en un violento racista y
antisemita; de la masacre de Atlanta ocurrida en 1906, en la que turbas de
gente blanca asesinaron a más de una veintena de afroamericanos, sin
mencionar el estreno de la película Lo que el viento se llevó en 1939, que
constituye una oda al Ku Klux Klan. Los resultados de las elecciones son la
culminación de un movimiento interracial y de masas que ha convertido en una
auténtica democracia un estado que durante mucho tiempo ha negado a su
población negra el derecho a votar. La campaña que han dirigido Stacey
Abrams y otras personas para inscribir a nuevos votantes es un ejemplo
alentador de la posibilidad de cambio progresista.



A pesar de esto, los disturbios protagonizados por los seguidores de Trump
para impedir el recuento de votos electorales muestran un lado más sombrío
de la historia de la democracia estadounidense. Para empezar, está el hecho
de que más de dos siglos después de la adopción de la Constitución seguimos
votando en las elecciones presidenciales a través del Colegio Electoral.
Este sistema arcaico revela la convicción de sus fundadores de que la gente
común no debía votar a la presidencia de forma directa y su deseo de que los
estados esclavistas del sur, cuyo poder político había aumentado debido a la
cláusula de los tres quintos que les otorgó votos electorales adicionales
por tener población negra sin derecho a votar, recibieran más apoyo. De
hecho, Trump ocupa la Casa Blanca solo porque un sistema electoral
antidemocrático permite que una persona llegue a ser presidente aun habiendo
perdido el voto popular. Además, los intentos de limitar el voto atendiendo
a cuestiones de raza, género y otros criterios tienen una larga historia. La
idea de que los individuos debemos elegir a nuestros gobernantes, que está
en la esencia de la democracia, ha coexistido siempre con la convicción de
que hay demasiada gente del tipo equivocado yendo a votar. El requisito
vigente en Georgia de que los aspirantes a un cargo electo reciban más del
50 % de los votos o deban enfrentarse en una segunda vuelta, que fue
introducido en 1963 en plena revolución por los derechos civiles, estaba
pensado para evitar la victoria de una candidatura apoyada por la población
negra en caso de que el voto blanco estuviera dividido.



Los acontecimientos del 6 de enero son una consecuencia lógica de la falta
de respeto hacia el Estado de derecho que Trump ha alimentado durante su
presidencia a través de la glorificación de grupos neofascistas armados,
sobre todo en Charlottesville; la incitación a la protesta contra el
confinamiento y el uso de mascarillas en Michigan y otros estados, y el
rechazo a aceptar los inequívocos resultados de las elecciones
presidenciales. No obstante, quienes conozcan la historia de EE. UU. sabrán
que los disturbios del Capitolio no son el primer intento de anular los
resultados de una elección democrática fuera de los límites de la ley. En el
periodo de la reconstrucción y los años siguientes, se dieron muchos
intentos similares, algunos mucho más violentos que los del 6 de enero. Un
grupo blanco armado asesinó a veintenas de miembros de una milicia negra en
Colfax, Luisiana, en 1873, al tomar el control del gobierno local, para el
que habían sido elegidos dirigentes negros. Un año después, la Liga Blanca
(White League) protagonizó una revuelta para derrocar al gobierno birracial
de Luisiana de la reconstrucción. (En Nueva Orleans, un monumento erigido en
honor a este intento se ha conservado durante décadas, hasta su retirada en
2017 por el alcalde Mitch Landrieu). En 1898, un golpe organizado por un
grupo de personas blancas armadas derrocó el gobierno birracial electo de
Wilmington, Carolina del Norte y, para comienzos del siglo XX, el acceso de
las personas negras al voto y a los cargos públicos había desaparecido
prácticamente en todos los estados del sur. Y esto no es solo historia
antigua. Hace poco, en 2013, la Corte Suprema vació de contenido algunas
disposiciones clave de la Ley de Derecho al Voto (Voting Rights Act), en
apoyo a los esfuerzos generalizados de los estados republicanos de suprimir
el derecho al voto. No asumamos que la democracia de EE. UU. funcionaba bien
antes de los disturbios del Capitolio.



Alexander H. Stephens, un dirigente de Georgia que ocupó el cargo de
vicepresidente de la Confederación, describió de forma célebre su tentativa
de crear una república esclavista como la materialización de la “verdad
superior de que un negro no es igual a un blanco, y que su estado normal y
natural es... ser esclavo”. El 6 de enero fue la primera vez que la bandera
de la Confederación ondeó a la vista de todo el mundo en el edificio del
Capitolio, formando una imagen horrible que ojalá no vuelva a repetirse.
Pero Trump, al oponerse a que se retiraran los monumentos en honor a
dirigentes confederados y a renombrar algunas bases militares con el
argumento de que se borraría “nuestra” historia, ha propiciado de forma
consciente una identificación de su presidencia con la Confederación y con
el nacionalismo blanco que constituyó su núcleo.



Hoy, el gasto militar de EE. UU. supera con creces al de cualquier otra
nación, pero la muchedumbre que irrumpió en el Capitolio no era de origen
chino, iraní, ruso ni de cualquier otro país supuestamente enemigo de la
democracia estadounidense: eran nuestros conciudadanos. Hace casi dos
siglos, en su famoso discurso del Liceo, Abraham Lincoln condenó la
creciente falta de respeto por el Estado de derecho como el mayor peligro
para la democracia estadounidense. “Si la destrucción es nuestra suerte
—expuso—, debemos ser nosotros mismos su autor y consumador”. Los resultados
de Georgia y la inminente salida de Trump de la presidencia siembran la
esperanza de una revitalización de la cultura política democrática. No
obstante, a día de hoy, al igual que en la época de Lincoln, el mayor
peligro para la democracia estadounidense es interno. (Artículo publicado en
The Nation, 8-1-2021: https://www.thenation.com/)

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