Cuba/ El declive del comunismo rentista. [Samuel Farber]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Nov 7 22:28:10 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

7 de noviembre 2022

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Cuba



El declive del comunismo rentista



Samuel Farber *

La Joven Cuba, 7-11-2022

https://jovencuba.com/



Desde julio 11 del 2021, cuando ocurrieron grandes protestas a lo largo y
ancho del territorio nacional, Cuba persiste en un estado de agitación. A
finales de septiembre y principios de octubre de 2022, hubo disturbios en
varios barrios de La Habana y en diversas ciudades y poblados del interior.
De acuerdo con el medio El Toque
(https://eltoque.com/el-cierre-de-calles-y-el-doble-estandar-de-la-prensa-of
icial), entre el 28 de septiembre y el 12 de octubre, hubo noventa y dos
protestas en treinta y seis municipios, doce de ellos ubicados en el área
metropolitana de La Habana.



Estas se debieron en gran parte a los daños causados por el huracán Ian, que
incluyó un gran «apagón» extendido a toda la Isla. Muchos cubanos se
lanzaron a protestar en las calles, ayudados por la oscuridad que hacía más
difícil su identificación por los órganos represivos.



Aunque este corte de electricidad fue muy extenso y duradero, no ha sido el
único de los últimos tiempos, motivados por la falta de mantenimiento,
negligencia oficial y escasez de combustible, debido en parte apreciable a
la reducción de envíos de petróleo de Venezuela. Dicha situación causó que
la comida refrigerada de cientos de miles de cubanos se perdiera, agravando
la ya crítica situación alimentaria.



La insuficiencia de fuentes de energía y el mantenimiento pobre e inadecuado
de las plantas eléctricas en Cuba, es parte de una más amplia crisis
económica que ha afectado al país por mucho tiempo. Círculos de la izquierda
internacional atribuyen la responsabilidad de tal crisis al bloqueo
norteamericano, en vigor desde inicios de los sesenta del pasado siglo.



Sin duda alguna, el bloqueo, que merece ser calificado como criminal, ha
dañado a la economía insular, por ejemplo, dificultando las relaciones
económicas de Cuba con el exterior por las represalias que los Estados
Unidos toman contra inversores capitalistas.



Durante la presidencia de Donald Trump el bloqueo fue profundizado con la
restricción del número de vuelos de pasajeros y las transacciones
comerciales y financieras entre los Estados Unidos y Cuba, antes permitidas.
Adicionalmente, Trump designó a Cuba como «estado patrocinador del
terrorismo», grave acusación con consecuencias negativas, tanto políticas
como económicas.



Por su parte, el gobierno demócrata de Biden no ha hecho cambios mayores en
la política hacia Cuba, al mantener su designación como estado patrocinador
del terrorismo. Aunque sí relajó las restricciones al envío de remesas a la
isla, y permitió más vuelos y que algunas categorías de ciudadanos
norteamericanos pudieran viajar a la Isla.



No obstante, mucho más importante que el bloqueo norteamericano como causa
de los problemas de Cuba, es la propia naturaleza del sistema económico que
prevalece en la Isla. El mismo promueve la indiferencia, apatía, falta de
responsabilidad e incentivos, sean económicos o políticos, como podría ser
el control democrático de los trabajadores y de la nación en general, sobre
todo en el predominante sector estatal de la economía. La ausencia de
incentivos y la apatía se reflejan en que solo el 55% de los cubanos en edad
laboral forman parte de la fuerza de trabajo, una de las tasas más bajas en
América Latina.



Adicionalmente, las torpes políticas del gobierno cubano han agudizado la
gravedad de los problemas económicos. Este fue el caso de la unificación
monetaria, pospuesta por muchos años, para que el peso cubano fuera la única
moneda en circulación y eliminara al CUC, especie de substituto del dólar y
el euro creado en 1994.



