Ucrania/ Un país pobre y a la deriva: así es el la joya de Stalin que ahora recorren los tanques de Putin. [Romaric Godin]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Feb 27 11:46:16 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

27 de febrero 2022

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Ucrania



Un país pobre y a la deriva: así es el la joya de Stalin que ahora recorren
los tanques de Putin



Ucrania se enfrenta a la ofensiva rusa en la peor situación económica
posible: se encuentra entre los 18 países del mundo cuyo PIB per cápita
disminuyó durante el periodo 1990-2017. Desde su independencia y, sobre
todo, desde 2014, el país se ha sumido en un empobrecimiento general:
Ucrania perdió casi ocho millones de habitantes entre 1990 y 2020.



Romaric Godin

Mediapart, 25-2-2022

https://www.mediapart.fr/es/

Traducción de Mariola Moreno



En esta nueva crisis que la azota, Ucrania es una de las economías más
debilitadas de Europa y del antiguo espacio soviético. La que fue la joya de
la corona del imperio zarista y del régimen soviético (el obrero modelo de
la propaganda estalinista, Alekséi Stajánov, era del Dombás) es a día de hoy
la sombra de lo que fue.



Los resultados a largo plazo son indiscutibles. Según las cifras del Banco
Mundial sobre el PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo y en dólares
de 2017, la historia económica de Ucrania desde el final de la Unión
Soviética ha sido la de un descenso a los infiernos.



El mal alumno de la antigua URSS



En 1990, el PIB per cápita de lo que todavía era la República Socialista de
Ucrania, dentro de la URSS, era de 16.428,5 dólares. Esta cifra era un 24%
inferior a la de la Federación Rusa y un 31% inferior a la media de Europa y
Asia Central, pero un 70% superior a la media mundial.



Treinta años después, en 2020, este mismo PIB ucraniano per cápita era de
sólo 12.375,9 dólares, lo que supone un descenso del 25%. Mientras tanto, el
nivel de Rusia ha aumentado un 23%, el de Europa-Asia Central un 42% y el
del mundo un 67%. Ucrania se ha empobrecido y ha sufrido una notable
degradación. Su nivel de PIB per cápita es ahora un 31% inferior a la media
mundial.



El país se ha visto superado por antiguos países muy pobres y en conflicto,
como Albania y Bosnia-Herzegovina. Incluso Bielorrusia ha superado a
Ucrania, que en 2020 solo tenía un nivel de vida superior al de cuatro de
las 15 antiguas repúblicas soviéticas: Moldavia, Uzbekistán, Tayikistán y
Kirguistán.



Una última cifra ilustra este desastre y procede de un reciente estudio del
FMI. Ucrania se encuentra entre los 18 países del mundo cuyo PIB per cápita
disminuyó durante el periodo 1990-2017; es el quinto país con peores
resultados. La economía del país sólo se comporta mejor que en algunos
estados asolados por una guerra civil endémica durante este periodo, como la
República Democrática del Congo, Yemen y Burundi.



La situación es aún más terrible si se tiene en cuenta que Ucrania perdió
casi ocho millones de habitantes entre 1990 y 2020, pasando de 51,9 a 44,1
millones. Por tanto, la caída del PIB total es vertiginosa, sobre todo
porque, a diferencia de los países mencionados, la economía ucraniana no es
una economía “pequeña”. En dólares de 2017 y en paridad de poder
adquisitivo, el PIB ucraniano se ha reducido un 40% en treinta años.



El hundimiento postsoviético y las razones del retraso de Ucrania



Como suele ocurrir, hay muchas razones para este desastre. La primera razón
es la violencia de la transición postsoviética. Al igual que la Rusia de
Boris Yelsin, Ucrania en los años 90, dominada entonces por el antiguo
apparatchik Leonid Kuchma (primer ministro de 1992 a 1993 y luego presidente
de 1994 a 2004), experimentó con la “doctrina del shock”. En 1994, Kuchma,
con el aplauso del FMI, levantó todos los controles de precios y lanzó
privatizaciones masivas. La economía, ya debilitada, se hundió aún más. De
nuevo en Rusia, los oligarcas se apoderaron de la riqueza del país y
captaron el flujo de valor hacia Chipre y otros paraísos fiscales.



El PIB per cápita en 1998 era un 68% inferior al de 1990, similar a lo que
pueden experimentar los Estados que han sufrido una guerra en su territorio.
También supone un descenso más violento que el sufrido por Rusia en el mismo
periodo (43%).



