Sudán del Sur/ Una década de independencia, guerras y hambre. [Diego Gómez Pickering]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Dic 4 13:13:59 UYT 2022


  _____

Correspondencia de Prensa

4 de diciembre 2022

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

  _____



Sudán del Sur



Una década de independencia, guerras y hambre



El Estado africano cumple sus primeros diez años de existencia siendo el
país más corrupto del mundo y enfrentando conflictos interétnicos, junto con
una grave insuficiencia alimentaria y una preocupante vulnerabilidad
climática.



Diego Gómez Pickering, desde Terekeka (Sudán del Sur) *

CTXT; 30-11-2022

https://ctxt.es/es/



Son pasadas las cinco de la mañana y el cielo en los extensos campos de
sabana y pantanos que cubren el estado de Ecuatoria Central, uno de los diez
en los que se divide políticamente Sudán del Sur, comienza a pintarse de
purpúreo anaranjado, adelantando la salida del sol. Jóvenes mujeres con
collares y brazaletes de chaquira multicolor y niños de todas las edades se
afanan recogiendo montañas de excremento de vaca formadas durante la noche
entre sus chozas de carrizos y ramas, con el fin de ponerlo a secar al sol y
utilizarlo, cuando caiga de nuevo el día, como fogata para ahuyentar a
mosquitos y, con ellos, al paludismo.



Atléticos adolescentes se abocan a bañar, con esmero y cuidado, a los
omnipresentes vacunos con ceniza de su propio estiércol, remanente de las
hogueras de la víspera, en un esfuerzo por protegerlos también de los
aguerridos insectos. Hombres, mujeres y niños, siempre atentos al chorro del
orín de la vaca, momento oportuno para lavarse las manos, el cabello y
limpiar los utensilios de cocina, dado el alto nivel de toxinas del
amarillento líquido, remedio milenario contra las infecciones en el corazón
del continente. La rutina diaria en uno de los muchos campamentos de ganado
del abrumadoramente rural Sudán del Sur, apresurada por la sequía extendida
y la creciente falta de tierras de pastoreo, consecuencia del cambio
climático y los persistentes conflictos interétnicos.



“Antes [de la independencia] había una mayor estabilidad, los niños del clan
podían asistir a la escuela sin disrupciones, producíamos suficiente comida
para todas las familias, había clínicas de salud de fácil acceso; todo ello,
al menos, estaba garantizado. Hoy, con la independencia, libramos una
batalla diaria, incluso para sobrevivir. Enfrentamos guerras constantes y
sin sentido en gran parte del territorio. Nos matamos, unos a otros, sin
razón,” afirma enfático, pero sereno Peter Koronit, un robusto ganadero
tradicional perteneciente a la etnia mundari, uno de los más de 80 grupos
étnicos que componen el mosaico humano y lingüístico del país esteafricano.



Sudán del Sur cumple su primera década de vida independiente entre una
guerra civil irresuelta, insuficiencia alimentaria y preocupante
vulnerabilidad económica y climática. La milenaria nación africana, cuya
huella antropológica data de los primeros homínidos que recorrieron la faz
de la tierra, es el Estado miembro de Naciones Unidas de más reciente
creación y también, de acuerdo con sus índices de desarrollo humano, uno de
los que enfrentan mayores obstáculos en su camino. Desde que iniciara su
frágil y aún inestable proceso de autodeterminación, con el referendo de
enero de 2011 en el que cerca del 98% de su población decidió escindirse de
Sudán, el país africano ha acaparado la atención de la comunidad
internacional, ya sea por su larga lucha por la independencia o por sus
constantes y aún muy variados retos en lo político, lo económico y lo
social.



Koronit, líder del clan homónimo, uno de la docena en que se divide la tribu
mundari, está al frente de una cincuentena de familias y de cuatro campos
pecuarios que en total suman cerca de 1.500 cabezas de ganado entre ovejas,
cabras y vacas, estas últimas las de mayor valor cultural, emocional y
económico entre las etnias sudanesas del sur. Motivo de conflicto y encono
desde tiempos inmemoriales, pues la riqueza de un hombre, de su clan y de su
tribu se mide precisamente en vacas. Desde los años de la ocupación
británica, en la primera mitad del siglo XIX, los enfrentamientos entre
distintas etnias por control territorial para asegurar el libre pastoreo de
sus animales han sido una constante que ni siquiera la anhelada
independencia política ha logrado desdibujar.



“¿Por qué me preguntan mi tribu? ¿acaso no soy yo tan de este país como él?
Estoy cansado de este lugar, necesito ir a otro país en donde pueda
realmente ser libre, en donde haya libertad de movimiento y pensamiento”,
Isaac, un vendedor de 35 años de etnia bari que se dedica a recorrer las
magras carreteras del país entre sus principales ciudades para abastecer a
los comercios locales de electrodomésticos, se lamenta, en uno de los muchos
retenes militares del camino, de la persistente inseguridad, que le requiere
llevar siempre un escolta armado, y, sobre todo, de la política identitaria
impulsada por el gobierno que en la narrativa habla de un país
multinacional, pero en la práctica se apresta, desde el poder, a reforzar
las divisiones interétnicas, ensañándose con las minorías.