El gobierno decretó que la supuesta unificación monetaria ocurriera el 1ro.
de enero de 2021, con una tasa de intercambio de 1 por 24 entre el dólar y
el peso. Pero esa tasa de intercambio, de hecho muy generosa dado el estado
de la economía insular, asumía la ocurrencia de un aumento notable en la
productividad del trabajo, que por supuesto no aconteció en ausencia de
imprescindibles trasformaciones estructurales.

El cambio monetario ignoraba asimismo la considerable merma de dólares y
euros debida al gran descenso del turismo con motivo de la pandemia. Las
cifras hablan por sí mismas. En 2017, el turismo en Cuba alcanzó su pico
histórico con 4 millones, 143, 000 mil turistas. Las medidas de Trump, que
dificultaron los viajes de estadounidenses, fueron el factor principal de un
descenso a 3 millones, 651 mil turistas en el 2019.



Pero la expansión de la pandemia dio un golpe mortal al turismo cuando las
cifras se redujeron dramáticamente: a un millón, 85 mil en el 2020, y
solamente 356 mil visitantes en el 2021. No es de sorprender que, debido a
los efectos de la pandemia, el PIB descendiera a – 10.9 por ciento en el
2020. Cierto que creció 1.3 por ciento en el 2021, aunque sobre una base más
baja.

Ante la situación económica del país a finales de 2020, economistas cubanos
como Carmelo Mesa Lago, entre otros, predijeron que la unificación monetaria
no tendría éxito y provocaría gran inflación. Efectivamente, la tasa de
inflación llegó rápidamente al 77.3 por ciento en 2021. Mientras tanto, la
escasez de dólares y euros subió considerablemente sus valores, al grado que
mientras escribo estas líneas, a principios de noviembre, ambas monedas son
cotizadas a 165 pesos, o sea casi siete veces la tasa oficial original de 24
a 1.



La escasez de dólares y euros tuvo amplia repercusión, social y política. La
economía comenzó a depender cada vez más de los cubanos en el exterior, con
la creación de las tiendas MLC (Moneda Libremente Convertibles) que solo
aceptan monedas como el dólar y el euro. Vale la pena mencionar los
altísimos precios que predominan en tales comercios, que se aprovechan de la
ausencia de alternativas para los consumidores cubanos. La práctica de
obligar a los consumidores a depositar el dinero proveniente de las remesas
del extranjero en tarjetas, sirve al propósito de minimizar cualquier
filtración de las remesas para otros propósitos no controlados por el estado
monopolista y antidemocrático.



Las consecuencias sociales del rol predominante de las remesas son enormes,
dado que se calcula que probablemente solo un 40 por ciento de la población
cubana las recibe (obviamente en cantidades muy variadas). Ello implica que
un 60 por ciento se queda fuera del juego y, por tanto, confronta enormes
dificultades en obtener alimentos y artículos de primera necesidad, solo
disponibles en divisas. Es de suma importancia notar que la población
afrocubana está muy desproporcionadamente representada en ese 60 por ciento.


Es más que evidente que la desigualdad y la pobreza han crecido
significativamente en Cuba, aunque esto no se puede documentar con cifras
pues hace más de veinte años que las autoridades no las publican. Ante esta
situación, uno esperaría un aumento del gasto social para compensar, pero ha
ocurrido lo opuesto.



La legalización de las Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) en el 2021, que
permite compañías privadas autorizadas a emplear hasta cien trabajadores,
han creado un nuevo fenómeno económico y social cuyas consecuencias no
podemos todavía apreciar en plenitud. Por lo pronto, hay que tomar nota de
los vínculos de algunos de los exitosos nuevos ricos propietarios de las
PYMES con el gobierno cubano, y particularmente con la Seguridad del Estado.



Este parece ser el caso de la en apariencia exitosa fábrica de zapatos
Jona´s Surl, localizada en la central zona de Camajuaní. Su asesor jurídico
es un tal Yoandry Riverón, identificado como el «agente Cristian» de la
Seguridad del Estado, involucrado en la expulsión de varios alumnos y
profesores de la Universidad Central de Las Villas.



