Cultura/ Mujeres bellas y fuertes. Treinta años de Thelma y Louise . [María José Santacreu]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 8 10:28:59 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

8 de octubre 2021

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Cultura



Treinta años de Thelma y Louise



Mujeres bellas y fuertes



Es uno de los finales más icónicos del cine, aunque pretendió, más bien, ser
el principio de algo. Para algunos, lo único que hizo Ridley Scott fue dar
vuelta la fórmula del buddy film (1) sin cambiar nada más que el sexo de los
protagonistas; para otros, lo que logró fue transformar radicalmente el
papel de la mujer en el cine. Y si bien se podrá argumentar que Thelma y
Louise no es gran cine, nadie podrá negar que es una gran película, además
de un artefacto cultural duradero.



María José Santacreu

Brecha, 8-10-2021

https://brecha.com.uy/



Ya casi lo olvidamos –han pasado 30 agitados años–, pero la película levantó
una polvareda solo equiparable a la que provocan los 15 patrulleros (y el
helicóptero) persiguiendo al Ford Thunderbird celeste que Louise maneja a
toda velocidad por el Gran Cañón rumbo a la libertad y la muerte. Lo cierto
es que la historia de Thelma y Louise podría contarse, simplemente, como la
de su recepción, pero el filme es mucho más que eso. Por ejemplo, hoy
podríamos mirarla, aunque sea por un minuto, desde este presente que nos
dejó el movimiento #MeToo, disparado por los abusos del productor Harvey
Weinstein. Y es que, a poco de comenzar el segmento «Casting», de esa
especie de making of de la película titulado Thelma & Louise: The Last
Journey (2003), el director Ridley Scott relata los problemas que encontró
para producirla. Y mientras está dando cuenta de la frialdad con la que fue
recibido el proyecto, devela, como al pasar, la respuesta que recibió del
ejecutivo de un estudio cuyo nombre no revela: «¿Dos conchudas en un auto?
No entiendo». Una respuesta elocuente respecto del statu quo hollywoodense y
su misoginia.



Como fuera, ese guion de una escritora primeriza (Callie Khouri), que quería
conseguir 1 millón de dólares para dirigir la película ella misma, terminó
encontrando su camino de la mano de Ridley Scott, que no quería dirigirla.
De pronto, a Peter Fonda y Dennis Hopper montando sus motos a la caída del
sol les aparecieron unas inesperadas compañeras de carretera. A pesar de su
reticencia, Scott era perfecto para la tarea, un experto en trabajar dentro
de los relatos de género, en mezclarlos y hacerlos grandiosos (la ciencia
ficción con el relato de horror o con el noir, sin olvidar las puntas de
crítica social, como en Alien y Blade Runner, por ejemplo). Muchos señalaron
que, si había similitudes en Thelma y Louise con alguna película de 1969, no
era solo la obvia con Easy Rider, sino las que existían con Butch Cassidy,
incluyendo el cuadro final congelado –el convertible suspendido sobre el
Gran Cañón o Butch y Sundance corriendo de frente hacia las balas– o,
incluso, con Bonnie y Clyde, estrenada dos años antes. Este hilo de
comparaciones habla de ese cruce de géneros al que Scott es tan afecto: una
road movie que es un western con toques gangsteriles y, cómo no, algo más
que una pizca de comedia. Muy raro para una película que gira en torno a una
violación. No la de Thelma, que se ve, pero no se consuma, sino la de
Louise, que no se ve, pero que está enterrada en un pasado texano al que
alude sin explicitarlo demasiado. Así, Louise le dispara a una violencia que
viene del pasado, pero que se verifica en el presente sobre los cuerpos de
las mujeres. De cualquier mujer.



Que Louise no tenía pensado matar a Harlan queda claro cuando, tras liberar
a Thelma, le dice: «En el futuro, cuando una mujer llora así, es que no se
está divirtiendo para nada».



