Estados Unidos/ Biden y el rompecabezas de las relaciones con China. [Michael T. Klare]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mar 18 23:19:56 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

18 de marzo 2021

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Estados Unidos 

 

Biden y el rompecabezas de las relaciones con China

 

Michael T. Klare *

A l´encontre, 19-2-2021

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Traducción de Javier Garitazelaia 

https://vientosur.info/

 

El presidente Joe Biden deberá afrontar en lo inmediato una serie de crisis
interiores extraordinarias –una pandemia que se dispara, una economía en
punto muerto y punzantes heridas políticas, en particular tras el reciente
ataque de los trumpistas al Capitolio–, pero pocos desafíos son susceptibles
de resultar más graves que la gestión de las relaciones de Estados Unidos
con China. Aunque suelen ser consideradas como una lejana preocupación de
política exterior, estas relaciones son de hecho omnipresentes y afectan a
la economía, al coronavirus, al cambio climático, a la ciencia y la
tecnología, a la cultura popular y al ciberespacio.

 

Si la nueva administración continúa la vía trazada por la precedente, una
cosa será segura: Estados Unidos se verá arrastrado a una nueva e insidiosa
guerra fría con este país, lo que dificultará los progresos en casi todos
los ámbitos importantes. Para lograr verdaderos avances en el actual
desorden mundial, el equipo de Biden deberá ante todo evitar este conflicto
futuro y encontrar medios de colaborar con su poderoso adversario. Pero algo
es seguro: la búsqueda de una forma de navegar por esta vía minada resultará
muy exigente para los más experimentados responsables del equipo dirigente
de Biden.

 

Aun sin los corrosivos efectos de la diplomacia hostil de Donald Trump en
estos últimos años, China plantearía un desafío enorme a cualquier nueva
administración. Se jacta de ser la segunda economía mundial y, según algunos
analistas, pronto superará a Estados Unidos para convertirse en la número
uno. Aunque haya muchas razones para condenar la forma como Pekín ha
abordado la pandemia del coronavirus, el severo confinamiento autoritario a
escala nacional (después de que China rechazase inicialmente reconocer la
existencia del virus y el alcance de su propagación) ha permitido al país
recuperarse de la covid-19 más rápido que la mayoría de los países. En
consecuencia, Pekín registró ya un fuerte crecimiento económico durante el
segundo semestre de 2020, la única gran economía del planeta en hacerlo.
Esto significa que China está más que nunca en condiciones de dictar las
reglas de la economía mundial, una situación confirmada por la reciente
decisión de la Unión Europea de firmar un importante acuerdo de comercio e
inversión con Pekín [acuerdo de finales de 2020 concluyendo unas
negociaciones comenzadas en 2013], dejando simbólicamente de lado a Estados
Unidos, justo antes de la entrada en funcionamiento de la administración
Biden.

 

Después de años de aumentar sus gastos de defensa, China posee ya el segundo
ejército más importante del mundo, dotado de un moderno arsenal de todos los
tipos. Aunque no sea capaz de enfrentarse a Estados Unidos en alta mar o en
regiones alejadas, su ejército –el Ejército Popular de Liberación, EPL– está
ya en condiciones de desafiar la antigua supremacía de América en regiones
más cercanas, como el extremo oeste del Pacífico. Desde la expansión
imperial de Japón en los años 1930 y comienzo de los 1940, Washington no se
había encontrado con un enemigo tan temible en esta parte del mundo.

 

En algunos ámbitos críticos –avances científicos y tecnológicos, influencia
diplomática y finanzas internacionales, entre otros–, China cuestiona ya,
incluso supera, la primacía mundial largo tiempo asumida por Estados Unidos.
En otras palabras, en muchos frentes, tratar con China plantea un enorme
problema al nuevo equipo dirigente estadounidense. Peor aún, las nefastas
políticas de la administración Trump respecto a China, combinadas con las
políticas autoritarias y militaristas del presidente chino Xi Jinping,
plantean desafíos inmediatos a Joe Biden a la hora de gestionar las
relaciones entre Estados Unidos y China.