La firma en 2005 del denominado Acuerdo Global de Paz entre las facciones
independentistas del sur de Sudán, encabezadas por el extinto líder de la
patria John Garang, y el gobierno de Jartum, sentó las bases del referendo
de 2011, de la autodeterminación de Sudán del Sur y del eventual dominio
político y económico de la nueva nación por parte de su etnia mayoritaria,
los dinka, a la que pertenecen el difunto Garang y su heredero político,
Salva Kiir, presidente del país desde su independencia. El estallido de la
última guerra civil sudanesa en diciembre de 2013, menos de dos años después
de que el país se independizara, con el enfrentamiento entre Kiir, su etnia
y seguidores, y los seguidores y paisanos del vicepresidente Riek Machar, de
etnia nuer, la segunda más populosa del país, hizo evidentes las fricciones
identitarias en el interior de la joven nación.



A cuatro años del alto el fuego, de la negociación de un acuerdo de paz
auspiciado por Uganda y Sudán y de la firma de un instrumento para compartir
el poder entre ambos grupos étnicos a mediados de 2018, tras un quinquenio
en el que murieron alrededor de 383.000 civiles y cerca de cuatro millones
de personas fueron desplazadas o huyeron del país, de acuerdo con
estimaciones de la organización Global Conflict Tracker
(https://www.cfr.org/global-conflict-tracker), especializada en el análisis
de conflictos alrededor del mundo, los testimonios de sus ciudadanos son el
mejor espejo de que la realidad sudanesa dista mucho de la paz y la
prosperidad prometidas. Entre los mundari, pero también entre los lotuko,
los zande, los toposa, los bari o los acholi, algunas de las múltiples
etnias minoritarias de Sudán del Sur, la percepción es que los dinka y los
nuer en el poder, ayudados por una excesiva militarización, un creciente
autoritarismo y una impunidad y corrupción rampantes, a pesar de la
continuada presencia de fuerzas de paz de Naciones Unidas en el país, se
sirven de su posición para infundir temor, fomentando una relación de mutua
desconfianza entre las etnias nacionales que sólo sirve a los intereses de
algunos.



Sin embargo, las dificultades a las que se enfrenta Sudán del Sur a poco más
de una década de vida independiente no se limitan a los conflictos
interétnicos, van, quizá, mucho más allá.



“Regresé, tras la independencia, con la esperanza de ayudar a que nuestro
país renaciera de las cenizas, pero no ha sido nada fácil. Por un lado, una
nueva guerra civil que nos roba cinco años, retrocediendo los pocos avances
logrados, y por el otro, una clase política que no nos facilita las cosas a
aquellos que hemos vuelto a Sudán del Sur como emprendedores después de
vivir media vida como refugiados en el extranjero”, David Joog, un hombre
dinka educado en Australia, a donde llegó como refugiado a inicios de siglo
escapando de la guerra, no pierde la sonrisa mientras verbaliza sus
tribulaciones, que muchos de su condición comparten en un país que, al
parecer, no ha sabido aprovechar a su enorme diáspora, incentivando su
vuelta.



Joog es dueño de una pequeña empresa arrendadora de autos en Juba, la
capital sudanesa del sur, que cuenta entre su clientela a parte de la élite
política y económica de la ciudad y a parte de la numerosa comunidad
expatriada que trabaja en Naciones Unidas y en organizaciones de asistencia
humanitaria. Subraya la excesiva burocracia, la corrupción y la incapacidad
del gobierno sudanés de atraer y preservar el interés de posibles inversores
foráneos como trabas para el pleno desenvolvimiento de su país, que de
acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo posee el
índice de desarrollo humano más bajo de toda el África Subsahariana.



“¿De qué nos sirve ser libres o independientes si no contamos con los
derechos más básicos, como es el acceso a la salud?” se pregunta Gabriel, un
joven de 19 años y 1,96 metros proveniente de la norteña ciudad de Rumbek,
capital del estado de Lagos, mientras hace fila junto a docenas de otros
muchachos y muchachas de varios rincones del país frente a la oficina de
admisiones de la Universidad de Juba, fundada en 1975, con la esperanza de
obtener una de las plazas que se ofertan para el curso de otoño en la
facultad de medicina.



Hambruna, conflicto civil y corrupción



De acuerdo con el más reciente informe del Programa Mundial de Alimentos de
Naciones Unidas (PMA), en 2022 la inseguridad alimentaria en Sudán del Sur
alcanzó los niveles más elevados desde que el país obtuviese su
independencia en 2011. Esto, aclara el organismo multilateral, obligó a
aumentar de manera significativa la respuesta humanitaria para combatir la
hambruna en diferentes regiones de la nación africana, como consecuencia de
la pandemia por covid-19, de la disrupción en las cadenas mundiales de
distribución de alimentos, de la guerra en Ucrania (importante proveedor de
granos en el continente) y de los ciclos de lluvia alterados por la
emergencia climática. Aún así, según la información del PMA, la situación
continúa siendo agravante en Sudán del Sur, donde cerca de 8,3 millones de
personas, el equivalente al 75% de la población total del país, enfrentan
inseguridad alimentaria grave, es decir, no alcanzan la ingesta diaria
mínima de nutrientes requerida para garantizar su buen estado de salud. A
ello hay que agregar el hecho de que dos millones de mujeres y niños menores
de 5 años enfrentan  malnutrición severa.