Pero no habrá futuro ni para Harlan ni para nadie. Louise mata a Harlan
porque este, lejos de arrepentirse o simplemente callarse, la insulta. Es
entonces que ella sabe que Harlan es un hombre que cree que violar es su
derecho, que lo ha hecho antes y lo volverá a hacer. Pero al dispararle a
Harlan cuando la violación se ha evitado, ella y Thelma quedan más allá de
cualquier posibilidad de salvación.



Femifachas



Previsiblemente, la crítica más frecuente que se le hizo a la película fue
que estas mujeres se comportaban como hombres. Se dijo que el ejercicio de
la violencia, el situarse por fuera de la ley y el regodeo en la venganza
eran fruto de un feminismo mal entendido, de tema fascista. Eso por no
hablar de las actitudes liberales de estas mujeres frente el sexo, que las
hacían culpables de todo lo malo que les pasaba. Ellas lo merecían todo, y
también la denuncia del retrato patético que la película ofrecía de los
hombres en general. Sin embargo, si estos mismos críticos eran los que
afirmaban que Scott no había hecho otra cosa que trasladar las buddy movies
al género femenino, lo que reconocían, de facto, era el tratamiento que
Hollywood le daba históricamente a la mujer, algo que, al parecer, les
parecía genial hasta ese momento.



Lo que los críticos no previeron fue que la gran mayoría del público no
leería el filme de esta manera, sino que iba a hacer lo que hace siempre:
identificarse con el héroe, independientemente del género al que
perteneciera. Y tal vez no lo previeron porque, hasta entonces, no había
demasiadas películas que pusieran el discurso femenino en el centro y el
masculino en el margen. O porque las reivindicaciones feministas, a pesar de
todo, habían calado más hondo en la sociedad de los noventa de lo que ellos
eran capaces de reconocer. Esto fue un efecto impactante, sobre todo para
una película que no tiene un discurso político sólido. No puede decirse, ni
siquiera, que sea una película conscientemente feminista ni que haya querido
serlo. Thelma y Louise es, ante todo, una historia de liberación y venganza
que cumple un rol catártico. Es indudable que, al mantenerse de manera
sólida dentro de las estructuras narrativas clásicas de Hollywood, la
película es sexista y maniquea, pero, por eso mismo, fue muy relevante que
la furibunda reacción conservadora que produjo en la crítica y la prensa
pusiera de manifiesto la hipocresía social imperante. Una hipocresía que
todavía vemos revivir en el discurso público, hoy en día, demasiadas veces.



Pero puede decirse más: los elementos humorísticos presentes en la película
permiten suponer una intención autoconsciente y paródica. Porque puede ser
que estas amas de casa insatisfechas les roben los trapos a los policías y
vaqueros que poblaron el imaginario de nuestras infancias, pero también es
cierto que lo hacen matándose de la risa. Tómese, por ejemplo, la escena de
encerrar al cerdo, cuando meten al policía en el baúl de su patrullero. La
transformación de Thelma en un supervillano, ante los ojos sorprendidos de
Louise, es acentuadamente cómica, así como lo es el llanto desolado del
hasta entonces machísimo policía, que ruega por su vida en nombre de su
mujer y sus hijos (con Thelma diciéndole que, ya que quiere tanto a su
mujer, aproveche a tratarla con amor). Allí se ponen de manifiesto en clave
humorística muchos clichés del género: la utilización sin remilgos del arma
de fuego –para acallar la radio, por ejemplo, aunque Louise no entiende bien
y le da un balazo no a la radio policial, sino a la radio FM–, el tópico del
valiente que se revela cobarde y viceversa, y el de la torpeza de las
mujeres, en este caso representadas por Louise, porque Thelma acaba de
empoderarse. Lo mismo sucede con el asalto que Thelma perpetra, en el cual
se apropia (y transforma) el discurso aprendido de J. D., un ladrón que
encarna, en sí mismo, otro tópico que se da vuelta: no es un matón común y
corriente, sino uno rubio y sexy que muestra su hermoso cuerpo y se
transforma en ocasional amante de una de las protagonistas (un joven Brad
Pitt). Scott no se priva, ni siquiera, de abordar los tonos homoeróticos que
pueblan los westerns. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en estos,
al hacerlos explícitos los neutraliza: resulta curioso cuánta gente no
recuerda el beso que Thelma y Louise se dan antes de tirarse por el
barranco.



