Uruguay/ Gracias a Dios. La función de las iglesias en la cárcel de mujeres. [Camila Zignago]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Dic 25 13:06:33 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

25 de diciembre 2022

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Uruguay



La cárcel de mujeres es la que recibe más donaciones de iglesias y la
segunda del país a la que asisten más instituciones religiosas



Camila Zignago

La Diaria, 24-12-2022

https://ladiaria.com.uy



La Unidad 5 cuenta con un templo propio de la iglesia Universal que las
autoridades del Instituto Nacional de Rehabilitación desconocían; las
iglesias cubren necesidades, brindan escucha ante la falta de atención
psicológica y continúan el apoyo en el egreso.



Envidriada, resguardada, venerada y acompañada de una cruz. Así recibe la
Virgen de la Merced a cada persona que ingresa a la cárcel de mujeres. Al
entrar por la puerta principal es lo primero que se ve: un santuario
incrustado en la pared que en su base acumula peticiones escritas. Las
mujeres van y le rezan, porque según Isabel, (1) una de las internas, “es la
protectora de las personas privadas de libertad”.



En alguna que otra pared, dentro de las celdas y detrás de la cama, reposan
textos bíblicos pegados con pasta de dientes –a falta de cascola– que les da
la misma congregación que les brinda los versículos impresos: la Iglesia
Universal del Reino de Dios.



Isabel está privada de su libertad desde hace seis años y ha recorrido todas
las iglesias habidas y por haber. Comenzó por curiosidad, continuó porque
encontró paz. Ahora es referente de Alas de Fe, una congregación evangélica
pentecostal que reúne a siete iglesias. Los pastores van una vez al mes,
pero queda ella, que se hace cargo de repartir las donaciones de la iglesia
–más que nada, alimentos– entre todas las privadas de libertad que acuden a
los encuentros. Pero sobre todo, ayuda. Ella dice que ayuda a que no las
invada la tristeza. Entonces las escucha, les da un abrazo, les dice que hay
otros caminos posibles y que esos caminos son a través de la fe y de Dios.



“Yo, si no hubiese sido por la fe, no hubiese sobrevivido. Realmente. Porque
esto es como un inframundo”, vocifera, y mira fijo y tiembla un poco y no se
sabe si está seria o si el pequeño movimiento de los labios es un esbozo de
sonrisa. Pero se nota que habla en serio. Con las manos simulando un rezo,
afirma que lo que la iglesia hizo fue transformarla.



Una cuestión de género



El 23 de octubre de 2013, el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR)
aprobó el Protocolo para la Vida y Atención Religiosa en las Cárceles, que
intenta regular el ingreso de las iglesias. Ese mismo año las cárceles
comenzaron a depender del INR, un proceso que llevó hasta 2015.



Antes, la Dirección de Cárceles sólo abarcaba las unidades de la zona
metropolitana y el resto dependía de cada jefatura. “En este marco, nosotros
teníamos que planear una estrategia nacional para que se pudieran unificar
todas las actividades”, explica el director del INR, Luis Mendoza.
“Utilizamos la buena voluntad de las iglesias para que se acoplen en la
rehabilitación de las personas, pero las reglas siguen siendo nuestras”,
asegura.



Hasta el 13 de octubre de 2021 las mujeres privadas de libertad que
habitaban las cárceles del país eran 962 –27 trans–, divididas en 19
unidades de las 26 existentes, según la información brindada por el Área de
Planificación del INR. De acuerdo a los datos de 2020 proporcionados por el
Ministerio del Interior (MI) a través de un pedido de acceso a la
información, las tres unidades que reciben más iglesias son la Unidad 4 de
Santiago Vázquez (ex Comcar), con 12 iglesias, y la Unidad 5 y la Unidad 9
de madres con hijos e hijas, con nueve iglesias cada una.



Los registros sobre la cárcel de mujeres, particularmente, difieren de lo
informado por la exencargada del área eclesiástica de la unidad, Ana
Martínez: al momento de la entrega del pedido de acceso, afirmó que las
iglesias que asistían eran 19.