 

La herencia tóxica de Trump

 

Donald Trump hizo campaña por la presidencia comprometiéndose a castigar a
China por su pretendida voluntad sistémica de construir su economía robando
la de Estados Unidos. En 2016 juró que, si era elegido presidente,
utilizaría el poder del comercio para poner fin a las prácticas nefastas de
este país y restaurar la primacía mundial de Estados Unidos. Una vez
instalado en la Casa Blanca, efectivamente, impuso una serie de derechos de
aduana sobre el equivalente a unos 360.000 millones de dólares de
importaciones chinas –un gran obstáculo para la mejora de las relaciones con
Pekín–. Joe Biden debe decidir si mantiene estas barreras aduaneras, las
suaviza o las elimina por completo.

 

Las restricciones impuestas al acceso de empresas chinas a la tecnología
americana, en particular a programas y microchips punteros, necesarios para
el futuro desarrollo de las telecomunicaciones de quinta generación (5G),
son aún más amenazantes para unas futuras relaciones cordiales. En mayo de
2019, afirmando que las grandes empresas chinas de telecomunicaciones como
Huawei y ZTE Corporación tenían vínculos con el EPL y representaban por
tanto una amenaza para la seguridad nacional americana, Trump aprobó un
decreto prohibiendo a estas empresas comprar a empresas estadounidenses
microchips y otros equipamientos de alta tecnología. Le siguieron una serie
de decretos y otras medidas. Pretendían restringir el acceso de las empresas
chinas a la tecnología americana.

 

En el marco de estas acciones y de otras iniciativas conexas, el presidente
Trump y sus principales asociados –sobre todo el secretario de Estado, Mike
Pompeo, y Peter Navarro, asistente del presidente en el White House Nacional
Trade Council– afirmaron que actuaban para proteger la seguridad nacional
contra el riesgo de operaciones de información llevadas a cabo por el EPL.
No obstante, según sus declaraciones de la época, era evidente que su
verdadera intención era la de obstaculizar el progreso tecnológico de China
para debilitar su competitividad económica a largo plazo. También aquí,
Biden y su equipo tendrán que decidir si mantiene las restricciones
impuestas por Trump, lo que afectaría todavía más a las relaciones
chino-americanas, o da marcha atrás en un esfuerzo por mejorar estas
relaciones.

 

La crisis china: dimensiones militar y diplomática

 

Un desafío aún mayor para el presidente Biden serán las iniciativas
militares y diplomáticas agresivas emprendidas por la administración Trump.
En 2018, su secretario de Estado de Defensa, Jim Mattis [que entró en el 20
de enero de 2017 y dimitió en febrero de 2019], publicó una nueva doctrina
militar con el título de “Concurrencia de grandes potencias”. Debía regular
la futura planificación del Ministerio de Defensa. Tal como enunciaba la
política oficial de defensa nacional del Pentágono de dicho año, la doctrina
preveía que las fuerzas estadounidenses debían concentrarse en adelante no
ya en la lucha contra los terroristas islamistas en las regiones atrasadas
del tercer mundo, sino en la lucha contra China y Rusia en Eurasia. “Aunque
el Ministerio sigue adelante en la campaña contra los terroristas”, declaró
Mattis el 26 de abril de 2018 ante el Comité de las Fuerzas Armadas del
Senado, “el principal objetivo de la seguridad nacional de Estados Unidos a
largo plazo es la concurrencia estratégica; no el terrorismo”.

 

Conforme a esta política, durante los años siguientes se ha recentrado y
reorganizado considerablemente el conjunto del establishment militar,
pasando de una fuerza antiterrorista y antiinsurreccional a una fuerza
armada equipada y concentrada en la lucha contra los ejércitos chino y ruso,
en la periferia de estos mismos países. “Hoy día, en esta era de competición
entre las grandes potencias, el Ministerio de Defensa ha dado prioridad a
China, y después a Rusia, como nuestros principales competidores
estratégicos”, declaró el secretario de Defensa Mark Esper el 16 de
setiembre de 2020, poco antes de ser sustituido por el presidente por haber
apoyado, junto a otros, un llamamiento a reducir el número de bases
militares americanas que siguen llevando hoy en día el nombre de generales
confederales durante la guerra civil. Hecho significativo: cuando todavía
estaba en el poder, Mark Esper identificó a China como el competidor
estratégico número uno de Estados Unidos, una distinción que Jim Mattis no
llegó a hacer.

