Haití/ Eternas injerencias. Nuevo "pedido" de intervención. [Jake Johnston]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Dic 11 00:03:37 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

11 de diciembre 2022

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Haití



Nuevo “pedido” de intervención



Eternas injerencias



Ante una solicitud del polémico gobierno haitiano surgido del asesinato de
su presidente, Estados Unidos y Canadá están considerando una misión de
“intervención humanitaria”. Esta nota recuerda que más que un “Estado
fallido”, Haití podría ser considerado un “Estado asistido”, cuyos males se
derivan de décadas sin controlar su propio destino.



Jake Johnston *

Le Monde Diplomatique, edición Uruguay, diciembre 2022

https://ladiaria.com.uy/le-monde-diplomatique/

Traducción de Micaela Houston



A priori, todo separa a Haití de Afganistán, comenzando por varios océanos.
Sin embargo, la plaga de las intervenciones extranjeras transformó a estas
dos naciones en gemelas. El 7 de julio de 2021, temprano en la mañana, el
presidente de la República de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado por un
comando probablemente compuesto por exoficiales del ejército colombiano.
Tras varios meses de investigaciones y el encarcelamiento de unas 40
personas, los cerebros de la operación todavía no fueron identificados. El
último asesinato de un jefe de Estado haitiano se remonta a 1915. En
consecuencia, en aquella oportunidad los marines estadounidenses invadieron
el país y se mantuvieron allí por 19 años. Tras la muerte de Moïse, el
exprimer ministro interino Claude Joseph solicitó el regreso de Estados
Unidos, mientras que un editorial de The Washington Post subrayaba la
urgencia de desplegar en Haití una fuerza de mantenimiento de la paz de las
Naciones Unidas “con el fin de evitar una situación de caos que podría tener
consecuencias terribles” (7 de julio de 2021).



Un mes más tarde, el 14 de agosto de 2021, un sismo de magnitud 7,2 devastó
la Península de Tiburón, en el suroeste de la isla. A la mañana siguiente,
la capital afgana caía en manos de los talibanes. Si la duración de la
presencia estadounidense llevó a ciertos observadores a establecer un
paralelismo entre los dos países –Afganistán acaba de reemplazar a Haití
como el país que sufrió la ocupación más duradera de la historia de Estados
Unidos–, las similitudes son aún más profundas de lo que podría pensarse a
primera vista.



“Estado asistido”



Los ataques del 11 de setiembre de 2001 le ofrecieron al presidente
estadounidense del momento, George W Bush, y a su camarilla de
neoconservadores la oportunidad con la que soñaban. Lanzadas bajo el
estandarte de la lucha contra el terrorismo, las incursiones del ejército
estadounidense en Irak y en Afganistán fueron ejemplos clásicos de nation
building, la construcción de una nación desde el extranjero. Sin embargo, la
administración Bush no se detuvo en esa buena senda. El 29 de febrero de
2004, un golpe de Estado apoyado por Washington, París y Ottawa forzó al
presidente haitiano Jean-Bertand Aristide a renunciar. Había sido elegido
cuatro años antes por una aplastante mayoría (y con una tasa de
participación de cerca del 70 por ciento). Aunque Francia había decidido en
ese entonces cortar toda cooperación militar con Estados Unidos para
protestar contra la invasión de Irak, colaboró con Washington en Haití. Una
vez que Aristide fue apartado y forzado a exiliarse en la República
Centroafricana, fuerzas francesas desembarcaron junto con los marines
estadounidenses antes de cederles el lugar a varios miles de cascos azules
en el marco de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití
(Minustah), un nuevo proyecto de nation building [misión de la que participó
con un rol protagónico Brasil, pero también Argentina y Uruguay].



De modo oficial, la operación tenía como meta reformar las instituciones,
construir un sistema judicial funcional, establecer una fuerza de policía,
supervisar las elecciones y garantizar la estabilidad política. Sin embargo,
se trató, de hecho, de una misión militar. Durante años, las unidades de la
Minustah multiplicaron las incursiones contra sectores de la capital
conocidos por su apoyo al presidente Aristide, con el objetivo de aplastar
la resistencia al golpe de Estado de 2004. Durante un raid contra la comuna
de Cité Soleil en febrero de 2007, los soldados de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) dispararon más de 20.000 municiones, matando a varios
civiles. Y no se trató de un episodio aislado.