Tras la crisis de 1998-1999 de los países emergentes, los países de la
antigua URSS experimentaron un periodo de diez años de recuperación,
alimentado por la demanda externa de materias primas y, más marginalmente,
de productos industriales. Aunque el PIB per cápita de Ucrania se va
entonces recuperando, su economía no ha conseguido volver al nivel del final
de la era soviética. En 2008, Rusia superó el nivel de PIB per cápita de
1990. Pero Ucrania seguía estando un 17,6% por debajo de ese nivel.



¿Qué pasó? La primera respuesta radica en la magnitud del choque inicial,
que destruyó la base productiva de Ucrania y la hizo menos capaz de
beneficiarse de la recuperación. Según el Banco Mundial, la inversión pasó
de 71.500 millones de dólares en 2015 en 1990 a 14.800 millones en 2000 y
36.100 millones en 2008. La modernización de la capacidad industrial nunca
llegó a producirse y, lógicamente, Ucrania perdió terreno en los mercados
mundiales.



Por lo tanto, aunque el crecimiento de las exportaciones en valor es
impresionante entre 2000 y 2008, con un +359,5%, frente al 349% de Rusia, el
nivel de partida es demasiado bajo para garantizar la recuperación. Sobre
todo, este crecimiento no se transmite suficientemente a la población. No va
acompañada de inversión pública, aumento de la redistribución y mayor
productividad. Es un crecimiento de las exportaciones basado en salarios
bajos. Para un crecimiento en valor comparable al de Rusia, Ucrania tuvo que
mostrar un crecimiento en volumen casi dos veces mayor (+ 107,2%, frente al
58,5%).



Por último, los ingresos de las exportaciones los captan en gran medida una
oligarquía que se apoya en un alto nivel de corrupción. En este contexto, la
emigración se acelera, lo que ha provocado un descenso de la población que
reduce aún más el crecimiento del país y su capacidad de ascenso. Ucrania
envejeció rápidamente, redundando en su economía al aumentar el déficit
público y reducir la capacidad productiva. Ucrania se vio entonces atrapada
en un círculo vicioso.



En esta situación, a partir de 2004, con la salida de Leonid Kuchma y la
“revolución Naranja”, el país comenzó a dudar sobre su modelo económico. La
vacilación entre Europa y Rusia que caracterizó los años 2004-2014 en
Ucrania también tuvo un significado económico: ¿se debe permanecer dentro de
la esfera de influencia rusa y confiar en el capitalismo de amiguetes
regulado por el Estado o embarcarse en una nueva ola de liberalización para
unirse a la economía europea?



Esta elección fue aún más delicada por el hecho de que, si bien el control
oligárquico no hacía muy atractivo el modelo ruso, el hundimiento del
bienestar material de la población dificultaba el levantamiento de las
últimas protecciones (pensiones, precios regulados de la energía) como
exigían el FMI y la Comisión Europea.



Estas vacilaciones dieron lugar a una alternancia política y a una falta de
alternativas bastante perjudiciales en un momento en que la economía
ucraniana se vio golpeada de lleno por la crisis de 2008-2009, y luego por
la de la zona euro y la de las materias primas en los años siguientes. La
competencia internacional se intensificó, las oportunidades de mercado son
cada vez más escasas, las exportaciones vuelven a caer y la economía se
hunde. El nivel de PIB per cápita de 2008 (que, hay que recordar, es un
17,5% inferior al de 1990) nunca será recuperado por Ucrania. En 2019,
todavía era un 7% más bajo.



Ante esta crisis, los gobiernos de entonces no combatieron realmente uno de
los puntos negros de la economía ucraniana: la corrupción. En el estudio del
FMI mencionado, los autores comparan a Ucrania y Polonia, que eran economías
bastante comparables en la década de 1990, en términos de “reformas
estructurales”. Lo interesante es que, desde el punto de vista de las
reformas “económicas”, Ucrania no va a la zaga de Polonia: según los
criterios del FMI, incluso lo está haciendo “mejor” en cuanto a la
liberalización del “mercado laboral” y en ciertos ámbitos de los mercados
financieros y de bienes. La verdadera diferencia está en la corrupción, el
estado de derecho y la gobernanza.



En otras palabras, Ucrania ha intentado construir un modelo basado en la
competitividad de los costes, manteniendo la captura de valores por parte de
la oligarquía. Este modelo sólo puede conducir a una serie de fracasos que
bloquean cualquier desarrollo, haciendo al Estado incapaz para actuar y
hacen recaer la carga del ajuste en la población.



