Psicoanálisis/Sociedad/ "Vivimos sometidos a una cruel tiranía del goce permanente". [Fernando Martín Adúriz - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jun 7 15:11:52 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

7 de junio 2022

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Psicoanálisis/Sociedad



Con Fernando Martín Adúriz, psicoanalista, autor de La ansiedad que no cesa



“Vivimos sometidos a una cruel tiranía del goce permanente”



Amador Fernández-Savater/María García Pérez/Oche Zamora

Ctxt, 7-6-2022

https://ctxt.es/es/



El punto de arranque de la teoría crítica, decían los situacionistas, es la
insatisfacción. En esa época, los años sesenta, se trataba del malestar de
una vida sometida a represión: en la casa, en la escuela, en la fábrica, en
el cuartel. Sociedad disciplinaria. ¿Y hoy? El mal de época, sin lugar a
dudas, son las crisis de ansiedad y los ataques de pánico. ¿De qué nos
hablan? ¿Qué nos dicen del mundo que habitamos?



El malestar social, intensificado en la época de pandemia, ha traspasado en
los últimos tiempos los umbrales del mainstream. Se habla sobre ellos en el
Parlamento y en la televisión, figuras reconocidas aparecen ante el gran
público mostrando la cara b del éxito: depresión, agotamiento, ansiolíticos.




Sin embargo, el enfoque que todavía prevalece es el “reparador”. Las crisis
de salud mental son consideradas como un “problema”. Pero nuestras averías,
nuestros agobios, nuestros síntomas, no sólo son rotos a remendar o
inquietudes que calmar, con psicofármacos o ejercicios respiratorios, sino
también potencias que desplegar. Puntos de vista sobre el mundo,
interrogantes a explorar, energías de cambio.



Apelan, no sólo a modos de estabilización del sujeto, sino también a
metamorfosis. Individuales y colectivas. Sanaciones que no pasen por la
adaptación, sino por la transformación de los modos de vida.



Hablamos de todo ello con Fernando Martín Adúriz, psicoanalista
(https://www.fmaduriz.es/) autor de La ansiedad que no cesa (Xoroi,
Barcelona, 2018) y Por qué se escribe. Cincuenta escritores (M. Gómez,
Málaga, 2022).



No saber perder



-¿Cómo caracterizar la insatisfacción actual? Algunas sensaciones muy
frecuentes: nunca estar bien allí donde se está, querer estar siempre en
otro sitio. Se nombra como síndrome FOMO (fear of missing out) este miedo a
estar perdiéndote algo, esa comparación constante con la vida de los otros.



He vivido muchos años sin saber nada acerca del síndrome FOMO, he sido un
ausente de ese nuevo nombre para el fenómeno antiguo de sentirse al margen,
quedarse fuera. Ocurre que no estar en la escena era de siempre en la
historia de la psicopatología un trámite del sujeto histérico, que se
ausentaba motu proprio de la escena para dar a saborear esa su ausencia. El
ingrediente actual es que la rapidez de la narración de los acontecimientos
es tal que todos pueden verificar al instante lo que acontece, lo que el
otro está haciendo, lo último de lo último. Perderse algo, nos dicen los
divulgadores de la noticia FOMO, es muy grave para muchos.



Quizá podamos englobarlo en este grave problema que es no saber perder. Esta
asignatura se suspende con demasiada frecuencia, pero sin sacar buena nota
en esa disciplina la vida puede hacerse muy cuesta arriba. Convendría no
olvidarse de que desde niños perdemos, y que recorremos un itinerario de
pérdidas.



Por otro lado la acumulación de objetos parece ser un triste objetivo, pero
una necesidad perentoria de la sociedades del consumismo desbocado. Mejor
sería rememorar a Sócrates y su expresión en aquel mercado: “¡Cuántas cosas
no necesito!”. Ni estar a la última ni tener de todo parece servir para
conseguir una cierta tranquilidad, a tenor de esta epidemia de consumismo
ansiolítico.



-La ansiedad, dice usted, es el envoltorio de la angustia. El ataque de
ansiedad nos está diciendo algo, pero nos cuesta escucharlo. ¿Por qué?



Ansiedad y angustia son dos nombres de lo mismo. Una envuelve a la otra. El
objeto angustiante, diferente para cada uno de nosotros, hace aparición sin
avisar. Por eso la reacción de indefensión nos lleva a manifestaciones
ansiosas en nuestro cuerpo, aunque también en nuestro organismo.