Algunos comentaristas sugieren que la doble crisis haitiana del verano de
2021 justifica calificar a Haití como “Estado fallido” (failed state), al
igual que a Afganistán. Sin embargo, es ante todo un “Estado asistido”:
moldeado por intervenciones extranjeras que a través de “la ayuda” perpetúan
una forma de ocupación. Como en Afganistán a partir de 2001 –cuando Estados
Unidos gastó miles de millones de dólares para mantener a dirigentes afganos
impopulares–, todos los escrutinios haitianos desde 2004 están puestos bajo
el control de potencias extranjeras, comenzando por Washington, la ONU y la
Organización de los Estados Americanos (OEA). Luego del violento sismo del
12 de enero de 2010, por ejemplo, el gobierno haitiano decidió posponer las
elecciones generales, en inicio previstas para febrero y marzo de ese año.
Sin embargo, los países donantes no tardaron en ejercer presión para que se
llevasen a cabo en ese noviembre, cuando un millón de personas seguían sin
tener cobijo. La primera vuelta se llevó a cabo en condiciones
catastróficas. En lugar de preconizar un informe esperando que la situación
mejorara, o incluso un recuento de los votos, una misión de la OEA conducida
por expertos estadounidenses, franceses y canadienses recomendó modificar
los resultados oficiales, sin justificación, con el fin de calificar para la
segunda vuelta al cantante Michel Martelly, etiquetado de derecha. Como la
administración de Barack Obama amenazaba con suspender la ayuda humanitaria
que el país necesitaba de forma desesperada, las autoridades haitianas
cedieron y aceptaron la “recomendación”.



Inaugurado en febrero de 2017, el mandato del presidente Moïse resultó ser
igual de frágil. Si bien ganó la votación del otoño de 2016 (organizada tras
la anulación de la elección presidencial de 2015, sospechada de estar
viciada por un fraude masivo), la participación no alcanzó el 20 por ciento:
el nuevo jefe de Estado recibió 590.000 votos sobre cerca de seis millones
de votantes (el país cuenta con 11 millones de habitantes). Tras el anuncio
de los resultados, se sucedieron manifestaciones y llamados a la renuncia
del mandatario electo, acompañados por denuncias de corrupción en la cima
del Estado. Sin sorpresas, el nuevo hombre fuerte del país encontró una
fuerte resistencia.



A diferencia del régimen afgano apoyado por Washington, el presidente
haitiano sobrevivió de hecho a la salida de las tropas extranjeras al final
del mandato de la Minustah, en octubre de 2017. En Haití no existen
movimientos de oposición de la envergadura de los talibanes. Cuando llegó el
día de inicio de su mandato, el 7 de febrero de 2021 (fecha fijada por la
Constitución para la investidura de los presidentes electos), Moïse podía
contar con el apoyo del trío Estados Unidos-Naciones Unidas-OEA para
mantenerse en el poder. El episodio reforzó la convicción, ya bien anclada
en la población, de que son los donantes, y no los haitianos, los que eligen
a los dirigentes del país.



Ahora bien, tras el sismo de 2010, las donaciones llovieron desde el mundo
entero, superando los 10.000 millones de dólares (el equivalente al Producto
Interno Bruto haitiano en ese momento). El número de Cascos Azules
estacionados en el país pasó en ese entonces de poco menos de 7.000, en
2004, a 12.000. Al estimar los decisores estadounidenses que un Estado
moderno no se construye sólo sobre la fuerza militar, se movilizó la ayuda
humanitaria para intentar “reconstruir” Haití... Para las organizaciones no
gubernamentales (ONG), los industriales del desarrollo y las agencias
internacionales que llegaron en masa tras la catástrofe, sólo los “expertos”
formados en Occidente poseen los conocimientos y los recursos necesarios
para “reconstruir, en una versión mejorada” un país percibido como inestable
y atrasado...



