Abolición/ La prostitución, en el corazón del capitalismo neoliberal. [Rosa Cobo]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 11 22:21:53 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

11 de junio 2022

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Abolición



La prostitución, en el corazón del capitalismo neoliberal



Regular la prostitución es regular esta industria, pero también es aceptar
que nuestros cuerpos son una mercancía. Por eso la prostitución tiene
efectos funestos sobre todas las mujeres.



Rosa Cobo *

Ctxt, 11-6-2022

https://ctxt.es/es/



En los últimos años se ha producido un debate, muchas veces agrio, sobre qué
hacer con la prostitución. La razón se debe, fundamentalmente, a la
transformación de esta realidad social. De ser un negocio reducido sin
impacto económico en las cuentas nacionales ha pasado a convertirse en una
industria global. Su crecimiento ha sido gigantesco y su visibilidad y
normalización también ha aumentado considerablemente. A finales de la década
de los años setenta, con la aparición de las primeras políticas económicas
neoliberales, comienza a decaer el viejo sistema prostitucional que
conocimos a través de la literatura y el cine. Casas de citas, mujeres
jóvenes marcadas por la pobreza y por acontecimientos biográficos que las
situaron en los márgenes de la sociedad, y grupos menos numerosos de varones
de los que acuden hoy formaban el viejo canon de la prostitución. Muchos de
ellos se iniciaban en la sexualidad en esos lugares. Sin embargo, el nuevo
canon de la prostitución poco tiene que ver con eso. Hay algo en lo que
coinciden esos dos mundos prostitucionales: es en el relato de las mujeres
prostituidas como putas felices que estaban y están ahí porque les va la
marcha.



La transformación de la prostitución en una gigantesca industria de la
explotación sexual tiene su origen, como señalaba antes, en el nuevo
capitalismo. Cuando se imponen estas políticas económicas nos encontramos
con países que no pueden engancharse a la economía global porque sus
aparatos productivos no son competitivos y destruyen empleo. En ese momento
hacen su aparición las economías ilícitas –Castells las denomina economías
criminales–, que se convierten en una oportunidad para aquellos países con
altas tasas de pobreza que contemplan con pánico la ruina de una parte de su
tejido empresarial. La exportación ilegal de armamento, el narcotráfico, la
exportación de mujeres para la explotación sexual, el tráfico de órganos o
los vientres de alquiler –uno de los países con una industria más extendida
y criminal ha sido Ucrania hasta el estallido de la guerra– son las
economías criminales que más beneficios obtienen. Estas industrias ilegales
serán para algunos países la posibilidad de reconstruir sus economías
nacionales.



Sin embargo, no es fácil crear una economía ilícita como fuente primordial
de beneficios para un país. Para eso, nos explica Saskia Sassen, es preciso
la creación de circuitos semi-institucionalizados por los que transiten
alguna o varias economías ilegales. A través de esos circuitos son
exportadas las mujeres para la explotación sexual desde países del sur, con
altas tasas de pobreza, hasta los países del norte. Esos circuitos conectan
las mafias de los países de origen con las de los países de destino. Las
mujeres que estarán en prostitución son captadas en su país con violencia,
con engaños o con la promesa de dinero y de una vida mucho mejor que la que
tienen en su país. Cuando llegan aquí ya tienen destinado un piso, un burdel
o un lugar en un polígono industrial o en el centro de una ciudad, como
también tienen asignados los hombres que las controlan. Entonces comienza
para ellas un viaje de sufrimiento y dolor que es inimaginable para quienes
no conocemos esas vidas.



Sassen los denomina circuitos semi-institucionalizados porque, para conectar
el país de origen con el de destino y exportar por ese circuito a miles de
mujeres diariamente, saltando los controles migratorios, tiene que existir
la complicidad de las mafias con sectores de la policía, ejército,
judicatura y, por supuesto, de las élites económicas y políticas del país.
La clave fundamental es que las mujeres que son exportadas envían remesas de
dinero al país de origen, y con ese dinero se reactiva la economía nacional.




Por eso, la industria de la explotación sexual se ha convertido en una
estrategia de desarrollo para países como Rumanía, Tailandia, Camboya,
Nigeria, Brasil, Colombia o República Dominicana, entre otros muchos. Un
ministro de Tailandia afirmaba en una entrevista que era necesario
sacrificar a una generación de mujeres para acelerar el crecimiento
económico del país. El Fondo Monetario Internacional, cuando concede
préstamos de ayuda estructural a países con altas tasas de pobreza, les
conmina a que creen una industria del ocio y del entretenimiento para
asegurarse la devolución de la deuda. El proyecto de Eurovegas en Madrid
respondía a este modelo de ocio que se concreta en prostitución y juego. Con
la prostitución se crea dinero y con el juego se blanquea.



