Lecturas/ Sobreviviendo al Libro del desasosiego de Fernando Pessoa. [Pablo Sol Mora]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 1 11:40:59 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

1° de julio 2022

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Lecturas



Sobreviviendo al Libro del desasosiego de Fernando Pessoa



Hay autores que parecen ensanchar, para todos los hombres, los límites de la
soledad y la angustia, y Pessoa es uno de ellos. Sobre su obra más
representativa va la vigésima primera entrega.



Pablo Sol Mora *

Letras Libres, 29-6-2022

https://letraslibres.com/



En 2007, luego de un par de años en Estados Unidos y tras terminar la tesis
de doctorado, decidí tomarme un año sabático para leer y escribir a mi
antojo. Venía de un periodo largo de mucho trabajo y en el que había leído,
sobre todo, con fines académicos; en realidad, más que verdaderamente leer,
“trabajaba con”, típica deformación del filólogo. Deseaba recuperar mi
antigua libertad lectora, en la que leía voraz y desordenadamente lo que
quería, sin ninguna obligación y sin ninguna presión, porque sí.



Con este propósito me retiré, frayluisianamente, a Coatepec, un pueblo cerca
de Xalapa. Allí habían vivido mis abuelos, en una vieja casona que ya nadie
habitaba (la misma en la que ahora, diez años después, escribo estas
líneas). Le hice algunas reparaciones, la remocé un poco, y me encerré a
leer. Naturalmente, mi intención era aprovechar el tiempo para llevar a cabo
“grandes lecturas”, o sea, lecturas de grandes obras que había venido
postergando. Leí, por ejemplo, a Proust y a san Agustín, pero el año estuvo
marcado por dos lecturas diametralmente opuestas, aunque con algunos puntos
en común: el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa y los Ensayos de
Michel de Montaigne. Quienes los hayan leído a fondo sabrán que poner juntos
esos dos libros es casi esquizofrénico, pero así ocurrió y se verá que tiene
su lógica.



El Libro del desasosiego fue una lectura largamente aplazada, de esas –a las
que ya aludí– que intuimos que supondrán un gran impacto. Yo había comprado
años atrás, en un viaje a Lisboa, en la famosa librería Bertrand, la edición
en portugués de Richard Zenith (Livro do desassossego, Assírio & Alvim,
Lisboa, 5ª. ed., 2005). No sabía portugués, nunca había leído un libro en
esa lengua, pero estaba resuelto a que ese iba a ser el primero; en
realidad, como Cervantes dijo de Ariosto y el toscano, con dos ochavos de
portugués se puede leer a Pessoa directamente. Es la edición rústica,
brochada (había una empastada, mucho más cara), con portada color dorado,
plastificada (mi ejemplar tiene ya el plástico despegado de las orillas), y
la clásica foto de Pessoa, periódico y gabardina en mano, caminando entre la
multitud por el centro de Lisboa.



Nuestras lecturas decisivas son aquellas que llevamos a cabo primero, en la
adolescencia o juventud. Creo que es fundamentalmente así, pero también hay
excepciones: autores y obras que leemos cuando ya somos adultos y llevamos
un buen trecho como lectores y que nos obligan a reacomodarlo todo. Pessoa,
para mí, tuvo ese efecto, pues ningún escritor me había impresionado tanto
desde probablemente Borges. El Libro del desasosiego, en particular, cumple
a cabalidad lo que Kafka exigía de los libros: ser como un golpe en la
cabeza, el hachazo que rompe el mar helado dentro de nosotros. El caso de
Pessoa, además, es único porque, a diferencia de los otros grandes
escritores del siglo XX (Kafka, Joyce, Proust, Mann, Borges, etc.), la mayor
parte de su obra salió a la luz tardíamente –la primera edición del Libro
del desasosiego, en portugués, es apenas de 1982– y aún no está establecida
del todo. Seguimos descubriendo a Pessoa y el lugar que su obra ocupará en
la literatura mundial moderna está aún por definirse.



¿Qué es el Libro del desasosiego? Es una obra inclasificable, que no
pertenece a género alguno y cuya principal seña de identidad sea acaso la
forma del fragmento (ya en una carta a un amigo suyo, el propio Pessoa se
quejaba del libro y, hamletianamente, decía: “fragmentos, fragmentos,
fragmentos”). Dicha forma está en el corazón de la poética de Pessoa, que
escribió trozos de muchas obras sin alcanzar a terminarlas, y que, más que
una elección, se antoja una necesidad o una fatalidad inexorable. Pessoa,
fragmentado en las múltiples personalidades de sus heterónimos, no podía no
escribir fragmentariamente.



Los trechos que integran el Libro son las desoladas reflexiones filosóficas
de Bernardo Soares, un burócrata –asistente de contabilidad– en una oficina
de Lisboa. Pessoa, que se ganó la vida traduciendo cartas comerciales en
oficinas muy parecidas a la de Soares, decía que este era un “semi
heterónimo” porque “no siendo mi personalidad, no es diferente a la mía,
sino una simple mutilación de ella; soy yo, menos el raciocinio y la
afectividad”. Pero esas dos cosas son muy importantes, así que habría que
tener cuidado con atribuir, sin más, lo escrito por Soares a Pessoa.



Leer el Libro del desasosiego, internarse en sus “intervalos dolorosos” y
“paisajes con lluvia” (subtítulos que se repiten una y otra vez), termina
siendo, como quería su autor, más que una lectura, “una pesadilla
voluptuosa”. Poco a poco el desasosiego del título –justo como pocos– se va
apoderando del lector, envolviéndolo y arrastrándolo con él, pero, como le
gustaba recordar a Pessoa, solo leemos lo que ya está escrito en nuestra
alma; si la desazón de Soares ha encontrado tanto eco en el lector moderno
es porque en él anidan, así sea de forma diluida o nebulosa, semejantes
razones de angustia.