Así, a lo largo de los diez años transcurridos desde el sismo, menos del
tres por ciento de la ayuda extranjera estadounidense fue a parar a
organizaciones haitianas; más de la mitad a un puñado de empresas que
gravitan en la órbita del Estado Federal, entre Washington, Maryland y
Virginia. De manera que miles de occidentales viven en la actualidad de una
“ayuda” de la cual el país que debería beneficiarse no siempre percibe. Sea
que los proyectos tengan éxito o fracasen, el dinero continúa brotando.



Al apartar a las organizaciones locales, la ayuda internacional termina
debilitando al Estado que se supone debe contribuir a “construir”. En Haití,
cerca del 80 por ciento de los servicios públicos básicos, como la salud o
la educación, son brindados por ONG, asociaciones religiosas o empresas
privadas. En cuanto a las industrias nacionales, padecen la dependencia del
sector humanitario a las importaciones. En el área agrícola, los
beneficiarios de los fondos estadounidenses no tienen permiso para comprar
productos locales. Dicho de otra manera, el dinero que el Congreso destina a
la ayuda humanitaria sirve para subvencionar a productores estadounidenses.
Tras 20 años de nation building, la mitad de los haitianos sigue en
situación de inseguridad alimentaria; tantos como antes del inicio del
proceso. ¿Cómo asombrarse de que sean tantos los que intentan huir de su
país en busca de una vida mejor?



Resistencias



Cuando, en setiembre de 2021, más de 10.000 haitianos llegaron a la frontera
sur de Estados Unidos con la esperanza de solicitar un pedido de asilo, sin
dudas esperaban gozar del mismo estatus de refugiados que el presidente
Joseph Biden les otorgó a 37.000 afganos tras la debacle relacionada con la
retirada de las tropas estadounidenses de Kabul. Un error. Algunas imágenes
mostraron a agentes de la policía montada fronteriza arremetiendo contra las
familias que acababan de cruzar el Río Grande, algunos de ellos alzando sus
riendas a modo de látigos, como en tiempos de la esclavitud. Al cabo de una
semana, la administración Biden dio lugar a una de las más amplias
operaciones de expulsión de solicitantes de asilo de las últimas décadas,
reenviando a su país a más de 4.000 haitianos.



Daniel Foote, el enviado especial de Estados Unidos en Haití, reaccionó
renunciando a sus funciones, sólo dos meses después de su nominación. “Me
rehúso a ser asociado con la decisión inhumana y contraproductiva del
gobierno estadounidense de expulsar a miles de refugiados haitianos”,
escribió en su carta de renuncia.(1) No resulta casual que Foote, como
muchos diplomáticos que desembarcaron en Puerto Príncipe, también haya
pasado por la embajada estadounidense en Kabul, en donde supervisaba la
distribución de la ayuda civil extranjera. La analogía entre los dos países,
a veces invisible a los ojos del público, rara vez se les escapa a los
funcionarios extranjeros.



Foote no protestaba sólo contra las expulsiones. Lamentando que sus
recomendaciones hayan sido ignoradas o deformadas, establecía una relación
directa entre los miles de solicitantes de asilo haitianos y la política de
Washington en la isla: “Pienso que Haití no conocerá jamás la estabilidad
mientras sus ciudadanos no sean considerados dignos de elegir a sus
dirigentes con toda equidad y honestidad”. Hacía también un llamado a dejar
de considerar al país como una “marioneta en manos de actores
internacionales”. “No queda más que sentirse estupefacto por esta ilusión de
omnipotencia que nos convence que nos tocaría a nosotros, una vez más,
designar al ganador”, concluía.



El enviado estadounidense hacía alusión a la última injerencia extranjera a
la fecha en los asuntos políticos haitianos. Enseguida después del asesinato
del presidente Moïse, Claude Joseph lo sucedió en calidad de primer
ministro. Sin embargo, había renunciado dos días antes, ya que el presidente
había anunciado su decisión de reemplazarlo por el doctor Ariel Henry, quien
no había asumido oficialmente aún. En la medida en que la legitimidad del
mismo Moïse era dudosa, estos dos pretendientes no podían ser más que
controvertidos. Lo cierto es que Washington y las Naciones Unidas decidieron
por los haitianos, brindando su apoyo a Henry.



