Estados Unidos/ ¡Qué despilfarro! 778.000 millones de dólares para el Pentágono y seguramente más aún. [William Hartung]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Feb 9 22:58:03 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

9 de febrero 2022

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Estados Unidos



¡Qué despilfarro!



778.000 millones de dólares para el Pentágono y seguramente más aún.



William Hartung *

A l'encontre, 6-2-2022

http://alencontre.org

Traducción de Correspondencia de Prensa



El 2021 fue otro año excepcional para el complejo militar-industrial, ya que
el Congreso aprobó un gasto casi récord de 778.000 millones de dólares para
el Pentágono y para investigaciones en materia de ojivas nucleares en el
Departamento de Energía. Son 25.000 millones de dólares más de lo que había
solicitado el Pentágono.



Hay que destacar la enorme cantidad de dinero de los contribuyentes que se
destina al Pentágono. El astronómico presupuesto del departamento es, por
ejemplo, más de cuatro veces el costo de la versión más reciente del plan
Build Back Better [Reconstruir mejor"] del Presidente Joe Biden. Un plan al
que se opusieron -horrorizados- el senador Joe Manchin (demócrata de
Virginia Occidental) y otros conocidos conservadores fiscales. Naturalmente,
no pestañearon cuando llegó el momento de dilapidar cada vez más dinero de
los contribuyentes en el complejo militar-industrial.



Se oponen al Build Back Better mientras se inyecta tanto dinero en el
Pentágono, lo que es el colmo de la hipocresía cuando se trata del
presupuesto y la seguridad nacional. La Oficina Presupuestaria del Congreso
calculó que, si se mantienen las tendencias actuales, el Pentágono podría
recibir una cantidad monumental de más de 7,3 billones de dólares durante la
próxima década, más de lo gastado durante la década de mayor intensidad de
las guerras de Afganistán e Irak, una época en la que había hasta 190.000
soldados estadounidenses sólo en esos dos países. Lamentablemente, pero como
era de esperar, la decisión del presidente Joe Biden de retirar las tropas
(y las empresas contratistas) estadounidenses de Afganistán no produjeron
ningún dividendo en lo que respecta a la paz. Por el contrario, cualquier
ahorro derivado del retiro de Afganistán ya se está invirtiendo en programas
que buscan contrarrestar a China, la amenaza preferida por Washington para
justificar su presupuesto (aunque, por el momento, aparezca eclipsada por la
posibilidad de una invasión rusa de Ucrania). Un argumento utilizado pese a
que los gastos militares estadounidenses son tres veces superiores a los de
China.



El presupuesto del Pentágono no sólo es gigantesco, sino que está plagado de
despilfarros: desde enormes sobreprecios en los repuestos hasta armas que no
funcionan y cuyo precio es prohibitivo, pasando por guerras interminables
con inmensas consecuencias humanas y económicas. En otras palabras, el nivel
actual de gastos del Pentágono es innecesario e irracional.

Piezas de repuesto excesivamente caras



El sobreprecio de las piezas de recambio del Pentágono tiene una larga y
poco gloriosa historia. Durante la presidencia de Ronald Reagan [1981-1989]
en la década de 1980, alcanzó su máxima visibilidad pública . En aquel
momento, la cobertura mediática de los asientos de inodoros a 640 dólares y
las cafeteras pagadas 7.600 dólares provocó la indignación del público y una
serie de audiencias en el Capitolio, lo que reforzó la determinación de los
miembros del Congreso. Durante esos años, limitaron efectivamente al menos
los peores excesos de la escalada militar de Reagan.



Esas historias de precios no surgieron de la nada. Son obra de personas como
el legendario denunciante del Pentágono Ernest Fitzgerald [ingeniero de la
Fuerza Aérea y denunciante]. Fue conocido por primera vez cuando denunció
los esfuerzos de las Fuerzas Aéreas por ocultar miles de millones de dólares
de sobrecostos en el enorme avión de transporte C-5A de Lockheed. En ese
momento, Verne Orr, quien había sido Secretario de la Fuerza Aérea
[1981-1985], lo describió como "el hombre más odiado de la Fuerza Aérea".
Ernest Fitzgerald y otros informantes del Pentágono pasaron a ser fuentes de
Dina Rasor, una joven periodista que empezó a llamar la atención de los
medios de comunicación y de los representantes del Congreso sobre los
sobreprecios de las piezas de recambio y otras monstruosidades militares.
Finalmente, formó una organización, el Proyecto sobre Adquisiciones
Militares, para investigar y denunciar el despilfarro, el fraude y los
abusos. Esta organización acabó convirtiéndose en el Project on Government
Oversight (POGO), el organismo de control actualmente más eficaz sobre los
gastos del Pentágono.



