Uruguay/ Hay cadáveres. La naturalización de la violencia. [Soledad Castro Lazaroff]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ago 20 14:20:24 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

20 de agosto 2022

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Uruguay



La naturalización de la violencia



Hay cadáveres



Soledad Castro Lazaroff

Brecha, 19-8-2022

https://brecha.com.uy/



Haz como si los cuerpos que bajan por el río

con gallinazos

no fueran de nadie

hija mía.

Como si el ruido de cráneos en las fosas

se al silencio

que hay en el silencio

hijo mío.

Como si lo que pasa

día a día

no pasara.



Néstor Raúl Correa



Cuando las cifras de muertes durante la pandemia comenzaron a subir en
nuestro país, la sensación de irrealidad era inmensa. ¿Quinientas personas?
¿Cómo? ¿Mil? ¿Dos mil, cuatro mil, siete mil? Sin embargo, la reacción de la
opinión pública frente a esa enorme cantidad de muertes estuvo signada por
la resignación, y aunque resulta comprensible que mucha gente pierda la vida
durante una pandemia mundial, la relativa indiferencia de la mayoría de la
población, azuzada por la ausencia de rituales simbólicos comunitarios
vinculados con ese duelo (¿un memorial?, ¿un día de recordación?, ¿un
documental emotivo?, ¿algo?) pareció demostrar que, ya desde hace mucho
tiempo, no existe nada capaz de impactarnos demasiado. Desde amplios
sectores del gobierno se empezó a hablar insistentemente de lo buena que
había sido la gestión de la pandemia, y una encuesta sociológica zanjó la
cuestión al demostrar que el 84 por ciento de la población aprobaba las
medidas que se habían tomado. Como dicen las cientos de placas y reels que
aparecen en las redes sociales con tips y estrategias para sentirnos bien
con nosotros mismos, ya era hora de soltar y seguir adelante. Dejar el
pasado atrás. Tener un buen día. Sonreír.



Como bien predijo Walter Benjamin a mediados del siglo XX, en este futuro
del futuro estamos inmunizados. El asombro ya no forma parte de nuestra vida
cotidiana. Solo el fin de semana pasado fueron siete los homicidios, cuatro
en Montevideo y tres en el interior. Igual no superaron lo sucedido en el
mes de mayo, cuando entre el sábado 28 y el domingo 29 murieron ocho
personas a manos de otras. Frente a la afirmación de que en lo que va de
2022 estos casos aumentaron el 39 por ciento en comparación con el año
pasado, el presidente Lacalle Pou salió a decir que interpretar así las
cifras era un acto de mala fe, que había que comparar con los números
anteriores a la pandemia para ver que, tomando como referencia 2019, el
aumento solo se trataba de un 8,7 por ciento. No hay que exagerar. Así,
estadísticas, datos y cifras llenan los titulares y los hilos de Twitter.
Eso es lo que se discute porque es lo que importa. Lo comprobable, lo
considerado político.



No sabemos casi nada sobre las víctimas. La única parte de su historia que
se cuenta es la que tiene algo que ver con el modo en el que murieron.
Parece que era traficante y estaba loco, por eso las partes de su cuerpo se
encontraron flotando en el río. No lo dejaba ver a los hijos, por eso la
mató. Es evidente que fue un ajuste de cuentas. Y qué querés, si viven en
medio de los tiroteos. Algo habrán hecho. Como las que andan borrachas de
noche y llevan polleras cortas.



Ya lo dijo el ministro del Interior, Luis Alberto Heber (Partido Nacional:
ndr) para quitarse responsabilidad acerca del asesinato que sufrió, en
Colonia Nicolich (periferia pobre en el departamento de Canelones: ndr) ,
una pareja frente a sus hijos: «Estaban vinculados con el narcotráfico. […]
No era una familia que progresó por sí sola». El ministro sugirió sin pelos
en la lengua que esas muertes (¡una pareja que estaba llevando sus hijos a
la escuela!) se habían dado debido a la condición social de las víctimas. La
revictimización continua de quienes son asesinados tiene un subtexto, un
mensaje subliminal que parece repetirse hasta el infinito: si somos buena
gente, si tenemos moral de trabajo, si somos funcionales al Estado y al
sistema, no tenemos de qué preocuparnos. Nos merecemos tener un buen día.
Comer algo rico. Comprar ropa nueva. Desestresarnos. Soltar.



