XX Aniversario/ 11 de septiembre: cómo la arrogancia de Estados Unidos -y del Reino Unido- se encontró con su Némesis [Gilbert Achcar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Sep 11 13:20:36 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

11 de septiembre 2021

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XX Aniversario



11 de septiembre: cómo la arrogancia de Estados Unidos -y del Reino Unido-
se encontró con su Némesis



Gilbert Achcar *

Viento Sur, 11-9-2021

https://vientosur.info/

Traducción de Viento Sur



Hace veinte años, diecinueve hombres, llenos de odio hacia Estados Unidos y
de fe en la promesa del paraíso, se inmolaron, matando a miles de personas y
provocando una de las mayores conmociones políticas globales de la historia
del mundo. Todos eran originarios de Oriente Medio; quince de ellos eran
ciudadanos del más antiguo y más cercano aliado de Washington en esa región:
el reino saudí. Se cosechó lo que se había sembrado.



Durante décadas, el gobierno de Estados Unidos había intrigado en Oriente
Medio apoyando regímenes despóticos y fomentando el fundamentalismo islámico
como antídoto contra todo lo que se considerara de izquierdas. En 1990, la
agonía de la URSS pareció inaugurar un nuevo orden mundial dominado por
Washington, lo que un columnista estadounidense denominó acertadamente el
momento unipolar. El imperio estadounidense, que hasta entonces aún se
tambaleaba por su síndrome de Vietnam, consiguió superarlo -o eso creía Bush
padre- al lanzar un ataque devastador contra Irak en 1991. Bush había sido
instado por Margaret Thatcher a expulsar a las tropas iraquíes que en agosto
de 1990 habían invadido el vecino Kuwait. Entonces, Irak fue estrangulado
por un cruel embargo que causó 90.000 muertes de más cada año, según las
cifras de la ONU.



Fue la primera vez que Estados Unidos llevó a cabo una guerra en toda regla
en Oriente Medio. Hasta entonces había librado guerras por delegación,
especialmente a través de su aliado israelí. Los atentados del 11-S fueron
el resultado directo de este cambio: una espectacular respuesta asimétrica,
en suelo estadounidense, al despliegue masivo de Estados Unidos en Oriente
Medio. Y sin embargo, lejos de dar un paso atrás y reconsiderar una
implicación que tuvo un retorno tan dramático, George W. Bush y el grupo de
neoconservadores salvajes que poblaban su administración vieron en el 11-S
su Pearl Harbor. Era otra oportunidad para impulsar el expansionismo de
Estados Unidos en lo que ellos llamaban el Gran Oriente Medio, una vasta
zona que se extendía desde Asia Occidental hasta Asia Central y AfPak
[Afganistán y Pakistán] sin otra característica común que el Islam.



Bush y su equipo llevaron la arrogancia estadounidense de la posguerra fría
a su punto álgido. Entraron en Afganistán, junto con la OTAN y otros
aliados, con la intención de convertir el país en una plataforma para la
penetración de Estados Unidos en una región situada estratégicamente entre
Rusia y China, los dos potenciales contendientes de la hegemonía unipolar de
Washington. Dieciocho meses después invadieron Irak, su premio más codiciado
por sus reservas de petróleo y su ubicación en el Golfo, una región vital
por razones estratégicas y económicas relacionadas con el petróleo. Esta
expedición neocolonial fue mucho más contestada a nivel mundial que la
afgana, a pesar del apoyo entusiasta de Tony Blair y de la participación
poco gloriosa del Reino Unido.



La invasión de Irak fue el leitmotiv del Proyecto para el Nuevo Siglo
Americano, un think tank cuyo nombre personificaba la arrogancia
estadounidense y en el que participaron figuras clave de la administración
de George W. Bush. Tenían la ilusión de que Estados Unidos podía rehacer
Irak a su imagen y semejanza, y que los iraquíes apoyarían mayoritariamente
esta perspectiva. En Afganistán, a juzgar por el número de tropas
estadounidenses desplegadas allí, mucho menos que en Irak, no tenían las
mismas esperanzas. Pero también allí se embarcaron en un insensato proyecto
de construcción del Estado, tras darse cuenta de que en realidad había más
colaboradores voluntarios dispuestos a colaborar con la ocupación liderada
por Estados Unidos en Afganistán que en el propio Irak.



