Francia/ Colapso en la derecha, amenaza de la extrema derecha, esperanza en una alternativa en la izquierda. [León Cremieux]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Vie Abr 15 09:24:21 UYT 2022
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Correspondencia de Prensa
15 de abril 2022
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Francia
Colapso en la derecha, amenaza de la extrema derecha, esperanza en una
alternativa en la izquierda
León Cremieux
Viento Sur, 14-4-2022
https://vientosur.info/
Como en 2017, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022
enfrentará a Le Pen con Macron. Éste ha obtenido casi el 27,85%, Le Pen el
23,15% y Mélenchon el 21,95.
Pero la victoria de Macron en la segunda vuelta parece menos automática que
en 2017 (cuando obtuvo el 66% de los votos en la misma) y este nuevo duelo
no debe enmascarar las profundas diferencias de la situación electoral tras
la primera vuelta.
La abstención ha aumentado en más de un 4%, con un 26,3% de los votantes
registrados. Desde 2007, viene aumentando de forma regular, tanto en las
elecciones presidenciales como en las legislativas que vienen a continuación
(más del 50% en 2017). Entre la juventud (de 18 a 35 años) se sitúa por
encima del 40% (hace cinco años fue del 29%) y entre los trabajadores y
trabajadoras en más del 33% (29% hace cinco años). Globalmente representa
aproximadamente una cuarta parte de las y los votantes registrados.
Además, estas elecciones marcan un nuevo colapso de los dos partidos
tradicionales de la V República, el Partido socialista (PS) y el partido
gaullista Los Republicanos (LR). Entre los dos sólo suman el 6,5% de los
votos emitidos. En 2017, al final del quinquenio de Hollande, el PS había
perdido casi el 80% de sus votos. En 2022, la candidata de LR, con un 4,78%,
habrá recibido una cuarta parte de los votos obtenidos en 2017. En diez años
y dos elecciones presidenciales, estos dos partidos pilares del sistema se
han hundido. El sistema presidencialista ha terminado devorando a quienes lo
crearon. En 2017, el candidato Macron ya se benefició del apoyo de una parte
importante del electorado tradicional del PS. En estas elecciones, una parte
importante del electorado que le quedaba al PS ha votado a Mélenchon, y el
electorado gaullista se ha desplazado mayoritariamente hacia Macron, pero
también hacia Zemmour.
Dos ejemplos ilustran estos cambios:
•El de París, una ciudad con mayoría del PS durante 20 años. En 2012
Hollande obtuvo casi el 35% de votos. En estas elecciones, la candidata del
PS, la propia alcaldesa de París, Anne Hidalgo, solo ha recibido el 2,17% de
los votos, mientras que Macron ha obtenido el 35% y Mélenchon el 30%.
•Otro ejemplo es Neuilly sur Seine, un suburbio chic de la capital, bastión
histórico del partido gaullista y de la derecha tradicional desde la
Liberación, donde Nicolas Sarkozy fue alcalde. En 2017, el candidato
gaullista obtuvo el 64,92% de los votos y Macron el 23%. En 2022, Macron ha
duplicado sus votos, alcanzando casi la mayoría absoluta, Zemmour recogió
casi el 19% y Valérie Pécresse sólo el 15%.
Estos dos ejemplos ilustran la triple polarización sin precedentes que ha
emergido en estas elecciones, afectando a los demás candidatos: alrededor de
Macron y la extrema derecha por un lado y Mélenchon, candidato de la
izquierda radical, por otro. Tanto Macron como Le Pen y Mélenchon han
aparecido como el voto útil para una categoría del electorado, marginando a
los otros nueve candidatos por debajo del 10% o incluso del 5%.
Macron se ha consolidado claramente como el candidato del bloque burgués. Al
igual que en 2017, en 2022 el MEDEF, la organización patronal, ha renovado
su apoyo a Macron, que desarrolla toda una agenda neoliberal en todos los
aspectos y cuyos nuevos puntos programáticos han parecido satisfacer a los
grupos capitalistas; ya sea sobre la reducción de los impuestos, las ayudas
a las empresas o continuar con las ofensivas liberales en la sanidad y la
educación. Mostrándose capaz de oponerse a las movilizaciones de los
chalecos amarillos y a las de los jóvenes de los barrios populares contra la
violencia policial, afirmándose como defensores de las fuerzas represivas,
Macron se ha consolidado frente al electorado reaccionario desde 2017.
