Venezuela/ Descontento con el gobierno, nueva derrota opositora. [Manuel Sutherland]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Nov 24 12:40:04 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

24 de noviembre 2021

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Venezuela



Descontento con el gobierno, nueva derrota opositora



La oposición, sumada, obtuvo más votos que el oficialismo, pero sus
divisiones y guerras internas la dejaron muy lejos del Partido Socialista
Unido de Venezuela (PSUV). Este no pudo frenar la merma de votos, al calor
de la crisis múltiple que vive el país, pero se hizo con la mayoría de las
gobernaciones y alcaldías.



Manuel Sutherland *

Nueva Sociedad, noviembre 2021

https://www.nuso.org/



Los resultados de las elecciones venezolanas del 21 de noviembre fueron
esperables y asombrosos al mismo tiempo. En las que fueron las primeras
elecciones en años con participación de la oposición y veedores externos, el
gobierno de Nicolás Maduro consiguió lo esperado: arrasar tanto en el nivel
regional como municipal. Aunque esos resultados eran previsibles y no había
casi ningún análisis previo que arrojara cifras diferentes, resultan para
muchos realmente extraños, teniendo en cuenta que se dan en un país con una
caída del PIB estimada de alrededor de 79% entre 2013-2020, lo que lo
convierte en la tercera caída más grande del mundo. De tener en 1997 el PIB
per cápita más alto de América Latina, Venezuela pasó a tener uno más bajo
que el de Haití (según la estimación del Fondo Monetario Internacional). El
ingreso mínimo legal mensual pasó de 400 dólares en 2001 –el de mayor poder
de compra de toda América Latina por los bajos precios de los servicios
públicos– a 2,5 dólares mensuales. Aunque el sector privado pague en
promedio treinta veces más, incluso en los empleos de cualificación más
baja, esa remuneración está muy por debajo de una canasta alimentaria
mensual de 400 dólares, quizás la más cara del continente, por el efecto de
la enorme sobrevaluación del bolívar en un contexto hiperinflacionario.



Si hablamos de la pobreza, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida
(ENCOVI) muestra que un 94% de los hogares está bajo la línea de pobreza y
casi 74% de ellos se encuentran en condiciones de pobreza extrema. Según el
índice de Gini que calculó la ENCOVI, Venezuela podría ser el sexto país más
desigual del mundo. Bajo el paraguas de semejante contexto adverso, el
gobierno tiene un nivel de rechazo que oscila entre el 80% y el 85%, según
diversas encuestas. Tras 22 años de diversas crisis, el chavismo gobernante
luce cada día más debilitado en todos los planos, incluido el electoral. En
ese escenario, cualquier oposición mínimamente organizada tendría todas las
de ganar en una contienda electoral. La tarea consistiría, simplemente, en
buscar transformar en sufragios la gran animadversión que el gobierno
genera, es decir, explotar su debilidad más latente.



Como ya es sabido, nada de eso sucedió y el gobierno bolivariano obtuvo un
insólito triunfo sobre la mar de fragmentos opositores que enfrentaron a un
bloque monolíticamente centralizado y articulado en torno al Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Ante esa circunstancia, resulta
importante explicar por qué la inmensa mayoría de la población no encuentra
espacios de representación política ni electoral.



La MUD y los «alacranes filochavistas»



A pesar de todas las condiciones económicas y sociales desfavorables, el
PSUV logró obtener 3,72 millones de votos en la sumatoria agregada de
sufragios obtenidos por todos sus candidatos, un magro 46% de los votos
totales, según los resultados parciales hasta ahora ha publicado el Consejo
Nacional Electoral (CNE). La oposición obtuvo aproximadamente 4,42 millones,
54% de los votos totales. La abstención total alcanzó un 58% del total
habilitado para votar. El asunto es que el registro electoral está
sobreestimado debido a una emigración que se estima de entre 5 y 6 millones
de personas. Es de hacer notar que gran parte de los emigrados son adultos
en edad laboral y seguramente, en su mayoría, opositores. Así las cosas, la
emigración producto de crisis humanitaria ha sido una bendición electoral
para el chavismo y ha restado mucho poder político a la oposición.
Desgraciadamente, la feroz política de sanciones económicas dirigida por
Estados Unidos apunta justamente en la dirección opuesta a frenar el éxodo,
facilitando las victorias electorales del chavismo al agravar la crisis,
dificultar la recuperación económica y ser fuerte estímulo para el
desplazamiento por motivos económicos.