Hace más de doscientos años, una población de esclavos logró echar a los
colonizadores franceses y establecer una nación haitiana. Desde entonces,
las potencias extranjeras aliadas a una pequeña élite local no han cesado de
buscar controlar el país; una voluntad cuyos últimos 20 años y el “Estado
asistido” al que dieron nacimiento no son más que la manifestación más
reciente. Sin embargo, esos esfuerzos siempre encontraron una viva
resistencia, que se tradujo primero en la Revolución Haitiana a fines del
siglo XVIII. En 1915, cuando los soldados estadounidenses llegaron para
ocupar el país, se toparon con una milicia campesina, los Cacos. Tras el
golpe de Estado de 2004 y el consiguiente despliegue de los Cascos Azules,
grupos civiles armados condujeron una guerrilla urbana en la capital para
luchar contra el invasor. Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea perdieron
toda credibilidad ante sus ojos. En la actualidad, incluso aquellos que
apoyaban la intervención estadounidense en 2004 denuncian las injerencias y
reclaman una solución decidida por los haitianos. Mientras que las naciones
donantes se precipitaban para apoyar a Henry, centenares de organizaciones
representantes de las fuerzas vivas del país –desde el campesinado hasta las
asociaciones barriales, pasando por el sector privado– se unían alrededor de
un programa común para enfrentarse al poder de los actores internacionales y
rechazar la perpetuación del Estado asistido. La batalla de Haití no ha
terminado.



* Jake Johnston, investigador del Center for Economic and Policy Research
(CEPR), Washington, DC. Una versión de este artículo fue publicada
originalmente en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, en diciembre de
2021. Traducción: Micaela Houston.



Nota



1) John Hudson y Anthony Faiola, “US special envoy to Haiti resigns, says he
will not be associated with ‘inhumane, counterproductive’ deportations of
Haitians”, The Washington Post, 23-9-2021.



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Actualización



“La gente está aterrorizada”. Las palabras son de la presidenta de la
Agencia Argentina de Cooperación Internacional y Asistencia Humanitaria –
Cascos Blancos (ACIAH), Sabina Frederic, que encabezó una misión oficial a
Haití a fines de noviembre. La violencia es uno de sus principales problemas
y, de forma vinculada, el hambre y el reciente rebrote de una epidemia de
cólera. Según Frederic, las pandillas, unas 200 bandas criminales con 3.500
integrantes y más poder de fuego que las fuerzas policiales, “juegan un
papel dramático” en esta crisis, desde hace al menos diez años (Página 12,
24 de noviembre). Para la oposición haitiana, este caos está incentivado de
manera artificial para promover una nueva intervención, como indicó en su
visita a Montevideo Henry Boisrolin, coordinador del Comité Haití
Democrático (Brecha, 16 de setiembre). La prensa brasileña indicó que hubo
contactos entre Estados Unidos y el gobierno electo de Brasil para que la
nueva administración de Lula encabece una eventual fuerza internacional,
pero en el seno del Partido de los Trabajadores existen resistencias a esa
idea (O Estado de São Paulo, 17 de noviembre).



En julio y agosto se registraron al menos 113 mil desplazados internos en
Haití, según cifras de la Organización Internacional de las Migraciones, lo
que llevó al secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, a
calificar la realidad haitiana como una “situación absolutamente de
pesadilla” (CNN, 29 de octubre). Entre las muchas víctimas se cuenta el
excandidato presidencial Éric Jean Baptiste, asesinado a tiros por
pandilleros el 28 de octubre. Dos días más tarde, Romelo Vilsaint,
periodista haitiano, murió por balas de la policía cuando los uniformados
dispararon contra un grupo de reporteros “que exigían la liberación de un
colega que había sido detenido mientras cubría una protesta”, de acuerdo a
fuentes de The Associated Press y confirmación de un fotógrafo independiente
que trabaja para la Agencia France Press (Los Angeles Times, 31 de octubre).

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