México/ Murió Rosario Ibarra, indómita pionera de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos. [Blanche Petrich]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 17 22:37:04 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

17 de abril 2022

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México



Rosario Ibarra, pionera en la defensa de los derechos humanos



Blanche Petrich, Ciudad de México

La Jornada, 17-4-2022

https://www.jornada.com.mx/



Rosario Ibarra de Piedra dejó vida y familia en Monterrey en 1975 cuando
decidió que nunca dejaría de buscar a su hijo, Jesús Piedra Ibarra,
capturado a los 21 años por elementos de la Dirección Federal de Seguridad
(DFS), trasladado al Campo Militar Número Uno y, a partir de ahí,
desaparecido.



Una noche se lo comunicó por teléfono a su esposo, el doctor Piedra Rosales.
“Lo voy a encontrar, papi”, le dijo. Él estuvo de acuerdo: “Cuando des con
él, dime ¡Eureka! (he hallado, en latín); así sabré que lo has encontrado”.
De ahí salió el nombre del Comité ¡Eureka!, que primero se llamó Comité Pro
Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos.



La gran luchadora murió ayer a la una, sin haber desentrañado la verdad
sobre el paradero de su muchacho y de muchos como él, a quienes adoptó como
propios y acogió en su corazón de madre.



Se lo preguntó a Luis Echeverría, a José López Portillo, a Miguel de la
Madrid, a Carlos Salinas, a Ernesto Zedillo, a Vicente Fox, a Felipe
Calderón… sexenio tras sexenio hasta que le dieron las fuerzas. A todos les
reclamó y exigió: “Si cometió un delito, júzguenlo, yo sólo quiero saber
dónde lo tienen”. Acudió a todos los procuradores de esas épocas, a todos
los secretarios de Gobernación, a cientos de prisiones, ministerios públicos
y morgues. Se ponía mucho rímel, me contó un día, “para obligarme a no
llorar frente a esos señorones del poder”.



Pelear sin odio



Abrió la brecha en la lucha por los derechos humanos desde los años 70 del
siglo pasado. “Peleaba sin odio”, dijo Gabriela Mistral sobre José Martí.
También se aplica a esta mujer norteña, indoblegable, elocuente, que empezó
exigiendo la aparición con vida de su hijo Jesús, y así siguió, por décadas,
alentando y formando el río de madres, esposas y hermanas de las víctimas de
ese crimen de Estado que en el México de 2022 sigue impune.



Pero no fue a raíz del secuestro y desaparición de Guli (así le decían en
casa a su hijo de 21 años) que Rosario, la doña, empezó su camino. Antes,
con su esposo, el doctor Piedra, había participado en las protestas por los
presos políticos del 68, los asesinatos del Jueves de Corpus en San Cosme y
la desaparición de los primeros guerrilleros del Frente de Liberación
Nacional (FLN) en Chiapas.



Cuando Jesús cayó en un operativo contrainsurgente sin que policía o
Ejército reportaran su captura, su madre se trasladó de Monterrey a la
capital para buscarlo, dejando atrás a sus otros hijos, su marido y su casa.



Se empezó a tejer la red



Poco se sabía en esa época de la operación de la Brigada Blanca, grupo
ilegal que actuaba como escuadrón de la muerte bajo las órdenes del director
de la DFS, Miguel Nazar Haro.



Y aquí se quedó, dispuesta a llegar hasta la verdad sobre el paradero de
Jesús, con ese rostro de muchacho que se nos hizo tan familiar, porque
Rosario lo llevaba siempre en el pecho, en grandes medallones que ella
elaboraba, sobre sus vestidos negros, expresión de un luto que nunca se
cerró.



Un día, cuando esperaba informes frente al portón del Campo Militar Número
Uno, encontró a otra mujer, morenita y amable, que preguntaba también por su
esposo. Se llamaba Celia Piedra: “Compartimos apellido y dolor, pero no
somos parientes”. Sin embargo, se hicieron hermanas. Luego hallaron a otra
mujer, y a muchas más, de Chihuahua, Sinaloa, Guerrero, Jalisco, Sonora,
Oaxaca, otras familiares de personas detenidas-desaparecidas. En esa época
ni siquiera estaban acuñados los términos derechos humanos ni desaparición
forzada.



Se empezó a tejer la red y a construir la causa. El lema “Vivos se los
llevaron, vivos los queremos” empezó a ganar terreno en las calles y las
plazas. Nació el Comité Eureka en 1977, años antes de que sus compañeras de
ruta, las argentinas Madres de la Plaza de Mayo, se plantaran con sus
pañuelos blancos en la Casa Rosada de Buenos Aires. Desde los despachos de
los funcionarios, en los dos países, las empezaron a llamar “locas”. Los que
simpatizaban con ellas las llamaron “las doñas”.