Con 46% de los votos, el chavismo ha obtenido hasta ahora (aún hay un par de
estados en disputa) 18 de 23 entidades federales. De las 335 alcaldías, 322
están ya decididas: en ese conteo el chavismo obtendría 205. A diferencia de
lo sucedido con la sobrerrepresentación de las mayorías que el chavismo
aplica en las elecciones para la Asamblea Nacional, en este caso el
descalabro opositor se debió a la excesiva dispersión del voto, producto de
una división fratricida de la oposición. Cuesta entender como entre los
3.082 cargos en disputa no hubo suficiente espacio para una distribución
consensuada de los mismos. Así las cosas, más de 60.000 opositores, unos
veinte por cada candidato chavista, se esmeraron en diluir una ventaja
porcentual de casi 9 puntos en la sumatoria de votos totales.



La división del voto fue mortal en muchos ámbitos regionales de extrema
importancia. La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) concentró a los partidos
cercanos a Juan Guaidó. La Alianza Democrática nucleó a lo que llaman
oposición disidente, cuya vocación de participar en las elecciones y no
plegarse al abstencionismo militante es vista como «colaboracionista» y
«gobiernera» por parte de la oposición proclive a las aventuras
insurreccionales.



Desde el primer instante, la Alianza Democrática salió a hacer campaña
activamente. Mucho más tarde, la MUD dejó la senda abstencionista y, sin un
comunicado oficial  ni consenso alguno, decidió participar en las
elecciones. En ese momento, la Alianza Democrática sugirió elaborar una hoja
de ruta para ir a las elecciones en conjunto, algo que la MUD rechazó debido
a la judicialización de varios partidos que la integran y las estructuras
partidarias paralelas presuntamente financiadas por el gobierno. Luego, la
Alianza Democrática propuso la realización de primarias para dirimir las
candidaturas más reñidas y concurrir a los comicios bajo una sola bandera.
La MUD indicó que «no había tiempo» y que ellos ganarían sin necesidad de
juntarse con lo que ellos llaman «alacranes filochavistas».



Así las cosas, la MUD, lanzó muy tardíamente candidatos que en varios casos
no tenían la más mínima oportunidad de victoria, pero que iban directamente
a mellar el apoyo en los liderazgos regionales tradicionales constituidos
desde hace muchos años. La MUD terminó obteniendo alrededor de 1,5 millones
de votos, según el primer boletín electoral oficial parcial, y unas 59
alcaldías (18% del total). La Alianza Democrática obtuvo 1,3 millones de
votos y 37 alcaldías (11%). Otros partidos regionales completaron el
desperdigado voto opositor y obtuvieron 21 alcaldías (6%). La oposición por
fuera de la MUD obtuvo 60% del total de los votos opositores.



La Alianza Democrática y la MUD se erigieron en muchos casos como segunda y
tercera fuerza, lo que permite ver el efecto de la división, fuente de
severas derrotas a lo largo y ancho del país. Por ejemplo, en el estado
Táchira, la actual gobernadora Laidy Gómez, que milita en la oposición,
perdió las elecciones por apenas 3.000 votos mientras que el candidato de la
MUD obtuvo 54.000 que solo sirvieron para diluir la fuerza electoral en un
estado sostenidamente opositor. Henry Falcón, ex-candidato presidencial en
2018 y ex-gobernador del estado de Lara, perdió la gobernación por apenas
27.000 votos, aun cuando obtuvo el 42%. El candidato de la MUD recibió
apenas 39.000 votos que fueron suficientes para dejar a Falcón fuera de
juego y asegurar la victoria del PSUV. Así, hubo muchos casos de fracasos
absurdos y evitables. Grosso modo, según los cálculos de Francisco
Rodríguez, la oposición nucleada en la MUD-AD y Fuerza Vecinal, de haber ido
unida, habría ganado al menos 13 estados de 23. El recién electo gobernador
de Zulia, Manuel Rosales, lo resumió así: «Si hubiésemos ido unidos, mínimo
más de 10 gobernaciones hubiesen acompañado la victoria del Zulia». Con
todo, y  en comparación con 2017, la oposición en su conjunto incrementó en
333% la cantidad de alcaldías obtenidas. La votación total del chavismo
apenas alcanzó 18% del padrón electoral sin ajuste por migración. Pero este
declive del oficialismo no pudo ser aprovechado por la oposición pese a que
el chavismo obtuvo 30% menos de votos que en las regionales de 2017.



