Sociedad/ Simone de Beauvoir, el capitalismo y la emancipación de la vejez. [Alexandre Féron]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Nov 6 14:24:02 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

6 de noviembre 2021

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Sociedad



Simone de Beauvoir, el capitalismo y la emancipación de la vejez



Alexandre Féron

Contretemps, 31-10-2021

https://www.contretemps.eu/

Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur

https://vientosur.info/



Con motivo de la publicación en las Éditions sociales del libro Découvrir
Beauvoir, escrito por Alexandre Feron, publicamos un extracto: el comentario
sobre un pasaje del libro -demasiado poco conocido- que Simone de Beauvoir
dedicó a la vejez, lo que el capitalismo hace de ella y las posibilidades de
emanciparla.



Texto de Simone de Beauvoir



“La vejez no es una conclusión necesaria de la existencia humana. (...) Un
gran número de animales mueren, como las efímeras, después de reproducirse,
sin pasar por un estadio degenerativo. Sin embargo, es una verdad empírica y
universal que a partir de un cierto número de años el organismo humano sufre
una involución. El proceso es inevitable. Al cabo de un cierto tiempo,
conduce a una reducción en las actividades del individuo; muy a menudo, una
disminución de las facultades mentales y un cambio de su actitud con
respecto al mundo. (...)



Para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia, solo
hay una solución, que es continuar persiguiendo fines que den sentido a
nuestra vida: dedicación a individuos, comunidades, causas, trabajo social o
político, intelectual, creador. Contrariamente a lo que aconsejan los
moralistas, debemos desear mantener en la edad avanzada pasiones lo
suficientemente fuertes como para que nos eviten volvernos sobre nosotros
mismos. La vida conserva un valor siempre y cuando se lo dé a la de los
demás, a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión. Entonces
sigue habiendo razones para actuar o hablar. A menudo se aconseja a las
personas que preparen su vejez. Pero si se trata solo de reservar dinero,
elegir el lugar en que se va a vivir la jubilación, tener aficiones, no
habremos avanzado mucho cuando llegue el momento. Vale más no pensar
demasiado en ella, sino vivir la vida humana lo suficientemente
comprometida, lo suficientemente justificada como para seguir adhiriéndonos
a ella incluso cuando se hayan perdido todas las ilusiones y se haya
enfriado el ardor vital.



Estas posibilidades solo les son concedidas a un puñado de privilegiados: en
los últimos años es cuando se amplía más profundamente la brecha entre ellos
y la gran mayoría de los hombres. Comparándolos podremos responder a la
pregunta formulada al principio de este libro: ¿Qué hay de inevitable en el
declive de los individuos? ¿En qué medida es responsable la sociedad?



(...) La vejez denuncia el fracaso de toda nuestra civilización. El hombre
por entero debe ser rehecho, todas las relaciones entre las personas deben
recrearse si se quiere que la condición del anciano sea aceptable. Un hombre
o una mujer no debería acercarse al final de su vida con las manos vacías y
solitario. Si la cultura no fuera conocimiento inerte, adquirido de una vez
por todas y luego olvidado, si fuera práctica y viva, si a través de ella el
individuo tuviera una relación con su entorno que se lograría y renovaría a
lo largo de los años, a cualquier edad sería un ciudadano activo, útil. Si
no estuviera atomizado desde la infancia, cerrado y aislado entre otros
átomos, si participara en una vida colectiva, tan diaria y esencial como su
propia vida, nunca experimentaría el exilio. En ninguna parte, en ningún
momento se han logrado tales condiciones. Los países socialistas, si se
acercan un poco más que los países capitalistas, todavía están muy lejos de
ellas.



En la sociedad ideal que acabo de evocar, se puede soñar con que la vejez no
existiría por así decirlo. Como sucede en algunos casos privilegiados, el
individuo, debilitado en secreto por la edad, pero no aparentemente
disminuido, algún día sufriría de una enfermedad a la que no resistiría;
moriría sin haber sufrido ninguna degradación. La edad postrera realmente se
ajustaría a la definición dada por algunos ideólogos burgueses: un momento
de la existencia diferente de la juventud y la madurez, pero que posee su
propio equilibrio y deja abierta al individuo una amplia gama de
posibilidades.



