Europa/ ¿El fascismo es de actualidad? [Alain Bihr]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mar 31 22:45:53 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

31 de marzo 2021

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Europa

 

¿El fascismo es de actualidad?

 

Alain Bihr

L’anticapitaliste, marzo 2021 

https://lanticapitaliste.org/

Traducción de Correspondencia de Prensa

 

La consolidación de los movimientos de extrema derecha en la escena política
de buena parte de los Estados de la Unión Europea, acompañada del activismo
crónico de los grupúsculos neofascistas, resulta una preocupación legítima
para todas las organizaciones sindicales y políticas cuyo patrimonio incluye
una dimensión antifascista. ¿Está el fascismo ante nuestras puertas?

 

Para responder a esta pregunta, debemos preguntarnos primero cuál es nuestra
situación histórica, comparada con la que vio triunfar (temporalmente) al
fascismo en los años 1920 y 1930.

Más allá de similitudes superficiales, una diferencia fundamental

 

Hoy, como en aquel entonces, atravesamos una fase de crisis estructural del
capitalismo a nivel mundial, que lo obliga a replantearse todos los modos de
regulación anteriores y a cuestionar todas las situaciones adquiridas. Hoy,
como ayer, los movimientos de extrema derecha son ante todo la expresión de
esas “clases medias” tradicionales (en la agricultura, la artesanía y la
pequeña industria, el comercio y los servicios) a las que la
transnacionalización de la economía amenaza directamente con empobrecer y
proletarizar. Hoy, como ayer, estamos en medio de una gran crisis del
movimiento obrero que priva al proletariado de toda estrategia y de toda
organización capaz de resistir globalmente a la ofensiva neoliberal contra
sus anteriores conquistas que viene sufriendo desde hace unos quince años.
En consecuencia, hoy como ayer, sectores enteros del proletariado,
desorientados, asustados y al mismo tiempo furiosos ante el incremento del
desempleo y de la precariedad, ante la degradación de sus condiciones
materiales y sociales de existencia, desesperados por la ausencia de
perspectivas, se dejan seducir por la propaganda populista y nacionalista.
Hoy, como en el pasado, los partidos de izquierda, o lo que queda de ellos,
se muestran incapaces de resistir la progresión constante de la extrema
derecha, incluso favoreciéndola con las políticas neoliberales que han
practicado mientras estaban en el gobierno, o haciendo suyos los temas
xenófobos y racistas de su adversario.

 

¿Significa eso que estamos al borde de regímenes fascistas en Francia, o en
otros Estados europeos? No lo creo.

 

Las similitudes expuestas anteriormente entre la situación europea de los
años 30 y la actual no deben ocultar las profundas diferencias entre ambas.
La principal es que el desafío de la crisis estructural que atraviesa el
capitalismo desde los años 70 no es, como en los años 30, construir y
fortalecer Estados capaces de regular, cada uno en su espacio nacional, un
desarrollo más o menos autocentrado de un capitalismo monopolista que ha
alcanzado la madurez. Hoy es exactamente lo contrario: sobre la base de un
desmantelamiento de los Estados-nación, ahora invalidados como marco
autónomo de reproducción del capital, se trata de construir una estructura
supranacional mínima para regular la transnacionalización del capital. Por
eso la contrarrevolución, a través de la cual la fracción hegemónica de la
burguesía impone sus intereses, ya no se efectúa hoy bajo las banderas del
estatismo y del nacionalismo, recurriendo a la xenofobia y al racismo, sino
bajo los colores de un neoliberalismo que tiene como consigna el "Estado
mínimo" y la superación de los marcos nacionales.

 

Las dos extremas derechas contemporáneas

 

Y esto es lo que explica el resurgimiento de los movimientos de extrema
derecha en Europa, lo que les da su sentido. Pero que, al mismo tiempo,
también circunscribe sus límites, al poner en evidencia su división en dos
tendencias opuestas.

 

Por un lado, se trata de movimientos nacionalistas que luchan contra el
debilitamiento de los Estados-nación como consecuencia de las políticas
neoliberales: contra la liberalización de la circulación internacional de
capitales, la desregulación de los mercados, la pérdida por parte de los
Estados de su capacidad anterior de regulación de la vida económica y social
en beneficio de organismos supra o transnacionales, el deterioro de la
cohesión nacional como consecuencia del agravamiento de las desigualdades
sociales y espaciales, etc. Sus principales representantes son el antes
llamado Front National [ahora Rassemblement National] en Francia, el
Alternativ für Deutschland (AfD: Alternativa para Alemania), el
Freiheitspartei Österreich (FPÖ: Partido Liberal Austriaco), el Dansk
Folkeparti (Partido Popular Danés), el Perussuomalaiset (Verdaderos
Finlandeses), Vox en España y Fidesz-Magyar Polgári Szövetség (Alianza
Cívica Húngara). Estos movimientos aglutinan o tratan de aglutinar a clases,
fracciones de clase y estratos sociales que se encuentran entre los
“perdedores” de la globalización neoliberal o que temen formar parte de
ella: elementos de la burguesía cuyos intereses están vinculados al aparato
estatal nacional y al mercado nacional; las “clases medias” tradicionales;
elementos de la clase asalariada que son víctimas de la globalización
neoliberal y que no disponen de las capacidades tradicionales de la clase
asalariada para organizarse y luchar (organizaciones sindicales y
representación política). Por ello, intentan (re)constituir bloques
nacionalistas con el objetivo de devolver a los Estados-nación su plena
soberanía, abogando por un nacional-capitalismo con rasgos populistas.