Por otro lado, según el último reporte de la Misión de Naciones Unidas para
Sudán del Sur (UNMISS, por sus siglas en inglés), establecida por mandato
del Consejo de Seguridad de la organización al poco tiempo de consumada la
independencia del país africano con el fin de coadyuvar en las tareas de
reconstrucción y consolidación de la paz y ampliada desde el año 2013 a
tareas de protección ciudadana dada la renovada guerra civil que irrumpió
entonces, entre enero y mayo de 2022 los continuos enfrentamientos
interétnicos entre distintas facciones tribales, con sus respectivas
filiaciones políticas, provocó la muerte de 173 personas, desplazando a
cerca de 44.000 civiles. El informe, firmado conjuntamente por la Oficina
del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, señala
además que graves violaciones a los derechos humanos y múltiples abusos y
violaciones al derecho internacional humanitario ocurrieron durante el mismo
período en amplias zonas del país, incluyendo violencia sexual contra niñas
y mujeres y secuestro de menores con fines de incorporarlos a milicias
armadas.



De forma paralela, en la edición 2022 de su índice de percepción de
corrupción, la organización Transparencia Internacional, cuyo propósito es
promover la transparencia, combatir la corrupción y fortalecer la rendición
de cuentas y la integridad a todos los niveles y entre todos los sectores de
la sociedad, ubicó a Sudán del Sur en el lugar 180 (a la par que Somalia) de
un total de 180 países considerados en el índice, en términos de la
corrupción de su sector público. Lugar en el que se mantiene, como nación
más corrupta del mundo, desde el año 2019.



Para Gonzalo Sánchez Terán, director adjunto de Programas Humanitarios del
Centro Internacional para la Cooperación Humanitaria, con sede en Nueva
York, quien a lo largo de los últimos 20 años ha seguido muy de cerca la
situación en Sudán del Sur, el país de África del Este “es uno de esos
lugares que te parten el corazón”. El experto en cooperación humanitaria
considera que “el pecado original del país radica en la forma en que terminó
la guerra civil original con la firma del Acuerdo Global de Paz de 2005, que
de cierta forma fue impuesto por Estados Unidos, el cual leía la realidad de
la guerra civil en términos de musulmanes del norte contra cristianos del
sur y esa fue una lectura parcial, de buenos contra malos, que obvió las
tensiones étnicas en el sur, resultado de la falta de cohesión territorial e
histórica entre los diferentes grupos que habitan el territorio. Cuestiones
que se dejaron, desafortunadamente de lado, por el objetivo inmediato de
conseguir la independencia”.



Sánchez Terán alega que la guerra civil del 2013 fue resultado directo de
esas tensiones irresueltas y argumenta que la respuesta de la comunidad
internacional, hasta el momento ha fallado, pues se adapta a un mapa de ruta
que tiene establecido para todo tipo de conflictos, es decir, “en lugar de
buscar soluciones civiles al conflicto, hace que los grupos combatientes se
sienten [a negociar] y utiliza las elecciones como solución taumatúrgica,
asumiendo que los países, de repente, se convierten en democracias por el
simple hecho de celebrar elecciones”.



De acuerdo con el experto del Centro Internacional para la Cooperación
Humanitaria, “la pobreza extrema, la persistente división entre grupos
étnicos, la falta absoluta de rendición de cuentas de las fuerzas de
seguridad, ejército incluido, y la extracción petrolera en el norte del
país, envuelta en opacidad, saqueo y corrupción”, son elementos
indispensables a tomar en cuenta, cuando de entender la situación actual en
Sudán del Sur, a poco más de diez años de su independencia, se trata.



En el campamento vacuno del clan koronit la tarde empieza a pintarse de un
intenso naranja rojizo, el sol da un último vistazo, dando paso al azul
cobalto de la noche. Las más de mil cabezas de ganado vuelven ordenadamente
de pastar, un coro de mugidos al que acompañan tambores batientes tocados
por niños y ancianos. Los mismos jóvenes atléticos que les bañaron al
despuntar el alba con ceniza, todos con su AK-47 al hombro, las guían de
regreso, aunque cada una de las vacas, de largos e imponentes cuernos,
parece conocer con precisión su lugar exacto de pernocta. “Dios nos juntó,
tenemos que aprender a vivir uno al lado del otro”, suspira dando un hondo
calado a su pipa el jefe Peter mientras cierra los ojos y gira la cabeza al
cielo, como si viese estrellas, aunque sólo se advierten nubes.



En la noche nublada de Sudán del Sur sólo resta esperar la llegada del día.



* Diego Gómez Pickering, es escritor, periodista y diplomático.

  _____





--
Este correo electrónico ha sido analizado en busca de virus por el software antivirus de Avast.
www.avast.com

------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20221204/50c3a3d0/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa