Vietnam/ La guerra continúa. Una vietnamita contra las mayores firmas agroquímicas del planeta. [Daniel Gatti]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 19 14:12:24 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

19 de marzo 2021

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Vietnam 

 

Una vietnamita contra las mayores firmas agroquímicas del planeta

 

La guerra continúa

 

Tran To Nga se ha atrevido a llevar a la Justicia a quienes produjeron el
agente naranja con el que Washington devastó el sudeste asiático y que aún
hoy provoca horrores sanitarios y desastres ambientales. Su victoria
cambiaría el destino de muchos.

 

Daniel Gatti 

Brecha, 19-3-2021

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Una tarde de 1966, cuando tenía 24 años, Tran To Nga vio cómo un avión C-123
estadounidense, que sobrevolaba a baja altura la aldea de Vietnam del Sur en
la que vivía, lanzaba una carga de lo que parecían ser unos herbicidas como
tantos de esos que se rocían habitualmente sobre los campos agrícolas. «¿Qué
podía representar la fumigación de un banal herbicida en medio del
apocalipsis que rodeaba a nuestro querido Vietnam en llamas?», escribió en
su autobiografía, Mi tierra envenenada, publicada en Francia en 2016. El
avión dejó «una estela blanca en el cielo azul» y en el cuerpo de Nga una
sustancia viscosa, pegajosa. Su madre le gritó que se sacara de inmediato la
ropa. Ella obedeció, pero no le prestó demasiada atención a lo sucedido.
«Con esa ducha tóxica, sin embargo, el mal comenzó a anidar en mi cuerpo»,
contó en el libro. Tiempo después sería nuevamente fumigada con esa misma
sustancia, cuando cubría como periodista los combates en el delta del
Mekong.

 

Lo que los C-123 habían lanzado era una poderosísima arma química. Se la
conocería como agente naranja, por la franja de ese color que atravesaba los
bidones en los que se la transportaba. Durante la guerra de Vietnam, el
Departamento de Defensa había concebido una serie de armas químicas a partir
de sustancias como esta, a las que llamó «herbicidas arcoíris». Además del
agente naranja estaban el verde, el blanco, el rosa, el violeta.

 

El objetivo confeso del gobierno yanqui (de los gobiernos yanquis, desde el
de John F. Kennedy hasta el de Richard Nixon, pasando por el de Lyndon
Johnson) era defoliar las zonas boscosas y rurales en las que los
combatientes del Vietcong podían refugiarse. También privar a los campesinos
vietnamitas de sus medios de sustento. El agente naranja fue la más letal de
las armas usadas para ese fin. Era mucho más que la mezcla de dos herbicidas
hormonales reconocida por el Departamento de Defensa. A uno de los
plaguicidas que intervenía en su fabricación, el 2, 4, 5-T, se le había
agregado un compuesto de dioxina, el TCDD, que lo convertía en
particularmente dañino. Cuando se conoció su composición, la Organización
Mundial de la Salud (OMS) lo catalogó entre los «peores venenos existentes»
y lo calificó como «altamente cancerígeno en humanos», al igual que lo hizo
el Departamento de Salud de los propios Estados Unidos. Como las dioxinas
son mutagénicas, no sólo produce espantosas enfermedades en quien lo recibe
en su cuerpo, sino también en su descendencia.

 

Entre 1962 y 1973, Estados Unidos derramó sobre Vietnam del Sur decenas de
millones de litros de herbicidas y defoliantes. El agente naranja representó
el grueso de las fumigaciones, alrededor del 62 por ciento. Según un informe
oficial estadounidense de 2003, elaborado por la química Jeanne Stellman, el
número de vietnamitas afectados directamente se situó entre 2,1 y 4,8
millones. Incalculables fueron los afectados indirectos (hijos, nietos de
los fumigados). André Bouny, un francés que desde hace años investiga sobre
el tema y que ha publicado libros extremadamente documentados, entre ellos,
Apocalipsis Vietnam, dice que las cifras del Informe Stellman son un mínimo,
que los afectados directos son «al menos» 5 millones y que Estados Unidos
desparramó sobre el país asiático mucho más veneno que el que reconoce.

 

Vietnam estima en medio millón el número de niños nacidos con malformaciones
como consecuencia del agente naranja. Hasta la tercera o cuarta generación
de posguerra se hacen sentir los efectos de este veneno calificado en
informes científicos de «insidioso, silencioso, invisible»: deformaciones,
tumores, ausencia de algún miembro, insuficiencias cardíacas, problemas
graves en la piel, ceguera, calcificaciones, abortos espontáneos son algunas
de las linduras que provoca.