El final



Y, después del beso… las manos agarradas en un gesto de fuerza, y el
barranco. Un final triste, tan polémico como el final feliz de Blade Runner.
Pero cualquiera que conozca Hollywood sabe que las chicas no podían
salvarse. Es otro tópico: el bandido que mata, por más simpático que se
presente ante el espectador, muere. Hollywood se ha cansado de poner en
escena a estos justicieros que se rebelan contra el establishment pero que,
al salirse del sistema, ya no pueden volver atrás. Deben ser castigados,
pero la sociedad, en el camino, algo aprenderá y mejorará un poquititito. La
película hace un gran trabajo en este sentido. Saca a estas dos mujeres de
los ambientes domésticos, las lanza a la carretera, las filma en ese vasto
desierto, abierto, inmenso, con el viento en la cara, mientras van cambiando
la manera en que se comportan y se visten (la evolución del lenguaje
corporal de las actrices merecería una nota aparte). Y, finalmente, ante la
disyuntiva de que Thelma y Louise sigan o se rindan, vuelven explícita su
imposibilidad de volver atrás. Esa es la genialidad de Khouri-Scott, por más
que la carrera termine en el fondo del barranco. Aunque, bien mirado, Thelma
y Louise nunca mueren. Quedan suspendidas en el aire por toda la eternidad.
¿Hace falta algo más para construir un mito?



Siendo un artefacto tan obvio, ¿por qué la película generó una reacción tan
desaforada en los medios? Tal vez porque la guionista y el director fueron
tremendamente eficaces en que la conservación de las convenciones
narrativas, aun revirtiendo los roles de género, fuera lo suficientemente
creíble como para señalar el elefante en la habitación, es decir, los
intocables roles que dictan qué puede hacer un hombre y qué no puede hacer
una mujer (la prerrogativa del uso de la violencia, por ejemplo). Pero
también estaba allí la segunda ola del feminismo, que le había puesto nombre
a lo que antes no existía, es decir, a las violaciones en el seno del
matrimonio o en el contexto de una cita romántica. Thelma y Louise es una
película que no podía haber existido antes, porque todo el mundo sabía que
una mujer cuando dice «no» quiere decir «sí», que cuando se resiste lo hace
para avivar el ardor de su amante y que cuando se viste o actúa sensualmente
lo que está pidiendo es guerra.



El éxito de la película puso de manifiesto que aquello que las feministas
venían repitiendo desde hacía un cuarto de siglo no era la convicción de
unas pocas militantes, sino que encontraba eco en hombres y mujeres comunes
y corrientes. Por eso el ataque de nervios de la prensa conservadora. Por
eso la virulencia de los alegatos en contra. Sin embargo, no fueron
solamente los conservadores los que pusieron el grito en el cielo. También
lo hicieron algunas feministas, como Sheila Benson, en Los Angeles Times,
que escribió: «Digan lo que quieran de Thelma y Louise, pero no digan que es
una película feminista, como están escribiendo algunos. El feminismo tiene
que ver con la responsabilidad, la igualdad, la sensibilidad, la
comprensión, no con la venganza, el ojo por ojo o el sadismo». La guionista
del filme fue la que más a menudo se pronunció al respecto. Por ejemplo,
Khouri dijo en una entrevista con The Guardian: «Esta no es la historia de
dos mujeres que se transformaron en feministas, es la historia de dos
mujeres que se transformaron en delincuentes. […] Los temas en torno al
filme son temas feministas, pero la película no lo es».