Un reciente análisis de POGO, por ejemplo, documentó la mala conducta de
TransDigm [material aeronáutico], un proveedor de piezas de recambio al que
el inspector general del Departamento de Defensa descubrió cobrando al
Pentágono hasta un 3.800% de más, ¡sí, 3800%  más caro! -en productos de uso
común. La empresa sólo pudo hacerlo porque, extrañamente, las normas de
contratación del Pentágono impiden a los funcionarios contratantes obtener
información precisa sobre lo que debería o podría costar la fabricación de
un determinado artículo a la empresa proveedora.



En otras palabras, gracias a la normativa del Pentágono, estos funcionarios
encargados de la supervisión están literalmente ciegos cuando se trata de
controlar los costos. Las empresas que suministran a los militares
aprovechan esta circunstancia. De hecho, la Oficina del Inspector General
del Pentágono descubrió más de 100 cobros excesivos sólo por parte de
TransDigm, por un valor de 20,8 millones de dólares. Una auditoría completa
de todos los proveedores de piezas de repuesto permitiría sin duda encontrar
miles de millones de dólares malgastados. Y esto, por supuesto, repercute en
los costos cada vez más elevados de los sistemas de armamento, una vez
terminados. Como dijo una vez Ernest Fitzgerald, un avión militar no es más
que una colección de "piezas de recambio carísimas que vuelan en formación".

Armas que este país no necesita a precios inadmisibles



Otro de los aspectos del despilfarro del Pentágono son las armas que no
necesitamos a precios inadmisibles; sistemas de armamento que, aunque
cuesten sumas astronómicas de dinero, no cumplen su promesa de mejorar
nuestra seguridad. El ejemplo más claro de estos sistemas caros y
disfuncionales es el avión de combate F-35, una aeronave con múltiples
misiones que, finalmente, no es capaz de efectuar. El Pentágono necesita
comprar más de 2.400 F-35 para las Fuerzas Aéreas, los Marines y la Marina.
El costo estimado de la adquisición y explotación de estos aviones a lo
largo de su vida útil es de 1.700.000 millones de dólares, lo que lo
convertiría en el proyecto armamentístico más caro jamás emprendido por el
Pentágono.



Érase una vez (como en un cuento de hadas) una idea para la creación del
F-35: construir un avión que, bajo varias variantes, fuera capaz de realizar
muchas tareas diferentes a un costo relativamente bajo, con un ahorro
potencial generado por las economías de escala. En teoría, eso significaba
que la mayoría de las piezas de los miles de aviones que se iban a construir
serían las mismas para todos. Este enfoque demostró ser un fracaso absoluto
hasta el momento, hasta el punto de que los investigadores de POGO están
convencidos de que, probablemente, el F-35 nunca estará totalmente preparado
para el combate.



Sus fracasos son demasiado numerosos para detallarlos aquí, pero algunos
ejemplos deberían bastar para sugerir por qué el programa debe reducirse
significativamente, o cancelarse por completo. En primer lugar, aunque está
destinado a brindar apoyo aéreo a las tropas de tierra, ya demostró que no
está bien diseñado para ello. De hecho, esta tarea ya la realiza mucho mejor
y más barata el actual avión de ataque A-10 "Warthog". Una evaluación del
Pentágono de 2021 sobre el F-35 -y no olvidemos que se trata del
Departamento de Defensa, no de un experto externo- encontró 800 defectos no
resueltos en el avión. Algo típico de sus interminables problemas: un casco
de alta tecnología extremadamente caro y que no es especialmente funcional,
a un costo de 400.000 dólares cada uno, y que se supone que le da a su
piloto una conciencia especial de lo que ocurre alrededor, debajo del avión
y en el horizonte. Y tampoco hay que olvidar que el F-35 será increíblemente
caro en cuanto a su mantenimiento y ya cuesta la friolera de 38.000 dólares
por hora de vuelo.