Al reducir el problema al envoltorio, a la manifestación ansiosa, al
encararlo con el ansiolítico (“tómate la píldora y calla”), se deja sin
tocar la causa del desencadenamiento. El desenlace lógico será la
cronificación de la ansiedad. Pero la angustia requiere de un detenido
examen que ha de incluir una revisión de los singulares modos de hacer de
cada uno con lo que siendo extraño no deja de ser familiar.



Además, lo que se repite a diario es la contingencia, lo imprevisto,
encuentros y circunstancias bizarras, nuevas, sorprendentes; es muy
diferente el mundo de hoy al mar apacible, seguro, lento, incuestionable que
vivieron nuestros antepasados.



Querer llenar



-En lugar de aprender a lidiar con la angustia, la tapamos. La taponamos.
Por doquier se nos ofrecen modos para tratar de llenarla, siempre en falso,
claro. Pero ese tapón nos estresa: de pronto hay mucho (muchos proyectos,
muchas cosas que hacer, muchos estímulos). Lo que provoca la sensación hoy
tan común del agobio. ¿Por qué no podemos lidiar con la angustia, habitarla?
¿Qué ocurre para que necesitemos taponarla? Parece irracional caer en esta
cadena infinita de compensaciones que se retroalimentan con el malestar de
fondo.



Es cierto. Esa palabreja nos pertenece, es del ahora, la decimos todos los
días, varias veces: agobio. Pedimos que los demás no nos agobien. Incluso la
aventura amorosa circula por el agobio, y es ese agobio lo que nos invita a
separarnos. Los otros nos asedian con sus constantes demandas. De ahí que,
como hiciera Lord Byron, “salimos a la calle a renovar nuestro apetito de
soledad”, pero no tardamos en retornar a nuestra biblioteca. Creemos que
nuestro refugio nos salva, que nos desangustia del inquietante encuentro con
los otros, y sus deseos, sus quejas y sus peticiones.



Pero la mirada del Otro es invisible. Irrumpió el nuevo panóptico de
Bentham, el smartphone, como nuevo vigilante que nos trae esa mirada del
Otro en mayúsculas, el otro como figura de saber y poder, y de los otros.
Cada día se escucha más lo costoso de apartar la mirada de ese objeto
llamado “pantalla”, lo heroico de apagarlas a tiempo. ¿Quién va a ser capaz
en el futuro de apagar en algún buen día esa cámara de vigilancia que nos
mira mientras nos hace creer que somos nosotros los que miramos?



-El negocio mayor de esta sociedad es la industria de la compensación, de
los modos de compensar y llenar la falta incurable de lo humano: comida,
bebida, sexo, consumo, enganche al trabajo, a las emociones fuertes. Vicio,
adicciones, lo que usted refiere como “goce”. Pero un goce sin disfrute,
nada placentero en el fondo, una especie de constante “atracón”. Para llenar
lo que no se llena nunca.



Es imposible vivir sin la falta, de ahí aquel lema: “Que no le falte la
falta”. Pues no habría sin ella deseo alguno en marcha. Esta es la enseñanza
de quien al cumplir casi todos sus deseos obtiene esa tristitia, esa
ausencia de interés por el mundo. Es la enseñanza de quien tiene y tiene, y
ya no le entra más, pero aun así la insatisfacción le visita. Lo lleno es el
objetivo del consumo. Vivimos sometidos a una cruel tiranía, la dictadura
enjoy, la perpetua llamada al disfrute permanente, objetivo imposible puesto
que no hay goce del goce. La dimensión placentera encuentra su oposición en
el displacer. Pero el desborde, el cruce de frontera hacia una dimensión
diferente, es imperceptible. Es el paso a esa dimensión mortífera, al
godimento, que tiene nombres de la sabiduría popular como el de vicio. Una
dimensión acéfala, sin límites, que se encamina hacia el final, que
destruye. Frenar, abandonar, reducir, son términos que hablan de lo difícil
de abandonar esa dimensión, especialmente en nombre de la moderación que los
clásicos proclamaron.



-En su libro, afirma que la prisa (otra expresión general del mal de época)
no tiene que ver con el tiempo objetivo, sino con la verdad. “No tener
tiempo” sería entonces una especie de huida ante la verdad, un evitar
pararnos para comprender qué nos está sucediendo. Hasta tal punto que
incluso “gozamos” con la prisa. ¿En qué medida ambas van unidas, prisa y
ansiedad? ¿Hasta qué punto hacen imposible una relación con el otro? 