A pesar de la violencia extrema que se vive en Rivera (limítrofe con Brasil:
ndr), con 17 homicidios en lo que va del año en un departamento de 102 mil
habitantes, la excepcionalidad uruguaya con respecto a lo que sucede en el
resto de América Latina y el mundo es un relato al que nadie está dispuesto
a renunciar. Al hablar sobre el tema, Heber, al igual que Lacalle Pou,
volvió a instar a la población a abstenerse de exagerar: «No estamos
viviendo una situación tipo Sinaloa», expresó. A la vez, el ministro
reconoció que resultaba inconveniente poner una base de la Republicana en
ese departamento porque podría ser atacada por el crimen organizado, «que
busca armas». La construcción simbólica de una actitud resignada supone,
también, reconocer como imposible disputar ciertos espacios con las fuerzas
paraestatales. Pero, además de negar cualquier relación posible entre
delincuencia y necesidad de políticas sociales sostenidas, el llamado a la
tranquilidad social continúa basándose en una noción de seguridad que traza
una línea divisoria entre quienes son considerados personas y quienes no, y
que se apoya en un sistema de derecho penal al que, dando la espalda a
cualquier tipo de evaluación o planificación de largo aliento, se le pide
mano dura y penas mayores. Seguimos alimentando un sistema punitivo para el
que ningún progresismo parece dispuesto a ofrecer alternativas serias. Nadie
quiere pagar el costo político de meterse de lleno con estos temas. Parece
preferible pagar el costo humano.



Los feminismos, que se han dedicado con desesperación a pensar en los
orígenes de la violencia, ofrecen algunas respuestas que siguen siendo
desatendidas. Hablan del mandato de masculinidad, de la necesidad que tienen
los varones de probar su potencia, de los conflictos íntimos del poder, de
la frustración continua que deriva de la expulsión institucional constante y
de la extrema precariedad laboral, de la imposibilidad casi total que ofrece
el capitalismo neoliberal para encontrar sentidos colectivos que sostengan
la vida. Pero si, a pesar de que las teorizaciones y las prácticas no son
suficientes, al menos la violencia de género está en proceso continuo de
discusión política, hay otras que tienen aún menos prensa. La violencia
patronal. La violencia de clase. La violencia de la marginalidad. La
violencia de la ignorancia. La violencia de vivir en un barrio cruzado por
las balas. La violencia de saber que, como decía el poeta Néstor Perlongher,
en nuestras democracias hay cadáveres, literales y metafóricos, por todos
lados: «Bajo las matas/ En los pajonales/ Sobre los puentes/ En los canales/
Hay Cadáveres/ En la trilla de un tren que nunca se detiene/ En la estela de
un barco que naufraga/ En una olilla, que se desvanece/ En los muelles los
apeaderos los trampolines los malecones/ Hay Cadáveres […] En el campo/ En
la casa/ En la Caza/ Ahí/ Hay cadáveres».



Hablar de lo obsceno de la violencia no es nada nuevo, dirán algunos
lectores. Pero las familias y las amistades de quienes son asesinados y
asesinadas cada día no tienen espacios legitimados en los que hablar o
escribir. A veces nos encontramos con sus palabras en las redes sociales,
pero seguimos escroleando porque para qué sirve tanta tristeza si en todos
los medios, en todos lados, escuchamos, vemos y leemos que no hay nada que
hacer más que cruzar porcentajes y estadísticas. Que esos otros no son como
nosotros. Que hay personas que no son suficientemente personas como para ser
escuchadas, lloradas, reivindicadas, ser sujetos de derecho, obtener
justicia. Desde una óptica de superioridad, la parte buena de la sociedad
asume que no hay ningún problema en naturalizar acciones en contra de la
dignidad y la vida de aquellos a quienes no reconoce como humanos. Pero para
qué pensar en eso, si ya está todo dicho y todo hecho, y nada cambia. Es
mejor dedicarse a soltar. Tener un buen día. Sonreír.

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