 

Para asegurar la primacía de Washington en esta competición, Mark Esper
destacó tres grandes prioridades estratégicas: la militarización de las
tecnologías punta, proseguir la modernización y la mejora del arsenal
nuclear del país, y el reforzamiento de los lazos militares con los países
aliados que rodean a China. “Para modernizar nuestras capacidades”, declaró,
“hemos conseguido obtener financiación para tecnologías que cambian la
situación, como la inteligencia artificial, la hipersónica, la energía
dirigida [por ejemplo radiación electromagnética, láseres, haz de
partículas, etc.] y las redes 5G”. También se han realizado progresos
significativos, afirmó, en la “recapitalización de nuestra tríada nuclear
estratégica”: el redoblado amplio arsenal de misiles balísticos
intercontinentales con base en tierra (ICBM), misiles balísticos lanzados
por submarinos (SLBM) y bombarderos nucleares de largo alcance. Además, con
el objetivo de cercar a China con un sistema de alianzas hostil dirigido por
Estados Unidos, Mark Esper se jactó: “Ponemos en marcha un plan coordinado,
el primero de este tipo, para reforzar a los aliados y construir socios”.

La mejora de los lazos con Taiwán era un objetivo particular de la
administración Trump (y una provocación particular hacia Pekín)

 

Para los dirigentes chinos, el hecho de que la política militar de
Washington apele en adelante a semejante programa con tres componentes de
modernización de armas no nucleares, de modernización de armas nucleares y
de cerco militar, significa una cosa evidente: están confrontados a una
amenaza estratégica a largo plazo que necesitará una gran movilización de
sus capacidades militares, económicas y tecnológicas para poder responder.
Lo cual es, desde luego, la definición misma de una nueva competición de
tipo guerra fría. Y los dirigentes chinos han dejado bien claro que se
opondrán a cualquier iniciativa de este tipo, tomando las medidas que
juzguen necesarias para defender la soberanía y los intereses nacionales de
China. No es sorprendente por tanto enterarse de que, al igual que Estados
Unidos, están adquiriendo un amplio abanico de modernas armas nucleares y no
nucleares, así como militarizando las tecnologías emergentes para asegurar
el éxito o al menos una apariencia de paridad en un choque futuro con las
fuerzas de Estados Unidos.

 

Paralelamente a estas iniciativas militares, la administración Trump ha
pretendido perjudicar a China y frenar su desarrollo por medio de una
estrategia coordinada de guerra diplomática –esfuerzos que incluyen sobre
todo un mayor apoyo a la isla de Taiwán (reivindicada por China como una
provincia secesionista), lazos militares cada vez más estrechos con India y
la promoción de vínculos militares comunes entre Australia, India, Japón y
Estados Unidos, un acuerdo conocido con el nombre de “the Quad” [Foreign
Policy, 8/10/2020, The Quadrilateral Security Dialogue].

 

La mejora de los lazos con Taiwán era un objetivo particular de la
administración Trump (y una provocación particular hacia Pekín). Desde que
el presidente Jimmy Carter aceptó reconocer como el gobierno legítimo de
China al régimen comunista de Pekín en 1978, y no a los taiwaneses, todas
las administraciones americanas han intentado evitar la apariencia de una
relación oficial de alto nivel con los dirigentes de Taipéi, aunque Estados
Unidos haya continuado vendiéndoles armas y manteniendo otras formas de
relaciones intergubernamentales.

 

Sin embargo, durante los años Trump, Washington se ha implicado en cierto
número de acciones muy mediáticas con el objetivo de mostrar su apoyo al
gobierno taiwanés. Contrariando con ello a los dirigentes chinos. Entre
estas acciones figura la visita a Taipéi, el pasado agosto, del secretario
de Salud y Servicios Sociales Alex Azar II, la primera visita de este tipo
efectuada por un secretario de gabinete desde 1979. Otro gesto provocador
quería ser la reunión con altos responsables taiwaneses en Taipéi por parte
de la embajadora americana ante Naciones Unidas, Kelly Craft [este encuentro
fue anulado a comienzos de enero]. La administración también ha intentado
obtener para Taiwán la condición de observador ante la Organización Mundial
de la Salud y otros organismos internacionales para reforzar su imagen de
nación de pleno derecho. Igualmente preocupante para Pekín, la
administración ha autorizado durante los dos últimos años nuevas ventas de
armas avanzadas a Taiwán, por un total de 16.600 millones de dólares,
incluyendo una venta récord de 8.000 millones de dólares por 66 aviones de
caza F-16C/D.

