Colombia/ Escenas de la revuelta. El ogro que quiso ser pirata.
[Giovanny Jaramillo Rojas]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Lun Mayo 31 22:19:25 UYT 2021
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Correspondencia de Prensa
31 de mayo 2021
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Colombia
Escenas de la revuelta
El ogro que quiso ser pirata
A punto de cumplirse un mes del paro nacional en Colombia, van 58 muertos,
129 desaparecidos, más de 1.000 heridos, una reforma tributaria y otra a la
salud suspendidas, una Copa América cancelada, un ministro destituido y un
narco-Estado que tiembla tras los muros de sus propios eufemismos. Colombia
estalla. Ni la violencia policial cesa ni las protestas aflojan. En
Medellín, la segunda ciudad del país, los enfrentamientos se suceden como
eslabones de una cadena infinita.
Giovanny Jaramillo Rojas, desde Medellín
Brecha, 28-5-2
https://brecha.com.uy/
El vendedor de dulces y cigarrillos ve cómo un joven motorizado se fuma los
dedos. Se le acerca y le dice: «Venga, se la mato». El joven no entiende.
«Venga, le mato esa pata», aclara, mientras se cambia de sitio para dar paso
a un par de presurosas ambulancias. El joven ríe y le rota la última pitada
del porro. El vendedor ambulante se lleva a los labios lo que está a punto
de convertirse en ceniza. Fuma hasta el fondo. La humareda que sale de su
boca se confunde con la del fuego de las barricadas, la de los gases
lacrimógenos y la de las bombas molotov.
El aguante también es observar, así sea de lejos, el enfrentamiento entre
encapuchados y policías. Cientos de personas se mueven como hormigas entre
el caos. Frente a la Universidad de Antioquia hay nueve hogueras y siete
barricadas del lado manifestante. Del lado policial, cuatro tanquetas,
decenas de motos, escudos impenetrables y armas de guerra. Hay una
coreografía: los manifestantes arrojan sueños en forma de piedras o botellas
incendiarias, los policías aturden las ilusiones con estallidos de odio. Los
primeros danzan, los segundos son estatuas. El ardiente movimiento se para
contra la inercia vigilante.
Un guerrero cae y de la nada cinco espectros se posicionan enfrente con
latas protectoras. Alguien llamado el Ogro pide a gritos el intercambio de
posiciones. Los primeros retroceden pidiendo leche o vinagre para contener
la desaforada intoxicación. Los del relevo se ubican como fanales que
alumbran la obstinación. Un potente chorro de agua podrida les da la
bienvenida. El Ogro prepara algunos cócteles que solo saben reventar cuando
colisionan con la coraza de las tanquetas. Un policía apunta el láser en su
casco. Otro dispara. El Ogro esquiva. Humo. Humo. Humo. Largas cortinas de
penumbra.
«La respiración es un privilegio de clase, compañero», vocifera una voz
femenina. El Ogro lanza el primer cóctel. El artefacto surca la deslucida
atmósfera como si se tratara de una fantasía sideral. Impacta en el ceño
fruncido de la tanqueta. El fuego se escurre como un lamento. La Policía
arremete y detona una decena de granadas fumígenas y bolsas de perdigones.
El Ogro brama: «¡Intifada!». El pavimento palpita. Una treintena de
encapuchados arroja sincrónicamente piedras extraídas de los adoquines
circundantes. La tanqueta retrocede varios metros. El Ogro lanza el segundo
cóctel hacia ninguna parte, pero siempre hacia el frente. Un escudo policial
lo ataja y lo deja chamuscarse al lado de un árbol. La primera línea avanza
esos metros. Los manifestantes celebran la incipiente victoria y, quizás, la
única posible en medio del tropel.
«Los gases joden la mirada, pero no callan la voz», dice el Ogro apoyado
detrás de la barricada más alta hecha con señales de tránsito.
—¿Por qué te dicen el Ogro?
Rápidamente se quita las gafas protectoras y puntea: «Me hubiera gustado que
me dijeran Pirata, pero estos manes son muy groseros». Su rostro tiene un
parche negro que cubre el que fue su ojo izquierdo. «Lo perdí en noviembre
de 2019, aquí mismo, el día que cumplía 17 años», dice. En la comisura de su
ojo derecho relumbra una lágrima. O una estrella, mejor.
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