 

Al mismo tiempo, por otra parte, han aparecido movimientos “regionalistas”
de extrema derecha que pretenden aprovechar el debilitamiento de los
Estados-nación para promover o reforzar la autonomía de las entidades
geopolíticas subnacionales (regiones, provincias, áreas metropolitanas,
etc.), o incluso para exigir y obtener su escisión e independencia política
de los Estados-nación de los que esas entidades forman parte actualmente.
Los dos ejemplos más típicos son el Vlams Belang (Interés Flamenco) en
Bélgica y la Lega Nord (ahora simplemente Lega) en Italia, a los que se
suman una miríada de otros menos conocidos por ser menos importantes. Estos
movimientos reúnen a clases, fracciones de clase y capas sociales que forman
parte de los “ganadores” de la globalización neoliberal o que esperan formar
parte de ella: elementos de la burguesía regional que han podido insertarse
ventajosamente en el mercado mundial, elementos de la clase asalariada o de
las profesiones liberales vinculadas a la primera y que buscan liberarse de
lo que consideran el peso muerto del Estado-nación. Por ello, esos
movimientos buscan formar bloques “regionalistas” (autonomistas o incluso
independentistas) destinados a emanciparse (parcial o totalmente) del
Estado-nación del que actualmente forman parte, percibido como una carga
(fiscal) o un obstáculo (normativo) para una inserción ventajosa en el
mercado mundial.

 

El principal obstáculo actual al proceso de fascistización 

 

Paralelamente, podemos ver el principal obstáculo que existe para un proceso
de fascistización del poder en la Europa actual. Al igual que en los años 20
y 30, un proceso de este tipo presupondría, en última instancia, la
conclusión de una alianza entre la fracción hegemónica de la burguesía, con
su composición esencialmente financiera y su orientación decididamente
transnacional, y uno u otro de estos movimientos de extrema derecha.

Una alianza de ese tipo no es en realidad inconcebible para un movimiento de
tipo “regionalista”, en la medida en que éste no cuestiona en absoluto el
proceso de transnacionalización del capital ni la remodelación del aparato
estatal que conlleva, sino que busca simplemente una mejor inserción -así lo
piensa- de una fracción del capital con base “regional” en el espacio
transnacional. Pero una alianza como ésta no tendría un contenido
socioeconómico ni una forma sociopolítica fascista: a lo sumo encarnaría una
versión autoritaria del neoliberalismo, del que ha habido algunos ejemplos
en las últimas décadas, sobre todo en el Reino Unido con Margaret Thatcher.
Incluso se puede estar razonablemente seguro de que en el marco de una
alianza de este tipo, el extremismo de la derecha disminuiría en la medida
en que el proyecto tuviera éxito, en contraste con el ascenso a los extremos
característico de la fascistización del poder. Para comprobarlo, basta con
ver la evolución del peso de Vlaams Belang, que se ha ido debilitando a
medida que la causa de la autonomía flamenca ganaba terreno... en beneficio
de sus competidores de la Nieuw-Vlaamse Alliantie (Nueva Alianza Flamenca) y
del Christen-Democratisch en Vlaams (Demócratas Cristianos y Flamencos).

 

En cambio, una alianza estratégica entre la fracción hegemónica de la
burguesía y un movimiento nacionalista de extrema derecha es sencillamente
imposible. Esto no excluye la posibilidad de que dicho movimiento pueda
llegar al poder en un Estado con mayoría parlamentaria en el que sea el
elemento predominante. Pero, en cuanto intente aplicar su programa político
tomando medidas que realmente amenacen la transnacionalización del capital,
se encontrará inevitablemente estrangulado financieramente: la deuda pública
es hoy el arma más formidable de que dispone la fracción financiera del
capital para doblegar a cualquier gobierno que intente interponerse en su
camino, sea cual sea su color político, a menos que abandone la lógica del
capitalismo -y no podemos esperar nada de eso de un gobierno de extrema
derecha. Tampoco se descarta que la fuerza electoral de dicho movimiento
obligue a las organizaciones de la derecha clásica, que representan los
intereses de la fracción hegemónica de la burguesía, a entrar en una
coalición de gobierno con él. Esto es exactamente lo que ocurrió en Austria
cuando el FPÖ gobernó con el ÖVP (Österreichische Volkspartei: el Partido
Popular Austriaco) entre 1999 y 2005, con el resultado central no de una
fascistización del poder, sino de un debilitamiento del electorado del FPÖ,
tras verse obligado a plegarse a las orientaciones liberales y conservadoras
de su socio. La renovación de esta coalición negro-azul tras las elecciones
parlamentarias de setiembre de 2017 provocó el mismo retroceso, agravado
además por los casos de corrupción, al hacerle perder casi diez puntos en
las elecciones generales de septiembre de 2019. Y algo parecido podría
decirse de las consecuencias de la participación de Alleanza Nazionale,
heredera del Movimento sociale italiano, abiertamente neofascista, en los
experimentos gubernamentales junto a la formación Forza Italia de Silvio
Berlusconi: se tradujo en la disolución del movimiento en 2009 dentro de la
coalición de centro-derecha Il Popolo della Libertà. En ambos casos, en el
tándem de la extrema derecha y la derecha neoliberal y neoconservadora, fue
esta última la que tuvo la última palabra.