Además, ante la interminable crisis del PS y de LR, Macron aparecía como el
candidato más fiable para ese campo.
El resultado ha sido un claro refuerzo de su base electoral, que mantiene el
grueso de los votos procedentes de la socialdemocracia, entre los estratos
altos de las y los asalariados y los pensionistas acomodados, arrastrando
votos de LR, y apareciendo como garantía de estabilidad e incluso como
baluarte contra la extrema derecha. Por eso, incluso entre el electorado que
tradicionalmente vota a la derecha o a la socialdemocracia en otras
elecciones (municipales o regionales), en el marco del hiperpresidencialismo
francés, Macron ha aparecido, como un garante de la seguridad de las capas
sociales a salvo, en su mayoría, de la precariedad y las dificultades
cotidianas. Obviamente, esta necesidad de estabilidad para estos estratos
sociales se ha visto reforzada por la crisis de la pandemia y la guerra en
Ucrania.
La especificidad del sistema electoral francés, en el que el dominio del
sistema gubernamental se basa exclusivamente en un individuo y no en un
programa y una representación proporcional, ha provocado el hundimiento de
los partidos que han sido su pilar durante los últimos cincuenta años.
La extrema derecha se ha reforzado espectacularmente en esta campaña
electoral con la consolidación de Agrupación Nacional (Rassemblement
National-RN) de Marine Le Pen y la irrupción de la candidatura de Zemmour.
Macron, que junto a los principales medios de comunicación venía cultivando
desde hace tiempo y ampliamente los temas de la identidad nacional y de
seguridad, al igual que François Mitterrand convirtió a Jean Marie Le Pen en
su mejor enemigo en los años 80, durante los meses previos a las elecciones
ha alimentado la idea de un nuevo e inevitable duelo con Marine Le Pen,
presentándose como un baluarte contra la extrema derecha, y pensando que
volvería a beneficiarse del fiasco que vivió la candidata de RN en la
segunda vuelta de 2017.
Por otra parte, desde hace tiempo, distintas personalidades de la extrema
derecha intentan salir de esta trampa presentando el proyecto de una
recomposición de los sectores más extremos de la derecha, construyendo una
alianza del ala más reaccionaria de LR con corrientes de extrema derecha,
con el objetivo de prolongar la unión lograda durante las manifestaciones
anti-LGBT, de La Manif pour tous contra el matrimonio gay y el PMA, una
alianza especialmente con los sectores próximos a François Fillon. El
objetivo es construir una alternativa que promueva la homofobia y la
islamofobia, así como el culto a los valores tradicionales franceses, y
acoja sin complejos a las corrientes neonazis que Le Pen mantiene alejadas
en aras de la respetabilidad. Fue de esta alianza, con el apoyo del grupo
mediático de Vincent Bolloré y el de Marion Maréchal, sobrina de Marine Le
Pen, de donde surgió la campaña de un polémico periodista de derechas
proveniente de la prensa gaullista, Éric Zemmour, que lleva años difundiendo
las ideas más reaccionarias, y que ha sido condenado en varias ocasiones por
sus comentarios racistas e islamófobos, desbordando a Marine Pen por la
derecha y tendiendo la mano a las corrientes más fascistas de LR para una
recomposición política. Su momento de gloria fue en el otoño de 2021, con
una omnipresencia mediática en la que planteó la idea de que una tercera
candidatura de Marine Le Pen conduciría a un nuevo fracaso.
Ahora bien, al final, fue el efecto boomerang de este argumento el que
marginó a Zemmour, dado que para el electoral tradicional lepenista el voto
a Le Pen aparecía como la única forma de derribar a Macron. Ha sido este
argumento del voto útil el que ha limitado el impacto electoral de Zemmour
al 7% y también el del tercer candidato de extrema derecha, Dupont-Aignan.
Desgraciadamente, esta primera vuelta ha confirmado el voto a Le Pen como
primer voto entre las y los asalariados y trabajadores, así como su fuerte
presencia en las zonas obreras del Norte, del Este y de la región
mediterránea. Además, para tratar de reforzar su peso electoral en el
electorado obrero, enfatizó su imagen como "la única candidata que puede
derrotar a Macron" desarrollando un discurso que pone menos el acento en las
cuestiones de seguridad que en el aumento poder adquisitivo, la reducción de
los impuestos y las cotizaciones sociales de los salarios bajos. Y, al mismo
tiempo que cultivaba esta imagen popular, hacía todo lo posible por parecer
creíble ante el MEDEF y totalmente compatible con el marco de la Unión
Europea.