Las dos unidades que le siguen son la 1 y la 26, ambas con ocho iglesias
cada una. En la Unidad 26 de Tacuarembó, además de varones, también hay
mujeres. Las demás cárceles del país reciben entre una y cinco iglesias,
menos la Unidad 23 de Treinta y Tres, a la que, según el documento, “no
concurrieron iglesias este año”, y el Centro de Ingreso, Diagnóstico y
Derivación, al que directamente “no concurren iglesias”. En definitiva, de
las 26 unidades de todo el país, en tres de las cinco más concurridas por
iglesias habitan mujeres, a pesar de que la cantidad de privadas de libertad
es notoriamente menor que en las cárceles de varones. Las presencias son
variadas: principalmente arriban la iglesia vatólica, pentecostales,
neopentecostales, testigos de Jehová y, si se les solicita, también del
afroumbandismo.



Culpas y espiritualidad



La directora del Departamento de Género y Diversidad del INR, Paula Lacaño,
opina que la cárcel de mujeres y la cárcel de madres con hijos e hijas
ocupan el segundo lugar en cantidad de iglesias que las visitan por “las
culpas y la espiritualidad”. “Hay una cuestión de género, de las mochilas
que cargamos. Una mujer cuando está privada de libertad ha roto varios
controles sociales, y la religión puede ser una posible respuesta a eso;
asistir para ser perdonadas, aceptadas nuevamente, limpiar la culpa”,
sostiene.



En las cárceles “la mujer está más abandonada que el hombre”, afirma
Mendoza. “En las visitas hay mucha diferencia: las mujeres van con su
paquete a la cárcel todos los días. Pero vos vas a la cárcel de mujeres y
hay muchas que reciben poco apoyo. Hay mucha sociedad civil, religiosa y no
religiosa, que les da una mano. Aparte la mujer tiene otra estructura: hay
muchas que son jefas de familia, tienen hijos afuera y, por ende, son más
necesitadas que el hombre y precisan más ayuda”, asegura. Para Lacaño, este
abandono se asocia también al estigma y a la ruptura del estereotipo de
género.



Cuando se le pregunta qué rol tienen las iglesias para las privadas de
libertad, Isabel menciona la “contención”: “Enseñar que hay otros caminos y
que son los buenos, los mejores, aunque sean los más difíciles. También
enseñarles el respeto a sí mismas; la solidaridad, encontrar el amor propio
para poder amar a los demás”.



Después de poco más de 30 años desde que las monjas del Buen Pastor dejaron
de administrar la cárcel de mujeres, la iglesia católica continúa yendo,
pero con una dinámica y un rol que han mutado. Según los datos del MI,
asiste a 15 cárceles del país, aunque según Luis Emilio Rodríguez, quien
integra y coordina el grupo católico que los viernes va a la Unidad 5, la
pastoral penitenciaria ingresa a todas las unidades. “La dinámica es como si
vos fueras a visitar a alguien. Conversás de lo que el otro quiera
conversar”, cuenta. Entre el lunes –día en que va otro grupo católico– y el
viernes llegan a cubrir los 12 sectores de la cárcel, con hasta cuatro
agentes pastorales que se distribuyen por sector y permanecen en total dos
horas cada día.



En el grupo de Rodríguez se lee el evangelio del domingo siguiente. En el
grupo que integra Carol Peraza, que asiste al sector femenino de la cárcel
de Tacuarembó, además del evangelio y la escucha se toca la guitarra, se
tiene un “momento de relajación” y “también es una oportunidad si ellas
quieren algo del exterior: que vayamos a visitar a las familias o a sus
niños”, explica Peraza.



Los domingos son su día: están media hora con las privadas de libertad
preventivas, media hora con las procesadas –antes de la pandemia, el horario
rondaba entre 40 y 60 minutos– y se reúnen en el comedor con, usualmente,
diez internas. Llegar a las celdas es cosa excepcional: “Nos lo solicitan
las compañeras o la misma Policía cuando alguna está triste, necesita que la
escuchen, no se quiere levantar”.



Rodríguez dice que va allí porque Jesús la llama. “Voy a las cárceles porque
son los últimos y Jesús elige identificarse con ellos”, afirma. “Yo creo en
Dios, creo en Jesús, y encuentro a Jesús en esas personas”, acota Peraza.



