China/ Una revuelta contra el autoritarismo y la precariedad. [Yun Dong]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Dic 7 15:57:16 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

7 de diciembre 2022

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China



Una revuelta contra el autoritarismo y la precariedad



Las protestas en China, originadas por las duras políticas de Covid Cero y
la situación de opresión que crean en la población, tienen réplicas en todo
el país. Pero la indignación acumulada va más allá de la pandemia y se
vincula con el autoritarismo y la precariedad, en un momento en el que la
economía se ha ralentizado y Xi Jinping se proyecta como un líder sin los
límites del pasado reciente.



Yun Dong *

Nueva Sociedad, diciembre 2022

https://nuso.org/

Traducción de Carlos Díaz Rocca.



En Shanghái, jóvenes manifestantes furiosos se enfrentaron a la Policía que
los rodeaba mientras pedían libertad y gritaban: «¿No se supone que deben
servir a la gente?». Cientos se habían reunido en la noche del 26 de
noviembre en Urumqi Road en Shanghái, que ha servido como el lugar simbólico
para realizar vigilias en homenaje a las víctimas del incendio en un
rascacielos residencial en Urumqi, la capital de la provincia de Xinjiang.



El incendio provocó la muerte de por lo menos diez personas y heridas en
otras nueve pertenecientes a diversas familias. Se necesitaron tres horas
para apagarlo. Los manifestantes creen que las víctimas podrían haberse
salvado si el complejo residencial no hubiera estado aislado en el marco de
las políticas anti-covid 19, a pesar de que el gobierno afirma que la
tragedia no tuvo nada que ver con el confinamiento.



Las muertes fueron el detonante de una revuelta en Urumqi durante toda la
noche del 25 de noviembre, con manifestantes que se reunían en calles y
espacios públicos y exigían que el gobierno relajara las restricciones.
Urumqi ha estado sujeta a repetidos confinamientos durante meses, por lo que
la gente ya estaba harta y temía que pudiera suceder algo como el incendio
en el edificio de departamentos.



El gobierno local ha impuesto duras y peligrosas medidas que incluyen sellar
no solo los complejos de viviendas, sino también los apartamentos
individuales con rejas de hierro y cerraduras nuevas que impiden que la
gente salga de sus casas. Muchos de quienes estaban sometidos a esta forma
de confinamiento se preguntaban qué pasaría si se desataba un incendio.



Las protestas siguieron a escala nacional en universidades, barrios y calles
de Shanghái, Beijing, Guangzhou, Chengdu y otros lugares, dando una poderosa
muestra de indignación por la pérdida evitable de vidas y la propia
frustración de la gente por las restricciones contra el covid-19. Hasta el
momento, ha habido protestas en más de 50 universidades e institutos
superiores en toda China.



Los estudiantes demandaron de diversas formas libertad, democracia, libertad
de expresión y Estado de derecho y se manifestaron en contra del autoritario
gobierno del Partido Comunista Chino. Los estudiantes de la prestigiosa
Universidad de Beijing cantaron «La Internacional», que se enseña en la
escuela y representa el espíritu de rebelión de los de abajo, mientras los
estudiantes de la Universidad de Tsinghua y otros lugares sostenían hojas de
papel en blanco para simbolizar su luto por las víctimas con una mezcla de
desafío y burla frente a la censura política.



Una estudiante de la Universidad de Tsinghua dijo con voz temblorosa: «Si no
nos atrevemos a hablar por miedo a que nos arresten, creo que
decepcionaremos a la gente». Para la gran mayoría de quienes protestaban,
esta era su primera manifestación. Hacía décadas que China no vivía una
protesta de esta envergadura y con un tono tan antigubernamental.



Una revuelta contra los confinamientos



Es asombroso la rapidez con la que se han levantado multitudes desafiando al
gobierno y sus políticas. Vale la pena remarcar que esta rebelión se produjo
poco después de que Xi Jinping se asegurara un tercer mandato en el super
controlado teatro político del 20º Congreso del Partido Comunista Chino a
mediados de noviembre.