Estamos lejos de todo ello. La sociedad solo se preocupa por el individuo en
la medida en que produce. Los jóvenes lo saben. Su ansiedad en el momento en
que abordan la vida social es simétrica a la ansiedad de los ancianos cuando
son excluidos de ella. En el intervalo, la rutina enmascara los problemas.
El joven teme a esa máquina que va a atraparle, a veces intenta defenderse
con adoquines; al anciano, rechazado por ella, agotado, desnudo, solo le
quedan los ojos para llorar. Entre los dos gira la máquina, trituradora de
hombres que se dejan triturar porque ni siquiera se imaginan poder escapar
de ella. Cuando se ha entendido cuál es la condición de las personas
mayores, no podemos contentarnos con exigir una política de vejez más
generosa, un aumento de las pensiones, una vivienda saludable y un ocio
organizado. Es todo el sistema lo que está en juego y la reivindicación solo
puede ser radical: cambiar la vida”.



Simone de Beauvoir, La Vieillesse (1970), Gallimard, París, 2020,
Conclusion, p. 755-761[1].



Comentario



El extracto está tomado de la conclusión de La Vieillesse (La vejez), que
es, después de Le Deuxième Sexe (El Segundo Sexo), la segunda obra teórica
más importante de Beauvoir. Una vez más, se trata de estudiar una categoría
de seres humanos socialmente marginados en las sociedades modernas y que
experimentan una forma específica de alienación. Con este fin, Beauvoir
utiliza un método de encuesta bastante similar al utilizado en su libro
sobre la condición de la mujer: basándose en un vasto estudio de todo lo que
se ha escrito sobre el tema, así como en su propia experiencia (Beauvoir
tiene 62 años en el momento de la publicación del libro) y la de sus
familiares, busca dar al lector una visión exhaustiva de la condición
particular de la vejez, progresando desde el “punto de vista de la
exterioridad” (Parte I) hasta el punto de vista de la “experiencia vivida”,
es decir el del “ser-en-el-mundo” de las personas de edad avanzada (Parte
II). Su marco teórico existencialista se sitúa en la continuidad de El
Segundo Sexo, pero ahora integra mucho más la preocupación marxista por
analizar las condiciones económicas y sociales en las que evolucionan los
individuos.



Al escribir este libro, Beauvoir tiene como objetivo "romper la conspiración
del silencio" (p. 8) sobre la condición que se asigna a las personas mayores
y, por lo tanto, contribuir a una toma de conciencia generalizada de la
actitud "no solo culpable, sino criminal" de la sociedad hacia esta
categoría de individuos. En conclusión, Beauvoir puede entonces sacar
algunas perspectivas sobre la forma de transformar esta situación.



¿La situación degradante en la que son colocadas la mayoría de las personas
mayores es solo una cuestión específica, incluso individual, que es posible
resolver sin cuestionar la organización general de la sociedad? ¿O esta
situación condensa el destino general que esta sociedad da a los seres
humanos, de modo que para resolver el problema de la vejez es necesario
transformar profundamente la sociedad en su conjunto?



La vejez como fenómeno biológico y existencial



Desde el comienzo de La Vejez, Beauvoir afirma, refiriéndose nuevamente de
forma implícita a la concepción maussiana del hombre total[2], que "la vejez
solo se puede entender en su totalidad" (p. 23), es decir, como un fenómeno
a la vez biológico, existencial y social. Toda la dificultad está en
comprender "la estrecha interdependencia" (p. 17) de estas diferentes
dimensiones.



En efecto, como recuerda aquí en conclusión, el envejecimiento es ante todo
un proceso fisiológico de "involución" que afecta al organismo humano, que,
a partir de un cierto estado de madurez, pierde gradualmente su capacidad
(tanto física como intelectual) para actuar en el mundo, hasta el punto de
que ya no es capaz de mantenerse vivo[3]. Sin embargo, la vejez humana es
irreductible a solo esta dimensión biológica, y también debe entenderse como
un fenómeno psicológico o existencial. A partir de un cierto momento de su
existencia, el individuo se descubre a sí mismo como viejo, una toma de
conciencia que afecta a todas las dimensiones de su existencia[4] (relación
con su cuerpo, sexualidad, actividades, proyectos, relación con el pasado y
el futuro, etc.), y que conduce a una profunda transformación de su relación
con el mundo, o también de su forma de "estar-en-el-mundo” (concepto que
Beauvoir retoma de Heidegger y que constituye el título de la segunda parte
del libro). La dimensión existencial de la vejez se refiere a la forma en
que el individuo asume su involución biológica, es decir, cómo se sitúa en
relación con ella y le da sentido. La toma de conciencia de su edad puede,
por ejemplo, conducir tanto a un frenesí en el que el individuo busca
aprovechar al máximo el tiempo que le queda, como a una apatía o un estado
depresivo en el que siente que nada de lo que hace tiene sentido en vista de
la inminencia de la muerte.



Sin embargo, lo que es, según Beauvoir, decisivo para vivir una vejez feliz,
es no renunciar a lo que constituye el corazón de la existencia humana:
proyectarse hacia el futuro y actuar en el mundo. El mayor riesgo que acecha
psicológicamente a la persona mayor es que, viendo su futuro de repente
limitado, se hunda en la indiferencia hacia el mundo y los demás:
renunciando a "perseguir fines que den sentido a nuestra vida", ya no tiene
"razones para actuar o hablar". Por lo tanto, la vejez no debe ser de
ninguna manera un momento de ruptura con las actividades de la edad adulta:
solo en la medida en que sigamos experimentando "fuertes pasiones", en que
sigamos dedicándonos "a individuos, comunidades, causas", en que persigamos
un "trabajo social o político, intelectual, creativo", los últimos años de
existencia pueden tener sentido. Esa es la razón por la que el destino del
individuo durante la vejez es, según Beauvoir, una consecuencia directa del
tipo de existencia que ha llevado. Si llevó una existencia sin pasiones, sin
compromisos, sin proyectos reales, su vida como anciano será aún más pobre.
Por lo tanto, uno debe en cierta manera preparar su vejez, no solo en el
sentido estricto de procurarse las condiciones materiales para una
jubilación apacible, sino sobre todo llevando una "vida humana lo
suficientemente comprometida, lo suficientemente justificada, como para
seguir adhiriéndose a ella incluso cuando se hayan perdido todas las
ilusiones y se haya enfriado el ardor vital".



La vejez como condición social



Sin embargo, tal análisis existencial sigue siendo insuficiente, ya que hace
de la vejez un fenómeno que dependería completamente de la responsabilidad
individual, de las propias decisiones del individuo durante su vida y de su
forma de dar sentido a su involución fisiológica. Sin embargo, la forma en
que se vive la vejez depende en gran medida de la situación social del
individuo. Refiriéndose en particular a sus análisis del capítulo 4 de la
primera parte ("La vejez en la sociedad actual", p. 306-393), Beauvoir
recuerda que "la edad a la que comienza el declive senil siempre ha
dependido de la clase a la que se pertenece. Hoy en día, un minero es a la
edad de 50 años un hombre acabado, mientras que entre los privilegiados
muchos llevan alegremente sus 80 años" (p. 758). La desigualdad de las
personas en la vejez no solo se debe a las posibilidades concretas que
tienen en la jubilación, sino sobre todo a las consecuencias del estilo de
vida que han tenido que llevar durante su existencia. Obligadas a vender su
fuerza de trabajo para satisfacer sus necesidades, obligadas a tareas
repetitivas y alienantes que no favorecen la imaginación ni el
enriquecimiento de su persona, permanentemente ocupadas por las
preocupaciones de la existencia diaria, las personas trabajadoras no tienen
la oportunidad de preparar su jubilación. Como resultado, según Beauvoir,
ésta se vive con especial brutalidad: de repente, la o el pensionista "solo
ve un desierto a su alrededor"; al abordar con las "manos vacías" la vejez,
"la decadencia senil comienza prematuramente, es rápida, físicamente
dolorosa, moralmente horrible" y los "individuos explotados y alienados,
cuando sus fuerzas les abandonan, se vuelven fatalmente “residuos”,
“desechos” (p.759) En resumen, como dice Beauvoir en el preámbulo del libro:
"tanto en el curso de la historia como hoy, la lucha de clases determina la
forma en que un hombre es atrapado por su vejez" (p. 19).



Revolucionar la vejez y salir del capitalismo



Por lo tanto, el problema de la vejez no es, según Beauvoir, un problema
particular que podría resolverse a través de otra política de vejez.
Plantear el problema de la vejez es cuestionar una organización de la
sociedad humana, que obliga a las personas a trabajar toda su vida
simplemente para mantenerse con vida. Como escribe Beauvoir, "por el destino
que asigna a sus miembros inactivos, la sociedad se desenmascara; siempre
los ha tratado como material" (p. 760). La incapacidad en que nuestra
sociedad se encuentra para tratar a las y los ancianos humanamente es el
síntoma del "fracaso de toda nuestra civilización", es decir, una
civilización estructurada por el modo de producción capitalista.