Leonard Bernstein opinó que el éxito en la vida acudía si se tenía “poco
tiempo”, queriendo insinuar así que si se tiene mucho tiempo se acaba
malgastando. Aprovechar el poco tiempo que se tenga parece más eficaz que la
queja generalizada del “no tengo tiempo”, lamento de nuestra época. Las
horas se llenan de un activismo sospechoso, especialmente en esos momentos
de la paz del atardecer. Para el sujeto ansioso de nuestros días la solución
encontrada, la de la hiperactividad y la de la prisa mala, es una solución
fallida, el horizonte es más ansiedad. Se desconoce que la prisa no es
cuestión de tiempo cronológico, sino de tiempo lógico: aprender a no
cortocircuitar el momento del comprender, del reflexionar, siempre que este
no se dedique a la rumiación obsesiva y al hobby del procrastinar, del
aplazar la decisión. Es posible salir de ese circuito infernal.



Pasar de víctima a sujeto



-Le da mucha importancia al primer episodio de ansiedad vivido por el
sujeto. ¿Por qué?



Negar al niño el encuentro primero con la soledad o con la tristeza es
dejarlo indefenso. De igual modo acontece con el fenómeno de la angustia,
que aparece de súbito y puede inaugurar la temporada de la ansiedad. Es una
lástima que no investiguemos las condiciones en que se produjo ese primer
desencadenamiento y que abordemos la ansiedad exclusivamente con
psicofármacos, dando así la espalda a la verdad de cada sujeto. Las
coordenadas de ese primer encuentro no nos sirven a efectos hermenéuticos,
sino que dan luz al saber incompleto del propio sujeto y le confían el
secreto que se guardaba a sí mismo por política tranquilizadora. Pero
sabemos con Borges que “sólo una cosa no hay, el olvido”.



-También alude usted a una especie de tipología del malestar describiendo
varias modalidades de “sujeto”: el sujeto fóbico, el histérico, el obsesivo,
el psicótico. Si lo hemos entendido bien, cada uno de ellos se comportaría
de forma distinta respecto del “deseo del Otro”, los mandatos y las
exigencias sociales. ¿Cómo se explica esta diversidad? ¿Responde a la
historia personal o podemos encontrar ciertos patrones que se repiten en la
actualidad? ¿Cuál de ellos predomina hoy?



La “elección” es subjetiva, decisión insondable. Podemos leernos, al decir
de la literatura psicopatológica, como sujetos obsesivos, fóbicos,
histéricos, melancólicos, perversos… Es cierto. Pero lo esencial es el
invento, la respuesta singular y única que cada uno da con su síntoma a las
grandes preguntas del vivir, del ser, del sentir, del aparecer. Y no hay dos
iguales. Eso, la diferencia absoluta, lo que nos hace radicalmente
diferentes al de al lado, lo que nos aconseja es no imitar soluciones
sintomáticas ajenas, sino apostar por las propias, sin exhibición. Ante el
malestar, la idea de construir un buen lazo social no debería impedir el
buen uso de la distancia y el desapego, y el respeto a ese gran invento
civilizador que es el secreto.



-Atravesar el vacío de la angustia, sin negarlo. Franquearlo hacia el deseo,
un deseo propio. Devenir sujetos deseantes y autónomos, no objetos del deseo
del Otro. Es su propuesta. ¿Así cesa la ansiedad?



Sin duda es osada la apuesta. Una invitación a correr el riesgo de ponerse
manos a la obra para descifrar ese secreto propio. El canto del cobarde es
justo el reverso: preferir no saber la verdad, elegir la queja frente a la
interrogación. La ansiedad cesa si hay atrevimiento frente al repliegue
narcisista, y si el sujeto quiere hacerse responsable de sus elecciones, aun
cuando no haya sido consciente de haberlas tomado. Salir del confort de la
queja o del entusiasmo por la culpa requiere esas dosis de valentía frente
al atajo del ansiolítico o, lo que es peor, esa reducción de lo psicológico
a la gimnasia respiratoria. Mejor el ejercicio libre de la palabra frente a
los determinismos cerebrales. La sabiduría popular sabe decir muy bien
“traiciones del inconsciente”, y sospecha que eso que se produce le incumbe.

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