Xi había diseñado el evento con sus aliados y se aseguró de que no hubiera
alternativas a la nueva facción dirigente. Los análisis políticos
convencionales vieron en esto una consolidación del poder y control total de
Xi sobre China para los próximos años. Ahora, trabajadores y estudiantes han
hecho añicos esa ilusión.



De forma totalmente inesperada, a fines de octubre, los trabajadores que
ensamblan iPhones y otros productos electrónicos en la megainstalación de
Foxconn en Zhengzhou, Henan, que emplea a más de 200.000 personas,
comenzaron a saltar las paredes y huir de la fábrica. Imágenes de largas
filas de trabajadores caminando con sus bolsos desconcertaron al público,
pues es algo sin registro en  la memoria reciente.



Estos trabajadores, muchos de los cuales son contratados exclusivamente por
la temporada alta, fueron sometidos el denominado sistema de circuito
cerrado. Este sistema impide a los trabajadores abandonar las instalaciones
con el pretexto de protegerlos contra el contagio de covid-19.



El verdadero motivo, por supuesto, es mantener a los trabajadores fabricando
productos para las corporaciones multinacionales con vistas a la próxima
temporada navideña. A pesar del sistema de circuito cerrado, algunos
trabajadores contrajeron el virus y luego, por temor a un brote masivo y a
quedar confinados, huyeron de las instalaciones. Debido a la presión
pública, Foxconn pidió disculpas y permitió a los trabajadores que se
fueran. El gobierno local siguió ayudando a Foxconn a reclutar nuevos
trabajadores temporales, a quienes la empresa tentó con elevadas primas, y
ordenó a los empleados estatales locales que se presentaran a trabajar para
mantener la planta en funcionamiento.



Pero Foxconn cambió los términos contractuales y redujo el salario de los
trabajadores. Sintiéndose engañados y estafados, los trabajadores
reaccionaron, salieron por la puerta de la fábrica y se enfrentaron al
personal de seguridad y a la Policía. El gobierno respondió imponiendo un
confinamiento anticovid-19 en toda la ciudad de Zhengzhou para detener la
protesta. Lo que comenzó como un conflicto laboral se convirtió en una
revuelta que captó la atención de todo el país.



Antes de que bajara la espuma en Foxconn, el incendio en Urumqi
desencadenaba una verdadera revuelta. El intento del gobierno local de
apaciguar a la gente en Urumqi relajando el confinamiento no logró
neutralizar la resistencia. El incendio fue la gota que colmó el vaso para
un país agotado por los confinamientos.



La gente comenzó a actuar de forma colectiva y a gran escala en todo el
país. Lo que las protestas en la planta de Foxconn y en Urumqi demostraron
al público es que se puede resistir a las duras restricciones por el
covid-19: la gente organizó protestas, y esto forzó un cambio incipiente en
Foxconn y en el gobierno local.



El estallido de dolor e ira tras el incendio se ha comparado con la reacción
ante la muerte del médico Li Wenliang, quien había denunciado y protestado
por el manejo inicialmente inepto y represivo de la pandemia por parte del
gobierno. Esto produjo una oleada de oposición al gobierno.



Desde entonces, muchos se preguntaron qué había sido de aquel espíritu y
sufrieron «depresión política» por la aparente aceptación de la nueva
política de covid cero. Pero resulta que el espíritu inicial de resistencia
no había desaparecido. Y Foxconn y Urumqi lo reavivaron a gran escala.



Oleadas de resistencia social



Esta resistencia es el resultado de una confluencia de catalizadores
inmediatos y dinámicas políticas y económicas de largo plazo, que ha hecho
añicos la barrera político-psicológica y llevó a mucha gente a perder el
miedo a ser arrestada en un Estado con enorme poder de vigilancia y a unirse
a manifestaciones masivas. En un entorno donde el umbral para participar en
expresiones de abierta disidencia en las calles es muy alto, cruzar dicho
umbral es en sí mismo algo para valorar.