 

El reforzamiento de los lazos de Estados Unidos con India y otros miembros
de la Cuadrilateral (Quad) ha sido también una prioridad de política
exterior de la administración Trump. En octubre de 2020, Mike Pompeo acudió
a India por tercera vez como secretario de Estado y aprovechó la ocasión
para denunciar a China, promoviendo vínculos militares más estrechos entre
India y Estados Unidos. Recordó a los veinte soldados indios muertos en un
enfrentamiento fronterizo con fuerzas chinas en junio de 2020, insistiendo
en el hecho de que “Estados Unidos estará al lado del pueblo indio frente a
las amenazas que pesan sobre su soberanía y su libertad”. El ministro de
Defensa Mark Esper, que acompañó a Pompeo en este viaje a Nueva Delhi, habló
de una cooperación creciente con India en el ámbito de la defensa,
incluyendo ventas potenciales de aviones de caza y sistemas aéreos sin
tripulación.

 

Ambos responsables felicitaron al país por su futura participación en
Malabar, los ejercicios navales conjuntos de la Quad que tendrán lugar en
noviembre en la bahía de Bengala. Aunque nadie lo diga explícitamente, este
ejercicio ha sido ampliamente considerado como el primer ejercicio de la
alianza militar naciente para contener a China. “Es más importante que nunca
un enfoque colaborativo de la seguridad y de la estabilidad regionales, con
el fin de disuadir a todos aquellos que rechazan una región indo-pacífica
libre y abierta”, comentó Ryan Easterday, comandante del destructor de
misiles dirigidos USS John S. McCain, uno de los navíos participantes.

 

Ni que decir tiene que todo esto representa una herencia compleja y
formidable a superar para el presidente Biden, que pretende establecer una
relación menos hostil con los chinos.

 

El problema Xi Jinping del presidente Biden

 

Queda claro que la herencia perturbadora de Trump hará difícil para el
presidente Biden detener la pendiente descendente de las relaciones
chino-americanas y el régimen de Xi Jinping en Pekín no le facilitará la
tarea. No es este el lugar para un análisis detallado del giro de Xi en los
últimos años hacia el autoritarismo o de su creciente dependencia de una
perspectiva militarista para asegurarse la lealtad (o la sumisión) del
pueblo chino. Se ha escrito mucho sobre la supresión de las libertades
civiles en China y la reducción al silencio de todas las formas de
disidencia. Igualmente inquietante es la adopción de una nueva ley sobre
seguridad nacional para Hong Kong, utilizada ahora para detener todas las
críticas al gobierno de China continental y las voces políticas
independientes de todo tipo. Y nada es comparable al intento de extinción
brutal de la identidad musulmana uigur en la región autónoma del Xining, en
el extremo oeste de China. Ha supuesto el encarcelamiento de un millón de
personas, incluso más, en equivalentes a campos de concentración.

Xi ha recentralizado también el poder económico en manos del Estado,
invirtiendo así la tendencia de sus predecesores

 

La supresión de las libertades civiles y de los derechos humanos en China
hará particularmente difícil para la administración Biden reconectar con
Pekín, ya que él es desde hace mucho tiempo un ardiente defensor de los
derechos civiles en Estados Unidos, lo mismo que la vicepresidenta Kamala
Harris y muchos de sus colaboradores cercanos. Les resultará prácticamente
imposible negociar con el régimen de Xi sobre cualquier cuestión sin
plantear el tema de los derechos humanos; y ello, a su vez, no dejará de
suscitar la hostilidad de los dirigentes chinos.

 

Xi ha recentralizado también el poder económico en manos del Estado,
invirtiendo así la tendencia de sus predecesores inmediatos a una mayor
liberalización económica. Las empresas de Estado continúan recibiendo la
parte del león de los préstamos y otras ventajas financieras del Estado, lo
que desfavorece a las empresas privadas. Además, Xi ha intentado
obstaculizar a las grandes empresas privadas como el Ant Group, la exitosa
empresa de pagos electrónicos fundada por Jack Ma [fundador de Alibaba], el
empresario privado más famoso de China.