El reino



Para Mendoza, la presencia de iglesias en las cárceles disminuye “la tensión
y el conflicto interpersonal”. La iglesia Universal fue solicitada en el
tercer piso de la Unidad 5 precisamente por y para eso. Raquel Schettini,
educadora social, trabaja desde 2020 en un piso de máxima seguridad a
solicitud del comando directivo de la unidad, “porque había bastantes
conflictos de convivencia”.



“Acepté trabajar ahí para elaborar un plan que mejore la convivencia. Pero
te encontrás con que no es sólo por cuestiones de pareja, como se decía,
sino que es no tener una visita, no tener un adherente, no tener las
necesidades básicas satisfechas, las demoras de la atención médica debido al
poco personal. Empiezo a ver que lo educativo no alcanza y que lo laboral
tampoco. Y la inmediatez cobra un sentido muy importante: que vos te
acerques, escuches. Entonces pensé: yo tengo que traer a Susana”, explica.



En la Susana que pensó Schettini es Susana Rubio, responsable nacional de la
iglesia Universal en las cárceles y la pastora que asiste a la Unidad 5.
Rubio va los viernes y otro grupo de la misma iglesia va los lunes.
Normalmente, sin las restricciones pandémicas, la congregación arriba con
diez integrantes mujeres. Según Schettini, la Universal tiene 80% de
adhesión de las mujeres privadas de libertad.



La pastora explica que los encuentros –en los que oran, cantan, realizan
“alguna dinámica”, como obras de teatro o coreografías, y a los que llevan
kits higiénicos– se dan en el espacio de cada piso donde las mujeres reciben
a sus visitas. “Llegamos a casi todas. Semanalmente, unas 300”. Cada 15
días, y si hay personal para acompañarlas, ingresan también al quinto piso,
uno de los de mayor aislamiento.



Un templo propio



La Universal es la única iglesia que, además, posee dentro de la cárcel un
templo propio, al que antes de la pandemia asistían entre 80 y 90 privadas
de libertad.



“¿Exclusivo para ellos? No, acá es todo de todos. ¿Te dijeron que era
exclusivo? Dejame ver ese tema que no lo tengo. Sé que van. En el Comcar
hicieron un salón religioso al que van todas las iglesias y sirve también
para actividades. En Canelones también hicieron. Ayudan mucho, pero todos
tienen libertad de culto, no se le puede dar a ninguna iglesia más
privilegio que a otra”, respondió el director del INR.



Sin embargo, el salón lucía reluciente bajo la inscripción “Jesucristo es el
señor” y un atril que acostumbraba acobijar a la pastora todos los viernes.
Rubio afirma, de hecho, que tuvieron la autorización del INR, que se
construyó durante la gestión –y con permiso– de la psicóloga Diana Noy como
directora de la unidad –entre 2017 y 2018–, que dejaron “claro que era un
uso exclusivo de la iglesia, no porque no queramos unirnos con las otras,
pero hay cosas diferentes”, y que tanto la mano de obra como el
financiamiento –más de 60.000 pesos– fueron aportados por voluntarios,
fieles de la Universal.



Rubio dice que intentan transmitirles a las privadas de libertad “que hay
una esperanza, que ellas pueden salir de ahí, que todos nos equivocamos pero
en diferentes errores”. “¿Quién somos nosotros para juzgarlas? Intentamos
mostrarles que delante de Dios somos todas iguales. Hay casos en los que
realmente uno intenta ayudar. Y cuando salen uno también está ahí
ayudándolas”, sostiene.



Fuera de la Unidad 5, depende de cada dirección si están habilitados a
asistir una vez por semana o cada dos. Según el MI, la Universal ingresa a
diez unidades. En cárceles mixtas, como en Tacuarembó, Soriano, Rivera,
Cerro Largo, Maldonado, a excepción de Artigas, que es “la más mezclada”,
los grupos se dividen: los varones con los varones y las mujeres con las
mujeres. Según cuenta Rubio, en los días de actividades los varones juegan
al fútbol y las mujeres tienen su “día de belleza”.



Pero la iglesia Universal no es la única iglesia evangélica neopentecostal
que asiste a cárceles donde habitan mujeres: también lo hace la iglesia Dios
es Amor. Ocho unidades en total, según el MI, aunque el pastor Julio Morandi
precisa que asisten a cuatro y que pretenden llegar a más.