Sin embargo,  pensar que China no ha experimentado ninguna forma abierta de
disidencia, como disturbios, protestas masivas y manifestaciones, está muy
lejos de la realidad. De hecho, el país vivió olas de protestas y huelgas a
gran escala en las décadas de 1990, 2000 y principios de 2010. El gobierno
chino solía documentar lo que denominaba «incidentes masivos», que nunca se
definían con claridad pero que demostraban la resistencia social contra las
desigualdades y opresiones en la China contemporánea. Estos incidentes
pasaron de 8.700 en 1993 a 87.000 en 2005 -es decir, 238 incidentes por
día-, cuando el gobierno dejó de publicar cifras. En 2013, dos activistas
comenzaron a recopilar estadísticas sobre el malestar social. Antes de ser
arrestados habían registrado más de 28.000 incidentes masivos en 2015.



Ese número ciertamente se queda corto. Los activistas no tenían los recursos
para documentar la mucho más elevada cantidad de incidentes en todo el país.
La mayoría de estos son causados por conflictos laborales, confiscaciones de
tierras y otros conflictos rurales, y protestas por políticas de vivienda
urbana. También ha habido protestas ambientales y enfrentamientos con
importantes burócratas de la gestión urbana.



Estas acciones han sido locales y los manifestantes tendían a evitar las
críticas al gobierno nacional, al tiempo que culpaban a los funcionarios
locales o a los empleadores con la esperanza de evitar ser reprimidos y
persuadir al gobierno nacional para que se pusiera de su lado en las
disputas. No obstante, tales acciones demuestran que la gente en China tiene
un largo historial de protesta contra las injusticias.



El fin de una era de relativa paz social



Desde este punto de vista, la ola nacional de protestas contra los
confinamientos y la demanda de más libertad y democracia, y las denuncias
contra el autoritarismo son extraordinarias y sin precedentes en la historia
reciente. Las protestas son contra algo más que las restricciones por el
covid-19; son contra la creciente intromisión del gobierno en la vida
cotidiana de las personas. Esto es algo nuevo.



A partir de la década de 2000, el Estado chino se retiró de la esfera
privada, al menos para la clase media urbana y algunos sectores de la clase
trabajadora industrial. El objetivo era permitir que se desarrollara una
floreciente sociedad de consumo, en la que la gente viviera el consumo de
bienes y entretenimiento como una liberación de la intromisión
gubernamental.



Durante el mismo período, desde la década de 2000 hasta principios de la de
2010, la sociedad civil parecía florecer con organizaciones que alzaban más
la voz en cuestiones sociales, y medios de prensa y redes sociales que
trabajaban con mayor agresividad a la hora de exigir que el gobierno
rindiera cuentas. Por supuesto, millones de trabajadores eran explotados por
corporaciones estatales y privadas, las políticas estatales regulaban su
movilidad y su actividad política era restringida por el partido-Estado.
Pero por lo demás, las personas de clase media y trabajadora no temían la
interferencia estatal en su vida privada. Y con la economía aún en rápido
crecimiento, el aumento del nivel de vida para la mayoría parecía compensar
la rígida falta de libertad y democracia impuesta por el gobierno.