Partiendo del problema aparentemente específico de la condición de las
personas mayores, Beauvoir, por lo tanto, pide una transformación del modo
de organización social de la humanidad y una superación del modo de
producción capitalista. "Lo que hay que rehacer es el hombre entero, hay que
recrear todas las relaciones entre los hombres si se quiere que la condición
del anciano sea aceptable”. En esta "sociedad ideal" poscapitalista, la
vejez misma "ni siquiera existiría, por así decirlo". No porque tal o cual
progreso técnico o médico hubiera permitido a la humanidad superar su
condición biológica y la fatalidad de su involución, sino porque ya no sería
sinónimo de un estatus social específico que disminuye las posibilidades de
acción del individuo. El anciano ya no estaría condenado a vivir sus últimos
años como una existencia puramente honoraria a la espera de la muerte, sino
que tendría ante sí una "amplia gama de posibilidades" que podría continuar
persiguiendo hasta que la muerte le alcanzara.



Para lograr esta "sociedad ideal", Beauvoir menciona, en el último párrafo
del libro, la posibilidad de una forma de alianza revolucionaria entre la
juventud y las y los ancianos. En el espíritu de algunos análisis
revolucionarios de mayo de 68 (por ejemplo, los de Marcuse), Beauvoir parece
considerar que no hay que dirigirse hacia los trabajadores adultos para
encontrar el sujeto revolucionario. Totalmente absortos en su actividad
profesional y en la rutina diaria que les "enmascara los problemas”
fundamentales de la sociedad, los trabajadores "se dejan triturar porque ni
siquiera se imaginan poder escapar de ella". El joven y el viejo se sitúan
por su parte en exterioridad a la sociedad capitalista. Si los jóvenes aún
no han sido "atrapados" por el sistema capitalista, los ancianos ya no son
parte de él. Así, la "ansiedad" del comienzo de la vida social encuentra su
correspondiente posible en la "angustia" del final de la vida social. Por lo
tanto, Beauvoir pide a los ancianos que se unan a la lucha de esta juventud
en revuelta y que trabajen juntos para cuestionar el sistema y lograrlo.
Porque "la afirmación solo puede ser radical: cambiar la vida".



Otros textos de Beauvoir



La Vieillesse (1970), Gallimard, París, 2020, Introducción, p. 7-15;
Preámbulo, p. 17-23. (Hay traducción en español: Simone de Beauvoir, La
vejez, EDHASA, 1983. ndt.)

Textos preliminares para tener una buena visión general del proyecto
Beauvoir:

La Vieillesse, Parte II, cap. 5 "Descubrimiento y asunción de la vejez.
Experiencia vivida del cuerpo", pp. 399-509; cap. 6 "Tiempo, actividad,
historia", p. 510-629.

Estos dos capítulos de la segunda parte buscan explicar la especificidad de
la experiencia vivida de la vejez:

Tout compte fait, Gallimard, París, 1972, c. 1, pp. 57-62; c. 2, p. 183-187.

En el primer pasaje del cuarto volumen de memorias, Beauvoir describe su
relación con el tiempo y la vejez; en el segundo, vuelve a pensar sobre la
génesis de La Vieillesse.

La Force des choses (1963), Gallimard, París, 2001, Epílogo, p. 489-508.

Haciendo un balance de su vida en el umbral de la vejez, Beauvoir señala
paradójicamente que las promesas de la juventud se han cumplido y que ella
"se ha desdibujado", una fórmula que despertó muchas reacciones y está en el
origen del proyecto de escritura de La Vieillesse.



Notas



[1] Hay traducción en español: Simone de Beauvoir, La vejez, EDHASA, 1983.
ndt.

[2] Ver texto n.º 10

[3] Esta dimensión es estudiada en particular en el primer capítulo de la
obra (Parte I, cap. 1, “Vejez y biología”, p. 27-56).

4]  Sobre el análisis de esta toma de conciencia, ver La Vejez, Parte II,
cap 5. “Descubrimiento y asunción de la vejez. La experiencia vivida del
cuerpo”, p. 399-509.

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