La novedad de esta primera vuelta ha sido la casi total desaparición del PS
del panorama presidencial y la consolidación electoral de Jean-Luc
Mélenchon. También en este caso, este tercer voto útil vació al resto de
candidaturas ala izquierda, no sólo la de Anne Hidalgo, la candidata del PS
reducida al 1,75%, sino también la de EELV -verdes-, la del PCF y las del
NPA y LO.
Tanto en las ciudades y barrios obreros como en las Antillas, mucha gente
optó por el voto a Mélenchon para bloquear a la extrema derecha desde la
primera vuelta y evitar de ese modo tener que votar de nuevo a Macron para
eliminar la amenaza de Le Pen en la segunda. Pero el voto a Mélenchon
también ha arrastrado el voto de las los jóvenes de los barrios que luchan
contra el racismo, la discriminación y la violencia policial. En este
sentido, en la región de París, fue la candidatura más votada en el antiguo
cinturón rojo, perdido por el PCF desde los años 2000, superando el 50% en
Montreuil, La Courneuve, Aubervilliers, y sumando casi el 50% en el popular
departamento de Seine Saint-Denis. Del mismo modo, la evolución de su
discurso sobre la energía nuclear [por el cierre en 15 años] y el lugar
ocupado por la lucha por el clima han permitido que su voto apareciera como
un voto a favor de la acción contra el cambio climático, siendo la
candidatura más votada entre los jóvenes de 18 a 35 años. Son estos temas
los que han dominado su campaña, borrando de la escena su declarada simpatía
por Putin, especialmente durante la guerra civil en Siria, y su ambigua
posición sobre la agresión rusa en Ucrania. Así pues, en las semanas previas
a las elecciones se produjo una creciente polarización en la izquierda para
reforzar el voto de Mélenchon y posibilitar que llegase a la segunda vuelta.
Pero, jugando a fondo su papel de futuro presidente, Mélenchon ha hecho una
utilización desmesurada de la personalización de esta elección y de su
función, una personalización que se corresponde también con el carácter
gaseoso de su movimiento, La France Insoumise, un movimiento sin ninguna
estructuración democrática.
Ahora bien, para esta campaña, el propio Mélenchon puso en pie en torno a él
el Parlamento para la campaña de la Unión Popular, con el objetivo de jugar
el papel de puente entre su candidatura y los movimientos sociales. En este
sentido, reincidió en la actitud del PCF a finales de los años 90, tratando
de imponerse como portavoz de los movimientos sociales al incluir en sus
listas a portavoces del movimiento sindical y antiglobalización. De la misma
manera, desde el inicio de la campaña, France insoumise ha querido imponer
el voto a Mélenchon como el único voto útil de la izquierda, presionando
explícitamente a las otras candidaturas de izquierda, mientras que, desde el
otoño de 2020, él mismo ha buscado desde el principio afirmar su propia
candidatura sin buscar nunca el más mínimo debate o acuerdo unitario con el
resto de fuerzas de la izquierda y la extrema izquierda. Por lo tanto, el
fracaso de Mélenchon, que se ha quedado a las puertas de la segunda vuelta,
es también el de una política hegemónica, y no es principalmente
responsabilidad de los candidatos que, como él, han ido por libre.
Sin embargo, su fracaso y la división de las fuerzas de izquierda que, sin
embargo, en conjunto, han obtenido un número de votos comparable al de la
extrema derecha (ambos en torno al 32%), ahora pone sobre el tapete un
problema político de envergadura. Las fuerzas sociales y las corrientes
militantes intentan superar los fracasos y las traiciones de la izquierda
socialdemócrata y su sumisión al liberalismo capitalista. Pero aún no se ha
realizado el debate necesario sobre este fracaso y sobre los ejes de una
necesaria movilización política y social frente a los estragos del
capitalismo.