El poder



Lo cierto es que la película conserva intacta su potencia por dos motivos:
porque las narrativas tradicionales por algo son tradicionales –han
acumulado sobre los mismos mecanismos un conocimiento profundo de la psique
humana, ajustándola periódicamente según la conveniencia del statu quo– y
porque su mecanismo fue tan tonto (la reversión de roles) que resultó audaz
y liberador. El momento político en el que el filme se estrenó, con Estados
Unidos rumbo a la guerra del Golfo tras la infame década de
Reagan-Bush-Thatcher en el poder, fue dura para el movimiento feminista: «La
figura estereotípica de la feminista que odia a los hombres, la que quiere
ganar poder sacándoselo a los varones, era central a la crítica del
feminismo en esa época. La mujer vengativa y rencorosa, una figura común a
través de la historia, fue relacionada exitosamente en el discurso con los
movimientos de liberación de la mujer, por lo que no sorprende que la
segunda ola del feminismo fuera acusada de alentar las fantasías de venganza
de las mujeres. Pero esa figura tuvo un nuevo registro en un contexto
cultural en el que las mujeres eran imaginadas cada vez más como seres que
no solo tienen acceso a las armas, sino que son capaces de usarlas. En este
contexto fueron cruciales los debates sobre el argumento, que muchos
críticos quisieron presentar como contradictorio, de que las mujeres
necesitaban una protección legal diferente al mismo tiempo que reclamaban la
igualdad de derechos. […] ¿Qué significa ser iguales pero diferentes? ¿Qué
pasa cuando las mujeres hacen cosas que se consideran prerrogativa solo de
los hombres? […] ¿El feminismo significa defender que las mujeres tienen el
mismo derecho que los hombres de salir a la carretera, complacerse en hacer
explotar camiones e infringir la ley? Sin embargo, para otros, fue
precisamente la audaz y políticamente incorrecta forma con la que el filme
abrazó la noción de liberación lo que tuvo tanto encanto. […] Es verdad,
Thelma y Louise vende un tipo de feminismo bruto, inarticulado y
rudimentario. Pero, tras más de diez años de Reagan, Bush y la quimera
turbia del posfeminismo, ¿cómo era posible seguir hablando el lenguaje de la
liberación con propiedad? Es así que es posible argumentar que es
precisamente por su crudo despliegue de códigos de liberación puros y
simples que Thelma y Louise vino a transformarse, para mucha gente, en un
filme feminista icónico».(2)



La cantidad de películas que en esos años pusieron a la mujer en un rol
activo y, por momentos, violento, es reveladora: Nikita, de Luc Besson,
Terminator 2, de Cameron, El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme,
Durmiendo con el enemigo, de Joseph Ruben, entre otras. No es casualidad,
sin embargo, que fuera también el momento en el que Occidente necesitaba,
cada vez más, la participación de las mujeres en el Ejército. Así, en ese
ida y vuelta de ajustes entre lo que la sociedad pide, lo que el
establishment permite (muchas veces porque lo necesita) y lo que se fuerza
sobre este, es que fenómenos como Thelma y Louise se producen. Es como si,
una vez cada tantos años, los astros se alinearan.



Y sobre todo, qué gran plan sigue siendo volver a ver la película 30 años
más tarde, si es posible en el cine, si es posible con un hijo o una hija
(sobrinos, vecinas o lo que sea), y espiar lo que pasa por ese rostro en el
momento en el que aparece el helicóptero, ese instante en el que toda la
fuerza de la ley se despliega, abusivo, para determinar la carrera final, la
momentánea duda, el beso, la sororidad, el vuelo.



Notas



1. Literalmente: ‘películas de amigotes’, de las que hay una larga tradición
en el cine.

2. Marita Sturken, Thelma y Louise, BFI Film Classics, Bloomsbury
Publishing, Londres, 2000.

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