 

Bounypreside el Comité Internacional de Apoyo a las Víctimas Vietnamitas del
Agente Naranja, una de las pocas organizaciones responsables de que algo de
ayuda les llegue a las decenas y decenas de miles de personas que nacen aún
hoy en Vietnam «con una apariencia que escapa a la morfología genérica de la
especie humana» y que sobreviven aisladas, casi sin cuidados, porque
«avergüenzan» incluso a sus familias, en su gran mayoría compuestas por
campesinos pobres que han perdido todo y que dicen no querer, cuenta Bouny,
perder también su «dignidad». «La culpabilidad personal es la clave de la
existencia de estas personas», consigna un informe de fines de enero de la
revista francesa Politis. «La revelación de su envenenamiento llegó
demasiado tarde y algunos aún no están convencidos. Hay, todavía hoy, mucho
desconocimiento y vergüenza con relación al agente naranja y sus efectos,
ligados a las creencias populares: el nacimiento de un hijo deforme o
enfermo sería un castigo enviado por los ancestros […]. Las parejas con uno
o varios hijos malformados esperan con avidez el nacimiento de uno que no lo
sea. Si no lo logran, la aldea podría excluirlos aún más de la vida social.»

 

***

 

Y hubo en Vietnam también un ecocidio, un concepto nacido, precisamente, a
partir de la guerra química lanzada por Estados Unidos en el sudeste
asiático para describir los atentados deliberados y a gran escala contra el
medioambiente. Millones de hectáreas de tierras fértiles y de selva tropical
vietnamitas resultaron arrasadas y envenenadas por los herbicidas arcoíris,
una contaminación que se prolonga hasta ahora. Hechos similares, en la
frontera entre el genocidio y el ecocidio, pasaron en la misma época en Laos
y en Camboya (véase, por ejemplo, «Vivir las bombas», Brecha, 13-I-17) como
consecuencia de las fumigaciones estadounidenses, pero son países tan
pobres, apunta Bouny, que no han contado con medios para documentarlos.

 

***

 

Por todos esos horrores, por los padecimientos propios –que transmitió a sus
tres hijas y que pasaron a sus nietos– y de muchísimos otros, Tran To Nga
inició en 2014 un juicio civil contra las empresas estadounidenses
fabricantes del agente naranja. «Tengo muchas de las 16 enfermedades» que la
Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos reconoció en 1996 como
ligadas a la exposición a esa sustancia, dijo a la prensa francesa. En 2011,
análisis hechos en el laboratorio alemán Eurofins revelaron que Tran
presentaba una alta tasa de dioxinas en sangre y que padecía de diabetes, de
cloracné, de una enfermedad genética de la hemoglobina, de calcificaciones,
de nódulos subcutáneos, de una malformación cardíaca transmisible, de
problemas pulmonares. Patologías, todas ellas, incluidas en la lista de la
academia estadounidense. Sus hijas también las tienen. O las tenían: la
primera, nacida en 1967, murió a los 17 meses por una malformación cardíaca,
que en aquel momento no se podía ni se sabía a qué atribuirla.

 

Tran hizo su demanda en Francia, país en el que vive desde 1992 y del que
tiene la nacionalidad. El suyo es el primer juicio emprendido por un civil
contra esas megacompañías, así como el primero que se hace en un país que no
intervino en la guerra. Veteranos de guerra estadounidenses llevaron ante
los tribunales de su propio país a algunas de esas transnacionales, logrando
en 1984 que se los indemnizara con unos 180 millones de dólares, porque
ellos también habían sido afectados por los agentes químicos que
manipularon. Pero a los civiles vietnamitas reunidos en la Asociación
Vietnamita de Víctimas del Agente Naranja (VAVA, por sus siglas en inglés)
que intentaron seguir su camino invocando el Protocolo de Ginebra de 1925
contra el uso de armas químicas, la Justicia estadounidense los dejó en la
antesala: un juez les dijo que un herbicida no era un arma de guerra ni un
veneno, un tribunal de apelaciones lo confirmó y la Suprema Corte les cerró
definitivamente el paso. También hubo procesos en Corea del Sur por
iniciativa de 39 exsoldados coreanos que combatieron junto a los invasores
de Vietnam. En 2013, las empresas demandadas resultaron condenadas, pero
maniobras diplomáticas de «la embajada» en Seúl hicieron que hasta ahora
esos veteranos no hayan cobrado un solo dólar, según indicó Politis.