Morandi cuenta que en el salón de visitas de cada piso de la Unidad 5 alaban
a Dios, se lee la Biblia, se predica, y entre otras secuencias litúrgicas,
les preguntan a las mujeres “si quieren aceptar a Cristo en su corazón como
único y suficiente salvador de sus almas” y si “desean reconciliarse con
Dios”. “A nosotros nos interesa que esa alma sea salvada, que conozca a
Cristo, y una vez que es transformada... ¡Cuántas personas son hoy diáconos,
pastores, dirigentes de una iglesia y salieron de un Comcar o de una cárcel
de mujeres!”, dice Morandi.



El otro lugar



Aunque Schettini manifieste que ni lo educativo ni lo laboral alcanza y que
ahí es cuando cobra sentido la inmediatez de la escucha, la atención y la
donación de la iglesia, para las autoridades del INR las iglesias seguirían
yendo y las privadas de libertad seguirían asistiendo si hubiera más
oportunidades educativas, laborales y de atención psicológica.



“Nosotros lo que buscamos es sumar, y estamos siempre luchando contra el
ocio. Cuantas más actividades... por más que tengan un tinte religioso...
todo suma. Pero las iglesias cumplen su cometido y no sustituyen a la
educación”, afirma Mendoza.



“Creo que a cualquier actividad que te haga salir de tu espacio, que te
desconecte de lo que es la cárcel y te lleve a otro lugar, mental y
espiritualmente, irías igual, aunque tuvieras un psicólogo. Si hubiera más
recursos técnicos –para desarrollar otro tipo de actividades–, probablemente
asistirían menos privadas de libertad”, afirma Lacaño.



Isabel también opina que no va por ahí, que una cosa no quita la otra. Pero
dice que las iglesias ofician de psicólogos y psicólogas porque “te
escuchan, te dan una palabra de aliento, se preocupan si tú estás
progresando o no”. “La contención que brindan es bastante importante”,
concluye.



Afirma que tienen acceso a atenderse con psicólogos de la Administración de
los Servicios de Salud del Estado (ASSE), pero que en “todo lo que es salud
en general, desde psicólogos hasta médicos, la atención no es mala, es
pésima”. “Yo, en seis años, con todas las veces que pedí psicólogo, si lo vi
tres veces es mucho. Dicen que nunca tienen tiempo”, asegura.



La Torre del Vigía dicta talleres catalogados de educación no formal en la
Unidad 4, bajo el título “Taller de habilidades sociales”. Según Juan Nasif,
testigo de Jehová, cada ocho horas de clase los privados de libertad pueden
descontar dos días de condena. Las instancias están diagramadas, llevan un
control de la asistencia y las personas privadas de libertad son evaluadas.
Unánimemente, los y las testigos de Jehová entrevistados enfatizan que no
hacen una obra social sino una obra educativa.



“Nosotros tenemos este sistema: las nenas con las nenas, los nenes con los
nenes”, enuncia Nasif sobre su presencia en cada uno de los centros
penitenciarios. A la Unidad 5 iban 25 mujeres los lunes, martes, jueves y
viernes, aproximadamente seis horas por día; a la Unidad 4, en cambio, iban
entre seis y ocho varones, los lunes, siete horas, y los miércoles, tres
horas.



En 2017 las clases planificadas también comenzaron a hacerse en la cárcel de
mujeres en un salón que, según cuenta Catherine Pereira, una de las testigos
de Jehová que asisten a la unidad, lo habían arreglado y era su “minihogar”:
“Teníamos butacas, un mueble con bebida, café, televisión. Llegábamos a las
9.30 con la clase preparada y la encargada iba a buscar a las chiquilinas,
pero un día llegamos y no teníamos más el salón”. El salón se necesitó y
pasó a ser el lugar donde habitan las mujeres que todavía no tienen
sentencia, entonces se les asignó un espacio compartido con las demás
iglesias.



En cada instancia, igualmente, el trabajo era dividido: algunas testigos de
Jehová se quedaban en el salón y otras iban celda por celda. “Lo que tiene
que primar es el amor sincero por la otra persona, entonces a veces vas a
dar una clase y no se da porque surgen otras inquietudes y necesidades de
las chiquilinas”, asevera Pereira. A veces asisten 15 o 20 privadas de
libertad y a veces ninguna. No obstante, Pereira dice que si bien anotan
cuántas van, no evalúan precisamente eso: su propósito, asegura, es que
puedan “cambiar su vida y reinsertarse en la sociedad”.