Cualquier parecido en este sentido con lo que sucedió en la URSS, no es nada
sorprendente. Como sabemos, los silovikis (hombres fuertes) cercanos a
Putin, provienen de los servicios secretos y fuerzas armadas rusas. Es el
caso del propio Vladimir Putin, por muchos años agente de la seguridad del
estado soviética en Alemania. Este grupo ha desempeñado un rol crítico en el
desarrollo del capitalismo autoritario en dicho país.



El Estado rentista



Una de las causas significativas del declive de la economía y sociedad
cubanas en los últimos años es su tendencia rentista, que se ha acentuado
mucho en los círculos de poder. Podemos entender claramente la naturaleza
del rentismo en el caso clásico de los propietarios de bienes raíces en las
ciudades, que obtienen ganancias no a través del aumento de la productividad
del capital invertido, sino como resultado de los cambios sociales y
económicos en el ámbito geográfico dentro del cual existen dichas
propiedades.



Como sabemos, las mejoras que un propietario puede hacer a una casa o
apartamento forman una parte relativamente pequeña del valor mercantil de
dicha propiedad, comparada con el valor del terreno donde se construyó. De
ahí la expresión estadounidense location, location, location (ubicación)
para referirse al valor de los inmuebles.



Con respecto a la posesión de la tierra, Carlos Marx —que siempre trató de
evitar el uso de categorías morales y éticas en sus análisis económicos— no
obstante, argumentó en sus Manuscritos Económicos y filosóficos de 1844, que
el derecho de los terratenientes tiene su origen en el robo. En ese
contexto, Marx cita por extenso y con aprobación a Adam Smith, en el sentido
de que, como indicó el economista escocés, los terratenientes aman cosechar
lo que nunca han sembrado y demandan obtener rentas aun para el producto
natural de la tierra.



Tales políticas y actitudes rentistas auspician con frecuencia una actitud
de oportunismo económico, pues permiten tomar máxima ventaja de la situación
en que los propietarios se encuentren, dado que la tasa de ganancia o lucro
mayormente no depende de lo que los dueños hagan para mejorar sus
propiedades.



Este fue el caso de los latifundistas cubanos prerrevolucionarios, y también
puede reflejarse en una actitud indiferente —sino hostil—, hacia la
productividad de la agricultura y de la industria en economías
extractivistas como la de los países petroleros. Es el caso de Venezuela,
por ejemplo, una nación rica debido en gran parte al hecho fortuito de
poseer grandes reservas de petróleo en su territorio, donde hemos podido
apreciar la indiferencia sino el abandono de la agricultura, cuyo origen
precede a la crisis económica que ha ocurrido allí en años recientes.



El rentismo en Cuba



Ya para la segunda posguerra, los altibajos económicos creados por los
ciclos de consumo internacional del azúcar motivaron en la Isla un clima de
incertidumbre que había estado impactando por décadas a todas las clases
sociales, aunque obviamente a grados muy diferentes. La mentalidad rentista
que resultó de esta situación afectó particularmente a amplios sectores de
las clases adineradas, que desincentivaron la toma de riesgos y el
emprendimiento.



En 1951, el ya clásico Report on Cuba del Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo (predecesor del Banco Mundial), señaló que los
bancos cubanos tenían un alto grado de liquidez y que las ganancias
acumuladas por el capital isleño tenían tendencia a ser exportados o
invertidos en bienes raíces o en especulación financiera en la propia Cuba.



Más allá de ese fenómeno, la dependencia de un solo producto o actividad
económica alentó una actitud fatalista hacia la diversificación, expresada
por el hacendado azucarero José Manuel Casanova en su famosa frase «sin
azúcar no hay país». No es de sorprender que esa actitud de parte de
secciones importantes de la clase gobernante influyera en la mentalidad
popular para reforzar la importancia del azar y la noción de que había que
aprovechar al máximo las situaciones favorables en la que la gente se
encuentre, aun por razones que ellas mismas quizás no han llegado a
comprender. Estas fueron algunas de las manifestaciones principales del
rentismo de aquella época.