Confinamientos y precariedad económica



La política de Covid Cero de Xi Jinping y sus confinamientos cambiaron todo
esto. De repente, la libertad de movimiento y la vida cotidiana quedaron
sujetas al control directo del Estado, y la desaceleración del crecimiento
económico puso en peligro la percepción de la gente sobre su futuro. Pero la
formación de una oposición a la intromisión del Estado llevó tiempo. Las
políticas gubernamentales contra la pandemia fueron inicialmente toleradas
como parte del esfuerzo colectivo para derrotar a la enfermedad. De hecho,
la ira inicial por la propagación del covid-19 estuvo dirigida a la falta de
acción estatal para contener el virus. Existía un miedo genuino a
infectarse, lo que no solo podía enfermar a las personas, sino también
provocar su internación en hospitales e instalaciones de cuarentena durante
largo tiempo. Por lo tanto, el confinamiento en Wuhan en los primeros meses
de 2020 y los confinamientos posteriores en todo el país fueron ampliamente
aceptados, si no celebrados. Eran vistos como sacrificios necesarios para
proteger la vida de la gente. Pero en realidad, el Estado estaba imponiendo
sus nuevas políticas de Covid Cero no solo para detener la pandemia sino
también para sofocar la escalada de conflictos sociales que habían surgido
en la década de 2010 y para salvar el capitalismo chino.



La mayoría de las políticas del gobierno chino en los últimos años, además
del Covid Cero, estuvieron enfocadas principalmente en reducir los excesos
especulativos en los sectores inmobiliario y de alta tecnología, y restaurar
el crecimiento económico. El gobierno también asumió un papel más activo en
incentivar a las parejas a tener más hijos para superar la crisis
demográfica que se avecina en el país, precipitada por las bajas tasas de
natalidad y el envejecimiento de la población. Todo esto conllevó una mayor
intervención estatal en la economía y la sociedad. La política de Covid Cero
llevó luego la intromisión a un nivel sin precedentes: l nueva política
draconiana de confinamientos ciertamente no era la única opción.



En los primeros meses de la pandemia, las redes de ayuda mutua en Wuhan y
otras partes de China demostraron ser una alternativa. La gente entregó
equipamiento de protección, transportó a trabajadores sanitarios y dio apoyo
a los más necesitados. Trabajó para llenar el vacío dejado por la inacción
estatal. Pero todo esto terminó una vez que el gobierno intervino y tomó el
control de la lucha contra la pandemia. Desde entonces, ha utilizado su
capacidad para movilizar personal y recursos con el fin de hacer cumplir la
política de Covid Cero. Durante gran parte de 2020 y 2021 pareció haber
tenido éxito.



Mientras que muchos otros países sufrían enormes pérdidas de vidas y crisis
económicas, China supuestamente mantenía el número de muertos por debajo de
unos pocos miles y mantuvo el crecimiento económico hasta 2021. La vida
parecía volver a la normalidad. Entonces, el gobierno aprovechó su aparente
éxito para fomentar el nacionalismo.



Ira acumulada



Todo esto se deshizo en el transcurso del año pasado. En 2022, algunas
ciudades estuvieron confinadas por varias semanas y meses. Los «grandotes de
blanco», como se llamaba coloquialmente a los trabajadores médicos vestidos
con trajes de protección, que habían sido admirados como héroes que hacían
sacrificios personales por el bien colectivo, se convirtieron en ejecutores
impersonales de las duras políticas estatales.



La gente compartía imágenes en las redes sociales de estos agentes
persiguiendo y golpeando a quienes se consideraba que violaban los
protocoloscontra el covid-19. Los trajes de protección se habían convertido
en máscaras para disfrazar las identidades de estos ejecutores, brindarles
anonimato y, con ello, tranquilidad para participar impunemente en la
represión.



Una serie de incidentes relacionados con la pandemia socavaron aún más la fe
en las políticas de Covid Cero. Estos son apenas algunos ejemplos: un
autobús que llevaba a pacientes infectados a un centro de cuarentena se
estrelló y murieron 27 pasajeros. Ha habido un gran aumento en los suicidios
cometidos por personas bajo cuarentena prolongada. En Shanghái, la gente se
sumió en la desesperación cuando, bajo encierro, se les privó de un acceso
adecuado a los alimentos. En Guangzhou hubo trabajadores migrantes que
escaparon del confinamiento. Y un número incalculable de personas cayeron
gravemente enfermas después de haber estado confinadas en sus hogares con
covid y habérseles negado el acceso a atención médica en los hospitales.