 

Se me podrá objetar que, al margen de los movimientos de extrema derecha
precedentes, existe una multitud de grupos y microorganizaciones de
orientación claramente neofascista, que esperan su momento (la llegada al
poder de alguna de las organizaciones mencionadas) para dar rienda suelta a
la violencia a la que ya se entregan de vez en cuando. Pero, así como una
golondrina no hace el verano, los grupos fascistas no hacen el fascismo: si
su existencia es una de las condiciones necesarias de éste, pero sin duda no
es una de las más importantes, tampoco constituyen una condición suficiente.
De lo contrario, sería difícil explicar por qué el fascismo sólo ha
triunfado en determinadas circunstancias sociohistóricas, mientras que la
permanencia de los grupos fascistas está probada en casi toda Europa desde
hace casi un siglo.

 

Permanecer atentos

 

Sin embargo, no se trata de quedarse de brazos cruzados. Por un lado, aunque
no conlleven el peligro de la fascistización del poder, los actuales
movimientos de extrema derecha constituyen un grave obstáculo para el
desarrollo de las luchas anticapitalistas al debilitar el campo de los
asalariados: poniendo a una parte de sus miembros detrás y bajo el control
de elementos de la burguesía, enfrentándolos además a otra parte de su
propio campo con el pretexto de que son “inmigrantes”, que no son
verdaderamente “nacionales”, que serían “inasimilables a la cultura
europea”, etc. Y es por esta razón que deben ser combatidos.

 

Por otro lado, el fascismo no es la única forma posible de reacción y de
contrarrevolución. La burguesía “globalista”, la que impulsa hoy el proceso
de transnacionalización del capital, no ha salido aún de la crisis, de su
crisis, sino todo lo contrario. Lejos está de haber estabilizado un proceso
esencialmente basado por el momento en las ruinas de las regulaciones
nacionales y los compromisos sociales que, sin embargo, habían asegurado la
época dorada de la reproducción del capital durante los “Treinta Gloriosos”.
Por el contrario, el neoliberalismo, convertido actualmente en su política
muestra cada día más su carácter de callejón sin salida, obligando al
capital transnacionalizado a redoblar sus ataques contra los asalariados de
las formaciones desarrolladas y de los pueblos del Sur. Y las consecuencias
socioeconómicas de la actual pandemia viral no harán más que reforzar esta
coerción, con el objetivo de hacerles pagar la factura (en términos de
desempleo, precariedad, liquidación de la deuda pública, etc.)

 

Sobre todo, la continuación y el agravamiento de la crisis socioeconómica va
a exacerbar las rivalidades económicas y políticas entre los diferentes
polos (Estados Unidos, la Unión Europea, China, el Sudeste Asiático y Japón)
de la acumulación capitalista mundial. La desestabilización de Estados o
incluso de regiones enteras en la periferia inmediata de estos polos (en el
caso de Estados Unidos, América Central o, más ampliamente, América Latina;
en el caso de Europa Occidental, África del Norte, Oriente Medio o Europa
del Este), con su cuota de guerras, éxodos masivos de población, olas de
terrorismo, etc. También es probable que aumente los peligros en algunas de
las fronteras inmediatas de estos diferentes polos, así como el pánico
colectivo que favorece el fortalecimiento autoritario del poder. Los mismos
efectos puede producir la profundización de la crisis ecológica planetaria,
de la que la actual pandemia nos da un anticipo, haciendo invivibles
territorios enteros al producir genocidios y migraciones masivas, al
escasear el agua, la tierra cultivable, las materias primas y las fuentes de
energía, y al exacerbar la lucha competitiva por su apropiación. Si se
produjera un renacimiento de la conflictividad proletaria que frenara el
proceso de desmantelamiento de las conquistas sociales por parte del
neoliberalismo, pero sin poder imponer soluciones revolucionarias, a ciertas
burguesías no les quedaría otra alternativa que recurrir de nuevo a algún
tipo de fórmula de Estado fuerte, aplastando toda resistencia y movilizando
a la población para defender su posición en el marco de la división
internacional del trabajo.

 

Estos diferentes “peligros” ya han provocado un importante agravamiento
autoritario del ejercicio del poder en varios Estados de la Unión Europea,
en Europa Central (en Hungría y Polonia), pero también en Europa Occidental
(en Francia), lo que implica en particular repetidos ataques a las
libertades públicas. Si se fortalecen, el "Talón de Hierro" del capital
volverá a sentirse: entonces sonará de nuevo la hora de los fascistas o la
de sus herederos espirituales.

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