Es cierto que los primeros años de la revolución fueron testigo de una
rebelión contra muchos viejos males, incluyendo el rentismo. Este se
pretendió combatir con una reforma agraria que convirtiera a la agricultura
en un sector moderno y con justicia social, y con una rápida
industrialización basada en los mismos principios. Además, los cambios
propuestos para ambos sectores fueron concebidos en el contexto de la
creación de un desarrollo económico balanceado para el país sin «tiempo
muerto» para los trabajadores rurales o de desempleo masivo para los 50,000
jóvenes que, de acuerdo con los estimados, se unían a la fuerza laboral cada
año.

Para finales de los sesenta, sin embargo, y hasta cierto grado facilitada
por determinadas ideas y prácticas económicas descabelladas de los
gobernantes, así como por la falta de experiencia de la mayoría de los
administradores; se impuso la división del trabajo internacional, debido a
las presiones poderosas del imperio soviético, que tuvo éxito en convencer
al gobierno de Fidel Castro para que Cuba regresara de lleno al reino y
culto del azúcar.



Fidel Castro cumplió con su parte del acuerdo, más allá de lo que la URSS
hubiera podido esperar, con la desastrosa zafra de los 10 millones de
toneladas de azúcar. Esta no solo fracasó, sino que desarticuló al resto de
la economía con el desvío de recursos, como el transporte de materias primas
y mercancías, para incorporarlos a la campaña azucarera.

Si bien es cierto que en los años subsiguientes hubo cambios importantes en
la industria azucarera, como la mecanización de la recogida de la caña, no
hubo asimismo una modernización integral de la industria. Las extensiones de
tierra reservadas para el cultivo de la caña fueron maltratadas durante
años, incluyendo la etapa inmediatamente anterior a la crisis de los
noventa. Como resultado, sufrieron erosión, sobreexplotación, salinidad,
acidez alta, drenaje inadecuado y compactación. Las grandes zafras de los
ochenta acentuaron dichos problemas.



Las extensiones de tierra reservadas para el cultivo de la caña fueron
maltratadas durante años, incluyendo la etapa inmediatamente anterior a la
crisis de los noventa. (Foto: Andrey Rudakov / Bloomberg)

El promedio de producción en la primera mitad de la década fue de 7.35
millones de toneladas, mientras en la segunda mitad fue de 7.48 millones.
Para ofrecer un ejemplo específico, la zafra de 1988-1989 fue de 8.1
millones de toneladas. Consecuencia de todo esto fue que el 70 por ciento de
la tierra arable descendió notablemente en su fertilidad, de acuerdo con la
información provista por expertos del Ministerio de Agricultura en noviembre
del 2009.



Por tanto, mucho antes de la crisis de los noventa el gobierno cubano había
adoptado un tipo de rentismo, quizá porque se acostumbró a recibir y se
dieron por sentados los subsidios soviéticos año tras año, que obviamente no
contemplaron ni remotamente grandes recortes, y mucho menos su eliminación.
Es quizás debido a ese rentismo, que el gobierno hizo esfuerzos
insuficientes para diversificar la agricultura durante los relativamente
años buenos de los ochenta.



Esto hubiera incluido la producción de energía renovable basada en el
bagazo, alcohol, papel, y alimento para animales, aparte por supuesto del
etanol, que fue el camino de diversificación de otros gigantes azucareros,
como Brasil.



A diferencia de otros estados de tipo soviético, la Cuba fidelista casi
nunca tuvo una orientación seriamente desarrollista, y es muy dudoso que
actualmente la burocracia política tenga esa inclinación, más allá de la
sobrevivencia. Por una parte, esto ha sido positivo pues el país no
experimentó una ofensiva sistemática de crecimiento a lo Stalin o a lo Mao
Zedong, que ignoraron totalmente el bienestar obrero y popular.