Populismo rentístico y biocontrol social



El candidato a la gobernación de La Guaira, Juan Manuel Olivares, decía en
relación a la publicidad que desplegaba el candidato chavista a la
gobernación: «Cada uno de esos pendones cuesta cinco dólares y han colocado
20.000. Hablamos de 100.000 dólares. Y esas vallas valen 10.000 o 15.000
cada una. Eso es mucha plata. ¡Yo no la tengo!». Y en efecto, el despliegue
propagandístico del gobierno fue fastuoso. Sin tapujos, dispuso de generosos
recursos públicos para que sus candidatos hicieran ver a los demás como
menesterosos. Fácilmente, apabullaban con toneladas de propaganda a la
mayoría de opositores que lucían una carencia extrema de recursos. Pero esta
cuestión cardinal precisamente debió incentivar más la unidad y la
centralización de los pocos recursos disponibles. La insistencia en la
atomización encareció más las campañas y las debilitó económicamente. Más
aún, el ataque entre candidatos opositores solía ser mucho más fuerte que
contra los postulantes del gobierno. La reyerta pública entre Carlos Ocaríz
(MUD) y David Uzcategui (Fuerza Vecinal) derivó en una trifulca por la
importantísima gobernación del estado de Miranda. El resultado fue el
esperable: aun cuando la oposición, para variar, sacó más votos que el PSUV,
perdió la gobernación.



De haber habido consenso o primarias entre los más importantes partidos
opositores, habrían salido candidaturas unitarias y una cantidad de votos
presumiblemente mayor a la obtenida por debilitadas y fragmentadas campañas
individuales que confundían a la población, e incluso, desestimulaban el
voto castigo a la gestión del gobierno central. Tan amarga división pudo
favorecer a una gigantesca abstención (64%) en la Alcaldía del Municipio
Libertador, en el centro de Caracas, ámbito que el chavismo ganó con extrema
facilidad.



El populismo hiperrentístico todos los días mejora sus formas de biocontrol
social. Con el «carné de la patria» y otras herramientas tecnológicas, tiene
una amplia base de datos donde conoce muchísima información de alrededor de
20 millones de habitantes. Por esa vía deposita pagos a pensionados, bonos
en bolívares y distribuye sus planes asistenciales, entre ellos la
sempiterna bolsa del CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción).
Mediante ese mecanismo, se hace un «cruce» con la base de datos del PSUV y
se chequea imperturbablemente a los votantes psuvistas. Con ello se
organizan y disciplinan los votos de millones de personas. Eso, además, les
permite sectorizar su propaganda y beneficiar con ciertos recursos a su
amplia base y a los «punteros» u organizadores populares, que direccionan
los planes sociales y controlan de rígida forma a la población objetivo.



Así las cosas, con ese biocontrol en el bolsillo fueron a por el llamado
«votante medio» con pancartas donde el «rojo rojito» brilló por su ausencia.
Nada de: «patria o muerte» ni de promesas de socialismo o lucha
antiimperialista con tonalidades guevaristas. Fueron a por los jóvenes
«apolíticos» y por la cuasi extinta clase media. Se llenaron de camisas
azules de botones y blusas verdes y no hubo ni un solo rastro de «gente
pobre» en sus publicidades: todo fue la mar de promesas de prosperidad
«burguesa». La táctica electoral pareció bastante eficaz. Aun así, el
declive es evidente y nunca el chavismo había obtenido un porcentaje tan
bajo de votos sobre el registro electoral.