 

A Tran To Nga las transnacionales le ofrecieron «arreglos» extrajudiciales
para no llegar a los tribunales. Los rechazó. Con 78 años avanzados dice que
está librando «la última gran batalla» de su vida, que la está llevando a
cabo «en nombre de todas las víctimas del agente naranja» y que pretende
sentar un precedente para que «quede bien claro que estas empresas son tan
responsables como el Estado estadounidense» –contra el que no puede litigar
en esta instancia– en los asesinatos y otras atrocidades que cometieron. Y
busca abrir así una puerta para que otros sigan su camino. «No quiero que
estas multinacionales escapen por la tangente, como demasiadas veces logran
hacerlo. Ni ellas ni los gobiernos de Estados Unidos han reconocido lo que
les hicieron a los vietnamitas», dijo a medios franceses a fines de enero,
cuando se entró en la etapa decisiva del juicio. «El eventual éxito de Nga
jamás se limitará a su propia reparación. Comprenderá el reconocimiento
jurídico de la responsabilidad de las empresas, pero también una nueva
jurisprudencia utilizable por todas las víctimas de armas químicas y
pesticidas», afirmaron en una declaración publicada el 18 de enero en el
diario Libération una docena de asociaciones y centrales sindicales que
integran el Colectivo Vietnam Dioxina.

 

***

 

Seis años pasaron desde aquel 2014 en que Tran To Nga inició su demanda ante
un tribunal de Evry, en la periferia de París. Trascurrieron entre las
presentaciones de documentación de una parte y de la otra y entre chicanas
múltiples de la pléyade de abogados contratados por las empresas, que
intentaron cuestionar la competencia de un tribunal francés en el caso y
acusar de difamación a la querellante. El 25 de enero, tras 19 aplazamientos
(¡19!) tuvo lugar la audiencia de lectura de los alegatos y se entró en el
fondo del asunto. De las 26 empresas acusadas inicialmente por madame Tran,
como la llaman sus abogados, quedaron 14: las otras 12 o bien desaparecieron
o bien lograron demostrar que no tenían relación con el agente naranja. Pero
entre las que quedaron figuran algunas de las agroquímicas más poderosas del
mundo, incluidas Dow Chemical y Monsanto, hoy propiedad de la alemana Bayer
y famosa por haber fabricado otros venenos, como los pesticidas a base de
glifosato catalogados como cancerígenos en humanos por la OMS, pero con los
que se siguen fumigando las tierras agrícolas de buena parte del planeta, en
especial en América Latina (véase «Monsanto, Bayer, el glifosato y el
imperio de los sentidos», Brecha, 13-VII-18). Entre los 12 integrantes del
Comité Vietnam Dioxina aparecen varias de las asociaciones que han
denunciado en Francia las prácticas y los crímenes de Monsanto.

 

***

 

Nacida en el sur de Vietnam en tiempos de la guerra de Indochina, en la que
sus padres fueron parte de la resistencia al colonialismo francés, Tran pasó
su adolescencia en un país que ya estaba partido en dos. Creció en el norte
liberado, a donde su familia la mandó para protegerla, pero cuando era
todavía muy joven volvió al sur para combatir contra el invasor
estadounidense. Durante cuatro meses recorrió a pie los más de 1.000
quilómetros que separan el norte del sur, atravesando la hoy llamada pista
Ho Chi Minh, por entonces pista Truong Son, a través de regiones selváticas
y montañosas fumigadas y napalmeadas. Combatió primero con las armas y luego
con la pluma, cuando la agencia de prensa para la que trabajaba la envió a
seguir a los milicianos del Frente Nacional de Liberación. Además de
fumigada, Tran fue detenida y torturada en una prisión estadounidense, donde
en 1974 nació en cautiverio su tercera hija.

 

«Soy hija del Mekong, del colonialismo y de la guerra. Soy hija de una
tierra mágica y envenenada», escribió en su autobiografía.

 

***

 

Fue hacia mediados de la primera década de los dos mil que Tran se resolvió
a «hacer algo» contra las empresas fabricantes del agente naranja. Debió
convencerse primero de que las enfermedades que sufría estaban ligadas a él,
vincularlas a las que sufrían sus hijas y nietos y tantísima otra gente.
Consultó a especialistas, se informó. Y se convenció. Más aún luego de que
visitó, en 2008, en Thai Binh, cerca de Hanoi, uno de los campamentos
asistidos por la VAVA, donde tuvo frente a sí «a adolescentes sin manos ni
piernas, bebés deformes, gente sin edad», relata Politis.