La economía ucraniana después de Maidán



Es sin duda este impasse el que provocó en parte los acontecimientos del
Maidán de 2014. La crisis abierta con Rusia llevó, en cierto modo, al país a
optar por la entrada de facto en el modelo europeo. Sin duda supuso una
mayor claridad, pero las condiciones impuestas por el FMI, que lleva años al
lado del país, no han mejorado realmente la situación. Es cierto que el
crecimiento repuntó después de 2015, pero, como se ha visto, el PIB per
cápita no ha vuelto a su nivel de 2008, ni al de 2013. El panorama es, por
tanto, sombrío.



Es cierto que los gobiernos posteriores a Maidán avanzaron poco en la
principal prioridad, la lucha contra la corrupción. Los datos del FMI lo
confirman al subrayar hasta qué punto, tanto en este ámbito como en el
funcionamiento de la Justicia, la brecha con Polonia (que dista mucho de ser
ejemplar en esta materia) ha seguido aumentando entre 2013 y 2018, incluso
cuando Ucrania seguía liberalizando el “mercado laboral”.



El estudio del FMI reconoce que la cuestión del Estado de derecho es
fundamental para el futuro desarrollo de Ucrania. Sin ella, no es posible el
despegue económico. El FMI señala que un sondeo de 2019 confirma que las
tres principales razones por las que los inversores internacionales evitan
Ucrania son la corrupción, el sistema judicial y la “captura del Estado por
la oligarquía”.



Sin embargo, la visión del FMI es, como suele ocurrir, demasiado simplista.
El instituto dibuja escenarios muy optimistas de recuperación de Polonia
ligados a la aplicación de sus propios planes de reforma estructural. Pero
la situación ucraniana es sin duda mucho más compleja.



La primera cuestión central es, obviamente, el conflicto con Rusia. La débil
posición ucraniana es un obstáculo para los inversores extranjeros, que sin
duda temen ver que sus medios de producción sean capturados por las fuerzas
prorrusas, como ocurrió en la región industrial del Dombás. Invertir en
Ucrania significa a menudo movilizar enormes sumas de dinero para construir
una herramienta de producción, aunque la productividad de la mano de obra
sea baja y las infraestructuras sean poco satisfactorias. Este tipo de
inversión no es muy atractiva hoy en día en ningún lugar del mundo, y
Ucrania tiene poco que ofrecer en este terreno en cuanto a su rentabilidad.



Además, el conflicto lastra el crecimiento de Ucrania al privarla de los
recursos de Crimea, anexionada por Rusia, y de las dos zonas ocupadas del
Dombás. Un estudio del instituto británico CEBR estimaba que las pérdidas
acumuladas por estas ocupaciones eran de 14.600 millones de dólares al año,
aproximadamente el 10% del PIB de Ucrania. Sumando el efecto de la pérdida
de ingresos fiscales, la destrucción de activos y el efecto sobre la
inversión, el CEBR calcula que las pérdidas anuales del conflicto ascienden
a 40.000 millones de dólares, o sea, una cuarta parte del PIB. Entre 2014 y
2020, las pérdidas acumuladas habrían ascendido a 280.000 millones de
dólares.



Aunque este estudio mezcla los efectos, que no son necesariamente
acumulativos, permite darse cuenta del peso del conflicto en la economía
ucraniana. Este peso aplicado a una economía ya debilitada y frágil hace que
las perspectivas de crecimiento del 7% anual gracias a las reformas del FMI
sean algo ilusorias.



Es cierto que las exportaciones han repuntado desde 2015 (+38% en valor
entre entonces y 2019), pero aún están muy lejos de su nivel de 2012 (-27%).
Esta debilidad contribuye a un déficit comercial muy grande (el déficit
alcanzó el 8% del PIB en 2019), que ejerce una presión adicional sobre la
moneda local, la hryvnia. Después de Maidán y el conflicto con Rusia,
Ucrania sólo evitó la bancarrota total al dejar de pagar la deuda con Rusia
y recurrir al FMI.



Desde 2014, el FMI proporciona al Gobierno ucraniano el dinero que necesita.
Y aunque no ha conseguido imponer una lucha activa contra la corrupción, ha
impuesto la independencia del banco central, el NBU, que, para salvaguardar
sus reservas de divisas y la estabilidad de la moneda, mantiene unos tipos
muy altos. El tipo básico del BNU es del 8,5%, lo que es considerable en el
contexto actual, incluso con una inflación anual del 10%



Desde 2018, el flujo de crédito al sector privado ha disminuido. En estas
condiciones, es comprensible que la inversión de las empresas locales sea
una apuesta muy arriesgada en Ucrania. Por no hablar de los hogares, que
tienen que hacer frente a tipos cercanos al 30%.