En su libro Fuerte es el silencio, la escritora Elena Poniatowska relata las
extenuantes correrías de Rosario para acercarse a mandatarios y jefes. Y
recoge esta declaración de ella: “Yo sigo yendo y viniendo, hago lo
imposible, lo haré hasta que muera. Un hijo de Echeverría me dijo,
chanceándome: ‘Señora, es usted más terca que una mula coja’. Moriré terca,
pero no puedo ser más que terca; aunque mi hijo esté muerto, tercamente
seguiré para que vuelvan los demás, aparezcan los otros jóvenes, que también
son Jesús, mi hijo, mis hijos”.



“Pinche vieja loca”



Poniatowska fue de las muy pocas periodistas que se lanzó a reportear la
huelga de hambre que convocó Rosario al frente del Comité Eureka de madres
de desaparecidos de la guerra sucia en el atrio de la Catedral Metropolitana
en 1983. Este movimiento, hostigado día y noche por elementos de la policía
y la DFS, fue ignorada por los medios de comunicación, por lo que Elena
decidió invitar un día a José Pagés Llergo, director de la revista Siempre,
al plantón. “Me dijo textualmente: ‘pinche vieja loca’. Nunca supe si se
refería a mí o a ella, más bien creo que a ambas. Rosario rompía los
cánones, estaba en la oposición, se salía del huacal”. Eran los años álgidos
del terrorismo de Estado.



Una regla de oro de ese movimiento fue la civilidad. Luchaban, tomaban las
calles, iban a todas las marchas, esgrimían banderas, mantas, ideas,
exigencias, razones.



“Nosotros, que fuimos las primeras en sufrir el secuestro de nuestros hijos,
y peor aún, que fue el Estado quien nos los secuestró, seguimos esperanzadas
y luchando, pero sin odio, sin pedir que torturen a los torturadores ni que
les apliquen la pena de muerte a los responsables de la desaparición
forzada”, decía. La pelea sin odio.



Esa pelea salvó la vida a algunos. Es el caso de Mario Cartagena, El Guaymas
(1952-2021), guerrillero de la Liga 23 de septiembre. En abril de 1978 cayó
gravemente herido en un enfrentamiento en la Ciudad de México. Miembros de
la Brigada Blanca lo secuestraron de la Cruz Roja. Su madre y Rosario Ibarra
se movilizaron rápidamente y al día siguiente, más de 5 mil telegramas
aterrizaban en el escritorio del Presidente, exigiendo su presentación con
vida, que se logró de inmediato.



De las calles, Rosario y las doñas pasaron a la lucha política para dar
relevancia a su causa. Así fue como en 1982 y en 1988 Rosario fue postulada
por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de corte
trotskista, a la Presidencia. En 1985 fue diputada federal y en 2006 y 2012
fue senadora por el Partido de la Revolución Democrática, desde donde brindó
su apoyo a las sucesivas candidaturas de Andrés Manuel López Obrador.



Antes, en 1988, a raíz del fraude electoral cometido por el salinismo en
contra de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra, por el PRT,
y Manuel Clouthier, por Acción Nacional, apuntalaron las protestas de
Cárdenas contra el fraude.



Levantamiento del EZLN



En 1994, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) en Chiapas tocó las fibras del corazón de Rosario y varias doñas, que
de inmediato se apersonaron en la zona de los insurgentes para brindar su
abrazo y su apoyo. En su pequeño departamento en la Condesa, las doñas se
reunían para discutir todo tipo de gestos de solidaridad, y en la cocina
Rosario preparaba un fantástico manchamanteles, que fantaseaba algún día
poder compartir con el subcomandante Marcos.



Como el levantamiento coincidió con la segunda campaña presidencial de
Cárdenas, éste decidió viajar hasta Guadalupe Tepeyac, en Ocosingo, para
dialogar con el EZLN. Rosario iba a su lado. La visita no resultó bien, ya
que la presencia del candidato fue recibida con hostilidad por el
subcomandante. De regreso de la selva a San Cristóbal, Cárdenas y la señora
Ibarra viajaban tranquilos en la cabina de un camión de carga, discutiendo
el fondo del mensaje (o “regaño”) de los zapatistas, que ambos habían
comprendido sin rencor.



En 2003, por las denuncias de la señora Ibarra, fue detenido Nazar Haro, ya
octogenario, señalado por la desaparición de Jesús Piedra e Ignacio Salas
Obregón, pero después de un corto tiempo fue liberado y exonerado.

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