Ucrania/ Las vidas perdidas en Mariupol, la ciudad sitiada por las tropas invasoras de Putin. [Cristian Segura]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 16 00:03:01 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

16 de abril 2022

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Ucrania



Las vidas perdidas en Mariupol, la ciudad ucrania sitiada desde hace un mes
y medio por Putin



En la huida de decenas de miles de personas de la localidad costera arrasada
por la invasión rusa, Zaporiyia es la primera parada segura.



Cristian Segura, desde Zaporiyia (Ucrania)

El País, 15-4-2022

https://elpais.com/



El espacio privado de las familias Smirnov y Makarov son dos literas
cubiertas con sábanas que alguien les ha donado. Son 10 metros cuadrados en
los que caben sus equipajes, productos de higiene personal, los juguetes de
los niños y un gato. Las dos familias se conocieron hace un mes en un sótano
de Mariupol. Afirman que su amistad es para siempre: juntos perdieron sus
hogares y la vida tal y como la conocían antes de la invasión rusa. Ahora su
refugio se encuentra en las instalaciones de una fábrica de la localidad de
Zaporiyia, y están rodeados por otros 100 evacuados del frente de guerra en
el este de Ucrania.



Yulia Smirnova acaricia a su hijo Yan de forma casi obsesiva. Cuando no lo
tiene cerca, llora en silencio; si está a su lado y puede achucharlo, deja
de llorar. Yan tiene nueve años y es un torbellino: juega a la pelota y
dispara con pistolas de juguete a las hijas de Vera, una madre de 10, que
huyó hace pocos días de su pueblo, ocupado por los rusos, en la misma
provincia de Zaporiyia. Decidió irse de inmediato cuando una patrulla de
soldados se presentó en su casa preguntándole si podía dejarles a sus hijas
durante unas horas.



Yan es el niño más hiperactivo entre la veintena de los que viven
temporalmente en las instalaciones de esta fábrica en la periferia de
Zaporiyia. Las autoridades piden no identificar el lugar, porque temen que
sea objetivo de un ataque ruso. Las ya de por sí elevadas precauciones
ucranias para no difundir imágenes o información sobre sus infraestructuras
se incrementaron con el bombardeo el 8 de abril de la estación de
ferrocarriles de Kramatorsk, en Donetsk. Allí 56 personas perdieron la vida
mientras esperaban un tren que las alejara del frente. Los ucranios están
convencidos de que las tropas del presidente ruso, Vladímir Putin, quieren
sembrar el terror para vaciar de gente los territorios que quieren ocupar.



Unos pocos centenares de personas pueden salir diariamente de Mariupol, la
ciudad asediada por los rusos desde hace semanas que vive una catástrofe
humanitaria, donde hay aún al menos 100.000 civiles atrapados. La mayoría de
los civiles que han usado los corredores humanitarios acordados con el
enemigo, explica Vladislav Moroko, director de Información y Cultura del
Gobierno regional de Zaporiyia, llegan ahora desde Berdiansk, la segunda
ciudad portuaria del mar de Azov. En Berdiansk se cobijaron miles de
personas procedentes de Mariupol, a 50 kilómetros de distancia, que se
resistían a desplazarse hacia el Oeste, con la esperanza de volver en cuanto
fuera posible a su ciudad.



Katarina Chernova, coordinadora del centro de acogida en el que residen
desde hace cinco días los Smirnov y Makarov, detalla que el ocupante ruso
está imponiendo nuevas condiciones que empujan a muchos a huir desde
Berdiansk hacia Zaporiyia, es decir, hacia el territorio más cercano bajo
soberanía ucrania: “Se está imponiendo el uso del rublo y de empresas rusas
en servicios fundamentales, pero lo que preocupa más es que los soldados
rusos cada vez irrumpen con más frecuencia en tu casa para interrogar a los
habitantes y llevarse lo que quieran”.



Ofensiva salvaje para completar la conquista



Smirnova y su amiga Olga Marakova llegaron a Zaporiyia el 11 de abril desde
Berdiansk. Unos allegados que huían de las zonas controladas por los rusos
se avinieron a llevarlas a esta otra ciudad a orillas del río Dniéper, a tan
solo 20 kilómetros de las posiciones rusas. Los autocares no pueden circular
por el territorio invadido, afirman ellas y otros ucranios consultados por
EL PAÍS. Están sopesando a qué país de la Unión Europea se desplazarán, lo
que tienen claro es que no volverán a la provincia de Donetsk, donde se
ubica Mariupol y donde Rusia prepara una ofensiva salvaje para conquistarla
por completo.