 

A la vez que consolidaba su poder económico en el país, el presidente chino
ha logrado establecer relaciones económicas y comerciales con otros países.
En noviembre, China y catorce naciones, entre ellas Australia, Japón, Nueva
Zelanda y Corea del Sur (pero no Estados Unidos), firmaron uno de los
mayores pactos de librecambio en el mundo, la Asociación Económica Regional
Global (RCEP). Considerada como sucesora de la desgraciada asociación
transpacífica de la que se retiró el presidente Trump al poco de comenzar su
mandato, la RCEP facilitará el comercio entre países que representan una
población de unos 2.200 millones de personas, más que cualquier otro acuerdo
precedente de este tipo. Y después está el acuerdo de inversión que acaba de
ser concluido entre la Unión Europea y China, otro megaacuerdo que excluye a
Estados Unidos, así como la ambiciosa iniciativa china Belt and Road [la
Ruta de la Seda], por un total de más de un billón de dólares, que pretende
unir más estrechamente a Pekín con las economías de los países de Eurasia y
África.

 

En otras palabras, para la administración Biden será tanto más difícil
ejercer un efecto de palanca económica sobre China o permitir a las grandes
empresas de Estados Unidos actuar como socios para hacer presión en favor
del cambio en este país, como lo hicieron en el pasado.

 

Las opciones del presidente Biden

 

El propio Joe Biden no ha dicho gran cosa sobre lo que tiene pensado
respecto a las relaciones americano-chinas, pero lo poco que ha dicho
sugiere una gran ambivalencia en cuanto a sus principales prioridades. En su
declaración más explícita sobre política exterior, un artículo aparecido en
el número de marzo/abril de la revista Foreign Affairs, habló de “mostrarse
duro” con China en materia de comercio y derechos humanos, a la vez que
buscar un terreno de entente sobre cuestiones clave como Corea del Norte y
el cambio climático.

 

Aun criticando a la administración Trump por haberse enfrentado a aliados de
Estados Unidos como Canadá y potencias de la OTAN, afirmó que “Estados
Unidos debe ser duro con China”. Si China hace lo que quiere, continuó,
“seguirá robando a Estados Unidos y a las empresas de Estados Unidos su
tecnología y su propiedad intelectual [y] seguirá utilizando subvenciones
para dar a sus empresas de Estado una ventaja competitiva injusta”. El
enfoque más eficaz para contestar a este desafío, escribió, “es construir un
frente unido de aliados y socios de Estados Unidos para hacer frente a los
comportamientos abusivos y a las violaciones de derechos humanos de China,
incluso aunque intentemos cooperar con Pekín sobre cuestiones en que
convergen nuestros intereses, como el cambio climático, la no proliferación
[nuclear] y la seguridad sanitaria mundial”.

 

Esto suena bien, pero es una posición intrínsecamente contradictoria. Si
algo temen los dirigentes chinos –y a lo que resistirán con todo el peso de
sus poderes– es la formación de un “frente unido de aliados y socios de
Estados Unidos para hacer frente a los comportamientos abusivos de China”.
Es más o menos lo que la administración Trump ha intentado hacer sin
producir ventajas significativas para Estados Unidos. Biden deberá decidir
dónde sitúa su principal prioridad. ¿Se trata de poner un freno a los
comportamientos abusivos y a las violaciones de derechos humanos de China o
de obtener la cooperación de la otra gran potencia del planeta sobre las
cuestiones más urgentes y potencialmente devastadoras en el orden del día
mundial en este momento: el cambio climático antes de que el planeta se
recaliente de forma desesperada; la no proliferación antes de que se pierda
el control de las armas nucleares, hipersónicas y otros tipos de armas
avanzadas, y la seguridad sanitaria en un mundo golpeado por una pandemia?

 

Como en tantos otros ámbitos que deberá abordar después del 20 de enero,
para progresar en cualquier cuestión, Biden deberá primero superar las
herencias desestabilizadoras de su predecesor. Esto significa sobre todo que
deberá reducir las tarifas aduaneras y las barreras tecnológicas punitivas y
autodestructoras, ralentizar la carrera de armamentos con China y abandonar
los esfuerzos para rodear al continente con una red hostil de alianzas
militares. Sin esto, se corre el riesgo de hacer prácticamente imposible
ningún progreso, cualquiera que sea, y el mundo del siglo XXI podría
encontrarse arrastrado a una guerra fría aún más insalvable que la que
dominó la segunda mitad del siglo pasado. Si ocurre así, y Dios nos guarde,
podríamos encontrarnos ante una guerra nuclear o una versión climática de
esta en un planeta en delicuescencia. (Artículo publicado en Counterpunch,
15 de enero 2021)

 

* Michael T. Klare es un veterano investigador en cuestiones relacionadas
con la geopolítica de los recursos.

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