Historia/ Eichmann contra el peso del anonimato. [Margarita Martínez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ene 8 01:15:06 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

8 de enero 2022

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Historia



Eichmann contra el peso del anonimato



El jerarca nazi estaba obsesionado por dejar testimonio y dos libros retoman
sus charlas en 1957 en la Argentina y otros escritos.



Margarita Martínez

Revista Ñ, 7-1-2021

https://www.clarin.com/



Escrita por Marcos Rosenzvaig, la novela Querido Eichmann muestra a un ex
jerarca nazi taciturno y obsesionado por fundar un Cuarto Reich en el norte
argentino, donde se cruza con tres jóvenes marginales a los que convierte en
la piedra fundante de su proyecto. Con la ayuda de un cura y un comisario,
Eichmann confía incluso en cierta ayuda extraterrestre para recuperar el
contacto con un Adolf Hitler vivo y escondido en la Patagonia. Encontrará
adoradores del Reich perdido: “El comisario manifestó su orgullo por
Alemania y, con cierto pesimismo, la necesidad urgente de mejorar la raza de
los argentinos. Se aproximó a mí y a manera de secreto dijo: ‘Mire, don
Klement, a estos negros ladinos oriundos de aquí les creo la mitad de lo que
pregonan. No quieren trabajar. Son negros, sucios y peronistas’”.
Finalmente, sus obsesiones incestuosas lo terminan involucrando con una
preadolescente de origen judío que termina de modo trágico. Narrada en
primera persona, es una historia fabulosa pero no menos extraordinaria que
las verdaderas circunstancias del exoficial de las SS durante sus años en la
Argentina.



El verdadero Adolf Eichmann, en unos escritos titulados Persönliches
(Cuestiones personales), anotaba hacia el año 1956: “Me fui cansando
lentamente de vivir entre dos mundos como un anónimo navegante de un
submarino sin rumbo”.



Escritos nocturnos



Todavía lejos de su captura en la Argentina y juicio en Jerusalén, la
palabra clave parece ser “anónimo”: de día, Eichmann criaba y seleccionaba
conejos de angora en la localidad platense de Joaquín Gorina; de noche,
escribía sobre su rol en la Historia.



Cuestiones personales fueron los apuntes que darían inicio a unas
conversaciones que se disponía a tener durante el otoño de 1957 en la casa
de Willem Sassen, excorresponsal de guerra holandés de las SS-Waffen.
Sassen, un astuto periodista nazi, junto con Eberhard Fritsch, responsable
de la editorial Dürer, pensaban hacer de Eichmann un negocio propio que, sin
embargo, no funcionaría como anticipaban.



El contexto era propicio: en 1953, Adenauer había decidido reconocer
públicamente la culpa de Alemania y Eichmann especulaba con entregarse.



Si el personaje de Rosenzvaig se preguntaba, atónito, cómo se podía dudar de
que él pudiera organizar el traslado de un grupo de “indios tucumanos”
cuando había organizado la deportación por ferrocarril de los judíos
europeos hacia Auschwitz, Treblinka, Sobibor, Chelmno, Belzec y Majdanek, no
menos estupor le causó al Eichmann real la reacción ante sus declaraciones
en la casa de la localidad conurbana de Florida.



Estas conversaciones son el origen de las vulgarmente llamadas “Entrevistas
Sassen”, la transcripción de casi todas las sesiones que tuvieron lugar los
sábados y domingos entre abril y octubre de 1957 en esa localidad de la
provincia de Buenos Aires, y cuyo objeto era dar forma a un libro que
esclareciera la cuestión del exterminio de los judíos por el régimen
nacionalsocialista.



Escrita por Bettina Stangneth, Adolf Eichmann. Historia de un asesino de
masas (Edhasa, 2014) es la primera investigación rigurosa sobre las
entrevistas y los Argentinien-Papiere (Apuntes de Argentina), dispersos hoy
en varios archivos alemanes y recién accesibles en su cuasi totalidad a
partir de 1979.



Se trata de un material al que no pudieron acceder Hannah Arendt ni los
demás observadores del juicio y que brinda claros elementos para poner
contra las cuerdas la tesis de la “banalidad del mal”. Como observa
Stangneth, la literatura de investigación sobre el excoronel de las SS sigue
repitiendo su propio dictum de que “solo era un engranaje de una gran
maquinaria”. De eso se trataba su estrategia en Jerusalén.



Sin embargo, cuatro años antes, la situación era otra. El proyecto de libro
surgía de un equívoco del círculo nazi de Buenos Aires y de sus agentes
principales en la editorial Dürer, artífices también de la revista Der
Weg-El sendero, publicación nazi y negacionista que se imprimía en Buenos
Aires y se vendía profusamente en Alemania.



En un mundo de mentirosos, pensaban quienes querían editar a Eichmann, donde
había tenido lugar “la gran mentira de Nuremberg”, había que decir una
verdad que solo él podía decir: que los judíos habían inventado el asesinato
de millones de personas.



Pero Eichmann no estaba dispuesto a esa mentira que disolvía su rol en el
asunto. Harto de ser “el anónimo navegante” bajo el pseudónimo Ricardo
Klement, lejos del poder y la excitación que lo llevaban desde Auschwitz a
las audiencias con Heinrich Himmler, Reichsführer de las SS (el máximo rango
militar), su espíritu se orientaba más bien hacia el título del manuscrito
independiente de más de 107 páginas que hoy acompaña el material y que lleva
por título Die anderen sprachen jetzt will ich sprechen (Los otros hablaron,
ahora quiero hablar yo, de 1956).