En diciembre de 2020, el presidente de la comisión de servicios armados de
la Cámara de representantes, Adam Smith [demócrata de Washington], dijo
finalmente que estaba "cansado de inyectar dinero en el agujero sin fondo
del F-35". Incluso el antiguo Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, el
general Charles Brown, reconoció que no podía cumplir su propósito original
-ser un caza de bajo costo- y que tendría que ser complementado con un avión
más barato. Lo comparó con un Ferrari, y añadió: "No vas en un Ferrari al
trabajo todos los días, sólo lo utilizas los domingos". Una confesión
sorprendente, teniendo en cuenta las afirmaciones iniciales de que el F-35
sería el avión de caza barato y ligero de la Fuerza Aérea y el caballo de
batalla por excelencia para las futuras operaciones aéreas.



Ya no queda claro cuál es la razón para construir más F-35 en un momento en
que el Pentágono está obsesionado con la preparación de una posible guerra
con China. Después de todo, si China es la preocupación ( sin duda
exagerada), es difícil imaginar un escenario en el que los cazas entren en
combate contra aviones chinos, o se dediquen a proteger a las tropas
estadounidenses en tierra, en un momento en el que el Pentágono se está
centrando cada vez más en los misiles de largo alcance, las armas
hipersónicas y los aviones no tripulados como sus armas preferidas contra
China.



Cuando todo lo demás falla, el argumento de reserva del Pentágono para el
F-35 es el número de puestos de trabajo que creará en los estados o condados
de los congresistas clave. Resulta que prácticamente cualquier otra
inversión pública aportaría más puestos de trabajo que el F-35. Sin embargo,
tratar los sistemas de armamento como programas de trabajo ha contribuido
durante mucho tiempo a inflar el gasto del Pentágono mucho más allá de lo
necesario para garantizar una defensa adecuada de Estados Unidos y sus
aliados.



Y este avión no es ni mucho menos el único en la continua historia de gastos
excesivos del Pentágono. Muchos otros sistemas también merecen ser
consignados al basurero de la historia, sobre todo el Littoral Combat
Ship-LCS [fragatas ligeras furtivas], esencialmente un F-35 basado en el
mar. Igualmente diseñado para múltiples funciones, este barco también ha
fracasado en todas las formas imaginables. La Armada está tratando de
encontrar una nueva misión para el LCS, con poco éxito.



A eso se suma la compra de portaaviones obsoletos por valor de hasta 13.000
millones de dólares y a gasto previsto de más de un cuarto de billón de
dólares en un nuevo misil con armas nucleares, conocido como Ground-Based
Strategic Deterrent (GBSD). Estos misiles con base en tierra se encuentran,
según el ex secretario de Defensa William Perry [1994-1997], "entre las
armas más peligrosas del mundo", ya que en pocos minutos, un presidente
podría tomar la decisión de lanzarlos en caso de ataque nuclear enemigo. En
otras palabras, una falsa alarma (de la que ha habido muchos ejemplos
durante la era nuclear) podría provocar una conflagración nuclear mundial.



La organización Global Zero [cuyo objetivo es reducir drásticamente las
armas nucleares] ha demostrado de forma convincente que la eliminación total
de los misiles terrestres, en lugar de la construcción de otros nuevos,
haría que Estados Unidos y el resto del mundo estuvieran más seguros,
dejando una pequeña fuerza de submarinos y bombarderos con armas nucleares
para disuadir a cualquier nación de iniciar una guerra nuclear. La
eliminación de los ICBM (misiles balísticos intercontinentales) sería un
primer paso saludable y rentable hacia la "cordura nuclear", como el ex
analista del Pentágono Daniel Ellsberg y otros expertos lo han demostrado
sobradamente.



La estrategia de defensa estadounidense «Cover-the-Globe»



Y sin embargo, por increíble que parezca, no he mencionado aún el mayor
despilfarro de todos: la estrategia militar de "cobertura global", que
incluye una "huella" planetaria de más de 750 bases militares, más de
200.000 soldados estacionadas en el extranjero, enormes y costosos
portaaviones flotando eternamente en los siete mares, y un enorme arsenal
nuclear que podría destruir la vida tal como la conocemos (con miles de
ojivas en reserva).