Makarova recuerda sobre todo dos días del asedio en Mariupol: el 8 de marzo,
cuando un tanque disparó contra la vivienda de su madre, causando su muerte;
y el 21 de marzo, cuando salieron del refugio antiaéreo en el que vivían
hacinadas con otros vecinos desde hacía una semana. No tenían ni agua,
electricidad ni calefacción, y para preparar sus alimentos tenían que
encender hogueras en la superficie, en la calle. Una brigada blindada rusa
irrumpió y los soldados les exigieron que volvieran bajo tierra. Los hombres
replicaron que dentro del refugio no podían cocinar porque llenaban el
espacio de humo. Fue entonces cuando los rusos abrieron fuego: murió un
civil y cuatro quedaron heridos de bala.



Las seis familias procedentes de Mariupol que este diario entrevistó el
jueves en Zaporiyia habían perdido sus casas. Anastasia Ocheretina muestra
un vídeo que grabó con su móvil de su apartamento destrozado por el impacto
de un misil. Su hijo Vladik, de ocho años, la interrumpe con un muñeco de
peluche y unos zapatitos que le han dado para su hermano pequeño, un bebé de
un año. Vladik sonríe porque también le han regalado unos lápices y un álbum
para colorear. Madre e hijo se encuentran en el punto de recepción de
refugiados que el Ayuntamiento de Zaporiyia ha habilitado.



Ocheretina viaja con sus dos hijos, su marido, y la abuela de él. Han
recorrido 200 kilómetros por zonas de guerra en un convoy de tres coches.
Cada control de carretera ruso era un calvario, aseguran, por el miedo a que
a los hombres les pudiera pasar algo. La bisabuela de los niños, Galina
Federivna, toma un té sentada en una tienda de campaña por la que desfilan
voluntarios y personal de las Naciones Unidas. Frente a ella hay unos
paneles con decenas de cuartillas escritas a mano o en ordenador donde se
pide información sobre personas, adultos y niños, de las que se desconoce su
paradero. El último clasificado lo colgó un tal Alexander: dejó las
fotografías de sus padres, Dimitri y Svetlana Suslova, residentes en
Mariupol, con su número de teléfono anotado.



Desde este centro de acogida salen autobuses municipales hacia la estación
de ferrocarriles, donde hay trenes que parten hacia Lviv, cerca de la
frontera con Polonia, en un viaje de 20 horas. Moroko detalla que los
refugiados de la provincia de Zaporiyia se quedan en esta capital de la
provincia; los que han huido de Mariupol, en cambio, quieren alejarse del
frente lo máximo posible: “La gente de Mariupol no confía en que la guerra
se quede al otro lado del río Dniéper, hay una diferencia grande, están más
afectados psicológicamente”.



Tatiana Zviagentseva, de 57 años, espera dentro de un autobús sujetando su
mochila con las dos manos como si le fuera la vida. A sus pies tiene una
bolsa de tela con las pertenencias que le quedan. Salió de Mariupol el 16 de
marzo hacia Berdiansk. Aquel día, su casa quedó arrasada. Quiere llegar al
oeste, a la ciudad de Ivano-Frankivsk, donde vive su hijo. No sabe si fueron
tropas rusas o ucranias las que destruyeron su hogar, tampoco sabe si sus
padres están vivos. Zviagentseva lleva tres semanas sin saber nada de ellos.
Los teléfonos e internet no funcionan. Dice que lo primero que hará es
volver a Mariupol, estén los rusos o no, para recoger a sus padres y
sacarlos de allí. También quiere encontrar un nuevo empleo, necesita
ingresos. Ha trabajado toda su vida en el departamento de recursos humanos
de la mayor empresa siderúrgica de Mariupol, la Illich, bautizada en honor a
Lenin. Tres de sus compañeros de departamento han muerto durante el asedio:
uno en casa, otro mientras conducía su coche y el tercero, en la calle.
Semanas después, dice, continúa haciéndose la misma pregunta: ¿Pudieron ser
enterrados?



Cristian Segura (Enviado Especial), escribe en EL PAÍS desde 2014.
Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión
desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en
Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011
recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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