Soares es un ínfimo burócrata, como el empleado de seguros Franz Kafka o el
empleado bancario Ettore Schmitz. Es uno más de esos trabajadores anónimos
que, sin siquiera contacto con el público, se consume silenciosamente detrás
de un escritorio llevando a cabo, o no, una labor anodina. El mundo de la
burocracia es el telón de fondo del Libro del desasosiego: mundo rancio y
mezquino, hecho de horarios fijos y relojes checadores, tareas minúsculas,
ilusiones perdidas, escritorios grises y ventiladores sucios que espantan
moscas perezosas. Sin embargo, este burócrata, detrás de su apariencia
ordinaria, piensa y sueña.



Los temas esenciales del Libro del desasosiego son el tedio y lo que a lo
largo de la obra se denomina el Misterio, que podría resumirse en la
desesperada pregunta formulada en el fragmento 70: “¿Qué está haciendo aquí
todo esto?”. Soares sabe que, para las grandes interrogantes de la vida, no
tendremos nunca una respuesta ni remotamente satisfactoria. No posee la
tranquilidad ni el consuelo que da la fe y esto lo orilla a lo que llama la
Decadencia (el burócrata lisboeta viene a ser como un primo pobre y más
lúcido del Des Esseintes de Huysmans), por lo que entiende “la pérdida total
de la inconsciencia”. La desgracia de Soares, en el fondo, es la misma del
dostoyevskiano hombre del subsuelo: una consciencia demasiado lúcida, una
hiperconciencia, que en su caso, como en el de su remoto antepasado Hamlet,
lo conduce a la inacción.



No creo haber leído libro que provoque mayor sensación de desamparo y
desolación que este (y muy miserable hay que sentirse para escribir la
línea: “envidio a todo el mundo no ser yo”). Soares reconcentra y maximiza
sensaciones e ideas –ideas sentidas, sería más exacto– que son la seña de
identidad del hombre moderno: la orfandad metafísica, la soledad
existencial, la alienación personal, la lucidez impotente, el tedio vital y
la parálisis. En pocos trechos se constata mejor su sufrimiento que en
aquellos que tratan de su disolución personal, del desvanecimiento del yo y
la radical experiencia de la otredad (la percibida dentro de uno mismo):
“Todo se me evapora. Mi vida entera, mis recuerdos, mi imaginación y lo que
contiene, mi personalidad, todo se me evapora. Continuamente siento que fui
otro, que sentí otro, que pensé otro. Aquello a lo que asisto es un
espectáculo con otro escenario. Y aquello a lo que asisto soy yo… Dios mío,
Dios mío, ¿a quién asisto? ¿Cuántos soy? ¿Quién es yo?”. Tal vez la mejor
imagen para entender a Pessoa sea la de concebirlo como una obra de teatro
en la que él mismo es, conjuntamente, la obra, los actores, el público y el
escenario.



Al mismo tiempo que leía el Libro del desasosiego, leía la antología Poesia
do eu, preparada también por Richard Zenith. Con ella, leyendo una tarde los
“Dos fragmentos de odas” de Álvaro de Campos, tuve una de mis más intensas
experiencia de lectura. Llevaba varias semanas sumergido por completo en
Pessoa, deslumbrado, saliendo apenas de la casa y, de pronto, al llegar a
los versos finales de la segunda oda (“Mírame en silencio y en secreto y
pregúntate / tú, que me conoces, quién soy yo…”), me solté a llorar. No soy
nada inclinado al llanto, pero en aquella ocasión fue como si todo el
sufrimiento leído en Pessoa durante aquellas semanas se hubiera acumulado
dentro de mí y estallara. Sentí, creo, una genuina compasión, pero no solo
por Pessoa, sino por el sufrimiento humano personificado en él. Hay autores
que parecen ensanchar, para todos los hombres, los límites de la soledad y
la angustia, y Pessoa es uno de ellos. Hay libros que no leemos, los
sobrevivimos, y el Libro del desasosiego es uno. Muchas veces, después, lo
he leído y releído. A pesar de ser más bien ajeno a mi temperamento (y en
las afinidades que tenemos con los escritores que leemos mucho acaba siendo
cuestión de temperamento), nunca puedo leerlo sin estremecerme.



Un auténtico estremecimiento, de otra naturaleza, sentí una tórrida mañana
de agosto en la Biblioteca Nacional de Portugal acompañando a mi amigo
colombiano Jerónimo Pizarro, que trabajaba en la edición de las obras
completas de Pessoa. Sin decirme nada, conociendo mi incipiente devoción
pessoana, Jerónimo me condujo al Fondo Reservado, apenas custodiado por una
señora somnolienta. Fue por unas cajas, las puso sobre la mesa y, de pronto,
empezó a sacar y a pasarme una serie de libretas, hojas sueltas y,
literalmente, servilletas de café garabateadas con poemas, “a ver si
entendía yo algo”. Naturalmente, eran los contenidos de la famosa arca (a su
muerte, los familiares de Pessoa encontraron un baúl con más de treinta mil
papeles, su herencia prácticamente inédita), los originales del poeta, de su
puño y letra, del Libro del desasosiego y otros textos. Fue como si a un
creyente le aventaran casualmente un pedazo de tela y le dijeran: “¡mira, el
santo sudario!”. Aquella mañana salí de la Biblioteca al ardiente verano
lisboeta en estado extático.



* Pablo Sol Mora (Xalapa, 1976) es crítico literario.

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