Sin embargo, hay que notar las innumerables campañas del gobierno para
extraer mucho más trabajo de obreros y campesinos a través del mal llamado
«trabajo voluntario», de la emulación socialista y otras técnicas
manipulativas gubernamentales encaminadas a establecer más horas de faena y
esfuerzo a la clase obrera y los campesinos cubanos. En gran parte dichas
campañas, que aumentaron la tasa de explotación de obreros y campesinos,
fueron motivadas no solamente, como argüía el gobierno, por el bloqueo
imperialista estadounidense, sino por la sistemática ineficiencia y malgasto
de tiempo y recursos de la burocracia política insular.



La gran emigración del 2021 al 2022



En la actualidad, el rentismo gubernamental se expresa en su dependencia y
explotación paulatina de las remesas enviadas por el creciente sector de
emigrados. Esta política y actitud se reflejan también en la sistemática
explotación a que el gobierno somete a los emigrados en lo referido al costo
de pasaportes, permisos y licencias de todo tipo. Por ejemplo, los cubanos
en el exterior tienen que pagar 225 dólares simplemente para renovar sus
pasaportes.



En este contexto vale hacer notar que, desde noviembre de 2021, el gobierno
de Nicaragua, muy cercano al de Cuba, permite la libre entrada a los
ciudadanos cubanos y se ha convertido en puente indispensable para emprender
la costosa y peligrosa travesía a Estados Unidos. Esa liberalidad
nicaragüense facilita lo que se ha convertido en una de las olas migratorias
más grandes en la historia de Cuba.



En el año fiscal estadounidense —del 1ro. de octubre de 2021 al 30 de
septiembre del 2022—, casi 200,000 cubanos ingresaron a los Estados Unidos
como asilados o refugiados, lo que supera por mucho los 125,000 emigrados
desde el Mariel en la primavera de 1980.  Como sucede con las olas
migratorias relativamente voluntarias, se marcha la gente más joven y
potencialmente más productiva.



Dada la crisis demográfica que Cuba lleva sufriendo por décadas, con una
proporción creciente de jubilados y ancianos, la actual oleada migratoria
agravará la falta de equilibrio demográfico y, en la misma medida, los
problemas económicos. Pero mientras tanto, los 200,000 cubanos que acaban de
emigrar enviarán remesas a sus familiares. Sin embargo, algún momento
llegará, cuando tantos se han ido, que quedarán muchos menos para esperar,
recibir y aún demandar remesas desde Cuba.



¿En qué se invierte en Cuba?



Cuba ahorra e invierte una proporción muy baja del Producto Interno Bruto
(PIB), y ciertamente mucho menor de lo necesario para que una economía
sostenible crezca y logre mejorar de manera significativa el nivel de vida
de la población. Aparte de eso, es notable cómo la distribución de
inversiones estatales minimiza las actividades de transformación económica,
como agricultura e industria, a favor de la construcción de hoteles, muchos
de los cuales serán administrados por empresas extranjeras (sobre todo
españolas).



De acuerdo con cifras recientes de la Oficina Nacional de Estadísticas e
información (ONEI) del 2021, año en que la pandemia ocasionó los mayores
estragos en Cuba, el 35.2 por ciento de las inversiones se realizaron en el
área de turismo; 2.9 por ciento en agricultura, ganado y silvicultura; 1.2
por ciento en educación, y 1.7 por ciento en salud pública y asistencia
social.



Ese ha sido el patrón usual durante los últimos años. Lo irónico y chocante
es que —como apuntara el economista cubano Pedro Monreal—, aunque en los
tres anteriores a la pandemia se registró bajas tasas de ocupación hotelera
(alrededor del 50 por ciento entre 2016 y 2020), el gobierno cubano mantuvo
en crecimiento la inversión turística.



La situación que acabamos de describir nos lleva a varias conclusiones. En
primer lugar, la similitud de lo observado por el Report on Cuba a
principios de los cincuenta con lo que está ocurriendo ahora en términos de
las opciones rentistas seleccionadas por el presente gobierno. En segundo
lugar, esas opciones demuestran el gran poder, sin responsabilidad con el
pueblo, que han adquirido grupos económicos gubernamentales como GAESA, que
administra un enorme emporio económico y juega un papel crítico en la
construcción de nuevos hoteles.