La otra proeza del FMI es, por supuesto, los recortes en el gasto social.
Entre 2014 y 2020, el gasto social cayó del 20% al 13% del PIB, mientras que
el gasto en salarios públicos se estancó. Con un cuerpo social ya muy
debilitado, este tipo de medidas sólo pueden tensar aún más la economía
ucraniana.



En otras palabras, incluso con el FMI al frente, los males de la economía
ucraniana no disminuyen. La captura de valor por parte de los oligarcas, sin
importar el coste para la población, sigue siendo la norma. Esta captura
hace que el Estado sea en gran medida incapaz de llevar a cabo una política
de desarrollo racional en interés de su población. En estas condiciones, el
despegue capitalista de Ucrania parece muy improbable, incluso si no tenemos
en cuenta los acontecimientos actuales.



La cuestión agrícola



Pero aún queda una hipótesis por explorar, la que se contempla, por ejemplo,
en esta entrada del blog del historiador estadounidense Adam Tooze, que
parte de la agricultura. Es cierto que es uno de los puntos fuertes del
país. Ucrania posee una cuarta parte de la tierra negra más fértil del mundo
y ha sido tradicionalmente uno de los graneros de Europa. En la actualidad,
el país es, sobre todo, el primer productor mundial de girasol.



Pero los rendimientos son muy bajos. Según las cifras de Adam Tooze, el
valor añadido de una hectárea en Ucrania es de 443 dólares, frente a 2.440
en Francia. Para impulsar las exportaciones, es necesario un shock de
productividad agrícola en Ucrania. En un esquema bastante clásico, dicho
shock permitiría desarrollar la inversión en el resto de la economía y
situar al país en una senda virtuosa.



Pero, ¿cómo hacerlo? El FMI y los economistas ortodoxos creen que el
problema radica en el sistema de propiedad de la tierra. Ucrania es, junto
con Bielorrusia, el último país de Europa donde está prohibida la venta de
tierras. En 2001 se llevó a cabo una reforma agraria que asignó la mitad de
la tierra del país a siete millones de pequeños propietarios, a cambio de la
prohibición de vender, comprar o hipotecar la tierra. Estos pequeños
agricultores suelen desarrollar una economía de subsistencia, arrendando
parte de su producción a grandes terratenientes que se han hecho con las
tierras que aún están en manos del Estado.



Los asesores occidentales creen que la liberalización de la posesión de la
tierraaumentaría la productividad agrícola al concentrar y racionalizar la
producción. Cuando el presidente Volodymyr Zelensky fue elegido en 2019, la
petición del FMI fue muy clara en este sentido y el Fondo la convirtió en
una condición para continuar con la ayuda. Finalmente se aprobó una ley en
el Parlamento ucraniano, la Rada, en marzo de 2020.



Zelensky se negó a permitir la venta de tierras a extranjeros, algo muy
impopular en el país, pero desde el 1 de julio de 2021 los ucranianos pueden
vender y comprar hasta 100 hectáreas de tierra. En 2024, el límite será de
10.000 hectáreas. Al mismo tiempo, un fondo garantizará que los pequeños
agricultores tengan suficiente crédito.



Todo esto está muy bien, pero en realidad esta liberalización conducirá a
una concentración de la tierra. El lado oscuro del aumento de los
rendimientos agrícolas es que colocará a una parte de la población rural en
una situación muy precaria. El 14% de la población ucraniana sigue
trabajando en la agricultura.



Para que se produzca el despegue capitalista, los rendimientos tendrán que
reinvertirse en otros sectores del país, no en bancos chipriotas o de
Singapur. No hay ninguna garantía de ello en la actualidad: el estado del
capitalismo global hace que estos patrones de desarrollo sean muy inciertos
y la crisis actual sólo refuerza esta incertidumbre.



Con un desempleo del 10% y una población ya empobrecida, sin este
movimiento, el desastre social está asegurado. Nada se puede hacer sin que
el Estado recupere su autonomía frente a los intereses privados que le
impiden llevar a cabo políticas favorables al bienestar colectivo. Así que
Ucrania no ha salido del impasse económico, ni mucho menos. Y, por supuesto,
los últimos acontecimientos en el conflicto con Moscú hacen aún más remota
cualquier perspectiva feliz.

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