En la cárcel de mujeres con hijos e hijas, la Torre del Vigía arribaba los
lunes a partir de las 14.00 y permanecía hasta casi las 17.00 con las tres o
cuatro privadas de libertad que asistían. Al momento de la reunión, las
niñas y los niños se quedaban ahí. “A veces veíamos videos para niños,
obviamente basados en la Biblia, dibujitos para que puedan tener algo para
ellos”, narra.



Mediante un audio, una privada de libertad le expresa a Pereira: “Estudiar
la Biblia contigo me está cambiando totalmente. Me siento yo, pero cambiada.
No sé, me gusta. Es como que pienso todo de otra manera. Estoy madurando,
que era lo que me faltaba para poder salir adelante acá. La verdad que estoy
re agradecida de que hayas aparecido justo en el momento en que precisaba de
Jehová. Precisaba algo... [suspira, resopla] algo para salir adelante en
esta oscuridad. Es horrible este lugar. Pero con Jehová me siento
acompañada. Por vos no me siento tan sola”.



Primero, creer en Jesús



Confraternidad Carcelaria Uruguay nació en 2015 a partir del enlace con
Confraternidad Carcelaria Internacional, pero el trabajo en cárceles venía
desde tiempo atrás: era 1997 cuando en situación de privación de libertad
Wilson Brun creó Vida Nueva Uruguay. Al salir, el trabajo religioso en
cárceles continuó y se transformó en lo que es hoy Confraternidad. Así lo
cuenta el pastor Juan Rocha, coordinador junto con Brun.



Está conformada por integrantes de diversas iglesias cristianas. En todo el
país, casi 500 personas forman parte y trabajan en las cárceles. Aunque los
datos del MI dicen que hasta 2020 asistían a siete cárceles del país, Rocha
asegura que iban a todas, menos a la de madres con hijos e hijas, porque no
les daba la gente para ir. Actualmente, según informa, arriban a las 26
unidades.



Desde Confraternidad llevan adelante dos programas: “El caminar del
prisionero” y “Justicia restaurativa”. Ambos se desarrollan en ocho clases
cada uno, con no más de 12 personas por curso. El primero enseña “valores”
para saber “cómo caminar, cómo hacer el proceso dentro de la prisión”. El
segundo es para entrar en “conciencia” y tener “responsabilidad” sobre el
delito cometido.



Las privadas de libertad pueden faltar como máximo dos veces y tienen que
ser faltas justificadas. Tampoco se aprueba el curso si no hacen las tareas
del cuaderno, en las que deben responder preguntas a partir de la temática
de cada clase. Quienes brindan las clases, a su vez, son evaluados y
controlados a nivel internacional.



Consultado sobre cuál es su misión, Rocha responde: “Primero, que crean en
Jesús. Pero yo no voy a hacer una reunión de iglesia ahí, yo voy a darte un
curso y te voy a hablar de valores, de principios, que los que vos tenías
están mal”.



Lo que el viento dejó



Hogares, trabajo, la palabra a domicilio: el vínculo de las iglesias con las
privadas de libertad no finaliza una vez que salen de la cárcel. “Las ayudan
a insertarse en la sociedad”, afirma Martínez. Según la exencargada del área
eclesiástica de la Unidad 5, las distintas iglesias han proporcionado desde
sitios para habitar hasta trabajos en empresas allegadas. Consultada sobre
cuáles son estas iglesias, Martínez respondió que “la mayoría de ellas”,
porque “si no era por una, era por otra”. Aun así, señala que “obviamente”
hay algunas que “dan más porque tienen un contexto y una situación económica
muchísimo mejor, como la Iglesia Universal, la adventista y la católica”.



“Una vez que la persona sale de la cárcel y quiere seguir un curso,
modificando su vida, tiene todo nuestro apoyo. Si está mejorando, dejando de
consumir, va a recibir todo tipo de ayuda: económica, con alimentos, con
ropa, con trabajo”, cuenta Pereira, testigo de Jehová. Según Nasif, las
mujeres han tenido un mayor acercamiento porque “su naturaleza de mujer las
acerca más”, aunque no tienen claro cuántas han continuado en seguimiento.