De este modo, desecharon la lección fundamental de Vietnam de no enfrascarse
nunca en una aventura militar prolongada cuyo éxito es incierto. Irak se
convirtió rápidamente en un atolladero. En 2006, la ocupación se había
convertido claramente en un desastre. Mientras las tropas estadounidenses
estaban ocupadas luchando contra una insurgencia árabe suní dirigida por la
misma Al-Qaeda que Washington había extirpado de Afganistán, Irán se aseguró
el control de Irak por medio de fuerzas árabes chiítas aliadas, habilitadas
por la propia ocupación estadounidense y británica. La clase dirigente de
Estados Unidos dio la voz de alarma y obligó a dimitir al principal
arquitecto de la ocupación, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Una
comisión bipartidista del Congreso diseñó una estrategia de salida, que
incluía un incremento temporal de las tropas estadounidenses junto con la
compra de la lealtad de las tribus árabes suníes para superar la
insurgencia. Bush concluyó entonces un acuerdo con el gobierno de Bagdad,
respaldado por Irán, para la retirada de las tropas estadounidenses a
finales de 2011. Su sucesor, Barack Obama, supervisó la finalización de la
retirada.



Obama intentó repetir la experiencia en Afganistán, pero fracasó
estrepitosamente. Los corruptos señores de la guerra aliados de EE UU nunca
tuvieron mucho crédibilidad (los talibanes habían tomado el poder en 1996
tras derrotarlos). Obama inició entonces un programa de salida, que su
sucesor Donald Trump suspendió durante un tiempo para intentar una nueva
incremento, no sólo contra los talibanes, sino también contra el nuevo
avatar de Al Qaeda, el Estado Islámico (EI). En 2012, el EI se había
trasladado de Irak a Siria, donde había acumulado fuerzas aprovechando la
guerra civil, y luego, en el verano de 2014, había vuelto a entrar en Irak
mediante una invasión arrolladora de las zonas árabes suníes. Esto provocó
una ignominiosa debacle de las fuerzas gubernamentales iraquíes, creadas,
entrenadas y armadas por Washington.



Estados Unidos contraatacó al EI con bombardeos masivos en apoyo a los
combatientes locales sobre el terreno, que paradójicamente incluían a las
fuerzas kurdas de izquierda en Siria y a las milicias proiraníes en Irak. El
EI quedó reducido a una guerrilla clandestina, salvo que ya había empezado a
extenderse por todo el mundo, especialmente en África y Asia. Los disidentes
de la línea dura de los talibanes crearon una rama local del EI. Al
deshacerse de Osama bin Laden en 2011, Obama derrotó a Al Qaeda, pero sólo
para presenciar, poco después, la aparición de su avatar aún más violento.



Trump acabó tirando la toalla. Redujo el número de tropas estadounidenses al
mínimo y concluyó un acuerdo con los talibanes para la retirada de las
tropas extranjeras que quedaban en 2021. Acuerdo supervisado por Joe Biden,
que concluyó de la forma trágica y chapucera que todo el mundo presenció en
agosto. El ejército del gobierno de Kabul se derrumbó en una debacle
idéntica a la de las tropas del gobierno de Bagdad. Como en la mitología
griega, la arrogancia de Estados Unidos (y del Reino Unido) había vuelto a
encender la ira de la diosa Némesis y fue castigada en consecuencia.



Las derrotas en Irak y Afganistán han provocado una recaída de Estados
Unidos en el síndrome de Vietnam. Sin embargo, esto no significa que
Washington vaya a abandonar la agresión imperial: sólo significa que a corto
plazo no se comprometerá con despliegues prolongados a gran escala en otros
países con vistas a reconstruir su Estado. Más bien, Washington utilizará su
"capacidad antiterrorista más allá del horizonte", como prometió Joe Biden
en su alocución del 31 de agosto. Obama, que se opuso en el Senado a la
invasión de Irak en 2003, recurrió a los ataques con aviones no tripulados
con mucha más intensidad que su predecesor. Esa pauta fue desarrollada por
Trump, junto con ataques con misiles, y también por Biden.



Y, sin duda, se intensificará aún más. Este tipo de intervenciones son
guerras en pequeñas dosis, que a lo largo del tiempo no son menos letales
que las intervenciones masivas ocasionales, y resultan más perniciosas
porque escapan al escrutinio público. Hay que ponerles fin. (Artículo
publicado en Labour Hub, 10-9-2021: https://labourhub.org.uk/)



* Gilbert Achcar es profesor de Estudios de Desarrollo y Relaciones
Internacionales en SOAS.

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