Migrantes/ Esperar y sufrir: la vida en un campamento en el norte de México. [Esteban Montaño - Testimonios]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Sep 12 14:04:57 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

12 de septiembre 2021

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Migrantes



Esperar y sufrir: la vida de las personas solicitantes de asilo en un
campamento al aire libre en el norte de México



Al menos 2 mil personas, en su mayoría provenientes del triángulo norte de
Centroamérica (Honduras, Guatemala y El Salvador), sobreviven a la
intemperie desde hace seis meses en la plaza de La República en Reynosa, una
peligrosa ciudad en la frontera de México y Estados Unidos. En condiciones
deplorables de hábitat y de seguridad, aguardan a que en las cortes de
Estados Unidos se defina el rumbo de sus vidas. Estas son algunas de sus
historias



Esteban Montaño, desde Reynosa, Tamaulipas

Pie de Página, 11-9-2021

https://piedepagina.mx/

Con la mano que tiene sana, Sonia* empuja la puerta de vidrio de la oficina
de atención al migrante. Luego ingresa cojeando y le dice al primer
funcionario que se encuentra que necesita llamar a Estados Unidos. Este le
señala un teléfono libre y le indica el código que tiene que marcar para que
la llamada funcione. Ella cojea hasta el escritorio donde reposa el aparato
y agarra la bocina temblando. Se la pone en la mano que tiene resentida, y
con la otra empieza a teclear los números que tiene anotados en su celular.
Uno, dos intentos…



– ¿Aló?



-…



-Aló, amor, no, estoy en Reynosa, me devolvieron a México, me agarraron en
el aventón, me intenté escapar, pero me caí y me atraparon con un perro…



-…



-…Me lastimé la mano y el pie, pero no es nada grave. Tengo hambre, no he
tomado nada desde ayer y no tengo dinero. Necesito que me ayudes…



-…



-Noo, yo no me quiero devolver a Guatemala, necesito que mirés cómo me podés
ayudar…



***



Es viernes de finales de agosto de 2021. Sonia acaba de ser expulsada de
Estados Unidos a través del puente internacional que atraviesa el Río Bravo
para unir a Hidalgo, Texas, con Reynosa, una caliente y peligrosa ciudad del
noreste de México. Frente a la oficina donde Sonia pide auxilio, y apenas a
unos 100 metros del paso fronterizo, está la Plaza de la República: un lugar
que en los últimos meses se ha convertido en un símbolo potente del fracaso
de las políticas restrictivas que no disuaden la migración, y en cambio la
convierten en una tragedia humanitaria.



La Plaza de la República es un campamento al aire libre en el que más de
2.000 personas, en su mayoría de Honduras, El Salvador y Guatemala,
sobreviven en condiciones deplorables tras ser expulsados de Estados Unidos
por cuenta del Título 42. Esta norma, establecida durante el gobierno Trump
y mantenida por el actual gobierno de Biden, faculta a las autoridades de
ese país a usar un supuesto riesgo de sanidad pública como argumento para
negarles la protección que requieren. Aquí mujeres, hombres, niñas, niños,
personas LGTBIQ+ y ancianos; sanos y enfermos, con compañía o sin ella;
permanecen hacinados indefinidamente en carpas de campaña, expuestos a un
calor inclemente que por estas fechas puede alcanzar los 40 grados
centígrados (104 F).



En este lugar hay apenas 18 sanitarios públicos disponibles, o sea uno por
cada 110 personas, aproximadamente. Quien quiera bañarse o lavar la ropa
debe pagar 10 pesos mexicanos (medio dólar) para usar las duchas y los
fregaderos por máximo 10 minutos. En este campamento la privacidad es apenas
un buen recuerdo, la sana distancia -tan urgente en medio de una pandemia-
es una quimera y la sombra de los árboles para resguardarse del calor es un
privilegio por el que hay que estar dispuesto a madrugar para llegar antes
que los demás.



“Y todo estaría mucho peor si no fuera por la sociedad civil que ha provisto
agua potable, sanitarios, ropa, alimentos, colchonetas, carpas, medicina y
consultas médicas; tratando de aliviar el sufrimiento de estas personas”,
explica Anayeli Flores, responsable de asuntos humanitarios de Médicos Sin
Fronteras, una de las organizaciones que brinda asistencia a la población
atrapada en este campamento.