La oposición, perdida en su laberinto



Tal como ha venido sucediendo en estos últimos años, la oposición al
derredor de la «presidencia interina» de Guaidó parece trastabillar una y
otra vez. Según la encuestadora Datanálisis, en marzo de 2019 Guaidó tenía
una popularidad de 77%. De ese apoyo pasado, apenas queda, según la misma
encuestadora, un minúsculo 11,4%. Peor aún, Guaidó presenta un índice de
rechazo mayor al que el del propio Maduro: 88%. A pesar de estas claras
señales, el «gobierno interino», como sigue haciéndose llamar, mandó a decir
en voz de sus acólitos abstencionistas más relevantes que Guaidó sería
«presidente encargado de la República» hasta que se realicen unas elecciones
presidenciales que ellos consideren limpias. Así, sin más.



En estos meses de campaña electoral, Guaidó desapareció. El día de las
elecciones literalmente no publicó ni un solo tweet y en la campaña no
acompañó a los candidatos de la MUD, y nadie sabe si realmente estaba por la
participación o la abstención. Además, pasó a la historia como el único
«presidente» que no va a votar y se oculta en la jornada donde se dirimen
unas elecciones de alcance nacional. Un día después de la elección, ofreció
una rueda de prensa diciendo que no había condiciones para ir a votar y
denostando la andanza electoral. Entonces, cabría preguntarse, ¿para qué le
sirve Guaidó a la oposición?, ¿qué función tiene?, ¿qué hace con los
millones de dólares que se asignan a Venezuela para la «lucha democrática» y
para la «ayuda humanitaria»?. Se suponía que esos peculios, si no pueden
emplearse en ayudar a la gente más necesitada del país, al menos debían
emplearse en la reconstrucción de la oposición y colaborar económicamente
con quienes hacen política a diario en la nación. Ni siquiera se organizaron
unas primarias que hubieran sido muy útiles para la unidad, pero sí montó
una estéril «consulta popular» a fines de 2020 en la que se le preguntó a su
propia gente si querían poner fin al gobierno de Maduro, una estolidez por
donde se le mire. Según ellos, hubo 6,4 millones de personas en la consulta,
lo cual resulta tan inverosímil como la promesa de acabar con el gobierno de
Maduro mediante una invasión mercenaria de dos lanchas con un puñado de
guerrilleros en una delirante parodia de Bahía de Cochinos.



Más nociva es la campaña que hacen contra el voto que, velada o
abiertamente, estimula la abstención de sus propias bases, lo que garantiza
los triunfos del gobierno. En reiteradas ocasiones sugieren que votar «en
dictadura» es inútil porque se van a robar los votos, o que votar es inútil
ya que el gobierno hará fraudes o colocará «protectores» para sabotear a las
autoridades opositoras, ello termina siendo a todas luces contraproducente.



Por más irracional que parezca, la «comunidad internacional» vive reforzando
los yerros opositores más lacerantes. No pasa un día en el cual no aúpe (o
se haga la vista gorda) a las políticas opositoras más insensatas del ala
del «interinato». Entre ellas se destacan la mencionada consulta popular, la
continuidad infinita del «interinato» presidencial, los intentos de
insurrección (como la organizada en las afueras de base área de La Carlota),
el derroche de recursos (sin contraloría) para la lucha por la «libertad»,
la corrupción millonaria en las empresas estatales «ocupadas» por el
interinato, el peculado grotesco con la ayuda humanitaria, la mil veces
inocua y fracasada política abstencionista y, por último, la vocación por la
desunión opositora en las contiendas electorales.



Es evidente que hace falta un liderazgo realmente capaz que aglutine a las
fuerzas que quieren un cambio estructural en la política nacional. Está muy
claro que no hay autocrítica en el seno de la MUD y que no hay el más mínimo
reconocimiento de la multiplicidad de estrategias malogradas. Con estas
políticas, aunque el chavismo llegue a tener 95% de rechazo, la derrota está
asegurada.



En estas condiciones, la posibilidad de un referendo revocatorio, nuevamente
mencionada de manera casi infantil, se muestra muy cuesta arriba para sus
promotores. Ganar la Asamblea Nacional y las elecciones regionales eran
requisitos básicos para la casi imposible empresa de conseguir la
convocatoria a un revocatorio. Con estos desaguisados, todas las empresas
fallarán sin remedio. Y así queda solo el «bochinche», como diría Francisco
de Miranda.



* Manuel Sutherland, economista y director del Centro de Investigación y
Formación Obrera (CIFO), Caracas.

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