Mil páginas y tres máquinas



Las entrevistas son más de mil páginas de desgrabaciones sin los nombres de
los hablantes, con abreviaturas múltiples, escritas en tres máquinas de
escribir diferentes por tres transcriptores y forman un acervo que todavía
exige, como dice Stangneth, un “uso contundente”.



En los papeles hay indicaciones al margen (“confuso, para volverse loco”,
“divagues”), certificaciones de lectura de Eichmann e incluso intervenciones
orales de Sassen, como las proferidas ante un visitante inusual al que
califica como un fanfarrón “que vino con un auto de porquería”.



El conjunto revela reuniones de gran confianza entre viejos camaradas sobre
las cuales la investigadora hace un trabajo excepcional. El testimonio oral,
refrendado por la aparición de algunas cintas originales en 1998, supone la
ruptura de diversos lugares comunes de la historia y la investigación.



Ante esta escena perdida para la historia oficial, Stangneth demuestra que
Eichmann “no era un paria en la Argentina así como Willem Sassen no era un
periodista curioso ni Ludolf von Alvensleben –suboficial mayor de Himmler,
también participante– un nacionalsocialista reformado”.



Tampoco se sostiene “el mito del silencio y la clandestinidad” para un
hombre que en su círculo andaba a nombre descubierto porque, de todos modos,
lo habrían reconocido.



Una novela



Pero si todo esto no fuera suficiente para revisar el rompecabezas de un
Eichmann autor previo al escriba en que se convirtió en Jerusalén, modesto y
prolífico, hay otro escrito más a la espera de un análisis, aunque
inaccesible. En 1959 y tras fracasar el proyecto de libro con Dürer,
Eichmann compuso otro texto, Roman Tucuman (La novela de Tucumán).



Bajo custodia de sus hijos, este manuscrito inédito a la fecha, de unas 260
páginas, se dirige, según su abogado defensor en Israel Robert Servatius, “a
las generaciones futuras”. Correspondería a sus meditaciones de recién
llegado al país cuando, gracias a redes de emigrantes nazis y contactos
gubernamentales, fue nombrado en Tucumán director de proyectos en CAPRI,
Fuldner & Cía, empresa que incorporaba tecnócratas alemanes para el
desarrollo de centrales hidroeléctricas.



Conjeturar el contenido de esas páginas y ensayarlas es una tentación
evidente, y en esta estela podemos volver a la novela Querido Eichmann, que
aunque solo conserve de fidedigno el apellido del narrador, logra un relato
que bien podría ser uno de los senderos bifurcados del llamado “zar de los
judíos”.



Su ejecución también se repone, narrada excepcionalmente en tercera persona:
“La celda era un dado sin cielo. Adolf Eichmann hubiese deseado rodar la
noche entera, supongo, pero no fue así, porque ese 31 de mayo de 1962 la
noche goteó lenta”.



Verdaderas las circunstancias, la hora, y uno o dos nombres propios, todo lo
demás se aleja de la verdad históricamente certificada –la presencia de
Hitler en la Patagonia, entre otros asuntos no menores–. Más allá de la
ruptura inmediata del verosímil para cualquier iniciado en la materia, la
operación de Rosenzvaig es exitosa en la medida en que produce, en un texto
de ficción, el mismo efecto que produjeron en sus oyentes originales las
“Entrevistas Sassen”.



Incredulidad ante la verdad



A Eichmann, por ejemplo, los miembros del grupo Dürer no le creen cuando
dice la verdad: “Debo decirle con toda sinceridad que si de los 10,3
millones de judíos que Korberr identificó, como sabemos ahora, hubiéramos
matado 10,3 millones de judíos, estaría satisfecho (…) soy cómplice de que,
desde algún punto de vista o desde alguna concepción imaginaria de lo real,
la eliminación total no se haya podido llevar a cabo. Mi intelecto no estaba
a la altura y fui colocado en un puesto donde en verdad podría haber hecho
más, y tendría que haber hecho más”, explica antes de “un silencio largo y
tenso”, que provoca “intranquilidad en torno de la mesa”, según la cinta 67
de los Argentinien-Papiere.



Fue la última reunión entusiasta del grupo liderado por Sassen en la casa de
Florida. Al verdadero Eichmann sus supuestos “aliados” no lo querían
escuchar, pero otro tanto ocurría con quienes lo buscaban, haciendo la vista
gorda, en la Alemania de posguerra.



“¿Era posible desear que este hombre, que tanto sabía, hablase, en especial,
en la República Federal?”, se pregunta Stangneth. Evidentemente no. “Ha
ocurrido una cosa increíble”, pensaría entonces Eichmann en 1956: estaba
siendo olvidado o minimizado.



Cuando Sassen le preguntó, en el inicio de las grabaciones, cómo testimoniar
que el autor del libro era Adolf Eichmann, respondió que sobre ese punto no
había nada discutible. Era obvio para alguien al que, cuando le preguntaron
en 1961 qué le había causado más sufrimiento después de 1945, respondió sin
ambages: la carga psíquica del anonimato.

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