Estas y muchas otras historias provocaron ira, y esa ira se fue acumulando.
Las protestas comenzaron a surgir a principios de este año, pero en su
mayoría fueron aisladas y más fáciles de contener. Quizás el más icónico de
esos manifestantes fue el que, en soledad, colgó una pancarta sobre el
puente Sitong de Beijing justo antes del 20º Congreso del Partido Comunista,
en la que criticaba la política de Covid Cero y pedía un cambio. Aunque sólo
provocó un número limitado de acciones similares alrededor del país, alentó
a muchos estudiantes internacionales chinos en Occidente a hacer lo mismo y
colocar pancartas similares en sus campus.



Esperanzas de cambio deshechas



El 20º Congreso del Partido Comunista marcó un antes y un después en esta
historia. Dado que el límite de mandato para el secretario general del
Partido ya había sido eliminado en 2018, nadie se sorprendió de que Xi se
mantuviera en el puesto. El límite de mandato esencialmente ayudaba a
reorganizar las diferentes facciones del Partido Comunista para lograr un
equilibrio y garantizar una transición de liderazgo ordenada. Además,
cimentaba la esperanza de que cada diez años alguien nuevo asumía el poder y
hacía las cosas de manera diferente. Incluso esta modesta esperanza -que
generalmente resulta ser una ilusión rápidamente convertida en decepción- se
hizo añicos.



La gente siente que estará atrapada en el mismo sistema político de aquí a
varios años más. Ya no hay esperanza alguna para la autorrenovación y el
autoajuste del sistema político.



La pérdida de esperanza en la reforma del gobierno crecía al mismo tiempo
que las perspectivas económicas se tornaban sombrías. Después de haberse
recuperado en 2021, el crecimiento económico de Chinase ha desacelerado.
Algunos gobiernos locales, que ya sufren pérdida de ingresos, están haciendo
malabares para pagar los testeos masivos de covid. La penuria económica la
sienten intensamente los trabajadores, especialmente los informales, cuyo
sustento y empleo son más susceptibles a los confinamientos.



Para los jóvenes, la tasa de desempleo ha alcanzado un máximo histórico en
los últimos meses, llegando casi al 20% para aquellos con edades entre los
16 y los 24 años, mientras que los universitarios recién graduados enfrentan
una situación laboral calamitosa. Cantidades récord ingresan al mercado
laboral cada año al tiempo que los puestos disponibles son cada vez menos, y
las principales empresas tecnológicas de China despiden empleados en lugar
de contratarlos. Esta precariedad ha avivado la ansiedad y el enfado entre
los profesionales y trabajadores jóvenes.



Algunos esperaban una relajación de la política de Covid Cero después de que
Xi se asegurase el liderazgo en el 20º Congreso del Partido. El gobierno
sembró esa ilusión cuando emitió una nueva guía de 20 puntos que alivió las
restricciones pero no llegó materializar una nueva dirección.



Algunos gobiernos locales, como el de la capital de la provincia de Hebei,
Shijiazhuang, fueron más allá, dando de baja requisitos de testeo y
eliminando los testeos gratuitos. Pero muchos habitantes se opusieron y,
bajo presión, el gobierno local cambió de rumbo y los restableció. Y ahora,
con un significativo aumento de casos, que alcanza su nivel más alto con más
de 30.000 al día, el gobierno ha vuelto a los confinamientos para contener
el covid en todo el país. Como resultado, la gente está perdiendo la fe en
la capacidad de cambio del gobierno, duda de la efectividad y racionalidad
de su política de Covid Cero y es reacia a tolerar los sacrificios que le
impone. También le preocupa lo que parece ser una implementación arbitraria
e irracional de esa política.



Las decisiones sobre confinamiento de determinados barrios y hogares las
toman autoridades locales inferiores a las municipales y, a menudo, no son
explicadas ni pueden ser contradichas. El fin de las ilusiones políticas, la
precariedad económica y la brutalidad irracional del Covid Cero se
combinaron entonces para generar una frustración masiva.