Alrededor de 15 ex privadas de libertad, en cambio, comenzaron a “formar
parte del equipo” de la iglesia Universal, según cuenta Rubio. “Realmente
dejaron las cosas malas y son una nueva persona”, dice. La pastora expresa
que siempre, antes de que las mujeres salgan en libertad, les dejan un
teléfono de contacto y buscan “ayudar en la necesidad que tengan: ropa,
canastas, trámites, currículums”. “La mayoría sale sin nada, a veces ni para
comer”, resume.



El contacto telefónico y las canastas con alimentos también son cosa común
para Dios es Amor. Pero “en los casos que realmente lo amerita, porque vos
te das cuenta quién está de vivo y quién necesita”, aclara Morandi.



Rodríguez, de la iglesia católica, dice que como criterio de seguridad no
manejan números de celular; ni siquiera entran a la unidad con ellos. Sin
embargo, asegura que el egreso es “siempre una preocupación” y que se han
planteado trabajar una articulación con la Pastoral Social para que pueda
darse un acompañamiento, pero por ahora es sólo “una inquietud”. Peraza
cuenta que en Tacuarembó no se da apoyo con dinero, pero sí canastas “y, por
ejemplo, se las ayuda a conseguir una pieza” para que la ex privada de
libertad pueda vivir y trabajar desde allí.



Rocha, el pastor de Confraternidad Carcelaria, cuenta que tienen un hogar de
egreso para varones, y que con Martínez han dialogado para llevar a cabo un
proyecto piloto de una “casa cobijo” para que también las mujeres ex
privadas de libertad puedan permanecer durante un período, buscar un trabajo
y hacerles un seguimiento “más de cerca”.



Asimismo, parte del equipo pertenece a la iglesia Misión Vida, que se
vincula directamente con los hogares Beraca. Manipulación psicológica,
explotación laboral infantil, violencia física y discurso religioso en pos
del beneficio de la institución han sido algunas de las razones por las que
tanto la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo
como un juzgado de Familia han solicitado el alejamiento de adolescentes de
Beraca. “Nosotros hemos mandado muchas jóvenes con problemas de adicciones,
han hecho el protocolo y han ingresado”, cuenta Rocha.



Según Mendoza, muchas iglesias también tratan el consumo problemático de
drogas dentro de las cárceles: “Son gente que trabaja en adicciones, pero
tienen un sentido religioso. Todo ayuda, nosotros estamos abiertos a eso”,
culmina.



Isabel habla de Dios y con Dios, y en poco tiempo va a dejar de estar
privada de su libertad. Dice que “gracias a Dios” se están moviendo los
papeles para que en breve se concrete la libertad anticipada, que se va a ir
con muchos diplomas obtenidos, que quedó seleccionada para un trabajo
extramuros y que “son cosas que sólo él logra”. Isabel dice que va a ver si
Dios la ayuda a que le vaya bien en todo lo que le queda. Pero quién sabe,
dice; “está todo en sus manos”.



Nota



1) Isabel es un nombre ficticio para resguardar la identidad de la persona
privada de libertad.



* Esta nota es una adaptación del trabajo final de grado de la Licenciatura
en Comunicación de la Facultad de Información y Comunicación de la
Universidad de la República realizado por la autora.



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Ropa, alimentación, electrodomésticos: las donaciones de las iglesias en
cárceles



“Si la iglesia trajo mucha donación estamos todas y somos todas divinas...
pero si la iglesia no trajo nada, entonces hay dos o tres: sólo el grupo que
está por fe”, cuenta Isabel.



Del 2000 al 2020 seis cárceles recibieron donaciones de distintas iglesias:
lo que era el Establecimiento Correccional y de Detención para Mujeres
(ECDM), El Molino, Unidad 5, Unidad 9, Unidad 14 de Piedra de los Indios y
La Tablada, la única de las seis en la que habitaban sólo varones. Los datos
se desprenden de un pedido de acceso a la información al MI, pero distan de
ser certeros, si se tiene en cuenta las construcciones informadas
públicamente, como el espacio interreligioso en la Unidad 4 –financiado por
iglesias–, en la Unidad 6 de Punta de Rieles, en la Unidad 7 de Canelones y
hasta el templo propio de la iglesia Universal, que tampoco aparece en los
registros.