Esta institución actúa más para agrandar su poder e influencia que para
lograr una mejora notable de la economía cubana. En tercer lugar, y la más
importante de las conclusiones, es la manera antidemocrática en que el
gobierno toma decisiones que afectarán de manera inmediata el bienestar de
la población, especialmente en lo referido a su nutrición, vivienda y otros
aspectos claves del nivel de vida.



Aquí podemos apreciar cómo el control democrático desde abajo de las
decisiones más importantes, y la protesta pública, constituyen no solamente
la verdadera democracia y autodeterminación de la gente, sino una necesidad
económica para la clase obrera y el pueblo en general. En lugar de gastar
fortunas construyendo hoteles para turistas inexistentes, el gobierno
debería ser forzado a mejorar la agricultura, proveer un mejor suministro de
energía, y poner en marcha un programa de largo plazo para mejorar la
vivienda.



La erosión de la legitimidad del comunismo rentista en Cuba



Existen señales evidentes de que la legitimidad del régimen cubano ha
descendido en los últimos años. Hay que tener en cuenta los cambios
sustanciales en la composición generacional. Aproximadamente una tercera
parte de la población nació desde 1990, cuando el llamado «desmoronamiento»
del bloque soviético. Esta generación no ha dejado de atravesar crisis tras
crisis.



Sus padres y abuelos también, pero al menos tuvieron la compensación de la
movilidad social de las primeras décadas, en especial la población
afrodescendiente. Era un orden social muy austero que, sin embargo,
garantizaba la satisfacción de las necesidades más básicas.



Al mismo tiempo que ocurre tal cambio demográfico, la generación histórica,
poco a poco y por inevitable destino biológico, ha venido desapareciendo.
Ese es el caso del mismo Fidel Castro, retirado por motivos de salud en el
2006 y que murió diez años más tarde. Su hermano Raúl Castro, que ya tiene
91 años, lo sustituyo en el poder por un tiempo, y aunque en ocasiones
comparece en actos públicos se jubiló de la presidencia de la república en
2018 y del liderazgo del Partido Comunista en 2021.



Otras figuras, como José Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés Menéndez,
tienen más de noventa años y dejaron de pertenecer al Buró Político del
Partido Comunista, aunque el segundo sigue teniendo un alto puesto como
vicepresidente del Consejo de Estado. Muchísimos generales de las fuerzas
armadas, incluyendo aquellos que combatieron en Angola, Etiopía y otros
países africanos, se han jubilado o fallecido.



El actual presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, nació después de la
victoria de la Revolución, igual que el primer ministro Manuel Marrero Cruz.
Ambos son típicos de la segunda generación de burócratas, que no
participaron en la guerra de guerrillas en las montañas o en la aún más
peligrosa y difícil lucha urbana contra la dictadura de Batista. Su
prestigio y apoyo popular, como el de los otros miembros de su generación,
están muy por debajo del de los históricos.



En las explosiones populares que han tenido lugar desde el 2021, miles de
cubanos han asociado a Díaz-Canel con una injuria que equivale en Cuba a ser
una muy mala persona. Es difícil imaginar a las masas gritando el mismo tipo
de insulto a Fidel Castro o aún a Raúl Castro. En resumidas cuentas, ese es
el precio que estos dirigentes puramente burocráticos deben pagar al
sustituir a los históricos. Por supuesto, mucho más importante es el hecho
de que los nuevos líderes no tienen el capital o capacidad política de sus
antecesores para mantenerse indefinidamente en el poder.



* Samuel Farber, militante socialista, nació y se crio en Cuba, ha escrito
numerosos libros y artículos sobre la situación política y económica en ese
país. Profesor Emérito en el Brooklyn College de Nueva York. Es autor de Che
Guevara. Ombres et lumières d´un revolutionaire (Editions Syllepse, Francia,
M Ëditeur, Québec, 2017)

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