Resistencia de masas sin infraestructura organizativa



La frustración de la población ha estallado en forma de protestas en los
últimos días. La movilización ha sido notoria y ha dado a la gente seguridad
en sí misma para expresar su creciente insatisfacción. Una masa crítica de
personas ha superado el miedo a la represión del gobierno y compartió
mensajes en Internet, algo que, tras la protesta del Puente Sitong, llevó a
la censura de las redes sociales y a la suspensión y cierre de cuentas de
forma permanente. Ahora, envalentonada, la gente publica y comparte
comentarios y vídeos en Weibo y WeChat.



Algunas de las protestas parecen haberse difundido a través de las redes
sociales o herramientas de comunicación encriptada como Telegram, aunque
estas no son de fácil acceso para la mayoría. Impulsada por la indignación,
la gente se entera por alguna vía de las acciones en las redes sociales y a
través del boca en boca, y se apresura a unirse a ellas.





Muchas de las protestas han ocurrido en los campus y en los complejos de
apartamentos. Se trata en ambos casos de espacios compartidos, lo que hace
más fácil coordinar las acciones que en las calles, donde participa gente de
toda la ciudad. Hasta el momento, no existe un liderazgo nacional
centralizado de ningún tipo, y es poco probable que aparezca alguno. Ni
siquiera parece haber ningún liderazgo local. Eso no debería sorprender. El
Estado chino no solo ha prohibido todos los partidos políticos
independientes, sino que también ha aplastado a los colectivos de derechos
humanos, de la sociedad civil y a los disidentes que se expresan
abiertamente. Ha roto la infraestructura de los movimientos sociales para
convocar, organizar y sostener una lucha de masas. Por eso, nadie puede
dirigir o hablar en nombre de los manifestantes.



Pero las reivindicaciones ya están claramente articuladas y cristalizadas en
torno a oposición a los confinamientos. Lo que no significa que el
movimiento esté unificado. Como en cualquier movimiento de masas y
especialmente uno sin un liderazgo central, existen múltiples grupos
sociales con demandas a veces superpuestas y diferentes que varían según la
clase y la localidad.



Las demandas de los trabajadores de Foxconn se centraron principalmente en
reivindicaciones laborales y, en segundo término, en las restricciones
anti-covid; los manifestantes de Urumqi expresaron las demandas más
enérgicas e inmediatas centradas en el levantamiento de las restricciones
por el covid que ponen en peligro sus vidas; los estudiantes universitarios
se solidarizan con los manifestantes de Urumqi mientras sus demandas se
centran el reclamo de democracia, libertad de expresión, libertad de prensa
y Estado de derecho; y la menos reportada y mucho más difundida es la
resistencia local a pequeña escala de los residentes que tiene lugar dentro
de complejos de apartamentos y vecindarios cerrados que se centran en la
relajación de las restricciones.



El carácter de las protestas tampoco es uniforme; van desde la acción
pacífica hasta la confrontación abierta. La mayoría de estas expresan
demandas que serían moderadas en las democracias liberales, pero son muy
subversivas en un Estado autoritario. Y traen consigo efectos progresistas y
democratizadores.



A pesar de esta heterogeneidad, las protestas expresan un sentimiento común
de resistencia a la pérdida de dignidad y a la negación de su capacidad para
dar forma a la política estatal que determina sus vidas. Comparten la
sensación de que sus propias vidas están en juego.



Es importante subrayar el carácter nacional de la revuelta. Las protestas se
alimentan unas de otras y muestran solidaridad entre sí, animando a
diferentes sectores a actuar. Además, los estudiantes chinos en el
extranjero y la diáspora en general también se han movilizado en Hong Kong,
Taiwán, Reino Unido, Estados Unidos y Australia.