“Todas las donaciones quedan registradas. No sé de antes, pero ahora todo se
regulariza como corresponde”, asegura Mendoza. Según explicó Lacaño, las
donaciones recibidas deben ser notificadas por la dirección de cada unidad a
la Subdirección Nacional Administrativa y allí ser aceptadas.



A pesar de ello, en un segundo pedido de acceso a la información pública, en
el que, entre otras cosas, se solicitaba los registros de la cantidad de
dinero que las distintas iglesias han invertido en los centros
penitenciarios hasta agosto de 2021, la subdirección técnica del INR
respondió que no contaba con la información por no ser “potestad” del área,
mientras que la Subdirección Administrativa del MI afirmó que en las
“cuentas bancarias” no hubo “fondos provenientes de ninguna Institución
Religiosa”.



El primer pedido de acceso a la información abarcaba los últimos 20 años.
Según la documentación a la que se accedió, del 2000 al 2008 no se
registraron donaciones, en 2011 tampoco, y en 2020 los registros van hasta
julio.



Dentro de ese margen, la cárcel de mujeres y la unidad de madres con hijos e
hijas son las que han recibido donaciones en más oportunidades. La Unidad 5,
además, fue la que acogió insumos mayormente considerables, como puertas,
inodoros, cisternas, electrodomésticos. Las demás suelen recibir más que
nada ropa y alimentos.



En 2018 se recibieron 13 donaciones –el año con mayor cantidad– que fueron
para la Unidad 9 –seis veces– y para la 5 –siete veces–; un mueble para
televisor, dos lavarropas, un refrigerador, un microondas, materiales
escolares, juguetes, refrescos, ropa, una máquina de coser.



En 2020, si bien hubo sólo tres donaciones, una de ellas –de la iglesia
Universal a la Unidad 5– fue la más grande registrada: 11 puertas de madera,
dos inodoros, una cisterna, 90 portatubos con sus respectivos tubos de luz,
dos puertas de metal y una puerta con marco. “La idea era que todo eso se
fuera repartiendo en diferentes pisos, para una mejor calidad de vida y
desarrollo de cada sector”, explica la encargada del área eclesiástica de
ese entonces, Ana Martínez.



En 2010, la Pastoral Penitenciaria de la iglesia católica donó al ECDM una
impresora y cuatro monitores con teclado, mouse y torre. En los documentos
casi ninguna donación especifica a quiénes están dirigidas ni cuál es el
fin, pero en este caso se manifiesta que los equipos serían ubicados en la
“oficina jurídica”, en la “Oficina de Redención de Pena y Gestión Laboral”,
el “sector economato” y en “Reclusión”. En otra donación se dejó por escrito
que 20 litros de pintura para la Unidad 5, donados por la iglesia Alas de
Fe, eran para “el área eclesiástica”. En cinco ocasiones más se aclaró el
fin: ropa para privadas de libertad, sillas para un anfiteatro, y juguetes y
libros para el festejo del Día del Niño.



A grandes rasgos, parecería que son 21 las iglesias que han hecho
donaciones. Pero en los datos a algunas iglesias les falta identificación o
especificidad, y simplemente aparecen como “Iglesia”, “pentecostal”,
“evangélica”, “comunidad cristiana” o “adventista”. Asimismo, otras tienen
nombres muy similares, lo que da la pauta de que puede tratarse de una sola.



Con notoria ventaja, la iglesia católica y la iglesia Universal han sido las
que donaron en más oportunidades: 16 y ocho veces, respectivamente. Pero las
donaciones, tanto en costos como en los materiales a la vista, son muy
distintas, y aunque según los registros la católica ha donado en más
ocasiones, lo donado por Universal es de mayor magnitud y los kits
higiénicos –que no aparecen en los registros– son moneda corriente: según la
pastora Rubio, llevan 120 cada día que asisten a la Unidad 5.



“Tendría que ser el Estado –en el modelo ideal– el que cubriera todas las
necesidades básicas”, comenta Lacaño. “Quienes trabajamos en cárceles
estamos convencidos de que se intenta hacer lo mejor siempre, pero se
combina con la precarización, con gestionar recursos que son muy finitos. Si
viene alguien y te dice ‘yo te dono’... va a ser bienvenido”, agrega.

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