El blanqueo de dinero es, precisamente, el punto de conexión de la economía
legal con la ilegal. El surgimiento de microbancos en aquellos países que
exportan a mujeres para la prostitución cumple la función de blanquear el
dinero que se obtiene ilegalmente de los cuerpos de mujeres que han sido
transformados en una mercancía cuya principal característica es su bajo
coste y sus altísimos beneficios. No es de extrañar que la prostitución
oscile en ser el segundo o tercer negocio en términos de beneficios a escala
global. La economía criminal cumple una función necesaria en la
globalización del capitalismo neoliberal. Pues bien, en ese contexto se ha
articulado un mercado global que extrae beneficios de los cuerpos de las
mujeres en el que la existencia de la prostitución, la pornografía o los
vientres de alquiler las ha convertido en mercancías de ese criminal
mercado.



La pregunta es qué hacer con esta industria y con sus víctimas, aquellas a
quienes la industria mercantiliza, explota, objetualiza y exprime sin más
límites que las horas que tiene cada día. Regular la prostitución es regular
esta industria, pero también es aceptar que nuestros cuerpos son una
mercancía. Por eso la prostitución tiene efectos funestos sobre todas las
mujeres. ¿Se puede, desde el feminismo y desde la izquierda, proponer la
regulación laboral de una fellatio o de una penetración anal o vaginal? ¿Se
puede utilizar para ello el principio de la libertad individual? Es decir,
¿podemos seguir repitiendo el argumento de “hago con mi cuerpo lo que
quiero”? Si se utiliza este principio para legitimar el acceso sexual al
cuerpo de las mujeres, podremos también utilizarlo para la venta de órganos
o para legitimar cualquier esclavitud siempre y cuando esté consentida por
el sujeto que la padece. ¡Es desolador cómo ha impregnado la cultura de la
mercantilización neoliberal a sectores de la izquierda! ¿Podemos
legítimamente reclamar que la salud, la educación o las pensiones no sean
parte del mercado y al mismo tiempo proponer que el cuerpo de las mujeres
esté disponible como mercancía? La regulación de la prostitución es abrir el
último dique del que disponemos, que es nuestro propio cuerpo, al mercado.
Por eso la prostitución es un test de hasta dónde puede llegar la voracidad
del capitalismo neoliberal. Es hacer del cuerpo de algunas mujeres, las más
vulnerables y las que menos recursos tienen, un lugar de trabajo. Es apostar
por sobrevivir en lugar de hacerlo por vivir. Las mujeres que están en
prostitución merecen tener una vida como las demás. Y la pregunta de “y si
quieren hacerlo” solo pueden formularla quienes hablan desde la ignorancia o
la mala fe. Nadie merece violencia y abuso.



Tuve que hacer trabajo de campo cuando investigué sobre prostitución y nunca
me encontré con ninguna mujer que quisiera estar donde estaba. Encontré
embarazos en mujeres migrantes, algunas muy jóvenes, que no sabían qué hacer
frente a esta circunstancia. Y también encontré hijos, madres y padres o
hermanos en el país de origen que necesitaban o les venía bien dinero para
sobrevivir o para vivir mejor. Encontré abusos de familiares que empujaban a
algunas mujeres a la prostitución para recibir su dinero mensual… Encontré
dolor, mucho dolor, y algunas afirmaciones que nunca olvidaré: “Quiero tener
una vida normal, llevar a mis hijos a la escuela, tener un trabajo y una
casa”. También me encontré con alcohol y cocaína para sobrellevar los abusos
de los puteros. Y muchos dolores físicos y psíquicos. Después de haber
estado en el polígono Marconi, en clubs o en pisos en los que había
prostitución, nunca podré proponer nada que no sea acabar con una realidad
que es fuente inagotable de dolor para tantas mujeres. Nunca podré tener
otra mirada que aquella que quiere poner fin a esa industria criminal.



Las políticas abolicionistas no van a acabar con la prostitución de la noche
a la mañana, pero sí disuadirán a los proxenetas que buscarán nuevos
mercados de explotación sexual hasta que el mundo se vuelva inhabitable para
esos criminales. Y también sancionará a los puteros, sobre los que se
asienta el sistema prostitucional. Nuestros jóvenes no merecen ser
socializados en la idea de que está bien acceder al cuerpo de mujeres de
escasos recursos, migrantes, en situación administrativa irregular y siempre
vulnerables, por precios irrisorios. El abuso y la explotación ni deben ni
pueden formar parte de la socialización de nuestra sociedad como tampoco
deben alimentar nuestro imaginario sexual. Nos encontraremos con muchos
obstáculos en el largo camino hacia la abolición de la prostitución. Los
intereses patriarcales y los económicos están a la cabeza. La abolición
remueve privilegios masculinos, pero tenemos la obligación de eliminarlos si
anhelamos un mundo con más igualdad. Hacer políticas abolicionistas es
colocarnos en el lado correcto de la historia porque es un paso ético
fundamental para civilizar nuestra sociedad y nuestra democracia. Las
mujeres que están en prostitución tienen el derecho a tener vidas que
merecen ser vividas y en el interior de la industria de la explotación
sexual no hay vida, solo explotación y violencia.



* Rosa Cobo es profesora de Sociología en la Universidad de A Coruña y
escritora.

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