“Ni el gobierno mexicano ni estadounidense brindan apoyo, pese a que sus
políticas restrictivas son las que condenan a las personas migrantes a estas
condiciones de vulnerabilidad, violando el derecho internacional a solicitar
refugio. El resultado es lo que estamos viendo: una grave situación
humanitaria en este momento”, complementa.



Flores recuerda que el campamento comenzó a formarse en marzo, cuando el
ritmo de las expulsiones de personas migrantes desde Estados Unidos, a
través del Título 42, superó la capacidad de los únicos dos albergues para
migrantes que existen en la ciudad para recibirlas. Como para la mayoría de
ellas devolverse a su país de origen no es una opción ya que su vida,
integridad y libertad corren peligro; optaron por quedarse en este parque a
la espera de que se abriera un cupo en alguno de los albergues o, mejor aún,
que se suspendieran las expulsiones y se les brindara la oportunidad de
presentar su caso en territorio estadounidense, buscando el asilo que tanto
anhelan.



Pero el ritmo de las aprobaciones de asilo (y por consiguiente de la
apertura de espacios en los albergues) es inevitablemente mucho más lento
que el de las expulsiones. “Con la asesoría legal se logra que aprueben
algunas solicitudes de asilo, pero no la cantidad que se necesitaría
teniendo en cuenta el número de personas que están llegando a Reynosa cada
día”, cuenta el pastor Héctor, un líder cristiano que dirige desde hace 17
años el albergue Senda de Vida en Reynosa.



“Tan solo en julio llegaron 959 personas nuevas al campamento”, afirma
Mireya* luego de verificar la cifra en el cuaderno en el que lleva a mano
ese registro informal. “Es que nos organizamos con un grupo de personas para
poder llevar un mejor control, compartir con los recién llegados unas
orientaciones básicas y lograr que la convivencia sea más llevadera”,
explica esta mujer salvadoreña que llegó al campamento a finales de junio
con sus dos hijos y su esposo “huyendo de las amenazas y de las extorsiones
en mi país”.



Bajo la sombra de un árbol que encuentra cerca de la plaza para escapar por
un momento del calor intenso, Mireya cuenta que la estadía en el campamento
ha sido difícil para ella y su familia. “Atravesando México nos asaltaron y
nos quitaron lo poco que teníamos. Acá nos ha tocado muy duro. Cuando
llegamos a Reynosa no había espacio en los albergues, entonces nos tocó
quedarnos acá en la plaza y dormir con los niños en el suelo, los primeros
días sin carpa siquiera. Gracias a Dios hoy por lo menos ya tenemos una
carpita…”



– ¿Cómo va la solicitud de asilo?



-Apenas llegamos nos anotamos en la lista para comenzar el proceso. Pero
hasta el momento no me han dado ningún mensaje de respuesta.



– ¿Y cuánto tiempo piensas esperar?



-Mi deseo es esperar todo lo que sea necesario. Acá vivimos con el temor de
que nos pueda pasar cualquier cosa, pero si volviéramos a El Salvador
correríamos un riesgo mayor.



De regreso a la plaza, Mireya se encuentra con Martin*, un joven salvadoreño
que fue secuestrado en pleno puente internacional, cuando acababa de ser
expulsado de los Estados Unidos. Mireya le pregunta si está dispuesto a
contar su testimonio, y él acepta con la única condición de mantener en
secreto el nombre de la persona que lo trajo hasta aquí. Una vez aceptada
esa petición, Martin comienza su relato:



“Mi idea nunca fue salir de mi país. Yo vivía tranquilo porque tenía mi
negocio, vendía cosas ahí en mi colonia y con eso me sostenía sin problemas.
Pero todo cambió cuando abusaron de mí por mi condición. Yo soy de la
comunidad LGBTIQ, soy gay. Y en mi país sufrí esa discriminación y esa
violencia. Entonces en ese momento no me quedó más remedio que tomar los
ahorros que tenía e intentar huir hacia un lugar más liberal, donde no te
hagan a un lado, donde no te vean mal”.