El rechazo a resignarse a esta situación fue uno de los mensajes esenciales
de Philippe Poutou y de la campaña del NPA frente a la emergencia
capitalista. Por otra parte, el éxito de Mélenchon pone de manifiesto la
realidad y el vigor de estas fuerzas, pero su fracaso en la primera vuelta
se ha debido, también, a la ausencia de una voluntad de convergencia y de
acción común. Desgraciadamente, por el momento, más allá de la segunda
vuelta de las elecciones presidenciales, para France Insoumise parece
evidente que el único futuro político de la izquierda tiene que darse bajo
la bandera de la Unión Popular, comenzando por las elecciones legislativas
del próximo mes de junio para las que ya se han designado sus candidatos con
el fin de mantener y aumentar su grupo parlamentario en la Asamblea
Nacional.
Sea como sea, lo que tenemos por delante es la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales, y aunque los primeros sondeos den por ganador a
Macron, las diferencias son mucho más estrechas que en 2017.
En el electorado popular, unos sectores se sumarán a la abstención, pero
muchos otros pondrán en la urna una papeleta de Macron para bloquear a Le
Pen, como ocurrió en 2017. Este voto se dará a regañadientes, auo an cuando
Macron, tras haber liderado cinco años de ataques violentos contra las
clases trabajadoras, después de haber sido el fiel defensor de los intereses
capitalistas, de cara a la segunda vuelta busca adornarse con un lenguaje
social y un barniz antifascista para ganar votos en la izquierda, incluso
modificando parcialmente su proyecto de nuevos ataques contra las pensiones.
Porque, tras haber ganado ya los votos de la derecha tradicional, la única
reserva electoral que le queda para ganar la segunda vuelta es la aportación
de los votos de la izquierda. Pero mucha gente no podrá olvidar los ataques
orquestados contra los chalecos amarillos, la juventud de los suburbios, la
violencia policial impune, la reforma del seguro de desempleo y la promesa
de nuevos ataques a las pensiones, así como los incesantes regalos a los
grupos capitalistas o el desprecio colonial hacia las poblaciones de las
Antillas, Kanaky y Córcega.
Ahora bien, una posible elección de Marine Le Pen, a pesar de la fachada de
respetabilidad que ha intentado ganarse en las últimas semanas -utilizando
incluso a Zemmour como argumento para mostrar su moderación-, no sería
baladí. Es la heredera y depositaria de todas las corrientes más
reaccionarias de la extrema derecha francesa, e incluye en sus filas a
ideólogos y defensores de las tesis racistas y xenófobas, heredero también
de las corrientes más hostiles al movimiento obrero y a las luchas por la
emancipación de los pueblos. Representa la muleta de los grandes empresarios
franceses para apoyarlos cuando la clase obrera se levanta para defender sus
derechos y el orden social se ve amenazado. Así que en ningún caso un voto a
Le Pen podría ser un arma para defenderse de los ataques realizados o
futuros de Macron. Por el contrario, la elección de la candidata de RN sería
sinónimo de un empeoramiento cualitativo de la situación de las clases
trabajadoras, de la profundización de las divisiones en el campo de las y
los explotados y oprimidos, de la exacerbación de las discriminaciones y
ataques a las clases trabajadoras racializadas, y de nuevos ataques a los
derechos colectivos de los trabajadores y trabajadoras y sus organizaciones,
así como a las libertades democráticas. Por último, un resultado alto a su
favor, lejos de ser una advertencia para sancionar la política reaccionaria
de Macron, sería un estímulo adicional para él en el camino de su política
ultraliberal y securitaria.
En cualquier caso, aunque estos últimos años la combatividad social se haya
manifestado ampliamente en la Francia metropolitana y de ultramar, en los
barrios y en las empresas, la construcción política de nuestro campo social
para actuar y defender un proyecto de emancipación, sobre los escombros de
la socialdemocracia, está por realizar. El éxito electoral de Mélenchon
puede ser un punto de apoyo si no es sinónimo de arrogancia y voluntad
hegemónica y ausencia de debate. En cualquier caso, la fuerza afirmada de la
extrema derecha y el anuncio de nuevos ataques de Macron a las pensiones y
al sistema público de salud, la sordera y pasividad del gobierno ante la
emergencia climática, el deterioro galopante del poder adquisitivo, etc.,
muestran la urgencia de construir, sin demora, un frente político común de
acción en torno a las urgencias del momento en la lucha contra el
capitalismo. Esta cuestión se planteará en las próximas semanas, sea cual
sea el resultado de la segunda vuelta.
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