 

Decidirse a enfrentar a las megaempresas fue otro paso: demasiado poderosas
y resueltas a hacer cualquier cosa. Dow Chemical y Monsanto-Bayer, las dos
más ricas, tienen un volumen de negocios superior al PBI de Vietnam, y
cualquiera de las 14 –especialmente Monsanto– tiene abundante capacidad de
lobby y un cargado historial en materia de manipulaciones, campañas de
difamación, acoso, ataques físicos a través de sicarios, etcétera, etcétera
(véanse, por ejemplo, «Natural killer», «Ciencia para quién y para qué»,
«Periodismo transgénico», Brecha, 5-X-12, 16-V-14, 20-I-17).

 

En una conferencia llevada a cabo en París en 2009 sobre el agente naranja,
Bouny logró que Tran aceptara demandar a las transnacionales. Pero habría
otro obstáculo: el judicial. En 2010, bajo el gobierno de Nicolas Sarkozy,
el Parlamento votó una ley que quitaba toda competencia a los jueces
franceses en materia de derecho internacional. Tres años más tarde, esa
competencia se restableció y, al siguiente, Tran presentó su demanda. Sus
abogados descartaron la vía penal –más larga y engorrosa, según
consideraron– y optaron por la civil.

 

***

 

Uno de los argumentos de las transnacionales que fabricaron los agentes
arcoíris, en especial el naranja, es que «no sabían» sus efectos. Otro es
que «no podían» negarse a participar en los «esfuerzos de guerra» de su
país. Los dos son falsos. En el juicio, los tres abogados de Tran («somos
como D’Artagnan y los tres mosqueteros, combatiendo unidos», dijo la
vietnamita) probaron con documentos que, antes de fumigar en Vietnam,
Monsanto tuvo que indemnizar a muchos de sus propios trabajadores que se
habían contaminado manipulando esos productos. Fueron arreglos
extrajudiciales, que no trascendieron y que «quedaron en los ámbitos de la
industria» para no provocar un escándalo entre los consumidores
estadounidenses, dijo otra abogada, Amélie Lefebvre. «No quiero vivir eso
otra vez», llegó a decir por entonces en un mensaje interno un jerarca de la
transnacional. Los abogados de Tran accedieron también a otra comunicación
corporativa, esta vez de Dow Chemical, correspondiente a 1965 –año en que
comenzaron las fumigaciones con el agente naranja–, en la que la empresa
reconocía la «extraordinaria toxicidad» de ese producto y mencionaba algunas
de las patologías que podía desencadenar.

 

En cuanto a que las empresas estaban «obligadas» a fabricar esos venenos,
uno de los tres mosqueteros, William Bourdon, demostró que nadie les puso un
revólver en la cabeza. El gobierno hizo un llamado para la fabricación de
estos defoliantes «especiales» y todas ellas se presentaron como un solo
hombre porque olían el jugosísimo negocio que tenían ante sus narices y la
solvencia de su contratante: el Ejército de Estados Unidos. «No hubo
requisición militar, sino una licitación, y ellas respondieron como una
banda organizada», dijo Bourdon. «Fueron todos cómplices: el gobierno y las
compañías», agregó.

 

Los abogados de las corporaciones alegaron también que Estados Unidos tenía
«derecho a protegerse por todos los medios de los ataques del Vietcong», que
nada probaba que las enfermedades de Tran hubieran sido causadas por el
agente naranja, que ya habían pasado «demasiados años» de aquello como para
ir a juicio… Lefebvre, Bourdon y su otro colega Bertrand Repolt respondieron
evocando la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad, apuntando
que «nada justifica el recurso a armas químicas en ninguna guerra» y
trayendo a colación documentación científica sobre los efectos del agente
naranja. «Están acorraladas», afirmó Bourdon refiriéndose a las
transnacionales. El 10 de mayo, cuando el tribunal de Evry comunique su
fallo, se sabrá en la realidad real si eso es así.

 

***

 

«A mis casi 80 años estoy cansada, pero no tengo derecho a parar. Y soy la
única persona que puede hacer esto. Si desaparezco, ya no quedará nadie»,
dijo a la prensa Tran To Nga a la salida de la audiencia de fines de enero.
Bouny está de acuerdo. Y dice que ni siquiera el Estado vietnamita,
demasiado ocupado en recomponer sus relaciones con Estados Unidos con el fin
de «protegerse» de China, hará algo por las víctimas vietnamitas de la
guerra química de los años sesenta y setenta, a pesar de que se siguen
reproduciendo y de que las zonas devastadas por los agentes arcoíris
tardarán muchos años más en regenerarse. Ese abandono: otro de los horrores
de la (pos)guerra.

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