Basta con mirar los costos humanos y económicos de las guerras
estadounidenses posteriores al 11-S para ver la absoluta insensatez de esa
estrategia. Según el Proyecto sobre los costos de la guerra de la
Universidad de Brown, los conflictos dirigidos por Estados Unidos en este
siglo han costado 8 billones de dólares o más, con cientos de miles de
víctimas civiles, miles de soldados estadounidenses muertos y cientos de
miles más que sufren lesiones cerebrales traumáticas y trastornos de estrés
postraumático. ¿Y para qué? En Irak, Estados Unidos allanó el camino para un
régimen sectario que contribuyó luego a crear las condiciones para que el
ISIS (Daech) invadiera y conquistara grandes partes del país, antes de ser
repelido (sin haberlo derrotado completamente) pagando el precio de muchas
vidas y secuelas. Mientras tanto, en Afganistán, tras un conflicto que
estaba destinado al fracaso en la medida en que se convirtió en un ejercicio
de "construcción de la nación" y de contrainsurgencia a gran escala, los
talibanes están ahora en el poder. Es difícil imaginar una condena más
elocuente de la política de guerra sin fin.



A pesar de la retirada de EE.UU. de Afganistán, en la que la administración
Biden tiene un gran mérito, el gasto en operaciones antiterroristas a nivel
mundial sigue siendo elevado, a través de las misiones permanentes de las
fuerzas de operaciones especiales, a los reiterados ataques aéreos, a la
ayuda y el entrenamiento militar permanentes, y a otros tipos de compromiso,
sin llegar a la guerra total. Biden tenía la oportunidad de replantear su
estrategia, pero optó por un enfoque de statu quo ante, al insistir en
mantener bases militares importantes en Medio Oriente, al mismo tiempo que
aumentaba modestamente la presencia de tropas en el este asiático.



Cualquiera que haya seguido las noticias sabe -a pesar de los titulares
actuales sobre el envío de tropas y aviones a Europa del Este y de armas a
Ucrania en respuesta a la acumulación de fuerzas rusas en las fronteras de
ese país- que el argumento principal para mantener el presupuesto del
Pentágono en su nivel actual sigue siendo la ¡China, China, China! No
importa que los mayores retos de Pekín sean políticos y económicos, y no
militares. La "inflación de las amenazas" contra China sigue siendo la forma
más segura para el Pentágono de obtener aún más recursos, una táctica que ha
sido promovida repetidamente en los últimos años, entre otros, por analistas
y organizaciones que tienen vínculos estrechos con la industria
armamentística y el Departamento de Defensa.



Por ejemplo, en el seno de la Comisión de Estrategia de Defensa Nacional
[National Defense Strategy Commission], órgano encargado por el Congreso de
criticar el documento oficial de estrategia del Pentágono, más de la mitad
de sus miembros pertenecían a consejos de administración de empresas
armamentísticas, a consultores de la industria armamentística o a grupos de
reflexión fuertemente financiados por empresas armamentísticas.



No es de extrañar que la comisión pidiera un aumento anual del 3 al 5% en el
presupuesto del Pentágono para el futuro inmediato. Si se siguiera este
plan, tendremos que hablar de un billón de dólares al año a mediados de esta
década, según un análisis de Taxpayers for Common Sense. En otras palabras,
ese aumento sería insostenible en un país con tantas otras necesidades, pero
eso no impedirá que los halcones del presupuesto del Pentágono lo utilicen
como bandera.



En marzo de este año, se espera que el Pentágono publique su nueva
estrategia de defensa nacional y su presupuesto para 2023. Hay algunos
pequeños atisbos de esperanza, como los informes de que la administración
podría abandonar algunos de los peligrosos (e innecesarios) programas de
armas nucleares puestos en marcha por la administración Trump.



Sin embargo, el verdadero reto -elaborar un presupuesto que aborde
cuestiones reales de seguridad como la salud pública y la crisis climática-
requeriría una nueva mentalidad y una presión pública persistente para
recortar el presupuesto del Pentágono, reduciendo al mismo tiempo el tamaño
del complejo industrial militar. Si no se produce un cambio de rumbo
significativo, el 2022 volverá a ser un año brillante para Lockheed Martin y
otros grandes fabricantes de armas, en detrimento de la inversión en los
programas necesarios para combatir los retos más urgentes, desde las
pandemias hasta el cambio climático y la desigualdad mundial. (Publicado en
TomDispatch, 3-2-2022 https://tomdispatch.com/what-a-waste/)



* William D. Hartung, colaborador habitual de TomDispatch, es director de
investigaciones del Quincy Institute for Responsible Statecraft, autor de
"Profits of War: Corporate Beneficiaries of the Post-9/11 Surge in Pentagon
Spending" (Proyecto sobre los costos de la guerra de la Brown University's
the Costs of War Project and the Center for International Policy, setiembre
de 2021) y asesor principal del Security Assistance Monitor.

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