“Así fue como contacté con una persona que me dijo que me iba a ayudar a
cruzar ilegalmente hacia Estados Unidos. El trato era que me ayudaban a
cruzar tres veces y si no lo lograba, yo quedaba ya por mi cuenta. Salí el
cinco de marzo de El Salvador. El viaje hasta Monterrey me resultó fácil,
pero de ahí en adelante todo se dio vuelta. Me retornaron a Reynosa las tres
veces que intenté cruzar. Luego en la última me secuestraron cuando apenas
estaba saliendo del puente. Una persona me dijo que me podía ayudar, me hizo
montar en un carro y me llevaron a una casa donde me encerraron por varios
días”.



“Un día que nos sacaron de ahí aprovechamos un descuido de los
secuestradores y nos escapamos con otro chavo que también había estado
retornado en Reynosa. Logramos llegar a una carretera y nos montamos en el
primer autobús que pasó, que nos llevó hasta Monterrey. Con un billete de
500 pesos que el chavo había podido esconder compramos algo de comida y nos
limpiamos un poco. Ahí me enteré por Facebook que, en vez de volver a
intentar cruzar ilegalmente, podía pedir asilo en Estados Unidos para llegar
allá haciendo las cosas bien. Entonces volví a Reynosa y pues acá estoy
desde hace seis días”.



“El proceso de estar en el campamento no ha sido nada cómodo, es bien
difícil la situación que acá se vive, porque todos viven en casas de campaña
y yo no tengo todavía, entonces me toca dormir donde haya espacio. Además de
eso, son muchas las necesidades. Por ejemplo, el agua es un líquido muy
vital para los humanos, pero acá se cuenta con muy poca para la cantidad de
gente que hay en este momento. Las condiciones no son las más considerables
para nosotros. Uno hace el esfuerzo de soportar esto para ver un resultado
positivo, primeramente dios”.



“Para mí, México no es una opción. Además del secuestro, acá en Reynosa
también he sufrido intentos de abuso. Ahora no salgo a ninguna parte porque
el único lugar donde me siento seguro es dentro de la plaza. Con la
orientación de otras personas inicié el proceso de solicitud de asilo y
estoy esperando a ver qué nos depara el futuro de ahora en adelante. Acá le
dicen a uno que tenga paciencia, porque la paciencia es lo único que nos
puede sostener. Solo espero que haya un resultado positivo y si no, también
le daré gracias a Dios porque me tiene con vida y salud”.



Lo que ocurre en la plaza de Reynosa es apenas una muestra de la grave
situación humanitaria que sufren las poblaciones migrantes en el borde norte
de México. En este mismo instante, otras 2.000 personas permanecen en
iguales o peores condiciones en el campamento de Tijuana, y en otras
ciudades fronterizas como ciudad Acuña se empiezan a levantar nuevos
asentamientos. El gobierno de Biden está lejos de cumplir las expectativas
de aliviar la crisis migratoria que se generaron con su elección. Y del lado
mexicano es visible la falta de respuesta, e incluso la negligencia de las
entidades encargadas de atender el fenómeno.



La situación se agudiza cada vez más. En los últimos días, la Corte Suprema
de Estados Unidos le ordena al gobierno que restablezca de inmediato el
Protocolo de Protección Migrante, conocido como “Quédate en México”, que
exige a los y las solicitantes de asilo que permanezcan en territorio
mexicano mientras se definen sus procesos legales en ese país. En su
decisión, el máximo órgano judicial estadounidense omitió el impacto
catastrófico que esta política tuvo sobre más de 70.000 personas migrantes
que fueron expulsados bajo este protocolo a ciudades fronterizas mexicanas,
obligados a esperar pésimas condiciones de vida y expuestos a las redes
criminales que dominan esas regiones.



Por si fuera poco, el gobierno de Estados Unidos le pide al de México que
despeje los campamentos informales que se han levantado en Reynosa y
Tijuana, debido a que “suponen un riesgo para la seguridad porque atraen a
bandas de narcotraficantes que desean captar a los inmigrantes a sus filas”.
Estas dos medidas recientes llevan a una triste conclusión: esta crisis
permanente no tendrá solución mientras en los grandes salones del poder se
sigan tomando decisiones que condenan a las personas migrantes a esperar y a
sufrir.

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