Los dilemas del régimen autoritario frente a las protestas



Frente a una ola nacional de manifestaciones, el gobierno chino se ve
atrapado en el clásico dilema de un régimen autoritario. Si cede y relaja
las medidas de Covid Cero, corre el riesgo de confirmar que la protesta
funciona y de alentar a otros a organizarse y luchar por sus demandas. Pero
no ceder puede llevar a los manifestantes a intensificar su lucha e invitar
a otros a sumarse. En los últimos años, logró mantener una especie de
equilibrio, combinando represión y adaptación para manejar y contener el
conflicto social. Pero nunca se había enfrentado a un movimiento de protesta
de tal escala.



A medida que las manifestaciones se extienden y se radicalizan, y algunos
adoptan consignas explícitamente antigubernamentales y antipartidistas como
«Fuera el PCCh» y «Dimisión de Xi Jinping», la posibilidad de represión
estatal aumenta exponencialmente. Al mismo tiempo, no es inconcebible que
una combinación de represión selectiva y concesiones limitadas sobre las
restricciones pueda sofocar las protestas. Este ha sido un patrón en el
pasado, con manifestaciones urbanas que se disipan tan rápido como se
conforman.



Sin embargo, incluso si el Estado es capaz de contener las manifestaciones,
el principal problema que nos trajo aquí no desaparecerá. China
probablemente no este aún preparada para dejar atrás la política de Covid
Cero. Hacerlo así -sin un sistema legitimado de vacunación masiva-
conduciría a la propagación masiva del virus a través de una población que
ha tenido vacunas chinas ineficaces o que sigue sin vacunarse,especialmente
los ancianos. Tal brote saturaría los hospitales, e incluso una baja tasa de
decesos, en un país de 1.400 millones de habitantes, conduciría a una
mortandad sin precedentes. Un modelorealizado por científicos chinos estima
que, con el nivel actual de vacunación y capacidad hospitalaria, la apertura
puede provocar más de 1,5 millones de muertes.



Tal catástrofe podría generar una crisis de legitimidad aún peor para el
estado chino, que probablemente haya sido parte de sus cálculos para
mantener la política de Covid Cero. No se puede negar que, sin una vacuna y
medidas de atención médica apropiadas, las duras restricciones salvaron
vidas en China.



La apertura no es una opción sin una enorme inversión en el sistema de salud
y sin la inmunización de los ancianos. Muchos analistas se han preguntado
por qué no se ha hecho esto hasta antes. En cualquier caso, hacerlo ahora
llevará tiempo, algo que los manifestantes pueden no tolerar.



El Partido es tan opaco que tenemos poca idea de lo que puede pasar. La
recientemente reorganizada jefatura, repleta de leales a Xi, no muestra
signos de desunión, por lo que es dudoso que haya una división en el Partido
y un debate abierto entre las facciones en público.



Cualquiera sea el resultado inmediato de las manifestaciones, la gente
corriente en China se está radicalizando por esta experiencia y muchos se
han autoorganizado. Esto ha elevado dramáticamente la conciencia de las
masas y la experiencia de luchar por la justicia permanecerá con ellas sin
importar el resultado. Es un buen augurio para el futuro.



En los próximos días, es posible que las fuerzas de derecha del resto de las
grandes potencias mundiales saquen provecho del levantamiento popular para
justificar sus ataques contra China. Pero eso no puede disuadir nuestra
solidaridad con las personas que protestan, cuyas demandas tienen sus raíces
en las experiencias concretas de vida. Apoyar a quienes protestan no
intensificará el conflicto imperial con China que lideran los Estados
Unidos. De hecho, la solidaridad popular más allá de las fronteras es la
mejor manera de calmar las tensiones y construir una lucha internacional
común por la justicia, la igualdad y la democracia, las cuales están
amenazadas por nuestros gobernantes en todo el mundo.



* Activista Chino.



Nota: Una primera versión, en inglés, de este artículo fue publicada en la
revista Spectre. Puede leerse el original aquí:
https://spectrejournal.com/uprising-against-lockdowns-and-precarity-in-china
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